Capítulo 1

Y así sucedió, como los dioses habían previsto que sucediera...

A punto de perder la consciencia, con el rostro y el cuerpo hinchados a causa de los hematomas y con varios huesos fracturados por más de un sitio, intentó alzar la vista para ver por última vez al dios Helios. Pero la enorme polvareda y la masa humana que le habían engullido se lo impidieron. Tampoco pudo despedirse del Olimpo, la morada de los dioses, el monte en cuyo regazo había vivido en los últimos tiempos con la esperanza de obtener algún día una señal de ellos; así, con la escasa capacidad de discernir entre lo real y lo imaginario que aún le quedaba, optó por mirar hacia el suelo del camino en el que estaba tirado y del que no podía levantarse. Allí, frente a sus ojos, descubrió una oliva de forma casi perfecta que, increíblemente, estaba sobreviviendo al suplicio. Fantaseó con la idea de que esa oliva era él mismo y quiso protegerla. Alargó los brazos para alcanzarla y en el intento recibió pisotones en ellos y en las manos, pero finalmente pudo traerla a su regazo. Aquella oliva era él en persona, padeciendo un castigo al que seguramente sucumbiría. Cerró los ojos e intentó recordar cómo había llegado la oliva hasta allí; trató de imaginarla cuando aún estaba en el árbol. Con los ojos cerrados trató de verla suspendida en el aire, flotando, alumbrada por el sol...