9
Christian
Lo que has hecho es algo completamente estúpido, chico —lo riñó Alexander—. ¿En qué se supone que estabas pensando? Creí que ya se te había metido en la cabeza que no debes enfrentarte solo a Kirtash.
—Pero lo he derrotado, Alexander —protestó Jack—. He roto su espada. Incluso podría haberlo matado, si no hubiera desaparecido de repente.
Alexander negó con la cabeza.
—No puedes matar a un shek. Son muy superiores a los seres humanos, en todos los aspectos.
—Ya, pero… ¿y si resulta que yo no soy humano? —preguntó Jack, en voz baja.
—No digas tonterías. ¿Qué te hace pensar eso?
—Pues… mi poder piroquinético… lo que hago con el fuego —explicó, al ver que Alexander no lo entendía.
—Muchos magos pueden hacerlo. No es tan especial.
—Pero ni siquiera Shail fue capaz de encontrar una explicación a eso. Y, por otro lado… está lo de Kirtash.
—Llevas una espada legendaria, Jack. Te dije que solo Domivat y Sumlaris podrían derrotar a Haiass, ¿no?
—Pero… ¿es verdad que una espada legendaria es como una parte más del guerrero que la porta? ¿Es cierto Domivat es ya parte de mí?
—De alguna manera. Pero eso no te hace menos humano, Jack.
Jack apoyó la cabeza en la almohada, mareado. Cerró los ojos un momento. Estaba muy cansado. Victoria había sanado su herida, pero el muchacho todavía no había recuperado las fuerzas tras el combate contra Kirtash.
—¿Qué era lo que querías averiguar? —preguntó entonces Alexander.
Jack abrió los ojos.
—¿A qué te refieres?
—Fuiste al encuentro de Kirtash por alguna razón. ¿Qué esperabas sacar en claro?
Jack tardó un poco en contestar. Eran muchos los motivos que le habían llevado a enfrentarse a Kirtash: el odio, los celos, su amor por Victoria… la certeza de que el shek podía responder a muchas de sus dudas… acerca de sí mismo.
Pero se dio cuenta de que había una razón que estaba por encima de todas las demás.
—Quería saber si era verdad que siente algo por Victoria —murmuró por fin—. Y si ha estado jugando con ella… hacérselo pagar.
Alexander lo miró, perplejo.
—Caray, chico, te ha dado fuerte, ¿eh?
Jack enrojeció un poco, pero no dijo nada, y tampoco volvió la cabeza para mirar a su amigo.
—¿Y? —preguntó él, al cabo de unos instantes.
—Parece… parece que le importa. De verdad. Incluso arriesgó su vida para salvar la de ella. Es extraño, ¿no? —añadió, clavando la mirada de sus ojos verdes en Alexander—. Resulta que él, que no es humano, tiene reacciones humanas. Y resulta que yo, que se supone que sí soy humano, hago cosas… sobrehumanas —concluyó, utilizando la palabra que había empleado Victoria—. Me gustaría saber quién soy. Quiénes somos… o qué somos.
Alexander lo miró y se mordió el labio inferior, pensativo, pero no dijo nada. No tenía respuestas para aquellas preguntas.
Él la llamaba otra vez.
Victoria metió la cabeza bajo la almohada, pero la llamada se oía dentro de su mente, y no en sus oídos.
Esta vez resistiría. Se quedaría allí, en la cama, en su habitación. No iba a dejar que él la engañara otra vez.
«Victoria…», se escuchó por segunda vez.
«No voy a ir», pensó. «Ya puedes quedarte sentado esperándome».
Sabía lo que era, lo había visto bajo su verdadero aspecto. Y sabía que Jack había quebrado su espada; Kirtash era impredecible, y Victoria no podía siquiera tratar de adivinar de qué humor estaría después de aquello. Por si acaso, era mejor no acercarse.
Y, sin embargo, deseaba volver a verlo, deseaba preguntarle muchas cosas y, a pesar de todo… deseaba mirarlo a los ojos una vez más y sentir su contacto, sugestivo, electrizante…
«No», se dijo a sí misma, con firmeza. «Ya has causado bastantes problemas».
«Victoria…», la llamó él, por tercera vez.
La muchacha cerró los ojos con fuerza. Tenía pensado ir a Limbhad un poco después, para ver cómo estaba Jack, y se aferró a esa idea: Jack, Jack, Jack… ansiaba volver a verlo, llevaba todo el día echando de menos su cálida sonrisa, y no permitiría que una serpiente retrasara aquel momento.
Pensar en Jack le hizo recordar los últimos acontecimientos, la misteriosa fuerza de su amigo, y se preguntó, inquieta, si Kirtash sabría de dónde procedía. Si era así, tal vez pudiera explicarle…
Esperó, conteniendo el aliento, pero la llamada de Kirtash no volvió a producirse. Victoria titubeó. ¿Y si se había ido? ¿Y si no volvía?
Cerró los ojos y sacudió la cabeza. Estaba intentando olvidar a Christ… Kirtash, para poder iniciar algo nuevo con Jack, cuando estuviera preparada, y no iba a echarlo todo por la borda, ahora no. Después de todo lo que Jack había hecho por ella, no se merecía que volviera a responder a la llamada de su enemigo.
Pero… tal vez si solo hablaban… tal vez él pudiera explicarle…
El no volvía a llamarla, y Victoria pensó, angustiada, que tal vez había considerado que tres veces eran más que suficientes. Tenía que comprobarlo.
Se levantó deprisa, se puso su bata blanca por encima del pijama, se calzó las zapatillas y salió de su cuarto en silencio, con el corazón latiéndole con fuerza. Una parte de ella deseaba que Kirtash se hubiese ido ya, y así no se metería en problemas. Pero otra parte quería volver a verlo y, aunque intentaba convencerse a sí misma de que era solo para tratar de obtener alguna información, lo cierto era que no era esa la verdadera razón por la que acudía a su encuentro.
Salió al jardín y sintió que se quedaba sin aliento al distinguir, bajo la luz de la luna y las estrellas, la figura de Kirtash en el mirador. Respiró hondo. Aún estaba a tiempo de regresar. Pero avanzó hasta quedar a unos pasos de él. El joven se volvió para mirarla. Estaba más serio de lo que era habitual en él.
—Buenas noches —dijo con suavidad.
Victoria tragó saliva.
—Buenas noches —respondió; titubeó y añadió—: siento lo de tu espada.
—Sé que no lo sientes en realidad —replicó él—. Al fin y al cabo, iba a matar a Jack con ella.
Victoria no supo qué decir.
—Acércate y siéntate, por favor —pidió entonces el shek—. Tengo que hablar contigo.
Victoria negó con la cabeza.
—Si no te importa, me quedaré aquí.
Kirtash esbozó una media sonrisa.
—Como quieras. Seré breve, entonces. He venido a advertirte de que corres peligro.
—¿Qué quieres decir?
—Ashran ha enviado a alguien a matarte. Alguien que no soy yo y que, por tanto, no tendrá reparos en acabar con tu vida.
Victoria se estremeció. No por las noticias que él le traía, sino por todo lo que implicaba el hecho de que estuviera contándole aquello.
—Pero… se supone que tú no deberías decirme estas cosas, ¿verdad? ¿Qué pasará si Ashran se entera?
Kirtash se encogió de hombros.
—Eso es problema mío. Lo único que tiene que preocuparte, Victoria, es que estás en peligro. Quédate en Limbhad, o bien en esta casa. Como ya te dije, te protege. No de mí, es cierto, pero sí de ella.
—¿Ella? —repitió Victoria en voz baja.
Kirtash asintió.
—Se llama Gerde, y tiene mucho interés en matarte. Ashran se lo ha encomendado como una misión especial. Me temo que es por mí culpa —añadió—, y por eso he venido también a despedirme: no volveremos a vernos.
Algo atravesó el corazón de Victoria como un puñal de hielo.
—¿Nunca más?
—No, hasta que mate a Jack —especificó Kirtash—. Entonces, podré pedir a Ashran que te perdone la vida.
—No soporto oírte decir eso —replicó ella, irritada—. ¿Tienes idea de lo importante que es Jack para mí? ¿Cómo puedes seguir diciendo tan tranquilamente que vas matarlo, y esperar que lo acepte, sin más?
—No espero que lo aceptes. Sé que no lo harás. Pero todo es cuestión de prioridades, y lo único que me importa ahora es mantenerte con vida, ¿entiendes? Cuando está en juego tu existencia futura, Victoria, no puedo pararme a pensar en tus sentimientos.
Ella abrió la boca para responder, pero no fue capaz. De nuevo, Kirtash la había dejado sin palabras.
—Por eso tienes que permanecer oculta —prosiguió él—; no debes permitir que Gerde te encuentre, bajo ningún concepto.
—Puedo luchar contra ella.
Kirtash la miró fijamente.
—Sí. Y tal vez lograras derrotarla. Pero no quiero correr riesgos y, por otra parte, si Gerde fracasa, Ashran enviará a otra persona.
—Lucharé contra todos ellos —aseguró Victoria, con fiereza—. Y —añadió, mirando a Kirtash a los ojos, desafiante— seguiré protegiendo a Jack. No permitiré que le pongas la mano encima.
Kirtash no hizo ningún comentario.
Hubo un silencio que a Victoria le resultó muy incómodo. Sospechaba que él no tenía nada más que decir, eso significaba que se marcharía, y que tal vez no volvería a verlo. Y si, para reencontrarse con Kirtash en un futuro, Jack tenía que morir, Victoria prefería que ese reencuentro no llegara a producirse nunca.
Por eso, tenía que retrasar todo lo posible el momento de la despedida.
—¿Cómo… cómo logró Jack romper tu espada? —preguntó por fin.
Kirtash la miró a los ojos, muy serio, y Victoria temió haber ido demasiado lejos. Pero finalmente, el shek respondió:
—Yo estaba alterado, y perdí concentración. Eso hizo que Haiass se debilitara. Por eso Jack logró quebrarla.
Victoria intuía que había mucho más detrás de aquella sencilla explicación, algo que Kirtash no quería contarle. Insistió:
—Pero tú… eres un shek, ¿no? Eres poderoso. Eres… casi invencible.
Kirtash seguía mirándola, de aquella manera tan intensa, y Victoria desvió la vista, incómoda.
—Soy un shek —respondió él—. Pero eso no es nada nuevo para ti, ¿verdad? ¿Qué es lo que quieres saber exactamente?
Victoria abrió la boca para preguntarle acerca de Jack, pero los sentimientos contradictorios que le inspiraba Kirtash volvieron a confundirla, y dijo en voz baja:
—Quiero saber si de verdad puedes sentir algo… algo por mí.
Los fríos ojos azules de Kirtash parecieron iluminarse con un destello cálido.
—¿Todavía lo dudas? —preguntó con suavidad, y el corazón de Victoria volvió a latir desenfrenadamente. Sacudió la cabeza. Sabía que no era humano, sabía que…
¿Qué era lo que sabía, en realidad? Ladeó la cabeza y lo miró, tratando de descifrar sus misterios.
—¿Quién… quién eres? —preguntó.
—Soy Kirtash —respondió él, con sencillez—. Claro que también puedes llamarme Christian, si lo prefieres.
Victoria calló, confusa. Él le dedicó una media sonrisa.
—¿De verdad quieres saber quién soy? Es una larga historia. ¿Estás dispuesta a escucharla?
Victoria dudó, pero finalmente avanzó unos pasos y se sentó junto a él y lo miró, con cierta timidez. Kirtash contempló la luna menguante durante unos instantes. Después dijo:
—Yo nací humano. Completamente humano. Hace diecisiete años, en algún lugar de Idhún.
»Tengo pocos recuerdos de mi infancia. Vivía con mi madre en una cabaña, poca cosa, junto al bosque de Alis Lithban, el hogar de los unicornios. Tal vez mi madre pensaba que los unicornios nos protegerían a ambos, por eso eligió aquel lugar para vivir. No lo sé.
»Entonces yo no me llamaba Kirtash; pero no recuerdo el nombre que me puso mi madre al nacer, tampoco recuerdo el nombre de ella, ni su rostro; ese tipo de cosas fueron borradas de mi memoria hace mucho tiempo.
»Los sheks regresaron a Idhún cuando yo tenía dos años. Y sí recuerdo con claridad ese día. El cielo se puso rojo, los seis astros se entrelazaron sobre nosotros. Había un ambiente… extraño, sobrenatural, que ponía la piel de gallina.
»Yo estaba en los alrededores del bosque. No me preguntes qué hacía allí, porque no me acuerdo. Solo sé que había salido de casa, tal vez en un descuido de mi madre, y me había alejado hacia la espesura. Entonces fue cuando vi al unicornio.
»Avanzó hacia mí, tambaleándose, temblando bajo la luz de los seis astros. Hasta que, incapaz de seguir caminando, cayó al suelo, agonizante.
»Recuerdo haberme acercado a él. Recuerdo haberle rozado, tal vez queriendo ayudarlo. No lo sé, era muy pequeño y no sabía lo que estaba pasando.
»Aquel unicornio murió ante mis ojos. No comprendí muy bien por qué… al menos, no en aquel momento. Entonces, mi madre me llamó desde la cabaña, y volví corriendo. Cuando llegué, la encontré muy asustada. Me hizo ocultarme bajo la cama y se puso a cerrar todas las puertas y las contraventanas, y a asegurarlas con todo lo que encontraba, como si temiera que alguien pudiera atacarnos en cualquier momento. Yo suponía que era por aquel cielo rojo, porque las lunas y los soles estaban en una posición extraña, tal vez incluso por la muerte del unicornio.
»Pero ni las tablas clavadas en las ventanas ni los muebles amontonados contra la puerta podían detenerle a él. Y, en el fondo, mi madre lo sabía, lo sabía cuando se acurrucó en un rincón, temblando y abrazándome con todas sus fuerzas, deseando que todo aquello no fuera más que una pesadilla.
»Así nos encontró Ashran, el Nigromante, cuando hizo volar la puerta como si fuera una pluma y entró en la casa para buscarnos… para buscarme. Mi madre trató de impedir que me llevara consigo, pero ¿qué podía hacer una pobre mujer contra la poderosa magia de Ashran? Yo era su hijo y, por tanto, le pertenecía. No sé cómo se habían conocido mis padres, no sé por qué estuvieron juntos; solo puedo suponer, por lo poco que recuerdo, que mi madre decidió huir conmigo cuando yo era un bebé, lejos de mi padre, pero sabiendo, en el fondo, que cuando él quisiera reclamarme, nos encontraría de todas formas, fuéramos a donde fuésemos.
»Y así fue. Ashran me llevó con él, por la fuerza. Nunca más volví a ver a mi madre.
»Después…
Calló un momento. Victoria escuchaba con atención, y Kirtash siguió hablando:
—Después, Ashran me utilizó para sellar su pacto con los sheks. Ellos aportaron a uno de los suyos, un shek joven, casi recién salido del huevo. Ashran ofreció a su propio hijo.
»Y nos fundió a los dos en un solo ser.
—¿Qué? —se le escapó a Victoria.
Kirtash la miró.
—Sabes de qué estoy hablando —le dijo—. Es el mismo conjuro que ha convertido a tu amigo Alexander en lo que es ahora. El hechizo que hace que dos almas, dos espíritus, se fusionen en uno solo. Elrion introdujo en su cuerpo el espíritu de un lobo. Ashran implantó en mi cuerpo el espíritu de un shek. Solo que, en mi caso, el conjuro salió bien, los dos espíritus se fusionaron totalmente en uno solo. Alexander, en cambio, es un híbrido incompleto; su cuerpo alberga dos espíritus, el del hombre y el del lobo, y los dos están en lucha permanente por el control de su ser. En mi caso, esa lucha nunca llegó a producirse. Al fin y al cabo, Ashran es poderoso, y sabe | lo que hace.
—Un… híbrido —repitió Victoria, anonadada.
Kirtash asintió.
—Solo funciona con individuos muy jóvenes, no con adultos. Además, Alexander en concreto tiene una gran fuerza de voluntad, y su alma se rebeló con todas sus fuerzas contra la invasión del espíritu del lobo… y no solo eso, sino que hasta logra controlarlo la mayor parte del tiempo.
»De todas formas, incluso con niños, la mayor parte de las veces la fusión de espíritus no sale bien. Yo era un niño y, sin embargo, lo pasé muy mal los primeros días.
—¿Duele? —preguntó Victoria en voz baja.
Kirtash asintió, pero no dio detalles.
—Después, ya no me importó. Decir que me había convertido en un humano con los poderes de un shek es simplificar las cosas y, sin embargo, podría definírseme así. Solo que no son simplemente «poderes». Soy un shek. Y también soy humano.
»Ashran llamó Kirtash a la nueva criatura nacida de su experimento. Los sheks me enseñaron a emplear mis capacidades. Los mejores mercenarios y asesinos humanos me enseñaron a pelear, a matar. El propio Ashran me enseñó a utilizar la magia que me entregó aquel unicornio antes de morir. Aprendí deprisa. Al fin y al cabo, algo en mi interior me hacía superior a todos ellos. Pronto aventajé a mis maestros, en todo excepto en la magia, que nunca se me dio bien, puesto que el poder mental del shek mantenía sometido al poder entregado por el unicornio; a pesar de este pequeño detalle, me convertí en el mejor agente de Ashran, en quien él más confiaba. Después de todo, era su hijo.
—¿Y nunca le has odiado… por lo que te hizo?
—No. ¿Por qué? Soy lo que soy gracias a él. No me odio a mí mismo, no me arrepiento de lo que hago. El shek no es un parásito en mi interior, Victoria. Es parte de mí. La criatura que soy ahora es obra de Ashran el Nigromante. A él debo mi existencia… como híbrido, sí, pero mi existencia, al fin y al cabo. Y —añadió, mirándola fijamente— es justamente el híbrido lo que te provoca esos sentimientos. Si fuese un shek, te horrorizaría. Si fuese un humano, no te habrías fijado en mí. Es la mezcla lo que te atrae. Es a Kirtash a quien quieres, no al humano que podría haber sido si Ashran no me hubiera hecho como soy.
Victoria fue a protestar, pero calló, confusa, porque se dio cuenta de que él tenía razón.
—Me preguntabas por mis sentimientos —prosiguió Kirtash—. Los sheks no pueden amar a los humanos, como ya imaginabas. Y, sin embargo, me fijé en ti porque soy un shek. Si hubiera sido simplemente un asesino humano, te habría matado sin vacilar. Pero vi algo en ti que me llamó la atención, primero, me intrigó, después, y finalmente me fascinó.
»Pero si esa fascinación se convirtió en algo más, Victoria, es porque también soy humano y, como humano, puedo experimentar emociones. Esas emociones, que para Jack son su fuerza, para mí son una debilidad. Mi padre lo sabe; sabe lo que siento por ti, sabe que eres mi punto débil, y por eso ha decidido que debes morir.
Victoria sintió que le faltaba el aliento. Su historia la había conmovido profundamente, pero, sobre todo, había vuelto a desatar aquellos confusos sentimientos en su interior. Porque ahora sabía con certeza lo que, en el fondo, su corazón no había dudado ni un solo instante: que había algo entre ellos dos, una emoción intensa, real. Porque él era humano, en parte. Como ella.
Se acercó un poco más.
—Christian —susurró—. ¿Puedo llamarte Christian?
—¿Llamas Christian a mi parte humana? —pregunto él, sonriendo.
Victoria frunció el ceño, pensativa.
—Tal vez… no sé. Te llamo Kirtash cuando te odio. Te llamo Christian cuando te quiero. Es difícil definirse por uno u otro sentimiento, tratándose de ti.
La sonrisa de Christian se hizo más amplia.
—Es confuso —prosiguió ella—. Tienes razón. Si fueras un humano completo no sentiría lo que siento por ti. Pero… tal vez tampoco te odiaría a veces. Me horroriza la forma que tienes de matar, como si la vida humana no fuera importante.
—No lo es. Al menos, no para un shek.
—A eso me refiero. No sé a qué atenerme contigo. Y tampoco ayuda el hecho de que estés obsesionado con matar a mi mejor amigo.
—Es mucho más que tu mejor amigo, Victoria.
—¿Eso te molesta?
—En absoluto. No estoy celoso, si es eso lo que piensas. No veo por qué tienes que amar a una sola persona, si en tu corazón hay espacio para dos. No me perteneces. Tan solo me pertenece lo que sientes por mí. Pero sí puedes sentir otras cosas… por otras personas. Los sentimientos son libres y no siguen normas de ninguna clase.
»Quiero matar a Jack por dos motivos. Uno, por ser lo que es. El otro, para salvarte la vida. Como ves, no tiene nada que ver el que estés enamorada de él. Y menos aún, que él te corresponda. Eso hará las cosas más fáciles, ya que es lo único en lo que Jack y yo estamos de acuerdo: en que queremos que no sufras ningún daño.
—¿Pero por qué… por qué dices que tienes que matar a Jack para salvarme la vida?
—Ashran os tiene en su lista negra, Victoria. Debéis morir. Mi misión consiste en matar a los renegados, ya lo sabes. Eso te incluye a ti… de una manera especial, por una serie de razones.
»Si le ofrezco a mi padre la vida de Jack, podrá perdonarte. No me preguntes por qué; es así.
Victoria calló un momento. Después, dijo:
—¿Y si me voy contigo a Idhún, como me propusiste? ¿Salvaría eso la vida de Jack?
Christian negó con la cabeza.
—¿Por qué? —preguntó ella, desolada.
—Ya es demasiado tarde, Victoria. Antes me parecía la mejor opción para ti. Pero antes no sabía lo que sé ahora. Las cosas han cambiado.
—No entiendo nada —murmuró Victoria—. Yo… estoy cansada de esta guerra, estoy cansada de esta lucha, de tantas muertes. Y —añadió, mirándolo a los ojos— no quiero vivir en un mundo en el que no exista Jack.
—Lo sé —respondió Christian con suavidad—. Me di cuenta el otro día, cuando me viste como shek y, a pesar de eso, estabas dispuesta a morir para protegerlo.
—¿Te molestó?
—Me molestó, sí, porque quiero ver a Jack muerto, pero, por encima de todo, quiero que sigas viva. Y, como ya te dije una vez, eso me puede traer muchos problemas.
Victoria asintió, comprendiendo.
—Quédate con nosotros, entonces —le pidió—. No vuelvas con Ashran —inspiró hondo antes de mirarlo a los ojos y decir—: Ven conmigo.
—¿Que abandone mi bando, dices? —dijo Christian, casi riéndose—. Me pides que traicione a mi gente, a mi señor… a mi padre.
—Lo estás haciendo ya —le recordó Victoria con suavidad—. Ashran me quiere muerta. No sabe que estás aquí.
Pareció que Christian vacilaba.
—Porque, a pesar de todo, no puedo traicionarme a mí mismo —se volvió para mirarla—. Me dejaría matar antes que permitir que sufrieras ningún daño.
Victoria reprimió un suspiro. Sabía que hablaba en serio, sabía que era sincero cuando le decía aquello, y eso la confundía, pero también hacía que sus propios sentimientos hacia él se descontrolasen, como un río desbordado. Y, sin embargo, todavía no estaba segura de querer amar a alguien que no era del todo humano.
Pero deseaba de veras acercarse más a él, sentir su contacto… una vez más…
—¿Puedo abrazarte? —le preguntó, titubeando.
Christian la miró, indeciso. Victoria ya se había dado cuenta de que a él no le gustaba que lo tocasen, pero insistió:
—Por favor.
Él asintió casi imperceptiblemente. Victoria lo abrazó con todas sus fuerzas y, tras un instante de duda, Christian la abrazó también.
La muchacha cerró los ojos y disfrutó de aquel roce, y de las sensaciones que provocaba en su interior. Humano o no, comprendió que necesitaba estar junto a él. Y eso le recordó que Christian había acudido allí para despedirse.
—Cuando te vayas —susurró ella— no volveré a verte, ¿verdad?
—¿Te esconderás en Limbhad, Victoria? ¿Me lo prometes?
—¿Qué pasará con Jack?
—Estamos condenados a enfrentarnos, criatura. Tarde o temprano, volveremos a hacerlo. Sabes que lucharé con todas mis fuerzas para acabar con su vida…, pero ahora, más que nunca, sé que es posible que sea él quien me mate a mí —añadió, contemplando pensativo el círculo de árboles quemados y ennegrecidos que se veía más abajo, en el pinar.
—Pero yo no quiero perderos a ninguno de los dos —protestó ella.
—Si venzo en esa lucha —prosiguió Christian—, volverás a verme, porque estarás a salvo, y podré llevarte conmigo a Idhún, si todavía lo deseas. Pero es muy probable que me odies entonces, porque Jack estará muerto. Puedo asumir el riesgo, no obstante, si con ello consigo que Ashran se olvide de ti.
»Si vence Jack —añadió—, no volverás a verme, porque estaré muerto.
Victoria tragó saliva, y lo abrazó aún con más fuerza.
—Es horrible.
—Lo sé. Pero así son las cosas.
Victoria se tragó las lágrimas.
—Entonces —dijo— disfrutemos de este momento. Aún quedan varias horas hasta el amanecer.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el pecho de Christian, y él la estrechó entre sus brazos, enredó sus dedos en el cabello oscuro de Victoria y la besó en la frente, con ternura.
Lejos de allí, lejos de su percepción, lejos de sus miradas, unos dedos largos y finos se deslizaban sobre un cuenco de agua, y una voz melodiosa susurraba unas palabras mágicas. El agua cambió de color, se oscureció, tembló durante un instante y después, lentamente, se aclaró hasta mostrar una imagen con nitidez.
Era de noche; bajo la luna y las estrellas se apreciaba una mansión; en la parte trasera se extendía un jardín, que acababa en un mirador que dominaba una extensión arbolada. Sobre el banco de piedra del mirador había dos figuras; una vestía de blanco, la otra, de negro. Y los dos se abrazaban con fuerza, como si aquella fuera la última noche de sus vidas.
Los dedos se crisparon sobre la imagen, y la voz melodiosa siseó, enfurecida.