33

Ese mismo día por la tarde, llamaron a la puerta de la granja. Cuando Sophia acudió a abrir, había dos gardai en el umbral.

—¿Señora Doonan?

—¿Sí?

—Nos gustaría hablar con su hijo y su hija de lo sucedido anoche —dijo el policía.

—No estarán en apuros, ¿no? —preguntó Sophia con nerviosismo, y los hizo pasar—. Son buenos chicos, nunca han hecho nada malo.

—Primero queremos hablar con su hija, señora Doonan —dijo uno de los agentes mientras Sophia los acompañaba a la sala de estar.

—¿Cómo está Lily? Debió de caerse por las rocas. Kathleen, mi hija, me ha explicado que…

—De eso es de lo que queremos hablar con ella —la interrumpió el otro agente.

—Voy a buscarla —accedió Sophia.

Al cabo de unos minutos, Kathleen entró en la sala con las rodillas temblándole de miedo.

—¿Kathleen Doonan?

—Sí, señor.

—Siéntate, Kathleen. No hay motivo para que estés nerviosa, solo queremos hacerte unas preguntas sobre lo que sucedió anoche.

—Lily está bien, ¿verdad? —preguntó Kathleen, preocupada.

—Se pondrá bien, no te apures —respondió uno de los agentes—. A ver, Kathleen, ¿podrías relatarnos todo lo que ocurrió anoche? Desde que bajasteis los cuatro a la playa.

—Bueno… —Tragó saliva—. Íbamos de picnic para celebrar la despedida de Lily; se marcha a un internado. Los chicos se encargaron de encender el fuego y asar las salchichas mientras Lily y yo íbamos a darnos un baño —expuso Kathleen, observando que el otro policía tomaba notas.

—¿Y luego? —la instó.

—Volvimos, nos comimos el picnic, y… bueno, me quedé dormida.

—¿Estabas cansada?

—Supongo que sí, señor.

—¿A qué hora te despertaste?

—No lo sé, pero Lily, Joe y Gerald no estaban. Los busqué por todas partes pero no los encontré. Entonces vi a Gerald, venía de la cala donde luego encontraron a Lily. Dijo que también los estaba buscando. Entonces dimos la voz de alarma. Eso es todo lo que puedo decirles que no sepan ya —declaró Kathleen, encogiéndose de hombros.

—Kathleen, quiero que me respondas con sinceridad —dijo el policía en tono amable—. ¿Tomasteis alguna bebida alcohólica anoche con el picnic?

—Yo… No, señor. ¿Por qué lo dice?

—Porque en las pruebas que le hicieron en el hospital a tu prima Lily le encontraron una gran cantidad de alcohol en la sangre. ¿Quieres decir que solo bebió ella?

—Señor… —Kathleen recordó que la noche anterior Gerald la había amenazado con echar a su familia de esas tierras si contaba la verdad—. Verá, bebimos todos; pero no mucho, señor —reconoció con expresión avergonzada—. Y Gerald no sé si bebió —añadió de forma atropellada.

—¿Y tu hermano Joe?

—Me parece que dio un par de tragos —respondió Kathleen con sinceridad.

—Bueno, antes de venir aquí hemos hablado con el señorito Gerald y dice que Joe estaba bastante bebido.

—No puede ser, señor. Joe no bebe nunca. Lo que pasa es que el poco alcohol que tomó se le debió de subir a la cabeza.

—… se le subió a la cabeza —musitó el otro policía a media voz.

—El señorito Gerald nos ha contado que tu hermano le tiene mucho cariño a Lily. ¿Es cierto?

—Oh, sí, señor; la adora —convino Kathleen.

—El señorito Gerald también nos ha dicho que oyó a Joe decir que quería casarse con Lily. ¿Lo oyó bien?

—Ah, eso. —Kathleen se devanó los sesos en busca de la respuesta más apropiada—. Nos conocemos desde que éramos niños, y somos parientes. Joe siempre ha querido mucho a Lily.

—Sí, jovencita, pero ahora ya no sois unos niños, ¿verdad? Al menos, tu hermano seguro que no —intervino el otro policía, muy serio—. ¿Te parece que tu hermano es agresivo, señorita Doonan?

—¿Joe? ¡No! ¡Para nada! Es de las mejores personas que hay sobre la faz de la Tierra. No le haría daño ni a una mosca.

—Eso no es lo que el señorito Gerald nos ha dicho, Kathleen. Dice que hace unas semanas Joe le dio un puñetazo en la cara, y que tú lo viste. ¿Es cierto?

—Yo… —Kathleen estaba sudando a causa del nerviosismo que le provocaba la situación—. Sí, vi a Joe pegarle a Gerald, señor, pero lo hizo porque él había hecho un comentario de Lily que no le gustó. Y él siempre la protege, ya se lo he dicho. Le prometo que es inofensivo, pregúnteselo a quien quiera —añadió Kathleen con desesperación—. Es amable y cariñoso, y no quería hacerle daño, se lo digo de verdad.

—¿Crees que está obsesionado con su prima Lily? —preguntó el policía.

—No. —Kathleen negó con la cabeza, tenía la sensación de que la llevaban por donde querían y la hacían decir cosas que sonaban fatal—. Solo es que la adora —dijo, encogiéndose de hombros.

—Kathleen, ¿has visto a tu hermano tocar a Lily alguna vez?

—¡Claro! ¡Lo hace siempre! La lleva a cuestas, la coge en brazos y la zambulle en el mar… juegan juntos…

—Gracias, Kathleen. Ahora hablaremos un momento con tu madre, y luego con Joe.

—No lo entiendo, señor. Joe no está en apuros, ¿verdad? Por favor, puede que bebiéramos un poco, y sí, aquella vez le pegó a Gerald, pero tiene que creerme; no le tocaría un pelo a nadie, y menos a Lily —insistió, desesperada.

—Es todo de momento, Kathleen. Es posible que tengamos que volver a hablar contigo.

Kathleen se puso en pie con desconsuelo y salió de la sala de estar notando el escozor de las lágrimas en los ojos. Su madre estaba esperando en la cocina. Al ver entrar a Kathleen, se la quedó mirando con expresión angustiada.

—¿Qué querían, Kathleen?

—No lo sé, mamá; no lo sé. Me han hecho muchas preguntas sobre Joe, pero no me han explicado por qué. Sé que Lily está herida, pero eso se lo hizo al caerse por las rocas, ¿no? No es que alguien… —Kathleen se llevó la mano a la boca—. Oh, mamá, no pensará la policía que Joe…

—Ahora queremos hablar con usted, señora Doonan.

Uno de los agentes se apostaba en el umbral de la cocina.

—De acuerdo. —Sophia exhaló un suspiro. Se puso en pie y lo siguió.

Kathleen subió a su dormitorio y empezó a caminar preocupada de un lado a otro del reducido espacio. Sabía que algo iba muy mal, horriblemente mal. Salió de la habitación y llamó a la puerta de la de Joe. Al no obtener respuesta, la abrió y descubrió a Joe tendido en la cama mirando al techo con las manos debajo de la cabeza.

—Joe. —Se acercó a la cama y se sentó en una esquina—. ¿Cómo estás?

Joe no respondió. Siguió mirando al techo con los ojos llenos de amargura.

Kathleen posó una mano en su grueso brazo.

—¿Por casualidad sabes qué le ocurrió a Lily anoche? ¿Y por qué la policía está aquí?

Al cabo de un rato, Joe negó con la cabeza.

—¿La viste caerse y hacerse daño, Joe? Porque eso fue lo que pasó, ¿verdad?

Al final, Joe se volvió a mirar a Kathleen y sacudió la cabeza despacio.

—No me acuerdo. Dormido.

—Oh, Joe, estoy asustada. Tienes que acordarte. ¿Viste a Lily caerse y hacerse daño? —repitió.

—No. —Joe volvió a negar con la cabeza—. Dormido.

—Joe, por favor, es importante que me escuches —lo apremió Kathleen—. Y que comprendas lo que voy a decirte. No lo sé seguro, pero es posible que a la policía se le haya metido en la cabeza que tú le hiciste daño a Lily.

Al oír eso, Joe se incorporó de golpe.

—¡No! ¡Daño Lily nunca! ¡Nunca!

—Yo eso ya lo sé, Joe, pero ellos no. Y sea lo que sea lo que le pasó a Lily, la cuestión es que están aquí. Quieren descubrir lo que ocurrió anoche. Y me parece que intentan echarte la culpa a ti.

—¡No! ¡Daño Lily nunca! —gritó él, y empezó a dar puñetazos en la cama.

Por la expresión de Joe, Kathleen dedujo que se sentía traicionado y furioso.

—A mí no hace falta que me lo expliques, sé que la quieres mucho. Pero los policías que están abajo no lo saben, y puede que tengan otra opinión de lo que le ocurrió a Lily. ¿Me prometes que no te enfadarás si te preguntan cosas que no te gustan? Por favor, Joe, intenta mantener la calma aunque te pregunten si le hiciste daño a Lily —suplicó Kathleen.

—¡Daño Lily nunca! ¡Quiero Lily! —volvió a repetir Joe.

Kathleen se mordió el labio llena de desesperación. Sabía que no lograría hacer ni decir nada que sirviera para proteger a su bueno y cariñoso hermano de si mismo.

—De acuerdo, Joe; puede que esté siendo demasiado pesimista. Igual Lily puede contarles lo que pasó. —Kathleen se arrodilló en la cama y abrazó a Joe con fuerza—. Compórtate como siempre y diles que te quedaste dormido.

—Sí. —Joe asintió con vehemencia.

Kathleen seguía abrazándolo cuando al cabo de unos minutos su madre entró en la habitación con la cara muy pálida y les dijo que estaban esperando a Joe abajo. Lo observó levantarse con esfuerzo y salir del dormitorio. Un inmenso temor le atenazaba las entrañas.

Por la tarde, la policía se llevó a Joe para hacerle más preguntas. Al cabo de dos días, Kathleen y sus padres recibieron la visita de otro agente que les explicó que iban a acusar a Joe de violar y agredir a Lily Lisle. Ingresaría en la prisión de Cork hasta que se celebrara el juicio.

Cuando el agente se hubo marchado, Sophia se sentó a la mesa, apoyó la cabeza sobre los brazos y lloró en silencio. Seamus se acercó a ella y la rodeó por los hombros con los ojos también arrasados en lágrimas.

Kathleen miró a sus padres. Sus caras eran la viva estampa de la desesperación y se dio cuenta de que estaban destrozados.

Al final, Sophia levantó la cabeza y estrechó la mano de su esposo.

—Él no lo hizo, ¿verdad?

—No, cielo, sabemos que no fue él. —Seamus sacudió la cabeza despacio—. Lo que pasa es que no se me ocurre qué podemos hacer para poner las cosas en su sitio. —Se volvió hacia Kathleen—. Pero alguien de esta casa debe acordarse de lo que pasó esa noche. ¿Cómo demonios se os ocurrió beber aguardiente, muchacha? Ya sabes qué efectos tiene, ¡sobre todo para alguien con el cerebro tan lento como Joe!

—Lo siento, papá; lo siento muchísimo. —Kathleen se frotó las manos, se moría de ganas de contar la verdad y explicarles que Gerald los había engañado a todos para que bebieran.

—Y la policía, como siempre, solo se fía de la palabra de los ingleses. A lo mejor podría intentar hablar con él; podría intentar hablar con Gerald. —Seamus caminaba preocupado de un lado a otro de la cocina.

—¿Y crees que te dirá la verdad? Alguien le hizo daño a Lily, y sabemos que no fue Joe. Pero ¿qué opciones tenemos? —Sophia sacudió la cabeza con agonía—. Si fue Gerald, ¿crees que lo confesará? ¡Nunca!

—¿Y Lily? —preguntó Kathleen—. Podríamos ir a hablar con ella. Sabes que siempre hemos tenido una relación muy estrecha, mamá.

Sophia miró a su esposo con expresión interrogativa.

—¿Tú qué opinas, Seamus? ¿Te parece bien que Kathleen vaya a ver a Lily?

—Lo que me parece es que, llegados a este punto, cualquier intento vale la pena —convino su padre.

Al día siguiente Kathleen viajó en autobús hasta la ciudad de Cork, donde Lily estaba ingresada en el hospital Bons Secours.

Cuando Kathleen entró en la habitación, Lily tenía los ojos cerrados. Examinó su rostro, la señal negruzca y morada alrededor del ojo izquierdo, el corte del labio y los cardenales de la barbilla. Tragó saliva, pues sabía que era del todo imposible que Joe le hubiera hecho tal cosa a su amada Lily. Se sentó en una silla junto a la cama. Era consciente de que cuando Lily se despertara y hablaran, debía mantener la calma y no ponerse histérica ante la tremenda injusticia que se estaba cometiendo con su hermano.

Al cabo de un rato, Lily abrió los ojos y pestañeó. Por fin se dio cuenta de la presencia de Kathleen a su lado. Kathleen se estiró para cogerle la mano.

—¿Qué tal estás?

—Tengo sueño —respondió Lily—, mucho sueño.

—¿Te han dado algo para paliar el dolor? A lo mejor por eso estás amodorrada.

—Sí. —Lily se pasó la lengua por los labios—. ¿Me das un poco de agua?

Kathleen ayudó a Lily a incorporarse y beber un poco. Cuando hubo terminado, volvió a dejar el vaso sobre la mesita que tenía al lado.

—¿Qué te pasó, Lily? —preguntó con amabilidad.

—La verdad es que no lo sé. —Lily volvió a cerrar los ojos—. No me acuerdo.

—Tienes que recordar algo —insistió Kathleen—. No creerás… Quiero decir que sabes que Joe nunca te habría hecho eso. Lo sabes, ¿no, Lily?

—La policía no para de hacerme las mismas preguntas y no puedo responderles.

—Lo han detenido, Lily. Han detenido a Joe —musitó Kathleen—. Lo culpan de lo que te ocurrió. Pero tú se lo explicarás, ¿verdad? Les dirás que Joe te quiere, que nunca te haría daño… Sabes que no sería capaz. Por favor, Lily, cuéntaselo.

Lily mantuvo los ojos cerrados.

—No, no creo que fuera capaz; pero no puedo explicarles algo de lo que no me acuerdo.

—¿Y Gerald? ¿Intentó…? —Kathleen no podía siquiera pronunciar las palabras—. ¿Tuviste que resistirte para que no…?

Lily abrió los ojos de golpe.

—¡Kathleen! ¡Es mi hermanastro! No puedo acusarlo de una cosa así, ¿no te parece? Además… —empezaron a cerrársele otra vez los ojos— ya te he dicho que no me acuerdo de lo que pasó. Ahora déjame, por favor, estoy muy cansada y no quiero hablar más de esto.

—Lily —Kathleen se esforzó por contener las lágrimas—, si no hablas en defensa de Joe… ¡puede que lo metan en la cárcel! Por favor, por favor, te lo ruego. Yo…

—Ya está bien —la interrumpió una voz a sus espaldas.

La tía Anna estaba plantada en la puerta con los brazos cruzados.

—Me parece que y-ya es hora de que te vayas, Kathleen. Lily te lo ha pedido.

—Por favor, tía Anna —suplicó Kathleen desesperada—, creen que ha sido Joe quien le ha hecho esto a Lily, y tú sabes que siempre la ha adorado y la ha protegido.

—¡Ya basta! —La voz de su tía denotaba dureza—. Te estas poniendo histérica y eso a Lily no le va n-nada bien. Te pido que dejes que la policía complete la investigación. Nadie tiene ni idea de lo que Joe p-puede llegar a hacer estando borracho, y no creo que seas la persona más indicada para negarlo, jovencita. Tú misma perdiste el c-conocimiento a causa del alcohol y no viste ni oíste nada de nada.

—No, pero vi a Gerald y tenía sangre…

—¡He dicho que ya basta! Quiero que salgas de la habitación de mi hija ahora mismo, o haré que te echen. ¡Y permíteme que le diga que Sebastian y yo estamos convencidos de que el hombre que ha agredido a n-nuestra hija se merece todo lo que le pase! ¡Nosotros mismos nos encargaremos de que reciba su merecido!

Kathleen abandonó la habitación corriendo. Las lágrimas le nublaban la visión. Salió del edificio y se sentó en un banco de los jardines del hospital. Todo había sido inútil. Inútil. Y Joe, por el mero hecho de ser Joe, no estaba en condiciones de defenderse y evitar lo que le estaba pasando. Si Lily o la tía Anna no hablaban en su favor, todas las esperanzas eran vanas.

Tres meses más tarde, Kathleen, sentada junto a sus padres, presenció cómo condenaban a Joe a cadena perpetua por la agresión con violación de Lily Lisle. Debido a la deficiencia mental de Joe, su abogado consiguió que ingresara en un centro especial de los Midlands.

Kathleen nunca olvidaría la expresión de desconcierto y temor en el demacrado rostro de Joe al señalar a su familia sentada al fondo de la sala mientras dos guardias le tiraban con fuerza de los brazos para llevárselo.

—¡Joe! —gritó Sophia desde su asiento—. ¡No se lo lleven, por favor! Es mi hijo, ¡él no lo entiende! Por favor… Es mi niño y me necesita… ¡Joe! ¡Joe!

Cuando Joe se levantó por la fuerza del banquillo de los acusados y desapareció escalera abajo, Sophia se dejó caer en la silla y se echó a llorar desconsolada.

—Se morirá, allí encerrado, rodeado de locos y sin poder ver a sus queridos animales. Dios mío… Dios mío…

Kathleen permaneció sentada con la mirada perdida mientras su padre, igual de destrozado que su madre, trataba de tranquilizarla.

En ese momento supo que jamás en la vida perdonaría a los Lisle lo que le habían hecho a su familia.

—Oh, mamá —exclamó Grania en voz baja al ver que Kathleen temblaba con los sollozos. Se acercó para abrazarla—. Oh, mamá.

—Lo siento, cielo; es que me resulta muy doloroso contarlo.

—No sé qué decir, mamá. Toma, un pañuelo de papel. —Grania sacó un pañuelo de la caja que había junto a la cama y lo presionó con suavidad sobre los ojos de su madre para enjugarle las lágrimas.

—Mira, Grania, ya sé que crees que eso ocurrió hace mucho tiempo —dijo Kathleen, tratando de serenarse—, pero, ¿sabes que? Todos los días de mi vida veo la mirada inocente y confiada de Joe. Él no comprendía lo que le estaba pasando. Lo encerraron bajo llave en un lugar terrible, horroroso, lleno de locos que chillaban a voz en cuello y aporreaban las puertas suplicando que los dejaran salir de allí. —Kathleen se estremeció—. Ay, Grania; tú no sabes de qué hablo.

—No, seguro que no —convino Grania en voz baja—. ¿Intentasteis apelar?

—¿Te sorprendes si te digo que el abogado nos aconsejó que no lo hiciéramos porque solo nos serviría para perder dinero? —Kathleen sonrió con tristeza—. Además, en cuanto Joe ingreso en aquel centro, fue de mal en peor. Siempre le había costado expresarse, pero en cuanto entró allí, dejó de hablar por completo. Dudo que durante los diez años siguientes pronunciara una sola palabra. Se pasaba los días sentado junto a una ventana, mirando al exterior; ni siquiera parecía reconocernos cuando íbamos a visitarlo. Creo que le administraban tranquilizantes; allí se los daban a todos. Así se estaban quietecitos y a las enfermeras les resultaba todo más fácil.

—¿Sigue allí, mamá?

—No. —Kathleen negó con la cabeza—. Murió de un ataque cardíaco cuando tú tenías doce años. Al menos, eso nos dijeron. Joe tenía un soplo congénito, pero siempre he creído que no se debió a un fallo orgánico, sino que el corazón se le partió en dos. —Exhaló un suspiro—. ¿Qué motivos tenía para vivir el pobre chico? Lo habían acusado de herir a una persona a la que apreciaba más que a su propia vida. Y acabó perdiendo la libertad por ello. Joe no tenía muchas luces, así que estoy segura de que fue incapaz de comprender lo que había ocurrido y optó por en cerrarse en si mismo. Al menos, eso es lo que nos contó el psiquiatra.

—Oh, mamá. —Grania sacudió la cabeza—. Es una historia espeluznante. ¿Volvió Lily a hablarte de ello alguna vez? ¿Recordó lo que le había ocurrido?

—La última vez que hablé con Lily Lisle fue aquel día en el hospital —explicó Kathleen—. La tía Anna se la llevó a Londres en cuanto le dieron el alta y no volvimos a saber nada de ella. Hasta que, muchos años después, se presentó en Dunworley con su marido.

—¿Y Gerald? —preguntó Grania—. Por lo que me has contado, deduzco que la agresión fue cosa suya.

—Eso es lo que yo creo, y nadie me convencerá de lo contrario mientras viva —subrayó Kathleen en tono categórico—. Tuvo que ser obra de uno de los dos, y mi querido Joe seguro que no lo hizo. Pero por lo menos Gerald tuvo su merecido. Una persona que trabajaba en Dunworley House para el señor Sebastian Lisle —pronunció su nombre como si lo escupiera— me contó que había muerto mientras se encontraba con las tropas en Chipre. Pero no te creas que murió en combate, defendiendo a su país, no; fue por una pelea en la puerta de un bar, y estaba borracho. Murió antes que Joe, a los veinticuatro años. Por eso Lily heredó Dunworley House.

—¿Crees que lo que ocurrió aquella noche afectó a Lily? Quiero decir que… —Grania prosiguió con cautela. Sabía que todo aquello a su madre le resultaba muy doloroso—. Alexander me contó que Lily tenía problemas mentales graves.

—No sabría decírtelo, porque ya de niña Lily se comportaba de un modo muy raro, y de adolescente más —musitó Kathleen—, y nunca llegó a confesar si recordaba lo que sucedió aquella noche. Pero supongo que te refieres a que si aquel episodio, de recordarlo, pudo llegar a afectarle, ¿no?

—Sí, claro que debió de afectarle —convino Grania—. Y eso también explica por qué te preocupa tanto que me relacione con los Lisle. Ahora lo comprendo todo. —Grania asió la mano de su madre—. Siento que eso te haga sufrir y acordarte del pasado.

—Bueno, tal como tu padre no para de repetirme, el pasado no tiene nada que ver contigo. Lo que está claro es que destrozaron a mi familia. Mamá y papá nunca volvieron a ser los mismos, y, por supuesto, la culpa no fue solo de Lily sino también de la hermana de mamá, la tía Anna, que se negó a declarar en favor de su sobrino. Por mucho que mi madre le suplicó que le explicara a la policía que Joe era inofensivo, Anna no quiso. De haberlo hecho, Grania, es posible que hubieran considerado su testimonio. A fin de cuentas, era la mujer del amo y la habrían escuchado.

—Pero mamá —dijo Grania con un suspiro—, ¿cómo esperabais que hiciera eso? Gerald era su hijastro, estaba casada con su padre. Madre mía, menudo lío.

—Sí —reconoció Kathleen—. Y tienes razón, por supuesto. La tía Anna siempre tuvo muy claro a quién le convenía arrimarse. Con Sebastian llevaba una vida acomodada y tenía toda la libertad que quería. Después del incidente, apenas regresó a Irlanda unas cuantas veces. Casi siempre estaba en Londres, en la casa en la que se crio. Y las dos hermanas no volvieron a dirigirse la palabra.

Grania guardó silencio durante un rato, intentaba asimilar todo lo que su madre le había contado.

—Entiendo que odies a Lily por lo que le hizo a Joe, pero ¿de verdad fue culpa suya, mamá? Sufrió una agresión horrible, fuese quien fuese el autor. A lo mejor era verdad que no se acordaba, pero aunque no lo fuera, ¿crees que habría sido normal que acusara a su hermanastro? —apostilló Grania—. Además, recuerda que Gerald te amenazó. ¿Quién sabe si hizo lo mismo con Lily para asegurarse de que mantuviera la boca cerrada? No pretendo disculparla, no —se apresuró a añadir—, pero no sé en qué la benefició lo ocurrido.

—Tienes razón —admitió Kathleen—. Tu padre lleva años diciéndome lo mismo. Y la verdad es que cuando Sebastian Lisle murió, justo después que Gerald, y Lily heredó Dunworley, mi padre le envió una carta a Londres preguntándole si podría por fin comprar la granja y ella estuvo de acuerdo y le puso un precio muy justo.

—No quiero ser cínica, pero a lo mejor lo hizo para evitar en lo posible el contacto entre tu familia y la suya.

—Sí, seguramente fue por eso —convino Kathleen—. Eso, y supongo que también el sentimiento de culpa.

—Alexander no debe de saber nada de todo esto, claro —observó Grania.

—No creo que su mujer llegara a contárselo nunca.

—No, pero a lo mejor le ayudaría saberlo. Dice que siempre se ha sentido incómodo en Dunworley. Y supongo que… —Grania se rascó la cabeza— aunque uno no sea responsable de los problemas de su pareja, siempre se siente culpable si no hace lo necesario para ayudar. Por lo que Alexander me ha contado, sé que hizo todo lo que estaba en sus manos para apoyar a Lily.

—No lo dudo. Y para que te quedes más tranquila, Grania, hace tiempo que dejé de culpar a Lily de lo ocurrido. Pero el dolor que siento por lo que le sucedió a mi querido Joe no desaparecerá jamás.

—No… Y parece que también Lily tuvo su merecido. Pobrecilla. ¿Te importa que se lo cuente a Alexander cuando tenga ocasión?

—No. De repente he tenido la sensación de que era importante que lo supieras antes de que te encuentres con él. Lo triste… —Kathleen exhaló un suspiro— es que la única superviviente de aquella excursión a la playa soy yo. Es como si aquella noche la vida nos hubiera dado la espalda.

—¡Pero, mamá! ¡Me tienes a mí, y a Shane, y a papá! —exclamó Grania en tono afectuoso—. Así que algo tuvo que salirte bien.

—Sí, cielo. —Kathleen alargó la mano y acarició la mejilla de su hija—. Claro que sí. Mira, Grania, la verdad es que si no hubiera sido por tu padre, que estuvo a mi lado después de todo aquello, me habría vuelto loca. Era un hombre maravilloso, te lo digo yo. Y lo sigue siendo, a pesar de que tiene manías que me sacan de quicio. —Se echó a reír—. Bueno, será mejor que te deje dormir un poco antes de que tengas que levantarte para salir de viaje. Prométeme que te andarás con cuidado, ¿de acuerdo?

—Claro que sí, mamá. Ya soy mayorcita.

—Nunca se es lo bastante mayor para tener secretitos con una madre. —Kathleen sonrió con aire cansino.

—Eso ya lo sé. —Grania observó a Kathleen levantarse de la cama y dirigirse a la puerta—. Buenas noches, mamá. Te quiero.

—Yo a ti también, Grania.

Kathleen salió del dormitorio de su hija y cruzó la puerta contigua para entrar en el suyo. John dormía profundamente con la luz encendida. Ella le dio un suave beso en la frente, fue hasta el tocador y cogió la delicada figura en forma de ángel que Joe había tallado con tanto cariño para Lily. La había encontrado entre la arena de la playa, justo enfrente de la cueva donde descubrieron a Lily, unas semanas después de que condenaran a Joe. La sostuvo contra su pecho y alzó la mirada.

—Que descanses, Joe —musitó.