13
La luz de Victoria

—Tiene que haber algo que podamos hacer —dijo Jack, por enésima vez.

—Ya te lo he explicado, chico. No podemos volver a Idhún. El Nigromante controla la Puerta interdimensional. Y siéntate de una vez. Me pones nervioso.

—¡Pero tiene que haber algo que podamos hacer! —insistió Jack, desesperado.

—Solo podemos esperar, Jack —dijo Allegra, con cierto esfuerzo—. Esperar a que alguien la traiga de vuelta.

—Nadie la va a traer de vuelta, Allegra. No entiendo lo que quieres decir.

—Siéntate. Intentaré explicártelo, ¿de acuerdo?

Jack se dejó caer sobre el sofá y clavó una mirada en la dueña de la casa. Allegra se estaba curando a sí misma con su propia magia, pero el proceso era lento, y parecía claro que tardaría bastante en recuperar las fuerzas. Con todo, se había negado a encerrarse en su habitación para descansar. La Resistencia estaba en una situación de crisis y todos necesitaban respuestas.

—Nuestra única esperanza de recuperar a Victoria —explicó Allegra— se basa en que ella sigue viva todavía.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jack, comido por la angustia.

—Porque se la han llevado viva, Jack. Eso significa que quieren utilizarla para algo, no sé exactamente qué; pero apostaría lo que fuera a que, sea lo que sea, ha sido idea de Kirtash.

—Sigo sin entender adonde quieres ir a parar —intervino Alexander, frunciendo el ceño.

Allegra movió la cabeza con impaciencia.

—Lo único que le interesa a Ashran es matar a Victoria, Alexander. Ella es lo único que se interpone entre él y el dominio absoluto de Idhún. No se habrá planteado ni por un momento que pueda hacer con ella otra cosa que no sea eliminarla del mapa. La idea de secuestrarla viva tiene que haber sido de otra persona, y me inclino a pensar que ha sido cosa de Kirtash, Si eso es cierto… puede que, en el fondo, una parte de él todavía quiera protegerla.

—Pero… ¿por qué es tan importante Victoria? —preguntó Jack, confuso.

Allegra los miró a los dos fijamente y sonrió, con infinita tristeza, pero también con cariño. Cuando habló, sus palabras cayeron sobre lo que quedaba de la Resistencia como una pesada losa:

—Porque ella, Jack, es el unicornio de la profecía. El unicornio que, según los Oráculos, acabará con el poder del Nigromante.

Sobrevino un silencio incrédulo.

—¿Qué? —soltó finalmente Alexander—. ¿Victoria, un unicornio? Pero… no es posible.

Jack se quedó sin aliento. Le costó un poco asimilar las palabras de Allegra pero, cuando lo hizo, todas las piezas empezaron a encajar.

—Ella es… Lunnaris —murmuró conmocionado—. Claro, eso… eso lo explica todo.

—¿El qué? —murmuró Alexander, confuso—. Sigo sin entender…

Pero Jack sacudió la cabeza.

—La luz… esa luz de sus ojos. Es… mágica. Es única. Nunca había visto nada igual. Pensé que era porque yo… porque yo… —dijo, sintiéndose un poco violento; al final no llegó a terminar la frase, sino que concluyó—: Pero no, es verdad. No es que yo la vea así, es que ella es así.

—La luz de Victoria —asintió Allegra—. Un unicornio puede ocultarse en un cuerpo que no es el suyo verdadero, pero lo delatará su mirada, siempre. Con todo, los humanos en general son ciegos a la luz del unicornio. Nosotros, los feéricos, sí podemos detectarlo —hizo una pausa—. Y las criaturas como Kirtash también pueden. El supo quién era ella la primera vez que la miró a los ojos.

—Pero eso es absurdo —barbotó Alexander—. Él vino a este mundo expresamente para matar a Yandrak y Lunnaris. No tiene sentido que cometiera el error de perdonar la vida al unicornio… o, incluso, de salvarlo.

—Kirtash sabe en el fondo —murmuró Allegra— que matar a Victoria es el mayor crimen que puede cometer… porque ella es la última, Alexander. El último unicornio. Cuando ella muera, morirá la magia en Idhún. A los sheks en general no les importa, ya que ellos no obtienen su poder de los unicornios, sino de su propia mente, superior a la de las razas que consideran inferiores. Y sospecho que también Ashran tiene otra fuente de poder.

»Pero nuestro mundo nunca se recobrará del todo de la extinción de los unicornios. Y dudo mucho que nadie, ni siquiera un shek como Kirtash, quiera cargar con la responsabilidad de haber acabado con el último de la especie.

Jack enterró la cara entre las manos, agotado.

—Por eso el báculo no podía encontrar a Lunnaris. Porque ya estaba con ella.

—Exacto, el báculo —asintió Allegra—. Solo puede ser utilizado por semimagos… o por unicornios, que, al fin y al cabo, fueron quienes lo crearon. La magia de Victoria no existe para ser utilizada, sino para ser entregada. Fluye a través de ella y de momento se manifiesta en forma de poder de curación, pero en un futuro, cuando sea más fuerte, será capaz de otorgar la magia a otras personas…

—¿… de consagrar a más magos? —preguntó Alexander en voz baja.

Allegra asintió.

—Esta es la razón por la cual no se le daba bien la magia. Porque ella es una canalizadora, un puente, no un recipiente. Y no fue capaz de utilizar su poder hasta que el báculo cayó en sus manos. Ese objeto recoge la energía que pasa a través de ella para que no se pierda.

—¿Pero cómo… cómo es posible? —dijo Alexander, todavía confuso—. Victoria nació en la Tierra…

—… Hace quince años, Alexander —completó Allegra—. Cuando Lunnaris atravesó la Puerta interdimensional.

»Shail y tú llegasteis a la Tierra diez años después de que esto sucediera. Por eso, tal vez, nunca sospechasteis que Victoria era el unicornio que estabais buscando. Porque ella llevaba ya diez años viviendo aquí cuando la encontrasteis, y vosotros pensabais que Lunnaris acababa de atravesar la Puerta interdimensional. Victoria nació ya siendo Lunnaris, ¿lo entendéis? Los unicornios no emplean la magia y, por tanto, Lunnaris no podía camuflarse bajo un hechizo. En este mundo no hay unicornios. Para sobrevivir, la esencia de Lunnaris tuvo que encarnarse en un cuerpo humano. En el cuerpo de Victoria, para ser exactos. Ambas son una misma criatura y, sin embargo, las dos esencias conviven en su interior.

—¿Quieres decir… que ella es un… híbrido, como Kirtash?

—De alguna manera, sí. Pero hasta hace dos días era más humana que unicornio. Ahora… ha despertado.

—La luz de sus ojos es más intensa —murmuró Jack, asintiendo—. Me di cuenta enseguida.

—También yo, hijo —sonrió Allegra—. En el último encuentro que tuvo con Christian, cuando él le entregó su anillo… creo que le dio algo más. De alguna manera, despertó al unicornio que dormía en su interior. Y me parece que fue entonces cuando Gerde los vio juntos y los delató al Nigromante —añadió, pensativa.

—¿Gerde?

—Tuvo que ser ella, Jack. Es un hada, como yo. Reconoció a Lunnaris nada más verla… como hice yo, hace más de siete años. Y le faltó tiempo para revelarle a Ashran el secreto que su hijo llevaba tanto tiempo ocultándole.

Jack hundió el rostro entre las manos.

—Sabía que Victoria era especial, lo sabía —musitó—. Tendría que haber adivinado…

Allegra lo miró con cariño; abrió la boca para decir algo más, pero cambió de idea y guardó silencio. Era demasiada información, y Jack necesitaría asimilarla antes de estar preparado para saber más cosas… como la verdad acerca de sí mismo.

—¿Entendéis ahora? —dijo, dando una mirada circular—. Ashran tiene a Victoria; tiene a Lunnaris, el último unicornio. Si ella muere, la profecía no se cumplirá, y el Nigromante nunca será derrotado. Para él y sus aliados, la muerte de Victoria es de vital importancia. Y, sin embargo… Kirtash pudo matar a Victoria esta noche y acabar con la amenaza, pero no lo hizo. De alguna manera, ha convencido a Ashran para que la conserve con vida… un poco más.

—Entiendo. Por eso crees que tal vez, en el fondo…

—… en el fondo, la luz de Victoria todavía brille en el corazón de ese muchacho, Jack. Me aferró a esa esperanza. Porque —añadió Allegra, dirigiéndoles una intensa mirada— es lo único que nos queda ahora.

Victoria abrió los ojos lentamente, agotada. Era ya de noche, y hacía un rato que la habían dejado sola, aún atada a aquella especie de plataforma de tortura. Cuando se había desmayado de agotamiento, Ashran había decidido interrumpir el proceso para continuar un poco más tarde. Ahora estaba sola, y la luz de una de las lunas bañaba aquella helada habitación en la que la habían dejado. Era grande y muy blanca, y Victoria supuso que sería Erea, la luna mayor. Shail le había contado que, según la tradición, Erea era la morada de los dioses. Victoria ladeó la cabeza y contempló el suave resplandor de la luna idhunita, preguntándose si de verdad estarían allí todos los dioses: la luminosa Mal, el poderoso Aldun, la enigmática Neliam, el místico Yohavir, la caprichosa Wina, el sabio Karevan. Victoria sonrió levemente y repitió para sí los nombres que Shail le había enseñado años atrás: Irial, Aldun, Neliam, Yohavir, Wina, Karevan. Entonces solo eran nombres, solo ideas, igual que Idhún. Pero ahora, Idhún era real, y Victoria se preguntó si aquellos dioses de las leyendas lo serían también.

Percibió una presencia tras ella, una presencia sutil, que no había hecho el más mínimo ruido al entrar pero que, a pesar de todo, ella podía sentir.

—¿Qué quieres? —murmuró, sin volverse a mirarlo.

—Hablar —dijo Kirtash con suavidad.

—¿Y si resulta que yo no quiero hablar contigo?

—No estás en situación de elegir, Victoria.

—Supongo que no —suspiró ella; tenía los brazos entumecidos y se retorció sobre la plataforma, intentando encontrar una posición más cómoda, pero no lo consiguió.

Kirtash se sentó junto a ella, y la luz de Erea bañó su rostro. Victoria vio cómo él volvía la cabeza para mirarla. Esperó a que dijera algo, pero no lo hizo.

—¿Qué estás mirando?

—A ti. Eres hermosa.

Victoria volvió la cabeza, molesta. Kirtash había pronunciado aquellas palabras como si se estuviera refiriendo a un jarrón de porcelana china, y no a una mujer; pero no tenía fuerzas para discutir, no tenía fuerzas para enfadarse, por lo que permaneció en silencio durante un rato, hasta que al final susurró:

—Kirtash… ¿qué estáis haciendo conmigo?

—Renovar la energía de la torre —respondió él—. Es un conjuro mediante el cual extraemos la magia de Alis Lithban y la canalizamos a través de ti. Se recoge en esas agujas —señaló los cuatro estrechos obeliscos que rodeaban la plataforma, y cuyos extremos todavía vibraban— y se transmite a la torre entera, envolviéndola en un manto de poder. ¿No lo notas? ¿No percibes que ya no está tan muerta y fría como antes?

Victoria ladeó la cabeza y entrecerró los ojos. Era cierto, podía sentir con claridad que las piedras centenarias parecían rezumar energía y la torre entera palpitaba casi imperceptiblemente.

—No lo entiendo. ¿Yo he hecho esto? No puede ser.

—Te subestimas, Victoria. Dentro de ti hay mucho más de lo que tú conoces.

—Pero… ¿por qué yo?

—Porque eres la única criatura en el mundo capaz de extraer la energía de Alis Lithban. No queda nadie más como tú. Eres la última de tu especie.

—No sé… de qué me estás hablando.

Esperó que él se explicara, pero no lo hizo. Siguió contemplándola, y Victoria se vio obligada a romper de nuevo el silencio.

—No es por eso, ¿verdad? —musitó, con los ojos llenos de lágrimas—. Es un castigo por lo que te hice. Porque te dejé solo.

Kirtash sonrió con indiferencia.

—¿Qué te hace pensar que me importas tanto como para querer vengarme de ti?

Victoria ladeó la cabeza y cerró los ojos.

—No es verdad. Jamás debí quitarme el anillo. Te perdí para siempre, pero lo peor es que… te abandoné. Por eso… me merezco todo esto que me estáis haciendo, ¿no es cierto? Lo diste todo por mí y yo te fallé a la primera oportunidad. Gerde tenía razón: no te merezco.

—Victoria, eres muy superior a Gerde, en todos los aspectos —dijo él; pero no lo dijo con calor ni con cariño, sino con la voz desapasionada de quien describe los resultados de una operación matemática—. Eres lo que eres, y yo te respeto como a una igual. Por eso estoy aquí, hablando contigo. Si fueses una humana cualquiera, o incluso un hada como Gerde, no perdería mi tiempo contigo.

—Pero vas a matarme, a pesar de todo.

Kirtash se encogió de hombros.

—Así es la vida.

—Sigo sin entender qué haces aquí.

—Aprovechar tus últimas horas para aprender de ti. No tendré otra oportunidad porque, como ya te dije, eres única en los dos mundos.

—¿Qué esperas aprender? Soy yo la que he aprendido de ti… tantas cosas…

Kirtash no contestó. Acercó la mano al rostro de Victoria, y algo relució en la frente de ella como una estrella, iluminando el rostro del shek con su suave resplandor. Kirtash apartó la mano, y la luz de la frente de Victoria menguó, pero no se apagó.

—Ya has despertado —observó él, con suavidad.

Alzó la mano de nuevo y le acarició la mejilla.

—Esa luz de tus ojos… —comentó—. Me gustaría saber de dónde procede.

La miró a los ojos, y Victoria trató de transmitirle todo lo que sentía con aquella mirada. Pero en los ojos de Kirtash no había afecto, sino simple curiosidad.

—Ojalá pudiera volver atrás —dijo Victoria—. Ojalá no me hubiera quitado nunca ese anillo. Daría lo que fuera… por recuperarte, por tener otra oportunidad…

Kirtash sacudió la cabeza.

—Victoria, no vale la pena que te tortures de esa manera. No te va a llevar a ninguna parte. Soy un shek y no puedo sentir nada por ti.

—Dime al menos que me perdonas. Por favor, dime que no me guardas rencor. Después puedes matarme si quieres, pero…

—No te guardo rencor —dijo él—. Ya te he dicho que no siento nada por ti.

—Entonces —susurró ella—, ¿por qué yo no puedo dejar de quererte?

Kirtash la miró, pensativo, pero no respondió. Se volvió hacia la puerta, unas centésimas de segundo antes de que llegara Ashran.

La figura del Nigromante se recortaba, sombría y amenazadora, contra la luz que provenía del pasillo. Se había detenido en la puerta y observaba a Kirtash con una expresión indescifrable.

—Kirtash —su voz rezumaba ira contenida, y Victoria sintió un escalofrío—, ¿qué estás haciendo?

El joven se incorporó y le devolvió una mirada serena.

—Solo quería… —empezó, pero se interrumpió a mitad y frunció el ceño, un poco desconcertado.

—Ya veo —replicó Ashran—. Apártate de ahí. No quiero volver a verte cerca de esa criatura. Y mucho menos a solas.

—¿No confías en mí, mi señor? —preguntó el muchacho con suavidad.

—Es en ella en quien no confío.

Victoria sonrió para sus adentros, pero se le encogió el corazón al ver que Kirtash asentía, conforme, y se alejaba de ella. Vio también que Gerde había entrado en la estancia y estaba encendiendo de nuevo las antorchas con su magia. Kirtash dirigió a su padre una mirada interrogante.

—Nos atacan —dijo Ashran solamente.

—¿Qué? —pudo decir Victoria—. ¿Quién?

Nadie le prestó atención.

—Imaginaba que intentarían algo así —comentó Kirtash—. Aunque es un ataque desesperado. No tienen ninguna posibilidad, y lo saben.

—Tampoco tienen ya nada que perder —dijo Ashran, echando una breve mirada a Victoria, amarrada a la plataforma—. Saben que tenemos a la muchacha y que, si muere, su última esperanza morirá con ella.

—Pero ¿cómo pueden haberlo adivinado? —intervino Gerde, frunciendo el ceño.

—Estamos resucitando el poder de la torre de Drackwen —explicó Kirtash—. Eso no es tan difícil de detectar. Habrán adivinado enseguida cómo lo estamos haciendo.

—Reúne a tu gente y organiza las defensas, Kirtash —ordenó Ashran—. Gerde y yo reforzaremos el escudo en torno a la torre.

—Para eso vamos a necesitar mucha más energía —hizo notar Gerde—. ¿Qué pasará si ella no lo aguanta?

Las pupilas plateadas de Ashran se clavaron en Victoria, que se estremeció de terror.

—Que morirá —dijo simplemente—. Pero, al fin y al cabo, eso era lo que pretendíamos desde el principio.

Gerde sonrió; asintió y se dirigió hacia la plataforma. Victoria entendió lo que estaba a punto de pasar.

—¡No! —gritó, debatiéndose, furiosa; pero solo consiguió que las cadenas se clavasen más en su piel—. ¡No os atreváis a volver a…! ¡No lo permitiré!

Quiso llamar a Kirtash, pero el joven ya salía de la habitación, sin mirar atrás. Sin embargo, Victoria oyó la voz de él en su mente: «Vas a tener que esforzarte mucho, Victoria. Puede que incluso tu cuerpo no lo soporte esta vez. Pero piensa en Jack. Eso te dará fuerzas». Ella se volvió hacia él, sorprendida. Pero el shek ya se había marchado.

Aún le llegó un último mensaje telepático, sin embargo.

«Es una lástima…»; el pensamiento de Kirtash fue apenas un susurro lejano en su mente, y Victoria tuvo que concentrarse para no perderlo. «Eres hermosa», añadió él, por último.

Victoria aguardó un poco más, pero la voz de Kirtash no volvió a introducirse entre sus pensamientos. En aquel momento vio que las agujas vibraban otra vez, con más intensidad, y comenzaban a generar sobre ella aquella espiral de oscuridad que ya conocía tan bien. Se le encogió el estómago de angustia y terror, pero Gerde y Ashran estaba delante, y no pensaba darles la satisfacción de verla de nuevo en aquella situación tan humillante, de manera que les dirigió una mirada llena de antipatía. Gerde esbozó una de sus encantadoras sonrisas, se colocó junto a ella y se asió con las manos a dos de las agujas. Victoria percibió tras ella la presencia de Ashran, entre las otras dos agujas.

De inmediato, el artefacto comenzó a succionar energía a través de Victoria. Ella jadeó e intentó frenar aquel torrente de energía que la atravesaba, pero fue como si se hubiera plantado de pie bajo una violenta catarata.

Apretó los dientes y pensó en Jack, como le había aconsejado Kirtash. Y, para su sorpresa, funcionó. Evocó la dulce mirada de sus ojos verdes, su cálida sonrisa, su reconfortante abrazo, la ternura con la que él había cantado aquella balada, acompañado de su guitarra. Recordó el tacto de su pelo, su primer beso y la agradable sensación que había experimentado al despertar, apenas unas horas antes, y verlo dormido tan cerca de ella. Sonrió con nostalgia y se preguntó si volvería a verlo. En cualquier caso, se alegraba de haber podido decirle lo que sentía por él, antes de morir.

—Jack… —suspiró Victoria en voz baja, mientras el poder del Nigromante se aprovechaba de ella, una vez más, y la forzaba a extraer hasta la última gota de la magia de Alis Lithban.

Y, aunque no era consciente de ello, la estrella de su frente brillaba con la pureza e intensidad de la luz del alba.

Jack acarició el tronco del sauce.

—Te dije que te esperaría aquí mismo… —susurró, aun sabiendo que Victoria no podía escucharlo—. Que te esperaría… aquí mismo…

Desolado, se dejó caer sobre la raíz en la que solía sentarse cuando Victoria estaba allí. Ni siquiera la suave noche de Limbhad era capaz de mitigar su dolor.

Habían regresado a la Casa en la Frontera gracias a Allegra, que era una maga; incluso el Alma la había reconocido como aliada, pese a que era la primera vez que contactaba con ella, y le permitió la entrada en sus dominios, acompañada de Jack y de Alexander. Tal y como estaban las cosas, era mejor volver a Limbhad; si Victoria lograba regresar a la Tierra, aquel era el primer lugar al que acudiría.

Jack había rondado por toda la casa como un tigre enjaulado y, finalmente, había optado por dar un paseo por el bosque. Pero todos los rincones de aquel lugar le recordaban a Victoria, y en especial aquel sauce. Se le llenaron los ojos de lágrimas al comprender, por fin, por qué su amiga pasaba tantas noches en aquel lugar. Era un unicornio, una canalizadora. La energía pasaba a través de ella, y eso a la larga agotaba su propia energía; necesitaba, por tanto, recargarse, como se recarga una batería, y en aquel lugar se respiraba más vida que entre las cuatro paredes de una casa. Jack la recordó allí, acurrucada al pie del sauce, y evocó la noche en que le había dicho lo que sentía por ella. Entonces le había parecido que la muchacha brillaba con luz propia.

Tragó saliva. Ahora que sabía que Victoria era un unicornio, una criatura sobrehumana, comprendía mejor su relación con Kirtash. Ambos eran seres excepcionales en un mundo poblado por humanos, mediocres en comparación con ellos. Recordó que Victoria le había dicho a él, a Jack, que lo quería también; el chico se preguntó qué había visto en él. Seguramente, cuando ella asumiera su verdadera naturaleza, no se molestaría en volver a mirarlo dos veces.

Y, sin embargo, Jack no podía dejar de quererla, no podía dejar de sufrir su ausencia. En aquel momento no le importaban nada Idhún, la Resistencia ni la profecía. Solo quería que Victoria regresase sana y salva, aunque la perdiera para siempre. Deseó que Allegra estuviese en lo cierto y Kirtash la estuviera protegiendo en el fondo. «Renunciaría a ella», se dijo. «Si Kirtash la trae a casa, si nos la devuelve… me resignaría a verla marchar con él, no me entrometería más en su relación… solo quiero verla viva, una vez más».

Se recostó contra el tronco del sauce y levantó el rostro hacia las estrellas. Llevaba un buen rato sintiendo una horrible angustia por dentro, y tenía la espantosa sensación de que, en alguna parte, Victoria lo estaba pasando muy mal. Y él no podía hacer nada por ayudarla, porque no podía llegar hasta ella. Lo cual era frustrante, sobre todo teniendo en cuenta que estaba dispuesto, sin dudarlo, a dar su vida por salvarla. Y aún más.

Se secó las lágrimas y murmuró a la oscuridad:

—Hola, Alexander.

Su amigo retiró las ramas del sauce, que colgaban como una cortina entre los dos, para llegar hasta él.

—¿Por qué no duermes un poco, chico? Debes de estar agotado.

Jack se volvió hacia él para mirarlo a los ojos.

—¿Crees que podría dormir? Ella lo está pasando mal, Alexander, lo sé. Y yo no puedo hacer nada.

—Maldita sea, yo también me siento impotente. Tanto tiempo buscando al unicornio de la profecía y resulta que lo teníamos a nuestro lado y lo dejamos escapar… nuestra última esperanza de ganar esta guerra…

Jack se volvió bruscamente hacia él y un destello de cólera brilló en sus ojos verdes.

—¿Eso es todo lo que te importa? ¿La guerra y la profecía?

Alexander lo miró.

—Claro que no —dijo despacio—. Pero tengo que pensar en ella como Lunnaris, el unicornio, porque es la única manera de conservar un mínimo de calma. Si la recuerdo como Victoria, nuestra pequeña y valiente Victoria, me volveré loco de rabia.

Jack bajó la cabeza y se puso a juguetear con el colgante que llevaba, el que la propia Victoria le había dado el día en que se conocieron.

—Ahora lo entiendo —dijo a media voz—. Ahora entiendo lo que sentía ella cuando estaban torturando a Kirtash y no podía hacer nada para ayudarlo. Es… —no encontró palabras para describirlo y hundió la cara entre las manos, desolado—. Aún me cuesta creer que él la haya traicionado, después de todo —concluyó.

—Ya sabíamos que era un shek —murmuró Alexander—. Y, aunque Allegra diga que ha sido por culpa de Ashran, que sigue teniendo poder sobre él… yo no sé hasta qué punto esa cosa es humana. Maldita sea… —añadió, apretando los dientes—, si Shail estuviera con nosotros, esto no habría pasado. El conocía muy bien a Victoria, la comprendía, habría sabido qué hacer para ayudarla.

—Alexander —dijo Jack, tras un momento de silencio— ¿crees que Shail sabía que Victoria es un unicornio?

El joven meditó la respuesta y finalmente sacudió la cabeza.

—No, no lo creo. Pero adoraba a Lunnaris, y puede que en el fondo… eso le hiciera sentir un afecto especial por Victoria.

—A lo mejor inconscientemente sí lo sabía —opinó Jack—. Quizá por eso… quizá por eso dio su vida para salvarla hace dos años. ¿No crees?

—Puede ser. Los magos suelen decir que, quien ve a un unicornio, no lo olvida jamás. Debían de ser criaturas maravillosas.

—Si todos eran como Victoria, seguro —murmuró Jack; recordó entonces una cosa y alzó la cabeza para mirar a su amigo—, Kirtash le contó a Victoria que vio una vez un unicornio, cuando era niño. ¿Crees que lo habrá olvidado?

—Por el bien de Victoria, espero que no.

Jack sintió que la angustia volvía a apoderarse de él y giró bruscamente la cabeza para que Alexander no lo viera llorar. Pero sus hombros se convulsionaron con un sollozo, y su amigo se dio cuenta. Le pasó un brazo por los hombros, consolador.

—Sé fuerte, chico. Ten fe.

—¿Fe? ¿En qué? ¿En quién? —replicó él con amargura—. Lo único que puedo pensar ahora, Alexander, es que quiero verla otra vez, quiero ver su sonrisa y esos ojos tan increíbles que tiene, quiero… abrazarla de nuevo… y no dejarla marchar, nunca más.

Alexander lo miró con tristeza, pero no dijo nada.

—No soporto estar aquí sentado sin hacer nada —murmuró Jack—. No se me da bien esperar. Tengo ganas de gritar, de pegarle a algo, de destrozar cualquier cosa… Por eso estoy aquí. Si vuelvo a entrar en la casa, es muy probable que la emprenda a puñetazos con lo primero que encuentre.

Alexander lo observó un momento y entonces se levantó de un salto y le tendió un objeto estrecho y alargado. Jack lo miró en la semioscuridad, lo reconoció y comprendió lo que quería decir. Asintió y se puso en pie de un salto, con decisión. Cogió aquello que le entregaba su amigo y lo siguió a través del bosque.

Alexander se detuvo en la explanada que se extendía entre el bosque y la casa y se volvió hacia Jack.

—En guardia —dijo, desenvainando la espada que había traído.

No era una espada de entrenamiento. Era Sumlaris, la Imbatible. Y el acero que desenvainó Jack tampoco era uno cualquiera. Se trataba de Domivat, la espada de fuego.

—Listo —murmuró Jack, alzando su arma.

Alexander atacó primero. Jack se defendió. Los dos aceros chocaron, y la violencia del encuentro estremeció la noche. Retrocedieron unos pasos, pero Jack volvió a la carga casi enseguida.

Al principio se contuvo. Sabía que, aunque estaban peleando con sus espadas legendarias, aquella no era más que otra práctica. Pero el dolor y la impotencia que sentía por la pérdida de Victoria fueron liberándose poco a poco a través de Domivat. Casi sin darse cuenta, fue imprimiendo cada vez más fuerza y más rabia a sus golpes y, cuando por fin descargó una última estocada sobre Alexander, con toda la fuerza de su desesperación, fue consciente de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Gritó el nombre de Victoria y dejó que su poder fluyera a través de la espada.

Pero Sumlaris lo estaba esperando, sólida como una roca, y aguantó a la perfección el golpe de Domivat. La violencia del choque los lanzó a los dos hacia atrás. Jack cayó sentado sobre la hierba y sacudió la cabeza para despejarse. Entonces se dio cuenta de lo que había hecho.

Vio a Alexander un poco más allá, con una rodilla hincada en tierra, respirando fatigosamente. También él había liberado toda la rabia de su interior. Sus ojos relucían en la noche y su rostro era una máscara bestial, una mezcla entre las facciones de un hombre y los rasgos de un lobo. Gruñía, enseñando los colmillos, y la mano que sostenía a Sumlaris parecía más una zarpa que una mano humana.

Pero, por encima de todo aquello, Jack vio que la ropa de Alexander estaba hecha jirones, y que su piel mostraba graves quemaduras, aunque él no pareciera notarlo. Titubeó y, aunque percibía el peligro que implicaba tener cerca a Alexander en aquel estado, dejó caer la espada.

Domivat creó un círculo de fuego a su alrededor, calcinando la hierba en torno a ella; pero no tardó en apagarse. Jadeando, Jack miró a su amigo.

—Lo siento, Alexander —dijo—. No… no quería hacerte daño.

Hubo un tenso silencio. Alexander dejó de gruñir por lo bajo y el brillo de sus ojos se extinguió. Jack vio como el joven recuperaba, poco a poco, su aspecto humano.

—No importa, chico —dijo él entonces, con voz ronca—. Si tienes que pegarte con alguien, mejor que sea conmigo.

Jack hundió el rostro entre las manos.

—Y lo peor de todo —murmuró— es que con esto no voy a ayudar a Victoria. Porque no es contigo con quien tengo que luchar, Alexander —movió la cabeza, abatido, pero cuando alzó la mirada, el fuego del odio llameaba en sus ojos—. La próxima vez que vea a Kirtash, lo mataré. Juro que lo mataré.

Desde las almenas de la Torre de Drackwen, Kirtash, pensativo, contempló el paisaje que se extendía más allá.

Fuera se había desencadenado una terrible batalla entre las fuerzas de Ashran y el grupo de renegados que estaba atacando la torre. Se trataba de una coalición liderada por los magos de la Torre de Kazlunn, uno de los pocos lugares de Idhún que resistía al imperio del Nigromante. Junto a ellos luchaban también feéricos, humanos y celestes, que, a pesar de ser un pueblo pacífico, atacaban ahora desde el cielo montados en unos enormes y hermosos pájaros dorados. Kirtash había visto también varios gigantes en las filas de los renegados, lo cual no dejaba de resultar sorprendente. Los gigantes, seres robustos y fornidos como rocas, de más de tres metros de altura, vivían en las heladas cordilleras del norte, amaban la soledad y no solían frecuentar la compañía de las demás razas.

Pero aquella alianza no tenía nada que hacer contra el poder de Ashran. Un ejército de szish, los temibles hombres-serpiente, defendía la torre de los ataques por tierra, mientras que un grupo de sheks atacaba desde el aire, y los bellos pájaros dorados de los celestes caían ante ellos como moscas. Kirtash dirigía todos sus movimientos desde lo alto de la torre. Podía comunicarse telepáticamente con los sheks; en cuanto a los hombres-serpiente, si bien su mente no era tan sofisticada como la de las serpientes aladas, sí podían captar las órdenes de Kirtash. Jamás se habrían atrevido a desobedecerle, porque ellos sabían que aquel muchacho no era un simple humano, ni sencillamente el hijo de Ashran… sino una de aquellas poderosas criaturas que atacaban a los renegados desde los cielos.

En alguna parte, los magos estaban asaltando la torre, poniendo en juego todo su poder, y sus cimientos temblaban de vez en cuando, sacudidos por una magia furiosa y desesperada, que ya no tenía nada que perder.

Kirtash era consciente de ello. Sabía que, por mucho que la magia de aquellos hechiceros golpease la Torre de Drackwen, jamás lograrían quebrar el escudo que estaba generando la energía extraída a través de Victoria.

Victoria…

Kirtash intentó apartar aquel nombre de su mente. Llevaba un buen rato sintiendo una ligera e incómoda angustia en el fondo de su corazón, y comprendía muy bien a qué se debía. Shiskatchegg, el Ojo de la Serpiente, todavía relucía en el dedo de la muchacha, y a través de él, Kirtash podía percibir parte de su dolor. Y no debería afectarle, pero el caso era que, de alguna manera y en algún recóndito rincón de su alma, lo hacía. Entornó los ojos, pensando que habría debido quitarle a la fuerza aquel condenado anillo cuando había tenido la oportunidad. Por más que Shiskatchegg no pareciera dispuesto a regresar con su legítimo dueño.

Kirtash vio cómo el sinuoso cuerpo de un shek se abalanzaba sobre uno de los pájaros dorados; una de sus enormes alas tapó su campo de visión, pero él sabía perfectamente cuál iba a ser el resultado de aquel enfrentamiento. Nadie podía plantar cara a los sheks. Solo los dragones… y ya no quedaban dragones.

Excepto uno.

Los ojos de Kirtash emitieron un breve destello de odio. Cuando Victoria muriese ya no sería necesario destruir al dragón, pero Kirtash pensaba hacerlo de todos modos.

Cuando Victoria muriese…

Algo en su corazón se estremeció ante aquel pensamiento, y el joven hizo lo que pudo para reprimir la emoción que empezaba a despertar en su interior. Pero era cada vez más y más consciente del sufrimiento de Victoria, de que su vida se apagaba poco a poco, y de que pronto la luz de sus ojos se extinguiría para siempre.

Entonces vio que una de las aves doradas se había acercado peligrosamente a las almenas, y se obligó a sí mismo a centrarse en la defensa de la torre. Pero enseguida se dio cuenta de que aquel pájaro no quería luchar. Su jinete lo conducía directamente hacia las almenas, tratando de esquivar a los sheks… y Kirtash comprendió que él era el objetivo. Se puso en guardia y desenvainó a Haiass.

Pero el ave se detuvo en el aire, a escasos metros de él. La persona que la montaba se quedó mirando a Kirtash un breve instante. Cubría su rostro con una capucha, y solo la luz de las tres lunas bañaba su figura, pero el joven supo inmediatamente quién era, y a qué había venido.

En el fondo de su corazón, Victoria seguía sufriendo. Su luz era cada vez más débil.

Kirtash vaciló.

Ashran entrecerró los ojos y se apartó de la plataforma. Victoria sintió que el caudal de energía que pasaba a través de ella se reducía considerablemente.

—Alguien ha entrado en la torre —dijo.

—¡No puede ser! —susurró Gerde.

Ashran cerró los ojos un momento, intentando comunicarse con su hijo.

—Kirtash no responde —murmuró—. Si ese intruso es tan poderoso como para traspasar las defensas de la torre, es posible que haya tenido problemas con él.

Gerde desvió la mirada, pero no dijo lo que estaba pensando: que también cabía la posibilidad de que Kirtash hubiera vuelto a traicionarlos, franqueando el paso a sus enemigos. Pero Ashran parecía demasiado seguro de su propio dominio sobre Kirtash, e insinuar que el muchacho se hubiera liberado de él supondría poner en duda el poder de su señor. De modo que no dijo nada.

Ashran salió de la habitación sin una palabra. Gerde sabía que iba a ver qué había sucedido con Kirtash, y sabía también que ella debía encargarse ahora de seguir extrayendo la magia de Alis Lithban a través de Victoria. La muchacha estaba tan agotada que no tardaría en morir. Pero, para cuando lo hiciera, la Torre de Drackwen ya sería inexpugnable.

Faltaba tan poco para que eso sucediera que ya no eran necesarios dos hechiceros junto a los obeliscos. De todas formas, Gerde pensó que no había nada de malo en acelerar las cosas. Se aferró a dos de las agujas y, con una sonrisa aviesa, puso en juego todo su poder para hacer que el artefacto succionase toda la energía posible. Victoria reprimió un grito. En aquel instante sintió como si algo se desgarrase en su interior, y supo que iba a morir.

Pensó que habría sido hermoso morir mirando los cálidos ojos verdes de Jack, pero él no estaba allí. Y, casi sin darse cuenta, volvió la cabeza hacia la puerta, deseando que regresase Kirtash para, al menos, poder llevarse con ella una imagen de él… porque, a pesar de todo, una vez había sido Christian, y su recuerdo todavía le quemaba el corazón.

Pero la energía la atravesó de nuevo, con tanta violencia que ella no pudo evitar lanzar un grito de angustia y dolor, con las pocas fuerzas que le quedaban. Sus ojos se le llenaron de lágrimas y, aunque trató de contenerlas, en esta ocasión no lo consiguió. Notó que las fuerzas la abandonaban definitivamente, y pensó en Jack, pensó en Christian, y los rostros de ambos fueron lo último a lo que se aferró antes de perder el sentido.

Volvió en sí, y lo primero que notó fue una inmensa sensación de alivio. Y agotamiento.

La energía ya no la atravesaba. Todo había terminado. Pero ella estaba cansada, tanto que ni siquiera tenía fuerzas para moverse. Sintió algo muy frío junto a su mano, y abrió los ojos con esfuerzo. Se le escapó un débil gemido cuando vio el filo de Haiass justo junto a ella.

Pero la espada se limitó a rozar las cadenas que la retenían, y estas estallaron al contacto con aquella hoja de hielo puro.

Victoria alzó la mirada y vio a Kirtash inclinado junto a ella; el rostro de él estaba muy cerca del suyo, y la miraba con seriedad y una chispa de emoción contenida en sus fríos ojos azules.

—Qué… —pudo decir.

El shek sacudió la cabeza.

—No podía dejarte morir, criatura —murmuró.

La alzó con cuidado y la abrazó suavemente, y Victoria, con los ojos llenos de lágrimas, le echó los brazos al cuello con sus últimas fuerzas, y susurró:

—Christian…