LIBRO II
2.1 Desde el alba hay que decirse con énfasis a uno mismo: me toparé con el entrometido, con el desagradecido, con el soberbio, con el taimado, con el malicioso, el insociable. (2) Todos esos rasgos concurren en ellos por su ignorancia de los bienes y males. (3) Yo, al contrario, tras haber contemplado la naturaleza del bien y ver que es algo bello, y la del mal y ver que es algo vergonzoso, y la naturaleza del que yerra y ver que es de mi linaje, no por la misma sangre o simiente, sino por ser partícipe de la inteligencia[182] y fracción divina[183], tampoco puedo sufrir perjuicio por parte de alguno de ellos, porque nadie me cubrirá de vergüenza; tampoco puedo encolerizarme con el que es de mi linaje ni odiarlo. (4) Hemos nacido para la colaboración, como los pies, las manos, los párpados, las filas de los dientes de arriba y abajo. (5) Entrar en conflicto unos con otros es contrario a la naturaleza; conflicto es enfadarse y darse media vuelta.
2.2 Aquello que soy[184] son pequeñas carnes, pequeño hálito[185] y el principio rector[186]. Deja los libros de lado. No te distraigas más. No es posible[187]. (2) Al contrario, como si te estuvieras muriendo, desprecia tus carnes que son sangre sucia, huesillos y la urdimbre que forman nervios, capilares y arterias[188]. (3) Mira también tu hálito cómo es: es viento, ni siquiera siempre igual. A cada momento lo vomitamos y de nuevo nos lo tragamos. (4) Lo tercero es tu principio rector. Reflexiona así. Eres viejo, no permitas que sea esclavo, ni que sea manejado como una marioneta por el impulso antisocial, tampoco te irrites con el destino presente ni te encojas ante el futuro.
2.3 Las obras divinas están llenas de providencia, las de la fortuna no son ajenas a la naturaleza, a los lazos del hado, al trenzado de lo que gobierna la providencia. Todo fluye de allí. (2) Además está la necesidad y lo que conviene a todo el universo del que eres una parte. Para cualquier parte de la naturaleza es bueno lo que produce la naturaleza del todo y lo que la mantiene a salvo. Mantienen a salvo el universo tanto los cambios de los elementos como los de los compuestos. (3) Que eso te baste si son tus convicciones. Despréndete de la sed de los libros para no morir entre gruñidos, sino conciliado de verdad y agradecido de corazón a los dioses.
2.4 Acuérdate desde cuándo te demoras y cuántas veces tras aceptar plazos de los dioses no los usas. (2) Es necesario que te des cuenta ya de qué universo eres parte, a qué fuerza gobernante del universo te subordinaste como su efluvio y de que tienes determinado el límite de tiempo, si no lo usas para despejar las nubes[189], se marchará y tú te marcharás sin ser posible repetir.
2.5 En cada momento preocúpate de realizar sólidamente, como romano y virilmente, lo que esté en tus manos con dignidad rigurosa y no fingida, con afecto, con libertad y con justicia y procurarte a ti mismo reposo de todas las demás representaciones. (2) Te lo proporcionarás si ejecutas cada acción como si mera la postrera de tu vida, ajeno a cualquier atolondramiento, a renunciar por pasión a la razón directora, al fingimiento, al egoísmo, a la insatisfacción ante lo marcado por el destino. (3) Estás viendo qué pocas son las cosas que debe uno dominar para poder vivir una vida próspera y respetuosa con la divinidad, porque los dioses no exigirán nada más al que mantenga esto.
2.6 Sigue humillándote, sigue, alma[190]. Ya no tendrás ocasión de honrarte. La vida de cada uno es breve. (2) Ya está casi consumida la tuya sin haberte mostrado respeto a ti misma, sino que has puesto en almas ajenas tu felicidad.
2.7 ¿Te distraen los acontecimientos exteriores? Ofrécete reposo para aprender algo bueno y dejar de dar tumbos. (2) Pero entonces también hay que guardarse de otro extravío: en efecto, cometen también tonterías los que por culpa de sus actos están cansados de vivir y no tienen objetivo al que dirigir de una vez por todas todo impulso y representación.
2.8 No es fácil que se pueda ver que alguien es infeliz por no fijarse en lo que sucede en el alma de otro, pero es forzoso que sean infelices quienes no siguen de cerca los movimientos de su propia alma.
2.9 Hay que recordar siempre lo siguiente: cuál es la naturaleza del todo y cuál es la mía, qué relación tiene esta mía con aquélla y qué parte es de qué todo, y que nadie te impide realizar las acciones y decir las palabras concordantes con la naturaleza de la que formas parte.
2.10 Teofrasto[191], como filósofo, en su comparación entre los tipos de faltas, según uno las podría comparar de forma más elemental[192], dice que son más graves aquellas en las que se yerra por apetencia[193] que las causadas por enojo. (2) El que está enojado se revuelve contra la razón aparentemente con cierta tristeza y encogimiento inconsciente, mientras que el que yerra por apetencia se deja vencer por el placer y aparentemente es más licencioso y femeninamente débil en sus faltas. (3) Con razón y como filósofo afirmó que es merecedor de una acusación mayor la falta cometida con placer que con tristeza. En una palabra, éste se parece más a quien ha sufrido injusticia previamente y se ve forzado con tristeza a enojarse, el otro por sí mismo tiene el impulso de cometer injusticia y se deja llevar a hacer algo por apetencia.
2.11 Como si fuese algo inmediato salir de la vida, así hay que ejecutar cada acción, decir cada palabra y tener cada pensamiento. (2) Marcharse de entre los hombres si los dioses existen no es nada terrible, porque éstos no te endosarían un mal. Si por el contrario no existen o no les importan las cosas de los hombres, ¿qué me supone estar vivo en un universo vacío de dioses o vacío de providencia? (3) Pero existen y les importan las cosas de los hombres y para que el hombre no caiga en los males verdaderos le pusieron todo en sus manos. Si algo de lo restante fuera malo, también eso lo hubieran previsto de forma que en cualquier caso tuviera la capacidad de no caer en ese mal. (4) Aquello que no hace al hombre peor, ¿cómo eso podría hacer la vida del hombre peor? (5) No lo hubiera pasado por alto la naturaleza del todo por ignorancia, o aunque lo supiera, por no poder precaverse o enderezarlo; tampoco hubiera cometido un error tan grande por incapacidad o por falta de pericia, para que indistintamente los bienes y los males acontecieran de forma revuelta tanto a los hombres buenos como a los malos. (6) La muerte y la vida, la buena fama y la mala, el sufrimiento y el placer, la riqueza y la pobreza, todas esas cosas ocurren indistintamente a los hombres tanto a los buenos como a los malos porque no son ni hermosas ni vergonzosas. No son ni buenas ni malas[194].
2.12 Es propio de la facultad inteligente fijarse en cómo desaparece rápidamente todo, las propias personas en el universo, los recuerdos de esas personas en el tiempo; en cómo son las cosas que son perceptibles y especialmente las que nos atraen con el cebo del placer o las que nos atemorizan con el sufrimiento o las que se pregonan con delirios de grandeza; en cómo no tienen valor, son fáciles de despreciar, sucias, perecederas, muertas; (2) en quiénes son esos cuyas suposiciones y palabras proporcionan buena o mala reputación; (3) en qué es morir (si uno viera la muerte en sí y con clasificación reflexiva descompusiera las supersticiones que se le añaden, supondrá que no es otra cosa que obra de la naturaleza, y si uno le tiene miedo a una obra de la naturaleza es un niñato, no es que sea sólo obra de la naturaleza, es que le conviene); (4) en cómo el hombre está en contacto con dios y en qué parte de sí mismo, en caso de que esa porción del hombre se encuentre de una manera determinada.
2.13 No hay nada más desventurado que quien recorre todo en derredor, explora «lo que está debajo de la tierra», dice[195], e investiga en las almas de los que están cerca mediante el uso de indicios[196], sin darse cuenta de que basta estar sólo ante el espíritu divino que está dentro de uno mismo y ser su servidor de verdad. (2) Este servicio consiste en vigilar que esté purificado de pasión, de atolondramiento, de insatisfacción frente a lo que acontece por los dioses y los hombres, (3) porque las cosas que dependen de los dioses hay que venerarlas por su virtud y las que dependen de los hombres se hacen queridas por el parentesco común, a veces, incluso de alguna manera son objeto de compasión[197] por la ignorancia de qué es bueno y qué es malo. Ese impedimento no es menor que el que impide distinguir lo blanco de lo negro[198].
2.14 Aunque vayas a vivir tres mil años o tres mil veces diez mil, sin embargo, recuerda que nadie deja atrás otra vida que esa que está viviendo y tampoco está viviendo otra que no sea la que deja atrás. (2) Se iguala por tanto lo más duradero con lo más breve. (3) En efecto, el presente es igual para todos, como también lo que muere, y lo que dejamos atrás se manifiesta efímero por igual. (4) Porque uno no podría dejar atrás lo que ya ha transcurrido ni lo porvenir. Aquello que uno no tiene, ¿cómo alguien podría abandonarlo? (5) Así pues, hay que acordarse siempre de estas dos cosas, primera, que desde la eternidad todas las cosas son iguales en su aspecto, se repiten circularmente y no se diferencian nada, uno verá lo mismo en cien años que en doscientos o que en un tiempo infinito; segunda, que tanto el que goza de un tiempo más largo como el que ha de morir rápidamente deja atrás lo mismo, (6) porque sólo es el presente de lo que va a verse privado, si es eso lo único que tiene y si uno no deja atrás lo que no tiene.
2.15 «Todo es suposición»[199]. Son claras las palabras dirigidas[200] contra el cómico Mónimo, pero también es clara la utilidad del dicho si uno acepta su substancia hasta la verdad.
2.16 Se humilla a sí misma el alma del hombre sobre todo cuando se transforma en absceso y como tumor[201] del universo en lo que de ella depende. (2) Irritarse con algo de lo que sucede es separación[202] respecto a la naturaleza que rodea las naturalezas de las restantes cosas; (3) en segundo lugar cuando se revuelve contra alguien o se vuelve contraria con intención de perjudicar, tal y como son las almas de los coléricos; (4) en tercer lugar, se humilla cuando se deja vencer por el placer o el sufrimiento; (5) en cuarto lugar, cuando finge y hace o dice algo con disimulo y mentira; (6) en quinto lugar, cuando se le escapa alguna acción suya e impulso sin ningún objetivo, sino que obra al azar, sin perseguir nada, cuando es preciso que incluso las más pequeñas acciones estén referidas a algún fin. El fin de los animales racionales es seguir la razón y ordenamiento de la ciudad y constitución más venerables.
2.17 El tiempo de la vida humana es un punto, su esencia fluye, su percepción es oscura, la composición del cuerpo en su conjunto es corruptible, el alma va y viene, la fortuna es difícil de predecir, la fama no tiene juicio, (2) en una palabra, todo lo del cuerpo es un río[203], lo del alma es sueño y un delirio. La vida es una guerra y un exilio, la fama póstuma es olvido. (3) Entonces, ¿qué es lo que puede escoltarnos? Sólo una cosa, la filosofía. (4) Esto es vigilar que el espíritu divino interior esté sin vejación, sin daño, más fuerte que los placeres y los sufrimientos, que no haga nada al azar ni con mentira o fingimiento, que no tenga necesidad de que otro haga o deje de hacer algo. Y además que acepte lo que ocurre y lo que se le ha asignado como algo que viene de allí de donde él vino. Por encima de todo, aguardar la muerte con el pensamiento favorable de que no es otra cosa sino disgregación de los elementos de los que está compuesto cada ser vivo. (5) Si precisamente para los elementos en sí no hay nada terrible en que cada uno se transforme sin interrupción en otro, ¿por qué uno ve con malos ojos la transformación y disgregación de todos? En efecto, se produce según la naturaleza y nada es malo si es según la naturaleza.