8
El dragón y el unicornio
Shail suspiró y miró a Jack, que se había sentado en el sillón con gesto hosco y jugueteaba con un cordón, enrollándolo y desenrollándolo en torno a sus dedos, buscando liberar de alguna manera la tensión. La Dama se acercó a él, pero Jack la apartó de sí, malhumorado, y el animal, ofendido, fue a refugiarse en el regazo de Victoria.
El muchacho no le había dirigido la palabra a Shail desde que regresaron de aquella desastrosa expedición al Sahara. El mago no podía culparlo.
Entre los dos, Victoria se mostraba incómoda. También ella estaba preocupada por Alsan y dispuesta a hacer lo que fuera para rescatarlo, pero, a diferencia de Jack, comprendía que Shail había hecho lo que creía mejor. Aun así, se sentía entre dos fuegos.
El mago se aclaró la garganta.
—Bien, eh… escuchad, estamos en una situación muy delicada. Tenemos que rescatar a Alsan. Pero no sé si debemos.
Jack alzó la mirada para clavarla en él.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que Kirtash está esperando que vayamos a rescatar a nuestro amigo…
—Eso sí queda algo que rescatar —cortó Jack con amargura.
—Alsan es un prisionero muy valioso, Jack —intervino Victoria—. Por eso Kirtash no lo mató cuando lo capturó en la cueva. Además sabe… —vaciló; finalmente concluyó, en voz baja—. Sabe que iremos a salvarlo. Y lo está esperando, está esperando que vayamos para acabar de una vez con todos nosotros… y recuperar el báculo.
—Por eso no deberíamos ir —asintió Shail—. Mirad, no soy muy bueno tomando decisiones. Mi corazón me dice que debemos arriesgarlo todo por recuperar a Alsan. Pero sé que él preferiría morir antes que ver desaparecer la Resistencia.
—Me importa un carajo la Resistencia —replicó Jack, de mal talante—. Yo solo quiero rescatar a Alsan, es mi amigo y no merecía que le traicionásemos como lo hicimos ayer.
Shail acusó el golpe. Abrió la boca para decir algo, pero no fue capaz. Desvió la mirada.
—Jack, eso es injusto —le reprochó Victoria.
—El yan nos traicionó —dijo Shail con suavidad—. Era una trampa. ¡Tenía que haberlo imaginado! Kirtash llegó allí antes que nosotros… imagino que le prometería algo a cambio de ayudarle… De cualquier modo, pudo haber sido peor. Podríamos haber caído todos. Si no hubieseis tenido esa extraña intuición…
Miró a los dos chicos con curiosidad, pero ninguno de los dos estaba de humor como para pensar en ello. Tenían cosas más importantes en la cabeza.
—Estaban solos, Shail —dijo Jack—. Solos Kirtash, el mago y ese yan. Podríamos haber…
—¿Qué, Jack?
—¡Podríamos haber luchado, maldita sea! Ahora, esté donde esté Alsan, será mucho más difícil llegar hasta él.
—Pero la Resistencia…
—¡La Resistencia! —cortó Jack, ácidamente—. ¡Míranos y sé realista, Shail! ¡Solo somos tres! ¿Se puede saber qué estaban pensando vuestros magos idhunitas al enviar solo a dos personas para reunir a los magos exiliados? ¡Por Dios, esta misión estaba condenada al fracaso desde el principio!
Después de haber dicho aquello, Jack se sintió mucho mejor. Aquellas dudas llevaban ya mucho tiempo corroyéndole, pero nunca se había atrevido a expresarlas en voz alta, porque admiraba la inquebrantable fe de Alsan y había llegado a creer en su causa. Ahora que él estaba en peligro comprendía, de pronto, lo mucho que lo echaría de menos si no volvía a verlo. En aquellos meses, el orgulloso príncipe idhunita se había convertido no solo en su tutor y amigo, sino que era para Jack casi como un hermano mayor.
Pero ahora, Alsan no estaba, y Jack no había podido evitar decir lo que pensaba de aquella absurda Resistencia. Miró a su alrededor para estudiar, cauteloso, el efecto que habían producido sus palabras, y se sorprendió del resultado. Victoria miraba a Shail, como pidiéndole permiso para hablar. El mago, en cambio, parecía pensativo, y se mordía el labio inferior.
—Bien… —dijo por fin, algo incómodo—. Lo cierto es que esa no era exactamente nuestra misión.
Jack casi saltó en su asiento.
—¿Qué quieres decir?
Shail se sentó frente a Jack y lo miró a los ojos.
—Nosotros no vinimos aquí para buscar magos exiliados, Jack. Ni siquiera ellos podrían habernos ayudado contra Ashran y los sheks. Pero creo que ya lo sospechabas.
Jack frunció el ceño. Sí, sabía que había algo más, pero nunca había preguntado; o, si lo había hecho, siempre había sido en los momentos más inoportunos, cuando nadie tenía ni tiempo ni ganas de responder.
Sostuvo la mirada de Shail sin pestañear.
—Está bien —dijo con lentitud—. Puesto que hemos decidido sincerarnos, respóndeme: ¿qué hacéis aquí exactamente? ¿Por qué quería Kirtash ese báculo? ¿Quién es Lunnaris?
El mago suspiró y se recostó contra la silla.
—Es una larga historia. ¿Recuerdas lo que te mostró el Alma, el día que llegaste?
—No podría olvidarlo.
—Te hemos contado alguna vez cómo aquella maldita conjunción astral mató en un solo día a todos los dragones y los unicornios. ¿Nunca te has preguntado por qué?
—¿Había una razón?
—Por supuesto: la profecía.
—¿Una profecía?
Shail asintió. Su rostro se ensombreció.
—Los Oráculos predijeron que los sheks regresarían a Idhún de la mano de un puente mortal, una especie de llave que les abriría la Puerta. Y que esa persona sería un mago. Lo cierto es que los Oráculos siempre predicen ese tipo de cosas, así que nadie les prestó mucha atención. El problema no radica en la habilidad de los mensajes, sino en los sacerdotes que deben interpretarlos, ¿entiendes? Los magos y los sacerdotes siempre hemos estado enfrentados. No tenía nada de particular que una o dos veces al año algún Oráculo predijese la llegada de una nueva era oscura provocada por los hechiceros.
»Cuando vimos que la conjunción de los seis astros se estaba produciendo varias décadas antes de lo previsto, empezamos a sospechar que algo andaba mal. Y cuando comenzaron a llegar emisarios de todos los rincones de Idhún, diciendo que los dragones y los unicornios estaban muriendo en masa, supimos que algo de verdad debía de haber en aquella profecía.
»Porque los Oráculos también habían anunciado que solo el fuego de un dragón y la magia de un unicornio unidos lograrían destruir la Puerta y devolver a los sheks a su dimensión.
—¿Quieres decir…? —empezó Jack, sorprendido, pero no llegó a terminar la pregunta.
—Quiero decir que los sheks creían en la profecía y, de alguna manera, sabían que era cierta; por eso invocaron el poder de los astros, para matar a todos los dragones y los unicornios del planeta, antes de que fuese tarde. No sabemos cómo lo consiguieron. Sí conocemos, en cambio, el nombre de ese mago que les franqueó el paso. Ya te lo he comentado en alguna ocasión: se llama Ashran, el Nigromante, y fue elegido por los señores de los sheks para convertirse en su aliado, sumo sacerdote y llave de la Puerta que les permitiría regresar a Idhún. Es un hombre de inmenso poder; sin duda él tuvo mucho que ver con la muerte de los dragones y unicornios en nuestro mundo.
—Entonces, ahora nadie puede derrotarlos —murmuró Jack.
—Ellos pueden —intervino Victoria—. Ellos dos. Están aquí, en alguna parte. Y los estamos buscando.
Jack alzó la mirada hacia Shail, que asintió.
—Yo me vi mezclado en todo aquel asunto por casualidad. Veréis, estaba en el bosque de Alis Lithban, renovando mi magia, cuando oí el estruendo y vi que los seis astros entraban en conjunción… Por supuesto, supe inmediatamente que algo andaba mal. Y lo vi todo claro cuando empecé a descubrir cadáveres de unicornios entre la espesura. Tal vez aún no lo entiendas, Jack, pero en Idhún el unicornio es la única criatura que puede conceder la magia a los mortales. Canalizan la energía del mundo y la entregan a todo ser vivo que rozan con la punta de su cuerno. La muerte de todos los unicornios supone, a la larga, la muerte de toda magia. Por eso me sentí tan aterrado… Y después vi las serpientes en el aire… Fue como si hubiese llegado el fin del mundo.
Shail calló un momento, perdido en sus recuerdos, y después siguió contando su historia…
El joven mago se escondió aún más entre los árboles. La serpiente alada sobrevolaba aquella sección del bosque, una y otra vez, y Shail sospechaba que lo había descubierto.
Hasta aquel momento, Shail solo había visto a los sheks en los libros antiguos de la biblioteca de la Torre de Kazlunn, donde había estudiado. Aquellos monstruos habían sido expulsados del mundo mucho tiempo atrás, gracias a los dragones. Pero los dragones… ¿dónde estaban ahora? ¿Por qué no acudían a luchar contra los sheks?
Shail no tenía la respuesta, porque todavía no sabía lo que estaba sucediendo en otras partes de Idhún, donde los dragones estaban cayendo del cielo, uno tras otro. Solo veía aquella aterradora serpiente alada en el cielo. Había leído en alguna parte que los sheks tenían una extraordinaria sensibilidad para la magia. Sospechaba que, si se atrevía a emplear un hechizo de mimetismo o de invisibilidad, la criatura lo descubriría.
Aguardó, conteniendo la respiración, hasta que finalmente el shek dio una última pasada, rozando las copas de los árboles, se elevó en el aire y se alejó de allí.
Shail prosiguió su avance a través del bosque. Sabía que sería una presa fácil en cuanto saliese a campo abierto, y por ello llevaba todo el día en el bosque, deambulando de un lado para otro. Podría haber intentado teletransportarse lejos de allí, pero algo se lo impedía.
Los unicornios.
Entonces, Shail todavía no había oído hablar de la profecía, pero sabía que nada que resultase tan mortal para los unicornios podía ser bueno. En circunstancias normales, los unicornios no se dejaban ver. Nadie que buscase un unicornio lograría encontrarlo, a no ser que la criatura se mostrase ante él voluntariamente. Y solo los unicornios sabían qué criterio empleaban para escoger a los futuros magos, por qué entregaban la magia a unos y a otros no. Los estudios que se habían realizado sobre el tema no habían aportado ninguna conclusión al asunto. Los unicornios no siempre tocaban a los más listos, a los más fuertes ni a los más honrados. Su elección parecía ser aleatoria.
En cualquier caso, Shail se sentía afortunado. Cuando era todavía un bebé, un unicornio se había acercado a él mientras dormía en su cuna. Nadie lo había visto, pero sus padres se habían dado cuenta enseguida de que el chiquillo había cambiado, y su futuro también. Shail no seguiría los pasos de su padre como comerciante en la próspera Nanettten. Sería enviado a una de las cuatro Torres donde los magos estudiaban su arte.
Shail nunca había vuelto a ver un unicornio desde entonces. Había acudido a Alis Lithban, la morada de los unicornios, porque el bosque respiraba magia por los cuatro costados, y todo mago solía viajar allí de vez en cuando, para renovar su magia. Aunque muy pocos lograban ver un unicornio por segunda vez.
Shail había visto muchos aquel día, pero habría deseado no hacerlo.
Muchos unicornios, todos muertos. Había llegado a ver a uno que caminaba tambaleante bajo la luz de los seis astros. Había corrido hacia él, esperando llegar a tiempo para teletransportarse con él a alguna de las Torres, donde tal vez magos de más nivel lograsen salvarle la vida. Pero el unicornio tropezó y cayó, y cuando Shail llegó a su lado, ya estaba muerto.
Había seguido vagando durante toda la mañana, buscando unicornios vivos, pero no había tenido suerte. Y cuando ya empezaba a pensar que su búsqueda era en vano, el milagro se produjo.
Fue poco después de que la serpiente alada se alejase de él. Vio un hada llamándole la atención desde los arbustos, cosa que tampoco era corriente; pues, si bien las hadas eran más fáciles de sorprender que los unicornios, no disfrutaban de la compañía de los humanos, y por lo general no deseaban tratos con ellos.
Shail siguió al hada hasta un escondrijo debajo de unos arbustos.
Y entonces la vio.
Era un unicornio hembra, muy joven, tal vez recién nacida. Se había acurrucado bajo el follaje y temblaba. Un grupo de hadas, duendes, gnomos y demás criaturas de los bosques se había reunido en torno a ella, y la observaban, en silencio.
—Tienes que salvarla —dijo un gnomo, volviendo hacia Shail su cabeza gris.
—Ella es la última —suspiró una dríade, que contemplaba la escena desde su encina, pesarosa.
—¿La última? —repitió Shail.
—El último unicornio —señaló un viejo duende—. Si ella muere, la magia morirá en el mundo.
Shail se acercó a ella, sobrecogido. La criatura abrió los ojos y lo miró. El joven mago supo, en lo más íntimo de su ser, que jamás olvidaría aquella mirada.
—Llévatela —dijeron las hadas—. Llévatela lejos de aquí.
Shail envolvió al unicornio en su capa. Ella estaba tan débil que no opuso resistencia.
—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó—. No puedo teletransportarme a la Torre de Kazlunn, está muy lejos; y si lo intento de cualquier otra manera no llegaremos a tiempo.
Las hadas no dijeron nada, pero formaron un círculo en torno a él y empezaron a entonar una canción sin palabras. Shail sintió que un torrente de magia feérica recorría su ser, uniéndose a su propio poder, y supo que podría lograrlo.
—Vete, mago —susurraron las hadas—. Llévatela de aquí.
Shail asintió y se concentró en la Torre de Kazlunn. La energía que le habían proporcionado las hadas seguía allí, vibrante, límpida y resplandeciente, y no pensaba desaprovecharla.
En el último momento, cuando su cuerpo y el del pequeño unicornio comenzaban a difuminarse, percibió una sombra que se abalanzaba hacia ellos desde las alturas, y un viento gélido sacudió el claro. Las hadas palidecieron, y las más pequeñas gritaron de terror.
—No te preocupes —susurró una de las mayores—. Márchate. Ponla a salvo.
Con un nudo en el estómago, Shail completó el conjuro. El shek se precipitó sobre el círculo de hadas, pero el mago y el unicornio ya se habían marchado.
—La llamé Lunnaris —recordó Shail—. Es un nombre un poco obvio para un unicornio, puesto que significa «Portadora de Magia», y, en realidad, todos los unicornios lo son. Pero ella era el último. Por eso, en el fondo, no podía llamarse de otra manera.
En la Torre de Kazlunn, Shail descubrió que se había convertido en un héroe. Los líderes de la Orden Mágica se habían reunido con el Padre de la Iglesia de los Tres Soles y la Madre de la Iglesia de las Tres Lunas para tratar de encontrar una solución al gravísimo problema que amenazaba Idhún. Se habían acordado de la profecía. Y habían llegado a la conclusión de que, costara lo que costase, había que salvar al menos a un dragón y a un unicornio. Habían hecho un llamamiento para que todos colaborasen en la búsqueda.
Y Shail lo había logrado sin saber realmente lo que estaba en juego.
Las noticias que le recibieron allí eran aterradoras.
—Todo Awinor está ardiendo en llamas —le contaron—. Los dragones caen del cielo, uno tras otro, envueltos en fuego. Los incendios que están provocando son incontrolables. Muy pronto, la tierra de los dragones habrá muerto con ellos.
—Cientos de sheks cubren los cielos de Idhún, y se dice también que un ejército de espantosos hombres-serpiente ha invadido Raheld desde el norte.
—No queda un solo dragón con vida. Ni uno solo.
Shail escuchaba todo esto con honda preocupación. Sabía que los Archimagos estaban preparando un rito especial, muy complejo, pero no tenía idea de en qué consistía.
Entonces llegó Alsan.
Todos los caballeros de Nurgon, junto con nobles, aventureros, héroes y mercenarios de todas las razas y de todos los reinos, habían sido movilizados en la búsqueda de dragones y unicornios. Los hechiceros los habían transportado hasta Awinor mediante la magia, pero todos volvían con las manos vacías.
Por eso la llegada de Alsan, príncipe heredero de Vanissar, con una pequeña cría de dragón dorado en los brazos, causó un gran revuelo.
—Nunca me ha hablado de cómo ni dónde lo encontró —comentó Shail—. No se lo dijo a nadie. Pero lo importante es que allí estaban los dos, mi pequeña Lunnaris y el dragoncito. No llegamos a averiguar por qué ellos habían resistido más que los demás. Tal vez por ser tan jóvenes. Pero el caso es que llegaron moribundos a la Torre de Kazlunn, y no teníamos mucho tiempo.
—¿Qué pasó entonces? —preguntó Jack, estremeciéndose. Por alguna razón, la historia le conmovía profundamente.
—Debíamos llevarlos a un lugar seguro, un lugar donde la luz de los seis astros no los alcanzase, al menos hasta que la conjunción hubiese acabado. Pero no teníamos ni la más remota idea de cuánto duraría. Y, por otro lado, no existía tal lugar en Idhún. Así que los magos pensaron…
—… ¡que podrían enviarlos aquí! —adivinó Jack, sorprendido.
Shail asintió.
—Sabemos que hay muchos mundos. Pero sabemos también que en la Tercera Era los magos abrieron un canal de comunicación con la Tierra. Ese canal seguía abierto.
»En circunstancias normales, pocos magos se atreverían a realizar el viaje. La mayoría no había vuelto para contarlo, y los que había regresado contaban cosas aterradoras. Pero no teníamos otra salida.
»Cuando parecía claro que todos aquellos acontecimientos extraordinarios anunciaban la llegada de una nueva Era Oscura a Idhún, muchos hechiceros abrieron la Puerta por su cuenta y escaparon. Pero ellos no eran importantes. No lo eran tanto como nuestro dragón y nuestro unicornio.
»Los hechiceros más poderosos de la Orden los enviaron a través de la Puerta interdimensional. Cuando la conjunción pasó, y los astros volvieron a sus posiciones habituales, llegó la hora de traerlos de vuelta. Alsan y yo nos ofrecimos voluntarios. No en vano los habíamos llevado a la torre; además, yo me había encariñado con Lunnaris, y me consideraba responsable de ella.
Hizo una pausa, Jack esperaba, atento.
—El viaje no salió exactamente como esperábamos. Cuando atravesamos el umbral, súbitamente, la Puerta interdimensional se cerró tras nosotros.
—¿Qué quiere decir eso?
—Ashran y los sheks habían descubierto que se les habían escapado un dragón y un unicornio, por no hablar de varias docenas de magos lo bastante competentes como para viajar a otro mundo. Suponemos que tomaron el control de la Puerta. Tal vez destruyeron la Torre de Kazlunn y a todos sus moradores. No podemos saberlo, porque no podemos volver.
Jack respiró hondo, intentando asimilar toda aquella información.
—Los problemas no acabaron ahí. La Tierra era un mundo inmenso y, por si fuera poco, Ashran envió a Kirtash tras nosotros, para destruir a los únicos que podrían, en un futuro, acabar con él. Llevamos tres años buscando en la Tierra a un dragón y un unicornio. Sabemos que están vivos, en algún lugar, porque Kirtash también los está buscando… para matarlos. Nuestra verdadera misión consiste en encontrarlos y salvarles la vida para que la profecía pueda cumplirse. Ya lo hicimos una vez… y debemos hacerlo de nuevo.
Hubo un silencio. Jack meditaba toda aquella nueva información. Se volvió entonces hacia Victoria.
—Tú lo sabías, ¿verdad?
Ella asintió.
—Yo le había hablado de Lunnaris —dijo Shail—. Quien ve a un unicornio, Jack, no lo olvida jamás. Yo no he logrado olvidar a Lunnaris, y haría lo que fuera para encontrarla antes de que lo haga Kirtash. No se trata solo de que ella sea la última esperanza para Idhún. Es una cuestión personal.
—Además —añadió Victoria—, se supone que yo tengo que haberla visto en algún momento.
—¿Por qué? —preguntó Jack, confuso.
—Porque soy una humana nacida en la Tierra —explicó Victoria— y, sin embargo, soy también una semimaga. Esto quiere decir que he visto a un unicornio… lo malo es que no lo recuerdo.
—Si Lunnaris está en este mundo —asintió Shail—, puede que haya personas que ya la hayan visto. Y que, debido a ello, posean cierta sensibilidad para la magia. O puede, incluso, que la propia Lunnaris haya consagrado a más hechiceros aquí. En la tierra no hay magos, Jack, ya te lo dijimos el primer día. Solo están los que llegaron de Idhún… y aquellos que hayan tenido algún tipo de contacto con nuestro unicornio perdido.
Victoria desvió la mirada.
—¿Y el báculo…? —preguntó Jack, para cambiar de tema y evitar que su amiga siguiera pensando en ello.
—El báculo fue creado por los unicornios —explicó Shail—. Y, por tanto, podría llevarnos hasta Lunnaris. Por eso era fundamental que lo encontrásemos antes que Kirtash. Y por eso en ese momento era más importante… poner el báculo fuera de su alcance que salvar la vida de Alsan. Si Lunnaris muere… o si lo hace el dragón que Alsan encontró… ya no habrá esperanza para nuestro mundo.
—Comprendo —asintió Jack, pesaroso.
—Tal vez Elrion disfrute asesinando magos, pero para Kirtash eso es solo secundario. Su principal misión aquí en la Tierra es encontrar al dragón y el unicornio y matarlos para evitar que se cumpla la profecía.
—Quizá por eso quería vivo a Alsan —intervino Victoria—, y probablemente, también a ti, Shail. Vosotros dos encontrasteis al dragón y al unicornio la primera vez. Podríais darle alguna pista.
—Pero no tenemos ninguna pista. He estudiado los mitos de los habitantes de la Tierra. El dragón es común a todas las culturas. El unicornio solo se halla en algunas de ellas. Pero, de todos modos, siguen siendo… mitos —miró a Jack a los ojos—. Con franqueza, no esperábamos encontrarnos un mundo como este. Superaba todas nuestras previsiones. Habíamos empezado a creer que nunca los encontraríamos, cuando, gracias a ti, descubrimos el Libro de la Tercera Era y la existencia del Báculo de Ayshel.
—No gracias a mí —susurró Jack—. Kirtash nos estaba esperando, ¿verdad? Eso quiere decir que sabía que acudiríamos. Ese CD… no se le pasó por alto. Parrell no era idhunita. Fue Kirtash quien dejó el disco allí, a propósito, para que nosotros lo encontrásemos. Sabía que tal vez a la policía no le llamaría la atención una carátula con la imagen de un dragón… pero a nosotros sí, porque es lo que andamos buscando. Y caímos en la trampa. O sea… que fue culpa mía.
—Gracias a ti —repitió Shail con firmeza—, Kirtash no tiene el báculo, y Lunnaris sigue a salvo, de momento.
Jack no dijo nada. Shail lo miró fijamente y vio que el muchacho estaba pálido. La historia de la profecía le había impresionado más de lo que ninguno de ellos había imaginado.
Shail se levantó y colocó una mano sobre el hombro del chico.
—Creo que necesitas descansar, Jack —hizo una pausa y luego añadió—: Todos lo necesitamos, en realidad.
Jack reaccionó y alzó la cabeza para mirarlo.
—¿Y qué hay de lo de Alsan?
Shail negó con la cabeza.
—Os necesito al cien por cien, con la mente despejada y despierta, o cualquier plan que tracemos tendrá altas posibilidades de salir mal.
—Eso es verdad —admitió Jack, con un suspiro.
Lo cierto era que se sentía terriblemente cansado, como si hubiera envejecido varios años de repente.
Se levantó para dirigirse a su habitación. Cuando pasó junto a Shail, este le dijo en voz baja:
—Sospecho que Kirtash no se equivocó contigo. Algo de sangre idhunita debe de correr por tus venas, Jack, porque has sido capaz de comprender por fin la tragedia que vive Idhún, y mucho mejor que cualquier terráqueo.
Jack no respondió.
Cuando llegó a su cuarto, se derrumbó sobre la cama, completamente vestido, y se le cerraron los ojos sin darse cuenta. Estaba agotado. No sabía por qué, pero era así.
Su mente pronto abandonó la consciencia para sumergirse en un extraño sueño plagado de dragones que caían del cielo envueltos en llamas, bajo un extraño cielo en el que brillaban tres soles y tres lunas entrelazados en una insólita conjunción. Él avanzaba a caballo a través de un desierto, entre huesos carbonizados de dragones…