5
Salieron por una puerta que se hallaba a distinto nivel, una que habitualmente estaba cerrada. Jonnie miró a su alrededor buscando un cadete a quien dejarle la ropa de Stormalong, pero no vio a nadie.
—Me ocuparé de que lleven eso a la Academia —dijo Lars, adivinando sus intenciones.
No debía permitírsele ver demasiado profundamente en las disposiciones que había tomado Lars, la mayor parte de las cuales evitaban que fueran vistos por alguien, porque, de otro modo, Lars podía encontrarse enfrentado a una lucha con cadetes o con rusos, algunos de los cuales acababan de llegar a la base subterránea de las montañas y constituían una fuerza considerable.
Desde las montañas se acercaba una tormenta. Amenazantes nubes negras, atravesadas por relámpagos en torno al distante Highpeak, Se levantaba viento que hacía doblegarse la alta hierba color castaño. Por el aire volaban algunas hojas muertas. Ya había llegado el otoño. En esta meseta de una milla de altura el aire estaba helado.
Esto proporcionó a Jonnie un sentimiento extraño, casi una premonición. Había dejado África durante una tormenta y aquí había también una tormenta. Tiró el paquete a la parte trasera del coche y entró. Habían oscurecido las ventanas para que nadie pudiera ver el interior. Se fueron hacia el Capitolio, apuntándole con ametralladoras.
Lars era un mal conductor y Jonnie comprendía cómo era posible que se hubiera roto el cuello, cosa evidente a causa del yeso. Jonnie lo despreciaba. Había conocido infinidad de suecos y eran buena gente; incluso había llegado a percibir, por la conversación de Lars, que los otros también lo despreciaban.
El hombre intentó charlar sobre el antiguo líder militar, pero Jonnie ya había tenido bastante.
—Cállese —ordenó desde la parte trasera—. Usted no es más que un chaquetero traidor. No sé cómo se soporta a sí mismo. De modo que cállese.
No era prudente, pero le resultaba imposible seguir escuchando estas cosas demenciales.
Lars se calló, pero sus ojos se entrecerraron. De pronto disfrutó del hecho de que en pocas horas este criminal estaría muerto.
El coche de superficie se aposentó junto a la entrada lateral del Capitolio, que no se usaba nunca. No se veía a nadie. Tampoco había gente en el corredor. Lars se había ocupado de eso.
Lo empujaron hacia una puerta. En las sombras, brigantes ocultos lo apuntaban con sus armas. Había dos más en la sala del tribunal, en los rincones, con las Thompson levantadas y preparadas.
Y allí estaba Brown Limper.
Estaba sentado en un alto escritorio, sobre una plataforma. Tenía un traje negro. Estaba flanqueado a ambos lados por antiguos libros de leyes. Su cara tenía un brillo enfermizo. Sus ojos estaban demasiado brillantes. Se inclinaba como un buitre a punto de atacar un cadáver. Sólo él, los guardias brigante y este Tyler en una habitación que por otra parte estaba vacía.
¡Era Tyler! Lo había reconocido en el instante en que atravesó la puerta. Este Tyler tenía algo que no se podía olvidar. Lo había odiado desde que eran niños. Había odiado esa marcha fácil y confiada, el conjunto de rasgos regulares y aquellos ojos azul claro. Había odiado todo lo que Tyler era y él no podría ser nunca. Pero ¿quién tenía el poder ahora? ¡Él, Brown Limper! ¡Cómo había fantaseado con este momento!
—¿Tyler? —dijo Brown Limper—. ¡Venga y permanezca frente al estrado! Contésteme. ¿Es su nombre Jonnie Goodboy Tyler?
Brown Limper tenía un grabador funcionando. Estos procedimientos debían ser regulares y legales.
Jonnie se quedó, aburrido, de pie frente al estrado.
—¿Qué significa esta farsa, Brown Limper? Conoces perfectamente mi nombre.
—¡Silencio! —ordenó Brown Limper, esperando que su voz tuviera resonancia y profundidad—. ¡El prisionero contestará correcta y adecuadamente o se hará culpable de desacato al tribunal!
—No veo ningún tribunal —manifestó Jonnie—. ¿Qué estás haciendo con esa ropa ridícula?
—Tyler, voy a agregar el desacato a tus cargos.
—Agrega lo que gustes —murmuró Jonnie, aburrido.
—¡No considerará esto a la ligera cuando se le lean los cargos! Esto es sólo una encuesta preliminar. Dentro de una o dos semanas, se establecerá un Tribunal Mundial y en ese momento tendrá lugar el juicio. Pero como felón y criminal tiene derecho a escuchar los cargos para que pueda organizar su defensa cuando lo juzguen.
»Y ahora, escuchad, escuchad. Se os acusa de asesinato en primer grado en la persona de los hermanos Chamco, leales empleados del estado, felonamente asaltados con intención de matar y muertos después por propia mano debido al dolor producido por sus heridas». Secuestro en primer grado: el dicho Tyler asaltando y apoderándose felonamente de las personas de dos coordinadores que cumplían con sus deberes legales como agentes del Consejo.
»Asesinato y asalto felón de una tribu amante de la paz llamada brigante, incluyendo la matanza de medio comando.
»Masacre de un convoy de comerciantes pacíficos que se ocupaban de sus cosas y asesinato vicioso y premeditado de los mismos, hasta el último hombre.
—Psiclos —protestó Jonnie—. Eran psiclos organizando un ataque a esta capital.
—¡Eso no constará en los registros! —señaló Brown Limper. Tendría que borrarlo del disco—. No está siendo juzgado. Éstos son sólo los cargos que le hacen ciudadanos decentes y dignos de este planeta. ¡Manténgase en silencio y escúchelos!
»El Tribunal observará —continuó Brown Limper (cómo había meditado sobre este lenguaje de los antiguos libros; esperaba que todo estuviera bien y fuera legal)— que podrían haberse hecho otros muchos cargos, pero que no han sido hechos hasta este momento.
—¿Como por ejemplo? —preguntó Jonnie, indiferente a ese payaso.
—Cuando cogió el panel de control remoto de manos de un tal Terl y disparó el bombardero contra los hombres, también ha quedado establecido que en ese momento hirió a dicho Terl, que estaba tratando de derribar al bombardero. Sin embargo, habiendo testigos a quienes usted sin duda incitó a dar falso testimonio que dicen otra cosa, los cargos no se han incluido esta vez, aunque por supuesto podría hacerse en fecha posterior.
—De modo que eso es todo lo que has podido conseguir —ironizó Jonnie—. ¿Nada acerca del robo de la leche de los bebes? ¡Me dejas sorprendido!
—No será tan arrogante cuando escuche lo que falta —amenazó Brown Limper—. Soy un juez imparcial y éste es un tribunal legal e imparcial. Durante el tiempo en que se encuentre en espera de juicio, se le prohíbe usar nada más de mí…, quiero decir…, de la propiedad del Consejo, tal como aviones, coches, casas, equipo o herramientas.
¡Brown Limper lo tenía! Con la rapidez de un relámpago, sacó el contrato de venta de la sucursal Tierra de la Compañía Minera Intergaláctica y se lo arrojó a Tyler.
Tyler lo miró largamente. («Por la suma de dos mil millones de créditos, Terl, representante debidamente autorizado de la primera parte que de ahora en adelante se llamará la parte de la primera parte, concede aquí todas las tierras, minas, instalaciones mineras, complejos, aviones, herramientas, maquinaria, coches, tanque…, etcétera, al Consejo de la Tierra, el gobierno de este planeta, debidamente elegido y autorizado, para tener y guardar para siempre y desde este día en adelante». Estaba firmado «Terl», pero Jonnie, que conocía la firma de Terl, vio que debía haberla hecho con la pata que no correspondía. Empezó a metérselo en el bolsillo.
—¡No, no! —gritó Brown Limper—. ¡Es el original!
Buscó entre los papeles que había sobre el escritorio, le tendió una copia y la cambió por el original. Jonnie se puso la copia en el bolsillo.
—Y no sólo eso —siguió Brown Limper—. ¡Todo el planeta era propiedad de la Intergaláctica y también hay una escritura a propósito de eso!
Empezó a alcanzarle el original, lo pensó mejor, encontró una copia y se la tendió.
Jonnie le echó una mirada. ¡Terl les había vendido a estos idiotas su propio planeta!
—Las escrituras son válidas —aseguró pomposamente Brown Limper—. Es decir, lo serán cuando estén registradas.
—¿En dónde? —preguntó Jonnie.
—En Psiclo, por supuesto —confirmó Brown Limper—. Por pura bondad de corazón y, pese a los problemas, el propio Terl las llevará allí y las hará registrar.
—¿Cuándo? —preguntó Jonnie.
—¡En cuanto pueda reconstruir el aparato que usted destruyó felona y maliciosamente, Tyler!
—¿Y se lleva el dinero?
—¡Por supuesto! Tiene que devolverlo a la compañía. ¡Es un hombre honesto!
—Un psiclo —corrigió Jonnie.
—Psiclo —aceptó Brown Limper, e instantáneamente se puso furioso consigo mismo por permitir que este procedimiento judicial adquiriera un tono distinto del judicial.
—En consecuencia —dijo Brown Limper, leyendo—, y como se establece de acuerdo con los derechos tribales legales del dicho Jonnie Goodboy Tyler, será puesto bajo arresto domiciliario en su propio hogar de la pradera, y a partir de aquí y en consecuencia no abandonará dicha vecindad hasta que comparezca ante el Tribunal Mundial, que se constituirá debidamente bajo la autoridad del Consejo, habiendo sido elegido e investido dicho Consejo con la autoridad del absoluto gobierno de la Tierra. ¡Eh, hombre! —Había pensado que esta última nota religiosa daría estilo al procedimiento y ahora se sentó orgullosamente en el banco—. De modo que a menos que el prisionero tenga una última demanda…
Jonnie había estado pensando a toda velocidad. Antes no había prestado excesiva atención a Brown Limper, y tanta malicia, falsedad y maldad resultaban algo sorprendentes. En el hangar del complejo había un avión de combate lleno de combustible.
—Sí —dijo Jonnie—. Hay una demanda. Si voy a la pradera, querría primero coger mis caballos.
—Esos caballos y su casa son ahora toda su propiedad, de modo que resulta adecuado. Por cortesía y consideración a los derechos del prisionero e incluso también por un sentimiento paternal hacia él como alcalde suyo, concedo su demanda en la medida en que vaya directamente desde allí hasta la aldea y dentro de su casa. Jonnie lo miró desdeñosamente y salió de la habitación. Brown Limper lo miró cómo se iba con los ojos brillantes. ¡Ése sería el final de Tyler! Dejó escapar un suspiro estremecido. ¡Qué alivio! ¿Y durante cuánto tiempo lo había buscado? Veinte años. No, esto no era una venganza. Tenía que hacerlo. ¡Su deber se lo exigía! Ahora los pueblos de la Tierra estarían en su totalidad en buenas manos: las suyas, las de Brown Limper. Haría lo mejor que pudiera por ellos, como lo estaba haciendo ya, pese al precio que debía pagar por ello.