LA EDAD DE ORO: LOS ANTONINOS[1]

LOS reinados de Trajano (98-117), Adriano (117-138), Antonino Pío (138-161) y Marco Aurelio (161-180) quedaron en la tradición romana posterior como una edad dorada, imagen posiblemente transmitida por fuentes contemporáneas filosenatoriales y recogida por Dión Casio, Herodiano y más tarde transmitida por escritores de los siglos IV y V como Aurelio Victor, Eutropio, Festo, San Jerónimo y Sulpicio Severo. Especial mención merece la Historia Augusta, obra incierta en cuanto a su autoría al no saberse si pertenece a un único autor o a varios, posiblemente redactada entre finales del siglo IV y comienzos del V y que contó con fuentes diversas, algunas probablemente del periodo Antonino, añadidos posteriores e invenciones motu proprio.

Características comunes de estos emperadores fueron sus buenas relaciones con el elemento senatorial, tendencia que se impuso con Nerva —de quien Tácito señaló que había combinado el principado y la libertad—, y la lealtad del ejército. Como paradigma del buen gobernante se presentó el gobierno de Trajano, a quien saludó Plinio en su panegírico como optimus princeps. Común a los emperadores antes mencionados es un origen familiar no itálico, procedentes de provincias romanizadas como Hispania o Galia; tal circunstancia no deja de ser un reflejo de la cada vez mayor influencia provincial tanto en el Senado como en el ejército. Aunque el Senado era predominantemente un cuerpo itálico su composición va transformándose progresivamente; si al comienzo del gobierno de Trajano tres cuartas partes de sus miembros eran de origen itálico, a la muerte de Marco Aurelio se redujo a poco más de la mitad.

El gobierno de Adriano tuvo enfrentamientos con el Senado por tomar iniciativas que mermaban la autonomía de esta Cámara, tales como impulsar el Consejo Imperial, órgano formado fundamentalmente por juristas, y repartir cargos de la administración estatal a miembros no senatoriales, es decir del grupo ecuestre, grupo social que junto con la nobleza provincial fue introducido en el Senado. Ello explicaría la existencia de una oposición soterrada que se manifestó tras su muerte, al intentar el Senado anular los actos del emperador o negarle la apoteosis, deificación del emperador. El resto de los Augustos, en cambio, mantuvieron relaciones excelentes con el ordo senatorius.

Trajano instauró una práctica política que pretendía conciliar, al menos en las formas, la autoridad del príncipe con la libertas republicana, concepto considerado por el elemento senatorial como presupuesto básico de la autonomía y del prestigio del Senado, así al menos nos lo ha transmitido Plinio en su panegírico del año 100. Antonino Pío mantuvo relaciones excepcionales con el Senado de Roma; no ajena a esta circunstancia podría ser la tradición senatorial de la familia: su abuelo paterno, T. Aurelio Fulvio, fue dos veces cónsul y luego prefecto de la urbe, su abuelo materno Arrio Antonio también dos veces cónsul y procónsul de Asia, el mismo Antonino era uno de los principales miembros del Senado y había ejercido de consular de Italia y procónsul de Asia. Se dedicó a asociar al Senado en las decisiones importantes; aunque no pasaron de ser meras fórmulas, la realidad es la continua pérdida de influencia de este órgano a lo largo del periodo imperial. Sin embargo, la buena sintonía entre emperador y senatoriales le valió el sobrenombre de Pius y el título de Augusta a su mujer Faustina. Ahora bien, el Consejo Imperial siguió teniendo una mayor influencia en las decisiones político-administrativas, al mismo tiempo que reforzó su función jurídica.

Marco Aurelio, al igual que sus predecesores, mantuvo la misma política de amistad hacia el Senado; en su advenimiento al Imperio se comprometió a no ejecutar a ningún miembro senatorial, aunque fueran opositores políticos. El emperador filósofo siguió practicando pequeñas deferencias con la asamblea senatorial: aumentó sus atribuciones como tribunal de apelación, asistía a las sesiones del Senado, sometía a la decisión del mismo asuntos importantes como el de declarar la guerra o establecer tratados con los pueblos germanos. Concedió subsidios a senatoriales empobrecidos que corrían el riesgo de perder su condición senatorial. En definitiva se puede decir que siguió la línea de su modelo, Antonino Pío. Dicha entente, entre senadores y Antoninos, se vio truncada por Cómodo, hijo de Marco Aurelio, cuyas buenas relaciones iniciales se fueron descomponiendo a lo largo de su reinado, hasta acabar en la conspiración fracasada del 182, que conllevó la represión de un grupo amplio del elemento senatorial.

La tendencia a introducir elementos del grupo ecuestre en la administración del estado, ya iniciada en épocas anteriores, continúa con los Antoninos y es con Marco Aurelio cuando los ecuestres ocupan una mayor relevancia en el desempeño de cargos públicos, teniendo responsabilidades y poder comparables a los senadores y rompiendo de alguna manera el equilibrio entre órdenes; así en el 177 el Consejo Imperial está formado por el mismo número de senadores que de caballeros. Una lenta evolución que se acelera en la primera mitad del siglo III desemboca bajo Galieno, al descartar a los senadores de los principales puestos de responsabilidad a favor de los caballeros. Este orden va a ver incrementado su número al introducirse caballeros provinciales en los principales puestos. Si anteriormente los cargos de oficiales ecuestres eran asumidos tradicionalmente por itálicos, bajo los Julio-Claudios el 40 por 100 de estos oficiales eran de las provincias; con los Flavios y los Antoninos este porcentaje sube al 60 por 100.

No sólo el elemento senatorial y ecuestre vieron cumplidas sus aspiraciones, también las capas populares fueron atendidas por los Antoninos y más concretamente por Trajano; este emperador llevó a cabo una obra social a favor de los grupos sociales más pobres. Entre sus actuaciones concretas destaca el sistema de los alimenta; iniciado tal vez por Nerva, es con Trajano cuando se desarrolla de manera definitiva. Se concebía como un auténtico sistema de asistencia pública que afectaba a un gran número de ciudades itálicas. El sistema presentaba dos niveles diferenciados: uno consistente en una ayuda financiera prestada por el Estado a los propietarios de tierras, otra parte era una asistencia a niños de familias necesitadas; de esta manera el Estado distribuía créditos bajos a los propietarios de tierras, quienes a su vez pagaban unos intereses anuales que repartidos por el Estado revertían en los más indigentes.

En cuanto al sistema militar de los Antoninos hay que señalar en primer lugar el cambio operado en la adscripción de origen de los miembros de la armada, en segundo lugar, la transformación en el sistema defensivo, decisión tomada por Adriano con el fin de lograr una frontera, limes, continua y segura, bien a través de obstáculos naturales o, en su defecto, mediante construcciones defensivas estables; ello propició el surgimiento de destacamentos permanentes formados por provinciales con ciudadanía romana. El reclutamiento de los cuadros superiores y el de los centuriones evoluciona paralelo a las tropas, tal vez con una tendencia menos acusada; así se nombra oficiales militares a los notables procedentes de las colonias provinciales, principalmente Hispania y Galia; añadiéndose, como señalamos anteriormente, la creciente regionalización de los ejércitos acantonados en las fronteras. El creciente aumento de ejércitos acantonados y su mayor autonomía hacen que la lealtad del ejército sea un elemento de vital importancia para la estabilidad de los emperadores. Aunque la aquiescencia del Senado podía ser importante en los primeros momentos de llegar al augustado, para la permanencia en el poder el emperador debía contar con la seguridad del ejército, de ahí que todos los emperadores se estrenen con donativos abundantes al ejército.

La política exterior de los emperadores Antoninos se movió entre la expansión de Trajano y la política defensiva de Marco Aurelio, predecesora de la situación de acoso que a partir de entonces va a vivir el Imperio en diversos frentes. Trajano fue el único emperador de los dos primeros siglos en retomar una política expansiva fundada sobre la conquista militar, con la adquisición de nuevos territorios que marcan los límites máximos del Imperio Romano. Roma logró expandirse a costa del reino dacio y controlar de este modo las márgenes del Danubio. En Asia se desplegó el dominio por la Arabia Petra, reino de los nabateos, que junto con la Decápolis formó una nueva provincia imperial: Arabia. La expansión hacia el territorio pártico, a pesar de victorias significativas, no pudo consolidarse y más que otra cosa le sirvió a Trajano para que el Senado le concediera el titulo de Parthicus, vencedor de los partos, y los reversos de las monedas proclamaran la subordinación de Armenia y Mesopotamia al Imperio Romano.

La política de Adriano se alejó completamente de la de su antecesor Trajano; comprendió la imposibilidad de continuar las conquistas y la necesidad de contar con un sistema defensivo más seguro que mantuviera lo ya conquistado. Las circunstancias geoestratégicas determinaron un modelo defensivo basado en dos presupuestos: un ejército en gran parte formado y establecido en los límites del Imperio, creando verdaderas ciudades en torno a las fortificaciones; aplicándose una instrucción severísima, entrenándose los soldados como si fueran a combatir inmediatamente. En segundo lugar creó un completo y continuo sistema de limes: junto a las propias fronteras naturales añadió un sistema de fortificaciones mediante líneas continuas a través de Britania, y en el continente en Germania Superior y Retia. Se establecieron empalizadas y torres de vigilancia que si bien no servían para frenar una invasión, al menos sí proporcionaban seguridad frente a incursiones esporádicas de pequeños grupos. Antonino Pío siguió la política de Adriano preservando el mismo sistema defensivo e incluso haciendo nuevas construcciones en Britania, el muro de Antonino, en Dacia y quizá en Mauritania. Igualmente mantuvo, como Adriano, legiones acantonadas en las fronteras, utilizando tácticamente pequeños destacamentos móviles, llamados vexillationes, sistema utilizado ya por su predecesor. Este período gozó de cierta tranquilidad, a pesar de enfrentamientos en las fronteras o rebeliones dentro del propio territorio romano, la más cruenta de todas en Judea. Es con Marco Aurelio cuando comienzan a manifestarse ciertos síntomas de intranquilidad en las fronteras. Con dicho emperador los problemas exteriores del Imperio se caracterizan por agotadoras guerras: primero en Oriente, contra los partos, y sus últimos años en la frontera del Danubio, para rechazar a pueblos germánicos y sármatas. Hasta tal grado llegaron las dificultades exteriores de Roma que se ha calificado el gobierno del emperador filósofo como el comienzo de la crisis del Imperio Romano. Momento en que se rompe el equilibrio, no sólo por la presión bárbara sino también por los problemas sociales y políticos internos.

VIDA DEL EMPERADOR MARCO AURELIO

Infancia y primeros estudios

Marco Aurelio nace el 26 de abril del año 121 d. C. en el seno de una familia que, sin ser célebre en épocas anteriores, cuenta con la confianza del emperador Adriano, como demuestra que el mismo año del nacimiento de Marco Aurelio su abuelo fuera cónsul, su padre prefecto de la ciudad unos dos años más tarde, y su abuelo de nuevo cónsul en el 126, por tercera vez. Los Anio Vero son una familia italiana, asentada en Hispania, en Ucubi, cerca de Córdoba, que hacen su carrera al amparo de Trajano y Adriano. Su madre era Domicia Lucila (la menor), cuya gran riqueza procedía de fábricas de ladrillos que surtían a Roma. Cuentan también con influencias políticas, el bisabuelo materno de Marco Aurelio fue cónsul en el año 55. Una hermana de su madre se casó con el rico y distinguido Tito Aurelio Antonino, el futuro emperador Antonino. Así pues ambas familias entraban en los parámetros de una nueva aristocracia que hizo carrera entre la segunda mitad del siglo I y primer tercio del siglo II, que surte de magistrados de cierto prestigio a Roma y a las provincias.

Los padres de Marco Aurelio, Lucila y su esposo Vero, tienen de su matrimonio dos hijos, Annia Cornificia Faustina y el futuro emperador, quien posiblemente fuera uno o dos años mayor que ella. El padre de Marco Aurelio muere joven, durante su pretura, cuando el hijo contaba con tres o cuatro años.

Marco Anio Vero Catilio Severo, como probablemente sería llamado en los primeros años, fue criado, hasta la muerte de su padre, en una quinta familiar situada en la colina del Celio, donde se asentaban los ricos de Roma. Tras la muerte paterna vive con su abuelo Vero (Meditaciones, 1.17.2), en una mansión situada al lado del templo laterano (Historia Augusta, vita Marci, VII). Es en este lugar donde recibe sus primeras enseñanzas, después de que dejara de estar al cargo de niñeras (Meditaciones, 5.4 y vita Marci, II, 1), posiblemente griegas[2]. Era considerado conveniente que en los primeros años el noble romano se familiarizara con el griego, lo cual sería muy ventajoso en años posteriores, cuando recibe instrucción de un profesor griego para que aprenda a leer y escribir en esta lengua.

La educación de Marco Aurelio

La vita Marci (II, 1) señala que fue un chico serio en su primera infancia, fuit a prima infantia gravis; también a través del libro primero de las Meditaciones conocemos su aprendizaje. El entorno familiar es el primer espacio socializador del niño noble romano, incluidos los sirvientes esclavos, con quienes pasa más tiempo. Marco Aurelio recuerda a su madre por ser ella quien lo introdujo en las prácticas cultuales (1.3); Domicia Lucila transmite al hijo la devoción a los dioses, una virtud esencial en la vida de un romano; como buena matrona le enseña el respeto a los fundamentos sagrados, privados y públicos, que conforman la religiosidad romana. La austeridad también la aprende de su madre, cualidad apreciada por los estoicos pero también por los romanos, por cuanto recordaba la manera ancestral de comportarse de sus antepasados. La madre también debió estimularlo intelectualmente, si hacemos caso del prestigio que, según las fuentes, tenía como conocedora de la cultura helenística. Un ejemplo basta para ilustrar el saber de esta dama romana: en la correspondencia de Frontón a Marco Aurelio, el rétor explícitamente afirma la utilización del griego para dirigirse a su madre, a pesar de considerarlo un atrevimiento dado el menor conocimiento que él tiene de esta lengua[3].

Sus primeros pasos en la enseñanza se desarrollaron en el ámbito privado. En estos años desempeña también un papel importante su bisabuelo materno Catilio Severo, quien es llamado proavus materno[4]. Marco Aurelio agradece a su bisabuelo no haber escatimado gastos para que pudiera aprender en casa (Meditaciones, 1.4); las familias aristocráticas apreciaban este tipo de educación mejor que la enseñanza pública. Quintiliano y Plinio el Joven nos muestran cómo a finales del siglo I y comienzos del II la instrucción particular en la casa era señal de prestigio y era buscada por aquellos que podían costeársela. En estos primeros años el preceptor se dedica fundamentalmente a darle una educación moral y un aprendizaje de buenas costumbres; también se inicia al niño en las primeras letras. Marco Aurelio recuerda a su preceptor, no tanto por un aprendizaje concreto como por proporcionarle unas pautas de comportamiento (1.5) morales, evitar la calumnia, y disciplinarias, ser constante y esforzarse en el trabajo, al igual que le hizo apartarse de las aficiones circenses.

Conocemos a través de la Historia Augusta (v. Marci, II, 2) algunos de los primeros maestros; aunque al preceptor o preceptores les incumbe la misión de velar por la conducta y las actuaciones morales del infante, la formación más específica estaría en manos de personas como el literato Euforión, posiblemente un esclavo o liberto, que le enseñaría los fundamentos del saber literario, unos elementales exempla, primeros pasos en la escritura, así como el conocimiento de algunos autores importantes; entre ellos ocupa un lugar destacado Homero, al cual los estoicos convirtieron en «el más sabio de los poetas»[5]. Además el adolescente debe conocer la comedia y saber entonar y recitar, artes que le pudo proporcionar el cómico Gémino. La música, la geometría, la matemática serían otros de los saberes en los que un joven culto debía ejercitarse; conocemos uno de estos maestros por la Historia Augusta, el músico y geómetra Andrón[6].

Otro nivel de su formación lo ocupó el conocimiento de la gramática y de la oratoria; según la Historia Augusta acudió a diversos maestros y escuelas de gramática y oratoria, tanto griega como latina, y parece que con igual empeño en ambas. De este aprendizaje le quedaron, como maestros y amigos, Herodes Ático, orador griego que había sido cónsul en el año 143, y sobre todo Frontón, al que recuerda en las Meditaciones (1.11) y en la correspondencia entre ambos, de la que se desprende una excelente amistad que sin embargo no impidió, frente al deseo del orador latino, que Marco Aurelio se inclinara desde muy temprano por la filosofía; según la Historia Augusta a los once años asumió el atuendo de los filósofos y su vida rigorista. De esta época, entre la niñez y adolescencia y de su estudio de la gramática, recuerda al griego Alejandro el Gramático[7], célebre personaje que dirigía una escuela en Frigia, a quien Antonino hizo venir a Roma para dar lecciones a su hijo adoptivo, posiblemente hacia el 135. El oficio de gramático consistía en enseñar lo que hoy llamamos propiamente gramática, pero además en época de Marco Aurelio, posiblemente antes, fueron desempeñando tareas que en teoría habían estado en manos de los retóricos, inculcando a los alumnos los primeros pasos de la composición. De ahí que cite a Alejandro el Gramático como la persona que le enseñó los errores más corrientes de escritura: hiatos, aliteraciones, barbarismos; probablemente aprendió con él la exégesis de textos y la crítica literaria. Sin embargo Marco Aurelio aprecia al evocarlo tanto su conocimiento técnico como la comprensión para quienes cometían errores.

Observamos cómo a lo largo del libro primero de las Meditaciones el filósofo recuerda a sus maestros, más que por el conocimiento técnico que le aportaron, por enseñarle un saber relacionado con la cotidianidad, esto es, un conocimiento que pretende formar el carácter, muy en la línea del estoicismo. Nos equivocaríamos, sin embargo, si pensáramos que la enseñanza romana pretendía únicamente una formación centrada en el propio individuo; la finalidad última del aprendizaje entre los nobles consistía en crear «buenos» ciudadanos romanos, cuyos conocimientos y saberes les permitieran reconocerse entre ellos y diferenciarse del resto de la ciudadanía. De todas maneras Marco Aurelio parece, a simple vista, distinguirse de dicho grupo social, agradeciendo a su madre que le impidiera parecerse a los ricos (Meditaciones, 1.3) y al propio Frontón por animarle a alejarse de la afectación de los patricios (Meditaciones, 1.11). En todo caso no dejan de ser reflexiones a posteriori del emperador-filósofo que no anulan el carácter elitista de la educación por él recibida.

Después de instruirse en la gramática, sus estudios irían encaminados al dominio de la oratoria; Marco Aurelio recuerda al excelente rétor Frontón, maestro y gran amigo, quien estaba interesado en atraerlo a su disciplina. Al igual que el resto de los jóvenes instruidos, el joven César debía cursar estudios retóricos, posiblemente a los doce o trece años, en los que aprendería teoría, estudio de los arquetipos y ejercicios de aplicación. Trabajo fatigante y arduo para los aprendices, quienes sistemáticamente debían ejercitarse en el estudio de las cinco partes de que constaba la retórica: la invención, la disposición, la elocuencia, la mnemotecnia y la ejecución. Para lograr un dominio fluido los alumnos practicaban una y otra vez cada una de estas partes y trabajaban con fragmentos de famosos oradores. Por último debían realizar ejercicios de aplicación de diverso carácter que constituían verdaderos discursos[8]. Frontón va conduciendo a Marco Aurelio, tal vez cuando contaba dieciocho años, a través de esta ardua disciplina de manera progresiva y pausada[9]. El orador latino tenía muy presente que estaba enseñando a un futuro emperador y sus recomendaciones también iban en esa línea; en una carta le recuerda «que la elocuencia del César debe ser igual a una tuba»[10]. Al hilo de lo señalado no hay que olvidar que la retórica en Roma se caracteriza por tener un componente ético y filosófico, procurando, a través del conocimiento mimético de grandes escritores y de ejemplos patrióticos, lograr una vida recta en el aprendiz[11]. El recuerdo que Marco Aurelio tiene de Frontón es amable, agradecido a su maestro por enseñarle que el disimulo y la hipocresía están ligados a la tiranía. A pesar de que este concepto no aparece en el epistolario de Frontón, no es descartable que el tema de la tiranía fuera comentado y trabajado por alumno y profesor, ya que dicho tema desempeña un papel importante en los ejercicios de declamación[12]. Así pues la evocación al maestro proviene de haberle recomendado la huida de tentaciones absolutistas propias de malos emperadores como Domiciano, paradigma de tirano. Escaso agradecimiento a Frontón, quien durante décadas fue su instructor y amigo.

A pesar de la enorme amistad que los unía y del interés de Frontón por desear que Marco Aurelio tuviera una mayor dedicación retórica, más apropiada para un emperador (diversas cartas recogen los consejos de Frontón ante las intervenciones que Marco Aurelio, como César o Emperador, realizaba ante el Senado), la fuerte vocación filosófica de Marco Aurelio lo alejó del arte retórico para profundizar en la filosofía. La influencia que ejerció Rústico sobre su alumno debió de ser una cruel decepción para Frontón, que poco a poco debe admitir que aquél terminará abrazando la filosofía[13]. La predilección del joven César por la filosofía iba contracorriente dado que a partir de Adriano la pasión por la declamación fue creciendo entre los jóvenes nobles, que fácilmente abrazan nuevos modos de expresión procedentes de Grecia. Los líderes de este movimiento literario no eran otros que el propio Frontón y Apuleyo de Madaura[14].

Antes que Rústico lo ayudara a profundizar en la filosofía, concretamente en el estoicismo, fue Diogneto, maestro de diversas disciplinas, quien debió introducirlo en el saber filosófico (Meditaciones, 1.6). Posiblemente lo adiestró también en dibujo, según cuenta la Historia Augusta, y lo entrenó en diversas actividades deportivas. La imagen que la Historia Augusta nos proporciona del tiempo en que Diogneto fue su preceptor es la de un adolescente con gustos y aficiones propias de cualquier joven romano: amante de los deportes, ejercitándose en la lucha, aficionado a las carreras de caballos o la caza[15]. Marco Aurelio a pesar de su gravedad y de su dedicación a los estudios debía ser un adolescente similar al resto, a veces con una conducta propia de un mozalbete; en una carta a Frontón nos muestra a un jovenzuelo más preocupado por divertirse a costa de un pastor a quien espanta las ovejas[16]. La evocación aparecida en las Meditaciones sobre su maestro Diogneto es complementaria con la fuente tardía; en una edad de juegos el maestro lo va iniciando en actividades lúdicas menos infantiles, más apropiadas para un futuro emperador. Observamos en Diogneto un gran pedagogo, no le sustrae de las actividades corporales y otros entretenimientos propios de la edad temprana, pero encauza esta necesidad a través de ejercicios corporales que serán útiles en las actividades militares. También le enseñó a distinguir las supercherías y a los charlatanes, muy propios de una cultura oral como aquélla, y al mismo tiempo procuró que se adaptara a una vida sobria similar a la tradicional formación espartana (Meditaciones, 1.6). Es, sin embargo, con Rústico con quien Marco Aurelio se introduce de lleno en la filosofía, concretamente en la filosofía estoica. Rústico comienza a ejercer su influencia hacia el 146, cuando Marco Aurelio tiene alrededor de veinticuatro o veinticinco años y ya ha conseguido una formación gramática y retórica previa, conocimiento de textos de los más importantes autores clásicos, un cierto razonamiento lógico y filosófico.

Conviene señalar que la tendencia filosófica predominante en el mundo romano era el estoicismo, que Panecio y Posidonio habían logrado conciliar con el temperamento romano; menor repercusión tuvieron otros movimientos filosóficos como los cínicos, a pesar de tener influencia en la moral estoica, o el epicureísmo —éste con desigual fortuna—. El escepticismo en este momento está en franca regresión y va a ver limitado el numero de partidarios. El neoplatonismo, por su parte —nos referimos fundamentalmente al platonismo medio del siglo II d. C.—, sirvió como soporte ideológico-religioso a corrientes como la estoica y epicúrea, también a los cristianos, que introducen elementos platónicos en la espiritualidad del momento, profundizando teóricamente en el paso de una realidad material hacia un mundo inmanente[17]. Podemos apreciar que Marco Aurelio escoge la corriente filosófica más difundida y la más apreciada en determinados círculos de la nobleza romana. Grupos con cierta influencia política, que aunque organizados de manera un tanto inconexa, fueron firmes en sus principios frente a Domiciano.

Hemos señalado más arriba el peso de Rústico en Marco Aurelio, que lo alejó de las disciplinas que lo apartaban de la práctica filosófica. Recuerda el emperador de su maestro la sencillez y sobriedad tanto en la vida como en el saber, rigor en la lectura y olvido de prácticas sofisticas y retóricas, en definitiva procurar armonizar fondo y forma en su persona, que los signos externos, incluso la escritura, fueran el reflejo de la propia personalidad (Meditaciones, 1.7). Rústico lo introduce en la Estoa prestándole escritos del filósofo estoico Epicteto; podemos señalar este acontecimiento como la línea que marca un antes y un después en la educación de Marco Aurelio. Si con Diogneto se acercó a un conocimiento filosófico elemental, con Rústico profundizó en el estoicismo, hasta el punto de dejar de interesarse por la retórica y las artes poéticas, cuyo representante cercano era su amigo y maestro Frontón. Es en este momento cuando Marco Aurelio, de veinticinco años, revela en una carta al amigo su entusiasmo por la filosofía[18].

No fueron éstos los únicos maestros con los que contó Marco Aurelio; Antonino Pío había escogido para sus dos hijos adoptivos, Marco y Lucio Vero, a Apolonio y Sexto[19], ambos profesores de filosofía. La fama de Apolonio le condujo a Roma a enseñar a Marco Aurelio en su propia casa; la fecha sería en tomo al 146-150. Los recuerdos sobre Apolonio en las Meditaciones son de dos tipos: unos hacen referencia al aprendizaje de hábitos y maneras de enfrentarse ante los hechos, intelectivos o humanos, otros elogian la conducta del maestro. En este punto una fuente como la Historia Augusta no dedica muchos elogios al personaje, que aparece más interesado en conseguir unos beneficios económicos a costa de un trabajo cómodo[20]. Sexto de Queronea, filósofo estoico, sobrino de Plutarco, ejerce su labor incluso cuando Marco Aurelio ya ha sido elevado al imperio. Marco Aurelio le tenía en gran estima y departía frecuentemente con él en su casa. El recuerdo que tiene de Sexto es una enumeración de virtudes (Meditaciones, 1.9): enseñar tolerancia con los ignorantes, la benevolencia, alabar sin adular, etc. Recuerda también las enseñanzas estoicas de Sexto: el principio de vivir conforme a la naturaleza y ciertos conocimientos metodológicos, «un método para descubrir y ordenar las convicciones necesarias para la vida» (Meditaciones, 1.9.8).

Otros filósofos estoicos formaron el círculo de amigos e instructores de Marco Aurelio: Catulo, a quien la Historia Augusta llama «el estoico», Atenódoto, tutor a su vez de Frontón, Claudio Máximo, maestro de Marco Aurelio, que ocupó cargos políticos bajo el mandato del emperador, entre ellos el consulado en el 142. Las Meditaciones referencian otros personajes de pensamiento estoico y platónico que son conocidos a través de Claudio Severo, aunque éste, a quien Marco Aurelio llama hermano, está más cerca de los peripatéticos que de la Estoa. La Historia Augusta[21] precisa que Marco Aurelio escuchó a Claudio Severo por su interés por aprender de la escuela aristotélica. La enseñanza que recuerda Marco Aurelio de él tiene un doble componente: el amor a los familiares —recordamos que Severo emparenta con la familia imperial al desposar a su hijo con Fadila, segunda hija de Marco Aurelio—, y el adoctrinamiento político contra la tiranía ejemplarizado en filósofos tales como Traseas, Helvidio, Catón, Dión y Bruto (Meditaciones, 1.14.2), que desempeñaron la punta de lanza de la resistencia nobiliar contra el poder absolutista de los emperadores y le enseñaron a respetar «la libertad de los súbditos»[22].

La mayoría de los maestros que tuvieron relación con Marco Aurelio, como se ha podido apreciar, están dentro de la corriente estoica, bien como destacados pensadores o bien como personas que hicieron suya esta filosofía como forma de vida, ya que a partir de Séneca el estoicismo se convierte fundamentalmente en una doctrina moral de carácter práctico, influyendo poderosamente en la educación moral de sus iniciados[23]. Cuando Marco Aurelio en el 161 se hace cargo del Imperio con treinta y nueve años, no sólo está sólidamente formado en el saber clásico sino que su vocación filosófica, que desde los veinticinco años es manifiesta, está afianzada. A primera vista puede parecer que existe un desgarramiento entre el filósofo y el hombre público y futuro emperador, pero tal vez convendría enmarcar el personaje en una corriente cultural más allá del propio estoicismo; esta corriente no es otra que la segunda sofística, caracterizada no sólo por revitalizar lo filohelénico, sino por la combinación, a partir de Trajano, de literatura y política. Marco Aurelio fuertemente helenizado intenta combinar ambos elementos: ser representante del pensamiento filoheleno, participando con fervor en la literatura de la época —incluso con poses parecidas a los sofistas que nos describe Filóstrato en su obra Vidas de los sofistas— y ejerciendo el patronazgo desde su más alta posición política[24].

Un filósofo gobernante del mundo

Desde su primera infancia Marco Aurelio parece destinado a ocupar puestos relevantes en el Imperio; muy temprano comienza a integrarse en lo más alto de la vida ciudadana: a los seis años ingresa en los equites, nominado por el mismo Adriano, permitiéndole llevar como señal de prestigio un anillo de oro y el angusticlavo[25]; no se puede pensar que tal medida comportara un acontecimiento único y excepcional, pero sí debía ser poco frecuente para ser destacado en la Historia Augusta[26]. A los siete años, momento en que podemos pensar que comienza su educación, se le concede entrar en el colegio de los salios y ser un salius palatinus[27], cargo de un indudable prestigio en Roma por estar esta antigua institución asociada al dios de la guerra Marte. Como miembro del colegio sacerdotal durante las ceremonias portaba una túnica roja, una faja y una coraza de bronce, llevando sobre la cabeza un casco de forma redondeada, símbolos del ardor guerrero, tal vez predestinación de los largos y duros combates que ha de sostener a lo largo de su imperio. Participaba en los banquetes ceremoniales que realiza el colegio en el templo de Marte. Un suceso fortuito hizo presagiar un futuro imperial para el joven Marco: sucedió que un día la corona que él llevaba quedó suspendida sobre la cabeza encasquetada de Marte, acontecimiento que no pasó desapercibido a sus hermanos salios que intuyeron encontrarse ante un futuro emperador[28].

A los quince años recibe la toga virilis, que significa su mayoría de edad y su entrada plena en la vida pública de la ciudad; era el año 136 y el emperador Adriano le hace prometerse con la hija de Elio César, sucesor al trono. La significación de esta decisión prueba las intenciones del emperador Adriano, preocupado por establecer una línea sucesoria en la que estuviese el joven Vero, a quien el emperador Adriano, jugando con su nombre e impresionado por su seriedad y sencillez, llamaba Verissimus[29]. La muerte súbita de Elio César en el 138, y el empeoramiento de la salud de Adriano, obligan a éste a escoger un nuevo sucesor en la persona del consular Antonino, persona de amplios conocimientos jurídicos y miembro del consejo imperial.

El año 138 es crucial para la carrera imperial de Marco; la adopción de Antonino, de sobrenombre el Piadoso, por Adriano el 25 de febrero de ese año, la posterior adopción formal de Antonino sobre su sobrino, Marco, y Lucio Vero, hijo del malogrado Elio César, convierten en un sucesor del Imperio al aprendiz de filósofo. La adopción conllevó el traslado al domicilio particular de Adriano, episodio que no le satisfizo mucho según parece ya que comentó los males que el poder imperial conllevaba. En este momento comienza a llamarse Aurelio en vez de Anio por ser adoptado por la familia de Antonino, cuyo nombre era Aurelio. La muerte de Adriano, el 10 de julio de este año, acelera la carrera pública de Marco Aurelio. Como primera medida, y al encontrarse en Roma, recibe la instrucción de preparar las ceremonias fúnebres, entre ellas espectáculos gladiatorios, símbolo fúnebre ancestral, y la divinización del monarca difunto. La habitual apoteosis va a contar con la negativa del elemento senatorial, que ha visto cómo Adriano ha disminuido su prestigio y ha reprimido a elementos destacados del propio grupo, como Serviano y Fulvio. La llegada de Antonino y su empeño por conseguirle a su antecesor los máximos honores parece ser la razón de otorgarle el título de Piadoso, término que expresa no tanto la piedad religiosa como la devoción filial.

Antonino, que tenía cincuenta y un años al tomar el Imperio, acepta los designios sucesorios de Adriano, pero mostrando predilección por Marco Aurelio. Su efigie aparece en las monedas con la leyenda Aurelius Caes(ar) Aug(usti) Pii f(ilius), co(n)s(ul) des(ignatus); a partir del año 139 los acontecimientos se suceden de manera continua, tal y como nos muestra la Historia Augusta[30]. Marco Aurelio se emparenta directamente con Antonino prometiéndose a su hija Ania Galeria Faustina y anulando los anteriores desposorios; es cuestor con diecisiete años, sirve como sevir turmarum equitum romanorum[31], título honorífico consistente en desfilar en una parada militar que se celebraba el 15 de julio como jefe de uno de los seis destacamentos ecuestres. Se convierte en princeps iuventutis[32], toma el nombre de César, es cooptado para los principales sacerdocios, Pontifices, Augures, Fratres aruales y otros colegios sacerdotales. Antonino le requiere ahora que se mude al palacio de Tiberio y comienza a formar parte del mundo áulico, el aulicum fastigium[33], del que se queja en numerosas ocasiones (Meditaciones, 5.16, 8.9). Al año siguiente, con dieciocho años, será nombrado cónsul por primera vez. Este periodo es aprovechado por Marco para desarrollar una actividad política junto a su padre adoptivo, pero encuentra tiempo para dedicarse al estudio; de esta época sería su relación con Frontón.

La relación estrecha y afectiva entre Antonino y Marco Aurelio se fragua en este momento, el padre adoptivo comienza a tener en gran consideración al hijo y escuchar sus opiniones[34]. La conducta de Antonino y su forma de ser dejaron en él una fuerte impronta: reflejo de ello es el capítulo 16 del libro I de las Meditaciones, el más extenso, donde agradece a su «padre adoptivo» haberle enseñado con el ejemplo una serie de cualidades. Llama la atención que la mayoría de las virtudes reseñadas por Marco Aurelio en dicho capítulo también aparecen en la Historia Augusta (vita Pii). De su talante privado se resalta lo moderado de sus costumbres, el aprecio por el saber, la piedad y la clemencia, la justicia; tal vez en las Meditaciones se haga hincapié en ciertas conductas más propias del estoicismo, mientras que la Historia Augusta se detiene más en describir las facultades públicas de un buen gobernante, como es el respeto al senado (VI, 5), la prosperidad del Imperio (VII, 3), o la utilización de su propia riqueza para remediar la escasez de alimentos (VIII, 11) en la línea de un monarca evergeta[35]. De igual manera las Meditaciones nos descubren a un emperador preocupado por la contención del gasto público, velando constantemente por las necesidades del Imperio, manteniendo las tradiciones ancestrales, la tolerancia ante la crítica…

En el 145 se formaliza la promesa de casamiento que habían establecido Marco Aurelio y Antonino y se casa con Faustina, apenas núbil, que tendría unos catorce o quince años; en ese momento él contaba con unos veinticuatro. El emperador procuró que las nupcias fueran celebradas por todo el mundo: una moneda recuerda el matrimonio, y se entregó un donativo extraordinario al pueblo y a los soldados[36]. No podemos saber con certeza si la relación entre Marco Aurelio y Faustina fue como aparece en la Historia Augusta y en la obra de Dión Casio; en estas dos fuentes la emperatriz se muestra frívola y poco deseosa de estar con su marido, incluso se le acusa de ser partícipe de la conjura de Avidio Casio. Sin embargo, en las Meditaciones, Marco Aurelio tiene palabras de agradecimiento hacia Faustina (1.17) por su abnegación y cariño a él y a sus hijos. Los rumores de una conducta reprobable de la esposa no casan bien con el reconocimiento legítimo de todos los hijos tenidos en el matrimonio, siete u ocho antes de la proclamación, y otra media docena más después. Tras su muerte Faustina recibió los honores habituales de las emperatrices difuntas: apoteosis, estatuas y ofrendas. Se estableció también una nueva institución alimentaria, las puellae novae Faustinae[37].

El mismo año del desposorio, el emperador Antonino le concede por segundo vez el consulado y posteriormente el poder tribunicio, que en el imaginario romano siempre fue concebido como un cargo para defender y garantizar los derechos del pueblo, aunque lejos quedaba ya el poder efectivo de los tribunos populares. Marco Aurelio desde el 145 en adelante se estaba situando como corregente, actuando en el senado y ejerciendo como sucesor de Antonino. Mientras tanto, extenuado, trabajaba en el estudio de las más variadas materias, incluso asistió a las clases de anatomía de Galeno y, por supuesto, de filosofía, ya que se consideraba más un filósofo que un príncipe. Iba recibiendo honores y cargos, algunos de ellos como el poder proconsular, que le permitían actuar fuera de la ciudad de Roma; paradójicamente jamás recibió mandos militares en ejercicio ni gobernó ninguna provincia[38]. No se sabe tampoco que visitase guarniciones fronterizas, ni viese más soldados que los de la guardia pretoriana; sus gustos se inclinaban más y más por la filosofía estoica, inclinándose por el pensamiento moral; hacia el 148 aparece en las monedas con la barba, signo del filósofo.

Mientras el joven César se formaba en Roma, en las fronteras del Imperio comenzaron a fraguarse amenazas en Mauritania, Britania y los confines orientales. Tampoco en el interior las ciudades se recibe, en un grado similar a periodos anteriores, la actitud benefactora de los evergetas locales, señal de un principio de dificultades en el sistema financiero de las mismas. La actitud de Antonino de intervenir en los asuntos locales, como es el caso de fijar los emolumentos de profesores y médicos y establecer el número de curatores[39], es un síntoma de los cambios aún imperceptibles pero continuos que se están operando en el Imperio.

En el 161 la muerte de Antonino deja el Imperio bajo Marco Aurelio, que a partir de este momento toma el sobrenombre de Antonino, convirtiéndose en Imperator Caesar Marcus Aurelius Antoninus Augustus, y logra que el Senado acepte la asociación con su hermano adoptivo (Cómodo) Lucio Vero, tal y como estableció Adriano. Es bastante difícil de explicar de manera precisa por qué Lucio Ceyonio Cómodo recibió el cognomen de Vero, y fue llamado Imperator Caesar Lucius Aurelius Verus Augustus; en cualquier caso la sucesión imperial quedó repartida entre ambos «hermanos», cuyo carácter, en esto coinciden las fuentes, era totalmente opuesto. Aunque ambos gustaban de los ejercicios físicos, Marco era frugal en su vida y su tiempo libre lo dedicaba al estudio, mientras que Lucio Vero se deleitaba más con de los placeres de la vida; tal vez esto y la diferencia de edad, ocho años mayor Marco Aurelio, decidieron que Antonino se inclinara por éste.

Las Meditaciones no nos ilustran sobre los acontecimientos acaecidos durante su época de emperador, únicamente breves pinceladas dispersas sobre sus gustos y sus anhelos; en definitiva son soliloquios de un emperador preocupado por construirse una «ciudadela interior» (8.48.3)[40] que corrió mejor fortuna que su Imperio. No tuvo Marco Aurelio suerte en su reinado, desde el comienzo se concatenaron los problemas y a los disturbios fronterizos se añadieron en el interior del Imperio pestes y catástrofes naturales, como el desbordamiento del Tíber, seguido de hambrunas[41].

Si bien se registraron intervenciones punitivas en Bretaña, al norte del muro defensivo hecho construir por Antonino, contra las tribus de las tierras altas escocesas y sublevaciones en Germania superior y Retia, señales de alarma de posteriores conflictos, fue sin embargo la guerra contra los partos la primera gran prueba de fuego que debió pasar Marco Aurelio, apenas terminado el año 161. El cambio de gobernantes en Roma debió acelerar la postura bélica de Vologeso III, que impone al estado vasallo de Armenia un príncipe de la familia real arsácida, Pacoro, contrario obviamente a Roma. La defensa de Armenia era responsabilidad del gobernador de Capadocia, que disponía de dos legiones: la XII Fulminata y la XV Apollinaris. Parece ser que el legado M. Sedacio Severiano acudió con fuerzas bastante escasas, posiblemente influenciado por las profecías de un oráculo llamado Alejandro de Abonoteico, siendo vencido estrepitosamente por el general parto Cosroes en Elegia al otro lado de la frontera. La situación empeoró cuando otro cuerpo de ejército parto se dirige hacia Siria y vence a un considerable ejército romano, la III Gallica, la IV Scythica y la XVI Flavia, seis alas de caballería y veintidós cohortes de tropas auxiliares al mando del gobernador L. Atidio Severiano; el resultado es que Siria pasa a manos persas y cunde el pánico en Roma, que da por perdido Oriente.

Marco Aurelio toma una decisión rápida: detraer tropas de la frontera germano-danubiana y mandarlas a Oriente bajo el mando de M. Estacio Prisco, mientras que en la zona oriental Avidio Casio recompone las tropas trayendo más efectivos de diversos lugares cercanos al teatro de operaciones. Para asegurar una pronta recuperación de los territorios ocupados el emperador decidió que su colega Lucio Vero acudiera a Siria; conociendo los gustos de su «hermano adoptivo» es probable que la decisión tuviera un carácter propagandístico de cara tanto a sus propias tropas como hacia el enemigo, tanto más si observamos el poco apego combativo de Lucio Vero, quien pasó la campaña en Antioquía disfrutando de los placeres de la ciudad[42].

En torno al 165 Avidio Casio obtuvo una serie de victorias que condujeron a la paz y el triunfo fue festejado en Roma en agosto del 166; Lucio Vero recibió el título de Pártico y Marco Aurelio Imperator, esto es vencedor, por tercera vez[43]. La guerra pártica trajo consigo un gran desastre, la peste que se transmitió a Roma y a todo el Imperio. El hecho más curioso de la victoria sobre los partos es el contacto con China a través de la ruta marítima del Golfo Pérsico; así lo anuncian crónicas chinas que recogen la embajada romana y los regalos enviados por el emperador An-tum (Marco Aurelio). La ruta por larga e insegura no resulto válida para el comercio; para nosotros lo destacable de esta misión es lo insólito de la misma, una anécdota excepcional de las relaciones de Roma con pueblos lejanos, en este caso China[44]. Por estas fechas se nombraron Césares a los hijos de Marco Aurelio: Cómodo y Anio Vero, según parece a petición de su «hermano» Vero[45], que demuestra un interés en asegurar la sucesión.

La paz con Persia se hizo urgente porque otro problema mayor obligaba a concentrar el esfuerzo romano; éste era el empuje de pueblos germanos asentados en las orillas del Danubio. Desde el 166 hasta la muerte de Marco Aurelio, en el 180, las guerras son continuas, si exceptuamos tres años de efímera tregua (175-178). Es durante su estancia en el frente de batalla, posiblemente durante los últimos diez años, donde escribe sus Meditaciones, a orillas del Danubio «entre los cuados»; así termina el libro primero. Mientras la frontera del Rin apenas conoció enfrentamientos en este momento, todo lo contrario sucedió con el limes danubiano, de ahí que los ejércitos más fuertes se asentaran en esta zona. Probablemente la causa inmediata de las incursiones haya que ponerla en relación con los ejércitos alejados de este lugar para ir a la campaña persa, aunque la causa principal sería la presión que ejercen unos pueblos sobre otros. La llegada de los godos a la región de la desembocadura del Vístula en tomo al siglo I d. C. se manifiesta el siglo siguiente, en la época de las guerras de los marcomanos, cuando surgen coaliciones de tribus, como la de los cuados, marcomanos, sármatas y sus aliados lombardos y hermunduros; por las mismas fechas godos y vándalos aparecen como dos pueblos importantes que ponen en peligro constante el sistema defensivo romano[46]. Hay que añadir que dentro de los pueblos asentados en las fronteras su desigual desarrollo social llevó a la aparición de latrones, bandidos, salteadores o tribus montañesas no reducidas; así en el 175 o el 176 se registra que ejércitos regulares romanos luchan en Macedonia y Tracia contra bandas organizadas de salteadores; estos grupos a veces fueron utilizados como mercenarios por la misma Roma, el mismo Marco Aurelio se sirvió en su guerra contra los marcomanos de bandidos de Dalmacia y Dardania[47].

Las guerras danubianas no son excesivamente conocidas. Los relieves de la columna Aureliana, realizada en época de Cómodo, muestran escenas de las guerras danubianas; aunque proporcionan el mejor comentario general sobre la guerra, poco se puede interpretar que no sea un análisis de iconografía propagandística[48]. A grandes rasgos se puede deducir que hacia la primavera del 167 la entrada de marcomanos a través de la frontera nórica y el sitio de Aquilea, puerto relevante en el tráfico humano y comercial de las zonas danubianas con Italia y con el Este del Imperio, provocaron una gran alarma en Roma, hasta el punto de verse obligado Marco Aurelio a rescatar antiguas tradiciones de purificación[49].

Los años 169 y 170 son uno de los peores periodos del gobierno de Marco Aurelio; a la muerte de su colega y «hermano» Lucio Vero por la peste, que diezmaba igualmente el ejército, se añadió una más fuerte ofensiva de los marcomanos y cuados que, aprovechando la estancia de Marco Aurelio en Roma para llevar a cabo los funerales de Vero, emprenden la marcha hacia Aquilea. La ofensiva germana se vio favorecida por la sublevación de otros pueblos en el Rin e incluso llegaron incursiones a la Galia y hubo sublevaciones de secuanos y belgas, pueblos romanizados desde hacía tiempo. El emperador tuvo que recurrir a dos medidas extremas, reclutar todo tipo de gente, incluidos esclavos y bandoleros, y realizar empréstitos forzosos con las ciudades al mismo tiempo que vendía sus propios objetos de valor[50].

Entre los años 171 y 175 las ofensivas de Marco Aurelio y sus legados imperiales tuvieron un desigual éxito. Las primeras victorias conseguidas no eran de modo alguno decisivas, es más, diversos pueblos actuaron sincronizados con la gran ofensiva marcomano-cuada; así algunas bandas alcanzaron Macedonia y llegaron hasta Grecia. Entre el 173 y 175 se produce la contraofensiva definitiva de varios ejércitos imperiales desde diversos flancos que hace retroceder a los marcomanos y posteriormente en el 175 a los yázigos. A pesar de los tributos que debieron pagar los bárbaros en hombres, en soldados y en botín, amplias comarcas romanas como Dacia y Panonia inferior quedaron devastadas por la guerra y por la peste. Miles de jinetes germanos fueron obligados a trasladarse a Britania, zona que soportaba desde hacía tiempo incursiones de los pueblos del norte de la isla; las defensas realizadas por los emperadores Antoninos que lo precedieron y por el mismo Marco Aurelio no resultaban suficientes y se debían aumentar los contingentes militares. Se impuso también que los pueblos enemigos asentaran poblaciones en el propio Imperio como dediticios[51], en Italia y en las provincias danubianas. Por estos años, 172-173, en otros lugares del Imperio tienen lugar incursiones como sucedió en Hispania con la entrada de mauri procedentes del norte de África que saquearon la Bética[52].

Como si los problemas externos no provocaran suficientes dificultades para el Estado romano, hubo de añadirse además la usurpación en la parte oriental de Avidio Casio, suceso bastante extraño si se tiene en cuenta que el propio usurpador proclamó la muerte y apoteosis del emperador[53]. La Historia Augusta cuenta que la emperatriz Faustina estaba al corriente de la decisión de Avidio Casio, pero probablemente su actuación iba encaminada a intentar salvar la línea sucesoria ante las noticias de muerte de Marco Aurelio; de esta manera opinan la mayoría de los estudiosos[54]. La sublevación quedó rápidamente atajada al darle muerte sus propios soldados y presentar la cabeza del mismo ante Marco Aurelio, que se había trasladado hacia el lugar de la sublevación. La respuesta de Marco Aurelio, tal y como recogen las fuentes[55], fue de magnanimidad con el propio «tirano», con los hijos de éste y con la ciudad de Antioquía, que se había sumado a la sublevación. Su actitud hay que enmarcarla en su concepción estoica de la vida más que en características psicológicas; el libro IX de las Meditaciones contiene algunos párrafos que pueden dar una visión los acontecimientos (9.9, 9.6, 9.7), en ellos prima el análisis frío de los sucesos, intentando extraer el máximo provecho personal a los mismos[56].

Los últimos años de Marco Aurelio no fueron tampoco tranquilos; los marcomanos y cuados volvieron a levantarse contra Roma, las condiciones impuestas por Roma eran poco cumplidas por estos pueblos; ello nos está indicando, probablemente, una dificultad de poder adaptarse a las obligaciones aplicadas por la derrota. Las guerras comienzan en el 177 y terminan con la muerte de Marco Aurelio en el 180 y la llegada de su hijo Cómodo; según la Historia Augusta declaró una paz vergonzosa para acudir cuanto antes a Roma. Lo más probable sería que Cómodo decidiera acabar rápidamente con el conflicto, toda vez que las arcas públicas estaban exhaustas. Tal vez Cómodo contradijo la decisión de su padre, quien en el lecho de muerte le pidió que continuase la guerra[57], pero el hecho de que Marco Aurelio pidiera al Senado disponer plenamente del aerarium muestra que el emperador quería embarcarse en una guerra a largo plazo, incorporar a estos pueblos y sus tierras al Imperio o, lo más probable, que se intentaran soluciones intermedias como introducirlos y utilizarlos, no en masa sino de manera selectiva, en el Imperio o en el ejército. Las fuentes mismas no se ponen de acuerdo: mientras la Historia Augusta habla de una intención claramente expuesta al principio de su reinado, Dión Casio comenta por el contrario, que la decisión se fraguó poco antes de su muerte[58].

Queremos exponer por último, aunque sea brevemente, la causa de su beligerancia con los cristianos. El emperador a lo largo de su vida se muestra como un devoto practicante de la religión romana y de su liturgia; consideraba necesario practicarla por sus efectos morales y beneficiosos. Su religiosidad, no contradictoria con su práctica estoica, era de una observancia estricta con la costumbre de ritos y devociones, incluido el culto imperial; la apoteosis realizada con Antonino, su esposa Faustina y Lucio Vero muestra las coordenadas cívico-religiosas en las que se movía. La religión romana por naturaleza sincretista e integradora era considerada por él un elemento básico para la sustentación del propio Imperio. En este marco ideológico-religioso no es de extrañar la contundencia con la que fueron castigados los cristianos de Lyon, Lugdunum, posiblemente en el 177. Marco Aurelio fue consultado por el legado de la Lugdunense sobre qué actitud tomar con ciudadanos romanos cristianos, a lo que el emperador respondió que debían ser ejecutados lo mismo que los no ciudadanos. Parece ser que al final de su reinado se produjeron represiones de cristianos en otros lugares del Imperio. Marco Aurelio no podía comprender, como muestra en sus Meditaciones (11.3), la actitud de gente que voluntariamente iba a la muerte, según él no por una disposición personal sino por oposición al Imperio y gusto teatral[59].

El 17 de marzo del año 180 Marco Aurelio muere con cincuenta y ocho años; no se sabe con certeza la causa de su muerte, tal vez fuera la peste o una enfermedad larga, pudiera ser un cáncer de estómago[60]. Su muerte se produjo en Viena, Vindobon, aunque Tertuliano señala, de manera poco fiable, que fue en Sirmio y no en Viena[61]. Le sucede su hijo Cómodo, que cuatro años antes, 176, era nombrado corregente con los mismos títulos que su padre, aunque de hecho fuera segundo en el mando del Estado romano; sin embargo el hecho de ser ya Augusto e Imperator evitó que fuera necesaria la ceremonia de coronación, simplemente sucedió a su padre.

MARCO AURELIO, «EL ESTOICO»

El estoicismo[62]. Apuntes históricos: principales personajes

El año 323 a. C. moría Alejandro Magno y un año después su maestro Aristóteles, dos figuras que resumen el fin de la época clásica y el comienzo del periodo helenístico: Aristóteles fue el último teórico de una cultura hecha por y para la ciudad-estado, a él se debe la formulación más elaborada de lo que era la ciudad griega, lugar de convivencia, autosuficiente económicamente y políticamente autónoma. Este sistema socio-político que había funcionado durante cinco siglos pierde su autonomía, aunque pueda resultar paradójico, a manos de su discípulo Alejandro; él con sus conquistas acabó con la independencia de las ciudades griegas. En este nuevo horizonte el saber clásico se ve sustituido por otro que poco tiene que ver con el pensamiento aristotélico, por más que emplee ciertos argumentos o teorías del mismo. De las tres escuelas filosóficas helenísticas, epicureísmo, escepticismo y estoicismo, es sin duda esta última la más influyente y la de mayor número de seguidores. Su éxito puede interpretarse como un saber adaptarse a los cambios socio-políticos que se habían producido; así frente a la ley, que representa la ciudad clásica, se impone la naturaleza y se intentará conocer al hombre a través de su relación con ella. La libertad consistirá en saber adaptarse a la propia naturaleza, independizarse de su contingencia externa y buscar la tranquilidad de espíritu y la felicidad. En los albores del siglo III a. C., Zenón (335-263 a. C.), su fundador, procedente de Citio (Chipre)[63], filosofó en el Pórtico Pintado del Ágora, llamado Stoa —de ahí su nombre—. Su pensamiento fue desabollándose y se adaptó con éxito a otras épocas y lugares diversos como la propia Roma, cuya introducción plena se origina en la segunda mitad del siglo II a. C. y en época imperial adquiere su cénit, representado nada menos que por un emperador, Marco Aurelio.

El estoicismo, a través de escritores latinos como Cicerón, Séneca y Marco Aurelio, se propagó incluso en esferas cristianas a pesar del paganismo de esta filosofía; sin embargo ciertos principios morales estoicos eran fáciles de asumir por el cristianismo, aquellos principios relacionados con el deber, la serenidad ante los acontecimientos externos y cierta moralidad basada en un humanitarismo difuso. Tradicionalmente se han señalado tres etapas en la historia de esta escuela: un primer momento fundacional, Estoicismo Antiguo, representada por Zenón (335-263 a. C.), Cleantes (331-232 a. C.) y Crisipo (281/277-208/204 a. C.); la influencia cínica se dejó sentir desde el principio ya que su creador, Zenón, fue discípulo de varios filósofos cínicos, principalmente de Crates[64] y Estilipón. Influyeron también moralistas como Jenócrates, Polemón, quien acuñó la máxima de «vivir de acuerdo con la naturaleza», y Diodoro de Megara, moralista de influencia socrática; de esta manera el estoicismo comenzó a teñirse de un sentimiento ético desde el principio. Cleantes, también asiático como su maestro Zenón, fue su sucesor; su espíritu religioso y teológico es distintivo de él, ejemplo de ello es su Himno a Zeus; no parece que fuera una persona especialmente dotada para el desarrollo filosófico del estoicismo. Es gracias a su discípulo Crisipo[65], nacido en Cilicia —Asia Menor—, como se sistematiza la obra de Zenón, dándole un sentido teórico coherente, una solidez filosófica; en definitiva representa para los estoicos posteriores el canon general de la ortodoxia[66].

Entre finales del siglo III a. C. y comienzo del siglo I a.C. se produce una renovación de la Estoa; es el periodo del Estoicismo Medio, cuyo máximo logro fue introducirse en la cultura latina con indudable pujanza. Los principales representantes de esta corriente son Diógenes de Babilonia (240-152), sucesor de Crisipo, que tuvo que hacer frente a la crítica del «académico escéptico» Carneades (214/213-129/128 a. C.; igual que Antipáter de Tarsos, contemporáneo del anterior, quien se vio obligado a modificar la teoría ética de su maestro como otros estoicos que fueron, para defenderse de las críticas de Carneades, tendiendo hacia un sistema más práctico y menos idealista[67]. Tres son las figuras que introducen el estoicismo en Roma y hacen que sea una doctrina ampliamente seguida entre la aristocracia romana: Panecio de Rodas (185-110 a. C.), Posidonio (¿135?-51 a. C.) y Cicerón (106-43 a. C.). El primero de ellos procura desarrollar un sistema de reglas de conducta de carácter general que puedan ser seguidas por un número amplio de personas; fue amigo de Escipión el Africano y a través de él se introdujo en los círculos cultos de la ciudad. Posidonio por su parte crea una escuela en Rodas, fue un hombre de saberes diversos: historiador, geógrafo, astrónomo, aunque desconocemos bastante de su vida y obra; parece ser que estableció una división tripartita del alma de carácter platónico, al mismo tiempo que su apego a la ciencia tiene conexiones con el aristotelismo. De todas maneras tanto la primera como la segunda Estoa son conocidas por fragmentos o resúmenes de autores posteriores. No se ha conservado ninguna obra completa de aquéllos si exceptuamos a Cicerón, a quien podemos considerar más un ecléctico: aunque en sus obras De Officiis y De Finibus defiende la moral estoica, en general no aprecia otras partes del estoicismo como la física. Apuntamos que el estoicismo del siglo II d. C., al mismo tiempo que se abre a otras filosofías, va tendiendo progresivamente hacia una doctrina, perdiendo su pensamiento más especulativo[68].

Durante las etapas anteriores el estoicismo estuvo dirigido por personajes del mundo helenístico, griegos y en mayor número del Oriente helenizado; por el contrario la Estoa nueva, desarrollada durante los siglos I y II d. C., es totalmente romana: Séneca (4 a. C.-65 d. C.), Epicteto (50-120 d. C.) y Marco Aurelio (121-180) son sus máximos representantes. De los tres fue el autor nacido en Córdoba, Séneca, el más prolijo; su proximidad con el poder imperial, Nerón, y su prestigio social y económico lo llevaron a estar en el foco de una conjura contra el emperador que provocó su caída y posterior muerte. La obra de Séneca se caracteriza por poner la moral estoica como base de la educación y del comportamiento correcto del romano; su sello propio, lo que denominamos «senequismo», no es otra cosa que intentar que los principios estoicos, más prácticos que teóricos, produzcan beneficio a las personas, logrando a través de unas normas, tal vez menos estrictas que el estoicismo primitivo, adaptarse a los acontecimientos; las Epístolas morales a Lucilio son un buen ejemplo de la finalidad pedagógica de su obra.

La obra de Epicteto fue muy estimada en el siglo posterior y concretamente a Marco Aurelio le debió causar una gran impresión por la relación tan íntima que estableció entre praxis y theoría. De Epicteto se cuenta como anécdota que su amo, un liberto de Nerón, le daba malos tratos; en una de estas ocasiones advierte a su dueño que si sigue apretándole el brazo se lo va a romper y al fracturarse el hueso afirmó: «Ves, ya te lo había dicho». Fue manumitido por su maestro, Musonio Rufo; su estancia en Roma se vio truncada cuando el emperador Domiciano expulsó a los filósofos el año 89 d. C., creando una escuela en Nicópolis, en el Epiro. Sus enseñanzas se hacen célebres y acuden a escucharlo miembros de la aristocracia romana. Sus lecciones son recogidas por un joven discípulo, Arrio, y aparecen sintetizadas en el Enchiridion o Manual, breve síntesis de su obra más densa, las Disertaciones. La enseñanza de Epicteto se mueve en una doble dirección: por un lado vuelve a Crisipo y por otro predica una libertad interior muy próxima a los cínicos. Su filosofía, llena de aforismos y paráfrasis, es más una regla de vida donde prima el alejarse de condicionantes externos que no está en nosotros poder neutralizar. Epicteto es esencialmente un educador, la filosofía no consiste para él en un sistema doctrinal sino en disciplinar la inteligencia con el fin de dominar el carácter[69]. Una filosofía terapéutica en definitiva que casa bien con el espíritu sobrio del joven. Su influencia se dejo sentir profundamente en Marco Aurelio, como reflejan las Meditaciones[70].

Principales temas estoicos

El pensamiento helenístico en sus principales corrientes filosóficas, estoicismo, epicureísmo y escepticismo, es producto, como hemos indicado más arriba, de la crisis de la ciudad antigua, que conlleva la crisis de las instituciones sociales, incluida «la familia y la propia personalidad»[71]. La comunidad de ciudadanos se disuelve en formas políticas que le hacen perder la autarquía y con ello la autonomía. Mientras en el periodo clásico heleno la responsabilidad del bienestar público recaía en cada ciudadano y de este bienestar público dependía el privado, en época helenística se acrecienta la desigualdad y se rompe el eslabón social entre la ciudad y sus miembros, sobre todo con las capas populares. Al mismo tiempo que está surgiendo una nueva sociedad asistimos al nacimiento del estoicismo, una filosofía menos estructurada y elaborada que el platonismo y el aristotelismo, pero que de manera más eficaz responde a los cambios operados. Los estoicos viven el conflicto pero no intentan combatir las nuevas realidades históricas, sino que tienden hacia la introspección, la salvación personal, y en definitiva la eudaimonía[72]. El estoicismo no va a elegir la vía platónica en la que prima lo colectivo, no se inclina hacia la ley ciudadana, que ahora se muestra escasa de operatividad, en entredicho por la constitución de formaciones políticas superiores —sean reinos o Imperios—, sino que tiende hacia lo individual a través de la naturaleza, eje que sirve para igualar a los hombres, en tanto que la naturaleza nos hace en principio iguales. Todos al nacer tenemos un mismo phantastós, una representación de las cosas y de la propia naturaleza, pero no todos sabemos interpretarlo de igual manera: es necesaria la reflexión filosófica. Es en este punto, a través de la reflexión y la consiguiente educación, donde se unen naturaleza y bien común. Esta relación hace que podamos hablar del estoicismo como una doctrina propedéutica, un pensamiento educativo para que la persona realice lo que le dicta su alma, de ahí su tendencia, de claro tinte socrático, hacia la elaboración de un sistema donde prima la moral: no se trataría de vivir para saber, propio de la filosofía helenística, sino de «saber para vivir»[73].

La filosofía estoica estructura su edificio conceptual en torno a tres cuerpos[74]: lógica, física y ética; entendidos no de manera separada, sino imbricados unos en otros, dado que los tres estudian una misma cosa: el universo racional. La lógica[75] para los estoicos es el ámbito de la retórica y de la dialéctica, constituyéndose en la ciencia del discurso racional; mientras que la retórica se ocupa del lenguaje y del razonamiento, la dialéctica permite conocer lo verdadero de lo falso; es la cualidad intrínseca que el sabio debe poseer para poder discernir las palabras, los hechos y las relaciones. La importancia de la dialéctica en el estoicismo viene determinada por abarcar tanto las cosas significadas (significados) como las cosas que significan (significantes) o, lo que es lo mismo, por afectar a la teoría del conocimiento. Es una teoría sensualista en cuanto el conocimiento consiste en una aprehensión del objeto que queda inscrito en el alma. Así el conocimiento de un hombre se desarrolla a partir de estas primeras experiencias sensoriales primarias; cuando la relación es totalmente entendida, es diáfana, se produce la katalêpsis, esto es, la apropiación del objeto. La especulación lógica permite, pues, alcanzar el conocimiento de los objetos que se refieren a la física y a la ética, dando así pie a una interrelación entre los tres elementos constructivos en los que se fundamenta la Stoa.

La physis estoica se constituye en torno a dos principios: uno paciente o pasivo sería la materia inanimada, otro activo o agente representado en su escalón más alto por dios, generador a su vez de los elementos animados y de la materia inanimada, quien a su vez esta formado por el lógos, la razón. De este modo dios y el mundo terminan uniéndose en la razón universal, la cual daría lugar el concepto de naturaleza, interpretado no de manera reduccionista, como hacemos nosotros al designar con este término únicamente al mundo físico, sino de forma amplia al formar parte de la naturaleza tanto los entes animados, dioses, hombres y animales, como lo inanimado. Característica propia de la naturaleza es que está regida por el principio de la razón (lógos) que a su vez, como hemos señalado, se identifica con la divinidad, por ello la física estoica recoge en su estudio la teología al igual que las ciencias naturales; por ello la ciencia estoica es una ciencia especulativa, «filosofía de la naturaleza», aunque se practique una observación de los fenómenos naturales[76]. Dios va a estar de manera presente en el carácter del mundo, más exactamente el mundo es la sustancia de Dios. El Dios estoico rige el mundo mediante su providencia, es perfecto, creador de un universo armónico, es un dios providente pero no trascendente, un dios que impregna de divinidad el mundo. La divinidad está presente de manera general en los estoicos y muy concretamente en Marco Aurelio. Lo divino no puede ser una cosa distinta del lógos, y por ello mismo representa «la fuerza germinativa racional y el aspecto creador de la sustancia universal»[77]. Al hilo de estos argumentos surge por fuerza el problema del mal: ¿cómo es que habiendo armonía y existiendo un Dios providencial exista el mal? La respuesta estoica es doble: por una parte por la necesidad de los contrarios, si no hubiera mal no habría bien, ambos se necesitan; por otra las cosas malas sólo existen en apariencia, si las tomamos aisladamente pueden parecer malas pero en relación con la totalidad no lo son; una brillante metáfora de Marco Aurelio, sobre las imperfecciones del pan, ilustra perfectamente la visión estoica[78]. La imposibilidad de conocer la totalidad del universo nos impide diferenciar y valorar las cosas en una realidad trascendente, queda pues como única valoración la ley divina universal que encadena los acontecimientos de manera ordenada; es esta ordenación del universo a través del lógos-dios la que entronca con la naturaleza, siendo desde donde parte la ética estoica.

Hemos dejado para el final la ética, cuerpo doctrinal que se impone, si no jerárquicamente sí en su utilización, a la lógica y a la física. La máxima estoica es vivir según la naturaleza; donde acaba la física comienza la ética. ¿Qué significa este principio?; vivir de acuerdo con la naturaleza conlleva por una parte estar de acuerdo consigo mismo y, en segundo lugar, por su propia racionalidad innata, ser una parte de la razón universal y participar de esta razón universal. Ser y formar parte de la razón universal implica un actuar de acuerdo con ella; para conseguirlo está la virtud, areté, que consiste en actuar en armonía con la naturaleza y con la causa última, Dios —un dios no antropomorfo, en la línea de la concepción oriental más que helenística—. Para conseguir el objetivo final es necesario actuar con la recta razón, con el lógos; de esta manera lógos y virtud se juntan, por ello el sabio debe actuar en todo momento de acuerdo con su comportamiento racional, mientras que el ignorante, a pesar de ser del mismo «linaje», por pertenecer «a la inteligencia y fracción divina», como señala Marco Aurelio[79], no entiende la belleza y el orden de la naturaleza y tiende al mal. El mal, que no es otra cosa que dejarse llevar por las cosas externas, por las pasiones, por la soberbia, hybris. El sabio se distingue del resto porque debe actuar de acuerdo siempre con su comportamiento racional no influyéndole lo externo. Los estoicos, como muy gráficamente se ha señalado, pretendían «confiar solamente al lagos, el timón del alma»[80]. Por eso es necesario que el sujeto sea el principal actor de sí mismo, dado que el bien lo realiza el propio sujeto y no lo hacen las circunstancias externas; para ello es necesario que el hombre se provea de un instrumental eficaz, y éste no es otro que la aplicación de una serie de virtudes: prudencia, justicia, valor y templanza.

La moral estoica tiene también una dimensión colectiva; el interés por los otros, por la colectividad, proviene de la virtud de la justicia, no es un pacto ni una relación de mutua ayuda lo que provoca la solidaridad entre el estoico y sus congéneres, es una dimensión de carácter positivo: la dedicación espontánea a los otros[81]. Acercamiento intuitivo que resulta de la participación de todos en la razón universal. La convivencia se establece a partir de otras bases distintas al platonismo y aristotelismo; la búsqueda personal del bien nos empuja a encontrar en los demás una colaboración con un idéntico fin: la razón universal. La igualdad de todos en cuanto a su esencia, no hablamos ni de la igualdad social ni tampoco de la distinción entre el sabio y el insensato, proviene de formar parte y ser una parte de la totalidad. La comunidad es vista como una entidad superior y el individuo, para lograr su objetivo individual, se pone al servicio de la comunidad. La armonía perseguida en la sociedad es un mecanismo de simpatía que se refleja en el microcosmos personal o, dicho en otros términos, cuanto más se acerca la sociedad a la perfección más cerca estará el individuo de alcanzar su objetivo. La lógica desempeña un papel importante en establecer una serie de argumentaciones favorables para que se establezcan de manera automática unas reglas de convivencia, a partir del principio de que todos estamos comprendidos bajo la misma definición de hombres; por la facultad común de razonar, argumentar y probar, todos somos educables por la virtud, incluso nuestros vicios muestran una semejanza insólita. Tenemos idéntica capacidad de aprendizaje e inteligencia inicial, al nacer poseemos una «representación» de las cosas similar[82].

La obra de Marco Aurelio

Aspectos previos

La obra de Marco Aurelio que nosotros hemos llamado Meditaciones fue titulada en el manuscrito de Xylander de Augsburgo, Marco Aurelio emperador, libros sobre sí mismo; la primera edición impresa en Zúrich en 1558-1559, con traducción latina, fue obra de Andreas Gesner. Muchos siglos han pasado desde el momento que se escribieron y su primera edición; ¿qué sucedió entre el siglo II y el siglo XVI? Tenemos noticias de que en el siglo III se conoce la obra, al menos da esa impresión, por los escritos de Herodiano y Dión Casio. A mediados del siglo IV Temistio hace referencia a la obra de Marco Aurelio, a la que llama Admoniciones. Igualmente se encuentran ciertos indicios de sus escritos en Aurelio Victor, De Caesaribus (16, 9), que escribe hacia el 359-360 y, en la Historia Augusta, vita Av. Cass. (III, 6). Ambos coinciden en que antes de emprender la guerra contra los marcomanos expuso los praecepta, sus preceptos filosóficos. Algún estudioso opina que el desconocido biógrafo de Marco Aurelio en la Historia Augusta, Flavio Vopisco Siracusano, conocía la obra del emperador. Parece ser que el emperador Juliano sabía y manejaba los escritos de Marco Aurelio. Después del siglo IV hay un silencio de siglos sobre las Meditaciones que dura hasta el siglo X, cuando Aretas, obispo de Cesarea, dirige una carta, hacia el 907, a Demetrios, metropolitano de Heraclea[83].

El título de la obra es conocido en castellano sobre todo por Meditaciones, pero la versión española más antigua, de Jacinto Díaz de Miranda (1875), empleó el término Soliloquios o reflexiones morales. De todas maneras el término Meditaciones es el más generalizado, aunque podemos observar que no existe un título único y definitivo para estos escritos: Aretas los nombró «libros escritos para sí mismo»; en latín ha sido denominado De Officio vitae («Del deber de la vida»), Commentaria quos ipsi sibi scripsit («Comentarios que él ha escrito para sí mismo»); en otras lenguas recibe títulos que podemos traducir como Pensamientos morales. Conversaciones consigo mismo…[84]. Lo incierto del título, la dificultad para enmarcarlo claramente en un género literario, posiblemente pueda relacionarse en cierto sentido con el género aforístico, pero también con las hypomnémata, notas personales. La originalidad del propio texto, sin un orden o sentido que haya sido definido de manera segura, y un estilo literario a veces oscuro y difícil de traducir, hace que la finalidad y los destinatarios de la misma sean discutibles. La obra presenta dos partes bien delimitadas; el libro primero, posiblemente el más tardío y compuesto como prólogo o epílogo a la obra, es una relación de personas a las que le agradece haber formado parte de su vida: familiares, Antonino Pío, educadores, amigos; es en definitiva un documento íntimo de quienes han sido importantes en su vida. El resto de los libros, del II al XII, es un soliloquio espiritual y filosófico.

Un problema fundamental al que nos enfrentamos, consecuencia de lo anteriormente expuesto, es conocer el objetivo de los escritos; en principio parece únicamente, como señalan diversos autores, una obra escrita para sí mismo. El emperador se encuentra a solas consigo mismo[85], un dialogo íntimo cuyo principal y fundamental destino es el propio autor. Es factible que el emperador no buscara componer un tratado moral para darlo a conocer a un público más o menos amplio; sin embargo creemos que la obra se ha escrito con una finalidad que traspasa a la propia persona. No es fácil argumentar con datos fiables sobre cuáles eran las intenciones últimas de Marco Aurelio; sin embargo el estilo cuidado, rebuscado a veces, con metáforas brillantes en otras ocasiones, nos hace pensar en un escrito pendiente tal vez de una elaboración definitiva que no llegó, que pretendía darlo a conocer a un círculo muy restringido de amigos íntimos o, sin descartar lo anterior, para su propio hijo, claro sucesor desde el 166 (designado César) y de manera definitiva en el 175 (recibe el Imperio). Estaríamos ante una especie de testamento espiritual y moral dirigido a su hijo Cómodo. No nos parece, en cambio, que fuera una obra destinada a servir de ejercicio de escritura, práctica que aconsejaban los maestros estoicos a sus discípulos[86], y a pesar de lo poco estructurada y deshilvanada que pueda estar la obra —únicamente se puede ver una continuación y un carácter unitario entre los libros II y III, o desde la mitad del libro XI hasta el final del libro XII[87]— Marco Aurelio muestra un cuidado especial en no repetir los mismos razonamientos con las mismas palabras; las frases son construidas con sutiles diferencias entre unas y otras.

El estoicismo de Marco Aurelio

Quienes vayan buscando en las Meditaciones de Marco Aurelio acontecimientos que permitan conocer su reinado van a verse sorprendidos por una obra donde la introspección profunda es la tónica general, si exceptuamos el libro primero que, como hemos indicado anteriormente, es el más referencial de todos y nos permite comparar lo expuesto con fuentes como la Historia Augusta. Dicho libro es esencial para conocer a las personas que vivieron en torno a él, su afición por la filosofía y su desdén por la vida de corte, la facilidad para caer en la cólera y la necesidad de control sobre la misma (1.17, 14)[88]. El libro primero muestra un elenco de virtudes cívicas y políticas, la mayoría de ellas atribuidas a su «padre adoptivo», Antonino Pío (1.16): moderación en el gasto, preocupación por el bien común, mantener las costumbres tradicionales de los romanos, tanto en ritos como en gustos. Posiblemente se trate del último libro escrito por el emperador-filósofo, diferente completamente al resto de los volúmenes; tal vez una síntesis de su vida, un recuerdo nostálgico de quienes estuvieron a su lado para enseñarle el camino de la razón.

Marco Aurelio es un estoico de la última generación. La vertiente intimista se sobrepone a otras consideraciones, lo externo queda alejado de sus preocupaciones en tanto en cuanto resulta azaroso y por ello difícilmente controlable; una de las máximas más repetidas de Epicteto es apartarse de lo que no depende de nosotros[89]. El emperador sigue la misma doctrina en numeras ocasiones, manifiesta que sólo es bueno o malo lo que depende de nosotros, 6.41, 7.2, o, por ejemplo, en 2.7, donde se pregunta: «¿Te distraen los acontecimientos exteriores? Ofrécete reposo para aprender algo bueno y dejar de dar tumbos». Es un repliegue psicológico lo que defiende el estoicismo de época imperial, ¿respuesta a una crisis socio-política que se avecina en el Imperio? No exactamente; es demasiado pronto para que los ciudadanos romanos, y los estoicos entre ellos, sean capaces de vislumbrar una alteración del sistema. Sin embargo esta interiorización y negación de lo externo responde por un lado al estoicismo de este momento, una doctrina que tiende al pesimismo vital por cuanto es un combate continuo entre lo que somos y lo que debemos ser, combate marcado más por el fracaso que por el éxito, dado que el hombre «sabio» al que aspiran es más bien un ideal que una realidad. Por otra parte la negación de lo contingente responde, en la línea individualista de los fundadores de la doctrina, a una negación del conflicto, a una necesidad imperiosa de armonía, armonía identificada con la naturaleza; de esta manera se establece esta argumentación sobre el comportamiento socialmente malévolo: actuar contra la naturaleza es entrar en conflicto, dado que la naturaleza posee la máxima racionalidad; quien provoca el conflicto o es un ignorante o actúa contra natura. Detrás de este planteamiento subyace la necesidad de mantener un orden social, unas jerarquías sociales. Marco Aurelio suaviza el mensaje, «hemos nacido para la colaboración, como los pies, las manos, los párpados… Entrar en conflicto unos con otros es contrario a la naturaleza» (2.1), pero subyace una incapacidad de entender el conflicto como respuesta a unas realidades sociales; en Marco Aurelio la contradicción es más fuerte al estar situado en el vértice de la pirámide[90].

La cosmovisión de Marco Aurelio

Tal vez haya que comenzar precisando dos conceptos: el estoicismo es un sistema holístico, cada una de las partes, lógica, física y ética, están interrelacionadas; en segundo lugar las Meditaciones son fundamentalmente un tratado sobre los comportamientos del hombre, sus actuaciones y justificaciones; utilizando la terminología de Hadot, son un ejercicio espiritual.

La cosmovisión estoica parte de los objetos reales, de lo material, a diferencia del platonismo. El cuerpo es una realidad en tres dimensiones, capaz de acciones y reacciones mecánicas, por ello habita en un determinado espacio; este espacio es nuestro universo, que está ocupado por la materia corpórea. Sobre esta base material se asienta el sistema físico estoico; exclama Marco Aurelio: «una sola tierra es para todos los terrestres, vemos con una sola luz y respiramos un solo aire todos cuantos pueden ver y son animados» (9.8). Se construye un sistema donde el universo es el espacio ocupado por la materia corpórea[91]. El hombre, núcleo del pensamiento estoico, es el habitante más complejo de este espacio al componerse de elementos materiales y espirituales: sôma, cuerpo, psyché, alma o principio vital, y noûs, inteligencia, trilogía que aparece claramente reseñada por el emperador-filósofo[92].

Hasta aquí podemos señalar que la doctrina estoica reduce la existencia a elementos físicos, pero a partir de este momento se introducen conceptos en desacuerdo con la línea de pensamiento atomista. Primeramente defienden la existencia de un principio cósmico inteligente, que lo penetra todo y es idéntico a Dios, divinidad de trasfondo oriental, y omnipresente. Marco Aurelio en 12.5 establece de manera precisa la relación entre divinidad → naturaleza → hombre. Dios aleja al sistema estoico de caer en una corriente materialista al añadir el providencialismo como elemento consustancial (2.3). Aceptados de manera natural, los dioses no necesitan demostración de su existencia, es un acto de fe, «pero existen», dice el emperador-filósofo para atajar toda duda (2.11.3). Sobre este base se configura una explicación donde la sustancia universal está impregnada de razón, de lógos, y este «orden» racional no puede ser ajeno al creador de la propia sustancia universal, que se muestra no trascendente sino inmanente al mismo[93].

Reflejo de un Dios-razón, Dios-lógos, es que el universo está ordenado en todas y cada una de sus partes. Cada uno de nosotros forma parte de este todo que se forma a partir de las partes, que se entremezclan y conforman la substancia universal (7.9; 9.8). Señalábamos anteriormente la existencia del hombre y su espacio de acción: la tierra, pero ¿qué lugar ocupa el hombre en esta interpretación? Somos una parte ínfima de la substancia universal (5.24), jerárquicamente más elevada que los animales, ya que a éstos sólo se les ha distribuido un alma animal y a los hombres un alma inteligente (9.8).

Lo mismo que existen jerarquías entre los distintos seres y entre éstos y Dios, existen diferencias entre los hombres: la diferencia fundamental reside en la capacidad que tenga cada uno para vivir conforme a la naturaleza, entendida como lógos, o dicho de otra manera, la naturaleza es armónica (6.38) y por ello conviene vivir de acuerdo con la naturaleza, con ello conseguimos la felicidad. Como consecuencia de ello, en la mayor o menor capacidad que tengamos para discernir cómo llegar a la felicidad reside la distinción entre los hombres, entre el sabio y el ignorante. La diferencia entre ambos no proviene del nacimiento; todos al nacer tienen una misma representación de las cosas, phantastós (3.11), pero no todos logran alcanzar una representación no distorsionada de sí mismos y de la naturaleza. La causa está en el hombre mismo, hay que cavar en el interior (7.59) para lograr sacar la verdad, no todo es suposición (2.15), no todo es subjetivismo, añadimos nosotros.

La duda queda abierta; dado que no todos los hombres consiguen la verdad, actuarán de manera errónea para sí mismos o para los demás, aunque sea contra su voluntad (7.63). Estamos pues ante el problema del mal. Sin embargo para los estoicos el mal no existe, es decir no hay un mal metafísico, hay males aparentes, males externos que no dependen de nosotros y por ello son indiferentes; como afirma Marco Aurelio «para el cuerpecillo todo es indiferente» (6.32): la enfermedad, la muerte, la maquinación, el temor, todo aquello ajeno a nosotros y que no podemos transformar no nos puede hacer mal. En cambio sí depende de nosotros lo contrario al mal, la virtud. Estamos de lleno en la parte del pensamiento estoico más desarrollada por sus autores, la ética, y Marco Aurelio no es una excepción.

La virtud para los estoicos pertenece al dominio de la ética pero forma parte también de la teoría del conocimiento; para ellos la virtud consiste en conocer el vínculo entre lo divino y lo humano (7.31). Los estoicos establecen un completo elenco de virtudes, beneficiosas para uno mismo o para la colectividad, pero con una característica común, la autarquía. La virtud depende de uno mismo, trae el bien al individuo y con ello la eudaimonía, la felicidad. No es la ocasión de enumerar todas y cada una de las virtudes que aparecen en las Meditaciones[94], únicamente nos vamos a referir a la casuística empleada por el estoicismo con el fin de desarrollar o facilitar la práctica virtuosa. Desde largo tiempo, los estoicos habían desarrollado una teoría bastante elaborada de la noción de valor; ellos distinguen tres grados de valor: en primer lugar tienen valor las cosas que son parte integrante de una vida de acuerdo con la naturaleza, esto es, las cosas que generan virtud. Vienen en segundo lugar aquellas que pueden ayudar de manera secundaria a la virtud, cosas que en sí no son ni buenas ni malas, pero que en su ejercicio permiten practicar la virtud, por ejemplo, la salud o la riqueza. Por último las cosas que en ciertas circunstancias pueden ser útiles a la virtud; como observamos, una completa radiografía de la acción virtuosa (3.11)[95].

Por último vamos a hablar de la conciencia colectiva estoica; los estoicos desplazan el planteamiento colectivo platónico y aristotélico basado en la ley, para ellos es la naturaleza la que nos da un origen común y la que nos inspira respeto mutuo (3.11). La naturaleza a través de la razón y de la reflexión filosófica permite el bien común. No duda Marco Aurelio en señalar que la constitución debe estar basada en la libertad y en la justicia (1.14); tal vez sea éste el único punto del pensamiento estoico donde impera el optimismo, donde aparece la sociedad como una comunión de hombres en pos del bien común[96].

Marco Aurelio fue un emperador insólito, no por su conocimiento del saber clásico, que ejercitaron emperadores anteriores a él: desde Claudio, interesado por la antigüedad etrusca, o Antonino Pío, admirador de personajes ilustrados e incitador del aprendizaje clásico en sus dos hijos adoptivos: Lucio Vero y Marco Aurelio, o el mismo Adriano, del que recordamos ese breve poema —sin duda de mentalidad estoica— que comienza con el entrañable homenaje a su espíritu cansado y fatigado[97], y que expresa un buen dominio literario, reflejo de su amplio saber. Fue insólito porque su conocimiento y deseo se movieron intensamente entre los filósofos; su aspecto y costumbres fueron claramente estoicas, su política, por necesidad pragmática, se impregnó en la medida de lo posible del estoicismo. Por supuesto no se puede decir que en política exterior gobernara con planteamientos propios de la Estoa, entre otras cosas porque no había posibilidad de reconciliar un mundo en gran medida pensado para una ciudadanía greco-romana cultivada, que a su vez era imperialista e interesada en la expansión territorial, o al menos en el mantenimiento de los territorios bajo su dominio. Contraria por completo a la ferocitas bárbara, los bárbaros únicamente eran apreciados si eran útiles al sistema romano, bien como trabajadores de la tierra o como fuerzas militares. En cambio de su política con los ciudadanos quedó constancia su magnanimidad: la actitud generosa hacia los familiares o ciudades aliadas del usurpador Avidio Casio. También decretó que los senadores no fueran ejecutados, ni siquiera bajo el beneplácito de sus propios colegas. Reorganizó las fundaciones alimentarias, probablemente con el fin de que fueran más eficaces. Intentó que su legislación fuera impulsada por la justicia; para dar ejemplo, él mismo juzgaba con dedicación diversos asuntos, tanto en Roma como en los campamentos militares. No dudaba en hacer frente a lo que consideraba injusto; así cuando el ejército, en un momento difícil para el Estado, le pidió más emolumentos, él le respondió que no podía pagar lo que iba a salir de sus padres e hijos, añadiendo a continuación, ante la inminencia de un motín del ejército, que el Imperio sólo provenía de la Providencia.

Marco Aurelio como escritor[98]

Para valorar el estilo de Marco Aurelio hay que tratar primero algunas cuestiones, como son el contexto literario en el que escribió, los antecedentes que más influyeron en él y los destinatarios a los que se dirigía.

Pero quizá antes que nada habría que aclarar por qué escribe en griego, ya que desde nuestro punto de vista resulta bastante chocante que un emperador romano use como forma de expresión una lengua que no es la suya. La justificación es sencilla si pensamos que es una época en la que existía en las clases altas romanas un enorme interés por la cultura literaria, filosófica y científica griegas, que hace que el griego sea muy valorado como lengua cultural. Por otra parte, desde un punto de vista práctico, en toda la parte oriental del Imperio la lengua de comunicación era el griego. Esto hacía que desde la más tierna infancia se iniciase a los niños romanos de clase alta en el aprendizaje de la lengua de Homero[99]. En el caso de la expresión filosófica el griego se hacía todavía más necesario[100] y existía toda una discusión sobre si era posible usar el latín para hablar de filosofía con partidarios en un sentido u otro. En definitiva, Marco Aurelio sabía griego desde pequeño y era capaz de usarlo con maestría y gran conocimiento.

Sobre el contexto literario baste señalar que estamos en el momento de mayor apogeo de la llamada Segunda Sofística, que pretendía volver al brillo retórico de los grandes autores, especialmente oradores, de los siglos V y IV a. C. En época de Marco Aurelio estaban brillando como escritores en prosa griega autores como Elio Arístides, Filóstrato, Herodes Ático, etc. A pesar de que nuestro autor tuvo tratos con ellos —incluso recibió enseñanzas de algunos, como Herodes Ático— y los protegió[101], a la hora de escribir sus Meditaciones, intentó separarse por completo de sus postulados y propuestas literarias; de hecho, rechaza la sofística de forma explícita (1.7, 1.17). Su propuesta literaria es fundamentalmente antirretórica porque establece una diferencia tajante entre la filosofía, concebida como práctica moral, y la literatura retórica. Por tanto, no es en el contexto literario griego de su época donde se pueden encontrar los antecedentes estilísticos de Marco Aurelio, puesto que su obra se plantea como una ruptura con la expresión literaria del momento, que era muy retórica.

Aunque se ha insistido mucho en el carácter intimista y de introspección de las Meditaciones, estamos convencidos de que no es una obra concebida exclusivamente para consumo del propio autor[102]. Nadie puede negar que tiene un cuidado muy especial en su forma de expresión, que busca un estilo propio. Si consideramos que el contenido es muy repetitivo e incluso a juicio de algún crítico se puede resumir en dos o tres frases[103], llama la atención que no existan repeticiones formales en la expresión, que cada vez se exprese la misma idea de forma distinta[104]. Si fueran exclusivamente reflexiones íntimas destinadas a ser leídas sólo por su autor no se habría puesto tanto cuidado para expresarlas. Está claro que estaba pensando en algún tipo de público al que pretendía transmitir enseñanzas morales. Como se ha comentado ya se podría pensar incluso en un círculo familiar muy restringido, incluso su hijo Cómodo, aunque no es ésta, desde luego, la opinión más extendida hoy día.

Puesto que Marco Aurelio se exige a sí mismo un estilo personal determinado y desecha la forma de expresión literaria preponderante en su momento, debemos plantearnos hacia dónde dirigió su mirada para elaborar su estilo. Está claro que hay que buscar sobre todo en el estoicismo y de forma más general en la filosofía. Basta acudir al inventario de citas contenidas en las Meditaciones para comprobarlo[105]. En efecto el personaje al que más veces alude es Sócrates y el autor al que más veces cita es Epicteto, seguido después por Platón, Epicuro, Heráclito, Crisipo y Demócrito. Fuera del mundo filosófico el autor del que menciona más pasajes es Eurípides[106]. No existe ninguna referencia explícita a ningún autor latino[107], aunque sabemos por otras fuentes que sí leyó y gustó a los grandes poetas de la literatura latina[108]. Nos encontramos, por tanto, con una renuncia voluntaria a todo el mundo latino para centrarse en el griego, fenómeno que se explica si tenemos en cuenta que Marco Aurelio está haciendo filosofía y considera que el griego es su lengua natural de expresión. Cualquier lector de las Meditaciones que conozca los textos de Epicteto encontrará enormes semejanzas en la expresión y en el tono literario de ambos autores. Éste es, desde luego, el antecedente más claro del estilo marcoaureliano y en buena medida del contenido.

En Epicteto, especialmente en su Manual (Enchiridion), encontramos los rasgos más llamativos de nuestro filósofo-emperador. La exposición moralizante sentenciosa se transforma con frecuencia en diálogo, que no es sino herencia de la diatriba cínica y estoica. No en vano ambas escuelas pretenden entroncar con Sócrates, que, no por casualidad, es la figura más citada de forma expresa por Marco Aurelio. Este diálogo en ambos autores muchas veces es introspectivo, el propio yo se desdobla y pone las objeciones a la línea principal del pensamiento moral, objeciones que son rápidamente rebatidas[109]. Fue un recurso literario muy difundido en todas las obras que intentaban transmitir enseñanzas de filosofía moral, ya que proporciona vida al texto. El antecedente último habría que buscarlo en los Diálogos de Platón.

Otro recurso que comparte con Epicteto es el de la metáfora y comparación, en general sacadas del mundo de la naturaleza o de oficios artesanales. Quizá sea éste de los procedimientos estilísticos más eficaces en Marco Aurelio y que más llaman la atención del lector moderno, que no puede negar su fuerza, aunque es probable que sean pocas sus metáforas originales. Las que no encontramos en el propio Epicteto probablemente las encontraríamos en otros autores estoicos si dispusiéramos de más textos de ellos. De nuevo es un procedimiento que le da vida y atractivo a la exposición; es, por lo demás, algo característico de textos que intentan aleccionar moralmente.

También coincide con Epicteto en el hecho de usar vocabulario técnico propio de la filosofía estoica, que remonta a Crisipo. Pero mientras Epicteto intenta explicarlo, Marco Aurelio lo da por supuesto, con ello provoca el distanciamiento del lector no iniciado. Además, en este terreno, supera claramente a Epicteto porque se complace en el uso de términos raros, muchas veces compuestos de varios elementos, que son propios de cierto rebuscamiento y exhibición. Muchos de ellos, dada la escasez de los textos que nos han llegado de los estoicos, son para nosotros hápax, es decir, términos que sólo están documentados una vez, en Marco Aurelio.

El carácter aforístico de ambos deriva de la pretensión didáctica y exhortativa (parenética) que preside el conjunto. Es una prosa moralizante que pretende cambiar la actitud del lector (no importa que esté destinado a muchos o a pocos). Para ello más que razonar intenta transformar la enseñanza en frases breves llamativas que se cargan del máximo sentido posible mediante expresiones aparentemente antitéticas, rasgo que facilitará su recuerdo y puesta en práctica y que obliga al lector a reflexionar sobre ellas para alcanzar su significado último. Esta forma de expresión condensada y antitética se puede remontar en la historia de la prosa griega a Heráclito[110].

Estos últimos rasgos nos acercan a la característica más acusada en Marco Aurelio, la oscuridad de su expresión. En parte viene dada por el vocabulario, en parte por el afán de síntesis. Pero, sobre todo, la provoca el abuso de expresiones abstractas (especialmente neutros sustantivados) de las que el lector desconoce su referente, con lo que no sabe a qué se está aludiendo. Téngase en cuenta además que la contextualización es casi imposible cuando muchas veces se trata de pasajes muy cortos que no tienen nada que ver con los precedentes o siguientes. En este caso su antecedente estilístico lo podemos encontrar en Heráclito (de nuevo, otro de los autores a los que le gusta citar), que es el máximo exponente de una prosa filosófica oscura que se puede cargar de muchos significados, y que, por tanto, es muy exigente con su destinatario.

Marco Aurelio ha buscado la forma de expresión que pensó que mejor se adaptaba a las verdades filosóficas de naturaleza moral que nos quiere transmitir. Se trata del estilo estoico, basado en la negación de la retórica, que ya había caracterizado con precisión Cicerón: es a menudo sutil y agudo, pero las más de las veces resulta seco, extraño, repelente al oído, oscuro, vacío[111].

Ésa es la impresión que han tenido muchos lectores de las Meditaciones.