4
«No estás preparado»
Jack no podía dormir. Tenía sincronizado su reloj con la hora de la ciudad de Victoria; así se aseguraba de estar despierto por las tardes, cuando ella llegaba, y de llevar más o menos un horario racional en la noche perpetua de Limbhad. Alsan y Shail eran más caóticos en ese sentido. Dormían cuando tenían sueño, comían cuando tenían hambre. Aunque Jack no saliese de Limbhad, ellos dos sí cruzaban a menudo la Puerta interdimensional. Le habían explicado que la entrada a Idhún se había bloqueado y que, por tanto, ellos estaban atrapados allí, pero eso no les impedía viajar a la Tierra, donde trataban de adelantarse a Kirtash cuando realizaba una de sus mortíferas expediciones, o rastreaban pistas diversas que Shail descubría en internet. Jack intuía que sus amigos buscaban algo más que magos idhunitas exiliados, pero nunca les había preguntado al respecto. Lo más seguro era que no le respondieran.
Las misiones de reconocimiento de Alsan y Shail podían llevarlos a cualquier punto del planeta, donde podía ser de noche o de día, por lo que hacía tiempo que habían renunciado a intentar ajustarse a cualquier tipo de horario. Por eso, cuando Victoria regresó aquella noche, a la una de la madrugada, hora de Madrid, Jack estaba tratando de dormir; pero Alsan estaba en la biblioteca, y Shail navegando por internet en el estudio.
Jack se sintió muy aliviado cuando oyó la voz de Victoria hablando con Shail. Había llegado a temer que su consejo no hubiera sido acertado; se imaginaba a su amiga regresando a casa y encontrándose allí a Kirtash, esperándola… para darle una sorpresa parecida a la que él mismo había tenido al volver a su casa, una noche de primavera, cuatro meses atrás.
Se dio la vuelta y hundió la cara en la almohada. Aquella posibilidad le resultaba espeluznante. Ahora que lo había perdido todo, solo le quedaba lo que había en la Casa en la Frontera; su círculo se había visto drásticamente reducido a tres personas y un gato, y la simple idea de perder a uno de ellos era aterradora. Sabía que Alsan y Shail podrían cuidarse solos, pero Victoria…
Se la imaginó, una vez más, corriendo por los pasillos del metro, huyendo de la muerte, y sus puños se crisparon cuando volvió a invadirlo aquella sensación de rabia e impotencia. Su odio hacia Kirtash ardía con más fuerza que nunca en su corazón. Después de cuatro meses, casi había olvidado los rasgos de Elrion, el mago; pero la fría mirada de los ojos azules de Kirtash todavía lo perseguía en sueños de vez en cuando.
La casa volvía a estar en silencio, y Jack supuso que Victoria se habría retirado a su habitación. Tenía un cuarto solo para ella en Limbhad, y la mayoría de las veces prefería dormir allí a hacerlo en la mansión de su abuela, donde se suponía que debía estar, Jack no podía culparla. En Limbhad, todos se sentían mucho más seguros.
Con un suspiro, el muchacho se levantó, con el pelo revuelto, y se dirigió a la habitación de Victoria. Pero se detuvo, indeciso, ante la puerta entreabierta, al darse cuenta de que ella ya se había acostado. La miró un momento, preguntándose si se habría dormido ya. Estaba tendida en la cama, de espaldas a él; y, bajo la suave luz que se filtraba por la ventana, Jack pudo ver que sus hombros se convulsionaban en un sollozo silencioso.
Se le encogió el corazón, y odió todavía más a Kirtash por aterrorizar a una chiquilla que, fuera idhunita o no, era imposible que resultara una amenaza para él. Y se juró a sí mismo que no descansaría hasta ver muerto a su enemigo.
La Resistencia estuvo alerta en los días siguientes, pero Kirtash parecía haber olvidado a Victoria, porque no se le volvió a ver por Madrid. De hecho, las siguientes noticias que tuvieron de él procedían de un lugar bastante más remoto.
Una noche, un grito de Shail desde la biblioteca alertó a los habitantes de la Casa en la Frontera:
—¡¡Alsan!!
Jack y Victoria estaban durmiendo en sus respectivos cuartos, pero lo oyeron, y se despertaron de inmediato. Cuando Jack salió al pasillo, se encontró con Shail, que había bajado las escaleras a toda velocidad y corría hacia el estudio. Alsan ya había acudido a su encuentro, alerta.
—¿Dónde? —le preguntó a su amigo.
—Xingshan, en China —respondió Shail.
Alsan asintió.
—Voy a la sala de entrenamiento a coger armas. Tú vuelve a la biblioteca, a ver si puedes analizar un poco el terreno a través del Alma.
Shail dijo que sí con la cabeza. Alsan salió disparado en dirección a la armería.
Jack sabía exactamente lo que estaba pasando, porque lo había vivido un par de veces desde su llegada a Limbhad. El Alma había localizado a Kirtash en algún lugar del mundo, y el joven asesino no se desplazaba sin una buena razón. Normalmente, sus razones tenían que ver con la implacable persecución a la que tenía sometidos a los idhunitas exiliados a la Tierra. Sin duda, en esta ocasión había descubierto a uno de ellos en alguna remota población de la inmensa China. En cualquier caso, la Resistencia debía tratar de llegar hasta él antes de que fuera demasiado tarde… como lo había sido para los padres de Jack.
Shail se volvió hacia Victoria, que se había reunido con Jack en el pasillo y había observado la escena sin intervenir.
—Son buenas noticias para ti, Vic —le dijo el mago—. Kirtash está muy lejos de Madrid. Ya no te está buscando.
Victoria asintió, respirando hondo. Shail se disponía a acudir a la biblioteca, cuando la chica lo retuvo por el brazo y lo miró a los ojos.
—Shail —le dijo—. Por lo que más quieras, tened cuidado.
El joven asintió, muy serio.
Jack no lo aguantó más. Dio media vuelta y siguió a Alsan en dirección a la armería. Se topó con él en la sala de entrenamiento, cuando ya regresaba cargado con Sumlaris, una espada corta y un par de dagas.
—Espero que una de esas sea para mí —le dijo Jack, muy serio.
Alsan le dirigió una breve mirada.
—Ni lo sueñes, chico. Todavía no estás preparado.
Jack sintió que le invadía la cólera.
—¿Y cuándo voy a estarlo? —le espetó—. ¡Llevo cuatro meses aquí encerrado sin ver la luz del día! ¡No soporto quedarme aquí mientras vosotros os enfrentáis a ellos, una y otra vez! ¡Necesito… hacer algo!
—Estás haciendo algo, Jack. Te estás entrenando.
—¡Pero eso no me basta! —estalló Jack—. ¡Si de verdad pertenezco a la Resistencia, déjame ir con vosotros!
—Tampoco Victoria viene con nosotros a las misiones, y lleva en la Resistencia más tiempo que tú.
—¡Pero Victoria es solo una niña!
—Tiene solo un año menos que tú.
—Da igual, ella no sabe manejar una espada, y yo sí.
—No, Jack. No estás preparado. Es mi última palabra —y Alsan siguió andando hacia la puerta.
Jack sintió que su cuerpo se llenaba de rabia e impotencia.
—¿Y por qué no me dices lo que realmente piensas? —le gritó—. ¿Por qué no me dices la verdad a la cara, eh? ¿Que soy un crío y no os sirvo para nada?
Alsan se volvió hacia él, con un suspiro exasperado.
—Sabes que eso no es cierto.
El chico lo miró casi con odio.
—Sí que lo es. Me dijiste que podría defenderme, pero me tienes aquí encerrado y no me dejas demostrar lo que puedo hacer. ¡Me mentiste!
—Hablaremos de ello cuando vuelva. Ahora tengo prisa: la vida de alguien puede correr peligro, y cada minuto es crucial. Recuerda que, en tu caso, si hubiésemos llegado un poco más tarde, te habríamos encontrado muerto.
—¿Y de qué sirvió, eh? —exclamó Jack, con rabia—. Me salvasteis la vida para encerrarme en esta tumba. ¡Estaría mejor muerto!
Fue visto y no visto. La mano de Alsan se disparó hacia la cara de Jack, y la bofetada lo hizo tambalearse y quedarse quieto un momento, atónito, sintiendo que le zumbaban los oídos. Parpadeó para contener las lágrimas y se llevó una mano a la mejilla dolorida.
Alsan lo miraba fijamente, muy serio. Cuando habló, no lo hizo con furia, ni siquiera con irritación, sino con calma y frialdad:
—Si quieres ser útil a la Resistencia, Jack, te quedarás aquí. Muerto no nos sirves.
Alsan salió de la habitación y dejó a Jack atrás. El chico se quedó quieto, temblando de rabia, sintiéndose humillado pero, sobre todo, traicionado. No tardó en percibir aquella especie de ondulación que sacudía el aire cuando alguien abandonaba Limbhad, y supo que Alsan y Shail se habían marchado sin él.
Regresó a su habitación, cerró de un portazo y se tendió en la cama. Estaba furioso con Alsan por tratarlo como a un niño, estaba furioso con Shail por no apoyarlo, incluso estaba furioso con Victoria, por aceptar aquel papel pasivo con tanta facilidad. Estaba furioso con Kirtash, simplemente por existir. Y, sobre todo, estaba furioso consigo mismo.
Se quedó allí, en su cuarto, tumbado en la cama, durante un buen rato, hasta que sintió de nuevo aquella ondulación, y supo que Alsan y Shail estaban de vuelta. Pero no se movió, ni siquiera cuando oyó los pies descalzos de Victoria, corriendo por el pasillo en dirección a la biblioteca. En otras circunstancias, también él se habría apresurado a acudir al encuentro de sus amigos, para ver si estaban bien y cómo les había ido en la misión. Pero en aquel momento no tenía ganas. No estaba preparado para enfrentarse a Alsan otra vez.
Apenas unos minutos después los oyó bajar a los tres. Pasaron ante la puerta de su cuarto, y oyó un fragmento de su conversación:
—… le ha acertado de lleno en el estómago —decía Alsan—. Es una quemadura bastante grave.
—¿Un hechizo ígneo? —preguntó Victoria.
—Tal vez, no lo sé. No entiendo de estas cosas. ¿Podrás curarlo?
Shail emitía en aquellos momentos un quejido de dolor, y Jack no pudo oír la respuesta de Victoria. Se le encogió el estómago al pensar que Shail había resultado herido, y estuvo a punto de levantarse e ir corriendo para ver cómo estaba. Pero reprimió el impulso. Seguro que Victoria lo curaría. Ella al menos era útil en aquel aspecto, al menos podía emplear la magia curativa, que siempre venía bien cuando no podían contar con Shail. En cambio, Jack no podía hacer nada. Absolutamente nada.
La única cosa que destacaba en él eran aquellos extraños episodios piroquinéticos. Pero, dado que no conocía su origen ni sabía cómo controlarlos, no le servían para nada. Lo único que había conseguido con ellos había sido atraer la atención de Kirtash… con fatales consecuencias para sus padres.
Se volvió sobre la cama, dando la espalda a la puerta. Estaba aprendiendo a pelear, pero, por mucho que se esforzase, jamás lograría superar a Alsan, y mucho menos a Kirtash. Los dos eran mayores que él. Y seguirían siéndolo siempre.
En la habitación de Shail, la Resistencia estaba viviendo una crisis. Victoria hacía lo que podía para curar la espantosa herida que Shail presentaba en el vientre, pero su magia apenas lograba restaurar los bordes de la quemadura. Victoria estaba próxima al llanto y las manos le temblaban. Evitaba mirar el rostro de Shail, pero no necesitaba hacerlo para saber que estaba sufriendo y que su vida se apagaba poco a poco.
Sintió la mano de Alsan sobre su hombro.
—Tranquila —le dijo—. Puedes hacerlo.
—No, Alsan, no puedo. No tengo bastante magia. Se va a morir…
—Victoria —Alsan la obligó a mirarlo a los ojos—. No se va a morir, ¿de acuerdo? Concéntrate. Él cree en ti, y yo también.
Victoria tragó saliva y asintió. Respiró hondo, intentando calmarse. Se volvió hacia su amigo y lo miró. Y entonces supo lo que tenía que hacer.
—Tenemos que llevarlo al bosque —decidió—. Allí mi magia funcionará mejor.
No sabía por qué estaba tan segura, pero decidió dejarse guiar por su instinto, y Alsan no discutió. Ambos cargaron de nuevo con Shail y lo sacaron de la habitación.
Lo llevaron a duras penas fuera de la casa, y después hasta el bosque. Victoria lo depositó al pie de un enorme sauce que crecía junto al arroyo y respiró hondo. La magia de la vida vibraba en el aire, podía percibirla, y sintió que todos sus sentidos reaccionaban ante ella. Algo más tranquila, colocó las manos sobre la herida de Shail y trató de transmitirle toda aquella energía.
Y entonces, lentamente, las quemaduras de Shail comenzaron a curarse. El organismo del joven hechicero absorbió la magia que irradiaban las manos de Victoria, se apropió de ella y la utilizó para regenerar los tejidos dañados. Poco a poco, la herida empezó a cerrarse.
Por fin, cuando Shail respiró profundamente y abrió los ojos, Victoria se dejó caer a su lado, agotada. El joven, algo aturdido, la miró y sonrió.
—Eh —murmuró—. ¿Lo has hecho tú?
Victoria asintió, enormemente aliviada.
—No podías morirte ahora —le respondió, con una sonrisa—. Aún tienes mucho que enseñarme.
La sonrisa de Shail se hizo más amplia.
—Claro que sí —susurró.
Entonces, el mago cerró los ojos y se sumió en un profundo sueño.
—Está bien —dijo Victoria antes de que Alsan comentara nada—. Esto es justo lo que tiene que hacer: descansar. Dormirá durante un par de días y, cuando se despierte, estará como nuevo.
Los dos cargaron de nuevo con Shail para llevarlo de vuelta a casa. Victoria se dio cuenta entonces de que Alsan cojeaba y, aunque él no había dicho nada al respecto, supuso que se habría hecho una torcedura o un esguince. Se recordó a sí misma que debía curarlo a él también en cuanto instalaran a Shail en su habitación.
—Alsan —le dijo a su amigo—, dime… ¿qué ha pasado exactamente?
El rostro del joven se ensombreció.
—Que hemos vuelto a llegar tarde, Victoria —respondió.
Jack llevaba un buen rato sumido en sus sombríos pensamientos, cuando alguien llamó a la puerta de su cuarto y, al no obtener respuesta, la abrió un poco. Por un momento, Jack pensó que sería Alsan, que había ido a pedirle disculpas por haberle pegado o, por lo menos, para ver si se encontraba bien.
—¿Jack? ¿Estás dormido?
Era la voz de Victoria.
—No, no estoy dormido.
—¿Todavía estás enfadado?
—Contigo, no.
Elia percibió por su tono de voz que prefería no hablar del tema, y no insistió.
—Alsan y Shail han vuelto de China —informó—. Por poco no lo cuentan, porque tuvieron que luchar contra Elrion y Kirtash, y Shail salió herido. Estaba muy mal y estuvieron a punto de no poder regresar…
Se interrumpió, insegura; no sabía si Jack la estaba escuchando. El muchacho suspiró y se volvió hacia ella.
—¿Y cómo está ahora?
—He conseguido curarlo, pero está débil. Tardara un poco en recuperarse.
Jack sonrió.
—Bien por ti. Eres mejor maga de lo que crees.
Victoria sonrió, incómoda.
—Alsan está de mal humor, de todas formas —añadió—. La misión ha salido mal. Llegaron tarde.
A Jack se le revolvió el estómago. Recordó las palabras que el líder de la Resistencia le había dirigido un rato antes: «la vida de alguien puede correr peligro, y cada minuto es crucial».
—¿Qué…, quién era?
—Hechiceros celestes. Un grupo de cinco, tal vez una familia, no estamos seguros.
Jack se sintió peor todavía. Los celestes eran seres parecidos a los humanos, pero más altos y estilizados, de cráneos alargados y sin pelo, enormes ojos negros y fina piel de color azul celeste. Como todos los idhunitas no humanos exiliados en la Tierra, seguramente aquellos cinco habrían ocultado su identidad bajo un hechizo ilusorio que los habría hecho parecer humanos a los ojos de todos. Pero, cuando morían, el hechizo se desvanecía, y los magos recuperaban su verdadera apariencia. Jack sabía pocas cosas acerca de los celestes, pero sí conocía su rasgo más característico: eran criaturas pacíficas que jamás intervenían en una pelea. Conceptos como el asesinato, la violencia, la guerra o la traición ni siquiera existían en la variante de idhunaico que ellos hablaban. Asesinar a un celeste a sangre fría era casi peor que matar a un niño.
En cualquier caso, eran hechiceros, y habían escapado de Idhún. Para sus enemigos, no dejaban de ser renegados, una amenaza al fin y al cabo; seguramente por eso se los habían señalado a Kirtash como objetivo.
—Kirtash se estaba deshaciendo de los cuerpos cuando llegaron ellos —añadió Victoria, adivinando lo que pensaba—. Probablemente ya estaban muertos cuando el Alma lo detectó.
Jack apretó los puños con rabia. No se podía ser más despiadado y maquiavélico de lo que era Kirtash. Era asombroso hasta dónde era capaz de llegar, y solo con quince años. Por el bien de todos, era mejor que aquel sorprendente joven no alcanzara la edad adulta.
Como el chico no dijo nada, Victoria se separó de la puerta y concluyó:
—Voy a ver cómo sigue Shail. Lo he dejado dormido, así que, si quieres ir a verlo, mejor será que esperes un poco a que recupere la conciencia.
—Vale. Buenas noches.
—Buenas noches.
Victoria se fue, y Jack se quedó solo de nuevo. Pero en esta ocasión no se sintió mejor. Descubrió que habría preferido que Victoria se quedase con él, que necesitaba hablar con alguien. Pero, por otra parte, estaba esperando que Alsan acudiese a su habitación a interesarse por él. Después de su discusión, era lo menos que podía hacer.
Sin embargo, Alsan no fue a buscarlo. Sin darse cuenta, Jack se quedó dormido.
Se despertó varias horas más tarde. El reloj de su mesilla marcaba las diez y media de la mañana en Madrid, y supuso que Victoria ya se habría marchado a casa hacía rato y en aquellos momentos estaría en el colegio… intentando concentrarse en una clase de matemáticas, o de inglés, o de lo que fuera, cuando en realidad su mente estaba muy lejos, en Limbhad… con Shail, a quien había dejado recuperándose de una herida grave.
Jack se levantó y se desperezó. Seguía siendo de noche en la Casa en la Frontera, como siempre, pero para él había comenzado un nuevo día. Sin embargo, se sentía igual de mal que la noche anterior. Aún no había hecho las paces con Alsan. Y todavía no lo había perdonado.
Salió al pasillo, aún en pijama, y se asomó un momento a la habitación de Shail. Lo vio tendido en la cama, sumido en un sueño tranquilo y reparador. Sonrió. Se pondría bien.
Fue a la cocina a prepararse el desayuno.
Y allí se encontró con Alsan, que ya estaba vestido y terminando de almorzar. Abrió la boca para decir algo, pero él se le adelantó:
—¿Todavía estás así, chico? Vas a llegar tarde al entrenamiento.
—¿Qué? —pudo decir Jack, confuso.
Alsan se dirigió hacia la puerta, diciéndole:
—Te espero en la sala de prácticas.
—Pero…
—No tardes.
Alsan se marchó sin dejarle añadir nada más. Jack apretó los puños, furioso. Estuvo a punto de no acudir a la cita, pero finalmente decidió que sí lo haría, y que le demostraría a aquel príncipe engreído lo que era capaz de hacer. De manera que se dio prisa en desayunar y vestirse, y en apenas quince minutos estaba en la sala de prácticas.
Nada más entrar por la puerta, Alsan le lanzó la espada de entrenamiento, y Jack la cogió al vuelo.
—En guardia —dijo Alsan, muy serio.
Jack entrecerró los ojos, apretó los dientes y asintió, con rabia.
Fue el peor entrenamiento de aquellos cuatro meses. A pesar de que puso todo su empeño en hacerlo lo mejor posible, Alsan lo desarmaba una y otra vez, y Jack comprendió, desalentado, que si aquello hubiera sido una lucha en serio, habría muerto no menos de quince veces en aquella sesión. Pero Alsan no hizo ningún comentario al respecto. Lo obligaba a levantarse una y otra vez, a recoger la espada y seguir peleando, sin una palabra. El mismo se empleaba a fondo, y Jack se sentía cada vez más torpe y ridículo, con lo que, inevitablemente, cada vez combatía peor.
Cuando, agotado, cayó al suelo por enésima vez, sintió la punta roma de la espada de Alsan en su pecho, y alzó la mirada.
El joven lo observaba con expresión severa, pero imperturbable.
—No estás preparado —dijo solamente.
Retiró la espada y salió de la habitación, sin añadir nada más.
Jack se quedó allí, sentado en el suelo, hirviendo de cólera y vergüenza. De acuerdo, Alsan era mayor que él y manejaba mucho mejor la espada, pero no era necesario que lo humillara de aquella forma. Parpadeando para contener las lágrimas, Jack se levantó y fue a ducharse. En el siguiente entrenamiento, se dijo, le demostraría que sí estaba preparado, lo haría mucho mejor…
Después de comer, como Alsan estaba ocupado con otras cosas, Jack fue solo a la sala de entrenamiento y estuvo practicando toda la tarde con la espada los movimientos, fintas y ataques que conocía. Estuvo entrenando hasta que los brazos y los hombros le dolieron tanto que apenas podía sujetar la espada. Y solo entonces decidió descansar.
Al día siguiente le dolía todo el cuerpo, pero no se le ocurrió quejarse. En el entrenamiento, atacó a Alsan con toda su rabia, pero él volvió a desarmarlo, una y otra vez, con insultante facilidad. La camaradería que había reinado entre ambos hasta aquel momento parecía haberse esfumado. Alsan se mostraba frío, severo y distante, y Jack era demasiado orgulloso como para reconocer que aquello le importaba, o para admitir que su amigo tenía razón y todavía le quedaba mucho que aprender. De manera que se levantaba y recogía la espada, una y otra vez, y se ponía en guardia, una y otra vez, a pesar de que ya no podía ni con su alma. Hasta que Alsan decidió dar por finalizado el entrenamiento, y lo hizo sin una sola palabra de ánimo o apoyo. Jack se quedó allí, de pie, respirando entrecortadamente, pero no dijo nada ni soltó la espada. Únicamente cuando su tutor salió de la habitación y lo dejó a solas, se dejó caer al suelo y se quedó allí, sentado, exhausto, sintiendo que sería incapaz de volver a levantarse.
Acabó por hacerlo, sin embargo. Y, a pesar de ello, después de comer volvió a la sala para entrenar a solas, como el día anterior. Hasta que ya no pudo más.
Así, un día y otro día, y otro día.
Entrenaba hasta el agotamiento. A veces se dejaba vencer por el desaliento, y pegaba patadas a las paredes de la sala hasta hacerse daño, o se echaba a llorar de desesperación, pero nunca cuando estaba Alsan delante, sino cuando entrenaba a solas y sabía que nadie podía sorprenderlo en un momento de crisis. En cuanto se desahogaba, recogía de nuevo su espada y volvía a repetir los movimientos, los ataques, las defensas, los amagos, una y otra vez.
Apenas hablaba con nadie, ni siquiera con Victoria. Estaba tan obcecado con su adiestramiento que casi ni se acordaba de que ella existía. Aunque a veces, cuando el cansancio y el dolor muscular le impedían dormir pensaba en ella. Y deseaba contarle todo lo que le estaba pasando, pero siempre decidía no hacerlo, para no agobiarla con más problemas. Por otro lado, le daba vergüenza admitir que no estaba cumpliendo las expectativas de Alsan, que no merecía pertenecer a la Resistencia, a pesar de todo lo que se estaba entrenando.
Y al día siguiente, con toda puntualidad, se presentaba de nuevo en la sala de prácticas, para volver a mirar a Alsan, desafiante, para tratar de parar sus golpes, para luchar por vencerlo aunque fuera una sola vez, por muy cansado que estuviese.
Hasta que, en una ocasión, no se presentó al entrenamiento porque se quedó dormido. Cuando por fin se despertó y vio la hora del reloj, se levantó a duras penas y se precipitó hacia la sala de prácticas, pero Alsan ya no estaba allí. Lo buscó por toda la casa y no lo encontró, y tampoco a Shail. Hacía un par de días que el mago se había despertado de su sueño curativo, así que Jack supuso que los dos se habrían marchado a una de esas «misiones de reconocimiento» a las que él no estaba invitado. Apretó los puños con rabia. Estaba casi seguro de que, fuera lo que fuese aquello que estaban haciendo, Kirtash no estaba de por medio, porque había revuelo en Limbhad cada vez que la Resistencia detectaba su presencia en algún lugar del mundo. Esta era otra de las cosas que molestaban a Jack, porque parecía claro que aquellas expediciones tan misteriosas no suponían riesgos para ellos. ¿Por qué, pues, seguían manteniéndolo al margen?
Victoria tampoco estaba en Limbhad, de manera que Jack tenía toda la casa para él solo. Se encerró en su habitación durante varias horas, molesto y malhumorado. En esta ocasión ni siquiera tenía ganas de entrenarse. No podía dejar de pensar en que Alsan ya le había demostrado lo inútil que resultaba para la Resistencia y lo pronto que lo matarían si se le ocurría salir de Limbhad. Y Jack podía aceptar no ser bueno con la espada, incluso podría aceptar quedarse en Limbhad el tiempo que hiciera falta… pero haciendo algo, cualquier cosa. Victoria por lo menos poseía habilidades curativas, pero él… ¿qué podía hacer él?
Tal vez lograra ayudar en algo buscando información. Se incorporó de un salto. Sí, eso era. Siempre llegaban tarde para salvar a las víctimas de Kirtash porque no podían estar a todas horas observando el mundo a través del Alma para ver qué hacía su enemigo. Quizá él pudiera ocuparse de esa parte… si es que sabía cómo hacerlo.
Dudó. Nunca lo había intentado, en realidad, y se preguntó si el Alma estaría dispuesta a mostrarle lo que él quisiera ver. No costaba nada probar, de todas formas.