8
A la tarde siguiente, Grania llevó en coche a Aurora a Clonakilty. La niña estaba muy nerviosa.
—En serio, si la clase de ballet no te gusta, nadie te obligará volver —le dijo para tranquilizarla.
—La clase sí que me gustará, de lo que tengo miedo es de cómo me mirarán las demás —admitió Aurora—. A las niñas de mi edad no les caigo bien.
—Estoy segura de que no es así, Aurora. Tal como dice mi madre, las cosas hay que probarlas al menos una vez.
—Tu madre parece muy simpática —dijo Aurora cuando salía del coche—. ¿Crees que un día podrías llevarme a la granja para que la conozca?
—Seguro que sí. De hecho, mientras tú estás en la clase de ballet, yo he quedado con ella para tomar un té.
Grania entró con Aurora en el auditorio de la población. La señorita Elva, la antigua profesora de ballet de Grania con quien ya había hablado, la besó y obsequió a la niña con una cálida sonrisa.
—Me alegra mucho volver a verte, Grania. Esta debe de ser Aurora. —La señorita Elva se arrodilló frente a la niña y le cogió las manos—. Ya debes de saber que te llamas igual que la guapa princesa del ballet La bella durmiente, ¿verdad?
Aurora abrió los ojos como platos y negó con la cabeza.
—No, no lo sabía.
—Entonces ven conmigo. —La señorita Elva le tendió mano—. Te presentaré a algunas de las otras niñas de la clase. Le diremos adiós a Grania y volverá a buscarte dentro de una hora más o menos.
—De acuerdo. —Con timidez, Aurora dio la mano a la señorita Elva y entró con ella en la clase de ballet.
Grania salió del edificio y caminó por la calle estrecha y bulliciosa, frente a las casas pintadas de colores alegres tal como solía hacerse en Irlanda. Vio a su madre al otro lado del cristal del café O’Donovan, tomándose ya una taza de té.
—Hola, mamá. ¿Cómo estás? —Grania le dio un beso y se sentó frente a ella.
—Estupendamente. ¿Y tú?
—Estoy bien, mamá. —Grania echó un vistazo a las pocas opciones de la carta y pidió otra taza de té y un bollito.
—Así, ¿dices que la niña ha asistido a su primera clase de ballet?
—Sí, y aunque no soy ninguna experta, de verdad creo que puede llegar muy lejos. Tiene mucha gracia, mamá; a veces me quedo mirándola solo por lo bien que se mueve.
—Claro, claro. —Kathleen asintió, dando muestras de que ya lo sabía—. Ya me parecía que tenía dotes para eso. Lo lleva en la sangre —dijo con un suspiro.
—¿En serio? —preguntó Grania con gesto de extrañeza en el momento en que le servían el té—. ¿Su madre era bailarina?
—No, pero su abuela sí. Y en su época era muy famosa.
—Qué raro que Aurora no me lo haya contado. —Grania mordió el bollito.
—Igual no lo sabe. Bueno, ¿qué tal te va en Dunworley House?
—Pues bien. —Grania necesitaba hablar con su madre de los paseos nocturnos de Aurora y del extraño ambiente que se respiraba en la casa, pero no quería echar más leña a la aversión que Kathleen sentía ya por la familia—. Parece que conmigo Aurora se está relajando y empieza a salir del caparazón. Como sabes, le compré una tele, y la está disfrutando. Me parece que lo que le hace falta es… —Grania buscó la expresión apropiada— un poco de normalidad. Creo que lleva casi toda la vida aislada del mundo exterior y no me parece saludable. La soledad le deja demasiado tiempo para darle vueltas a la cabeza y se le desborda la imaginación.
—¿La imaginación? —Kathleen esbozó una sonrisa irónica—. Supongo que te ha contado que ve a su madre, ¿no?
—Sí… Pero las dos sabemos que son sueños.
—Así, ¿aún no has visto a su mamaíta en el acantilado? —Había cierto brillo en los ojos de Kathleen.
—¡Un poco de seriedad, mamá! Estás de broma, ¿no?
—No del todo, Grania, no. Yo, personalmente, no he llegado verla, pero en el pueblo hay gente que asegura que sí.
—Pues está claro que eso es una ridiculez. —Grania bebió un sorbo de té; estaba nerviosa—. El problema es que me parece que Aurora cree de verdad que su madre se le aparece. Es… sonámbula, y cuando trato de despertarla me dice que su madre la está llamando.
Kathleen se santiguó, tal como tenía por costumbre, y sacudió la cabeza.
—Bueno, no sé en qué estaría pensando su padre para traerla de nuevo aquí; pero tampoco es asunto nuestro. Claro que es a ti a quien le ha tocado cargar con la pobrecilla.
—No me importa. Le tengo cariño y quiero tratar de ayudarla si puedo —respondió Grania a la defensiva—. ¿De qué querías hablar conmigo, por cierto?
—Verás, Grania —Kathleen se inclinó y bajó la voz—, he hablado con tu padre y él cree que es mejor que te cuente cuál es en parte el motivo por el que me inquieta tanto que te mezcles con esa familia. —Kathleen buscó en su bolsa de la compra y sacó un grueso fajo de cartas. Por los bordes amarillecidos, Grania dedujo que eran muy antiguas.
—¿Qué son esas cartas, mamá? ¿Quién las escribió?
—Son de Mary, mi abuela.
Grania arrugó la frente, esforzándose por recordarla.
—¿Llegué a conocerla?
—Por desgracia, no. Te aseguro que era una mujer encantadora, yo la quería mucho. Hay quien cree que estaba muy adelantada para la época. Era batalladora e independiente, incluso me atrevería a decir que tú has salido a ella, Grania —dijo Kathleen con una sonrisa.
—Lo tomaré como un cumplido, mamá.
—Eso es, y no cabe duda de que te le pareces físicamente. —Kathleen abrió el sobre de encima y entregó a Grania una pequeña fotografía de color sepia—. Esta es tu bisabuela.
Grania examinó el retrato. No podía negarlo; estaba contemplando sus propios rasgos, tenía su mismo color de tez y de cabello, cubiertos con un sombrero y prendas anticuadas.
—¿De cuándo es, mamá?
—Creo que Mary tenía unos veinte años, probablemente se la hicieron en Londres.
—¿En Londres? ¿Qué estaba haciendo allí?
—Verás, eso es precisamente lo que descubrirás por las cartas.
—¿Quieres que las lea?
—No pretendo obligarte, pero si quieres empezar a entender cómo surgió nuestra relación con los Lisle, te recomiendo que lo hagas. Además, te ayudará a pasar mejor algunas de las noches solitarias en la casa grande[2]. Por otra parte, el escenario además es perfecto, puesto que, como verás, Mary también vivió cierto tiempo allí.
—Entonces, según tú, ¿esto lo explicará todo?
—No. —Kathleen negó con la cabeza—. No digo que lo explique todo; solo el principio. El resto tendré que contártelo yo. —Miró el reloj—. Será mejor que me vaya.
—Yo también. —Grania hizo señas a la camarera—. Vete tranquila, mamá, ya pago yo.
—Gracias, Grania. —Kathleen se puso en pie y besó a su hija—. Cuídate, y hasta pronto.
—Esto me hace pensar que quería preguntarte si de verdad no te importa que lleve a Aurora de visita a la granja. Está impaciente por conocerte y ver los animales.
—Supongo que no tiene nada de malo. —Kathleen suspiró, dándose por vencida—. Pero telefonéame antes de venir.
—Gracias, mamá —dijo Grania con una sonrisa. Pagó la cuenta, se guardó el grueso fajo de cartas en el bolso y emprendió el camino de vuelta para recoger a Aurora. Cuando llegó al auditorio, vio que las otras niñas habían salido de la clase y se estaban cambiando, pero Aurora seguía con la señorita Elva. La profesora vio que Grania observaba a través de los cristales de la puerta y dijo algo a Aurora. La niña asintió. Entonces la señorita Elva salió de la clase para hablar con Grania.
—¿Qué tal le ha ido? —preguntó Grania con impaciencia.
—Pues verás —empezó la señorita Elva bajando la voz, ya que las otras alumnas iban saliendo del vestuario para abandonar edificio—, la niña es increíble. ¿Dices que nunca había tomado clases de danza?
—No, nunca. —Grania sacudió la cabeza—. Eso me ha dicho y no veo por qué iba a mentir.
—Aurora tiene todo lo necesario para ser una futura bailarina. Un porte natural, un buen arco del pie, unas proporciones físicas perfectas… Para serte sincera, Grania, apenas doy crédito a lo que acabo de presenciar.
—¿Cree que debería continuar?
—Por descontado. Y sin perder tiempo. Va con cuatro años de retraso, y cuando su cuerpo empiece a desarrollarse, le costará mucho más aprender. Pero Aurora no debe seguir en este grupo, en cuatro sesiones habría superado a todas las demás alumnas. No sé qué situación tienen en su casa, pero yo me ofrezco a darle un par de clases particulares a la semana.
—La cuestión es qué quiere hacer Aurora —dijo Grania.
—Bueno, acabo de preguntarle qué le parecía y me ha dado a entender que estaba muy entusiasmada. Grania, cuando pasen unos años y la niña haya adquirido cierta técnica, la veo capaz de obtener una plaza en la escuela del Royal Ballet de Londres. ¿Podría hablar con sus padres?
—La madre de Aurora murió, y su padre está de viaje. Ahora la tengo a mi cargo. ¿Por qué no hablo con ella y le pregunto si le apetece continuar?
La señorita Elva asintió en el momento en que Aurora, cansada de esperar sola dentro de la clase, salía a buscarlas.
—Hola, cariño. La señorita Elva dice que lo has pasado bien ¿no? —preguntó Grania.
—¡Sí, sí! —El placer iluminaba los ojos de Aurora—. Me ha encantado.
—Estupendo. Así, ¿querrás venir otro día?
—Claro. La señorita Elva y yo ya lo hemos hablado, ¿a que sí? Podré volver, ¿verdad, Grania?
—Estoy segura de que sí, pero será mejor que antes hable con tu papá, para asegurarme de que le parece bien.
—De acuerdo —convino Aurora poco convencida—. Adiós, señorita Elva, y gracias.
—Espero verte la semana que viene, Aurora —gritó la señorita Elva mientras Grania y Aurora se alejaban en dirección al coche.
Esa noche, Aurora estaba emocionadísima con respecto a la clase de ballet y mostró a Grania todos los pasos que había aprendido, efectuando piruetas y saltos y marcando posiciones con los pies por toda la cocina mientras Grania preparaba la cena.
—¿Cuándo iremos a Cork a comprarme un equipo de ballet? ¿Podemos ir mañana?
—A lo mejor sí —dijo Grania después de cenar—, pero de verdad creo que deberíamos preguntárselo primero a tu padre.
—Si yo quiero ir, no me dirá que no, ¿verdad? —gimoteó Aurora.
—No creo que se niegue, pero tengo que asegurarme. ¿Te cuento un cuento?
—Sí, por favor —dijo Aurora con entusiasmo en el momento en que Grania la cogía de la mano para subir juntas la escalera—. ¿Conoces el de La bella durmiente, donde sale una princesa que se llama igual que yo? Algún día me encantaría representar ese papel —dijo en tono ensoñador.
—Estoy segura de que lo conseguirás, corazón.
Una vez que Aurora se durmió, Grania regresó a la planta baja y abrió la puerta del despacho de Alexander. Buscó su número en la lista de teléfonos de contacto y lo marcó. De inmediato saltó el buzón de voz.
—Hola, Alexander. Soy Grania Ryan. Aurora está perfectamente, y siento molestarle, pero quería asegurarme de que no le importa que la lleve a clases de ballet. Hoy ha asistido a la primera y le ha encantado, así que quiere continuar. Tal vez encuentre un momento para llamarme o enviarme un mensaje, y… —Grania lo pensó un momento antes de proseguir— si dentro de dos o tres días no sé nada, daré por sentado que está de acuerdo. Espero que le vayan bien las cosas. Adiós.
Aunque trataba de apartar de si la aprensión, Grania no se sentía tranquila cuando subió a acostarse a las once de la noche. Estaba pendiente de si oía pisadas en el pasillo, y por mucho que lo intentaba, no lograba conciliar el sueño. A las tres de la madrugada, la misma hora a la que se había despertado las noches anteriores, entró de puntillas en el dormitorio de Aurora y encontró a la niña durmiendo plácidamente. Salió de la habitación con sigilo y decidió ir a buscar el grueso fajo de cartas que le había entrega su madre. Desató el cordel que las mantenía unidas, abrió el primer sobre y empezó a leer…