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«Si ha significado algo para ti…»

Jack se puso en guardia, demasiado tarde. Kirtash, con un ágil y elegante movimiento, descargó su espada sobre él. El muchacho movió a Domivat, su propio acero, para interponerlo entre su cuerpo y el arma de su enemigo. Los dos filos chocaron en la semioscuridad, fuego y hielo y, de nuevo, algo en el universo pareció estremecerse.

Victoria y Alexander parecieron notarlo también. Con un grito, Victoria corrió hacia los dos combatientes, pero se detuvo, indecisa. Kirtash era demasiado rápido y ligero como para alcanzarlo, y su ropa negra le hacía aún más difícil de distinguir en la oscuridad. Victoria no podía arriesgarse a lanzar un golpe y errar el blanco o, peor todavía, acertarle a Jack. Se mordió el labio inferior, preocupada.

El filo de Haiass centelleaba en la noche, pero Jack ya no era un novato, y sabía emplear su espada. Sintió el poder de Domivat, sintió cómo su fuego resistía sin problemas las embestidas de su enemigo, y trató de contraatacar. Evocó el rostro de Victoria y recordó lo que le había prometido tiempo atrás: que acabaría con la amenaza de Kirtash para que el mundo fuera un lugar más seguro para ella. Este pensamiento le dio fuerzas. Percibió a Kirtash junto a él y se volvió con rapidez. Domivat dejo escapar una breve llamarada, y Kirtash tuvo que saltar a un lado para esquivarlo. Jack apenas le dejó respirar. Golpeó con todas sus fuerzas. Kirtash interpuso su espada entre ambos, y de nuevo se produjo un choque brutal. Las dos espadas legendarias temblaron un momento, henchidas de cólera. Ninguna de las dos venció en aquel enfrentamiento. Jack y Kirtash retrocedieron unos pasos, en guardia, Jack volvió a atacar.

Sin embargo, estaba desentrenado, y la velocidad de Kirtash lo superaba. Durante un par de angustiosos minutos, ambos intercambiaron una serie de rápidas estocadas… hasta que Kirtash golpeó de nuevo, con ligereza y decisión. Jack alzó a Domivat en el último momento, pero no pudo imprimir a su movimiento la firmeza necesaria. Cuando las dos espadas chocaron de nuevo, algo estalló en el impacto, y Jack fue lanzado con violencia hacia atrás, mientras que Kirtash permaneció firmemente plantado sobre sus pies, en guardia, con la espada en alto.

Jack se estrelló contra el chorro de agua de la fuente y cayó de espaldas al suelo. Se esforzó por levantarse, mojado y aturdido, y alzó de nuevo su espada, pero vio que Kirtash ya combatía contra otro rival.

Alexander había desenvainado su espada, Sumlaris, también llamada la Imbatible, un acero lo bastante poderoso como para resistir la gélida mordedura de Haiass.

Pero la oscuridad jugaba a favor de Kirtash. El joven se movía como una sombra, tan deprisa que costaba seguir sus evoluciones, y su espada golpeaba una y otra vez como un relámpago en la noche. Jack observó, sorprendido, como respondía Alexander, que peleaba con una fiereza que él, siempre tan sereno y contenido, jamás había mostrado antes. Con un nudo en la garganta, Jack contempló la luna creciente en lo alto del cielo, y se preguntó hasta que punto tenía poder la bestia sobre el alma de su amigo.

También Kirtash pareció encontrar interesante el cambio operado en su contrincante, porque le lanzó varios golpes arriesgados, con la intención de provocarle. Alexander respondió con ferocidad, pero sin dejarse llevar por la cólera, y por un momento pareció que tenía posibilidades de vencer.

Pero fue solo un momento. Kirtash pareció desaparecer un instante, y al instante siguiente, el filo de su espada se hundía en el cuerpo de Alexander.

El joven emitió un sonido indefinido, mezcla de dolor y sorpresa.

—¡Alsan! —gritó Jack, llamándolo inconscientemente por su antiguo nombre. Se levantó de un salto, tiritando, y corrió hacia ellos.

Alexander había conseguido detener con su espada el filo de Haiass antes de que lograra penetrar más en su cuerpo. Con un esfuerzo sobrehumano, empujó atrás a Kirtash y lo hizo retroceder.

Después, cayó al suelo, aún sosteniendo a Sumlaris en alto, para mantener las distancias.

Kirtash no lo dudó. Alzó a Haiass sobre él, para matarlo.

Jack llegó corriendo para tratar de detenerlo, pero alguien se le adelantó.

Victoria se alzaba entre Kirtash y Alexander, serena y desafiante, y la luz del báculo palpitaba en la noche como el corazón de una estrella. Kirtash descargó su espada contra ella, pero la joven estaba preparada, y levantó el báculo para detener el golpe. Saltaron chispas.

Mientras tanto, Jack se había arrodillado junto a Alexander, que había dejado caer la espada. Le abrió la camisa para ver si la herida era de gravedad. A la luz de Domivat descubrió, aliviado, que Alexander había logrado desviar la estocada en el último momento, y no parecía que el filo de Haiass hubiera atravesado ningún órgano vital. Con todo, la piel de la zona herida mostraba una apariencia extraña, como si estuviese recubierta de escarcha.

Kirtash había retrocedido un par de pasos. El débil resplandor blanco-azulado de Haiass iluminaba su rostro, y Victoria pudo ver que la miraba a los ojos… y sonreía.

Y entonces, de nuevo, Kirtash desapareció. Victoria se mantuvo en guardia, esperando verlo emerger de entre las sombras en cualquier momento. Jack también se incorporó de un salto, se situó junto a su amiga, enarbolando a Domivat, y escudriñó la oscuridad. Pero Kirtash no apareció, y Victoria supo, de alguna manera, que se había ido.

Jack se volvió hacia todos lados, desconcertado.

—¡Por ahí! —exclamó entonces Victoria, señalando una sombra que se deslizaba entre los árboles.

Echó a correr tras él, con el báculo preparado, y su extremo encendido como un faro.

—¡Victoria! —la llamó Jack—. ¡Victoria, espera!

Se volvió hacia Alexander, indeciso, sin saber qué hacer. Su amigo seguía tendido en el suelo, tiritando de frío, y Jack supo que debía entrar en calor cuanto antes, o todo su cuerpo se congelaría por completo. Tenía que recibir atención médica con urgencia. Pero Jack no podía dejar sola a Victoria, no con Kirtash acechando en la oscuridad.

Alexander entendió su dilema.

—Ve a buscar a Victoria, Jack —le dijo—. Hay que detenerla. Va directa a una trampa.

El chico no necesitó más. Asintió y echó a correr tras su amiga.

Victoria había llegado junto al Memorial Stadium, y se volvió hacia todos lados, indecisa. Se dio cuenta entonces de que había perdido a sus amigos, y se preguntó cómo había sido. Recordó que Alexander había resultado herido, y supuso que Jack se habría quedado con él. En cualquier caso, ahora estaba sola.

Sintió aquel aliento gélido tras ella, y oyó la voz de Kirtash desde la oscuridad.

—¿Has considerado ya mi propuesta, Victoria?

—¿Propuesta? —repitió ella, mirando en torno a sí, preparada para luchar.

—Te tendí la mano —la voz de Kirtash sonó junto a su oído, sobresaltándola, pero tan suave y sugerente que la hizo estremecer—. La oferta sigue en pie.

Victoria se obligó a sí misma a reprimir su turbación y se giró con rapidez, enarbolando el Báculo de Ayshel.

—No me interesan tus ofertas —replicó ceñuda—. Voy a matarte, así que da la cara y pelea de una vez.

—Como quieras —dijo él.

Y el filo de Haiass cayó sobre ella. Victoria reaccionó y alzó el báculo. Una vez más, ambas armas se encontraron y se produjo un chisporroteo que iluminó los rostros de los dos jóvenes. Victoria aguantó un poco más, giró la cadera y lanzó una patada lateral. Kirtash la esquivó, pero tuvo que retirar la espada. Victoria recuperó el equilibrio, bajó el báculo y se puso de nuevo en guardia. Los dos se miraron un breve instante, pero Victoria no dejó que los sentimientos contradictorios que le inspiraba aquel muchacho aflorasen por encima de su determinación de acabar con él. Volteó el báculo contra él, y Kirtash lo detuvo con su espada. Victoria volvió a moverlo, con rapidez, y logró rozar el brazo de su enemigo. Hubo un centelleo y olor a quemado; Kirtash hizo una mueca de dolor, pero no se quejó. Se movió hacia un lado, rápido como el pensamiento, y, antes de que Victoria pudiera darse cuenta, lo tenía tras ella, y el filo de Haiass reposaba sobre su cuello.

—Me parece que ya hemos jugado bastante, Victoria —dijo él, con un cierto tono de irritación contenida.

Ella no quiso rendirse tan pronto. Aun sabiendo que se jugaba la vida, se agachó y giró para dispararle una patada en el estómago.

Kirtash pudo haberla matado con un solo giro de muñeca, pero no lo hizo; se limitó a esquivar la patada. Victoria se volvió y golpeó con el canto de la mano, con todas sus fuerzas. Notó que alcanzaba a Kirtash en la cara pero, antes de que la chica supiese siquiera cómo había pasado, él ya la había cogido por las muñecas y la tenía acorralada contra la pared. Se miraron un breve instante; estaban físicamente muy cerca, y Victoria sintió que se olvidaba de respirar por un momento. Había en él algo tan misterioso y fascinante que le impedía pensar con claridad.

Pero los ojos de Kirtash mostraban un brillo peligroso.

—Es una pena que tenga que ser por las malas —comentó él.

La miró a los ojos, y Victoria percibió que la conciencia de Kirtash se introducía en la suya, manipulando los hilos que la ataban a la vida, y supo que iba a morir. Gritó, intentó debatirse, pero se dio cuenta de que en realidad no se había movido ni había salido el menor sonido de su boca, porque estaba paralizada de terror.

Su último pensamiento fue para Jack. No volvería a verlo, y ni siquiera había podido despedirse.

Y fue su rostro lo primero que vio cuando abrió los ojos.

—Jack… —murmuró; se incorporó y trató de mover la cabeza, pero le dolía muchísimo—. ¿Qué…?

No pudo decir nada más, porque de pronto su amigo la abrazó con fuerza, sin una sola palabra, y Victoria sintió que se quedaba sin respiración.

—¿Jack?

—Pensé que te había perdido —dijo él con voz ronca—, cuando llegué y te vi ahí en el suelo… pensé que había llegado demasiado tarde, que Kirtash te había… Victoria, Victoria, no me lo habría perdonado nunca.

La chica cerró los ojos, mareada, y recostó la cabeza sobre el hombro de Jack. No entendía muy bien lo que había ocurrido, pero sí sabía que le gustaba aquel abrazo.

—Estoy viva —dijo—. Estoy… estoy bien. Creo. ¿Qué ha pasado?

Jack se separó de ella para mirarla a los ojos.

—Estás en un hospital. Kirtash te atacó, y te dejó inconsciente. Te recuperarás, pero necesitas descansar.

Victoria intentó ordenar sus pensamientos.

—Pensé… que iba a matarme —musitó.

—Pues no lo hizo —dijo Jack; parecía tan desconcertado como ella, y añadió, no sin cierto esfuerzo—: Y tuvo ocasión. Pudo haberte matado, pudo haberte llevado consigo… pero te dejó allí, inconsciente.

—No quería pelear contra mí —murmuró ella.

«¿Por qué?», se preguntó, desconcertada. «¿Por qué no quiere matarme?».

Jack le acarició el pelo con ternura.

—Lo importante es que estás bien —vaciló antes de continuar—: Siento mucho haberme enfadado contigo en el concierto.

—Por… —a Victoria le costaba recordar los detalles—. Ah, ya. No pasa nada.

—No, sí que pasa —insistió él; le cogió el rostro con las manos, con dulzura, y la miró a los ojos—. Me estoy peleando contigo cada dos por tres, y he estado a punto de perderte esta vez, y… bueno, si te ocurriera algo, yo… —se había puesto rojo, y parecía que le costaba encontrar las palabras adecuadas—. Lo que intento decir es que todo eso no va en serio, Victoria, que en el fondo me importas mucho y que no quiero estropearlo todo con peleas tontas, porque… bueno, porque, ahora que hemos vuelto a la lucha… no puedo evitar pensar que cada vez que nos vemos puede ser la última. ¿Me entiendes?

La miró intensamente, tratando de transmitirle todo lo que sentía. Victoria le devolvió la mirada, un poco perdida. Sentía que Jack estaba intentando decirle algo importante, intuía que había algo más detrás de aquellas palabras, pero le costaba mucho centrarse en la situación. Por alguna razón, no podía dejar de recordar la mirada de los ojos de hielo de Kirtash. Y ahora estaba mirando a Jack, pero apenas lo veía. Su mente y su corazón se encontraban muy lejos de allí.

—Quieres decir… que has pasado miedo por mí —logró decir.

—Sí, eso quería decir —respondió Jack, tras un breve silencio; abrió la boca para añadir algo más, pero se dio cuenta de que Victoria apenas lo estaba escuchando, y permaneció callado.

—Pero… no debes hacerlo —murmuró ella, mareada—. Kirtash no va a matarme. No va a hacerme daño.

No sabía por qué estaba tan segura de ello, pero sí estaba convencida de que no se equivocaba. Pero todo era tan confuso… Gimió, y se llevó una mano a la cabeza.

—Estás hecha un lío —dijo él—, es natural. Llevas un par de horas inconsciente, y necesitarás recuperar fuerzas, pero yo creo que mañana ya estarás en condiciones de volver a casa.

—¿Seguimos en Seattle?

Jack asintió.

—Sin ti, no podemos volver a Limbhad.

—Yo debería estar en clase ahora mismo —murmuró ella, llena de remordimientos—. Avisarán a mi abuela diciéndole que he faltado. ¿Qué voy a decirle?

—Ya lo pensarás mañana.

Victoria recordó una cosa, y se volvió hacia Jack, preocupada.

—¿Cómo está Alexander?

—También, hospitalizado, pero recuperándose. Los médicos están un poco desconcertados porque nunca han visto una herida como esa. Le ha congelado parte del vientre.

—Haiass —murmuró Victoria—. Debo intentar curarle con mí magia. Se recuperará más deprisa.

—Pero ahora no, Victoria. Ahora, duerme, ¿vale?

—No —cortó ella con energía—. Tengo que ver cómo está Alexander.

Se levantó de la cama de un salto, pero se mareó, y tuvo que apoyarse en Jack. El chico la ayudó a salir de la habitación. Miraron a uno y otro lado del pasillo, pero no vieron a nadie. El hospital estaba en silencio, y solo se oía el murmullo de la conversación de dos enfermeras un poco más lejos.

Jack guió a Victoria hacia la habitación de Alexander Pronto, el paso de la chica se hizo más seguro, pero ella no dejó de apoyarse en Jack. Después de todo lo que había pasado, su contacto la hacía sentir mucho más segura.

Además, la mantenía con los pies en la tierra. Porque, si se descuidaba, volvía a recordar a Kirtash y, por alguna razón, su voz volvía a resonar en su mente, suave y seductora, confundiéndola, pero también transportándola a lugares lejanos, donde todo era posible.

Entraron en la habitación de Alexander. Estaba dormido, pero los oyó entrar y abrió los ojos de inmediato; se volvió hacia ellos y los miró, y sus ojos relucieron en la oscuridad con un brillo amenazador.

—Alexander, somos nosotros —murmuró Jack, algo inquieto.

—Ah. Pasa, Jack. No encendáis la luz.

Se acercaron a él, con precaución. Victoria se sentó en la cama, junto a Alexander, que entendió cuáles eran sus intenciones. Retiró las sábanas y dejó que ella examinara su costado, bajo la suave luz que entraba por la ventana.

—Me han vendado la herida —dijo—. ¿Necesitas…?

—No hace falta —cortó ella—. Mi magia puede pasar a través de las vendas.

Colocó las manos sobre la zona dañada, sin llegar a rozar a Alexander, y dejó que su energía fluyera hacia él.

Tuvo que esforzarse mucho. El hielo de Kirtash se resistía a retirarse y, por otro lado, ella seguía débil y distraída. Pero se obligó a sí misma a seguir transmitiendo energía y, poco a poco, el calor de su magia derritió la escarcha que se había adueñado de la piel de Alexander.

Sin embargo, pronto se dio cuenta, asustada, de que había puesto tanto empeño en curar a Alexander que ella misma se estaba quedando sin fuerzas. Apretó los dientes. Si lo dejaba ahora, tal vez el hielo volviera a extenderse, y ella estaría demasiado débil para intentar otra curación. No, debía terminar lo que había empezado.

Solo un esfuerzo más…

Sintió de pronto la mano de Jack aferrándole el brazo.

—Déjalo ya, Victoria —dijo él, muy serio—. No puedes más.

Por alguna razón, el contacto de Jack le dio las fuerzas que necesitaba. Victoria transmitió un último torrente de energía, y el hielo desapareció por completo.

Alexander lo notó.

—Creo que ya está —dijo—. Ya no tengo frío.

—Bien —murmuró Victoria, sonriendo. Intentó levantarse… pero todo le daba vueltas…

Por suerte, Jack estaba allí para recogerla. La sujetó entre sus brazos, preocupado. La chica se había desmayado.

—¡Victoria! ¿Qué…?

—Está cansada —respondió Alexander—. Necesita reponer fuerzas. No usa el báculo para curar, y su magia, a diferencia de la de ese artefacto, no es inagotable. Llévala a su habitación y déjala dormir. Se recuperará —añadió al ver que Jack miraba a su amiga con una expresión profundamente preocupada—. Solo tiene que descansar.

El chico asintió. Cargó con Victoria y se la llevó en brazos de vuelta a su habitación. La tendió en la cama y la tapó con la sábana, con cuidado. Se quedó mirándola un momento. Evocó de nuevo el instante en el que la había visto junto al estadio, yaciendo en el suelo, como muerta. Todo su mundo se había roto en mil pedazos, y su corazón no había vuelto a latir hasta que había descubierto que ella seguía viva. En aquel momento, hasta habría dado las gracias a Kirtash por no habérsela arrebatado. La había estrechado con fuerza entre sus brazos y le había susurrado al oído lo mucho que significaba para él. Pero en aquel momento, ella no podía oírle.

Y ahora, tampoco.

Jack sonrió y le acarició el pelo con dulzura.

—Descansa, pequeña —susurró—. Cuando estés mejor, hablaremos. Tengo que contarte muchas cosas… pero ahora tienes que dormir y recuperar fuerzas. Yo estaré cerca por si necesitas algo… ahora y siempre.

Victoria se despertó de madrugada. Tardó un poco en recordar todo lo que había pasado pero, cuando lo hizo, miró a su alrededor. Vio a Jack, dormido en el sillón, junto a ella, y sonrió, conmovida, dándose cuenta de que él había preferido quedarse a velar su sueño antes que el de Alexander.

Se incorporó un poco y se mareó. Aguardó a sentirse un poco mejor para levantarse en busca de su mochila, que estaba junto al sillón. Mientras hurgaba en ella en busca de su reloj, que marcaba la hora de Madrid, se volvió para mirar a Jack. Sonrió de nuevo, recordando lo mucho que él se había preocupado por ella. Sin saber muy bien por qué, alargó la mano para acariciarle el pelo, pero no llegó a hacerlo, por vergüenza y por temor a que se despertara. Sin embargo, le rozó la frente con la punta de los dedos. Jack no se movió. Siempre había tenido el sueño muy profundo.

Volvió a la cama, aún con la mochila, y rebuscó en su interior, sin saber muy bien qué era lo que esperaba encontrar. Vio el discman, y recordó enseguida cuál era el CD que había en su interior. Abrió la tapa y lo sacó, y se quedó mirando a la luz de la luna la imagen de la serpiente que entrelazaba sus anillos en torno a la palabra Beyond. Sintiéndose furiosa y humillada, fue hasta la papelera para arrojar el disco en su interior. Pero antes de regresar a la cama ya había vuelto a cambiar de idea. Recuperó el CD, lo insertó en el discman, se puso los auriculares y oprimió el botón de play.

Las notas de la música de Chris Tara, Kirtash, volvieron a invadir su mente, llenas de significados ocultos. Victoria volvió a escuchar Beyond por enésima vez, intentando imaginar por qué decía Kirtash aquellas cosas, por qué era la voz de su enemigo la que le traía palabras de consuelo que llegaban a lo más profundo de su corazón.

«Victoria…».

Se enderezó, alerta.

«Victoria…».

Apagó el discman. Por tercera vez sonó la llamada en su mente, pero, en esta ocasión, seguida de una invitación:

«Victoria… tenemos que hablar».

La chica se estremeció. Estaba demasiado débil como para luchar, pero deseaba volver a ver a Kirtash. Había estado a su merced, había perdido contra él y, sin embargo, el joven la había dejado marchar. Victoria necesitaba saber por qué.

Por otro lado, él no iba a hacerle daño. Si hubiese querido mataría, o secuestrarla, lo habría hecho ya. Había tenido ocasiones de sobra.

Como en un sueño, Victoria se levantó y, en silencio, se cambió de ropa. Jack se removió en sueños, pero no se despertó. Victoria se puso las zapatillas y se encaminó a la puerta.

Titubeó un momento y se volvió para mirar el Báculo de Ayshel, que descansaba en un rincón, embutido en su funda, apoyado contra la pared. Finalmente, decidió no llevárselo. Si Kirtash había cambiado de idea y estaba empeñado en llevársela consigo, no obtendría el báculo gracias a ella.

Se deslizó fuera de la habitación, con el corazón latiéndole con fuerza. Recorrió los silenciosos pasillos del hospital. Pasó por recepción sin que la enfermera levantara la cabeza siquiera, lo cual no era de extrañar. Victoria tenía un maravilloso talento para pasar inadvertida.

En la calle, la recibió una ráfaga de viento frío, pero ella apenas lo notó. Miró a su alrededor, desorientada. Ni siquiera sabía dónde se encontraba.

«Victoria…», la llamó él de nuevo. Y la muchacha no tuvo más que seguir aquella llamada.

Sus pasos vacilantes la llevaron hasta un parque cercano. Victoria se encaminó por la senda, bordeada de hierba y tenuemente iluminada por pequeñas farolas, hacia el corazón de aquel pequeño pulmón en medio de la ciudad.

Se detuvo cuando vio una sombra al fondo, apoyada contra un árbol, y supo que había llegado a su destino.

Avanzó un poco más, hasta quedar a unos pocos metros de él. Los dos se miraron.

Kirtash había metido las manos en los bolsillos de su cazadora negra, y la esperaba con la espalda recostada contra el tronco del árbol, en actitud relajada. No llevaba la espada. Si no fuera por aquel extraño halo de misterio que lo envolvía, habría parecido un muchacho normal como tantos otros.

Pero no lo era.

Victoria se dio cuenta entonces de que se había escapado del hospital, sin decir nada a sus amigos, para encontrarse con Kirtash, el asesino, su enemigo, y se sintió culpable. Quizá por eso preguntó con brusquedad:

—¿De qué quieres hablar?

La respuesta la confundió, sin embargo:

—De ti.

Los ojos azules de Kirtash se clavaron en los suyos, y Victoria se estremeció.

—No lo entiendo —murmuró—. ¿Qué quieres de mí?

—No estoy seguro —confesó él—. Tal vez entenderte, tal vez conocerte. Tal vez… no volver a verte. Estoy tratando de averiguarlo.

—Pero ¿por qué…? —sintió que no encontraba las palabras adecuadas; llevaba años temiendo a aquel chico, temblando ante la sola mención de su nombre, y allí estaban los dos, hablando como si nada hubiera sucedido; era demasiado surrealista—. ¿Por qué te tomas tantas molestias? ¿Por qué soy tan importante para ti?

El ladeó la cabeza, la miró, pero no dijo nada.

—Contéstame, por favor. No entiendo nada. Estoy confusa. A veces pienso que… debería matarte. Por todo lo que has hecho. Pero otras veces… —calló, azorada.

—Acércate —dijo Kirtash con suavidad.

Ella lo hizo. Había algo en su mirada que la atraía como un imán.

Kirtash alzó la mano y le acarició la mejilla. Victoria cerró los ojos y se dejó llevar por la caricia, que despertaba sensaciones insospechadas en su interior. Aquello solo podía ser un extraño sueño…

—Sabes que estamos en guerra —dijo él entonces.

Victoria abrió los ojos, devuelta bruscamente a la realidad.

—Pero no es mi guerra —dijo la chica—. Es la guerra de Alexander, y la de Jack, porque sus padres murieron en ella. Y era la guerra de Shail —añadió en voz baja—. Pero yo… yo no tengo nada que ver con todo esto.

—Eso es lo que piensas y, sin embargo, has estado estos dos años entrenándote para matarme —observó él.

Ella meditó la respuesta que debía darle.

—Para defenderme —corrigió entonces—. Porque tú querías matarme, aunque yo nunca he sabido por qué. Pero ahora dices que no quieres hacerme daño y, por otra parte… —calló, confusa; se acordó entonces de algo que llevaba mucho tiempo queriendo preguntarle—. Recuerdas a Shail, ¿verdad? —Kirtash asintió casi imperceptiblemente—. Trataste de salvarle la vida, ¿no es cierto?

Kirtash no contestó.

—Yo lo vi —insistió Victoria—. Intentaste detener a Elrion. ¿Por qué lo hiciste?

—Porque supuse que la muerte de Shail en aquel momento no sería buena para nuestra alianza futura. Y, como ves, no me equivocaba.

—Pero sigo sin entender… por qué quieres que vaya contigo.

—Porque es la única manera de salvarte la vida, Victoria. Si no vienes conmigo, si no te unes a nosotros, tendré que matarte.

—¿No hay otra solución?

Kirtash negó con la cabeza.

Victoria recordó sus canciones, sus promesas de un mundo nuevo, de magia, de libertad, y supo que era lo que había estado anhelando desde niña. Pero la desconcertaba la idea de que fuera precisamente Kirtash quien le ofreciera cumplir sus sueños.

—Pero no puedo marcharme —dijo, con un suspiro—. No puedo ir contigo. No quiero dejar a Alexander ni a… —vaciló.

—Jack —completó Kirtash, y su voz tenía un tono peligroso.

Victoria desvió la mirada.

—Los dos morirán tarde o temprano —dijo Kirtash con frialdad—. A ellos también he de matarlos. Pero estoy intentando salvarte a ti.

Victoria pareció volver a la realidad y lo miró con ferocidad.

—No. No, ni hablar. No dejaré que te acerques a ellos.

—Oh, pero ya lo conozco todo sobre Limbhad, vuestro refugio secreto —sonrió él—. Tú me lo contaste, aunque no quisieras hacerlo… hace dos años, en Alemania —al ver la expresión horrorizada de Victoria, añadió—: Pero no te preocupes, sabes que no puedo llegar hasta allí. A menos que tú me lleves… o me llames desde allí a través de esa Alma que guarda vuestra pequeña fortaleza.

«Lo sabe todo», pensó, aterrada.

Quiso volverse para marcharse, para salir huyendo, pero Kirtash la retuvo sujetándola por el brazo.

—Voy a matar a tus amigos —le aseguró, mirándola a los ojos—. Sabes que lo haré, tarde o temprano. ¿Por qué has acudido a mi llamada?

—Porque me has hipnotizado —replicó ella con fiereza.

—Sabes que no es verdad. Tu mente es solo tuya, y tus sentimientos también lo son. No te he manipulado… aunque podría haberlo hecho. Pero no es así como quiero que sucedan las cosas. No, Victoria. Has venido por voluntad propia.

—Suéltame. Suéltame o…

—¿O qué?

Kirtash sacó un puñal de uno de los bolsillos interiores de la cazadora, y Victoria retrocedió, temerosa, y maldiciéndose a sí misma por haber acudido sin un arma para defenderse.

Pero lo que hizo Kirtash a continuación la sorprendió. Tiró de ella hasta dejarla muy cerca de él, le puso el puñal en la mano y lo colocó sobre su propio cuello.

—Voy a matar a tus amigos —repitió—. Porque he de hacerlo, ellos son renegados y es mi cometido. Pero ahora tú tienes la oportunidad de matarme a mí. No es tan difícil. No me defenderé.

Victoria parpadeó, perpleja.

—No… no lo entiendo.

Pero seguía blandiendo el puñal, seguía sosteniéndolo sobre la garganta de Kirtash, podía degollarlo, podía bajarlo un poco más y clavárselo en el corazón… con solo mover la mano… y salvaría muchas vidas, porque el joven ya había manifestado su intención de seguir matando.

—Piénsalo —insistió él—. Puedes acabar conmigo. Como has intentado hacer esta tarde, durante el concierto. Ya te he dicho que tarde o temprano asesinaré a tus amigos. Especialmente a Jack —Victoria apretó los dientes—. No mato por placer ni por deporte, pero debo confesar que tengo muchas ganas de acabar con él.

Victoria pensó en Jack, dormido en el sillón de la habitación del hospital, velando su descanso, y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas de rabia y odio.

—No te atreverás —susurró—. No te atreverás a tocar a Jack, porque, si lo haces…

—¿Qué? ¿Me matarás? Adelante, puedes hacerlo ahora.

Victoria oprimió con fuerza el mango del puñal. Un fino hilo de sangre recorrió el cuello de Kirtash, pero él no pareció inmutarse.

—Voy a matar a Jack —dijo de nuevo.

Victoria gritó y apretó la daga contra el cuello de Kirtash. Pero, por alguna razón, el objeto resbaló entre sus dedos y cayó al suelo. Victoria quiso golpear al joven con los puños, pero él la sujetó por las muñecas. Odiándose a sí misma por ser tan débil, Victoria dejó caer la cabeza para que sus cabellos ocultaran su rostro, y las lágrimas que empañaban sus ojos.

—¿Por qué no puedo matarte? —preguntó, angustiada.

Él le hizo alzar la cabeza para mirarla a los ojos.

—Yo iba a hacerte la misma pregunta —dijo en voz baja.

Y se inclinó hacia ella y la besó con suavidad. Victoria jadeó, perpleja, pero cerró los ojos y se dejó llevar, y sintió que algo estallaba en su pecho y que un extraño hormigueo recorría todo su cuerpo. Los labios de Kirtash acariciaron los suyos, con ternura y, cuando se separó de ella, la muchacha se sentía tan débil que tuvo que apoyarse en el pecho de él para no venirse abajo.

—Por qué me haces esto —susurró, dejando caer la cabeza sobre el hombro de Kirtash—. No es justo.

—La vida no es justa.

Por algún extraño motivo, en medio de toda aquella situación, Victoria no pudo evitar pensar en Jack. Reunió fuerzas para separarse de Kirtash y lo miró un momento.

—Sabes dónde está Jack ahora, ¿no es cierto? Has averiguado donde estábamos, y por eso has podido llamarme.

Kirtash asintió, y Victoria sintió que se le congelaba la sangre en las venas, Jack se había quedado en el hospital, para cuidarlos a ella y a Alexander, y allí era vulnerable. Debía regresar y llevárselo a Limbhad, antes de que llegara Kirtash…

Kirtash, que quería matar a Jack, y lo decía en serio.

Kirtash, que acababa de besarla. Y Victoria había disfrutado con aquel beso.

Odiándose a sí misma, sintiéndose una traidora a la Resistencia y, lo que era peor, a sus amigos, Victoria se sorprendió a sí misma volviéndose de nuevo hacia su enemigo para suplicarle:

—Esta noche, no. Por favor, no le hagas daño hoy. Por favor…

Los ojos de Kirtash relampaguearon un instante.

—¿Sabes lo que me estás pidiendo?

—Por favor. Por el beso —dijo súbitamente—. Si ha significado algo para ti… no vayas a buscar a Jack esta noche.

Kirtash la miró un momento y luego le dio la espalda.

—Vete —dijo en voz baja—. Pronto te echarán de menos.

Victoria se quedó allí, pero él no se movió. Sin saber muy bien qué hacer o qué decir, ella dio media vuelta y echó a correr por el camino, en dirección al hospital.

Cuando entró de nuevo en su habitación, vio que Jack seguía dormido. Lo miró un momento y sintió, durante un confuso instante, que estaría dispuesta a dar su vida por salvar la de su amigo; pero, en cambio, no había sido capaz de matar a Kirtash cuando había tenido la ocasión.

Y había dejado que él la besara.

Parpadeó para contener las lágrimas.

—Hace tiempo —le confesó a Jack en un susurro— deseé que tú fueras el primero en besarme. Soñaba con que lo harías algún día. Pero te marchaste, y te estuve esperando y no volvías. Y ahora… ya es demasiado tarde.

Sabía que él no la había oído, y se preguntó si habría sido capaz de decirle aquello cuando pudiera escucharla. Probablemente no.

Acarició el cabello rubio de Jack y volvió a deslizarse entre las sábanas. Con las mejillas ardiendo, apoyó la cabeza en la almohada, vuelta en dirección hacia el sillón donde dormía Jack, para no perderlo de vista ni un solo momento. Pero en sus labios todavía había huellas del beso que Kirtash le había dado, y se sintió mezquina, por haber traicionado a su mejor amigo.

No quería dormirse, pero estaba exhausta, y se durmió, y soñó con Kirtash. Y cuando se despertó a la mañana siguiente, sobresaltada y confusa, con las primeras luces del alba, vio que Jack seguía dormido en el sillón, sano y salvo.