28
Grania no se lo explicaba. Mientras descendía por la colina en dirección a casa de sus padres, con Aurora y sus más preciadas pertenencias en la parte trasera del Range Rover, no lograba dilucidar qué le pasaba por la cabeza a Alexander.
—¡Ya estamos aquí! —gritó Aurora, mientras saltaba del vehículo y corría a abrir la puerta de la cocina. Se arrojó en brazos de Kathleen—. Muchas gracias por dejar que me quede aquí, ¿puede dormir Lily en mi cama? Os prometo que por la mañana, cuando tenga que tomar más leche, la llevaré con su mamá.
—Mira, nosotros no separamos a los cachorros de sus madres hasta que llega el momento. Además, en esta casa no se permite que los perros suban a la planta de arriba, excepto en alguna ocasión muy especial, como por ejemplo tu primera noche aquí. —Kathleen acarició la mejilla de Aurora, y levantando la cabeza por encima de sus bellos rizos dignos de un Tiziano, intercambió una mirada de resignación con su hija.
Antes de la hora del té, Shane llevó a Aurora a la cima de la colina, donde las ovejas estaban empezando a parir.
—Es increíble —dijo Kathleen—. Ya te dije que los Ryan estamos predestinados a tener a nuestro cuidado a un niño Lisle.
—¡Vamos, mamá, déjate de predicciones! Y cuéntame lo que pasó —añadió Grania—. Salta a la vista que la adoras.
—Sí. —Kathleen tenía la madurez suficiente para admitirlo—. No sé cómo esa niña ha conseguido que me encariñe con ella, a pesar de que me había propuesto no hacerlo. Tu padre sí que es un caso perdido; me parece que se acuerda de cuando tú eras pequeña. Ha pintado la habitación de invitados de rosa, e incluso ha ido a Clonakilty a comprarle muñecas. Tienen unas caras horrendas, le lo aseguro. —Kathleen se echó a reír—. Pero él lo ha hecho con buena intención. Y tu hermano también está loco con la niña —añadió.
—Ya sabes que solo se quedará aquí un tiempo, mamá, hasta que Alexander vuelva.
—Cuando un niño Lisle entra en casa de los Ryan nunca es por poco tiempo, acuérdate de lo que te digo. —Kathleen hizo un gesto de advertencia con el dedo a su hija—. Aunque admito que la pequeña Aurora nos ha llenado de vida a todos. —Kathleen puso la tetera en el fuego—. Y seguramente yo soy la primera que defendería sus intereses con uñas y dientes. Bueno, acabo de reconocer que, como todas las mujeres de la familia, soy una calamidad para deshacerme de un niño Lisle. Pero a ver quién es el guapo que se resiste, con lo que me hace sonreír. —Se volvió a mirar a su hija y se cruzó de brazos—. Lo más importante ahora, Grania, es saber qué vas a hacer tú. Sabes que aquí cuidaremos de Aurora y estará feliz, así que eres libre de tomar tus propias decisiones.
—Sí, mamá. Y te lo agradezco. Me gustaría poder decirte que ya las he tomado, pero te mentiría. A lo mejor me ayudará contar con unos días de margen, después de todo el jaleo.
—Sí —dijo Kathleen con un suspiro—. Y ese tal Alexander es un tipo muy apuesto, hasta yo me he dado cuenta. Tiene unos ojos…
—¡Mamá! ¡Haz el favor de comportarte! —exclamó Grania con una sonrisa.
—Siempre me he comportado, por desgracia para mí —dijo con una mueca—. Una mujer también tiene derecho a soñar, ¿no? Bueno, esta noche tendremos una cena estupenda. He preparado algo especial para nuestra princesita.
Esa noche, con Aurora a la mesa, resultó animadísima. Después de cenar, John, horrorizado de que la niña no conociera ninguna de las viejas canciones de su tierra natal, sacó el banjo y tocó para todos. Shane rompió su costumbre de toda la vida y no fue al pub. Los cinco se dedicaron a bailar gigas irlandesas hasta que Aurora empezó a bostezar y Grania observó el agotamiento en sus ojos.
—Es hora de acostarse, corazón.
—Sí —respondió la niña, casi agradecida.
Grania acompañó a Aurora por la estrecha escalera hasta la habitación de invitados recién decorada, le puso el camisón y la arropó en la cama.
—Adoro a tu familia, Grania. Espero no tener que marcharme nunca. —Aurora bostezó, con los ojos medio cerrados y expresión satisfecha.
Antes de que Grania saliera de la habitación, se había quedado dormida.
Matt llegó a casa y dejó la bolsa llena de ropa en el lavadero con la intención de hacer la colada más tarde. Fue a la cocina para prepararse algo de comer. No había estado en el piso desde la mañana después de haberse emborrachado con Charley y los muchachos. Luego se dirigió a la sala de estar, aliviado de que no hubiera nadie en casa, y se tumbó en el sofá. Era posible que Charley se hubiera trasladado, por supuesto. Seguro que a esas alturas las obras de decoración de su piso debían de estar a punto de acabar.
Matt se sonrojó al recordar la última mañana que había pasado allí. Cuando al despertarse vio que Charley estaba desnuda a su lado, se horrorizó. Por eso se dio una ducha, preparó una bolsa con las cuatro cosas necesarias para pasar un par de semanas fuera y salió de casa sin hacer ruido, cual amante rechazado. Lo peor de todo era que no recordaba lo que había o no había hecho la noche anterior.
Desde entonces, Charley no se había puesto en contacto con él, y por tanto no había habido lugar para conversaciones cómplices ni tonteos, tal como uno espera después de pasar la noche con alguien. Tampoco él se había puesto en contacto con Charley, ¿qué demonios podía decirle? Antes necesitaba que ella le diera alguna pista, para poder reaccionar en consecuencia.
Oyó la llave en la cerradura. Charley cruzó la puerta y miró a Matt sorprendida.
—Hola, no pensaba que estuvieras en casa.
—¿De verdad? —dijo Matt, nervioso—. Qué raro, porque resulta que vivo aquí.
—Sí, eso ya lo sé —repuso ella mientras iba a la cocina para servirse un vaso de agua. Luego cruzó la sala de estar en dirección a su dormitorio.
—¿Estás bien? —preguntó Matt a su espalda. No era propio de ella mostrarse tan callada.
—Sí, claro que estoy bien. Solo muy cansada.
Fue la última vez que habló con ella esa noche; de hecho, no volvieron a hablar en toda la semana. Cuando coincidían en casa, Charley respondía a sus preguntas con monosílabos, se marchaba a su habitación y no volvía a aparecer hasta la mañana siguiente. Matt sabía que lo estaba evitando, y también sabía por qué, pero no se le ocurría ninguna forma de arreglar la situación.
Al final decidió que lo único que podía hacer era plantar cara al problema y abordar a Charley. Esa noche, cuando llegó a casa, fue a la nevera para servirse un vaso de leche.
—Charley, cariño, me parece que tenemos que hablar.
Ella se detuvo en mitad de la sala de estar, camino de su dormitorio.
—¿De qué?
—Me parece que ya sabes de qué.
Charley lo escrutó unos instantes.
—¿Qué es lo que hay que hablar? Ocurrió, fue un error, es evidente que lo lamentas…
—¡Basta! —Matt extendió los brazos hacia delante de modo instintivo—. Déjalo ya. Te propongo que salgamos a cenar y lo hablemos tranquilamente.
—Vale. —Charley se encogió de hombros—. Si eso es lo que quieres… Voy a darme una ducha.
Al cabo de una hora, estaban sentados el uno frente al otro en un restaurante italiano que había a un par de manzanas del apartamento. Matt había pedido una cerveza, pero Charley no quiso tomar alcohol y estaba bebiendo agua.
—¿Te encuentras bien? Físicamente, quiero decir. No es propio de ti rechazar una copa de vino, Charley. —Matt sonrió tratando de romper el hielo.
—No estoy en mi mejor momento.
—Deberías ir al médico y pedirle que te haga un chequeo —la animó Matt.
—Sí, claro. —Charley estaba cabizbaja y jugueteaba con la servilleta, evitando mirarlo a los ojos.
—Oye, Charley, que soy yo, Matt. Es obvio que he hecho algo que te ha sentado mal, y lo detesto.
Charley guardó silencio y Matt le echó agallas al asunto y prosiguió.
—El problema, cariño, es que esa noche no controlaba nada. Este joven se está haciendo viejo y no resiste el alcohol igual que antes.
La bromita no arrancó a Charley respuesta alguna.
—Mira —dijo, volviendo a la carga—, seré sincero contigo y te confesaré que no sé muy bien lo que ocurrió la otra noche cuando volvimos del restaurante. Quiero decir, que si nos… que si yo…
Matt se quedó sin palabras. No podía decir nada más mientras Charley no le respondiera. Ella, poco a poco, levantó la cabeza para mirarlo. Matt no sabía si lo que observaba en sus ojos era tristeza o rabia.
—¿Que no… te acuerdas?
—No. —Matt se sonrojó—. No me acuerdo. Lo siento de veras, pero es mejor que te diga la verdad.
—Joder. —Charley exhaló un suspiro—. Es lo último que me faltaba.
—¿Qué quieres que te diga? Estoy avergonzado y horrorizado. Claro que… ya habíamos… Quiero decir que… no era la primera vez que estábamos juntos.
—Oh. —A Charley se le pusieron los ojos vidriosos—. Así que todo solucionado, ¿verdad? Te acostaste conmigo, pero no pasa nada porque ya lo habíamos hecho antes. ¿Es eso lo que me estás diciendo, Matt?
—No, yo… ¡Mierda, Charley! —Matt se pasó la mano por el pelo con desesperación y volvió a mirarla—. ¿Hablas en serio? ¿Dices que la otra noche me acosté contigo?
—Sí, Matt, lo hiciste. ¿O me acusas de mentirosa?
—No, claro que no. ¡Maldita sea! No puedo creer que me haya comportado así. Lo siento, Charley. Lo siento mucho —recalcó.
—Ya, bueno. —Charley se encogió de hombros—. Seguro que… no lo sientes tanto como yo. No te preocupes, enseguida me quedaron las cosas muy claritas. Lo recordaras o no, el hecho de que después de aquello no te viera el pelo en dos semanas lo decía todo. Es el caballero quien debe llamar a la dama, por si no te acordabas —añadió—. Me has utilizado, Matt, y no creo que me lo merezca.
—No, tienes razón —convino Matt. Charley lo miraba con expresión glacial y él quería que se lo tragara la tierra—. Me siento como un completo estúpido, y si fuera tú, te aseguro que no querría volver a saber nada de mí en la vida.
—La idea se me ha pasado por la cabeza, no creas —repuso Charley justo cuando llegaban las pizzas—. Creía que por lo menos éramos amigos. Pero seguro que de la forma en que me has tratado a mí no tratarías ni a tu peor enemigo.
—No. —Matt se esforzaba por arreglar una situación que no podía creer que hubiera provocado. El comportamiento que había descrito Charley no era nada propio de él. Sin embargo, contaba con pocos argumentos para defenderse—. Charley, no sé qué decir. ¡Dios! En estos momentos ni siquiera sé quién soy. Siempre he creído ser un buen tío, pero igual llegado el momento tengo que aceptar que no lo soy.
—No. —Charley se metió en la boca un trozo de pizza diminuto y lo masticó. Estaba claro que no pensaba dejar que se fuera de rositas—. Es posible que no lo seas. Te he servido de paño de lágrimas día tras día y noche tras noche para que te desahogaras contándome lo de Grania, tratando de estar a tu lado cuando me necesitabas. Y ¿cómo me lo pagas?
—Oye, Charley, comprendo tus motivos —Matt respiró hondo, semejante rapapolvo le hacía rodar la cabeza—, pero te aseguro que sabes cómo hacer que un chico se sienta mal de verdad.
—Lo siento, Matt —prosiguió ella—, pero la otra noche, antes de acostarte conmigo, estuviste muy persuasivo.
—¿En serio?
—Sí. Por ejemplo, me dijiste que me querías.
Matt se estaba ahogando en aquel mar de acusaciones. Y sin embargo, debían de ser ciertas. ¿Por qué iba a mentirle Charley? No, ella no era de esas. Se habían criado juntos, y la conocía mejor que a cualquier otra mujer excepto a Grania. Matt no sabía qué más decir. Permaneció en silencio, mirándola sentada a la mesa frente a él.
—Escucha, Matt —Charley exhaló un hondo suspiro—, entiendo perfectamente que no pasas por tu mejor momento. La otra noche estabas muy borracho, y comprendo que pudiste decir y hacer cosas que no sentías. Yo estaba a mano y te creí, pero no debí hacerlo, así que supongo que también es culpa mía.
—Mierda, Charley; culpa tuya seguro que no es. El culpable soy yo, y no quiero que te sientas para nada responsable de lo que pasó. Si pudiera rebobinar lo haría. Y tienes razón, no paso por mi mejor momento. Pero eso no es problema tuyo y no me perdonaré nunca el haberte herido. Me sorprende que no te hayas marchado de casa decidida a no volver a dirigirme la palabra.
—Lo habría hecho si pudiera, pero las obras de reforma del piso están durando más de lo que creía. No te preocupes, Matt —se encogió de hombros con tristeza—, en cuanto esté habitable, me marcharé.
—¿Es el final de nuestra amistad? —preguntó él despacio.
—No lo sé, Matt —dijo ella con un suspiro—. Ahora que lo hemos hablado, necesito un poco de tiempo para reflexionar.
—Claro.
—Tengo que preguntarte una cosa, Matty, y necesito que seas del todo sincero. Cuando dijiste… lo que dijiste la otra noche antes de que hiciéramos el amor, no lo sentías, ¿verdad?
—¿El qué? ¿Que te quería? —preguntó Matt.
—Sí.
—Pues claro que te quiero, Charley —dijo con gran esfuerzo—; eso ya lo sabes. No era ninguna mentira. Como te he dicho antes, nos conocemos de toda la vida, eres la hermana que nunca he tenido. Pero… —Matt suspiró. Simplemente, no sabía como expresar con palabras lo que tenía que decir a continuación.
—Pero no es ese tipo de amor —soltó Charley.
Matt aguardó un momento antes de responder.
—No.
—¿Porque sigues enamorado de Grania?
—Sí, supongo que sí.
Matt observó a Charley cortar otra porción diminuta de pizza, pincharla con el tenedor y masticarla a conciencia. Acababa de tragársela cuando se puso en pie.
—Disculpa, Matt. Tengo que ir al servicio.
Matt observó a Charley cruzar el restaurante lo más deprisa que sus modales le permitían y desaparecer tras bajar unos escalones. Él movió su plato a un lado, puso los codos sobre la mesa y se frotó fuertemente las mejillas con la palma de las manos. Menuda pesadilla… ¿Cómo podía haber hecho lo que decía Charley? Precisamente él, un psicólogo, conocedor de las flaquezas humanas, había caído en la tentación.
Se preguntó qué le estaba pasando. Llevaba los treinta y seis años de su vida construyendo una imagen en torno al supuesto de que era un buen tío. Creía haber tratado siempre a las mujeres con respeto y no haber abusado ni haberse aprovechado nunca de ellas. Valoraba sus puntos fuertes y sus cualidades, y se mantenía dentro de los límites adecuados según su entorno y la educación que había recibido. Por encima de todo, Matt siempre había tratado de obrar con integridad, y solo de pensar que la otra noche con Charley (una de sus mejores amigas, por el amor de Dios) se había comportado de otro modo, se despreciaba a si mismo.
Matt miró hacia los escalones, pero Charley seguía sin dar señales de vida. Por lo menos había tenido agallas de ser sincero con ella y dejarle claro que lo suyo no tenía futuro. Por muy dolida que estuviera, y aunque lo sucedido la otra noche hubiera afectado a su amistad de modo irreparable, Matt sabía que había hecho lo correcto.
Porque…
Le gustara o no, lo deseara o no, la cruda verdad era que seguía enamorado de Grania.
Charley salió del servicio con la cara muy pálida y se sentó frente a Matt.
—¿Estás bien? —Matt arrugó la frente—. Pareces enferma de verdad.
—No. —Charley sacudió la cabeza—. No estoy bien. No estoy nada bien.
—¿Es por mí? ¿Es por mi culpa?
—Sí, supongo que en cierta manera sí. —Charley lo miró con los ojos arrasados en lágrimas; la palidez de su rostro envolvía su mirada tersa—. Porque lo que pasa, Matt, es que estoy embarazada.