8
El punto débil de Kirtash

Victoria se acomodó en el autobús y cerró los ojos, agotada. Se había sentado, como de costumbre, al fondo, junto a la ventana. A su lado se sentaba una chica de otra clase, que parloteaba a voz en grito con las dos que ocupaban los asientos de atrás. Victoria, disgustada, rebuscó en su mochila en busca del discman y se puso los auriculares para no escucharlas. Se dio cuenta de que el único disco que llevaba era el de Chris Tara… Christian, o Kirtash, o quien quiera que fuera aquel enigmático ser que despertaba en ella emociones tan intensas y contradictorias. Tragó saliva. No estaba preparada para volver a escuchar su voz, no tan pronto, así que encendió la radio, buscó su emisora favorita y trató de relajarse.

Estaban ya llegando al colegio cuando la locutora anunció:

… Y, sí, lo que todos estábamos esperando va a ser pronto una realidad. Chris Tara, el chico misterioso que ha revolucionado el panorama musical este año, está preparando un nuevo disco.

A Victoria le latió un poco más deprisa el corazón. Quiso apagar la radio, pero no se atrevió.

De momento, lo único que tenernos es un single, Why you?, una preciosa balada en la que nos muestra su lado más romántico

La chica siguió hablando mientras sonaban los primeros compases de Why you?, pero Victoria ya no la escuchaba. La voz de Christian fluyó a través de los auriculares, la envolvió, la acarició, la meció y le susurró palabras tan dulces que Victoria apenas pudo contener las lágrimas. Aquella era una canción de amor, no cabía duda, y eso era extraño, porque Chris Tara no componía canciones de amor. Cantaba acerca de mundos distantes, acerca de la soledad, de ser diferente, de las ansias de volar, de la incomprensión… pero nunca del amor.

Sin embargo, Why you? era, indudablemente, una balada, una canción de amor, aunque dicha palabra no apareciese ni una sola vez en la letra.

«No encuentro necesario buscarle un nombre», había dicho Christian.

Pero había hablado de un sentimiento, un sentimiento por el que se hacían grandes locuras. Como traicionar a los tuyos.

Victoria se estremeció.

«Pero él es una serpiente», se obligó a recordarse a sí misma. «No es humano. No puede sentir nada por mí».

Y, sin embargo, era su voz la que le estaba susurrando aquellas palabras, su voz la que se preguntaba, una y otra vez, por qué, por qué, por qué estaba sintiendo aquellas cosas por una criatura tan lejana y distante como la más fría estrella. No era una ilusión. La canción de Christian la conmovía hasta la más honda fibra de su ser. Y supo, de alguna manera, que ella era la chica a la que él había dirigido aquellos versos.

Enterró el rostro entre las manos, muy confusa. Cuando terminó la canción de Chris Tara, la radio empezó a escupir las notas de otro tema que, en comparación, sonaba chirriante, tosco y desagradable. Molesta, Victoria apagó el aparato.

El autobús se había detenido frente al colegio, y las chicas ya salían al exterior. Victoria cargó con su mochila y bajó las escaleras.

Pero, cuando se disponía a cruzar la puerta del colegio, algo parecido a un viento frío la hizo estremecerse, y se volvió, insegura.

No había nada. Todo estaba tranquilo, todo normal. Y, sin embargo, Victoria tenía un presentimiento, un horrible presentimiento.

Alguien a quien ella quería estaba en grave peligro. Alguien muy importante para ella podía morir.

Dos nombres acudieron de inmediato a su mente, sin que pudiera estar segura de cuál de los dos había aparecido antes. Jack. Christian.

Titubeó. ¿Y si no era más que una paranoia? Jack estaba a salvo en Limbhad, y Christian… ¿había algo que pudiera amenazarlo a él, un shek, una de las criaturas más poderosas de Idhún?

Entonces sonó el timbre que anunciaba el comienzo de las clases, y Victoria vaciló. Tenía que ir deprisa, corriendo, a salvarlos… ¿a salvar a quién? ¿A Jack? ¿A Christian?

¿A los dos?

—Voy a matarte —dijo Jack, ceñudo.

Kirtash no dijo nada.

Jack atacó primero. Lanzó una estocada, buscando el cuerpo de su enemigo, pero este se movió a un lado e interpuso el acero de Haiass entre su cuerpo y el arma de Jack.

Las dos espadas chocaron, y algo invisible pareció convulsionarse un momento, Jack se detuvo, perplejo. En los ojos de Kirtash apareció un brillo de interés.

—Empiezas a saber utilizar esa espada —comentó.

—No seas tan arrogante —gruñó Jack—. Vas a morir.

Descargó la espada contra él, con todas sus fuerzas. Kirtash detuvo la estocada, y, de nuevo, saltaron chispas. Jack insistió. Una y otra vez.

Domivat rutilaba como si fuera un corazón luminoso bombeando sangre. Jack sabía que era su propia energía lo que estaba transmitiendo a la espada, y casi pudo percibir el odio que destilaba el acero, reflejo de los sentimientos que él mismo albergaba en su corazón. El fuego de Domivat trataba de fundir el hielo de Haiass, pero la espada de Kirtash seguía siendo inquebrantable. El odio del shek se manifestaba a través de aquella frialdad tan absolutamente inhumana, y el filo de Haiass era ahora del mismo color de los ojos de hielo de Kirtash.

Las dos espadas se hablaban en cada golpe, trataban de encontrarse y de destruirse mutuamente, pero ninguna de las dos resultaba vencedora en aquella lucha. Por fin, Jack asestó un mandoble con toda la fuerza de su ser, y el choque fue tan violento que ambos tuvieron que retroceder.

Se miraron, a una prudente distancia.

—Todavía no lo sabes —comprendió Kirtash.

—¿Qué es lo que he de saber?

—Por qué hay que proteger a Victoria.

—La protejo porque la quiero, ¿me oyes? —gritó Jack—. Y tú… tú… maldito engendro… le has hecho daño, la has engañado. Solo por eso mereces morir.

—¿Solo por eso? —repitió el shek—. ¿De veras crees que ese es el único motivo por el que has venido a buscarme?

—¿Qué es lo que quieres de ella? —exigió saber Jack—. ¿Por qué no la dejas en paz?

—Quiero mantenerla con vida, Jack —replicó Kirtash con frialdad—. Y no viene mal que yo ande cerca, porque, por lo visto, tú eres incapaz de cuidar de ella.

—¡Qué! —estalló Jack—. ¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Precisamente tú, que eres lo más… perverso y retorcido que he visto nunca?

Kirtash sonrió, sin parecer ofendido en absoluto.

—Ya entiendo. Estás celoso.

Jack no pudo soportarlo. Volvió a arrojarse sobre él. Kirtash detuvo el golpe y le dirigió una fría mirada; pero, tras el hielo, sus ojos relampagueaban de ira y desprecio.

—Tienes una extraña forma de demostrar tu amor —comentó—. Has vuelto a dejar sola a Victoria. ¿No deberías estar a su lado, consolándola?

—Eres tú el que está celoso. Por eso estás tan furioso. Por eso mostraste ayer tu verdadera forma.

Kirtash dejó escapar una risa seca. Jack se quedó desconcertado un momento; nunca lo había oído reír. Reaccionó a tiempo y detuvo a Haiass a escasos centímetros de su cuerpo. Empujó, para apartar a Kirtash de sí.

—Nada más lejos de la realidad —dijo el shek—. Estás enamorado de Victoria, ella también te quiere. Justamente eso es lo único que podría haber hecho que te perdonara la vida. Lástima que, a pesar de eso, en conjunto la balanza no se incline a tu favor.

—No me hagas reír —gruñó Jack—. No puedes sentir nada por ella. No eres humano.

Kirtash le dirigió una mirada tan fría que el chico, a pesar de estar hirviendo de ira, se estremeció.

—Ah —dijo el shek—. No soy humano. Y tú sí, ¿verdad?

Algo parecido a un soplo helado sacudió el alma de Jack.

—¿Qué… qué has querido decir?

Se quedó quieto un momento, como herido por un rayo. Recordó, en un solo instante, el misterio de su vida y de sus extrañas cualidades, y comprendió que Kirtash sabía acerca de él muchas cosas que el propio Jack ignoraba. Y el deseo de descubrirse a sí mismo regresó, con más fuerza que nunca, a su corazón.

Se esforzó por recuperar la compostura, recordando que el ser con el que estaba hablando era su enemigo, y que se trataba de una criatura aviesa y traicionera.

—No vas a confundirme —le advirtió, ceñudo.

Kirtash entrecerró los ojos un momento. Su expresión seguía siendo impenetrable, sus movimientos, perfectamente calculados; pero Jack percibía su odio y su desprecio hacia él, tan intensos que, si él mismo no se hubiera sentido tan furioso, se le habría congelado la sangre en las venas.

El joven se movió hacia un lado, como un felino; Jack tardó en captar su movimiento, pero, cuando quiso darse cuenta, había desaparecido.

—No me hables de humanidad —dijo la voz de Kirtash desde la oscuridad—. No me hables de sentimientos. No sabes nada.

Jack se volvió a todos lados, colérico.

—¡Déjate ver y da la cara de una vez, cobarde! —gritó.

—Tienes que morir; es la única manera de salvar a Victoria —prosiguió Kirtash—. Y por eso voy a matarte. Eso es lo que voy a hacer por ella. ¿Qué estás haciendo tú?

—He venido a luchar —proclamó Jack—. Te mataré o moriré en el intento, pero no voy a dejar las cosas así.

—Entonces, muere en el intento. Será mejor para todos.

Y Kirtash resurgió de entre las sombras, trayendo en sus ojos el helado aliento de la muerte, y descargó su espada contra Jack, con toda la fuerza de su odio.

Jack alzó a Domivat en el último momento. Los dos aceros se encontraron de nuevo, y Jack percibió que su rabia alimentaba el corazón de Domivat, que su odio le daba fuerzas; en cambio, aquellos sentimientos, por alguna razón, no favorecían a Kirtash, cuyo poder se basaba en el autocontrol.

Aun así, el filo de Haiass logró alcanzar el costado de Jack, que gimió de dolor cuando el hielo congeló su piel. Pero hizo acopio de fuerzas y logró hacerle retroceder.

Y, por alguna razón, pensó en Victoria, pensó en que aquella criatura que se hacía llamar Kirtash pretendía manipular los hilos de su vida y de su destino; pero, sobre todo, recordó a la serpiente, aquella serpiente alada que se había alzado ante ellos la noche anterior, terrible, letal, pero, a pesar de todo, magnífica. Entonces había tenido miedo, pero ahora, al pensar en ello, solo sentía aversión, odio, un odio tan irracional como intenso y profundo. Y, de nuevo, algo estalló en su interior.

En esta ocasión no hubo anillo de fuego. Todo el poder de Jack se canalizó a través de Domivat, y la espada pareció contener en sí misma, por un instante, la fuerza de una supernova. Con un grito salvaje, Jack embistió, y Kirtash alzó a Haiass para detener el golpe.

Y entonces hubo un sonido extraño, como si se resquebrajase una pared de hielo, y Jack retrocedió un par de pasos, temblando.

Ante él se erguía todavía Kirtash, de pie, en guardia. Aún sostenía a Haiass.

Pero la espada de hielo se había quebrado, se había partido en dos, y uno de los trozos había caído sobre la arena y se había apagado.

Ambos contemplaron los fragmentos de la espada, estupefactos. Entonces, Kirtash alzó la cabeza y miró a Jack; por primera vez desde que lo conocía, el rostro del asesino era una máscara de odio. Por primera vez, incluso, Jack creyó detectar en sus ojos… ¿respeto?

—Empiezas a despertar —dijo el shek.

—¿Qué…? ¿De qué estás hablando?

—Ya nada puede salvarte. Ni siquiera Victoria.

Jack se puso en guardia, pero Kirtash sacudió la cabeza, turbado, retrocedió y…

… desapareció entre las sombras.

—¡Espera! —lo llamó Jack, aún confundido—. ¡No puedes marcharte! Tienes que decirme…

Calló, al darse cuenta de que estaba solo.

—… quién soy —terminó, en voz baja.

No tuvo mucho tiempo para pensar en ello, porque entonces fue consciente de la herida que le había infligido Kirtash, y sintió frío, un frío espantoso, que lo hizo caer de rodillas sobre la arena, tiritando. Se sujetó el costado y se esforzó por levantarse, pero no pudo. Estaba demasiado débil y confuso.

¿Había derrotado a Kirtash? ¿Había quebrado a Haiass, su espada, símbolo del poder del shek? Alzó la cabeza para mirar el fragmento del arma, que había quedado abandonado sobre la arena, apagado, muerto. Sintió que se mareaba, sintió que iba a caer…

Pero algo lo sostuvo.

—Jack —susurró la voz de Victoria en su oído, profundamente preocupada—. Jack, ¿estás bien?

Jack se esforzó por abrir los ojos. Estaba en brazos de Victoria, que lo miraba con ansiedad. Trató de sonreír. Era un hermoso sueño.

—He… vencido —murmuró—. Pero no he podido matarlo. Lo siento, Victoria, yo… te he vuelto a fallar.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, y lo estrechó entre sus brazos. Jack apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos, tiritando de frío, como si se hundiese, cada vez más, en un profundo glaciar del que no hubiese escapatoria.

Pero la había. Más allá del túnel de hielo había una luz cálida, y Jack se arrastró hacia ella y, mientras lo hacía, una corriente de energía vivificante recorrió su cuerpo y desterró el frío, poco a poco.

Por fin, Jack abrió los ojos. Lo primero que encontró fue la mirada de Victoria.

—¿Te encuentras mejor?

—¿Me has… curado? —preguntó Jack, algo mareado.

Ella asintió. Jack miró a su alrededor. Seguían en aquella playa, en algún lugar del mundo, pero el horizonte comenzaba a clarear. Victoria estaba de rodillas sobre la arena, aún con el uniforme puesto, y la cabeza de Jack reposaba sobre su regazo. Los dedos de ella acariciaban su pelo rubio, Jack se dejó llevar por aquella sensación.

—Haiass, ¿verdad? —preguntó entonces ella, devolviéndolo a la realidad.

—Sí. —Jack sacudió la cabeza y se incorporó del todo—, pero esa espada ya no volverá a hacer más daño, Victoria. La he roto. Mira.

Señaló lo que quedaba de la espada de Kirtash.

—El se llevó la otra parte —prosiguió Jack—, pero no creo que pueda arreglarla. ¿Verdad?

Victoria se había quedado mirándolo fijamente, estupefacta.

—Jack —dijo en voz baja—, ¿has quebrado la espada de Kirtash? ¿Has derrotado a un shek?

Jack se removió, incómodo.

—En realidad fue Domivat —pronunció con orgullo y cariño el nombre de su propia espada—. Yo…

—Jack, Domivat es parte de ti —cortó Victoria—. Has… roto la espada de un shek, un arma legendaria. ¿Cómo… cómo lo has hecho? Es… sobrehumano.

Jack se estremeció, recordando las palabras de Kirtash, cargadas de sarcasmo: «No soy humano. Y tú sí, ¿verdad?». Sintió miedo, un miedo espantoso, y supo que estaba cerca de encontrar las respuestas a sus preguntas… pero por primera vez intuyó que tal vez no le gustaría conocer aquellas respuestas.

Sacudió la cabeza de nuevo y decidió aferrarse a lo único de lo que estaba seguro: sus sentimientos por Victoria. La miró intensamente.

—Eso no me importa ahora, Victoria. Lo importante es que estoy contigo otra vez.

Ella le devolvió la mirada, conmovida, y lo abrazó con fuerza, Jack la estrechó entre sus brazos. Cerró los ojos, y recordó las palabras de Kirtash: «Tienes que morir; es la única manera de salvar a Victoria». No lo entendía y no sabía si era verdad, pero en aquel momento sintió que, si fuera cierto que tenía que sacrificarse, si tuviera que morir por ella, lo haría sin dudarlo un solo momento.

—¿Por qué lo has hecho? —murmuró ella—. Podría haberte matado, y entonces… ¿qué habría hecho yo sin ti, eh?

—Tenía que hacerlo —se excusó él—. No soportaba la idea de que Kirtash volviera a hacerte daño. Pero, dime, ¿cómo me has encontrado?

Ella miró hacia el horizonte, hacia donde asomaba el alba. La brisa marina revolvió sus cabellos oscuros.

—Tuve un presentimiento —confesó—. En el colegio. Tuve miedo por ti y… volví a Limbhad enseguida —lo miró fijamente—. No estabas, y… me preocupé muchísimo. Fui corriendo a la biblioteca, le pregunté por ti al Alma, y me ha traído hasta aquí. Ni siquiera desperté a Alexander, no sabe que he venido. Aunque ojalá hubiera llegado antes.

—No, Victoria —replicó Jack, negando con la cabeza—. Esto era algo que teníamos que resolver nosotros dos solos.

La chica no dijo nada. Tenía la desagradable sensación de que, aunque aparentemente se peleaban por ella, en realidad aquello no era más que una excusa. Habrían luchado el uno contra el otro hasta la muerte, de todas maneras.

—Bueno, como tú has dicho —concluyó Victoria, sonriendo—, lo importante es que estamos juntos.

Jack sonrió también.

—Sí —dijo—, eso es lo importante.

Victoria lo ayudó a levantarse. El chico se apoyó en su hombro para sostenerse en pie. Y entonces, ella cerró los ojos y llamó al Alma de Limbhad, y los dos regresaron a su refugio de la Casa en la Frontera.

—Haiass —dijo el Nigromante, contemplando lo que quedaba de la magnífica espada.

Kirtash no se movió. Había hincado una rodilla en tierra y aguardaba en silencio, con la cabeza gacha, ante su padre y señor.

Ashran se volvió hacia él.

—Te han derrotado, Kirtash. ¿Cómo es posible?

—Domivat, la espada de fuego —dijo él en voz baja.

—¿Domivat? —el Nigromante negó con la cabeza—. No, muchacho. No se trata de la espada. Se trata de ti.

Kirtash se estremeció imperceptiblemente, pero no habló, ni alzó la mirada.

—Estás perdiendo poder, Kirtash —prosiguió Ashran—. Te estás dejando llevar por tus emociones, y esa es tu mayor debilidad, lo que te hace vulnerable. Lo sabes.

—Lo sé —asintió el muchacho con suavidad.

—Odio, rabia, impaciencia… amor —Ashran lo miró fijamente, pero Kirtash no se movió—. Deberías estar por encima de todo eso. La Tierra te está afectando demasiado. Esto —señaló la espada rota— no es más que un aviso de lo que está pasando. Hay que cortarlo de raíz.

—Sí, mi señor.

—Tus enemigos son más poderosos de lo que yo había pensado. Hay en la Resistencia alguien capaz de blandir a Domivat… y con eficacia —añadió, contemplando la malograda Haiass—. ¿Quién es? ¿Un hechicero? ¿Un héroe?

—Es un hombre muerto —siseó Kirtash.

Ashran soltó una risa baja.

—No lo dudo, muchacho. Pero sigue sin gustarme esa rabia que veo en ti. Veo que te has confiado. Has encontrado un rival y eso te ha sacado de quicio. No, hijo. Así no se hacen las cosas. Nadie debería poder inquietarte siquiera. Ese… futuro cadáver… tiene una espada legendaria, sí, pero eso no lo hace igual a ti. Al fin y al cabo, solo es humano, ¿no es así?

Kirtash entornó los ojos. Pareció dudar un momento, pero finalmente dijo, con frialdad:

—Sí, mi señor. Solo es humano.

—De acuerdo —asintió Ashran—. Me encargaré de que forjen de nuevo tu espada, Kirtash, pero, a cambio, quiero que hagas varias cosas. En primer lugar… quiero la cabeza del guerrero de la espada de fuego.

—Será un placer —murmuró Kirtash, con gesto torvo; pero el Nigromante lo miró con severidad.

—Controla tu odio, Kirtash. Te hace perder objetividad y perspectiva. Recuerda: ese renegado… no es importante. No más que un insecto, ¿verdad? ¿Odias acaso a los insectos a los que pisas cuando caminas?

—No, mi señor.

—Porque no son importantes. No son nada. Por eso los puedes aplastar con facilidad. Si te dejas llevar por el odio, el miedo o la rabia, estarás dando a tu rival una ventaja sobre ti, le estarás mostrando tu punto débil —le dio la espalda, irritado—. Parece mentira que aún no lo hayas aprendido.

—Te pido perdón, mi señor; no volverá a ocurrir —dijo Kirtash, sobreponiéndose; su voz sonó de nuevo fría e impersonal cuando añadió—: Eliminaré a ese renegado, puesto que ese es tu deseo.

—Así me gusta. Pero eso no es todo lo que tendrás que hacer a cambio de tu espada, muchacho. Vas a dejar ese absurdo pasatiempo tuyo, vas a dejar la música. No sirve para nada, te distrae y, además, te vuelve cada vez más humano. Eso no me gusta.

Kirtash apretó los dientes, pero su voz sonó impasible cuando respondió:

—Como ordenes, mi señor.

—Y por último —concluyó Ashran—, está el tema de esa muchacha.

Kirtash entrecerró los ojos, pero no dijo nada.

—No volverás a verla —decretó Ashran; Kirtash pareció relajarse un poco—. Ya te has entretenido bastante, ya has jugado un poco con ella, y lo único que has conseguido es esto —señaló a Haiass de nuevo—. Te ha vuelto más débil, Kirtash. Ha despertado sentimientos en tu interior. Te lo habría perdonado si te hubieras ganado su voluntad; al fin y al cabo, alguien que puede manejar el Báculo de Ayshel, aunque sea solo una semimaga, no deja de ser un elemento valioso. Pero no la has seducido; al contrario, te ha cautivado ella a ti.

»Te dije que, si no conseguías ganártela, tendrías que matarla. Pero he cambiado de idea. Esa joven es peligrosa para ti y, por tanto, sería un error que te ordenara acabar con su vida. No, muchacho; la chica morirá, pero no a tus manos.

Kirtash se contuvo para mantener la vista baja.

—Enviaré a Gerde a matarla —concluyó el Nigromante—, ella no tendrá tantos escrúpulos. Y, cuando esa muchacha ya no exista, volverás a ser el de antes.

—¿Gerde? —repitió Kirtash en voz baja—. ¿Está ya preparada para venir a la Tierra?

—Siempre lo he estado —dijo tras él una dulce voz femenina—. Eres tú el que no parece estar dispuesto a recibirme.

Kirtash se levantó y se dio la vuelta. De pie junto a la puerta había una criatura de salvaje belleza, grácil, sutil y esbelta como un junco. Unos ojos negros, todo pupila, brillaban en un rostro de rasgos exóticos y turbador atractivo. Una maraña de cabello verdoso, pero tan suave y delicado como un velo de seda, caía por su espalda. Llevaba ropas vaporosas, que parecían centellear cada vez que se movía, e iba descalza, deslizando sus pequeños y delicados pies sobre las frías baldosas de mármol.

Con todo, lo que más llamaba la atención era el aura seductora e invisible que la envolvía y que, como la canción de las sirenas, como un poderoso hechizo, obligaba a quien la veía a no poder apartar su mirada de ella.

Pero a Kirtash los hechizos de las hadas no podían afectarlo.

—He estado ocupado —dijo con frialdad.

—Mmm… —respondió ella—. Me lo imagino.

Le dedicó su sonrisa más encantadora mientras avanzaba hacia Ashran. Al pasar junto a Kirtash, su brazo desnudo rozó al joven, y este sintió el poder embriagador que emanaba de ella.

—Mi señor —dijo el hada, inclinándose ante el Nigromante, pero dirigiendo una última mirada seductora a Kirtash, por debajo de sus sedosas pestañas—. Me has llamado.

—Gerde —dijo Ashran—. Hace tiempo me juraste fidelidad, a mí y a los sheks, y ya es hora de que demuestres hasta dónde llega esa lealtad. ¿Estás dispuesta a viajar a la Tierra?

—Sí, mi señor.

—Ya sabes lo que has de hacer allí —prosiguió el Nigromante—. Kirtash está buscando a un dragón y un unicornio. Pero también, de paso, está acabando con todos los magos renegados que huyeron a ese otro mundo, particularmente con un grupo de jóvenes muy impertinentes que se llaman a sí mismos la Resistencia, y que entorpecen su búsqueda una y otra vez. Irás con él para librarle de esa molestia. ¿Queda claro?

—Sí, mi señor.

—En concreto —concluyó Ashran—, hay una chica humana a la que tienes que eliminar. Se llama Victoria, y es la portadora del Báculo de Ayshel. Quiero a esa muchacha muerta, Gerde. Quiero ver su cadáver a mis pies.

Miró fijamente a Kirtash mientras pronunciaba estas palabras, pero él no hizo el menor gesto. Su rostro seguía siendo impenetrable, y su fría mirada no traicionaba sus sentimientos.

Gerde esbozó una de sus turbadoras sonrisas.

—No te fallaré, mi señor —dijo con voz aterciopelada.

A un gesto del Nigromante, Gerde se incorporó para marcharse. Cuando pasó junto a Kirtash, le dedicó una sonrisa sugerente y le dijo al oído:

—Tampoco te fallaré a ti.

Kirtash no reaccionó. Gerde ladeó la cabeza con la gracia de una gacela, y sus sedosos cabellos acariciaron por un momento el cuello del muchacho. Aún sonriendo, el hada salió de la habitación. Su embriagadora presencia permaneció en el aire unos segundos más.

—Es lista —comentó Ashran—. Sabe perfectamente que eres un buen partido.

—Me es indiferente —replicó Kirtash.

—No por mucho tiempo, Kirtash. Pronto olvidarás a esa chica. Al fin y al cabo, no está a tu altura; mereces algo mucho mejor que una simple semimaga humana, ¿no crees? No la echarás de menos. No tanto como piensas.

Kirtash alzó la cabeza para mirar a su señor, pero no dijo nada.