10
Serpientes

—Basta —dijo entonces una voz clara, fría y firme—. Ya te has divertido bastante.

De pronto, Alsan sintió que el espíritu del lobo se calmaba un poco y dejaba de luchar contra su alma humana. Oyó la voz de Elrion.

—¿Por qué? Casi lo tenía…

—Ni de lejos, Elrion —respondió Kirtash—. Sabes que no posees ni una décima parte del talento de Ashran el Nigromante, por mucho que te esfuerces en imitarle. Y sabes también que ese conjuro no está al alcance de cualquiera.

El muchacho se acercó a Alsan y lo miró, pensativo. El príncipe bajó las orejas y le gruñó, enseñándole los colmillos. Kirtash ni se inmutó.

—Podría haber sido peor, créeme —murmuró—. Mucho peor.

En medio de su agonía, Alsan creyó ver un destello de compasión en sus fríos ojos azules.

—Enciérralo con los demás —ordenó Kirtash—. Y asegúrate de que lo vigilan bien —hizo una pausa y añadió—: La Resistencia acaba de llegar.

Jack miró a su alrededor, mareado. No terminaba de acostumbrarse a aquellos viajes instantáneos.

Se encontraban en un bosquecillo bajo la luz de la luna. Por encima de las copas de los árboles sobresalían los torreones de una centenaria fortaleza, que en tiempos remotos había servido de defensa a los habitantes del lugar, pero que ahora había sido elegida por Kirtash para ocultar a su pequeño ejército.

—Atendedme un momento —dijo Shail—. Aunque hemos utilizado el poder del Alma para llegar hasta aquí, también he aportado parte de mi magia, de modo que lo más seguro es que Kirtash ya se haya dado cuenta de que hemos llegado; estamos demasiado cerca de él como para que haya podido pasarlo por alto. Tenemos que darnos prisa. No tardará en presentarse para recuperar el báculo.

Jack intentó centrarse. Shail seguía hablando en susurros, pero a él le dio la sensación de que había otro sonido además de su voz.

—Silencio —dijo—. ¿No oís eso?

Los tres prestaron atención. Y entonces los oyeron.

Siseos.

Jack se volvió hacia todas partes. Vio sombras en la niebla, sombras humanoides de cabeza extrañamente aplastada.

Y, de pronto, un horrible rostro apareció ante él, una cabeza de serpiente, unos colmillos y una lengua bífida…

Alsan dio con sus huesos en una húmeda prisión. Se levantó con unos reflejos que no había creído poseer, y se lanzó contra la puerta, gruñendo. Esta se cerró apenas unas centésimas de segundo antes de que chocase contra ella.

Alsan arañó la puerta y aulló. No sirvió de nada.

Oyó entonces un ruido al fondo de la celda. Alzó la cabeza y husmeó en el aire. El olor era extraño, confuso. Alsan no podía asociarlo con nada que conociera.

—¿Quién eres tú? —gruñó.

Otro gruñido le respondió desde la oscuridad, y algo surgió de entre las sombras para observarlo con atención.

Alsan lo estudió con cautela.

Era una mujer.

O, mejor dicho, había sido una mujer. Ahora tenía ojos felinos y orejas redondeadas y peludas, y algunas partes de su piel estaban cubiertas por un suave pelaje de color anaranjado, con rayas negras. Caminaba con el cuerpo echado hacia adelante y las manos rozando el suelo. Alsan vio que sus dedos terminaban en garras y que tras ella se agitaba algo parecido a una larga cola.

La mujer-tigre le dedicó una torva sonrisa.

—Bienvenido al clan —dijo.

Jack descargó su espada contra aquella criatura, sintió que el acero hendía su carne escamosa, oyó un siseo furioso cuando el filo de Domivat abrasó el cuerpo de su oponente. Se quedó un poco sorprendido, pero tuvo que reaccionar deprisa, porque venían más. Recordó cómo los había llamado Shail: szish, los hombres-serpiente, siervos de los sheks y de Ashran, el Nigromante, el sacerdote de los nuevos señores de Idhún. Suspiró. Podrían haber sido hombres-hiena, hombres-oso o incluso hombres-cucaracha, y lo habría soportado mejor. Pero detestaba las serpientes. Siempre lo había hecho.

De reojo, vio cómo Victoria enarbolaba su báculo. La bola de cristal que lo remataba pareció cargarse de energía durante un momento, porque se encendió en la noche como un faro palpitante; y finalmente, obedeciendo a un movimiento de su dueña, el báculo descargó toda aquella energía en forma de rayo contra uno de los hombres-serpiente, que se carbonizó de inmediato.

El chico se esforzó por recordar todo lo que había aprendido con Alsan. Pensar en él le dio fuerzas, y alzó a Domivat para defenderse ante el ataque de otro de los szish. Costó más de lo que imaginaba. Aquel ser era hábil y rápido, y Jack tuvo que emplearse a fondo sin dejar por ello que la ira o el miedo lo dominasen hasta el punto de no poder controlar su espada. Finalmente, hundió el acero en el cuerpo de su oponente y lo vio caer ante él, y fue una sensación extraña.

En aquel momento, Shail ejecutaba un hechizo. Jack vio cómo, de pronto, tres szish más se transformaban en estatuas de hielo, Jack descargó su espada contra ellos y destrozó las estatuas, por si se les ocurría volver a la vida. Se volvió justo a tiempo de evitar ser atravesado por el arma de otro hombre-serpiente.

Victoria alzó su báculo y se concentró. De nuevo la bola de cristal extrajo la energía del ambiente y la acumuló en su interior. Victoria levantó el báculo en un movimiento brusco y la magia fue liberada en forma de anillo luminoso. Jack y Shail se agacharon a tiempo, pero algunos hombres-serpiente murieron carbonizados.

Jack miró a Victoria, impresionado. Shail le dio un leve empujón y el muchacho volvió a centrarse. Por fortuna, ya no quedaba ninguno más.

—Era solo un grupo de guardia —murmuró Shail—. Pero a estas alturas, seguro que ya todo el mundo sabe que estamos aquí.

Jack no dijo nada. Todo había sucedido muy deprisa, y él no acababa de hacerse a la idea de que estaba luchando por su vida y la de sus amigos.

—Vamos —dijo Victoria, cogiéndole del brazo—. Tenemos que rescatar a Alsan.

El príncipe se había sentado en un extremo de la celda, lejos de la mujer-tigre. Llevaba un buen rato pensando en lo que había pasado, y deseando poder echarle la zarpa a Elrion para devorarle en dos bocados, para hacerle pagar aquel terrible dolor que aún lo corroía por dentro. Acurrucado en aquel rincón oscuro, Alsan gruñía y gemía a partes iguales. A veces su cuerpo cambiaba de nuevo, y el joven se convulsionaba y aullaba mientras sus rasgos se hacían más lobunos o más humanos.

—Terminará algún día —le aseguró la mujer-tigre—. Entonces no serás ni una cosa ni la otra. Serás una criatura híbrida, como yo.

A Alsan no le gustó aquella perspectiva. Pensó en sus amigos, pero ello hacía despertar su lado humano, y entonces se reanudaba en su interior aquella terrible y dolorosa lucha contra el espíritu del lobo. Comprendió entonces por qué la mujer-tigre tenía aquel aspecto.

Ella había pactado una tregua, cansada de seguir sufriendo.

—¿Estás preparado, Jack?

El muchacho asintió. Shail se acercó a él y alzó las manos sobre su cabeza.

—Piensa en un szish y guarda su imagen en tu mente.

Dadas las circunstancias, a Jack no le resultó nada difícil. Shail movió las manos en círculo sobre la cabeza del muchacho y pronunció unas palabras mágicas. Jack sintió la magia fluyendo desde las manos de Shail hasta su cabeza, y luego descendiendo para extenderse por todo su cuerpo…

Cuando se miró las manos, y las vio escamosas y con tres dedos, quiso lanzar una exclamación de asombro pero solo le salió una especie de silbido.

—Más vale que no te mires a un espejo, Jack —comentó Victoria—. Esa cara no te favorece.

Jack le guiñó un ojo. Eso, al menos, sí pudo hacerlo.

Cargó con su espada y vio que ahora parecía un acero normal y corriente. Se despidió de sus amigos con uní gesto y dio media vuelta para marcharse.

—Espera, Jack.

Victoria le había cogido del brazo. Jack se volvió hacia ella, y la chica se estremeció.

—Me resulta extraño pensar que eres tú —dijo; tragó saliva y estampó un beso en lo que debía de ser la mejilla de su amigo—. Ten mucho cuidado. Quiero que vuelvas vivo.

—Volveré vivo, y con Alsan —siseó Jack; la miró a los ojos—. Ten mucho cuidado tú también.

Victoria asintió. Jack se separó de ella y se perdió entre la espesura.

—Bueno —dijo entonces Shail—. ¿Preparada para la función?

—Creo que sí —asintió ella.

—Quiero que tengas en cuenta una cosa: tú tienes el báculo y sabes cómo usarlo. Kirtash vendrá a buscarte. Tenemos que estar preparados para resistir todo lo posible, ¿entiendes? Mientras Kirtash esté por aquí, Jack tendrá una oportunidad de entrar en el castillo y rescatar a Alsan.

—Están aquí —dijo Elrion.

—Lo sé —dijo Kirtash—. Hemos perdido a una de las patrullas. Espero que tengas bien vigilado a Alsan, porque han venido a buscarlo.

—Oh, sí —rió el mago—. Aunque se tropezaran con él de narices, no lo reconocerían con facilidad.

Kirtash le dirigió una mirada penetrante.

—Sigues subestimándolos.

—¿Qué vas a hacer tú?

—Lo que esperan que haga —respondió Kirtash suavemente—: ir a buscar a Victoria y el báculo.

—No habrán sido tan tontos como para traerlos hasta aquí…

—Claro que sí. Es la única oportunidad que tienen de salir todos con vida.

Elrion no respondió. Se inclinó sobre la superficie de un pequeño estanque cuyas aguas reflejaban una imagen del exterior del castillo.

—¡Por fin los veo! —dijo, satisfecho—. El mago y la chica. Están intentando entrar por la puerta de atrás.

—¿En serio? —Kirtash sonrió—. Entonces entrarán por la puerta de delante. ¿Dónde está el otro?

—Pues… —vaciló Elrion.

Kirtash asintió, como si se esperara esa respuesta.

—Voy a interceptar a Jack cuando trate de entrar —dijo—. Una vez lo haya matado, iré a buscar el báculo. Tú quédate aquí y asegúrate de que nadie consigue llegar hasta Alsan.

El mago no replicó, pero apretó los puños. Detestaba tener que obedecer a Kirtash, pero sabía que nunca osaría enfrentarse a él directamente, porque jamás lograría vencerle.

Jack se acercó a la puerta delantera y se esforzó por moverse y caminar como lo hacían los otros hombres-serpiente. Aprovechó que dos de ellos volvían a entrar en el castillo para hacerlo él también.

Uno de los szish se volvió y le dijo algo con un airado siseo, Jack se sintió aterrado al principio, hasta que se dio cuenta de que había entendido al szish perfectamente.

Le había dicho:

—¿Adonde crees que vas?

Jack no supo qué responder al principio, pero enseguida se le ocurrió una idea.

—A pedir refuerzos —respondió en el lenguaje de los szish, aquella mezcla de siseos y silbidos—. Han visto a dos intrusos en el bosque.

—¿De verdad? —los szish cruzaron una mirada—. No me han informado.

Pero en aquel momento llegó un cuarto hombre-serpiente.

—Renegados —siseó—. Están atacando la entrada trasera.

El szish que parecía ser el jefe miró a Jack.

—Está bien —dijo—. Corre a avisar a Sosset.

Jack asintió y entró en la fortaleza. No tenía ni idea de quién era ese tal Sosset y, desde luego, no pensaba averiguarlo.

Sintió de pronto un soplo gélido en el alma y se pegó a la pared, a la sombra de un pilar, temblando.

—¿Qué es lo que pasa? —oyó la voz de Kirtash, hablando en la lengua de los szish.

—Renegados, íbamos a…

—No. No ibais a ninguna parte. Quiero que os quedéis aquí, vigilando esta puerta, ¿entendido?

Jack se deslizó despacio, pegado a la pared. Kirtash estaba de espaldas a él y bastante lejos, pero el chico tenía la certeza de que, si él le miraba, ni el más perfecto disfraz de szish lograría engañarle.

Lenta, muy lentamente, Jack se alejó de allí.

Kirtash se dio la vuelta. Había algo que…

Ladeó la cabeza, tratando de definir aquella molesta sensación. Había decidido vigilar él mismo la puerta principal, pero algo le decía que Jack ya había logrado entrar en el castillo. Kirtash conocía sus propias limitaciones y sabía que no tenía modo de detectar la presencia de Jack. ¿O sí?

Su intuición jamás le había fallado.

—Assazer —llamó.

El szish acudió presuroso ante él.

—Quedaos aquí y llamad a otro destacamento. Si entran, lo harán por esta puerta.

El hombre-serpiente ladeó la cabeza y sus ojos brillaron con inteligencia.

—El mago y la chica… son una maniobra de distracción, ¿es eso, señor?

—Eso parece. No os fiéis de nadie y, sobre todo, no dejéis entrar a nadie. ¿Está claro?

Assazer vaciló.

—Señor…

Kirtash se volvió hacia él.

—… momentos antes de que llegaras ha entrado alguien. Un szish que decía que iba a avisar a Sosset de la presencia de renegados en el bosque.

Los ojos de Kirtash se estrecharon, pero no dijo nada. Aguardó a que el hombre-serpiente siguiera hablando. Assazer y su compañero cruzaron una mirada.

—Era un szish un tanto extraño, señor —explicó—. Nos pareció que su cuerpo despedía algo de calor.

Kirtash no hizo ningún comentario. Silencioso como una sombra, se adentró de nuevo en el castillo, a la caza del intruso.

Victoria alzó el báculo por encima de su cabeza. Shail lanzó un nuevo hechizo, y algunos de los szish retrocedieron, temerosos. La chica miró de reojo a su amigo. El mago parecía agotado, y ella deseó que Jack encontrase pronto a Alsan y saliese del castillo de una vez.

Shail y Victoria estaban aguantando bien en el bosque. La vegetación impedía que los szish atacaran todos a la vez, y solo podían llegar hasta ellos en pequeños grupos. Pero los dos jóvenes escudriñaban las sombras, nerviosos, esperando al enemigo que los había llevado hasta allí.

Sin embargo, Kirtash seguía sin aparecer.

—¿Qué estará haciendo? —dijo Shail entre dientes—. ¿Por qué no viene a buscar el báculo?

—¿Crees que se habrá dado cuenta? —susurró Victoria.

—Por el bien de Jack, espero que no.

Victoria no dijo nada, pero recordó la mirada de los ojos azules de Kirtash, unos ojos a los que nada parecía escapar. Y comprendió entonces que, si Kirtash no se había presentado allí todavía, era porque sabía que Jack estaba intentando entrar en el castillo. «No tiene prisa por venir a buscarme», pensó, «porque sabe que esperaremos a Jack hasta el último momento».

Deseando estar equivocada, se puso de nuevo en guardia y se alzó junto a Shail para detener al nuevo grupo de szish que acudían a su encuentro.

Jack vagó por los pasillos del castillo y se topó con algunos guerreros que lo saludaban sin hacerle preguntas. Había humanos y szish, y estos se le quedaban mirando con desconfianza. Jack se preguntó cuál sería el fallo de su disfraz.

Al cabo de un rato llegó a una gran sala iluminada con antorchas de fuego azul. En el centro había una plataforma con correas; parecía una especie de instrumento de tortura, y a Jack no le gustó. Junto a aquel artefacto había una jaula que contenía el cuerpo de un lobo muerto.

—¿Qué haces aquí?

Jack se sobresaltó. La voz de Elrion había sonado muy cerca. El chico dio un paso atrás para camuflarse entre las sombras, por si acaso. Pero Elrion no parecía prestarle atención. Estudiaba un enorme libro apoyado en un atril con forma de cobra.

—Yo… —tartamudeó Jack—. Buscaba a Sosset —añadió, recordando oportunamente el nombre del jefe de los hombres-serpiente.

—¿Y qué te ha hecho pensar que lo encontrarías aquí? —gruñó el mago, de mal humor—. ¡Vuelve al sótano a vigilar a los prisioneros!

Jack atrapó al vuelo aquella información y se dio media vuelta para marcharse. Cuando estaba en la puerta se volvió para mirar a Elrion.

El asesino de sus padres.

Sintió que hervía de ira, pero logró controlarse. No era la primera vez que se encontraba con Elrion desde la muerte de sus padres, pero en todas aquellas ocasiones había estado Kirtash delante y, por alguna razón, a Jack le resultaba mucho más fácil volcar su odio sobre él. Se esforzó en recordar para qué había entrado en aquel castillo. Debía rescatar a Alsan.

Inspiró profundamente y logró dominar su rabia. «Pronto, Elrion», prometió en silencio. «Pronto te lo haré pagar».

Salió de la sala sin volver a mirar atrás.

Elrion suspiró y movió la cabeza, aún molesto por la interrupción. Los szish eran, por norma general, más inteligentes que los humanos, pero aquel en concreto parecía ser una excepción.

Entonces alzó la cabeza y comprendió. Con un grito de rabia, cerró el libro y salió de la habitación, en pos de Jack.

Victoria ladeó el báculo para detener una estocada. El artefacto emitió un suave resplandor palpitante y liberó parte de su energía, y la espada del szish se hizo pedazos. Cuando Victoria descargó el báculo sobre él, la criatura lanzó un agudo sonido silbante… y estalló en llamas.

La chica jadeó y retrocedió un poco. Aquello parecía una pesadilla. Estaba matando a seres inteligentes que, aunque no tuvieran el mismo aspecto que ella, sí poseían una conciencia racional. Lo único que podía decir en su defensa era que, aunque su propia vida no corriera peligro —Kirtash la necesitaba para manejar el báculo—, sabía que los szish no se detendrían a la hora de matar a Shail y a Jack.

Jack… ¿por qué tardaba tanto?

—Kirtash todavía no ha venido, Shail —murmuró—. ¿Habrá encontrado a Jack?

El mago sacudió la cabeza, pero no dijo lo que realmente pensaba: que, a aquellas alturas, solo cabía desear que Kirtash no se presentase allí.

Porque, si lo hacía, solo quería decir una cosa: que Jack ya estaba muerto, puesto que estaba claro que era él lo que impedía al asesino acudir a recuperar el báculo.

Una nueva patrulla de szish avanzaba hacia ellos. Shail jadeó, agotado; Victoria supo que no aguantaría mucho más.

—Déjame a mí —le dijo—. La energía del báculo no se acaba.

Volteó de nuevo el Báculo de Ayshel y dirigió su rayo mágico hacia los hombres-serpiente. Pero, ante su sorpresa, algo detuvo el chorro de energía a escasos metros de sus enemigos. El rayo chocó contra una pared invisible y después se deshizo.

—¿Qué…? —empezó Victoria.

—Magia —dijo solamente Shail, retrocediendo un poco.

Victoria comprendió.

—¿Elrion?

Pero Shail negó con la cabeza.

—Elrion es un mago demasiado valioso. Han enviado a otro hechicero, probablemente mediocre, ya que toda esta gente es carne de cañón. Tenemos el báculo; Elrion no puede luchar contra él, y lo saben.

»Lo malo es que a mí ya no me quedan fuerzas, Vic. Tendrás que pelear tú sola.

Victoria escudriñó las sombras, pero no vio al mago Por ninguna parte… hasta que sintió un intenso acopio de energía no muy lejos de allí. Quiso gritar, advertir a Shail, Pero él ya se había dado cuenta: un enorme rayo mágico danzaba hacia ellos, imparable.

Jack se topó con una escalera de caracol que descendía, y decidió probar suerte. Bajó y bajó hasta llegar a un húmedo pasillo donde se oían gemidos, gruñidos y ruido de cadenas. A ambos lados del pasillo, entre antorchas de fuego azul, estaban las puertas de las celdas. Satisfecho, avanzó pasillo abajo, pero de pronto se detuvo en seco y se estremeció.

Se volvió justo para ver la espada de Kirtash sobre él.