5
Mac Adam y el barón Von Roth estaban recogiendo sus papeles, admirando las firmas y preparándose para marcharse.
—¿Cómo consiguieron que esos directores de Snautch los escucharan? —preguntó Jonnie.
El barón soltó una carcajada.
—Fue la manera en que abrimos nuestra cuenta. Todo el banco se enteró en cuestión de segundos. Desde que los psiclos empezaron acumular oro, que ya era escaso, en Gredides cuesta medio millón de créditos la onza. Abrimos la cuenta con oro. Su oro, Jonnie. Casi una tonelada. Hace algún tiempo lo fundimos e hicimos lingotes. Casi nos rompimos la espalda llevándolo al banco. ¡Hacía un siglo que no veían tanto oro junto!
—¡De modo que hasta el oro de Terl sirvió de algo! —exclamo riendo Jonnie.
—¡Después de todo ese trabajo en el filón —repuso Mac Adam—, ese oro le pertenecía a usted y al equipo! Si quiere, lo traeremos a casa. Pero en este momento está en exhibición detrás del cristal blindado en lo que queda del vestíbulo principal del Banco Galáctico, en Snautch. Es oro histórico, Jonnie.
—Otra cosa —dijo Jonnie—. ¿Qué hicieron con Ker para que firmara esos papeles?
—¿Ker? —se extrañó el barón—. Bueno: en primer lugar él es su amigo, Jonnie, y le dijimos que esto lo ayudaría. Pero esa noche Stormalong vio su película de Psiclo y le dijo a Ker que era un planeta muerto. ¡Nunca se vio un alivio semejante! Siempre se ha sentido perseguido por ellos. De modo que como último jefe de planeta, tenía incluso los papeles de nombramiento y están enganchados al muerto, se alegró mucho de verse libre del asunto. Le prometimos un contrato de empleo estándar, salvo en lo que se refiere a la cláusula de embarcar el cuerpo a casa. Le dejamos guardar los pocos cientos de miles de créditos que sacó del botín de su predecesor y le garantizamos que tendría gas respiratorio durante el resto de su vida. Espero que podamos cumplir lo segundo.
Jonnie pensó en la luna, Fobia. Sí, con el equipo de transbordo podían obtener toneladas de gas respiratorio y meterlo en botellas.
—No hay problema; es sencillo.
Jonnie los miró cómo guardaban sus cosas y después dijo:
—¡Ustedes dos hicieron un trabajo brillante! Realmente extraordinario.
Le sonrieron.
—Teníamos un buen ejemplo: ¡usted!
—Pero ¿cómo supieron cómo redactar aquel contrato de venta de la Intergaláctica para que lo firmara Terl?
Mac Adam rió.
—Cuando Brown Limper Staffor trató de usarlo para asegurar la emisión de nueva moneda, vimos que no era un contrato legal. ¡Terl había tratado incluso de falsificar su propia firma! —le tendió una copia del original, que era realmente ridícula—. De modo que el barón y yo nos pusimos a pensar. Habían pasado casi once meses desde que usted había enviado esas bombas a Psiclo y no se había producido ningún contraataque. Si Psiclo había desaparecido, entonces, según Ker, no había muchas posibilidades de que otros planetas mineros tuvieran gas respiratorio suficiente. Estarían todos muertos.
—De modo que asumimos un riesgo bancario y lo redactamos de modo que fuera válido de cualquier manera —explicó el barón.
—Había otra razón —le espetó Mac Adam—, conociendo la manera en que usted opera. Si se había dispuesto a destruir a Psiclo, cosa que hizo, apostamos a que efectivamente lo había hecho… ¡Y teníamos razón!
—No es posible equivocarse mucho si se apuesta a Jonnie —dijo el barón, colocando un montón de documentos debajo de su brazo y cogiendo una abultada cartera y mirando a su alrededor para asegurarse de que lo llevaban todo—. Bueno: estamos listos.
—¡No, no, no lo estamos! —protestó sir Roberto. Su tono era tan decidido y reprobatorio que se detuvieron y lo miraron sorprendidos—. Me parece que la manera en que usan a este pobre muchacho es algo desdichada.
—¡No comprendo! —exclamó Mac Adam, escandalizado.
—Usan su retrato en la moneda terrestre, usan su energía y sus ideas para conseguir sus propios fines. Poseen ustedes dieciséis universos. Ahora están urdiendo un plan para poner su cara en el dinero galáctico. Y aquí está él, pobre como ratón de iglesia. ¡Vamos: que yo sepa ni siquiera le dan su paga de piloto! Ya sé que van a prestarle dinero para una factoría. Pero ¿qué es eso? Solo un plan para endeudarlo. ¡Deberían avergonzarse! —y lo decía en serio.
Si hubiera disparado contra Mac Adam y el barón, no hubiera producido un efecto más terrible.
Jonnie había tratado de detenerlo en el momento en que intuyó lo que iba a decir. No creía necesitar dinero: si tenía hambre, siempre podía salir de caza. Pero la mano de sir Roberto lo había detenido.
El barón miró a Mac Adam y éste le devolvió la mirada; era evidente que estaban confundidos.
Sir Roberto los miraba, malhumorado. Era muy desagradable. Finalmente, dijo:
—Al menos podrían pagarle algo por usar su retrato.
De pronto, Mac Adam pareció comprender algo. Dejó caer sus documentos sobre la mesa y empezó a buscar en su abultada cartera. Encontró lo que buscaba y se sentó frente a ellos.
—¡Oh, Jonnie! Por favor, perdónenos. Es evidente que usted no sabe. —Y empezó a desplegar algunos documentos.
—Como usted no lo mencionó, pensamos que no deseaba que se supiera —repuso el barón.
Mac Adam le tendía el anuncio de la carta de garantía del banco.
—El Banco Planetario Terrestre fue registrado por el Consejo original, válido, de treinta miembros. Ésta fue la hoja informativa que se imprimió. —Y cogió el segundo documento y lo desplegó—. Pero ésta es la carta actual. Ésta es la única válida ante la ley y el barón y yo nos preguntamos muchas veces por qué eran diferentes. Pero ¿recuerda quién actuaba a veces como secretario del Consejo original?
La hoja informativa sólo mencionaba a Mac Adam y al barón Von Roth.
Estos dos se miraron y dijeron al unísono:
—¡Brown Limper Staffor!
—Por razones personales —explicó Mac Adam—, él copió mal la resolución. Estúpidamente, creímos que era usted quien no deseaba que se supiera.
Abrió la carta original y allí, en la parte superior, por encima de los nombres del barón y Mac Adam, figuraba el nombre de Jonnie Goodboy Tyler, brillante y claro.
—¿Nunca ha notado que siempre tratamos de pedir su opinión los grandes asuntos? —rogó el barón, muy contrito.
—Estaba haciendo tantas cosas más importantes, que nos limitamos a seguir adelante —dijo Mac Adam—. ¡Pero, sir Roberto, ese muchacho es dueño de la tercera parte del Banco Planetario! ¡Oficialmente!
—Ahora Jonnie posee dos novenas partes o alrededor del veintidós por ciento del Banco Galáctico —indicó el barón— y una tercera parte de la Compañía Minera Intergaláctica. —Y se volvió hacia Mac Adam—. Tal vez deberíamos aumentar la participación.
Mac Adam miró a sir Roberto.
—¿Pensó que íbamos a dejar a la intemperie al pobre muchacho como usted lo llama? También es dueño de parte de esa tonelada de oro. Se necesitaría una computadora para sumar su dinero. ¡Llega a los trillones! ¡Es el pobre muchacho más rico que han visto estos dieciséis universos, incluyendo al último emperador de Psiclo!
Sir Roberto empezó a reír y palmeó a Jonnie en el hombro.
—Vamos tirando, ¿eh, ratón de iglesia? —Y miró a los otros—. Sí, caballeros. Que queden así las cosas, ya es bastante. Pero por los pelos, en, por los pelos. Digan —agregó—, tal vez se podría salir y comprarle media docena de esos elegantes nobles para que le sirvan de criados.
—Ya los ha comprado —dijo Mac Adam—. ¡Hasta el último lazo de sus botas!
Todos rompieron a reír, menos Jonnie. Le daba vueltas la cabeza. ¿Trillones? Era una cantidad irreal. Tal vez podría comprar una de esas cuerdas trenzadas para Windsplitter, o muebles nuevos si Chrissie había perdido los de ella…
Recordó a Chrissie súbitamente. Había reprimido la idea para poder continuar.
Mac Adam y el barón recogieron sus cosas y salieron moviendo la cabeza y murmurando:
—¡Brown Limper! Creó problemas hasta el final.
Una voz gemebunda, petulante, se oyó en la habitación y sir Roberto levantó la cabeza. En la puerta de entrada estaba Stormalong, detrás de dos rusos que le impedían entrar.
—¡Sir Roberto! ¡Por favor, salga! ¡Tengo un despacho que hace horas y horas que espera!
Sir Roberto salió corriendo y desapareció.
Jonnie se quedó allí sentado, algo fatigado, tratando de aclarar cómo estaban las cosas y qué tenía que hacer ahora. Tomó una resolución. Allí ya no lo retenía nada. Saldría, tomaría un avión y se iría a ayudar a Escocia. Cogió su casco, que estaba en el suelo. Los dos rusos que había en la puerta se apartaron para dejarlo pasar.
Chocó con sir Roberto. El viejo escocés estaba allí parado, con un mensaje en la mano. Lloraba y reía al mismo tiempo. Puso el despacho en manos de Jonnie.
—¡Oh, bueno! ¡Es todo un lío, pero Jonnie, Jonnie, el peñón los protegió a todos!
¡Edimburgo! En la madrugada de ese día habían conseguido pasar por el último túnel. ¡Estaban medio muertos de hambre, había algunos heridos y todos padecían algún grado de shock, pero los habían sacado! A los dos mil ciento.
Jonnie se sintió mareado de alivio. En el despacho de radio no se daban nombres. Salió tambaleándose, con intención de ir a la sala de operaciones.
Del otro lado de la explanada había alguien cubierto de polvo, pero que usaba el casco en forma de cúpula que se utilizaba para los vuelos de alta velocidad. ¡Era Thor!
Thor lo llamaba alegremente y gritó:
—¡Mira a quién te hemos traído, Jonnie!
Alguien corría hacia él y lo abrazaba, pronunciando su nombre entre sollozos.
¡Era Chrissie! Demacrada, con sus ojos negros llenos de lágrimas.
—¡Oh, Jonnie, Jonnie! —decía—. ¡Nunca volveré a dejarte! ¡Nunca! ¡Abrázame, Jonnie!
Jonnie la abrazó. Se quedó allí parado, casi rompiéndole las costillas. La tuvo abrazada largo rato. No podía hablar.