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Lord Schleim estaba asegurándose de ser el último en abandonar el recinto. No quería que quedase nadie allí. Había observado que la habitación tenía una puerta y la puerta un cerrojo. Al salir en último lugar, la cerraría con toda naturalidad, corriendo el cerrojo. Sería una puerta menos para vigilar y estaría seguro de que nadie se deslizaba en el recinto a prueba de sonido para ver lo que sucedía, sorprendiéndolo.
Los otros emisarios salieron. Como estaba en el extremo más alejado de la habitación, era natural que fuera el último en irse. El diablo había partido detrás de ellos. El hombrecito gris se había ido.
¡Pero ese maldito anfitrión! El hombre anciano con el original traje chino parecía haber reunido un exceso de papeles y los tenía en el suelo, junto a la silla donde había estado sentado. ¡Por supuesto, eran listas de invitados! Y uno de los papeles debía de haber caído detrás de la silla, porque lo buscaba. Finalmente lo encontró y se quedó allí, revisándolo, ensayando evidentemente la pronunciación de los nombres difíciles. De modo que lord Schleim tuvo que fingir que él había perdido algo y se quedó allí, revisando sus bolsillos con aspecto pensativo. Esperar que saliera el anfitrión fue algo angustioso. El hombre no parecía advertir su presencia, pero se quedaba allí, pasando el dedo de arriba abajo por la lista y murmurando. Bonito momento para ensayar, pensó venenosamente lord Schleim. En pocos momentos su ausencia resultaría conspicua. Pero tenía que asegurarse de que la habitación quedaba vacía. ¡Era a prueba de ruidos! Y debía tener pantallas…, y miró a su alrededor. Había un aparato en el rincón del cielo raso. ¿Sería un aparato visor? Era difícil decirlo. Mala luz. Ese proyector podía ser también un visor. No, era mejor esperar por si alguien miraba por allí.
¡Por fin! El anfitrión se movió con un paso flotante por el pasillo hacia la puerta, murmurando todavía los nombres de su lista. Lord Schleim lo siguió.
El tolnepa estaba casi en la puerta, tendiendo la mano para cerrarla, cuando el anfitrión se detuvo.
A lord Schleim, que sólo tenía ojos para la puerta, le distrajo la aparición de dos técnicos. Eran los mismos que habían instalado el proyector. Entraban de prisa para sacarlo. El choque fue repentino y violento. El cetro cayó de la mano de lord Schleim.
Uno de los técnicos tuvo una visión de colmillos frente a su cara y levantó el brazo. Incapaz de detener el impulso, la pesada manga de la chaqueta del técnico golpeó la boca de lord Schleim.
La reacción de un tolnepa era inevitable. Se fue tambaleando, manteniendo la ancha manga pegada al cuerpo con la otra mano y desapareció por otra puerta.
El segundo técnico pedía angustiosas disculpas en alguna lengua. ¿Chino? Se inclinó, cogió un objeto de oro del suelo y, tembloroso, se lo alcanzó a lord Schleim.
Lord Schleim lo cogió. Tocó las perforaciones de la parte superior y los anillos del fondo. Se acomodó las gafas y lanzó un suspiro de alivio. ¡Al menos el cetro estaba seguro!
El anfitrión le sacudía la ropa con disculpas frenéticas. Se tomó un momento para hacer gestos de impaciencia en dirección al segundo técnico y sólo entonces el hombre se fue, cogió el proyector y lo sacó.
Arreglándoselas para quedar retrasado y parecer ofendido, finalmente lord Schleim consiguió la habitación vacía y, sin que el preocupado anfitrión lo observara, cerró la puerta y pasó el cerrojo. Schleim llegó incluso a fingir un ligera cojera. Dijo al anfitrión que no se preocupara y fue a reunirse con los otros.
En el hospital, el doctor Allen y una enfermera estaban librando de su chaqueta al «técnico» chino. Lo hicieron con gran delicadeza. El doctor Allen cogió la manga acolchada y, sin tocarla, la cortó y la dejó caer en una jarra de boca ancha. En la tela se veían gotas de veneno que sobresalían.
El doctor Allen miró el brazo y dijo en psiclo:
—Ni un rasguño. Es una buena cosa haberle puesto un forro de cuero. Fue un acto de valor, Chong-won.
El jefe ignoró el cumplido. Arrojó al suelo un puñal delgado y un Pequeño revólver explosivo.
—Tenía el puñal en la parte de atrás del cuello y el revólver en la bota. Pensé que lo mejor era guardarlos.
—¿Está seguro de que no tenía algo más? —preguntó el doctor Allen—. No quiero remendar más agujeros en Jonnie de los estrictamente necesarios.
—Nada más —dijo Chong-won—, a menos que golpee a alguien en la cabeza con ese cetro.
—Estoy seguro de que Jonnie puede esquivarlo si llegan a pelear —indicó el doctor Allen—. Este lord Schleim es una criatura muy peligrosa. —E hizo un gesto hacia la jarra donde había tirado la manga—. Enfermera, agregue eso a nuestra colección para que podamos encontrar un antídoto.