Apéndice
El término hellenikon aparece en la cita de Herodoto que preludia esta novela y podría traducirse como «lo griego», «la manera griega de vivir y hacer la cosas», «el espíritu griego» o algo similar. Esa manera de vivir, ese espíritu griego, se asienta sobre los puntos que menciona el propio Herodoto: unidad de raza, de lengua, de culto y de costumbres. Esta novela pretende ser el relato de una pequeña historia que se halla inmersa en esa «helenicidad», en esa «manera griega de hacer las cosas», más que el relato de la vida de alguien. Bien es cierto que hay un personaje que se erige en hilo conductor a lo largo de casi todas las páginas, pero no lo es menos que él, y también los demás personajes que aparecen, se hallan sumergidos en esa «helenicidad», en esa manera griega de vivir, por la simple y sencilla razón de que todos ellos son helenos. Todos ellos, por tanto, con sus alegrías y sus miserias, llevan inevitablemente como estandarte de sus vidas el concepto de hellenikon.
La existencia de un individuo llamado Arimnesto (o Aeimnesto) es mencionada en los textos clásicos por cuatro autores, de forma muy escueta en los cuatro casos. El texto referente básico para el periodo histórico griego de finales del siglo VI a.C. y principios del V a.C., la Historia de Herodoto, redactada a mediados del siglo V a.C., habla de Arimnesto de Esparta como el hombre que mató a Mardonio de una pedrada en la batalla de Platea (año 479 a.C.), el mismo hombre que años después moriría al mando de trescientos espartanos enfrentándose a los ilotas rebeldes en la llanura de Esteníclaros (IX 64.2). Más adelante (IX 72.2) Herodoto menciona a un Arimnesto natural de Platea que habla, en los prolegómenos a dicha batalla, con el espartano Calícrates antes de que este muera. La segunda fuente en citar a alguien llamado Arimnesto es Tucídides, unas décadas después que Herodoto, en su obra Historia de las guerras del Peloponeso; allí le hace padre de un tal Lacón, el próxeno de Esparta en Platea (III 52.4). El tercer autor clásico que le menciona es Plutarco, autor cuya vida discurre a caballo entre el siglo I y II d.C.; en su Vida de Arístides (11.5) escribe que Arimnesto, general de los plateenses, fue protagonista de un sueño que tuvo cierta relevancia en el devenir de la batalla de Platea; y más adelante (19.1) menciona a un espartano con el mismo nombre que mató de una pedrada a Mardonio haciendo así bueno un oráculo que el persa recibiera del santuario de Anfiarao en Oropo. Y finalmente, el viajero Pausanias, del siglo II d.C., en su obra Descripción de Grecia, vuelve a referirse a Arimnesto (IX 4.2) como el general de los plateenses en la batalla de Platea y también en la de Maratón.
Con estas cuatro sucintas referencias se hace difícil reconstruir la vida de ese individuo llamado Arimnesto, e incluso suponer que se trate de una sola persona, ya que todo hace pensar que hubo un Arimnesto de Esparta y otro de Platea. La novela, sin embargo, funde las cuatro noticias acerca de Arimnesto en un único individuo, que nace en Esparta pero posteriormente deviene ciudadano de Platea (y por añadidura, también de Atenas). Conviene decir que el libro, tanto en este caso como en cualquier otro, pretende ser fidedigno desde el punto de vista histórico, y verosímil desde el punto de vista de la ficción. Ese difícil equilibrio requiere una cierta dosis de documentación previa por un lado, y de coherencia a la hora de inventar cosas, por otro. Coherencia externa con la Historia en mayúsculas y coherencia interna con la historia que se pretende contar. El objetivo de todo ello, el lector dirá si conseguido o no, es que este disfrute con un texto entretenido y bien construido, al margen de si tal o cual dato es real, inventado o simplemente erróneo. Sin embargo, para los lectores que gusten saber cuánto de verdad y cuánto de inventado hay en estas páginas, se hablará a continuación de algunos aspectos que aparecen en ellas a fin de, en algunos casos, aclarar hasta dónde lo histórico ha ganado la batalla a lo ficticio y hasta dónde lo ficticio se ha dejado avasallar por lo histórico.
La existencia de divisiones territoriales llamadas demoi en la Atenas de finales del siglo VI a.C. es más que probable, y se hace difícil creer que estos fueran creados «de la nada» con las reformas de Clístenes a finales del siglo VI a.C... Con tal suposición como base, la novela concede al demos preclisténico una mínima importancia organizativa y administrativa, dotándole de la figura de un primer magistrado (el demarca, solo atestiguada a partir de las mencionadas reformas). Por otro lado, en esos años de cambios se dio la posibilidad de adquirir la ciudadanía ateniense simplemente por el hecho de tener residencia en suelo ático aunque se hubiera nacido en otro lugar; el objetivo era regularizar y censar a la población que en aquellos momentos estaban viviendo en territorio ateniense.
Sin entrar en los cambios sufridos en función de las diferentes épocas, puede aceptarse que el ejército de Esparta está dividido en varias unidades llamadas moras (, que en la novela se han traducido como «batallones»), hasta un número de seis; estas a su vez se componen de cuatro lochói (), cada uno de los cuales se divide en dos pentkostyai (, «grupo de cincuenta ciudadanos», unidad que no se menciona en la novela) y estas en dos enomotias (, «destacamentos»). Los mandos militares de la mora, el lochos, y la enomotia son, respectivamente el polemarco (, «comandante»), el lochagós (o, «general») y el enomotarca (, «oficial»). En cuanto al número de hombres de cada unidad, es cuestión debatida y sin duda ha variado a lo largo de la historia de Esparta. El elemento que determina esa variación es la unidad básica del ejército espartano, la enomotia, cuyo número de miembros puede oscilar entre 25 y 36 hombres, quizá más.
Cavílides no existió nunca más allá de estas páginas, y por tanto tampoco lo hicieron su familia ni otros personajes que en la novela orbitan en torno a ellos (Melesígenes, Hipareta e Hipérides). Lo mismo cabe decir respecto a los plateenses Dercilio, Licofrón y Altea. Sí está atestiguada, como ya he dicho, la existencia de un Lacón, habitante de Platea e hijo de Arimnesto. Arístides sí existió, y aunque su aventura en Sardes apuntada en la novela es inventada, no es improbable. Los reyes espartanos que aparecen en el libro son históricos, como lo es también el amigo de Arimnesto Calícrates (que es citado por Herodoto y Plutarco); en cambio, Alcímenes y los que de él dependen argumentalmente (Teleutia e Hipógenes) no lo son, ni tampoco ninguno de los «bienhechores» ni los ilotas mesenios. El cario Mis es citado en algunos lugares de los textos clásicos (Plutarco y Herodoto nuevamente). La existencia de Marduniya-Mardonio no merece duda alguna. Finalmente, los nombres de los arcontes atenienses usados al inicio de cada capítulo son también auténticos salvo en una ocasión en que no nos ha llegado ese dato, y por tanto el que se ha empleado es ficticio.
En cuanto a la acciones bélicas referidas en la novela, pocas hay, por no decir ninguna, que no estén documentadas históricamente. La invasión del Ática por Cleómenes, en la que se consumó el llamado «divorcio de Eleusis»; la campaña ateniense en Eubea, la expedición a Sardes, la campaña argiva otra vez de Cleómenes, las batallas de Sepea, de Maratón, Salamina, Platea y Esteníclaros, la Tercera Guerra Mesenia, con el terremoto de Esparta en sus inicios y el traslado de los mesenios a Naupacto en su final. También son datos con base documental las menciones de los contactos de Cleómenes y Pausanias con ilotas subversivos. Otros datos sobre hechos puntuales referidos a personajes históricos citados en la novela (el ostracismo de Arístides, por ejemplo) son, en su mayoría, también extraídos de las fuentes documentales clásicas. Asimismo, el asedio y final destrucción de Platea por parte de los espartanos y tebanos es uno de los episodios iniciales de la guerra del Peloponeso, que enfrentó a Esparta y sus aliados contra Atenas y los suyos. La participación del próxeno de Esparta Lacón, hijo de Arimnesto, en la argumentación en defensa de la polis de Platea también es histórica, como ya se ha dicho (en Tucídides III 52.4). Platea, que ya había sido arrasada hacía cincuenta años por los persas, volvía por tanto a desaparecer de la faz de la Hélade, esta vez a manos de espartanos y tebanos; al cabo de los años fue nuevamente reconstruida, para una vez más ser devastada por sus sempiternos enemigos de Tebas transcurridos otros cincuenta años después del asedio del espartano Arquidamo.
La primera vez que se aplicó la ley del ostracismo fue en el año 487 a.C., aunque la ley se le suele atribuir a Clístenes como parte de sus reformas llevadas a cabo veinte años antes. Se ignora si era preciso un quórum de seis mil personas para que la votación pudiera llevarse a cabo o si esos seis mil eran los votos necesarios para ostraquizar a alguien; en la novela se ha optado por lo segundo.
El cómputo de tiempo empleado como cabecera de cada capítulo era el habitual en la Atenas en el siglo V a.C... Aunque buena parte de la novela no transcurre en el Ática, y en Grecia coexistían otros sistemas para contar el paso del tiempo (el uso generalizado de los años de las Olimpíadas para tal fin es posterior), se ha preferido simplificar y usar siempre el método ateniense.
En la novela se hacen algunas referencias al sistema de educación espartana, la agogé. Aunque no se conoce todo sobre ella, sí se saben bastantes cosas sobre su funcionamiento y la novela intenta ser fiel a eso. También se intuye en el libro el enorme peso que tenía la institución del eforado en el estado espartano. La existencia de un cuerpo de cinco «bienhechores» (agathoergoi) está documentada (por ejemplo en Herodoto I 67.5); aunque probablemente no pasaran de ser simples funcionarios del estado espartano, en la novela se les dota de un mayor peso dramático atribuyéndoles unas funciones que difícilmente habrán tenido en realidad. Finalmente, también se hacen frecuentes referencias al ejército espartano, a su estructura y organización. En esto se ha tratado de ajustarse al máximo a lo que se sabe de él, que no es poco ya que numerosas fuentes nos proporcionan abundante información al respecto (Jenofonte, Plutarco, Herodoto, Tucídides...).
La referencia, en la batalla de Maratón, a la planta del hinojo está apoyada en el hecho de que ese arbusto aromático estaba presente, y no de forma escasa al parecer, en toda la llanura.
Del oráculo situado en Oropia dedicado al héroe Anfiarao subsisten algunos restos arqueológicos, y su funcionamiento aparece más o menos descrito en algunas fuentes (Plutarco o Pausanias, por ejemplo). El vaticinio recibido por Arimnesto es un elemento totalmente ficticio en la novela, no así el del cario Mis que, como ya se ha dicho, se produjo realmente (o como mínimo tiene la veracidad que queramos concederles a Herodoto y a Plutarco). La misma veracidad tiene el apunte de que fueron las mujeres de Argos las que impidieron la entrada de Cleómenes en la polis tras la batalla de Sepea.
La ficción desarrollada en la novela trata de ser fiel y no contradecir la cronología del periodo histórico en el que transcurre. Únicamente cabe decir que la batalla de la llanura de Esteníclaros carece de fecha cierta, como carece también la llamada Tercera Guerra Mesenia en la que se circunscribe (el testimonio de Tucídides es el principal artífice de esa incertidumbre). Beneficiándose de tal indecisión entre los estudiosos del periodo, la novela sitúa dicha batalla en la fecha que más ha convenido para el desarrollo argumental: inmediatamente antes del gran terremoto de Esparta sucedido en 464 a.C.
En cuanto a las maneras de relacionarse los griegos con sus divinidades, lo que para entendernos podríamos llamar «religión griega» (aunque el término esté usado aquí de manera forzada), cabe decir que es perfectamente posible que en Grecia existieran concepciones como la del Arimnesto de la novela. Este cree firmemente que los dioses le hablan y le dicen qué ha de hacer, y aunque tal creencia no es comprendida por algunos y les choca, no por ello se le trata como a una persona desequilibrada. En una mentalidad como la griega que aceptaba la existencia de unos dioses absolutamente «terrenales», que sufren y padecen como los mortales, que mienten y engañan entre sí y también a los hombres, que recompensan y son vengativos, que se «dejan ver» con frecuencia, a los que continuamente se les consulta antes de emprender cualquier empresa, de casarse, de hacer un viaje o ir a una batalla, y cuyos cultos son admitidos y aceptados por la mayoría, no debía de tener nada de extraño que algún individuo se creyera en contacto permanente con los inmortales. Del mismo modo que tampoco debía de ser infrecuente la actitud que en la novela encarna Calícrates, de cierta incredulidad e incluso irrespetuosidad, o la de Timandro, de completa obediencia y respeto a los cultos y ritos establecidos. Al hilo de esto último, es interesante mencionar un apunte sobre el concepto de culpa tal como la entiende un griego: la culpa por algo hecho indebidamente la asume siempre quien comete el acto, independientemente de si este ha sido voluntario o forzado. Así, el Timandro de la novela sabe que los dioses se ofenderán contra él y no contra Cleómenes por lo que este le obliga a hacer.
En otro orden de cosas, también la actitud medizante de Cavílides era algo habitual en la época. Contactos de todo tipo entre ciudades griegas y el Imperio Persa existieron antes, durante y después de las Guerras Médicas, y por tanto también existieron siempre griegos partidarios de que Grecia se convirtiera en provincia persa, como ya lo era la región de Jonia. Las numerosas «fugas» a la corte persa de personajes griegos destacados (Hipias, Demarato, Temístocles...) son prueba de que la imagen del persa como un bárbaro sanguinario no estaba ni mucho menos universalmente aceptada en el mundo griego.