2
Limbhad
La casa estaba silenciosa y oscura. Jack se sentía débil, pero quería escapar de allí, costara lo que costase. Se aferró a aquel pensamiento: escapar de allí. Si estaba ocupado haciendo algo, se distraería y no pensaría en…
Se le revolvió el estómago de nuevo, recordando la pesadilla que había vivido aquella noche. Parpadeó para contener las lágrimas. No iba a volver a llorar, ahora no. Necesitaba tener la mente clara.
Descubrió que el edificio tenía una arquitectura extraña: estaba conformado por un gran cuerpo central con forma redondeada, cubierto por una cúpula. A su alrededor se abrían pequeñas habitaciones que reproducían la misma forma de iglú, como medias burbujas rodeando a una media burbuja mayor. Encontró por fin la puerta principal, en forma de óvalo, que conducía a un pequeño y silencioso jardín. Pero estaba cerrada.
Jack sacudió la aldaba, furioso y desesperado, y terminó pegándole una patada a la puerta. Se hizo daño, pero se sintió mucho mejor. Siguió explorando la casa, en busca de una manera de salir de allí.
Logró curiosear en varias habitaciones, pero otras se las encontró cerradas con llave. Pronto descubrió que las ventanas estaban cerradas con algo parecido al cristal, pero mucho más flexible, que se abombaba si lo empujaba con el dedo. Sin embargo, no encontró la manera de abrirlas, y tampoco logró romperlas. Aquella sustancia parecía de goma, pero era tan ligera y transparente como el más fino cristal.
Se topó con una amplia escalera de caracol que conducía al piso de arriba, y decidió subir. La escalera desembocaba ante una enorme puerta cubierta de extraños símbolos, que estaba también cerrada. A la izquierda se abría una puerta más pequeña que daba a una amplísima terraza, con forma de concha, que cubría todo un lado del edificio.
Jack salió al exterior y cruzó la terraza para asomarse a la balaustrada, de formas suaves y ondulantes. Debajo había un jardín y, más allá, otro edificio más pequeño que reproducía la misma arquitectura de la casa principal. Estaba, sin embargo, coronado por una alta aguja que se alzaba en su centro.
Jack parpadeó, sorprendido. Algunas de las estructuras que había visto desafiaban la lógica de la arquitectura convencional, parecían contradecir a la misma ley de la gravedad. Y, sin embargo, allí estaban, elevándose sobre el suelo, orgullosas, firmes y seguras.
Miró hacia el horizonte. Vio un pequeño bosque, pero también distinguió los picos de una sierra detrás de los árboles. Se volvió en todas direcciones, esperando vislumbrar la claridad que denotaba la proximidad del amanecer, para orientarse de alguna manera.
No la encontró.
—Qué raro —murmuró para sí mismo—. ¿Por qué no se hace de día? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Buscó la luna en el cielo, pero tampoco la vio. Volvió a asomarse a la balaustrada, preguntándose si podría saltar desde allí; pero finalmente cambió de idea: estaba demasiado alto, y lo único que conseguiría sería hacerse daño. Quizá lo mejor sería volver al piso inferior e intentar escapar de otra manera. Se apresuró, por tanto, a entrar de nuevo en el edificio.
Pero, cuando volvió a pasar por delante de aquella enorme y elegante puerta, esta se abrió con un chirrido.
Fueron apenas unos centímetros, pero Jack se sobresaltó. No había nadie cerca. Se encogió de hombros, pensando que habría sido una ráfaga de aire, y no lo dudó más: entró.
Se halló en una enorme sala circular de altas paredes cubiertas por estanterías llenas de libros antiquísimos. En el centro de la habitación había una gran mesa redonda de madera vieja, rodeada de seis sillones bellamente tallados. Jack se acercó a examinar la mesa. Su superficie estaba grabada con los mismos símbolos extraños, que se entrelazaban con raros dibujos de animales mitológicos y criaturas que no había visto nunca. En el centro de la mesa había una hendidura circular ligeramente iluminada. Jack alzó la mirada y vio que justo encima, en el techo de la estancia, se abría un tragaluz redondo, por el que se filtraba la suave luz de las estrellas. En él había una vidriera en la que se distinguían las figuras de tres soles y tres lunas.
Jack retrocedió instintivamente, aterrado sin saber por qué. Se detuvo y obligó a su corazón a calmarse. ¿Qué era lo que lo había alterado de aquella manera?
Avanzó de nuevo y volvió a mirar hacia arriba. La vidriera no tenía nada de especial. Tres soles dispuestos en forma de triángulo. Tres lunas colocadas de manera que hacían la figura de un triángulo invertido. Ambos triángulos estaban entrelazados, y las líneas de cristal que unían los astros entre ellos formaban… la figura de un hexágono.
Jack dio un respingo y volvió a coger el colgante de victoria, que todavía llevaba al cuello, para observarlo con atención, pero la oscuridad le impidió verlo con claridad.
—Ojalá hubiese algo de luz —murmuró para sí mismo, frustrado.
Y de pronto hubo un susurro y un chasquido, y una luz cálida y cambiante inundó la estancia. Jack saltó como si lo hubiesen pinchado y miró a su alrededor. Había seis antorchas encendidas colocadas a lo largo de la pared circular.
—¿Quién anda ahí? —preguntó, tratando de controlar los alocados latidos de su corazón—. ¿Eres tú, Shail?
No hubo respuesta. Nada se movió. Solo la luz fantasmal de las antorchas temblaba y se agitaba, produciendo sombras inquietantes en la habitación.
Jack frunció el ceño y se centró en el colgante. Un hexágono como el del lecho. ¿Qué significaría aquello?
Volvió a mirar el tragaluz. Los seis astros relucían enigmáticamente, provocando en su interior una extraña inquietud. Tenía la sensación de que aquello lo había visto antes…
… En un cielo extraño y terrorífico envuelto en una luz del color de la sangre.
Jack se sobresaltó. ¡Ahora lo recordaba! Aquel sueño en el que salía la serpiente gigante… recortada contra un ominoso cielo rojizo. ¿Pero qué significaba todo aquello? ¿Qué tenía que ver aquel signo con él, con sus sueños, con la muerte de sus padres?
Se inclinó hacia delante para mirar mejor las figuras de cristal del tragaluz y sin darse cuenta apoyó las manos sobre la mesa.
Y súbitamente un intenso haz de luz surgió de la hendidura del centro de la mesa, un haz de luz multicolor que se elevaba como una columna brillante hacia la claraboya de los seis astros. Jack, sobresaltado, dio unos pasos atrás, trastabilló y cayó al suelo. Quedó sentado sobre las baldosas, con la boca abierta, mientras ante él se desarrollaba una escena asombrosa.
Las luces que salían de la mesa habían comenzado a girar como en un torbellino, mezclándose y entrecruzándose, generando colores extraños y sorprendentes. Giraron y giraron hasta formar una brillante esfera de color verde azulado.
Jack tardó unos segundos en comprender que estaba viendo un planeta. Pensó al principio que era la Tierra, pero entonces las luces se definieron y el holograma se hizo más perfecto, y Jack vio que aquella geografía le resultaba completamente desconocida. Descubrió otras tres pequeñas esferas girando en torno a la mayor, y otras tres más grandes que quedaban quietas un poco más allá.
«Los soles y las lunas», pensó Jack, tragando saliva.
Las esferas giraron de pronto más deprisa, y Jack tuvo la sensación de que el planeta se hacía cada vez más grande, hasta cubrirlo todo. Era como si se estuviese acercando allí a toda velocidad. Cerró los ojos, mareado, pero los abrió casi enseguida.
Y se vio, de alguna manera, allí.
No estaba sobre su superficie, pero era como si la sobrevolase. Era una sensación maravillosa, y se sintió exultante de felicidad. Desde niño había estado obsesionado con volar, y una de las experiencias vitales que recordaba con más cariño era el vuelo en avioneta con que le había obsequiado un amigo de su padre, que era piloto, cuando vivían en Inglaterra.
Pero allí no había ninguna avioneta. Estaba solo él, flotando en el cielo, surcando el firmamento. Decidió disfrutar del vuelo y no estropearlo planteándose qué estaba sucediendo exactamente.
Vio verdes prados y suaves colinas, vio frías estepas altísimas cordilleras, vio un desierto un poco más allá (se estremeció sin saber por qué), vio un mar infinito, vio ciudades de arquitecturas extrañas y fantásticas (y algunas le recordaron la casa de Limbhad), vio impetuosos torrentes y hermosos y tranquilos lagos… pero, sobre todo, vio los bosques, interminables extensiones de enormes árboles que parecían rozar las nubes.
Y vio las criaturas.
Había animales corrientes, como ovejas y caballos, pastando por las praderas, pero también seres que él no había visto nunca. Extraños pájaros de coloridos plumajes le salían al encuentro y bestias que él había jurado que no existían alzaban la cabeza para mirarle desde las llanuras y los claros de los bosques.
Jack estaba cada vez más confuso. Estaba preguntándose cómo podría despertar de aquel sorprendente sueño cuando los vio.
El primero de ellos pasó junto a él y lo miró extrañado, pero con un destello de sabiduría en sus ojos dorados. Jack, aterrado, quiso retroceder, y la criatura emitió un gruñido que sonó como una especie de risa.
Tras él aparecieron tres más. Parecía que bajaban desde detrás de las nubes, por eso no los había visto hasta entonces. Sus escamas relucían al sol como piedras preciosas bruñidas y destellantes, Sus poderosas alas batían el aire provocando remolinos a su alrededor. De entre sus fauces se escapaba, ocasionalmente, alguna voluta de humo.
Dragones.
Enormes, magníficos, aterradores y hermosos. Bestias míticas que solo existían en las leyendas y en la imaginación de la gente.
Jack se sintió inmediatamente fascinado por ellos. Quiso seguirlos, pero ya estaban muy lejos. Se quedó quieto, mirando cómo se alejaban hacia la luz de la mañana.
De pronto le pareció oír un rugido y entendió, de alguna manera, que se trataba de una advertencia. Vio que los dragones se habían detenido un poco más allá. Intuyó que algo no estaba saliendo bien.
Las cuatro extraordinarias criaturas, suspendidas en el aire, contemplaban un espectáculo terrorífico: las tres lunas habían emergido por el horizonte y se movían con una rapidez anormal, alzándose hacia lo alto del firmamento, al encuentro de los tres soles. Jack contempló, fascinado y aterrorizado a la vez, cómo los seis astros se entrelazaban en una conjunción asombrosa que, intuyó el muchacho, no se daba muy a menudo. Aguardó, conteniendo el aliento, a que formasen la figura que sabía que iban a dibujar en el cielo: un hexágono perfecto. Y, de pronto, algo terrible sucedió. La primera señal fue una especie de sonido atronador que sacudió cielo, tierra y mar. La segunda señal fue el tono rojo sangre que comenzó a adquirir el firmamento. La tercera señal fue el terror de los dragones. Jack los vio dar media vuelta en el aire y huir, desesperados; huir, no importaba dónde, a cualquier parte, a cualquier parte… El primer dragón cayó a tierra como un proyectil, envuelto súbitamente en llamas. El segundo y el tercero no tardaron en correr la suerte de su compañero. El cuarto dragón se volvió para ver lo que había sucedido y lanzó un grito de dolor, impotencia y muerte.
Batió las alas, tratando de escapar…
… a un lugar, comprendió Jack, un lugar donde el poder destructor de los seis astros no lograse alcanzarlo.
No lo consiguió. También estalló en llamas, igual que los demás.
Jack ahogó un grito y bajó tras él, para socorrerlo… Tuvo que frenar su descenso bruscamente para no ser engullido por el fuego del cuerpo de la criatura. Un viento huracanado lo llevó lejos, lejos, dando vueltas sobre sí mismo… Cuando quiso darse cuenta, caía en picado sobre el bosque. Le bastó desear detenerse para lograrlo.
Entonces algo rápido y silbante pasó como una flecha junto a él, y Jack se estremeció sin poder evitarlo. Entrevió un cuerpo escamoso entre las nubes y pensó que se trataba de otro dragón; pero cuando la criatura se alzó frente a él se dio cuenta de lo equivocado que estaba.
Era una gigantesca serpiente. Su larguísimo cuerpo ondulante daba la impresión de estar rodeándolo por todas partes; se sostenía en el aire mediante dos enormes alas membranosas, como de murciélago, que parecían cubrir el firmamento. Unos ojos irisados lo miraban desde una cabeza triangular en la que, sin embargo, lo que más destacaba eran unos colmillos letales y una lengua bífida que producía un horrible siseo…
La misma serpiente de sus sueños.
Jack retrocedió con un grito e intentó mirar hacia cualquier otra parte. Fue entonces cuando descubrió que todo el cielo estaba cubierto por las figuras de miles de serpientes aladas, todo un ejército, que se abatían sobre aquel hermoso mundo, ahora envuelto en una luz rojiza que no presagiaba nada bueno.
Jack se dio la vuelta y tropezó de nuevo con la serpiente, y esta vez no pudo dejar de fijarse en sus ojos…
Gritó.
—¡Jack!
Jack abrió los ojos y se incorporó de un salto, muy confuso. Ante él estaban los ojos de la serpiente… no, los ojos de Victoria, que lo miraba preocupada.
—¿Qué… qué ha pasado? —murmuró, aturdido, en cuanto se dio cuenta de que seguía en la sala de las antorchas.
Victoria retrocedió un poco y Jack miró a su alrededor. Sobre la mesa todavía se alzaba aquella extraña esfera de luz, y en ella relucían aún los ojos de la serpiente… Temblando, Jack vio cómo aquella mirada se desvanecía lentamente entre las luces cambiantes.
—Las odio —murmuró, estremeciéndose—. Odio las serpientes.
—Lo has visto —susurró Victoria—. Has visto lo que pasó en Idhún.
Jack se volvió hacia ella.
—¿Quieres decir que eso que he visto era Idhún?
La chica asintió. Se agachó para coger en brazos a la gata, que se ocultaba tras ella, intranquila.
—Tampoco yo lo creía al principio. Me pasó como a ti, que no recordaba nada. Pero después de haber visto lo que tú, tuve una sensación de… familiaridad…
—No pretenderás decirme —interrumpió Jack— que ese lugar, Idhún, es otro… otro mundo. Con dragones, y todo eso.
—Eso es exactamente lo que intento decirte —susurró Victoria—. El Alma te acaba de mostrar algo que sucedió hace tres años: cómo ellos utilizaron la magia de la conjunción de los tres soles y las tres lunas para sus propios fines y lograron que muriesen los dragones y los unicornios, para así poder regresar a Idhún y hacerse con el poder…
—¿Ellos?
—Las serpientes aladas. Los sheks, como se llaman a sí mismos —susurró Victoria, atemorizada—. Ahora nuestro mundo está bajo su tiranía. Las has visto, ¿verdad?
Jack temblaba con violencia.
—No puede ser —susurró—. No puede ser. Había visto antes esas serpientes, las he visto en mis sueños… en mis pesadillas. Pero ¿cómo es posible?
Victoria desvió la mirada antes de decir, a media voz:
—Algunos hechiceros idhunitas lograron escapar hacia la Tierra justo después de la invasión. Pero las serpientes, por medio de Kirtash, los están asesinando a todos.
Jack se dio cuenta entonces de que estaba escuchándola con atención, turbado, y sacudió la cabeza.
—Espera… ¿has dicho… hechiceros? ¿Quieres decir… magos? Pero…
—Shail es un mago —cortó ella—. Tú lo has visto aparecer y desaparecer en el aire, como si nada. ¿Cómo crees que te salvó de Kirtash? Se teletransportó contigo en sus mismas narices. Llegó con Alsan de Idhún hace tres años, pero está tan fascinado con la tecnología de la Tierra que ha tratado de aprender todo lo que ha podido. ¿Cómo piensas tú que funcionan aquí el ordenador, la luz, los electrodomésticos, si no hay instalación eléctrica?
Jack abrió la boca para replicar, pero se detuvo, perplejo, recordando cómo había buscado interruptores por toda la casa y no los había encontrado.
—Shail trajo todos esos trastos, aunque a Alsan no le hacía gracia. Los hace funcionar mediante la magia. Tenía la teoría de que toda magia es energía canalizada, y la demostró con creces, ya ves.
—Energía canalizada —repitió Jack, estupefacto.
Victoria asintió.
—Los seres humanos de la Tierra han dejado morir la magia, pero en Idhún corre por las venas de muchas criaturas. Y aquí, en Limbhad, tenemos lo mejor de ambos mundos.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que no te encuentras en tu mundo ahora mismo. Limbhad, en idhunaico antiguo, significa «la Casa en la Frontera». Se halla en una especie de pliegue espacio-temporal entre Idhún y la Tierra. Es pequeño; es un micro-mundo que se acaba donde terminan esas montañas que puedes ver desde la ventana. Aquí el tiempo está detenido; siempre es de noche. Solo algunos magos idhunitas sabían cómo llegar hasta aquí, por eso es completamente seguro.
Jack se irguió, todavía temblando.
—Esto no puede estar pasando. Seguro que todo es una pesadilla, una alucinación… no es real. Tengo… tengo que volver a casa.
Y, antes de que ella pudiese detenerle, Jack salió de nuevo al balcón, corrió hasta la balaustrada y se subió a ella con decisión.
—¡Espera, no lo hagas, te harás daño! —lo llamó Victoria.
Pero él no hizo caso. Saltó, sin dudarlo, hasta el jardín.
Fue una dura caída. Sintió que se torcía el tobillo y luego rodó por el suelo, hiriéndose dolorosamente en el codo. Se levantó a duras penas y miró hacia arriba. Vio a Victoria asomada a la balaustrada, mirándolo preocupada. Le hizo una señal de despedida, con gesto torvo.
Era libre.
Hundió la cabeza entre las manos, desolado. No podía ser cierto, no podía serlo. Aquello no era más que una pesadilla, pensó por enésima vez.
Había tardado un buen rato en atravesar el pequeño bosque y llegar a uno de los picos rocosos, que tampoco eran muy altos. Se había alzado sobre la cima, agotado y herido, pero triunfante, y había mirado más allá, esperando ver las luces de alguna población, o la forma serpenteante de alguna carretera.
Y se había topado con algo aterrador.
Nada.
Absolutamente nada.
No era una nada hecha de negrura, ni de sombras, ni de niebla penetrante. Tampoco era un desierto infinito, ni una estepa interminable, ni un océano sin fin.
Era, simplemente, nada.
Como una especie de barrera invisible que no le permitía seguir más allá. Y si miraba un poco más lejos, veía…
No habría sabido explicarlo. Era como un torbellino que giraba lenta y silenciosamente. Limbhad estaba en su centro, inmóvil, un pequeño mundo de apenas unos kilómetros cuadrados de extensión, en los que solo cabía un bosque, un arroyo, una cadena de pequeños picos montañosos, una explanada, un pedazo de cielo estrellado.
Justo como había dicho Victoria.
—Lo siento —dijo una voz junto a él, con suavidad—. Comprendo que no te sea fácil aceptarlo, al menos al principio.
Jack se volvió y vio a la propia Victoria. El chico la miró como si fuese un fantasma.
—¿Me has seguido?
Ella asintió. Jack dejó caer la barbilla entre las manos, abatido.
—Estás herido —dijo entonces Victoria en voz baja.
Jack se encogió de hombros. Todo le daba igual. Por eso permitió que ella le cogiese la mano para examinarle los arañazos que se había hecho al caer desde la terraza.
Pero, pese a todo, no estaba preparado para lo que sucedió a continuación. De pronto hubo un suave resplandor y notó un cosquilleo en la mano, un cosquilleo que le subió por el brazo hasta el codo herido.
—¡Eh! —exclamó Jack, separándose bruscamente del contacto de su compañera.
Ella sonrió de nuevo.
—Mírate las manos.
Jack lo hizo, y descubrió, atónito, que no tenía un solo rasguño.
—¿Cómo…? —La miró con incredulidad—. ¿Lo has hecho tú?
Victoria no contestó, pero volvió a sonreír. Tomó con suavidad el rostro de Jack entre sus manos y lo miró a los ojos. El muchacho empezaba a estar francamente fascinado. Las miradas de los dos se encontraron un momento, los ojos verdes de Jack, los ojos oscuros de Victoria, y ambos sintieron algo extraño, una rara intimidad, como si se conociesen desde siempre. Victoria apartó la mirada y rompió el contacto visual, pero no retiró la mano. Rozó con la punta de los dedos un arañazo que Jack tenía en la mejilla y que se había hecho con una rama mientras atravesaba el bosque. De sus dedos brotó algo cálido y Jack volvió a sentir ese cosquilleo agradable. Cuando los dedos de ella se retiraron, Jack se palpó la herida y descubrió que ya no la tenía. Maravillado, volvió a prestar atención a Victoria, que ahora examinaba su tobillo. Sin necesidad de quitarle la zapatilla repitió el proceso, y el dolor remitió.
Jack se la quedó mirando.
—¿Cómo sabías que me dolía el tobillo?
Ella rió, con picardía.
—He visto que cojeabas del pie derecho cuando te has marchado hacia el bosque. Eso sí que no tiene ningún misterio.
Jack sonrió.
—¿Qué más cosas puedes hacer? —preguntó, interesado.
Pero Victoria se miró las manos, desconsolada.
—Lo cierto es que no mucho —confesó—. Mis poderes curativos solo alcanzan heridas superficiales la mayoría de las veces. No puedo hacer grandes milagros. Pero estoy intentando aprender. Shail me está enseñando.
—Dijiste que Shail y Alsan habían venido desde Idhún —recordó Jack—. ¿Y tú?
Victoria tardó un poco en responder.
—Yo no conocí a mis padres —dijo finalmente—. Me crié en la Tierra, en un orfanato. Ahora vivo con mi abuela, es decir, la mujer que me adoptó. No sé si mis padres fueron o no idhunitas —le miró—. Por eso mi caso es especial. No hay magos en la Tierra, ¿sabes? Los pocos que había procedían de Idhún, y Kirtash los está aniquilando, uno a uno.
Jack sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal.
—¿Por eso atacó Kirtash a mis padres? —preguntó en voz baja—. ¿Porque pensaba que eran… magos… fugados de Idhún?
Victoria lo miró en silencio. Jack tenía la cabeza gacha, el cabello revuelto, la mirada perdida en algún punió del suelo y un aspecto desconsolado que la conmovió profundamente.
—Shail me lo ha contado —susurró—. Lo siento muchísimo.
Jack volvió la cabeza para no mirarla. Victoria vio que sus hombros se convulsionaban ligeramente, y se acercó a él, indecisa. Se atrevió a tocarle el brazo.
—Jack, yo… —empezó, pero no pudo continuar. El chico se había echado a llorar y, aunque parecía evidente que le daba vergüenza que una desconocida lo viera en aquella situación, también estaba claro que necesitaba desahogarse con alguien. Victoria intentó abrazarlo, con torpeza, sin saber muy bien qué hacer, Jack apoyó la cabeza en su hombro, agradecido, y siguió llorando allí un buen rato. La chica intentó susurrarle palabras de consuelo; pero cualquier cosa que pudiera decir le parecía hueca y sin sentido, de modo que se limitó a estrecharlo entre sus brazos, preguntándose si le molestaría que se tomara tantas confianzas. Pero a Jack no pareció importarle. Siguió dando rienda suelta a su dolor hasta que se fue calmando, poco a poco, tal vez porque ya se había desahogado, tal vez porque ya no le quedaban lágrimas.
—Ojalá pudiera hacer algo por ti —musitó Victoria, pero calló enseguida, avergonzada; no debería haber dicho eso, no era más que un pensamiento que se le había escapado sin querer.
Jack alzó la cabeza y la miró. Ya había dejado de llorar, pero tenía los ojos rojos.
—Lo siento mucho —dijo, avergonzado, separándose de ella—. Siento toda esta escena.
—No lo sientas, es natural —respondió ella, incómoda—. Lo has pasado muy mal.
Jack sonrió. Victoria le devolvió la sonrisa. Hubo un breve silencio, no de esos incómodos y vacíos, sino la clase de silencio que se llena con una mirada repleta de significado.
—Lo peor —dijo Jack entonces— es que yo tuve la culpa de lo que les pasó a mis padres.
—No digas eso —protestó Victoria—. No es verdad.
—Sí lo es. Mis padres eran gente normal, ¿comprendes? Mi padre era programador informático; mi madre, veterinaria. Hemos viajado mucho y hemos vivido en muchos sitios, pero al final nos instalamos en Dinamarca, en Silkeborg, cerca de donde vive la familia de mi madre. Ellos nunca han hecho nada raro, ni han mencionado Idhún, ni nada que se le parezca. En cambio, yo…
Se estremeció, preguntándose si debía contarlo. Por fin se decidió a continuar:
—A veces me pasan cosas. Cosas que tienen que ver con el fuego.
—¿Qué clase de… cosas?
—Provoco incendios a mí alrededor. No muy a menudo, solo me ha pasado un par de veces en toda mi vida, o tres, creo, porque ya ocurrió cuando yo era pequeño, aunque no me acuerdo: me lo contó mi madre. Pasa cuando me asusto o me enfado… pero la otra noche sucedió cuando estaba durmiendo. Tuve un sueño muy raro… un sueño que se repite, por cierto, y que se parece mucho a lo que he visto hace un rato en esa biblioteca vuestra. Esta vez vi a una de esas serpientes gigantes… muy cerca, y con mucha claridad. Confieso que siempre he tenido fobia a las serpientes, así que para mí fue una pesadilla muy desagradable. Recuerdo haber gritado en sueños…
»Cuando me desperté, mi habitación estaba en llamas. No me pasó nada, porque pudimos apagar el fuego a tiempo, pero mis padres se asustaron mucho. Y lo peor es que, aunque no sabíamos qué había provocado el incendio… para mí estaba muy claro. Las llamas habían formado un anillo a mí alrededor, yo era el centro, ¿entiendes? Yo era el causante.
Victoria inspiró profundamente. Parecía que iba a decir algo, pero cambió de idea y permaneció en silencio.
—Se llama piroquinesis, creo —prosiguió Jack—. Provocar fuego con tu mente. He investigado un poco.
—O tal vez sea magia —dijo Victoria a media voz—. Deberías hablar con Shail. Es el mago del grupo. Entiende, de estas cosas, y tal vez te lo pueda explicar.
—Después del incendio —siguió recordando Jack— fui al colegio, como todos los días, pero tuve la sensación de que algo marchaba mal en casa. Y cuando volví por la tarde… bueno, mis padres… estaban… —No fue capaz de pronunciar la palabra; carraspeó para deshacer aquel incómodo nudo de su garganta, y prosiguió—. No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Un día, dos, tal vez tres. ¿Cómo saberlo en este lugar donde nunca sale el sol? Y, sin embargo… parece que ha sido una eternidad.
—Lo siento mucho —repitió Victoria en voz baja; Jack alzó la cabeza para mirarla.
—Ha sido culpa mía, lo sé. Todo iba bien hasta que… incendié mi habitación, y no sé cómo diablos lo hice, ni por qué —se miró las manos, desconsolado—. Maldita sea, ya casi lo había olvidado, estaba convencido de que podría llevar una vida normal… y de pronto me volvió a pasar, y horas después alguien… atacó a mis padres… No puede ser casualidad. Fui yo, era a mí a quien buscaban. Nunca podré perdonármelo.
Hundió el rostro entre las manos, desolado. Victoria le oprimió el brazo suavemente, tratando de consolarlo. Jack alzó la cabeza de nuevo y la miró.
—¿Crees de verdad que yo procedo de Idhún?
Ella titubeó.
—No estoy segura; tu historia es un poco extraña. Verás, solo hace tres años que los sheks se hicieron con el poder en Idhún y comenzó el exilio hacia la Tierra. Si hubieses venido de allí, te acordarías, ¿no?
—Claro que sí. Yo nací en la Tierra, tengo pruebas; fotos, mi partida de nacimiento… mucha gente podrá decirte que existo en mi propio planeta desde hace trece años. Además —añadió, en voz baja—, todos dicen que tengo los ojos de mi padre. No puedo ser…
—… ¿adoptado? —sugirió Victoria en voz baja, adivinando lo que pensaba; Jack asintió—. ¿Qué te hace pensar eso, Jack?
—Pues… —el chico titubeó—, está el hecho de que yo no soy como mis padres. Hago cosas raras, ¿entiendes? Y ya son demasiadas coincidencias. Los incendios, los sueños, la visión de la biblioteca… nadie podía saberlo, nunca he contado a nadie esas pesadillas. Y ahora parece que esas cosas raras están relacionadas… con Idhún, con vosotros. Pero mis padres eran gente normal. ¿De dónde he salido yo, entonces? ¿Quién soy? ¿Por qué soy así?
—Jack —susurró Victoria—. Si tus padres no fuesen idhunitas, Kirtash no los habría atacado. Nunca… nunca hace daño a nadie que no sea uno de sus objetivos.
«Te estaba buscando», recordó Jack.
—No —dijo Jack—. El objetivo era yo, no ellos, estoy convencido. Por muy extraño que me parezca, está claro que tengo algo que ver con Idhún, aunque nunca antes haya oído hablar de ese lugar. Pero ¿qué?
—Te pasa como a mí —dijo Victoria a media voz—. Tengo doce años y siempre he vivido en la Tierra. Sin embargo, también he tenido esos sueños, y Shail dice que tengo aptitudes para la magia. Además, también a mí intentó matarme Kirtash —inspiró profundamente antes de añadir—: Shail me rescató. Justo a tiempo. Ni siquiera llegué a mirar a Kirtash a la cara, si lo hubiera hecho…
No terminó la frase.
—Lo siento mucho —murmuró Jack—. Pero ¿cómo nos encontró Kirtash? ¿Es que tiene un radar para descubrir a… gente como nosotros?
—Algo parecido. Detecta la magia. Eso es difícil en un mundo como Idhún, que rebosa magia por los cuatro costados; pero en la Tierra, donde es tan escasa, cualquier alteración en el tejido de la realidad producida por la magia se nota muchísimo más. Kirtash puede percibir eso. No sabemos cómo lo hace, pero es capaz de llegar al lugar donde se ha producido el fenómeno en pocas horas. Y nosotros… bueno, nosotros simplemente detectamos a Kirtash. Siempre que se mueve intentamos alcanzarlo para evitar que mate a nadie más, pero vamos por detrás, ¿entiendes? No siempre llegamos a tiempo.
—Entonces yo tenía razón —dijo Jack en voz baja—. Yo tuve la culpa. El incendio del otro día… Kirtash debió de detectar eso.
—No, Jack. No ha sido culpa tuya. No lo hiciste a propósito, y quién sabe… tal vez Kirtash ya estaba tras vuestra pista.
—No, no, no, ha sido culpa mía —cerró los ojos, destrozado—. Maldita sea… toda mi vida se ha vuelto del revés por culpa de algo que no entiendo y no puedo controlar. Si pudiera volver atrás… si pudiera cambiar algo…
—Pero no puedes, Jack. No te tortures de esa forma. Eres como eres, y ya está, ¿de acuerdo? Si es verdad que posees poderes mágicos, no lo veas como una maldición, sino como un don con el que podrás hacer grandes cosas…, cosas buenas.
Jack guardó silencio durante unos instantes, asimilando sus palabras. Entonces recordó algo que ella había dicho y la miró, inquieto:
—Pero, si es verdad que Kirtash detecta la magia… y tú acabas de usarla… para curarme… ¿no nos pone eso en peligro?
—Estamos en Limbhad —le recordó Victoria, sonriendo—. Aquí no hay peligro de utilizar la magia; Kirtash no puede detectarla porque ni siquiera sabe cómo llegar hasta aquí.
—Pero… ¿cómo se llega a este lugar?? ¿Mediante la magia?
—Sí y no. ¿Te he hablado del Alma?
—¿Te refieres a esa cosa que, según tú, me ha mostrado lo que pasó en Idhún?
Victoria sonrió.
—El Alma es el espíritu de Limbhad, su corazón y su mente. Es la conciencia de este… micro-mundo, así que los magos que crearon la Casa en la Frontera se aseguraron de establecer un canal de comunicación con ella. Al hallarse en un mundo que se encontraba en el límite entre otros dos mundos, el Alma bebe de la energía de Idhún y de la energía de la Tierra. Por eso puede mostrarnos muchas cosas desde aquí, aunque no todo lo que desearíamos.
—¿Y puede llevaros de un lugar a otro?
Victoria asintió.
—Bueno, en realidad se necesita poseer algo de magia para contactar con el Alma de esa manera. Quiero decir, que cualquiera podría comunicarse con ella, pero para que te transporte es necesario combinar tu propio poder mágico con el suyo. Aunque casi todo el trabajo lo hace el Alma, y su poder no es exactamente como el nuestro, lo cual hace mucho más difícil que Kirtash lo detecte.
»Solo Shail y yo podemos hacerlo. Somos nosotros quienes nos ocupamos de los viajes de Limbhad a la Tierra y de la Tierra a Limbhad. En realidad es fácil.
—Entonces, cualquiera con poder mágico podría llegar hasta aquí, ¿no?
—No. El Alma es un ser inteligente y actúa de guardiana. Conoce a los habitantes de Limbhad, y solo a nosotros nos permite el paso.
—¿Y cómo lo haces? ¿Recitas algunas palabras mágicas o algo así?
—No, basta con concentrarse para contactar con el Alma. La llamo mentalmente y ella acude, me recoge y me trae hasta aquí. Yo vengo siempre que puedo, todas las noches y también alguna tarde, para aprender a utilizar mi magia, con Shail.
—Pero ¿por qué quieres desarrollar tu magia? Por lo que me has contado, si la utilizas fuera de Limbhad, Kirtash te encontrará…
Victoria se estremeció otra vez.
—Lo sé, pero si realmente mi origen está en Idhún, Kirtash no tardará en encontrarme de todas formas. Y si lo hace, me gustaría tener alguna oportunidad de defenderme —respiró hondo—. Shail dice que solo podremos derrotarlo mediante la magia.
Jack calló un momento, pensando.
—¿Y crees que yo podría aprender magia? —preguntó por fin.
—Depende de si posees el don o no. Primero, Shail tendrá que comprobar si tu poder sobre el fuego tiene que ver con la magia… o tiene un origen diferente.
—Pues ojalá lo averigüéis pronto —dijo Jack, con calor—, porque, de verdad, necesito saberlo. Necesito saber si lo que les ha pasado a mis padres ha sido culpa mía o…
—De modo que estáis aquí —dijo una voz a sus espaldas.
Los dos chicos se volvieron. Tras ellos estaba Alsan, serio, sereno y majestuoso, como una estatua griega. Miró a Jack, y después a Victoria. La muchacha lo entendió a la primera.
—Os dejo solos —murmuró—. Tenéis mucho de qué hablar.
Alsan no dijo nada, y Jack tampoco. El joven esperó a que Victoria se alejara para sentarse junto a él.
—Creo que no me he presentado. Me llamo Alsan, hijo del rey Brun, príncipe heredero del reino de Vanissar y líder de la Resistencia de Limbhad.
Jack sonrió.
—Anda ya. ¿En serio eres un príncipe? Alsan lo miró, tratando de decidir si se estaba burlando de él o no. Pero el brillo de los ojos de Jack era amistoso, de modo que el joven sonrió también. Parecía que no estaba muy acostumbrado a sonreír.
—Soy un príncipe. O, al menos, lo era. Hace tres años que dejé mi mundo, bajo la amenaza de una de las más terribles invasiones que ha sufrido en su historia. Ni siquiera sé si mi padre vive todavía. Puede que yo ya sea rey. O puede que mi reino haya sido arrasado, y ya no quede nada de él o de mi gente.
Hablaba en tono desapasionado, pero Jack percibió en su voz una nota de amargura contenida.
—¿Por qué te fuiste, entonces? —quiso saber.
—Para cumplir una misión. Debía detener a Kirtash a toda costa, pero… en fin, las cosas se están complicando un poco —lo miró directamente a los ojos—. Lamento que no llegáramos a tiempo.
Jack respiró hondo. Después de haberse desahogado en el hombro de Victoria se sentía más tranquilo. El dolor seguía estando ahí, pero al menos podía ver las cosas con un poco más de perspectiva.
—Me salvaste la vida —dijo, sacudiendo la cabeza—. Ese tal Kirtash me miró a los ojos y yo… supe que iba a morir. Y entonces llegaste tú y me apartaste a un lado para enfrentarte a él. Ahora lo recuerdo. No debes pedir disculpas. Soy yo quien debe darte las gracias.
Alsan las aceptó con una inclinación de cabeza. Permanecieron los dos en silencio un rato, contemplando el silencioso torbellino que envolvía el micro-mundo de Limbhad.
—Es todo tan… extraño —murmuró Jack.
—Lo entiendo —asintió Alsan y vaciló antes de añadir—: A mí me sucedió lo mismo cuando llegué a la Tierra. Es un mundo demasiado diferente al mío. Creo que nunca llegaré a entenderlo del todo.
Jack recordó, en cambio, lo cómodo que se sentía Shail con la tecnología, los idiomas y las ropas terrestres, y se sintió tentado de sonreír. Pero no lo hizo, porque intuía que Alsan era orgulloso, y le había costado confesar que había alguna situación que podía superarlo.
—Y ahora, ¿qué voy a hacer? —murmuró—. Shail dice que no puedo volver a casa. Kirtash va detrás de mí y, ahora que lo pienso… si voy a casa de algún amigo o familiar, los pondré en peligro a ellos también. Y, sin embargo —sacudió la cabeza, desalentado—, no puedo quedarme aquí para siempre.
—¿Qué quieres hacer? —le preguntó Alsan—. ¿Luchar?
—Sí. No. No lo sé, solo sé que quiero hacer algo, lo que sea. Pero… —recordó aquella sensación de pánico cuando la fría mirada de Kirtash lo había atravesado; pero el pánico se mezcló con el odio, generando un sentimiento difícil de catalogar—. No podría enfrentarme a él.
—Yo puedo arreglar eso —se ofreció Alsan—. Puedo enseñarte a defenderte. Para que, al menos, si decides salir ahí fuera, tengas una oportunidad.
—A defenderme, ¿cómo? ¿Cómo haces tú? ¿Con la espada?
Alsan asintió.
—Pero, según Shail, solo la magia puede derrotar a Kirtash —objetó Jack, confuso.
—Es que yo no utilizo cualquier espada —sonrió Alsan—, la armería de Limbhad está llena de armas mágicas, algunas legendarias, que llegaron hasta aquí de alguna manera en los tiempos antiguos.
—¿Armas mágicas? —repitió Jack—. ¿De verdad existen esas cosas?
Alsan asintió, pero no dio más detalles.
—¿Y no sería más efectiva una pistola, o algo por el estilo?
—Sé lo que son las pistolas, y no me gustan —gruñó Alsan, repentinamente serio—. No hay nada de noble ni valiente en matar a distancia. Además, Kirtash acabaría contigo antes de que lograses disparar. En cambio, las armas legendarias otorgan cierta protección a quien las lleva. El propio Kirtash maneja a veces una espada mágica.
—Sí, lo he visto —murmuró Jack, sombrío.
—Y hasta los asesinos como él deben cumplir las reglas que rigen ese tipo de armas. La primera de ellas es que, si dos espadas legendarias se encuentran, debe haber un duelo leal entre ambas. Aunque odie decirlo, Kirtash es un gran luchador, a pesar de ser tan joven. Pero a mí también me entrenaron bien. Y puede que algún día logre vencerlo de esa manera.
Jack calló. Se quedó observando los límites de Limbhad un rato, pensativo. Alsan lo miró, esperando a que hablara. Se dio cuenta de que Jack ya no tenía aquel aspecto desconcertado y desvalido con el que había llegado a Limbhad. Había fruncido el ceño y los ojos le brillaban alimentados por una intensa rabia y una determinación de hierro.
—Bueno —dijo Jack por fin, lentamente—. En primer lugar, quiero averiguar si puedo o no aprender magia. También me gustaría descubrir cuál es, exactamente, mi relación con Idhún, porque necesito saber quién soy, porque soy así, y por qué… por qué murieron mis padres. Pero, en cualquier caso… —añadió, mirándolo de soslayo—, me gustaría también que me enseñaras a luchar con la espada.
Alsan asintió, satisfecho.
—Entonces, ¿quieres unirte a nuestra causa?
Jack ladeó la cabeza y lo miró, pensativo.
—¿Me ayudaréis a buscar respuestas?
—Te ayudaremos en todo lo que esté en nuestras manos, Jack.
El chico sonrió. No era una sonrisa alegre.
—Contad conmigo, entonces.