Capítulo 16
LA casa olía a aceite de
limón. No a los limones que había en Ákora, sino a la fragancia que
desprenden los muebles recién lustrados, los sirvientes atentos, el
orden y unas razonables costumbres domésticas.
«Mi hogar.» Joanna pronunció mentalmente
aquellas palabras mientras seguía de pie en el vestíbulo.
Sorprendentemente, aquella idea no encajaba. Su hogar era Hawkforte
y no aquella casa londinense a la que ella y Royce se habían
dirigido directamente tras atracar en el puerto de Southwark.
Con todo, tendría que conformarse con
aquello. Su hermano había insistido. Debía reunirse con varias
personas, cuyas identidades no especificó. «No me retiraré a
Hawkforte para caer en una especie de convalecencia», había
protestado con una expresiva mueca de desprecio en los labios. Él
no era ningún «maldito inválido», estaba recuperándose bien y no
tendría ningún problema. No había razón alguna para montar un
escándalo por aquello.
Si ella no lo hubiera querido tanto, se
habría sentido tentada a darle una buena. Aunque en el transcurso
del viaje a Inglaterra, su hermano había recuperado parte del peso
que tan cruelmente había perdido, también se había forzado mucho al
insistir en no querer quedarse en cama y salir, en cambio, a la
cubierta todo el rato. Si bien era indudable que el sol y el aire
fresco le habían sentado bien, Joanna sospechaba que era el hecho
de estar encerrado entre cuatro paredes lo que Royce no podía
soportar.
Se volvió para ver entrar en casa a su
hermano, a quien Bolkum Harris ayudaba. Bueno, más bien y para no
faltar a la verdad, el tipo fornido estaba tratando de ayudarlo.
Royce rechazó con un gesto el hombro que se le presentaba y caminó
sin asistencia. Se detuvo un momento en el vestíbulo y lo observó
todo durante un buen rato, como si quisiera notar y saborear cada
detalle. Con una leve sonrisa, reconoció:
—No ha cambiado nada.
—¿Por qué tendría que haber cambiado?
—respondió Mulridge con indignación al bajar por las escaleras
mientras se le arremolinaba el crespón negro de la falda—. ¡Vaya
jaleo que ha montado!
Royce pareció quedarse perplejo, pero
enseguida echó hacia atrás la cabeza de cabellos dorados y empezó a
reírse. Era la primera vez que lo hacía desde que lo habían
rescatado y aquel sonido dejó a Joanna encantada, tanto que seguía
sonriendo mientras su hermano envolvía a Mulridge en un profundo
abrazo.
También Mulridge sonrió con una alegría y
una sensación de alivio que traslucieron sus palabras.
—Bájame al suelo, bruto. ¿Qué es eso de
marcharse así, y esta jovencita —continuó mientras miraba ahora con
dureza a Joanna— yendo de acá para allá detrás de usted con una
insensatez propia de una niñita?
Royce hizo lo que se le ordenaba mientras
miraba a su hermana, que se esforzó por no escabullirse para huir
de la fuerza combinada de aquel juicio.
—En eso estoy de acuerdo. Aún no he oído lo
que ha ocurrido con pelos y señales —y advirtió—: pero lo
haré.
Joanna ignoró la repentina preocupación que
notó por dentro y se defendió:
—Esta niñita ha conseguido lo que se había
propuesto. Royce ya está en casa, sano y salvo, y eso es lo que
importa. Ahora, si me disculpáis, necesito darme un baño.
En realidad, no era cierto, dado que había
empleado con frecuencia la ducha de su camarote en el barco que los
había traído hasta Inglaterra, pero el comentario le pareció una
forma oportuna de salir de allí.
—Ya me imagino —accedió Mulridge mientras
recorría con la vista a Joanna—; por no hablar de vestirse con una
ropa apropiada. ¿Qué es lo que lleva puesto?
—Un vestido akorano. Es cómodo, bastante más
que algunas prendas inglesas. —Cuando ya se encontraba subiendo las
escaleras, Joanna se volvió y se dirigió a su hermano—: Espero que
no te excedas todavía, Royce. Te queda mucho para estar
completamente repuesto.
Satisfecha por haber logrado que la atención
volviera a estar centrada en su hermano, continuó caminando,
mientras abajo, en el vestíbulo, Mulridge se apresuró a
hablar:
—Mírese, demacrado como un halcón que no
puede cazar. Bolkum, date prisa, ve abajo y dile a la cocinera que
prepare una comida: todos los platos favoritos de milord. Vamos, no
hay tiempo que perder.
Joanna se dirigió con rapidez a su
habitación mientras sonreía ante los mínimos esfuerzos de Royce por
rechazar los cuidados que sabía que no podría evitar. Después de
más de una semana de mantenerse animada delante de su hermano y de
eludir con habilidad las perspicaces preguntas que le hacía,
necesitaba con desesperación algo de tiempo para sí misma; aunque
parecía que no iba a conseguirlo, al menos por ahora. Le seguía de
cerca una corte de doncellas que Mulridge había enviado. Traían
consigo agua caliente para el baño, toallas cálidas y unas miradas
curiosas que trataron de disimular. Con todo, en cuanto hubieron
terminado lo que habían ido a hacer y se hubieron marchado, Joanna
las oyó cuchichear entre ellas por detrás de la puerta.
En realidad, no podía reprocharles aquella
curiosidad. La última vez que la habían visto, ella aún era la
sensata lady Joanna, tan dispuesta como ellas a hundir las manos en
la buena tierra oscura de Hawkforte y extraer vida de ella, o a
compartir una jarra de sidra en un día de verano y bailar alrededor
de una fogata en la noche de Todos los Santos.
Tan familiar como todo lo que las rodeaba,
Joanna no entrañaba sorpresa alguna para ellas o, así lo había
creído, para sí misma.
¡Qué equivocadas habían estado todas! La
imagen de la mujer que devolvía el espejo situado encima de la mesa
parecía provenir de una leyenda. El cabello de color miel
continuaba rizado por la humedad a la que se había expuesto durante
días en el mar y le caía ahora desordenado hasta la mitad de la
espalda. Los ojos de avellana parecían inmensos en contraste con la
piel, que lucía ligeramente bronceada. Si las prendas de moda
trataban de recrear las líneas curvas de la vestimenta clásica, las
que llevaba puestas llevaban el sello de la autenticidad. Aunque
estaba lo bastante tapada según los niveles requeridos durante el
día, hasta sus ojos, relativamente poco entrenados, se percataban
de la sensualidad y la conciencia que transmitía su propia mirada,
su porte, e incluso el gesto más simple que había probado a hacer
delante del espejo. «Un recuerdo de Ákora», pensó, y parpadeó
cuando la vista empezó a nublársele.
Aquello era ridículo. No podía echarse a
llorar otra vez, no podía. Ya había derramado suficientes lágrimas
en el camino de vuelta a casa. A casa. El pensamiento de su hogar
retornaba. Su corazón ansiaba el bálsamo que le reportaría
Hawkforte. Allí podía perderse entre las cosechas que iban
madurando en los campos, entre los ritmos que marcaban las
estaciones, entre las sonrisas de los viejos amigos.
Perderse para descubrirse a sí misma más
tarde.
Ella, que poseía el don de encontrar y que,
sin embargo, se había sorprendido tanto al toparse consigo
misma.
Pareja a la noción de Hawkforte, iba la del
deber que entrañaba. La mujer del espejo lo comprendería. Las
mujeres como aquélla llevaban grabado en el alma el conocimiento de
que el deber estaba por encima de una misma. Mucho después de que
terminara su vida, y de que el cuerpo se le pudriera, el legado del
deber cumplido permanecería. Proporcionaba una especie de
inmortalidad.
¿Habría pensado en eso Helena, que había
enviado miles de barcos y había hecho arder las desgastadas torres
de Ilion? ¿Se habría preguntado si la recordarían por ello?
Joanna notó el incipiente dolor de cabeza
que se iniciaba tras sus ojos. Desvió la mirada del espejo, a pesar
de lo cual, guardó en su interior la imagen de la mujer reflejada
en él.
Después de haberse bañado, vestir la ropa
inglesa le pareció extraño. Le resultó problemático abrochar los
botones del sencillo vestido a modo de túnica que sacó del armario.
Se notaba los dedos torpes y le parecía que el traje le pesaba
demasiado en los hombros. Además, los puños de las estrechas mangas
que le llegaban a la altura del codo le apretaban mucho y la falda
se le metía entre las piernas al andar. Peor aún, el color era un
verde sucio parecido al de las algas que aparecen en verano en los
estanques que van desapareciendo. ¿En qué habría estado pensando
cuando lo encargó?
Como no le venía ninguna respuesta a la
cabeza, se apresuró a abandonar la habitación. Había pasado
demasiado tiempo lejos de su hermano y le preocupaba: una tendencia
que parecía que tendría que superar. Royce estaba recuperándose y
retomaría su vida normal, de modo que, de alguna manera, ella
también debía hacerlo; aunque evitaba pensar en cómo iba a
lograrlo.
Estaba esperándola en el comedor más pequeño
de los dos que había y que solía emplearse para cuando la familia
cenaba en la intimidad. Él también se había dado un baño y se había
cambiado de ropa. El abrigo levita que solía quedarle impecable,
tal y como ella lo recordaba, le colgaba ahora de aquel cuerpo
mucho más delgado, como hacía igualmente el chaleco que llevaba
debajo. Con todo, no podía negar que lo encontraba muy mejorado
desde la visión de aquella figura esquelética que la había hecho
sollozar. Recién afeitado, como lo había estado desde que habían
abandonado Ákora, mostraba unas facciones tan bronceadas como las
de Joanna. Llevaba el pelo, que ella misma le había cortado en el
barco, peinado hacia atrás y le caía como una melena dorada, que le
dejaba la frente al descubierto. Con todo, lo más reseñable era la
luz de seguridad y fuerza que desprendían sus ojos, del mismo color
que los de ella. Aquél era..., prácticamente, el hermano que ella
recordaba.
Royce se dedicó a estudiar a Joanna mientras
ella lo observaba a él. Frunció el ceño. Después de diez días de
verla vestida al estilo akorano que tan bien le sentaba, los
defectos de la ropa inglesa se notaban claramente.
—No recordaba ese vestido.
Joanna ocupó el asiento que le ofrecía el
lacayo y se entretuvo con su servilleta.
—¿Hay alguna razón en particular por la que
deberías recordarlo?
—No, supongo que no. Nunca me he fijado
mucho en esas cosas.
Royce pareció sorprendido por aquel
descuido, él, quien, por lo demás, era un hermano tan preocupado
por ella.
—Ni yo —añadió Joanna alegremente—. Lo único
que me importaba en Hawkforte era que la ropa fuera cómoda y no se
viera horrible si se manchaba de hierba o llevaba restos de
barro.
—¿Te ves distinta ahora?
Joanna dejó la servilleta en su sitio, y se
sintió atrapada en aquella ropa, en aquel lugar, en aquellas
mentiras. Bueno, no eran mentiras exactamente, sino omisiones.
Siempre habían sido cercanos como hermano y hermana. Joanna deseó
que pudieran serlo otra vez.
—La gente cambia. ¿No te parece?
—Antes me lo preguntaba, si tú cambiarías,
quiero decir. No es que quisiera que fueras una tontaina más, sino
que pensaba que quizá fueras más feliz si ampliaras tus miras de
alguna manera.
—¿Si pasara menos tiempo en Hawkforte?
—Sí, he pensado en ello. Sentí mucho no
estar en Londres durante la única temporada en que accediste a
venir. Si la hubieras disfrutado más, tal vez habrías querido
volver.
—Dado que encuentro a la alta sociedad
extremadamente aburrida, lo dudo mucho. Además, había asuntos en el
continente que requerían tu atención.
—Nunca te he explicado de qué se
trataba.
—Por Dios, ni falta que hacía. Napoleón
trataba de bloquear Gran Bretaña. La sola idea de que un barco que
hubiera visitado un puerto británico pudiera ser apresado en cuanto
atracara en cualquier lugar controlado por Bonaparte sonaba
absurda. No obstante, todo eso le causó muchos problemas antes de
desaparecer —Joanna miró a su hermano con astucia—, unos problemas
que puede ser que no provocara él sólito...
Royce esbozó una sonrisa y, de repente, se
pareció mucho al que era antes.
—Nunca has sido una mujer de mundo, lo que
espero que comprendas es que es la primera razón por la que no te
he contado mucho sobre mis andanzas estos últimos años.
—Ni de tu trabajo para el Ministerio de
Exteriores.
—Joanna... —Royce pareció dudar, incluso
avergonzarse. Luego, con calma, explicó—: No he estado trabajando
para el Ministerio de Exteriores precisamente.
Joanna se sorprendió sólo a medias. Con
frecuencia se había preguntado cómo se las arreglaba él para servir
a una institución que últimamente era conocida por las rivalidades
y la mediocridad que acogía. Con todos los cambios de gobierno que
habían tenido lugar en años recientes... ¿Es que había algún
ministerio que funcionara bien? Aun así, el Reino avanzaba a
trompicones.
—Hay un grupo —continuó Royce pausadamente—
de hombres que se dedican a hacer el bien y que no pertenecen a
partido alguno, sino que sirven a la nación en su conjunto. Yo
tengo el orgullo de contarme entre sus miembros.
—¿Un grupo? ¿Afín al progresismo de los
whigs o al conservadurismo de los tories?
—A ambos y a ninguno. Está por encima de
intereses partidarios e incluso personales. ¿Coincides en que éstos
han sido unos tiempos revueltos?
—Desde luego. ¿Quieres decir que unos
cuantos hombres han logrado dejar a un lado sus ambiciones
personales para trabajar por el bien común?
—Creo que honra a nuestra nación que así
sea. En cualquier caso, estamos quienes confiamos en que, tras las
presentes circunstancias de inestabilidad, vendrá un tiempo en que
habrá un gobierno realmente capaz de ejercer su dominio.
—Y en las presentes circunstancias a las que
haces referencia, formáis... ¿Qué formáis?, ¿un gobierno en la
sombra?
—Dejémoslo en que nos las arreglamos para
ejercer nuestra influencia.
—¿Lo sabe Prinny?
—Lo sospecha. Y con eso basta.
—Has asumido un riesgo mucho mayor de lo que
yo pensaba al ir a Ákora.
—¿Por qué? ¿Porque no contaba con el apoyo
del Ministerio de Exteriores? De todos modos, no habrían hecho
nada. En fin, hablemos de riesgos y de Ákora...
Joanna hizo una mueca de disgusto al darse
cuenta demasiado tarde de que se había metido en un callejón sin
salida.
—Preferiría que no.
—Te fuiste de polizona.
—Es que no vendían billetes.
—Y de alguna manera lograste convencer a
Darcourt de que te dejara acabar el viaje.
—Es todo un caballero.
—Un dechado de virtudes, parece ser. En
cualquier caso, conseguiste llegar allí. Te reconozco el mérito, no
sólo por rescatarme, de lo que estoy profundamente agradecido, sino
por arreglártelas durante todo el viaje. Debo decir que la
experiencia parece haberte sentado bien.
Joanna miró al lacayo y le indicó con la
mirada que comenzara a servir.
—Aparte de la tremenda alegría que me
produjo encontrarte vivo, ver Ákora ha significado cumplir uno de
los sueños de mi vida. Es obvio que iba a sentarme bien.
De primero había trucha rebozada en una masa
dorada. Joanna se llevó a la boca con el tenedor un pedazo del
suculento pescado y recordó la complejidad de sabores de los
marinos. Luego, bebió vino.
—Has aprendido de Ákora más que yo
—reconoció Royce—, o eso parece.
—Alex ha sido muy... generoso.
Royce dejó el tenedor para beber también,
apenas un poco. Tenía los ojos puestos en ella y llenos de un amor
eterno que no escondía la fortaleza que había tras ellos. Él
también era un Hawkforte.
—Crees en él de verdad, ¿no es así?
A Joanna se le hizo un nudo en la garganta.
Tragó con dificultad y respondió:
—Dejémoslo en que quiero creer en él.
—Sin embargo, entiendes bien por qué yo no
puedo, ¿verdad? O el príncipe Alexandros está conchabado con su
hermano, o es un necio. Ninguna de las dos opciones dice nada bueno
de él.
Con delicadeza, porque quería mucho a Royce,
Joanna replicó:
—Hay otra posibilidad.
—¿Que yo no esté en lo cierto? En realidad,
me encantaría creerlo, pero sé bien lo que oí.
—En una lengua que aún estabas aprendiendo y
unas circunstancias tan duras que bien podrían haber provocado una
confusión.
Royce se mantuvo en silencio un rato y a
Joanna le gustó ver cómo aprovechaba para comer un buen pedazo de
la trucha. Enseguida les retiraron los platos y les trajeron el
segundo: un fricando de ternera salteado con champiñones y tomates
italianos que era el plato preferido de su hermano. Royce sonrió al
verlo y tomó un bocado con entusiasmo.
—¡Mmm...! Creo que he soñado con esto
—aclaró Royce una vez que hubo tragado. Luego, tomó otro bocado
antes de volver a centrarse en el tema—. Si hubiera oído a los
guardias una o dos veces, estaría de acuerdo en que podría haber un
error, pero fueron muchas las ocasiones en que los oí hablar de que
cumplían la voluntad del vanax.
Joanna no tenía una respuesta inmediata para
eso. Removió la comida que había en su plato y trató de imaginar lo
que su hermano debía de haber vivido, allí, en aquella celda un día
tras otro, mientras escuchaba las conversaciones de unos hombres
que, bien alimentados, podían caminar al sol.
—No comprendo muy bien... —comenzó
despacio—. ¿Fueron repetidas las ocasiones en que mientras estaban
fuera de la celda hablaron de que seguían las órdenes del
vanax?
—Se jactaban de ello.
—¿Por qué presumirían de algo así entre
ellos?
—Imagino que estarían pensando en la
recompensa que iban a recibir.
—¿Por servir al vanax? Esa es la parte que
no encaja. —Joanna dudó, demasiado consciente de todo lo que no le
había contado a su hermano, dividida entre el deseo de ser honesta
con él y el miedo de lo que aquello podría significar—. Royce, en
Ákora hay normas, normas fundamentales que constituyen el legado de
la experiencia akorana acumulada durante miles de años. Una de las
principales es que nunca se puede dañar a una mujer. Se las venera
por ser quienes dan la vida.
—Pensé que las mujeres debían someterse a
los hombres.
—Bueno, sí, también, aunque es todo bastante
más complicado de lo que parece. Creo que tiene que ver con los
primeros pobladores de Ákora, los que vinieron después y cómo se
entremezclaron, pero eso lo dejo para otro momento. En cualquier
caso, para un akorano, dañar a una mujer es un acto vergonzoso e
intolerable. Me cuesta creer que unos hombres capaces de
comportarse así fueran elegidos por el vanax para servirle
directamente. Como poco, el potencial que tenía para convertirse en
escándalo público hubiera sido excesivo.
Royce habló sin afectación alguna. Ordenó,
con un gesto, al lacayo que iba a rellenarles las copas que se
alejara y preguntó:
—¿Estás diciendo que te hicieron daño?
—No, pero lo intentaron. Me he resistido a
comentártelo porque no quería preocuparte, pero Alex merece tu
confianza y tu gratitud más de lo que supones. No sólo te salvó a
ti; también me salvó a mí.
A Royce se le notaba el pulso en las
mandíbulas.
—¿Salvarte de qué?
—Cuatro de los hombres que estaban
custodiándote me llevaron a las cavernas cuando tú desapareciste.
Iban a..., a violarme cuando Alex llegó. —Al notar que el rostro de
Royce se oscurecía, Joanna se apresuró—. Luchó contra los cuatro y
puso en gran peligro su propia vida. Yo quedé intacta. Conseguimos
salir del paso, pero la cueva quedó sellada por una explosión.
Ahora no pueden recuperarse esos cuerpos, así que es imposible
saber con seguridad de quién se trataba. Aun así, no puedo creer
que el vanax confiara en ellos para tenerlos a su servicio.
—¿Y Darcourt los mató?
—Sí.
Joanna vio la lucha interna que libraba su
hermano y el momento en que se imponía la justicia.
—Está bien —reconoció Royce a
regañadientes—. No obstante, eso no cambia nada. El vanax no confía
en su hermano medio xenos. No hay nada sorprendente en eso.
—Alex y su hermano están muy unidos y el
propio Alex es demasiado inteligente como para que nadie pueda
engañarle. Ha de haber otra explicación.
Royce elevó su copa de cristal y giró el pie
mientras miraba el rubí del vino.
—¿Y cuál crees
que puede ser?
Joanna dio un sorbo a su propio caldo antes
de responder.
—Me encuentro en una especie de dilema. Al
ir a Ákora como fui, y al haber estado allí, me he enterado de más
cosas del reino-fortaleza de lo que se sabe más allá de sus
orillas. Dado que tú estabas cautivo, a pesar de que hayas estado
allí más tiempo que yo, no habrás tenido la oportunidad de aprender
de la que yo he gozado.
—¿Y por qué eso entraña dificultad para
ti?
—Porque no me veo capaz de revelarte lo que
a mí se me confió. Los akoranos y, en especial, la dinastía de los
Atreidas tienen buenas razones para proteger sus secretos. Sólo
puedo decir que a mis ojos es verosímil que haya hombres en Ákora
que trabajen en contra de la voluntad y de los intereses del vanax,
y que cabe que te proporcionaran información falsa, ante la
posibilidad de que escaparas o de que se te permitiera
marchar.
Había medio esperado que su hermano
rechazaría aquella idea de inmediato. Resultaba muy intricada, una
conspiración compleja más allá de la forma clara de comprender las
cosas de los buenos ingleses. Sin embargo, Royce la dejó
sorprendida. En lugar de desechar una posibilidad así, escuchó
pensativo y acabó poniendo en orden de repente lo que ella había
tratado de ocultar.
—Hay sectores en Ákora que atentan contra
los Atreidas.
—¿Es una pregunta?
—No. Es la única explicación que encaja en
lo que estás, y no estás, contándome. Siempre hemos visto Ákora
como una fortaleza completamente unificada frente al mundo
exterior. Los propios akoranos han ido muy lejos para fomentar esa
idea. Empecé a dudar de ello cuando me vi en el mar Interior, justo
antes de que me atraparan. Descubrir que Ákora ni siquiera está
intacta en términos geográficos, sino que está formada, en cambio,
por un conjunto de islas, hizo que me lo replanteara todo de modo
diferente.
—¿Eres consciente de que esa información en
manos de un xenos puede constituir una amenaza para Ákora?
—¿Se sienten amenazados? —preguntó.
—¿Cómo no iban a estarlo con lo que está
ocurriendo en el resto del mundo?
—¿Por qué, entonces, nos han dejado marchar
a nosotros?
—No lo sé —reconoció Joanna—. Al ser medio
británico y con todo lo que sabe de Gran Bretaña, Alex conocería lo
que implicaría retenernos contra nuestra voluntad.
—¿Crees que animó a su hermano para que nos
dejara partir?
—Creo que es posible.
Royce la miró muy de cerca.
—¿Es él, por tanto, un hombre con sentido
del deber, por encima de cualquier consideración personal?
Joanna sintió la frialdad del vino en la
garganta, que se le había resecado. Esperó un poco para
responder:
—No sé qué es lo que quieres decir con
eso.
Aunque Royce no contestó y se limitó a
sonreír levemente, la sonrisa se le desdibujó al escuchar la
réplica de Joanna.
—Royce, no sé si contarte esto, pero dado lo
que tú me has comentado..., puede ser que convenga que tú y tus
compañeros sepáis qué es lo que guía ahora mismo el comportamiento
de los akoranos.
—¿De qué se trata?
Joanna tomó aire, rezó porque lo que se
disponía a hacer fuera lo correcto y se lanzó:
—Creen que pueden ser el objetivo de una
invasión por parte de Gran Bretaña.
Joanna esperó a que su hermano protestara
ante aquel absurdo. Gran Bretaña estaba ocupada en una guerra en el
continente y luchaba para que Napoleón no se apoderara de todos sus
recursos; estaban, por tanto, en dificultades por salvaguardar su
propia supervivencia. ¿Por qué habrían de mirar a cualquier otro
lugar en busca de más conflictos?
Pasó un rato y no oyó ninguna respuesta que
la tranquilizara. Al contrario: Royce la miró con ojos penetrantes,
y tan directamente que le produjo un escalofrío. Joanna supo en
aquel mismo instante por qué había abandonado su hogar y su familia
para adentrarse en la bruma de un conflicto fatal.
Sin expresividad alguna, Royce habló:
—¿Lo saben?
Joanna pasó del frío al calor y se sintió
repentinamente febril como si el sueño se hubiera vuelto
pesadilla.
—¿Quieres decir que es verdad?
El señor de Hawkforte dejó la copa sobre la
mesa, se apoyó en el respaldo de la silla y replicó:
—¿Por qué si no habría ido yo a Ákora?
* * *