Capítulo 16

 

LA casa olía a aceite de limón. No a los limones que había en Ákora, sino a la fragancia que desprenden los muebles recién lustrados, los sirvientes atentos, el orden y unas razonables costumbres domésticas.
«Mi hogar.» Joanna pronunció mentalmente aquellas palabras mientras seguía de pie en el vestíbulo. Sorprendentemente, aquella idea no encajaba. Su hogar era Hawkforte y no aquella casa londinense a la que ella y Royce se habían dirigido directamente tras atracar en el puerto de Southwark.
Con todo, tendría que conformarse con aquello. Su hermano había insistido. Debía reunirse con varias personas, cuyas identidades no especificó. «No me retiraré a Hawkforte para caer en una especie de convalecencia», había protestado con una expresiva mueca de desprecio en los labios. Él no era ningún «maldito inválido», estaba recuperándose bien y no tendría ningún problema. No había razón alguna para montar un escándalo por aquello.
Si ella no lo hubiera querido tanto, se habría sentido tentada a darle una buena. Aunque en el transcurso del viaje a Inglaterra, su hermano había recuperado parte del peso que tan cruelmente había perdido, también se había forzado mucho al insistir en no querer quedarse en cama y salir, en cambio, a la cubierta todo el rato. Si bien era indudable que el sol y el aire fresco le habían sentado bien, Joanna sospechaba que era el hecho de estar encerrado entre cuatro paredes lo que Royce no podía soportar.
Se volvió para ver entrar en casa a su hermano, a quien Bolkum Harris ayudaba. Bueno, más bien y para no faltar a la verdad, el tipo fornido estaba tratando de ayudarlo. Royce rechazó con un gesto el hombro que se le presentaba y caminó sin asistencia. Se detuvo un momento en el vestíbulo y lo observó todo durante un buen rato, como si quisiera notar y saborear cada detalle. Con una leve sonrisa, reconoció:
—No ha cambiado nada.
—¿Por qué tendría que haber cambiado? —respondió Mulridge con indignación al bajar por las escaleras mientras se le arremolinaba el crespón negro de la falda—. ¡Vaya jaleo que ha montado!
Royce pareció quedarse perplejo, pero enseguida echó hacia atrás la cabeza de cabellos dorados y empezó a reírse. Era la primera vez que lo hacía desde que lo habían rescatado y aquel sonido dejó a Joanna encantada, tanto que seguía sonriendo mientras su hermano envolvía a Mulridge en un profundo abrazo.
También Mulridge sonrió con una alegría y una sensación de alivio que traslucieron sus palabras.
—Bájame al suelo, bruto. ¿Qué es eso de marcharse así, y esta jovencita —continuó mientras miraba ahora con dureza a Joanna— yendo de acá para allá detrás de usted con una insensatez propia de una niñita?
Royce hizo lo que se le ordenaba mientras miraba a su hermana, que se esforzó por no escabullirse para huir de la fuerza combinada de aquel juicio.
—En eso estoy de acuerdo. Aún no he oído lo que ha ocurrido con pelos y señales —y advirtió—: pero lo haré.
Joanna ignoró la repentina preocupación que notó por dentro y se defendió:
—Esta niñita ha conseguido lo que se había propuesto. Royce ya está en casa, sano y salvo, y eso es lo que importa. Ahora, si me disculpáis, necesito darme un baño.
En realidad, no era cierto, dado que había empleado con frecuencia la ducha de su camarote en el barco que los había traído hasta Inglaterra, pero el comentario le pareció una forma oportuna de salir de allí.
—Ya me imagino —accedió Mulridge mientras recorría con la vista a Joanna—; por no hablar de vestirse con una ropa apropiada. ¿Qué es lo que lleva puesto?
—Un vestido akorano. Es cómodo, bastante más que algunas prendas inglesas. —Cuando ya se encontraba subiendo las escaleras, Joanna se volvió y se dirigió a su hermano—: Espero que no te excedas todavía, Royce. Te queda mucho para estar completamente repuesto.
Satisfecha por haber logrado que la atención volviera a estar centrada en su hermano, continuó caminando, mientras abajo, en el vestíbulo, Mulridge se apresuró a hablar:
—Mírese, demacrado como un halcón que no puede cazar. Bolkum, date prisa, ve abajo y dile a la cocinera que prepare una comida: todos los platos favoritos de milord. Vamos, no hay tiempo que perder.
Joanna se dirigió con rapidez a su habitación mientras sonreía ante los mínimos esfuerzos de Royce por rechazar los cuidados que sabía que no podría evitar. Después de más de una semana de mantenerse animada delante de su hermano y de eludir con habilidad las perspicaces preguntas que le hacía, necesitaba con desesperación algo de tiempo para sí misma; aunque parecía que no iba a conseguirlo, al menos por ahora. Le seguía de cerca una corte de doncellas que Mulridge había enviado. Traían consigo agua caliente para el baño, toallas cálidas y unas miradas curiosas que trataron de disimular. Con todo, en cuanto hubieron terminado lo que habían ido a hacer y se hubieron marchado, Joanna las oyó cuchichear entre ellas por detrás de la puerta.
En realidad, no podía reprocharles aquella curiosidad. La última vez que la habían visto, ella aún era la sensata lady Joanna, tan dispuesta como ellas a hundir las manos en la buena tierra oscura de Hawkforte y extraer vida de ella, o a compartir una jarra de sidra en un día de verano y bailar alrededor de una fogata en la noche de Todos los Santos.
Tan familiar como todo lo que las rodeaba, Joanna no entrañaba sorpresa alguna para ellas o, así lo había creído, para sí misma.
¡Qué equivocadas habían estado todas! La imagen de la mujer que devolvía el espejo situado encima de la mesa parecía provenir de una leyenda. El cabello de color miel continuaba rizado por la humedad a la que se había expuesto durante días en el mar y le caía ahora desordenado hasta la mitad de la espalda. Los ojos de avellana parecían inmensos en contraste con la piel, que lucía ligeramente bronceada. Si las prendas de moda trataban de recrear las líneas curvas de la vestimenta clásica, las que llevaba puestas llevaban el sello de la autenticidad. Aunque estaba lo bastante tapada según los niveles requeridos durante el día, hasta sus ojos, relativamente poco entrenados, se percataban de la sensualidad y la conciencia que transmitía su propia mirada, su porte, e incluso el gesto más simple que había probado a hacer delante del espejo. «Un recuerdo de Ákora», pensó, y parpadeó cuando la vista empezó a nublársele.
Aquello era ridículo. No podía echarse a llorar otra vez, no podía. Ya había derramado suficientes lágrimas en el camino de vuelta a casa. A casa. El pensamiento de su hogar retornaba. Su corazón ansiaba el bálsamo que le reportaría Hawkforte. Allí podía perderse entre las cosechas que iban madurando en los campos, entre los ritmos que marcaban las estaciones, entre las sonrisas de los viejos amigos.
Perderse para descubrirse a sí misma más tarde.
Ella, que poseía el don de encontrar y que, sin embargo, se había sorprendido tanto al toparse consigo misma.
Pareja a la noción de Hawkforte, iba la del deber que entrañaba. La mujer del espejo lo comprendería. Las mujeres como aquélla llevaban grabado en el alma el conocimiento de que el deber estaba por encima de una misma. Mucho después de que terminara su vida, y de que el cuerpo se le pudriera, el legado del deber cumplido permanecería. Proporcionaba una especie de inmortalidad.
¿Habría pensado en eso Helena, que había enviado miles de barcos y había hecho arder las desgastadas torres de Ilion? ¿Se habría preguntado si la recordarían por ello?
Joanna notó el incipiente dolor de cabeza que se iniciaba tras sus ojos. Desvió la mirada del espejo, a pesar de lo cual, guardó en su interior la imagen de la mujer reflejada en él.
Después de haberse bañado, vestir la ropa inglesa le pareció extraño. Le resultó problemático abrochar los botones del sencillo vestido a modo de túnica que sacó del armario. Se notaba los dedos torpes y le parecía que el traje le pesaba demasiado en los hombros. Además, los puños de las estrechas mangas que le llegaban a la altura del codo le apretaban mucho y la falda se le metía entre las piernas al andar. Peor aún, el color era un verde sucio parecido al de las algas que aparecen en verano en los estanques que van desapareciendo. ¿En qué habría estado pensando cuando lo encargó?
Como no le venía ninguna respuesta a la cabeza, se apresuró a abandonar la habitación. Había pasado demasiado tiempo lejos de su hermano y le preocupaba: una tendencia que parecía que tendría que superar. Royce estaba recuperándose y retomaría su vida normal, de modo que, de alguna manera, ella también debía hacerlo; aunque evitaba pensar en cómo iba a lograrlo.
Estaba esperándola en el comedor más pequeño de los dos que había y que solía emplearse para cuando la familia cenaba en la intimidad. Él también se había dado un baño y se había cambiado de ropa. El abrigo levita que solía quedarle impecable, tal y como ella lo recordaba, le colgaba ahora de aquel cuerpo mucho más delgado, como hacía igualmente el chaleco que llevaba debajo. Con todo, no podía negar que lo encontraba muy mejorado desde la visión de aquella figura esquelética que la había hecho sollozar. Recién afeitado, como lo había estado desde que habían abandonado Ákora, mostraba unas facciones tan bronceadas como las de Joanna. Llevaba el pelo, que ella misma le había cortado en el barco, peinado hacia atrás y le caía como una melena dorada, que le dejaba la frente al descubierto. Con todo, lo más reseñable era la luz de seguridad y fuerza que desprendían sus ojos, del mismo color que los de ella. Aquél era..., prácticamente, el hermano que ella recordaba.
Royce se dedicó a estudiar a Joanna mientras ella lo observaba a él. Frunció el ceño. Después de diez días de verla vestida al estilo akorano que tan bien le sentaba, los defectos de la ropa inglesa se notaban claramente.
—No recordaba ese vestido.
Joanna ocupó el asiento que le ofrecía el lacayo y se entretuvo con su servilleta.
—¿Hay alguna razón en particular por la que deberías recordarlo?
—No, supongo que no. Nunca me he fijado mucho en esas cosas.
Royce pareció sorprendido por aquel descuido, él, quien, por lo demás, era un hermano tan preocupado por ella.
—Ni yo —añadió Joanna alegremente—. Lo único que me importaba en Hawkforte era que la ropa fuera cómoda y no se viera horrible si se manchaba de hierba o llevaba restos de barro.
—¿Te ves distinta ahora?
Joanna dejó la servilleta en su sitio, y se sintió atrapada en aquella ropa, en aquel lugar, en aquellas mentiras. Bueno, no eran mentiras exactamente, sino omisiones. Siempre habían sido cercanos como hermano y hermana. Joanna deseó que pudieran serlo otra vez.
—La gente cambia. ¿No te parece?
—Antes me lo preguntaba, si tú cambiarías, quiero decir. No es que quisiera que fueras una tontaina más, sino que pensaba que quizá fueras más feliz si ampliaras tus miras de alguna manera.
—¿Si pasara menos tiempo en Hawkforte?
—Sí, he pensado en ello. Sentí mucho no estar en Londres durante la única temporada en que accediste a venir. Si la hubieras disfrutado más, tal vez habrías querido volver.
—Dado que encuentro a la alta sociedad extremadamente aburrida, lo dudo mucho. Además, había asuntos en el continente que requerían tu atención.
—Nunca te he explicado de qué se trataba.
—Por Dios, ni falta que hacía. Napoleón trataba de bloquear Gran Bretaña. La sola idea de que un barco que hubiera visitado un puerto británico pudiera ser apresado en cuanto atracara en cualquier lugar controlado por Bonaparte sonaba absurda. No obstante, todo eso le causó muchos problemas antes de desaparecer —Joanna miró a su hermano con astucia—, unos problemas que puede ser que no provocara él sólito...
Royce esbozó una sonrisa y, de repente, se pareció mucho al que era antes.
—Nunca has sido una mujer de mundo, lo que espero que comprendas es que es la primera razón por la que no te he contado mucho sobre mis andanzas estos últimos años.
—Ni de tu trabajo para el Ministerio de Exteriores.
—Joanna... —Royce pareció dudar, incluso avergonzarse. Luego, con calma, explicó—: No he estado trabajando para el Ministerio de Exteriores precisamente.
Joanna se sorprendió sólo a medias. Con frecuencia se había preguntado cómo se las arreglaba él para servir a una institución que últimamente era conocida por las rivalidades y la mediocridad que acogía. Con todos los cambios de gobierno que habían tenido lugar en años recientes... ¿Es que había algún ministerio que funcionara bien? Aun así, el Reino avanzaba a trompicones.
—Hay un grupo —continuó Royce pausadamente— de hombres que se dedican a hacer el bien y que no pertenecen a partido alguno, sino que sirven a la nación en su conjunto. Yo tengo el orgullo de contarme entre sus miembros.
—¿Un grupo? ¿Afín al progresismo de los whigs o al conservadurismo de los tories?
—A ambos y a ninguno. Está por encima de intereses partidarios e incluso personales. ¿Coincides en que éstos han sido unos tiempos revueltos?
—Desde luego. ¿Quieres decir que unos cuantos hombres han logrado dejar a un lado sus ambiciones personales para trabajar por el bien común?
—Creo que honra a nuestra nación que así sea. En cualquier caso, estamos quienes confiamos en que, tras las presentes circunstancias de inestabilidad, vendrá un tiempo en que habrá un gobierno realmente capaz de ejercer su dominio.
—Y en las presentes circunstancias a las que haces referencia, formáis... ¿Qué formáis?, ¿un gobierno en la sombra?
—Dejémoslo en que nos las arreglamos para ejercer nuestra influencia.
—¿Lo sabe Prinny?
—Lo sospecha. Y con eso basta.
—Has asumido un riesgo mucho mayor de lo que yo pensaba al ir a Ákora.
—¿Por qué? ¿Porque no contaba con el apoyo del Ministerio de Exteriores? De todos modos, no habrían hecho nada. En fin, hablemos de riesgos y de Ákora...
Joanna hizo una mueca de disgusto al darse cuenta demasiado tarde de que se había metido en un callejón sin salida.
—Preferiría que no.
—Te fuiste de polizona.
—Es que no vendían billetes.
—Y de alguna manera lograste convencer a Darcourt de que te dejara acabar el viaje.
—Es todo un caballero.
—Un dechado de virtudes, parece ser. En cualquier caso, conseguiste llegar allí. Te reconozco el mérito, no sólo por rescatarme, de lo que estoy profundamente agradecido, sino por arreglártelas durante todo el viaje. Debo decir que la experiencia parece haberte sentado bien.
Joanna miró al lacayo y le indicó con la mirada que comenzara a servir.
—Aparte de la tremenda alegría que me produjo encontrarte vivo, ver Ákora ha significado cumplir uno de los sueños de mi vida. Es obvio que iba a sentarme bien.
De primero había trucha rebozada en una masa dorada. Joanna se llevó a la boca con el tenedor un pedazo del suculento pescado y recordó la complejidad de sabores de los marinos. Luego, bebió vino.
—Has aprendido de Ákora más que yo —reconoció Royce—, o eso parece.
—Alex ha sido muy... generoso.
Royce dejó el tenedor para beber también, apenas un poco. Tenía los ojos puestos en ella y llenos de un amor eterno que no escondía la fortaleza que había tras ellos. Él también era un Hawkforte.
—Crees en él de verdad, ¿no es así?
A Joanna se le hizo un nudo en la garganta. Tragó con dificultad y respondió:
—Dejémoslo en que quiero creer en él.
—Sin embargo, entiendes bien por qué yo no puedo, ¿verdad? O el príncipe Alexandros está conchabado con su hermano, o es un necio. Ninguna de las dos opciones dice nada bueno de él.
Con delicadeza, porque quería mucho a Royce, Joanna replicó:
—Hay otra posibilidad.
—¿Que yo no esté en lo cierto? En realidad, me encantaría creerlo, pero sé bien lo que oí.
—En una lengua que aún estabas aprendiendo y unas circunstancias tan duras que bien podrían haber provocado una confusión.
Royce se mantuvo en silencio un rato y a Joanna le gustó ver cómo aprovechaba para comer un buen pedazo de la trucha. Enseguida les retiraron los platos y les trajeron el segundo: un fricando de ternera salteado con champiñones y tomates italianos que era el plato preferido de su hermano. Royce sonrió al verlo y tomó un bocado con entusiasmo.
—¡Mmm...! Creo que he soñado con esto —aclaró Royce una vez que hubo tragado. Luego, tomó otro bocado antes de volver a centrarse en el tema—. Si hubiera oído a los guardias una o dos veces, estaría de acuerdo en que podría haber un error, pero fueron muchas las ocasiones en que los oí hablar de que cumplían la voluntad del vanax.
Joanna no tenía una respuesta inmediata para eso. Removió la comida que había en su plato y trató de imaginar lo que su hermano debía de haber vivido, allí, en aquella celda un día tras otro, mientras escuchaba las conversaciones de unos hombres que, bien alimentados, podían caminar al sol.
—No comprendo muy bien... —comenzó despacio—. ¿Fueron repetidas las ocasiones en que mientras estaban fuera de la celda hablaron de que seguían las órdenes del vanax?
—Se jactaban de ello.
—¿Por qué presumirían de algo así entre ellos?
—Imagino que estarían pensando en la recompensa que iban a recibir.
—¿Por servir al vanax? Esa es la parte que no encaja. —Joanna dudó, demasiado consciente de todo lo que no le había contado a su hermano, dividida entre el deseo de ser honesta con él y el miedo de lo que aquello podría significar—. Royce, en Ákora hay normas, normas fundamentales que constituyen el legado de la experiencia akorana acumulada durante miles de años. Una de las principales es que nunca se puede dañar a una mujer. Se las venera por ser quienes dan la vida.
—Pensé que las mujeres debían someterse a los hombres.
—Bueno, sí, también, aunque es todo bastante más complicado de lo que parece. Creo que tiene que ver con los primeros pobladores de Ákora, los que vinieron después y cómo se entremezclaron, pero eso lo dejo para otro momento. En cualquier caso, para un akorano, dañar a una mujer es un acto vergonzoso e intolerable. Me cuesta creer que unos hombres capaces de comportarse así fueran elegidos por el vanax para servirle directamente. Como poco, el potencial que tenía para convertirse en escándalo público hubiera sido excesivo.
Royce habló sin afectación alguna. Ordenó, con un gesto, al lacayo que iba a rellenarles las copas que se alejara y preguntó:
—¿Estás diciendo que te hicieron daño?
—No, pero lo intentaron. Me he resistido a comentártelo porque no quería preocuparte, pero Alex merece tu confianza y tu gratitud más de lo que supones. No sólo te salvó a ti; también me salvó a mí.
A Royce se le notaba el pulso en las mandíbulas.
—¿Salvarte de qué?
—Cuatro de los hombres que estaban custodiándote me llevaron a las cavernas cuando tú desapareciste. Iban a..., a violarme cuando Alex llegó. —Al notar que el rostro de Royce se oscurecía, Joanna se apresuró—. Luchó contra los cuatro y puso en gran peligro su propia vida. Yo quedé intacta. Conseguimos salir del paso, pero la cueva quedó sellada por una explosión. Ahora no pueden recuperarse esos cuerpos, así que es imposible saber con seguridad de quién se trataba. Aun así, no puedo creer que el vanax confiara en ellos para tenerlos a su servicio.
—¿Y Darcourt los mató?
—Sí.
Joanna vio la lucha interna que libraba su hermano y el momento en que se imponía la justicia.
—Está bien —reconoció Royce a regañadientes—. No obstante, eso no cambia nada. El vanax no confía en su hermano medio xenos. No hay nada sorprendente en eso.
—Alex y su hermano están muy unidos y el propio Alex es demasiado inteligente como para que nadie pueda engañarle. Ha de haber otra explicación.
Royce elevó su copa de cristal y giró el pie mientras miraba el rubí del vino.
—¿Y cuál crees que puede ser?
Joanna dio un sorbo a su propio caldo antes de responder.
—Me encuentro en una especie de dilema. Al ir a Ákora como fui, y al haber estado allí, me he enterado de más cosas del reino-fortaleza de lo que se sabe más allá de sus orillas. Dado que tú estabas cautivo, a pesar de que hayas estado allí más tiempo que yo, no habrás tenido la oportunidad de aprender de la que yo he gozado.
—¿Y por qué eso entraña dificultad para ti?
—Porque no me veo capaz de revelarte lo que a mí se me confió. Los akoranos y, en especial, la dinastía de los Atreidas tienen buenas razones para proteger sus secretos. Sólo puedo decir que a mis ojos es verosímil que haya hombres en Ákora que trabajen en contra de la voluntad y de los intereses del vanax, y que cabe que te proporcionaran información falsa, ante la posibilidad de que escaparas o de que se te permitiera marchar.
Había medio esperado que su hermano rechazaría aquella idea de inmediato. Resultaba muy intricada, una conspiración compleja más allá de la forma clara de comprender las cosas de los buenos ingleses. Sin embargo, Royce la dejó sorprendida. En lugar de desechar una posibilidad así, escuchó pensativo y acabó poniendo en orden de repente lo que ella había tratado de ocultar.
—Hay sectores en Ákora que atentan contra los Atreidas.
—¿Es una pregunta?
—No. Es la única explicación que encaja en lo que estás, y no estás, contándome. Siempre hemos visto Ákora como una fortaleza completamente unificada frente al mundo exterior. Los propios akoranos han ido muy lejos para fomentar esa idea. Empecé a dudar de ello cuando me vi en el mar Interior, justo antes de que me atraparan. Descubrir que Ákora ni siquiera está intacta en términos geográficos, sino que está formada, en cambio, por un conjunto de islas, hizo que me lo replanteara todo de modo diferente.
—¿Eres consciente de que esa información en manos de un xenos puede constituir una amenaza para Ákora?
—¿Se sienten amenazados? —preguntó.
—¿Cómo no iban a estarlo con lo que está ocurriendo en el resto del mundo?
—¿Por qué, entonces, nos han dejado marchar a nosotros?
—No lo sé —reconoció Joanna—. Al ser medio británico y con todo lo que sabe de Gran Bretaña, Alex conocería lo que implicaría retenernos contra nuestra voluntad.
—¿Crees que animó a su hermano para que nos dejara partir?
—Creo que es posible.
Royce la miró muy de cerca.
—¿Es él, por tanto, un hombre con sentido del deber, por encima de cualquier consideración personal?
Joanna sintió la frialdad del vino en la garganta, que se le había resecado. Esperó un poco para responder:
—No sé qué es lo que quieres decir con eso.
Aunque Royce no contestó y se limitó a sonreír levemente, la sonrisa se le desdibujó al escuchar la réplica de Joanna.
—Royce, no sé si contarte esto, pero dado lo que tú me has comentado..., puede ser que convenga que tú y tus compañeros sepáis qué es lo que guía ahora mismo el comportamiento de los akoranos.
—¿De qué se trata?
Joanna tomó aire, rezó porque lo que se disponía a hacer fuera lo correcto y se lanzó:
—Creen que pueden ser el objetivo de una invasión por parte de Gran Bretaña.
Joanna esperó a que su hermano protestara ante aquel absurdo. Gran Bretaña estaba ocupada en una guerra en el continente y luchaba para que Napoleón no se apoderara de todos sus recursos; estaban, por tanto, en dificultades por salvaguardar su propia supervivencia. ¿Por qué habrían de mirar a cualquier otro lugar en busca de más conflictos?
Pasó un rato y no oyó ninguna respuesta que la tranquilizara. Al contrario: Royce la miró con ojos penetrantes, y tan directamente que le produjo un escalofrío. Joanna supo en aquel mismo instante por qué había abandonado su hogar y su familia para adentrarse en la bruma de un conflicto fatal.
Sin expresividad alguna, Royce habló:
—¿Lo saben?
Joanna pasó del frío al calor y se sintió repentinamente febril como si el sueño se hubiera vuelto pesadilla.
—¿Quieres decir que es verdad?
El señor de Hawkforte dejó la copa sobre la mesa, se apoyó en el respaldo de la silla y replicó:
—¿Por qué si no habría ido yo a Ákora?
* * *