3

Esa noche, cuando su padre y su hermano se hubieron levantado de la mesa (dejando los platos y los cubiertos sucios; ya se ocuparía su madre de retirarlos), Grania ayudó a Kathleen a fregar los cacharros.

—Hoy he vuelto a ver a Aurora Lisle —dijo Grania en tono despreocupado mientras secaba los platos.

Kathleen arqueó una ceja.

—¿Y hoy también iba en camisón y tenía pinta de espíritu?

—No, iba vestida normal. Es una niña un poco rara, ¿verdad?

—Pues lo cierto es que no sé cómo era. —La boca de Kathleen dibujaba una línea firme y severa.

—Me ha pedido que vaya a su casa y la ayude a hacer manualidades con papel maché. Parece muy sola —dijo Grania.

Hubo una pausa antes de que Kathleen respondiera.

—Ya te lo advertí, Grania; te aconsejé que no te mezclaras con esa familia. Pero eres una persona adulta y no puedo impedírtelo.

—Pero, mamá, no es más que una niñita muy simpática que se siente sola. Se la ve perdida… No tiene madre. Seguro que no hay nada de malo en que pase un par de horas con ella, ¿no?

—No pienso volver a hablar de eso contigo, Grania. Ya has oído cuál es mi opinión, ahora tienes que decidir por ti misma. Punto y final.

El sonido del teléfono interrumpió el silencio subsiguiente. Grania no mostró intención de cogerlo, y su madre tampoco. Cuando hubo sonado diecisiete veces, Kathleen puso los brazos en jarras.

—Seguro que sabes quién es.

—No —respondió Grania sin decir la verdad—. ¿Por qué tendría que saberlo, mamá? Podría ser cualquiera.

—Las dos sabemos quién llama a estas horas de la noche, cariño, y a mí me resulta demasiado violento volver a hablar con él.

El teléfono continuó sonando; la desagradable premura de los timbrazos contrastaba de plano con la forzada inmovilidad de madre e hija. Al final paró, y las dos mujeres se miraron directamente a los ojos.

—No pienso consentir semejantes groserías bajo mi techo, Grania. Ya no sé qué más decirle. ¿Se puede saber qué es lo que te ha hecho ese pobre hombre para merecer que lo trates así? Has perdido un hijo, de acuerdo, pero él no tiene la culpa, ¿no?

—Lo siento, mamá. —Grania sacudió la cabeza—. Tú no lo comprendes.

—Es la primera cosa que has dicho con la que estoy de acuerdo. ¿Por qué no me lo explicas?

—¡Mamá! ¡Por favor! No puedo… —Grania se retorció las manos, frustrada—. ¡No puedo!

—A mi entender, Grania, con eso no basta. Sea lo que sea lo que ha pasado, está afectando a todos los que vivimos en esta casa y necesitamos que nos pongas al corriente de la situación. Yo…

—Es Matt, querida —terció su padre mientras entraba tranquilamente en la cocina con el teléfono en la mano—. Hemos charlado un buen rato, pero me parece que es contigo con quien quiere hablar. —John le sonrió a modo de disculpa y le tendió el auricular.

Grania lanzó una mirada asesina a su padre y le arrancó el aparato de las manos. Salió de la cocina y empezó a subir la escalera camino de su habitación.

—¿Grania? ¿Eres tú? —Los suaves y familiares matices de la voz de Matt hicieron que sintiera un nudo en la garganta de inmediato mientras cerraba la puerta tras de si y se sentaba en el borde de la cama.

—Matt, te pedí que no intentaras ponerte en contacto conmigo.

—Ya lo sé, nena, pero ¡por el amor de Dios! No soy capaz de adivinar lo que está pasando. ¿Qué te he hecho? ¿Por qué me has dejado?

Grania posó la mano que le quedaba libre en el muslo cubierto por los tejanos para tranquilizarse.

—¿Grania? ¿Aún estás ahí, cariño? Por favor, si me explicas qué se supone qué he hecho a lo mejor puedo defenderme.

Grania siguió sin responder.

—Grania, por favor, háblame. Soy Matt, el hombre que te ama, con quien has compartido ocho años de tu vida. Y voy a volverme loco aquí solo, sin saber por qué te has marchado.

Grania dio un hondo suspiro.

—Por favor, no vuelvas a llamarme, no quiero hablar contigo. Además, estás molestando a mis padres, importunándolos todas las noches.

—Grania, por favor, comprendo que para ti ha sido muy duro perder al bebé, pero podemos volver a intentarlo, ¿no? Yo te amo, cariño, y haré lo que sea para…

—Adiós, Matt. —Grania apretó la tecla que cortaba la llamada; no podía soportar oír más su voz. Se quedó sentada donde estaba, con la mirada fija en las flores desvaídas del papel pintado de las paredes del dormitorio de su infancia. Había contemplado ese motivo noche tras noche mientras concebía sueños de juventud acerca del futuro, donde aparecía su príncipe azul y se la llevaba a una vida perfecta llena de amor. Matt había representado para ella todo eso y más… Se enamoró perdidamente desde el momento en que posó sus ojos en él. La verdad es que había vivido un auténtico cuento de hadas.

Se tumbó en la cama y abrazó la almohada. Ahora, aquello que siempre había creído de que el amor lo podía todo, que era capaz de franquear todas las barreras, de superar cualquier problema en la vida y alzarse victorioso, se había desvanecido.

Matt Connelly se dejó caer en el sofá con el teléfono móvil todavía en la mano.

Llevaba dos semanas devanándose los sesos, tratando de deducir las razones de Grania para recoger los bártulos y marcharse. Pero no se le ocurría ninguna. ¿Qué podía hacer para solucionarlo? Ella le había dejado clarísimo que no quería saber nada con él… ¿De verdad su relación se había roto para siempre?

—¡Mierda! —Matt arrojó el móvil a la otra punta de la sala, y vio saltar la batería por los aires. Comprendía que Grania estaba deshecha a causa del aborto, pero no veía por qué por eso tenía que apartarlo también a él de su vida. Tal vez debería coger un avión e ir a verla a Irlanda. Pero ¿y si se negaba a recibirlo? ¿Y si empeoraba aún más las cosas?

Se puso en pie tras tomar una decisión repentina. Fue a donde estaba el portátil pensando que cualquier cosa sería mejor que la incertidumbre por la que estaba pasando en esos momentos. Más valía que Grania le dijera a la cara que todo había terminado a seguir sumido en la ignorancia.

Se conectó a la red y empezó a buscar vuelos de Nueva York a Dublín. Mientras lo hacía, sonó el timbre del portero automático, pero él lo ignoró. No esperaba a nadie y la verdad era que no le apetecía recibir visitas. El timbre siguió sonando con insistencia hasta que, de puro nervioso, Matt cruzó la sala y apretó el botón del intercomunicador.

—¿Quién demonios es?

—Hola, cariño, pasaba por aquí y se me ha ocurrido llamar para saber si estás bien.

Matt abrió la puerta de inmediato.

—Lo siento, Charley, sube. —Dejó la puerta entreabierta y siguió buscando billetes. Charley era una de las pocas personas a quienes se sentía con ánimos de ver. Eran amigos desde la infancia, pero le había perdido la pista (igual que a muchos de sus viejos colegas) cuando empezó a salir con Grania. Ella se sentía incómoda con su grupo de Connecticut, y por eso él los había dejado de lado. Unos días atrás, Charley se había puesto en contacto con él y le había dicho que sabía por amigos comunes que Grania se había marchado a Irlanda. Luego había ido a visitarlo y se lo había llevado a comer una pizza. A Matt le sentó muy bien verla.

Al cabo de pocos minutos, unos brazos lo rodearon por los hombros y Charley le dio un suave beso en la mejilla. En la mesa, al lado de su portátil, apareció una botella de vino tinto.

—He pensado que lo necesitarías. ¿Traigo un par de copas?

—Me parece genial. Gracias, Charley. —Matt siguió comparando horarios y precios mientras Charley descorchaba el vino y lo servía en dos copas.

—¿Qué estás buscando? —preguntó mientras se despojaba de las botas y doblaba hacia atrás sus largas piernas para sentarse sobre ellas en el sofá.

—Vuelos a Irlanda. Si Grania no piensa volver, tendré que ir yo.

Charley arqueó las cejas, depiladas a la perfección.

—¿Te parece sensato?

—¿Y qué coño se supone que tengo que hacer? ¿Quedarme aquí y volverme medio loco dándome cabezazos contra la pared una y otra vez mientras trato de averiguar qué ha pasado?

Charley se echó hacia atrás la brillante cabellera morena y bebió un sorbo de vino.

—¿Y si resulta que lo que necesita es un poco de distancia? Para superar… Bueno, ya sabes. Si vas allí, solo servirá para empeorar las cosas, Matty. ¿Te ha dicho Grania que quiere verte?

—¡No, joder! Acabo de llamarla y me ha pedido que la deje en paz. —Matt se apartó del ordenador portátil, tomó un gran trago de vino y se sentó en el sofá junto a Charley—. Puede que estés en lo cierto —dijo con un suspiro—. A lo mejor tengo que darle un poco más de tiempo y acabará entrando en razón. Supuso un duro golpe para ella perder al bebé. Ya sabes lo ansiosos que están mis padres por que la familia estrene una nueva generación, y mi padre no se esforzó en ocultar lo decepcionado que estaba cuando nos visitó en el hospital.

—Me lo imagino. —Charley alzó los ojos en señal de exasperación—. La sutileza nunca ha sido uno de los fuertes de tu padre. A mí no me ha ofendido nunca, porque para mí vosotros sois como de la familia y estoy acostumbrada a tratar con él. Pero para alguien de fuera como Grania debe de ser difícil aguantarlo.

—Sí. —Matt puso los codos sobre las rodillas y apoyó la cabeza en las manos—. Igual no la he protegido lo suficiente. Sé que siempre se ha sentido muy incómoda por el hecho de que tengamos orígenes tan diferentes.

—Matty, cariño, de verdad… No podrías haber hecho más de lo que has hecho. Si hasta a mí me arrojaste al cubo de la basura cuando apareció Grania.

Matt la miró y arrugó la frente.

—Oye, no lo dirás en serio, ¿verdad? No te habías creado expectativas sobre lo nuestro, ¿no? A la larga no habría funcionado, ya hablamos de eso, ¿te acuerdas?

—Claro, Matty. —Charley le dirigió una sonrisa tranquilizadora—. Era algo que tenía que ocurrir tarde o temprano, ¿verdad?

—Claro. —Matt se serenó al oír que Charley pensaba lo mismo que él.

—Mira —prosiguió Charley—, a veces, cuando veo a mis amigas pasarlo así de mal, doy gracias al cielo por estar soltera. Últimamente a todo el mundo le va fatal con su relación de pareja. Y yo que creía que a vosotros sí que os iban bien las cosas.

—Nos iban bien —repuso Matt con tristeza—. No te plantearás en serio quedarte soltera toda la vida, ¿no? Del grupo de Greenwich, tú eras precisamente la que más opciones tenía. Eras la tía más enrollada, la estudiante que sacaba mejores notas y la más guapa de tu clase. Y ahora eres la reputada directora de una revista. Por dios, Charley, podrías tener al hombre que quisieras.

—Sí, y puede que ese sea precisamente el problema. —Charley exhaló un suspiro—. Igual eso me confunde y nadie me parece lo bastante bueno. Pero, disculpa, no es momento de hablar de mí. Eres tú quien tiene serios problemas. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

—Vale… ¿Crees que hago bien en coger un avión mañana mismo y tratar de salvar mi relación de pareja? —preguntó él.

—Eso tienes que decidirlo tú, Matty. —Charley arrugó la nariz—. Pero si quieres saber mi opinión, yo le daría un poco de tiempo y de espacio a Grania. Es evidente que necesita asimilar cosas. Estoy segura de que cuando esté preparada, volverá contigo. Te ha pedido que la dejes tranquila, ¿no? ¿Por qué no haces lo que la señorita dice y vuelves a planteártelo dentro de unas semanas? Además, creía que estabas saturado de trabajo.

—Lo estoy —dijo Matt con un suspiro—. A lo mejor tienes razón. Tengo que dejarle espacio como me ha pedido. —Alargó la mano y dio unas suaves palmaditas en la pierna que Charley tenía estirada—. Muchas gracias. Eres como una hermana, siempre estás ahí cuando te necesito, ¿eh?

—Sí, cariño. —Charley le sonrió con los ojos entornados—. Siempre lo estaré.

Unos días más tarde, volvió a sonar el timbre del portero automático de Matt.

—Hola, cielo, soy mamá. ¿Puedo subir?

—Claro. —Matt le abrió la puerta, sorprendido por la visita improvisada. Pocas veces sus padres se dignaban acercarse por esa parte de la ciudad, y menos sin avisar.

—¿Cómo estás, encanto? —Elaine besó a su hijo en ambas mejillas y entró en el piso detrás de él.

—Estoy bien —respondió Matt, que se encontraba demasiado desanimado y cansado para esforzarse más. Observó a su madre despojarse del abrigo de piel, sacudir rápidamente la cabeza para arreglarse el peinado realzado con ligeros reflejos rubios y acomodar en el sofá con elegancia su perfecta figura de la talla treinta y seis. Enseguida apartó las zapatillas de deporte de Matt y unos cuantos botellines de cerveza vacíos que rodeaban sus pequeños pies enfundados en unos zapatos de tacón de aguja—. ¿Qué te trae por aquí?

—Estaba en la ciudad porque tenía una comida de la organización benéfica y tu casa me venía de paso. —Elaine sonrió—. Quería ver qué tal le van las cosas a mi chico.

—Estoy bien —repitió Matt—. ¿Quieres que te sirva alguna bebida, mamá?

—Un vaso de agua me vendrá de perlas.

—Claro.

Elaine observó a Matt dirigirse a la nevera y llenar un vaso de agua. Se veía pálido y cansado; el lenguaje corporal lo traicionaba y revelaba su desdicha.

—Gracias —dijo ella cuando le llevó el agua—. ¿Has tenido noticias de Grania?

—Hace unos días llamé y pude hablar un momento con ella, pero está claro que no tiene ningún interés en comunicarse conmigo.

—¿Has averiguado por qué se marchó?

—No. —Matt se encogió de hombros—. No sé qué he hecho mal. Dios santo, mamá, ese bebé lo era todo para ella.

—La verdad es que estuvo muy callada el día que fuimos a visitarla al hospital, y cuando salió del cuarto de baño parecía que hubiera estado llorando.

—Sí, y al día siguiente pasé a verla después del trabajo y resulta que le habían dado el alta. Y cuando volví aquí encontré una nota en la que decía que se había marchado a Irlanda, a casa de sus padres. Desde entonces no ha vuelto a darme explicaciones. Sé que lo está pasando mal, pero no sé cómo comunicarme con ella.

—Tú también debes de estar pasándolo mal, cariño. El niño no solo era de Grania, también era tuyo —observó Elaine, que detestaba ver a su queridísimo hijo sufriendo en soledad.

—Sí, la verdad es que de momento no lo llevo muy bien. Íbamos a formar una familia. Era… mi sueño. ¡Mierda! Lo siento, mamá. —Matt hizo todo lo posible por contener las lágrimas—. La quiero tanto, y quería tanto al bebé que no llegó a nacer y que ya formaba parte de nuestras vidas que… que…

—Oh, cariño. —Elaine se puso en pie para abrazar a su hijo—. Lo siento; lo siento mucho. Si puedo hacer algo para ayudarte…

Matt habría preferido que su madre no lo sorprendiera en un momento tan bajo. Se esforzó mucho para sacar fuerzas de flaqueza y recobrar la serenidad.

—Ya soy mayorcito, mamá. Me recuperaré, en serio. Solo necesito saber por qué Grania se ha marchado, porque no lo entiendo.

—¿Y si te vienes unos días a casa? No me gusta saber que estás aquí solo.

—Gracias, mamá, pero tengo un montón de trabajo. Solo necesito saber que Grania volverá cuando llegue el momento, una vez que se haya recuperado del golpe. Siempre ha sido bastante especial. Supongo que por eso la quiero tanto.

—Es muy peculiar, sí —convino Elaine—. Y al parecer no se molesta en seguir las normas de conducta de casi todo el mundo.

—A lo mejor es porque a ella no la han educado igual —repuso Matt, que no estaba de humor para soportar observaciones insidiosas por parte de sus padres, ni comentarios del tipo «ya te lo advertimos», con respecto a la pareja que había elegido.

—No, no, Matt, no me malinterpretes. —Elaine se apresuró en rectificar—. De verdad que admiro a Grania; os admiro a los dos, por haber dejado de lado los convencionalismos y estar juntos porque os amáis y punto. Tal vez los demás también tendríamos que hacer más caso del corazón y olvidarnos un poco de la educación que hemos recibido. —Exhaló un suspiro—. Tengo que volver a casa, esta noche los compañeros de golf de tu padre vendrán para celebrar la cena anual de todos los inviernos.

Sin mediar palabra, Matt fue a buscar el abrigo de piel de Elaine y la ayudó a ponérselo.

—Gracias por venir, mamá. Te lo agradezco.

—Me he alegrado de verte, Matt. —Lo besó en la mejilla—. Sabes que estoy muy orgullosa de ti, ¿verdad? Siempre que necesites hablar, cuenta conmigo, cariño; en serio. Comprendo… cómo debes de sentirte. —En los ojos de Elaine apareció un repentino atisbo de tristeza, pero se desvaneció con igual rapidez—. Adiós, Matty.

Matt cerró la puerta con la sensación de que la compasión que le mostraba su madre era genuina. Y, al pensar en el amor que eso le inspiraba, reparó por primera vez en lo poco que sabía de la mujer que se escondía detrás de aquella máscara de perfecta esposa y madre de Connecticut.