43
Grania llegó a Dunworley a la hora de comer. Cogió el coche y fue directa a su estudio porque sabía que Aurora aún tardaría unas horas y no quería que su madre la interrogara. Se sentó ante el banco de trabajo y empezó a trazar el esbozo de una nueva escultura. A la hora de cenar, aunque sin ganas, regresó a la granja.
—¡Mamá! —Una pequeña centella emergió de la casa y se arrojó en sus brazos—. Te he echado de menos.
—Yo a ti también. —Grania sonrió y la abrazó con fuerza.
—¡Nueva York es precioso! Te he traído muchos regalos. Pero la verdad es que me alegro de haber vuelto a casa y de que estés aquí —dijo la niña, arrastrándola hacia la casa—. Y ¿a que no sabes quién ha venido conmigo?
—Hola, Grania.
Al ver quién estaba sentado a la mesa de la cocina, Grania se quedó clavada en el umbral y el corazón se le disparó.
—¿Se puede saber qué estás haciendo tú aquí? —dijo cuando por fin recuperó el habla.
—He venido a verte, cariño.
Grania se quedó mirando a su madre, que parecía haberse quedado paralizada con la tetera suspendida sobre la taza de Matt mientras observaba a su hija y aguardaba su reacción.
—Quería verte —explicó Aurora, encogiéndose de hombros. Su voz hizo eco en el silencio—. No te importa, ¿verdad, mamá?
Grania estaba tan estupefacta que no podía responder. Vio que Aurora se acercaba a Matt y lo abrazaba.
—No te preocupes, Matt, ya te dije que se sorprendería, pero estoy segura de que en el fondo está contenta de verte. ¿A que sí, mamá?
Aurora, Kathleen y Matt se quedaron mirando a Grania, pendientes de su respuesta. Ella se sintió como un animal acorralado y, como de costumbre, reaccionó encerrándose en si misma.
—Bueno —Kathleen hizo lo que pudo para aliviar la tensión—, es normal que a Grania le sorprenda ver a… su viejo amigo sentado en la cocina de casa —dijo a Aurora.
—Mamá, por favor, no te enfades —suplicó Aurora—. No tenía más remedio que ir a Nueva York a ver a Matt, en serio. Había telefoneado aquí cuando estabas con papá de luna de miel y yo le dije que te habías casado. Pero ahora ya no estás casada, ¿verdad, Grania? Y no quería que Matt creyera algo que no es verdad, ya me entiendes. Le dije que, en el fondo, sí que querías verlo, y entonces…
—¡No sigas, Aurora, por favor! —Grania no podía soportarlo más.
—Grania está cansada, igual que nosotros, cariño —terció Matt con delicadeza—. Y me parece que tenemos cosas de que hablar, ¿verdad, Grania?
—Voy a llevarte arriba para darte un baño, jovencita. Te quitaré toda la roña del viaje, y luego te acostarás temprano. —Kathleen cogió a Aurora de la mano y se la llevó de la cocina, cerrando la puerta tras ella.
Grania exhaló un hondo suspiro y se acercó un paso a Matt.
—Bueno, a ver, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó con frialdad.
—Al principio fue idea de Aurora —admitió Matt—, pero ahora veo que tenía razón, Grania. Tenía que venir a verte para que al menos podamos hablar y comprenda por qué me dejaste.
A cámara lenta, Grania se dirigió al armario, sacó una taza y se sirvió un poco de té de la tetera.
Matt la observó.
—¿Qué me dices?
—¿Qué te digo de qué? —preguntó ella, tomando un sorbo de té tibio.
—¿Podemos hablar?
—No tengo nada que decirte, Matt.
—De acuerdo. —Matt sabía que Grania podía llegar a ser muy terca cuando se atrincheraba en su silencio. Tenía que obrar con suma cautela—. Pero a lo mejor, ya que he cruzado medio mundo para venir a verte, estás dispuesta a darme una pequeña tregua y escucharme, porque yo sí que tengo algo que decirte.
—Habla —espetó Grania, encogiéndose de hombros. Dejó el té en la mesa y se cruzó de brazos con actitud defensiva—. Soy toda oídos.
—¿Qué te parece si salimos a dar un paseo? Tengo la impresión de que en esta casa hay más oídos que los tuyos.
Grania hizo un ligero gesto de asentimiento, dio media vuelta y se dirigió a la puerta de la cocina. Matt salió detrás de ella y se situó a su lado.
—Tengo que advertirte que no esperes grandes revelaciones —empezó—, aún no sé por qué te cabreaste tanto y me dejaste. Y no lo sabré a menos que me des alguna pista. —Matt se la quedó mirando, pero observó el gesto resuelto de su barbilla, que denotaba la carencia de emoción—. Muy bien —dijo con un suspiro—, entonces te lo contaré desde mi punto de vista. ¿Te parece bien?
El silencio persistía, así que Matt se lanzó.
—Al principio, cuando te marchaste, me quedé estupefacto. Creía que seguramente tenía que ver con el aborto y que las hormonas te estaban jugando una mala pasada. Pensé que tal vez no estabas así por mí sino por el hecho de haber perdido al bebé, y que necesitabas un poco de distancia. Eso lo comprendía. Pero cuando te llamé y te noté tan fría, empecé a darme cuenta de que la cosa también tenía que ver conmigo. Te pregunté una y otra vez qué te ocurría, pero no me diste ninguna explicación. Y luego ni siquiera querías ponerte al teléfono. —Matt suspiró—. No sabía qué pensar, caray. Pasaron varias semanas y no habías regresado ni tenía noticias tuyas, así que empecé a darle vueltas y vueltas a la cabeza, tratando de averiguar qué había hecho mal. Y entonces me di cuenta de cuánto te quería. Y te echaba de menos. ¡Joder, Grania! Desde que te fuiste, mi vida es un auténtico desastre. Nena, no puedes llegar a imaginarte todo lo que me ha pasado; es espantoso.
—Lo mismo digo —respondió Grania entre dientes.
—Cuando Aurora me explicó su plan, me di cuenta de que tenía que moverme —prosiguió Matt—. Ya sabes, si Mahoma no va a la montaña… Tenía que subirme a ese avión y venir a verte. Por lo menos necesito que me des una explicación para dejar de torturarme y poder dormir por las noches.
Matt guardó silencio mientras seguía a Grania por el camino del acantilado. No tenía nada más que decir. Al final, llegaron a la cima y Grania se sentó en su roca favorita, apoyó los codos en las rodillas y contempló el mar.
—Cariño, por favor, necesito saberlo. —Matt se agachó a su lado y le levantó la barbilla para que lo mirara—. Por favor —insistió con delicadeza—, no me hagas sufrir más.
Cuando Grania por fin lo miró, tenía los ojos como pedernales.
—¿Aún te atreves a mirarme a la cara y decirme que no lo sabes?
—Siempre me has dicho que no valgo un pimiento como actor, cariño. No sería capaz de fingir una cosa así.
—Muy bien. —Grania respiró hondo—. ¿Por qué no me contaste que salías con Charley cuando nos conocimos? ¿Y que luego seguiste saliendo con ella? ¿Cuánto tiempo más seguiste viéndola cuando ya estabas conmigo? ¿Y ahora? ¿Aún estáis juntos?
—Grania, nena, yo… —Matt la observó anonadado—. ¿Todo esto es por ella? ¿Porque cuando nos conocimos salía con Charley y no te lo dije?
—No trates de quitarle importancia, Matt. Odio las mentiras; es lo que más odio en el mundo.
—Pero yo no te mentí, Grania. Solo… —Matt se encogió de hombros.
—Ya; se te olvidó contármelo —lo interrumpió ella—. Obviaste explicarme ese detalle de tu vida a pesar de que era de rabiosa actualidad.
—Pero, Grania, ¿no lo ves? —Matt estaba completamente atónito de que, al parecer, ese fuera todo el motivo por el que Grania había desaparecido de su vida—. Ni siquiera pensé que valiera la pena mencionarlo. No era amor ni nada parecido, solo era una relación informal que…
—Que duró dieciocho meses, según tus padres.
Matt la miró con extrañeza.
—¿Que mis padres te lo han contado? ¿Cuándo? ¿Dónde?
—Cuando vinieron a verme al hospital después del aborto. Yo estaba en el cuarto de baño y ellos no lo sabían. Tu madre dijo que era muy triste que hubiera perdido al bebé, y entonces tu padre comentó que más te habría valido seguir con Charley en lugar de dejarla tirada por mí. —A Grania le brillaban los ojos a causa de las lágrimas—. Supongo que lo decían porque como provengo de los turbales irlandeses mis genes no están a la altura de los de un digno miembro de la realeza como tú.
—¡¿Me dejaste por lo que le oíste decir a mi padre?! —Matt se sentó en el césped y hundió la cabeza en las manos—. Joder, Grania. Reconozco que no deberías haber oído esa conversación, pero me parece que te pasaste de la raya. Ya conoces a mi padre; es insensible y frío como un témpano.
—Ya lo sé —reconoció Grania con vehemencia—. Pero en cuanto a que me pasé de la raya, a lo mejor no habría reaccionado igual si me hubieras dado una mínima explicación de que Charley y tú habíais salido juntos. Pero no, claro; no tenía ni idea. Bueno, da igual. Ahora ya tienes campo libre para cortejar a tu dama de sangre azul; yo ya no pinto nada —añadió con acritud.
—¡Mierda, Grania! No sé qué demonios se te ha metido en la cabeza, pero te doy mi palabra de honor de que no siento nada por Charley. ¡Nunca la he querido!
—Entonces, ¿por qué me respondió ella al teléfono cuando hacía solo unas semanas que me había marchado? —inquirió Grania, escupiendo las palabras.
—Oh, Señor. Nena… —Matt exhaló un hondo suspiro—. Es una historia muy larga.
Esa vez fue Matt quien se quedó callado, mirando al mar.
—Te prometo que Charley ha desaparecido de mi vida para siempre —dijo por fin.
—Así, ¿reconoces que habéis tenido algo hace poco?
—Grania… —Matt sacudió la cabeza desesperado—. Es algo parecido a lo de que tú te habías casado. A mí también se me ha complicado la vida. Puedo explicártelo, por supuesto, pero es todo tan raro que dudo que te lo creas.
—Bueno, supongo que a mí me pasa lo mismo —dijo Grania en voz baja—. Dudo que te hayas visto en un embrollo mayor que el que me ha tocado resolver durante el año que he pasado aquí.
—Ya. —Matt se la quedó mirando—. ¿Y el padre de Aurora? ¿Estuvisteis…?
—Oh, Matt. —Grania suspiró—. Desde que me marché de Nueva York, han ocurrido muchas cosas.
—Bueno, a lo mejor si hubieras tenido fe en mi amor, para empezar, y hubieras confiado en que si no estaba con mi «dama de sangre azul», como tú la llamas, era porque no quería, no habría sucedido nada de todo eso.
—Pero ahora ya ha pasado, Matt —repuso Grania—. Reconozco que tienes razón, que cuando tu padre dijo aquello yo estaba hipersensible y no podía pensar con claridad. El hecho de perder al bebé hizo aflorar todas mis inseguridades. Estaba muy apenada, y mi reacción fue exagerada. Hans dice… —se mordió el labio— que el orgullo me hace hacer estupideces. Y seguramente tiene razón —reconoció Grania.
—Oye, no sé quién es ese tal Hans, pero me muero de ganas de conocerlo —comentó Matt con ironía.
—¿No lo entiendes? Cuando me di cuenta de que había reaccionado de forma exagerada y al cabo de unas semanas te llamé para intentar hablar, Charley contestó al teléfono; y entonces sí que me puse hecha una furia. Acababa de confirmarme lo que más temía.
—Sí, ya me lo imagino. —Matt se aventuró a coger la mano de Grania—. Bueno, nena; yo también tengo cosas que contarte. Pero me estoy congelando aquí fuera. ¿Hay algún sitio donde podamos hablar y comer algo, tal vez? No me importaría nada dar un bocado.
Grania llevó a Matt a un pub cerca de Ring donde servían pescado del día. Se sentó frente a él; se sentía incómoda. Ya no quedaba nada de aquellas caricias espontáneas en la mano, de la familiaridad que conllevaban los años de relación. Matt le inspiraba confianza, pero al mismo tiempo se le antojaba un desconocido.
—Así, ¿quién cuenta su historia primero? —preguntó él desde el otro lado de la mesa.
—Bueno, como yo ya he empezado, si te parece continúo —dijo Grania, observándolo—. Y quiero que los dos seamos sinceros. A fin de cuentas, no tenemos nada que perder, y creo que nos lo debemos el uno al otro.
—Trato hecho —convino Matt—. Hay muchas cosas que no te gustarán, pero te prometo que lo que te contaré es toda la verdad.
—Yo también —dijo Grania con un hilo de voz—. Bueno, seguro que Aurora te habrá contado cómo nos conocimos. ¿Quieres que te hable de mi relación con Alexander?
—Sí.
Matt se preparó para conocer la historia. Escuchó a Grania relatar los dramáticos acontecimientos de los últimos meses, y notó que había cambiado, en cierto modo se la veía más madura y menos intransigente. Y mientras le iba contando cosas de la estrecha relación que había forjado con Alexander, Matt sintió que la amaba más incluso. Por su bondad, su generosidad y la fortaleza que había demostrado en una situación que le pareció espantosa.
—… y así es como hemos llegado hasta aquí —concluyó Grania, encogiéndose de hombros.
—Uau, menuda historia —dijo Matt con un suspiro—. Gracias por ser tan sincera conmigo, nena. Escucha… —empezó con vacilación. Necesitaba aclarar un aspecto para no estar dándole vueltas más adelante—. Comprende que soy un hombre y quiero creer que tu relación con él no fue más allá, pero si fue así, por favor, dímelo.
—Matt, solo nos dimos un beso. Te lo prometo. Estaba muy enfermo. —Grania se sonrojó—. Aunque, para serte del todo sincera, supongo que la cosa no habría acabado ahí de haberse encontrado bien. La verdad es que me atraía.
—Muy bien. —Matt se estremeció solo de pensar en ello, pero sabía que tenía que aceptarlo—. De acuerdo; así que ahora te llamas Grania Devonshire, eres viuda y tienes una hija de nueve años. Y, además, estás forrada. Madre mía, ¡sí que te han pasado cosas en tan pocos meses! —exclamó con una mueca.
—Sí, ya lo sé, pero te prometo que te he contado toda la verdad. Aurora y mis padres pueden confirmarlo casi todo. Bueno. Matt, creo que a los dos nos hace falta otra cerveza. Después me gustaría que me explicaras lo de Charley.
Matt se dirigió a la barra y, mientras pedía la bebida, se dio cuenta muy a su pesar de que todo lo que Grania oyera de su boca solo serviría para confirmar sus sospechas y sus dudas.
Ella lo observó charlar con el camarero con su innato don de gentes. Le pareció más mayor de como lo recordaba. Tal vez el sufrimiento de los últimos meses había grabado los surcos de la madurez en su rostro juvenil. Fuera como fuese, pensó suspirando, eso aún lo hacía más atractivo.
Matt regresó con las bebidas y las colocó sobre la mesa.
—Me apetece probar la cerveza local —dijo sonriendo, y dio un trago de la Murphy’s—. Bueno, ya te he dicho que no iba a resultar fácil, pero vamos a ello.
Le contó la historia con la máxima fidelidad y honradez. No se ahorró los detalles, porque sabía que si le esperaba algún futuro al lado de esa mujer, la mujer a quien amaba, debía serle sincero. De vez en cuando, mientras hablaba, la miraba y trataba de adivinar lo que pensaba o sentía; pero su semblante era como un lienzo en blanco.
—Eso es todo. —Matt respiró hondo; el alivio que sentía tras haberle contado la verdad era palpable—. Lo siento, nena. Ya te había dicho que no te iba a gustar.
—No. —Grania negó despacio con la cabeza—. No es nada agradable. ¿Dónde está Charley ahora?
—Mi madre dice que vive en la casa de Greenwich, y que sale con mi amigo Al. Bueno, se ve que prácticamente viven juntos. Él siempre ha sentido algo especial por Charley. —Matt esbozó una sonrisa taciturna—. El bebé nacerá dentro de pocas semanas, y en el club echan pestes de mí. En fin, ¿qué más da eso?
—¿Y tus padres? Seguro que también es duro para ellos.
—Bueno… —Matt consiguió dirigirle una débil sonrisa—. Parece que lo que me ha pasado ha tenido ciertos efectos en mi madre. A partir de la semana que viene, tendré una nueva compañera de piso.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Grania, arrugando la frente.
—Al parecer, mi madre hace años que está descontenta con la vida que ha llevado con mi padre. Como puedes imaginarte, a él no le hizo ninguna gracia que Charley y yo rompiéramos, me decía que debería seguir con ella aunque solo fuera por guardar las apariencias. Y para mi madre, esa fue la gota que colmó el vaso. Ha decidido dejarlo. —Matt sacudió la cabeza—. Resulta irónico, la verdad, pero dice que está harta de acatar normas y que quiere vivir la vida mientras pueda. Ya ves, Grania; a pesar de la mala impresión que te causó, tú a ella le pareces estupenda. Incluso me dijo que le has servido de inspiración.
—¿En serio? —Grania estaba sorprendida de veras—. Pero seguro que a ti eso te entristece, Matt. Llevaban casados muchos años.
—Bueno, tengo la impresión de que acabará volviendo al nido, pero a mi padre no le irá nada mal echarla de menos un tiempo. A lo mejor así empieza a valorarla un poco y comienza a mover el culo para volver a tenerla a su lado. Y, de paso, recuperar a su hijo. —Matt arqueó las cejas—. En fin, no estamos aquí para hablar del matrimonio de mis padres. Lo que importa ahora somos tú y yo. ¿Cómo lo ves, nena? —preguntó con delicadeza.
—La verdad es que no lo sé, Matt. —La mirada de Grania se perdió en la distancia, hasta que por fin dijo—: Lo que ha salido a relucir esta noche no es poco.
—Pero ¿no te parece que ha valido la pena tener la oportunidad de hablar? Tendríamos que haberlo hecho hace meses, Grania —dijo Matt dolido.
—Ya lo sé —respondió ella con un hilo de voz.
—Y esa pequeña tuya ha hecho todo lo posible para que nos demos una oportunidad —añadió Matt—. Parece nuestra hada madrina.
—Sí —convino Grania—, pero…
—Pero ¿qué?
—Eso no endereza lo que está torcido. Ni borra el pasado.
—¿Qué es exactamente lo que está torcido? —Matt se la quedó mirando—. A mí me parece que hemos sido bastante rectos el uno con el otro.
—Estoy cansada, Matt —dijo Grania con un suspiro—. ¿Volvemos a casa, por favor?
—Claro.
Hicieron el camino de vuelta a la granja en silencio. Grania observaba por la ventanilla la oscuridad de la noche.
Cuando entraron en la cocina, Matt preguntó:
—¿Dónde duermo?
—Me temo que en el sofá. Te traeré una almohada y alguna manta.
—Grania… Por favor, nena; al menos dame un abrazo. Yo te quiero… Yo… —Le cogió la mano cuando pasaba por su lado, pero ella hizo caso omiso. Subió al cuarto de la plancha y buscó todo lo que Matt necesitaba.
—Ahí tienes —dijo, arrojando la pila de cosas en la mesa de la cocina—. Siento que el alojamiento no sea más lujoso.
—Estaré bien —repuso él con un tono que se había vuelto frío—. Y no te preocupes, que mañana me perderás de vista. El miércoles salgo de viaje por trabajo.
—Muy bien. Buenas noches, Matt.
Él la observó salir de la cocina. Comprendía que la historia le hubiera impactado, que no le hubiera hecho gracia tener que oír lo que le había contado, pero lo que le había relatado ella tampoco era para dar saltos de alegría. Sin embargo, seguía dispuesto a tenderle la mano para aceptarlo y comprenderla, para dejar atrás el pasado. Porque la necesidad de estar al lado de la mujer de su vida era más importante que todo lo demás.
Pero ella era más fría que un témpano y no cedía ni un ápice. Él, animado por Aurora, había hecho el esfuerzo de cruzar medio mundo para verla, para intentar salvar su relación por última vez. Matt exhaló un gran suspiro mientras se desplomaba en el sofá y se cubría con la manta. Tal vez fuera porque estaba cansado del viaje, pero sin duda esa noche había perdido todas las esperanzas de futuro.
Grania yacía en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Aunque tenía la certeza de que Matt le había contado la verdad, había algo que le resultaba difícil de digerir y no lograba dejar de darle vueltas. Estuviera borracho o no, había acabado en la cama con Charley. Y, a raíz de eso, ella se había instalado en su casa durante cinco meses. Había colgado la ropa donde antes ella tenía la suya; y ahora tenían en común una casa y habían anunciado su compromiso a todo el mundo. Era precisamente la situación que más temía que llegara a darse. Grania se estremeció al pensar en lo ufano que se había mostrado el padre de Matt al ver a su hijo al lado de una mujer que le convenía más.
Claro que sabía que muchas parejas de orígenes diferentes lograban alcanzar el equilibrio. Y que muchas mujeres suspiraban porque apareciera un príncipe azul que les cambiara la vida. Grania suspiró. ¿Por qué a ella no le hacía ninguna gracia? Además, pensándolo mejor, Matt tenía bien poco de príncipe. No era culpa suya que su padre fuera un capullo engolado, arrogante y obtuso que siempre la hacía sentirse inferior; y, al parecer, a su mujer le ocurría lo mismo. La idea de que Elaine hubiera decidido abandonar a su marido le arrancó una sonrisa.
Y el hecho de que Matt hubiera recorrido medio mundo para ir a verla significaba que no había tirado la toalla, que aún la amaba…
Mientras transcurrían las largas horas nocturnas, Grania, sentada en la cama, con el mentón apoyado en las rodillas, empezó a verlo todo más claro. Miró atrás y se dio cuenta de que Matt se había decidido por ella a pesar de lo que opinara su padre. De hecho, había sido él quien había apostado por la relación desde el principio. Ella no lo había coaccionado, ni lo había obligado a llevar la vida que habían construido juntos. Él lo había elegido libremente. De hecho, había renunciado a una vida de privilegios para amoldarse a sus caprichos. Se había mostrado tolerante ante su negativa a aceptar que la familia les prestara dinero a pesar de su situación desesperada; había comprendido que le costaba relacionarse con sus amigos y por eso los había dejado de lado, y se había avenido a que vivieran juntos sin casarse.
«Madre mía…»
Grania veía clarísimo que el problema no era Matt; era ella.
Ella y su estúpido, indómito, ridículo y destructivo orgullo. Y su inseguridad, que le había puesto una venda en los ojos y no le permitía ver el gran amor que él le profesaba. Y la conversación que había oído por casualidad en el hospital en un momento en que se sentía muy débil y vulnerable, y que, junto con su ilusión frustrada, la había hecho sentirse fracasada como mujer, como compañera y como ser humano.
Grania exhaló un suspiro al pensar en Hans y en el acierto con que había descrito su carácter. En los últimos meses había aprendido muchas cosas de si misma. Ahora veía que lo que siempre había considerado erróneamente sus puntos fuertes eran también sus flaquezas. ¿Qué más daba que Matt tuviera una relación con Charley antes de conocerla a ella? No lo había mencionado porque, simplemente, no lo consideraba importante, no porque le estuviera ocultando su gran amor secreto.
De hecho, pensándolo mejor. Matt no había hecho nada malo.
Cuando la débil luz del alba empezaba a romper, le entró sueño. Poco después, la despertaron unos suaves golpes en la puerta.
—Adelante —dijo con voz soñolienta.
Aurora, ataviada con el uniforme de la escuela, asomó la cabeza por la puerta con timidez.
—Soy yo.
Grania se incorporó con esfuerzo y sonrió.
—Ya sé que eres tú.
Aurora, vacilante, se acercó hasta la cama y se sentó en el borde.
—Solo quería decirte que lo siento.
—¿Que lo sientes? ¿El qué?
—La abuela me dijo anoche que no estaba bien meterse en los asuntos de los demás. Yo creía que te estaba ayudando, Grania, pero no ha sido así, ¿verdad?
—Oh, corazón, ven aquí y dame un abrazo.
Aurora se arrojó en los brazos abiertos de Grania y empezó a sollozar contra su hombro.
—Te veía tan sola y tan triste. Quería hacerte feliz, igual que tú me has hecho feliz a mí… Quería hacer algo por ti.
—Querida, lo que has hecho es maravilloso. Has sido muy valiente; y un poco temeraria —añadió Grania.
—Estás enfadada conmigo, ¿verdad? —Aurora la miró con los ojos arrasados en lágrimas.
—No, no estoy enfadada para nada; es solo que… —Grania suspiró—. A veces las hadas madrinas tampoco consiguen solucionar las cosas.
—Oh —exclamó Aurora—. Yo creía que os queríais.
—Ya lo sé, cariño.
—Matt es un encanto, y muy guapo, aunque no tanto como papá, claro —se apresuró a puntualizar—. Anoche estuvisteis hablando hasta muy tarde, ¿verdad?
—Sí.
—Bueno. —Aurora se apartó de Grania y se puso en pie—. Tengo que irme a la escuela. Te prometo que no diré nada más sobre el tema. Tal como dice la abuela, la decisión tienes que tomarla tú.
—Es verdad, corazón, pero gracias por tratar de ayudarme.
Aurora se detuvo en la puerta.
—Creo que hacéis muy buena pareja. Hasta luego.
Grania se apoyó en la almohada con aire cansino. Quería aclararse un poco las ideas antes de bajar.
Aunque Matt y ella consiguieran olvidar todo lo que les había pasado, ¿cómo lograrían conciliar dos estilos de vida tan distintos? Matt vivía al otro lado del Atlántico, mientras que ella estaba afincada en Irlanda con Aurora. Desde que abandonó a Matt, se había convertido en madre; lo cual no dejaba de resultar irónico. La verdad era que no tenía ni idea de si él estaba dispuesto a asumir esa responsabilidad con ella.
Se dio una ducha, se vistió y bajó a la cocina. Kathleen se había marchado para acompañar a Aurora a la escuela y Matt estaba sentado a la mesa, dando buena cuenta del completo desayuno que le había preparado la mujer.
—Tu madre me está malacostumbrando —dijo, terminándose los últimos bocados—. También echo de menos tus guisos, nena.
—Bueno, seguro que Charley se encargaba de que en tu mesa nunca faltara un buen plato de Dean and Deluca —soltó Grania, y se arrepintió de inmediato. El comentario irónico se le había escapado sin que pudiera evitarlo.
—Mira, Grania, no sigas por ahí, por favor —dijo Matt en tono cansino.
En la cocina se hizo un silencio tenso. Ninguno de los dos sabía qué decir. Grania se preparó una taza de té y Matt se terminó el café. Luego se levantó y se dirigió a la puerta exterior, donde se detuvo con la mano en el pomo.
—Mira, cariño, he hecho todo lo que he podido por arreglar lo nuestro, pero está visto que no eres capaz de olvidar y poner las cosas en su sitio. Igual resulta que ni siquiera te apetece intentarlo de nuevo. —Matt se encogió de hombros—. Para serte sincero, estoy cansado de tener que librar esta batalla yo solo, que es justo lo que ahora mismo me parece que estoy haciendo.
—Matt…
—No te esfuerces, cariño; no hace falta que me des explicaciones. A lo mejor todo lo de los distintos orígenes, lo de Charley y lo de no querer casarte conmigo no eran más que excusas. A lo mejor, Grania, lo que ocurre es que nunca me has amado lo suficiente para desear que lo nuestro funcione. ¿Sabes qué? No hay vidas perfectas, y precisamente las relaciones se fortalecen compartiendo los problemas. Y comprometiéndose. Pero tú nunca has estado dispuesta a compartir nada, eres de las que siempre llevan las cosas a su terreno; y ante el primer atisbo de dificultades, vas y me dejas. Y yo me quedo hecho polvo. —Miró el reloj—. Tengo que irme. Ya nos veremos.
Matt salió de la cocina y cerró la puerta con fuerza. Al oír que su coche de alquiler se alejaba por el camino, Grania, frustrada, notó el escozor de las lágrimas en los ojos. ¿Por qué la tomaba con ella de esa manera? De acuerdo, se le había escapado un comentario mordaz, ¿pero a qué venía eso de que no lo amaba lo suficiente para desear que lo suyo funcionara?
Y encima se había ido.
Y todo había terminado. Su vaso estaba colmado, se lo había dejado muy claro.
Grania salió de casa y se dirigió a su estudio. Estaba aturdida y tenía el estómago encogido. Cuando se sentó frente al banco de trabajo, las lágrimas todavía le nublaban la vista. No estaba acostumbrada a que Matt contraatacara. Siempre era muy amable, tenía un carácter afable y sensato. Era ella la combativa y temperamental. Pero después de pasarse toda la noche viendo la parte positiva y haciendo acopio de buenas intenciones, una sola frase se había escapado de sus labios y lo había echado todo a perder.
—¡Eres una tozuda y una imbécil rematada, Grania! ¡Amas a ese hombre! —se lamentó, mientras las lágrimas empapaban la arcilla de su nueva escultura—. Matt ha luchado mucho por ti, ¡y ahora se ha ido! ¡Se ha ido por tu culpa! —Se puso en pie, se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y empezó a pasearse de un lado a otro del estudio.
¿Qué debía hacer?
Por una parte, su yo más enquistado y arrogante sentía que debía dejarlo marcharse.
Pero su yo naciente, aquel en el que Hans y los acontecimientos de los últimos meses la habían ayudado a reconocerse, le decía que debía tragarse el orgullo y salir tras él para rogarle que le diera otra oportunidad.
Si no lo hacía, perdería muchas cosas. Claro que les quedaban problemas por resolver, cuestiones como dónde vivirían y si Matt estaba dispuesto a acoger a Aurora y hacerle de padre. Pero, tal como él había dicho, cuando se amaba de veras a alguien, seguro que valía la pena intentarlo.
«Yo creía que os queríais…»
El rostro compungido de Aurora se le apareció en la mente. ¿Sería capaz de romper el hábito de toda una vida, tragarse el orgullo e ir en busca del hombre al que amaba?
«Ve, ve, ve…»
Tal vez solo fuera el viento que aullaba en el exterior del estudio, o tal vez fuera Lily. Su presencia le exhortaba a que creyera en el amor.
Grania cogió las llaves del coche y salió como una flecha rumbo al aeropuerto de Cork.
Durante el trayecto, trató diversas veces de llamar a Matt al móvil, pero lo tenía apagado. Condujo a una velocidad mucho mayor de lo que recomendaba la prudencia. Aun así, cuando llegó al vestíbulo de salidas del aeropuerto, vio que los pasajeros del vuelo con destino a Dublín ya estaban embarcando. Se dirigió a toda prisa al mostrador de Aer Lingus y aguardó en la cola con impaciencia.
—Mi… hum… Mi novio está a punto de embarcar en el vuelo de Dublín y tengo que comunicarle algo muy importante. ¿Hay alguna forma de que pueda ponerme en contacto con él? —preguntó desesperada a la joven azafata.
—¿Ha probado a llamarlo al móvil? —preguntó a su vez la joven, con cierta lógica.
—¡Claro que sí! Pero parece que lo tiene apagado, supongo que porque está a punto de subir al avión. ¿No puede llamarlo por los altavoces?
—Bueno, depende de qué se trate… —aventuró la chica—. ¿Es muy urgente?
—¡Claro que es urgente! —repuso Grania encolerizada—. ¡Es muy, muy urgente! ¿Puede llamar por megafonía a Matt Connelly y decirle que Grania Ryan… lo está esperando en el mostrador de información? Y, por favor, hágalo antes de que suba a ese avión.
«Y dígale que le amo, y que lo necesito, y que lo siento, lo siento mucho.»
Grania también pensó eso, pero no lo dijo en voz alta. A la joven le llevó siglos enteros hablar con su supervisor, y mientras ella tuvo que aguardar allí plantada con los ojos arrasados en lágrimas de frustración.
Por fin oyó la voz, alta y clara, que resonó por todo el pequeño aeropuerto. Grania esperó, agonizando de nerviosismo, sin dejar de mirar el teléfono móvil que sostenía en la mano, testigo inalterable y silencioso del terrible error que sabía que acababa de cometer.
—Señorita, el avión acaba de despegar —anunció la joven del mostrador—. No creo que pueda llamarla ahora —añadió innecesariamente.
Grania se volvió y miró por la ventana. Masculló un «gracias» inaudible y regresó al coche tambaleándose.
En el camino de regreso condujo con lentitud; sabía que había recogido los frutos de su cosecha. Matt no quería saber nada más de ella, y no era de extrañar. Le daba la impresión de que hasta ese día había vivido insensibilizada dentro de una burbuja recubierta por la gruesa película de inseguridad y orgullo. Y ahora que todo eso había estallado, se daba cuenta de lo que había perdido. Y por qué.
Aparcó el coche a la entrada de la granja y avanzó desconsolada hacia la puerta de la cocina con la intención de subir directamente a su dormitorio.
—¿Dónde demonios te habías metido, Grania Ryan? ¡Nos estábamos volviendo locos de preocupación! —Kathleen se levantó de la mesa alrededor de la cual se encontraba toda la familia reunida, con sendas tazas de té en la mano y una clara expresión de alivio al ver a Grania.
—Es verdad, mamá —confirmó Aurora—. Ahora ya sé cómo os sentisteis cuando desaparecí.
—Ven a sentarte aquí, cariño, y tómate un té —la animó John, dando unas palmadas en la silla que tenía al lado.
Grania hizo lo que le pedía al ver atenuada su reticencia inicial por la calidez de una familia que le demostraba un gran cariño a pesar de sus muchos defectos.
—Gracias, papá —musitó, y John sirvió el té en una taza y se la colocó enfrente. Grania bebió un sorbo mientras el resto de la familia seguía escrutándola en silencio, tratando de adivinar su estado de ánimo.
—El precio de los terneros ha aumentado un diez por ciento —anunció John sin dirigirse a nadie en particular, solo para aliviar la tensión—. Hoy he ido al mercado de Cork y los otros granjeros se quejaban de que, si siguen subiendo los precios, el año que viene no tendrán más remedio que pasar con menos reses.
Alguien abrió la puerta de la escalera, que quedaba justo detrás de Grania, pero ella no se volvió.
—¿Mejor así? —preguntó John levantando la cabeza—. Cuando vas al mercado, luego te pasas varios días con el olor de los animales impregnado.
—Sí, gracias —respondió la voz detrás de Grania—. Te agradezco que me hayas llevado contigo, John. Es muy interesante ver cómo funciona una subasta.
Una mano rozó el hombro de Grania.
—Hola, nena; veo que ya has vuelto. Tu familia y yo estábamos preocupados por ti.
Grania se dio la vuelta y miró a Matt a los ojos.
—Creía… que te habías marchado.
—Tu padre me ha preguntado si quería acompañarlo al mercado de Cork —respondió él, y apartó de la mesa la silla de al lado y se sentó—. Se le ha ocurrido que me gustaría ver algo un poco pintoresco antes de marcharme de Irlanda, y tenía razón —dijo con una risita.
—Pero… el vuelo… Creía que te marchabas hoy. Anoche me lo dijiste.
—Tu padre me ha propuesto lo de la visita al mercado esta mañana, así que he cambiado de plan. —Por debajo de la mesa, Matt le cogió la mano y se la estrechó—. Además, tu familia creía conveniente que me quedara unos cuantos días más, dadas las circunstancias, pero también han pensado que te iría bien tener un poco de tiempo y de espacio para pensar, así que lo mejor que podía hacer era pasar el día fuera. ¿Te importa que me haya quedado, Grania?
Todas las miradas volvieron a recaer en Grania, aguardando su respuesta. Tenía la garganta atorada a causa del gran nudo formado por la amalgama de emociones. Gracias al apoyo de todos los presentes, el amor de Matt había tenido la fuerza suficiente para concederle una última oportunidad.
—Va, ¡dile que no te importa, mamá! —Aurora puso los ojos en blanco en señal de exasperación—. Todos sabemos que quieres a Matt con locura, y tenemos que salir a encerrar las vacas antes de que se haga de noche.
Grania se volvió hacia Matt, con las lágrimas brillándole en los ojos, y le sonrió.
—No, Matt. No me importa en absoluto.