26
Las siguientes dos semanas no sirvieron en absoluto para que Grania avanzara en sus decisiones sobre el futuro. Al tercer día por la mañana, cuando Grania llegó a casa después de acompañar a Aurora a la escuela del pueblo, Alexander la estaba esperando en la cocina con un juego de llaves.
—Son las llaves del cobertizo habilitado como estudio —dijo, haciéndole entrega de ellas—. Vaya a echar un vistazo, a ver si le parece apropiado.
—Gracias.
—No creo que Lily llegara a poner los pies allí, así que deshágase de lo que le parezca y considere el espacio como suyo. —Alexander la saludó con una inclinación de cabeza y abandonó la cocina.
Grania cruzó el patio y abrió la puerta del estudio. Tuvo que ahogar un grito al contemplar el panorama a través del ventanal de suelo a techo: entraba a raudales la luz natural que todo artista necesitaba y además ofrecía una magnífica vista de la bahía de Dunworley. Miró alrededor, el caballete inmaculado e intacto, los tubos de pintura y la selección de caros pinceles de pelo de visón, todavía cubiertos por la funda de plástico que los protegía del polvo.
Los armarios estaban llenos de lienzos y blocs de papel de dibujo en blanco, y tampoco se observaba una mota de pintura en ninguna parte. Grania se quedó de pie junto a la ventana, contemplando los acantilados y preguntándose por qué Lily no había aprovechado nunca un espacio tan magnífico. Cualquier artista profesional daría unos cuantos de sus mejores cuadros (o esculturas; para el caso era lo mismo) con tal de disponer de un estudio como ese. Incluso había una pequeña antesala con un cuarto de aseo y una gran pila donde limpiar los pinceles.
Era el espacio con el que Grania siempre había soñado.
Esa tarde, trasladó allí la escultura sin terminar de Aurora y la colocó sobre el banco de trabajo situado frente al ventanal. El único inconveniente, pensó al sentarse y mirar el paisaje con ojos soñadores, era que, si se descuidaba, podía pasarse los días contemplando el panorama en lugar de concentrarse en su trabajo.
Cuando fue a recoger a Aurora a la escuela, la niña tenía miles de historias que contar sobre sus nuevos amigos, y le reveló extasiada que, al parecer, era quien mejor leía de toda la clase. Esa noche, mientras cenaban, Alexander y Grania escucharon con el orgullo propio de unos padres los éxitos que Aurora relataba.
—Ya ves, papá. No me han educado tan mal como creías. De hecho, soy bastante espabilada.
Alexander le alborotó el pelo.
—Ya sé que eres espabilada, cariño.
—¿A quién crees que me parezco más, a mamá o a ti?
—Ah, a mamá, sin duda. Yo en la escuela era bastante cateto.
—¿Y mamá? ¿Era espabilada? —preguntó Aurora.
—Mucho.
—Oh. —Aurora continuó comiendo—. Pues se pasaba muchísimo tiempo en la cama, o fuera de casa, como tú —dijo al fin.
—Sí, es cierto, pero eso era porque mamá siempre estaba cansada.
—Es la hora del baño, señorita. —Grania vio que la expresión de Alexander era cada vez más tensa—. Mañana habrá que madrugar otra vez para llegar a tiempo a la escuela.
Cuando Grania regresó abajo, Alexander estaba en la cocina, fregando los platos.
—Deje eso —dijo avergonzada—. Es mi trabajo.
—De eso nada —repuso Alexander—. No está aquí para hacer de fregona sino para cuidar de Aurora.
—No me importa hacerlo —insistió Grania; cogió un trapo de cocina y se situó al lado de Alexander en el fregadero para que le fuera pasando los platos mojados—. Lo tengo asumido porque soy la única hija de una familia en la que los hombres llevan la voz, cantante.
—Es un buen modelo para Aurora. La verdad es que tiene vocación de madre, Grania. ¿Ha pensado alguna vez en tener hijos?
—Yo…
Alexander notó que le temblaba la voz.
—Lo siento. ¿He dicho algo inconveniente?
—No. —Grania notó el aluvión de lágrimas pugnando por salir y que apenas podía controlar—. Es que hace pocas semanas perdí un bebé.
—Entiendo. —Alexander continuó fregando los platos de forma rítmica—. Lo siento muchísimo. Debe de haberle resultado… Todavía debe de resultarle difícil.
—Sí… —Grania exhaló un suspiro—. La verdad es que me ha costado.
—¿Por eso se fue de Nueva York?
—Sí. —Grania notaba que los ojos azul oscuro de Alexandre la traspasaban—. Entre otras cosas. Pero bueno…
—Tendrá más niños, estoy seguro.
—Sí. Voy a guardar todo esto en el armario, ¿le parece bien?
Alexander la observó en silencio alejarse de él y comprendió que sus reservas para hablar del tema se debían al sufrimiento. Cambió de tema.
—Bueno, como le decía hace unos minutos, su influencia es muy positiva para Aurora. Su madre no era lo que se dice una mujer hogareña.
—Bueno, seguramente tenía otras cualidades.
—Usted también las tiene.
—Gracias. —Grania se sonrojó ante la mirada de Alexander.
—Espero que no le importe, pero cuando se ha marchado a recoger a Aurora del colegio, he echado un vistazo al estudio. La escultura que le está haciendo es una auténtica preciosidad.
—No está ni mucho menos acabada. Ahora me estoy peleando con la nariz —añadió Grania.
—Es la nariz de los Lisle, todas las mujeres de la familia la han heredado. Supongo que es difícil darle esa forma a la arcilla.
—Su esposa era muy guapa.
—Sí, sí que lo era, pero… —Alexander suspiró— tenía muchos problemas.
—¿Sí?
—Problemas mentales —añadió.
—Oh. —Grania se esforzó por buscar una buena respuesta—. Lo siento.
—Es asombroso cómo la belleza es capaz de ocultar tantos defectos. No digo que fuera culpa de Lily, por supuesto, pero el día que la conocí ni por un momento pensé que una mujer con ese aspecto podía ser… tal como ella era. En fin…
En la cocina se hizo el silencio. Grania secó el resto de los platos sin pronunciar palabra y los guardó en el aparador. Cuando se dio la vuelta, vio que Alexander la estaba observando.
—En fin —repitió él—. Tanto para Aurora como para mí es un placer tener a una mujer normal viviendo en casa. A Aurora le faltaba una figura de la que poder seguir el ejemplo. Aunque Lily hizo todo lo que pudo, claro —se apresuró a añadir.
—Pocas personas me consideran lo que se dice normal —puntualizó Grania con una sonrisa—. Pregúnteles a mis padres, o algunos de mis amigos de Nueva York. Seguro que le dirán algo muy diferente.
—Grania, en mi opinión, usted tiene todo lo que debe tener una mujer. Y una madre. Siento mucho que perdiera al bebé.
Alexander no paraba de mirarla.
—Gracias —consiguió responder ella.
—Veo que la estoy incomodando. Lo siento. Últimamente no… no soy yo mismo.
—Bueno, voy arriba a darme un baño. Gracias por permitirme usar ese estudio tan bonito. La verdad es que es de sueño.
Grania ofreció una débil sonrisa a Alexander y salió de la cocina.
Más tarde, ya en su habitación, se reprochó a si misma haber permitido que su debilidad emocional saliera a relucir. Sin embargo, en cierta forma se sentía identificada con aquella vulnerabilidad latente en Alexander, que afloraba sobre su apariencia estoica. Si le llegaba al alma era porque se reconocía en él.
Por primera vez, Grania permitió que las lágrimas brotaran de verdad. Lloró por el ser frágil y diminuto que había perdido. Y cuando, al cabo de varias horas, se acostó y trató de dormir, se sentía más tranquila, como si algo en su interior se hubiera roto y, al mismo tiempo, se hubiera enmendado.
A medida que pasaban los días, Alexander se dejaba caer más a menudo por la planta baja. A veces, como quien no quiere la cosa, entraba en el estudio y se quedaba a verla trabajar. Empezó a unirse a ella a la hora del desayuno, y cuando Grania le dijo que le gustaba escuchar música mientras trabajaba se encontró un pequeño reproductor en el estudio. Con el tiempo, Alexander fue contándole más y más cosas de Lily.
—Al principio, me encantaba cómo sus pensamientos saltaban de un tema a otro igual que gotas de mercurio. Era encantadora. —Alexander suspiró—. Siempre se la veía contenta, como si la vida consistiera en una emocionante aventura y nada pudiera desanimarla. De una forma u otra, conseguía todo lo que se proponía, porque siempre cautivaba a quien tenía alrededor. A mí me hipnotizó. Cuando el mundo se le venía abajo y lo veía todo negro, y lloraba desconsoladamente porque, por ejemplo, había encontrado un conejo muerto en el jardín, o porque estábamos en cuarto menguante y faltaba un mes entero para que volviera a haber luna llena, yo fingía que se trataba tan solo de su naturaleza sensible. Cuando las temporadas en que lo veía todo negro empezaron a prolongarse y cada vez había menos momentos en que se sintiera feliz, fue cuando me di cuenta de que algo iba mal. Un par de años después de casarnos, Lily empezó a pasarse días enteros en la cama, diciendo que estaba demasiado cansada y desanimada para levantarse. Y, de repente, aparecía ataviada con uno de sus mejores vestidos y el pelo recién lavado e insistía en que hiciéramos algo emocionante. La forma en que perseguía la felicidad era casi patológica. Cuando se encontraba en una de esas fases daba vértigo, pero era una maravilla. La verdad es que corrimos unas cuantas aventuras; Lily no tenía límites y su euforia se contagiaba.
—Ya me lo imagino —respondió Grania a media voz.
—Y, por supuesto, cuando estaba así yo deseaba que su lado oscuro jamás volviera a dejarse ver; lo anhelaba y creía en ello. Sin embargo, siempre lo hacía. Durante los años siguientes, su ánimo no paró de oscilar como un péndulo, y yo me pasaba la vida siguiéndole la corriente, intentando amoldarme a sus súbitos caminos de humor. Un día… —Alexander exhaló un suspiro y sacudió la cabeza con tristeza— se derrumbó y tardó meses en recuperarse. Se negaba en redondo a que la viera un médico, solo con que se lo insinuara se ponía histérica, como loca. Al final, cuando llevaba casi una semana sin querer beber ni comer nada, avisé al doctor. Le administraron calmantes y la ingresaron en el hospital. Le diagnosticaron trastorno bipolar y esquizofrenia.
—Lo siento mucho, Alexander. Debió de ser muy duro para usted.
—Bueno, Lily no tenía la culpa de estar enferma —subrayó Alexander—, pero su naturaleza infantil empeoraba las cosas. Al parecer, no comprendía lo que le pasaba. Y, por supuesto, me partió el alma tener que ingresarla en una institución especializada en ese tipo de enfermedades. Ella gritaba y se aferraba a mí con uñas y dientes, suplicándome que no la dejara en aquella casa de locos, tal como ella la llamaba. Pero había llegado a un punto en que era un peligro para si misma; ya había intentado suicidarse unas cuantas veces. También se volvió violenta y en varias ocasiones me atacó con utensilios de cocina. Si no me hubiera defendido, me habría causado serias heridas.
—Por Dios, Alexander; qué horror. Me sorprende que tuvieran a Aurora —dijo Grania, escandalizada de veras por lo que acababa de contarle.
—Aurora fue una sorpresa para ambos. Lily tenía casi cuarenta años cuando descubrió que estaba embarazada. Los médicos creían que era posible que el hecho de tener alguien de quien cuidar ayudara a Lily, siempre y cuando estuviera bajo vigilancia constante. Además, Grania, no olvide que había largas temporadas en que, gracias a la medicación, Lily estaba estable —explicó Alexander—. Aunque yo siempre vivía con el miedo de que empeorara, y nunca podía confiar en que se tomara las medicinas. Lily detestaba las pastillas que la dejaban zombi, tal como ella decía. Aunque le evitaban los momentos bajos, tenía la impresión de que también le impedían sentir los buenos. Y era cierto, claro. Las pastillas la tranquilizaban, le equilibraban el estado de ánimo, pero ella decía que vivir así era como estar siempre rodeado de una cortina de humo. Las cosas no parecían igual de reales ni se disfrutaban o se padecían de la misma manera.
—Pobrecilla —dijo Grania—. ¿Y mejoró cuando tuvo a Aurora?
—Sí, sí que mejoró. Hasta que Aurora cumplió los tres años, Lily fue una madre perfecta. Aunque es cierto que no le gustaban las tareas domésticas tanto como a usted, Grania. —Alexander sonrió—. Lily siempre necesitaba tener muchos criados a su disposición, y ella se encargaba solo de cuidar de la pequeña. En esos momentos llegué a creer que, verdaderamente, había esperanzas. Pero la cosa no duró. —Alexander se pasó la mano por el pelo—. Y, por desgracia, Aurora se llevó la peor parte. Un día llegué a casa y encontré a Lily durmiendo en la cama. Como no había rastro de Aurora, la desperté para preguntarle dónde estaba la niña; ella me miró y me dijo que la verdad era que no se acordaba. Encontré a Aurora dando vueltas sola por el acantilado, muerta de frío y muy asustada. Habían salido juntas a dar un paseo y Lily, sin más, se había olvidado de su hija.
—Oh, Alexander, es horrible. —Grania no pudo evitar que le brotaran lágrimas ante la idea de que hubieran abandonado a Aurora.
—Desde entonces supe que no podría volver a dejar a Lily sola con Aurora ni siquiera unos minutos. Claro que no tendría que haberme preocupado por eso, porque Lily volvió a empeorar y la ingresaron de nuevo. A partir de ese momento, Aurora solo veía a su madre muy de vez en cuando. Nos trasladamos de nuevo a Londres para que yo pudiera trabajar y estar cerca del hospital, Aurora tuvo varias institutrices sin éxito, como usted ya sabe. Cuando Lily volvió a estabilizarse, insistió en que regresáramos a Dunworley House. No tendría que haberle hecho caso, pero le encantaba estar aquí. Decía que la belleza del paisaje la ayudaba a sentirse mejor.
—Mi madre me ha contado que se quitó la vida —dijo Grania con un hilo de voz.
—Sí, su madre tiene razón. —Alexander apoyó la cabeza en las manos y exhaló un suspiro—. Y estoy seguro de que Aurora la vio hacerlo. Oí un grito en el dormitorio de Lily y encontré a la niña en camisón, señalando el acantilado desde la terraza. Dos días más tarde, el cuerpo de su madre apareció en la playa de Inchydoney; la corriente lo había arrastrado hasta allí. Nunca he sabido qué efectos tuvo aquello en Aurora. Aparte del hecho de tener una madre que, sin que ella tuviera la culpa, le daba y le arrebataba su cariño en cuestión de segundos.
Grania hizo todo lo posible por evitar que su rostro reflejara las emociones que estaba sintiendo. Le parecía espantoso que Aurora hubiera presenciado cómo su madre se mataba arrojándose al vacío. Posó la mano sobre la de Alexander para reconfortarlo.
—Tal como yo lo veo y teniendo en cuenta por todo lo que ha pasado, Aurora es una niña muy equilibrada.
—¿En serio? —Alexander miró a Grania con los ojos llenos de desesperación—. La cuestión es que, como es lógico, los médicos han estado muy atentos a las reacciones de Aurora ante la muerte de su madre. Y apuntan que ha heredado su desequilibrio mental. Todo eso de que la ve en el acantilado, que la oye llamarla, lo de las pesadillas… podrían ser indicios de una posible evolución hacia los problemas mentales de Lily.
—O, como usted mismo ha dicho al principio, también podría deberse solo a los intentos de la pequeña por superar el trauma de lo que vio y de haber perdido a su madre.
—Sí; ojalá sea eso. —Alexander esbozó una débil sonrisa—. Y parece que ha hecho grandes progresos desde que está con usted. Se lo agradezco mucho, Grania. No soy capaz de expresarle lo que la niña significa para mí.
—¿Sabe por casualidad si Lily sufrió alguna experiencia traumática en su infancia? —preguntó Grania—. A veces esas cosas provocan problemas de todo tipo.
Alexander la miró con extrañeza.
—Para ser escultora, parece que sabe mucho del tema.
—Mi… ex novio es doctor en psicología, y tiene especial debilidad por los traumas infantiles. Lo poco que sé, seguramente lo he aprendido de él —confesó Grania.
—Ya —respondió Alexander con un gesto de asentimiento—. Bueno, volviendo a su pregunta, sé muy pocas cosas de los primeros años de vida de Lily. Cuando la conocí, vivía en Londres, y siempre era reacia a hablar de su pasado; aunque lo que sí sé es que nació en esta casa y pasó gran parte de su infancia en ella.
—Creo que mi madre sabe cosas de la época en que Lily vivía aquí —dijo Grania, despacio.
—¿En serio? ¿Y querría contármelas?
—No puedo asegurárselo. —Grania se encogió de hombros—. Es un tema con el que se muestra muy reservada. Pero estoy segura de que algo ocurrió, porque cada vez que menciono a Lily, reacciona de forma negativa.
—Madre mía. —Alexander arqueó las cejas—. Eso no pinta nada bien. Pero cualquier información que me ayude a poner en orden las ideas sobre Lily será bien recibida.
—Veré lo que puedo sonsacarle —dijo Grania—, pero no tenga grandes esperanzas; mi madre es más tozuda que una mula, y puede que tenga que esperar sentado.
—Pues precisamente lo que no me sobra es tiempo —masculló Alexander—. Dentro de diez días tengo que marcharme otra vez ¿Ha pensado qué va a hacer?
—No —respondió Grania, lacónica; sabía que estaba nadando a contracorriente.
—De acuerdo. No quiero presionarla, pero es obvio que si no piensa quedarse, tendré que solucionar unas cuantas cosas relativas a Aurora.
—¿Sabe cuánto tiempo estará fuera?
—Un mes, tal vez dos.
—Muy bien —asintió Grania—. Mañana le daré una respuesta. —Se puso en pie y empezó a vaciar los platos de la comida.
—Grania —Alexander estaba a su lado; le quitó los platos y volvió a depositarlos en la mesa, luego le cogió las manos y la sostuvo sobre las suyas—, quería decirle que, decida lo que decida, ha sido un placer conocerla. Me parece una mujer muy especial.
La besó en los labios con mucha suavidad. Luego dio media vuelta y salió al jardín.
Tal como suelen hacer las mujeres, Grania pasó varias horas analizando el porqué del inesperado beso de Alexander, angustiándose por ello y reprochándoselo a si misma. Le había puesto fin de un modo tan repentino que apenas podía creer que hubiera sucedido de verdad. Y precisamente por eso lo más seguro era que no significara nada. No daba la impresión de haberse quedado con ganas de más. Claro que, por otra parte, ¿no era inadecuado que un hombre besara en los labios a la niñera de la hija?
No cabía duda de que Alexander, su conducta y sus sentimientos eran un enigma. Con todo, Grania notaba que sus barreras emocionales se iban viniendo abajo poco a poco a medida que la misteriosa conexión entre dos personas que comprendían el mutuo dolor por la pérdida de un ser querido se hacía más estrecha.
Todo cuanto sabía era que se estaba metiendo en las aguas pantanosas del enamoramiento. Y tenía que frenarlo de inmediato.
—Alexander, he tomado una decisión —anunció a la mañana siguiente, entrando en la cocina tras haber acompañado a Aurora a la escuela.
—¿Y cuál es la respuesta?
—No puedo quedarme. Lo siento. En Nueva York tengo… problemas que resolver y es necesario que me marche. Ya sabe lo mucho que quiero a Aurora, pero…
—No hace falta que diga nada más. —Alexander extendió las manos ante si, como si quisiera defenderse—. Gracias por decírmelo. Ahora tengo que encontrar una sustituía sin perder tiempo. Se dio media vuelta y salió de la cocina sin dilación.
A Grania le remordía la conciencia cuando salió de la cocina y cruzó el patio que conducía al cobertizo habilitado como estudio. Se sentía como una charlatana por haber rechazado la propuesta de quedarse. La escultura de Aurora estaba casi terminada, y todo cuanto faltaba por hacer era vaciar el molde y bañar la figura en bronce. Exhaló un suspiro. Cuanto antes saliera de esa casa, mejor.
Pasó la mañana ocupada en no dejar ni rastro de su paso por el estudio. Y acabó concluyendo que tal vez su madre estuviera en lo cierto; el efecto que los Lisle provocaban en los Ryan era insidioso e irrefrenable, porque la verdad era que ella se sentía aturullada. Aunque estuviera Aurora de por medio, eso no justificaba que se atara sentimentalmente a un hombre a quien apenas conocía. Un hombre que le había tomado cariño porque había cuidado de su hija… y que luego había intentado convencerla con un beso… y quién sabe si habría seguido con más.
Todas las señales advertían a Grania que debía marcharse.
Esa tarde, al ir a la escuela a recoger a Aurora, lo pasó mal. La niña había hecho muchos planes que la incluían a ella, y le costaba mucho hacerse a la idea de que disponía tan solo de unos cuantos días hasta que otra persona se ocupara de su cuidado.
—¿Quieres decir que te marchas?
—Bueno, Aurora, corazón, ya sabías que solo iba a quedarme un tiempo. No puedo vivir en Dunworley House para siempre.
Eso ocurrió a la mañana siguiente, y Grania no había vuelto a ver a Alexander desde que la besó y desapareció de la cocina. Con todo, sabía que debía explicarle a Aurora que iba a marcharse y darle tiempo de asimilar lo que sabía que para ella significaría que otro adulto la estaba abandonando.
—Pero, Grania, ¡no puedes marcharte! —Los grandes ojos de Aurora se llenaron de lágrimas—. Te quiero, ¡y creía que tú también me querías! Somos amigas, lo pasamos bien juntas, papá te quiere y…
Aurora estalló en unos sollozos hondos y prolongados.
—Querida, por favor, no llores. Por favor. Claro que te quiero, pero ya sabes que vivo en Nueva York. Allí tengo mi vida, y una carrera que es muy importante para mí.
—¡Te marchas a Norteamérica y me dejas!
—No me voy de inmediato, corazón. Antes tengo que pasar unos días en la granja, con mis papás. Estaré al final del camino.
—¿De verdad? —Aurora miró a Grania con expresión desesperada—. ¿Puedo ir a vivir contigo? A tu familia le caigo bien, ¿no? Te prometo que os ayudaré a ordeñar las vacas, y a cuidar de las ovejas, y…
—Aurora, puedes venir a visitarnos siempre que quieras. —Grania empezaba a arrepentirse de su negativa.
—¡Déjame ir contigo, por favor! ¡No me dejes aquí! Volveré a tener pesadillas, y mamá vendrá a buscarme. —Aurora se arrojó en brazos de Grania y la estrechó con tanta fuerza y desesperación que apenas podía respirar.
Las arenas movedizas estaban empezando a cubrirle la cabeza. Tenía que escapar.
—Querida, voy a hablarte de mujer a mujer. —Grania alzó la barbilla de Aurora y la miró a los ojos—. El hecho de que una persona no duerma en la misma habitación que tú o no esté contigo en un momento dado no significa que no te quiera. A decir verdad, me encantaría que fueras hija mía, porque así podría llevarte conmigo. —Grania tragó saliva para evitar que las lágrimas le impidieran continuar—. Pero no puedes venir, Aurora; no puedes dejar a tu papá aquí solo. Él te necesita, corazón, y tú lo sabes. A veces la vida nos obliga a hacer cosas que nos resultan muy duras.
—Sí. —Aurora la miró con cara de comprender lo que le estaba explicando—. Tienes razón —dijo con un suspiro—. Sé que tengo que quedarme aquí por papá. Y que tú no puedes quedarte conmigo. Tú tienes tu vida, y para ti es muy importante. —De repente, Aurora retiró los brazos y se alejó de Grania dándole la espalda—. Todo el mundo tiene su vida, y es más importante que yo. Los adultos siempre hacen lo mismo.
—Algún día tú también serás adulta, Aurora. Y entonces lo comprenderás.
—No, si ya lo comprendo. —Aurora se volvió de nuevo hacia Grania—. Comprendo lo que significa ser adulto. —Tras una pausa, respiró hondo y regresó a su lado—. Sé que tienes que marcharte, Grania; solo espero volver a verte.
—Te prometo que volveremos a vernos, corazón. Si alguna vez me necesitas, todo lo que tienes que hacer es llamarme por teléfono. Te prometo que siempre me encontrarás.
—Sí. Bueno —la niña asintió—, es hora de que nos vayamos a la escuela, ¿no?
Durante el viaje, Aurora no dijo nada. Sin embargo, Grania sabía cómo se sentía. Cuando salió del coche y se reunió con sus amigos sin siquiera volverse a mirarla, supo que se sentía rechazada y profundamente dolida.
Grania adoptó una expresión resuelta mientras pensaba en Mary. Ella lo había dado todo por proteger a una niña que no era hija suya y que, al final, le había dado la espalda cuando le convino. Por mucho cariño que le tuviera a Aurora, la pequeña no era responsabilidad suya. Y no podía permitir que se repitiera la historia.
—No lo soporto, mamá; tenía la cara tan descompuesta, y aun así se la ve tan orgullosa y tan valiente… No tienes ni idea de lo que ha sufrido esa criatura. —Grania había pasado por la granja después de acompañar a Aurora a la escuela. Se sentó a la mesa de la cocina con su madre. Tenía las mejillas surcadas de lágrimas.
—Seguro que no, cielo —dijo Kathleen para tranquilizarla—, pero has hecho lo correcto, por duro que te parezca. Como bien dices, no es responsabilidad tuya. Es su padre quien debe ocuparse de ella.
—No sé qué va a hacer sin mí. Todo el mundo la abandona, mamá. —Grania exhaló un suspiro—. Todo el mundo. Creía que yo la quería, y que me preocupaba por ella, y que…
—Ya lo sé, pero la relación que tenéis no se romperá nunca. Y te prometo que Aurora siempre será bienvenida en esta casa, puedes decírselo de mi parte. Todos la queremos, de verdad que sí. Ahora ven aquí y deja que tu madre te dé un abrazo.
Grania hizo lo que su madre le pedía. Aunque a veces Kathleen la sacara de sus casillas, en ese momento le pareció una bendición tenerla a su lado.
Durante los siguientes tres días, en Dunworley House se respiró una calma sorprendente. Aurora parecía haber aceptado la situación sin reservas. No se mostró distante con Grania sino que le preguntó si podían pasar el tiempo que les quedaba juntas haciendo las cosas que más le gustaban. Grania aceptó con gusto, y las dos dieron largos paseos por los acantilados, pasaron una tarde divertidísima poniéndose perdidas de pegamento con el papel maché, y la última noche cenaron en casa de los padres de Grania.
Cuando llegó el momento de regresar a Dunworley House para que Aurora se acostara, Grania observó que su madre abrazaba a la pequeña como si fuera hija suya.
—Podré venir a visitaros y a ver a mi cachorro muchas veces, muchísimas, ¿verdad, Kathleen?
—Claro que sí, cielo. Y Grania se quedará un tiempo aquí. Siempre tendrás la puerta abierta, te lo prometo —la tranquilizó Kathleen, y dirigió una mirada desesperada a Grania—. Adiós, cielo.
Cuando llegaron a la casa, Alexander las estaba esperando en la cocina.
—Aurora, ve a prepararte para irte a la cama, por favor. Tengo que hablar con Grania.
—Sí, papá —dijo Aurora con diligencia, y salió de la cocina.
En la mesa había unos cuantos sobres para Grania.
—Es todo el dinero que le debo.
—Gracias. —Grania se preguntaba por qué se sentía tan violenta e incómoda si en realidad era ella quien le había hecho el favor cuando él lo había necesitado.
—Mañana a las diez en punto vendrá una chica del pueblo, Lindsay. Es muy agradable. Sería muy amable por su parte si, después de acompañar a Aurora a la escuela, pasara unas horas con ella para enseñarle cómo funciona todo. Luego ya se encargará ella de ir a buscar a Aurora cuando salga.
—Claro. —Grania recogió los sobres de la mesa—. Voy a subir a acostar a Aurora.
—Sí. —Alexander asintió.
Grania se dirigió a la puerta y la abrió.
—Grania…
—Ella se volvió a mirarlo y captó la pesadumbre de su mirada.
—Espero que algún día comprenda por qué yo… —Se interrumpió y sacudió la cabeza—. Si mañana por la mañana no la veo, buena suerte para el futuro. Tal como le dije la otra noche, es una persona muy especial. Gracias por todo, y espero que a partir de ahora la vida le vaya muy bien.
Grania asintió, salió de la cocina y subió la escalera para dar las buenas noches a Aurora por última vez.