3
Más allá
—Explícame otra vez qué demonios hacemos aquí —dijo Jack, irritado.
—Cazar a Kirtash —fue la respuesta de Alexander.
—¿Y cómo vamos a verlo en medio de tanta gente? —protestó el muchacho.
El pabellón Key Arena de Seattle estaba a rebosar de jóvenes y adolescentes que gritaban, cantaban y alborotaban en general. Los dos se sentían incómodos, pero el único que no lo disimulaba era Jack.
No les había costado trabajo entrar allí. Era cierto que no tenían entradas, pero Victoria había aprendido a utilizar el camuflaje mágico en cualquier situación, y los hechizos que años antes era incapaz de realizar resultaban ahora mucho más sencillos gracias al poder del báculo, Jack no las tenía todas consigo cuando ella entregó tres papeles en blanco en la entrada del pabellón, sonriendo al revisor con aplomo. El hombre había mirado los papeles y la magia había hecho el resto.
—¿Cómo lo has hecho? —había preguntado Jack, perplejo, una vez dentro del recinto.
—Era solo una ilusión. Igual que la que nos oculta ahora mismo.
Él asintió, comprendiendo. Victoria llevaba ropa deportiva y el báculo sujeto a la espalda, y tanto Jack como Alexander portaban al cinto sus respectivas espadas legendarias, pero cualquiera que los mirara no vería en ellos otra cosa que tres jóvenes que iban a disfrutar de un concierto.
A pesar de las facilidades que habían encontrado para entrar, Jack no estaba seguro de que aquello hubiera sido una buena idea, y Alexander parecía bastante perplejo también. Suya había sido la idea de tender una emboscada a Kirtash en aquel lugar, pero solo ahora empezaba a comprender todos los significados e implicaciones del concepto terráqueo «concierto de rock».
Jack se sentía especialmente molesto. Se preguntaba, una y otra vez, por qué ese tal Chris Tara había elegido como símbolo, de entre todos los animales posibles, precisamente una serpiente. Ahora las veía por todas partes: todo el mundo llevaba camisetas, sudaderas, brazaletes, pendientes o tatuajes con forma de serpiente en honor a su ídolo. El muchacho estaba empezando a marearse. Para él, que tenía fobia a aquellos reptiles, aquel era un ambiente claramente hostil.
Solo Victoria sonreía de oreja a oreja y parecía estar flotando sobre una nube.
—¿Seguro que hemos venido en una misión? —preguntó por enésima vez—. ¿No me habéis traído aquí para darme una sorpresa?
Pero Alexander no ponía cara de haber ido al Key Arena a divertirse, y Jack supuso que aquello, por absurdo que pareciera, iba en serio.
—Créetelo, Victoria: a Kirtash le gusta la misma música que a ti. A no ser, claro, que haya venido aquí buscando a alguien. Así que deja de sonreír de esa forma y abre los ojos, a ver si lo ves, ¿vale?
—Bueno, pero no hace falta ser grosero —se defendió ella—. Me traéis a un concierto en directo de mi cantante favorito, ¿qué queréis que piense?
Jack respiró hondo e intentó olvidar a las serpientes. Pensó en Victoria, en lo mucho que le importaba recuperar lo que le había unido a ella, y trató de arreglarlo:
—Supongo que no hay nada malo en que disfrutes de la música —dijo, sonriendo y oprimiéndole el brazo con cariño—. No me hagas caso; sabes que no me gustan mucho las canciones de ese tipejo, y la perspectiva de tener que escucharlo en directo no me hace mucha ilusión. Pero no es nada personal.
—Supongo que no —murmuró Victoria, no muy convencida.
—Además —intentó explicarle Jack—, está el hecho de que aquí la serpiente parece ser el emblema oficial. Mire a donde mire veo serpientes, por todas partes. Comprende que no me sienta cómodo.
—Lo entiendo —dijo Victoria tras un breve silencio—. Es verdad que te vuelves más agresivo cuando ves serpientes.
—¿Agresivo? No, en realidad, yo…
—Estad alerta —avisó entonces Alexander—. Esto está a punto de empezar.
Estaban en uno de los pasillos superiores, a la derecha del escenario; habían subido allí para poder tener una visión general del pabellón, pero había demasiada gente, y Jack se preguntó, una vez más, cómo esperaba Alexander encontrar a Kirtash en medio de aquel maremágnum. Se volvió hacia Victoria para comentárselo, pero ella se había sujetado a la barandilla y tenía la mirada clavada en el escenario. Los ojos le brillaban con ilusión, y sus mejillas se habían teñido de color, Jack la miró con cariño y pensó que, al fin y al cabo, no había nada de malo en que la muchacha se divirtiera un poco. Después de todo era joven, y la responsabilidad que Shail había descargado sobre sus hombros, aun de forma involuntaria, era demasiado pesada.
—¡Alexander! —exclamó, para hacerse oír por encima de los fans que voceaban el nombre de Chris Tara—. ¿Cómo sabes que Kirtash estará aquí?
—Estaba en el programa del concierto —respondió Alexander en el mismo tono—. Bajo su otro nombre, claro.
—¿Bajo su otro nombre? —repitió Jack—. ¿Qué quieres decir?
Pero empezaba a sospecharlo, y volvió la cabeza, como movido por un resorte, hacia el escenario, que se había iluminado con una fría luz verde-azulada, mientras el resto de luces que bañaban el interior del Key Arena se amortiguaban hasta apagarse por completo.
Chris Tara salió al escenario, aclamado por miles de fans. Tendría unos diecisiete años, vestía de negro, era ligero y esbelto, y se movía con la sutilidad de un felino. Y algo parecido a un soplo de hielo oprimió el corazón de Jack cuando lo reconoció.
El joven se plantó en mitad del escenario, ante sus seguidores, y levantó un brazo en alto. El pabellón entero pareció venirse abajo. Miles de personas corearon el nombre de Chris Tara, enfervorecidos, y las serpientes que adornaban sus ropas y sus cuerpos parecieron ondularse bajo la fría luz de los focos. Jack se sintió por un momento como si estuviera en mitad de un oscuro ritual de adoración a una especie de dios de las serpientes, y tuvo que cogerse con fuerza a la barandilla porque le temblaban las piernas. No había imaginado nada así ni en sus peores pesadillas.
—Decidme que estoy soñando —murmuró, pero las voces enardecidas de los fans, que aclamaban a su ídolo, ahogaron sus palabras, y nadie le oyó. Vio que Victoria se había puesto pálida y susurraba algo, pero tampoco pudo oír lo que decía.
Poco a poco, la música fue adueñándose del pabellón, por encima de las ovaciones. Y Chris Tara empezó a cantar. Su música era magnética, hipnótica, fascinante, como venida de otro mundo. Su voz, suave, acariciadora, sugerente.
Jack sintió que se le ponía la piel de gallina. Se inclinó junto a Victoria, todavía desconcertado, y le dijo al oído:
—¿Ves lo mismo que yo veo? ¿Ese es Chris Tara?
Victoria lo miró y asintió, con los ojos muy abiertos.
—¿No lo oyes cantar? Es él.
Jack sacudió la cabeza, atónito. Aquella situación era cada vez más extraña y él se sentía cada vez más agobiado por aquel ambiente opresivo, de modo que habló con más dureza de la que habría pretendido:
—¿Me estás diciendo que tu cantante favorito es Kirtash? ¿Te has vuelto loca?
—¡Yo no sabía que era él! —se defendió ella—. ¡Ya te he dicho que no le he visto nunca! No sale en las revistas de música ni concede entrevistas, solo se le puede ver en los conciertos.
—¡No me lo puedo creer! —estalló Jack—. ¡Con razón no me gustaba su música!
Alexander se inclinó hacia ellos y les dijo, mirando al escenario:
—Explicadme qué está haciendo exactamente.
—Lo que está haciendo no tiene ni pies ni cabeza —pudo decir Jack, todavía enfadado—. Es un cantante de pop-rock, ¿entiendes? Simplemente canta, y la gente viene a oírle cantar. Y, como ves, tiene mucho éxito. Se ha vuelto famoso. No puedo creerlo —repitió, irritado, sacudiendo la cabeza.
—¡Ya te he dicho que yo no lo sabía! —insistió Victoria, entre confusa, avergonzada y enfadada.
—No, no, tiene que haber una explicación —dijo Jack, cada vez más mareado—. Seguro que los está hipnotizando, o algo parecido… tiene poderes telepáticos, ¿no?
—¡Yo no estoy hipnotizada! —se rebeló Victoria—. Sé muy bien lo que estoy haciendo.
—¿Escuchando la música de Kirtash?
Victoria enrojeció, pero no bajó la mirada cuando le dijo:
—¿Y qué pasa si me gusta? ¿Eh?
—Escuchad —dijo Alexander—. Sean cuales sean sus motivos, ahora está distraído. Es el momento de acabar con él.
—¿Qué? —saltó Victoria—. ¿Delante de toda esta gente? ¿No podemos esperar a que termine el concierto?
—¿Y qué vas a hacer entonces? —hizo notar Jack—. Si ya es prácticamente imposible llegar hasta cualquier estrella después de un concierto, ¿cómo piensas sorprender a Kirtash?
—Pero no desde aquí, no hay un buen ángulo —dijo Alexander—. Deberíamos acercarnos más.
—¿Me estáis pidiendo que le lance un rayo mágico desde aquí, a traición? —protestó Victoria.
—¿Por qué no? —replicó Jack, molesto—. ¿Acaso se merece algo mejor?
—¿Cuánto durará esto? —intervino Alexander.
—Unas dos horas, supongo.
—Perfecto. Tenemos tiempo para buscar un lugar mejor desde el que intentar acertarle. Victoria, espera aquí —le dijo a la chica—, y ve concentrando energía, o lo que quiera que hagas cuando usas el báculo. Nosotros intentaremos acercarnos más y encontrar un lugar desde el que puedas acertarle con más facilidad, pero lo bastante alejado como para que no llegue a descubrirnos. Si lo encontramos, enviaré a Jack a buscarte. Si no, en menos de quince minutos nos tendrás aquí otra vez.
—Pero… —quiso protestar Victoria; pero los dos chicos ya se habían puesto en pie, y Jack le dirigió una torva mirada.
—Que disfrutes del concierto —dijo con cierto sarcasmo.
Los dos se perdieron entre la multitud, y Victoria se quedó sola.
Se sentía muy confusa. Jack estaba enfadado, y con razón, y Alexander no terminaba de entender qué estaba sucediendo. Tampoco ella, de todas formas. Las mejillas le ardían, y apoyó la cara contra uno de los barrotes de la barandilla, aturdida. No pudo evitar fijar la mirada en Kirtash, Chris Tara, que cantaba sobre el escenario una de aquellas canciones que ella conocía tan bien, porque la había escuchado docenas de veces y podría haberla tarareado en cualquier lugar, en cualquier situación. Era él, sin duda. Sus gestos, sus movimientos… Victoria supo que, si estuviese más cerca, llegaría a sentir, una vez más, la mirada de aquellos ojos azules que quemaban como el hielo.
En aquel momento, Kirtash comenzaba a cantar Beyond, la canción que daba nombre a su disco, y sus seguidores lo aclamaron una vez más. Victoria cerró los ojos y se dejó llevar por la música, seductora, fascinante y evocadora, de aquella canción que la había cautivado desde el primer día. Y por la voz de Kirtash… acariciadora, insinuante…
This is not your home, not your world,
not the place where you should be.
And you understand, deep in your heart,
though you didn't want to believe.
Now you feel so lost in the crowd
wondering if this is all,
if there's something beyond.
Beyond these people, beyond this noise,
beyond night and day, beyond heaven and hell.
Beyond you and me.
Just let it be,
just take my hand and come with me,
come with me…
And run, fly away, don't look back,
they don't understand you at all,
they left you alone in the dark
where nobody could see your light.
Do you dare to cross the door?
Do you dare to come with me
to the place where we belong?
Beyond this smoke, beyond this planet,
beyond lies and truths, beyond life and death.
Beyond you and me.
Just let it be,
just take my hand and come with me,
come with me…[1]
Los ojos de Victoria se llenaron de lágrimas.
Come with me…
«Ven conmigo», había dicho Kirtash. Aquella voz suave y susurrante… ¿cómo no la había reconocido antes? ¿Tal vez porque era tan absurdo encontrar a Kirtash también en la radio que no se lo había planteado siquiera?
¿Cómo era posible? La música de Chris Tara la había tocado muy hondo, se había sentido identificada con aquellas canciones, con aquellas letras, como si hubiesen sido escritas para ella. Y la idea de que fuera Kirtash quien las hubiese creado resultaba muy inquietante… porque eso quería decir que él, de alguna manera, conocía sus sentimientos, sus más íntimos anhelos, y les había dado forma de canción. Y eso significaba que, hasta el momento, solo Kirtash había encontrado el modo de llegar hasta el fondo de su corazón.
No era un pensamiento agradable.
Victoria abrió los ojos y contempló al joven sobre el escenario. No parecía haberse dado cuenta de su presencia. Alexander estaba en lo cierto: con tanta gente no le resultaría fácil detectarlos. La muchacha lo observó, consciente de que los papeles se habían invertido, de que, por primera vez, era ella quien lo estudiaba desde las sombras, y no al revés. Trató de encontrar una explicación a la pregunta de qué hacía él allí, un asesino idhunita, sobre un escenario, ofreciendo su misteriosa música a miles de jóvenes terráqueos, y se preguntó si Jack tendría razón, y era una manera de sugestionarlos a todos. Pero… ¿para qué?
Victoria siguió observando a Kirtash, y le sorprendió descubrir que, aparentemente, estaba disfrutando con lo que hacía. No parecía fijarse en las personas que lo aclamaban, se limitaba a cantar, a expresarse… a expresar, ¿el qué?, se preguntó Victoria. ¿Sus sentimientos? ¿Qué sentimientos?
«Porque tú y yo no somos tan diferentes», le había dicho él. «Y no tardarás en darte cuenta».
¿Sería verdad? ¿Eran tan parecidos que sentían las mismas cosas, y por eso a ella le gustaba tanto su música?
Victoria dio una mirada circular y vio a miles de personas extasiadas con la música de Chris Tara, la música de Kirtash. Algo en su interior se rebeló ante la idea de que todos ellos sintieran lo mismo que ella al escuchar aquellas canciones. No, no era que Kirtash hubiese llegado hasta sus más íntimos pensamientos; era que Jack estaba en lo cierto, y aquella música tenía algo magnético, sugestivo, que los sumergía a todos en aquel estado hipnótico. Y aquello no podía ser bueno.
Se obligó a sí misma a recordar que más allá de Chris Tara, más allá de aquella música que la subyugaba, no había otra cosa que el rostro de Kirtash… el rostro de un asesino.
Victoria se sintió furiosa y humillada de pronto. Kirtash la había engañado una vez más, y ella se había dejado seducir, como una tonta, como una niña. Pero ya no era una niña. Tiempo atrás había jurado que él no volvería a hacerla sentir indefensa, y ya era hora de hacer algo al respecto.
El aire en el interior del pabellón Key Arena estaba cargado de energía vibrante, chispeante, generada por aquellos miles de personas que electrizaban el ambiente con su entusiasmo. Victoria extrajo el báculo de la funda que llevaba ajustada a la espalda, lo sostuvo con ambas manos y le ordenó en silencio que recogiera aquella energía.
La pequeña bola de cristal que remataba el Báculo de Ayshel se iluminó como un lucero, pero nadie la vio, porque el hechizo de camuflaje seguía funcionando. Sin embargo, Victoria sabía que Kirtash no tardaría en percibir su poder. No disponía de mucho tiempo.
Kirtash había empezado a cantar otro tema, un tema lleno de fuerza, duro, desgarrador y hasta cierto punto desagradable. Victoria lo conocía. Era el que menos le gustaba del disco, porque removía algo en su interior y la turbaba profundamente. Si no conociera a Kirtash, habría llegado a asegurar que aquella canción estaba teñida de rabia, amargura y desesperación.
Pero aquello no era posible, porque Kirtash no sentía aquellas cosas.
—Me da igual lo que hagas, o por qué lo hagas —musitó Victoria, con los ojos llenos de lágrimas de odio, mientras el báculo chisporroteaba por encima de su cabeza, henchido de energía que exigía ser liberada—. Te mataré, y dejaré de tener miedo y dudas por tu culpa.
Alzó el báculo.
En aquel momento regresaba Jack. No lo vio, pero lo percibió, corriendo hacia ella para detenerla.
Demasiado tarde.
Beyond lies and truths, beyond life and death, recordó Victoria, Beyond you and me. Just let it be, just take my hand and come with me…
Come, with me…
«Ven conmigo…».
—Nunca más —juró Victoria, y volteó el báculo con violencia.
Toda aquella energía salió disparada hacia el escenario. Kirtash, cogido por sorpresa, pudo saltar a un lado en el último momento. El suelo estalló en llamas a un metro escaso de él.
Hubo confusión, consternación, gritos, pánico. Kirtash volvió la cabeza hacia ella, y Victoria pudo ver, con satisfacción, que por primera vez desde que lo conocía, él parecía sorprendido y confuso.
—Victoria, ¡has fallado! —pudo decir Jack a su lado, horrorizado.
Pero enseguida se dio cuenta de que ella lo había hecho a propósito.
La joven estaba de pie, sosteniendo con firmeza el báculo, que relucía en la oscuridad iluminando su semblante serio, decidido y desafiante. Era una imagen temible y turbadora, y los espectadores de aquel sector se apartaron de ella, aterrorizados y confusos. Pronto, Victoria se vio sola, con su báculo, en aquel pasillo, en la parte superior de las gradas, mirando a Kirtash fijamente.
Él se había recuperado ya de la sorpresa y, desde el escenario, había alzado la mirada hacia ella, con los músculos en tensión, pero manteniendo en todo momento el dominio sobre sí mismo.
—¿Qué estás haciendo? —oyó Victoria la voz de Alexander, que acababa de llegar.
Ella no hizo caso. Sabía que Kirtash la había visto, que la estaba mirando. Sabía que podía haberlo matado si hubiese querido. Y sabía que él lo sabía también.
Victoria vio a Kirtash asentir con la cabeza. Entonces, silencioso como una sombra, el joven asesino se deslizó hacia el fondo del escenario y desapareció.
Victoria se sintió muy débil de pronto, y tuvo que apoyarse en el báculo para no caerse. Jack la agarró por el brazo.
—Vámonos de aquí —le dijo—. Vienen los de seguridad.
—¿Pero quiénes eran esos locos? —estalló el representante de Chris Tara—. ¿Y por qué la policía no ha podido echarles el guante?
Kirtash podía haber respondido a ambas preguntas, pero permaneció en silencio, sentado en una silla en un rincón, con el aire engañosamente calmoso que le caracterizaba.
—Bueno, lo importante es que Chris está bien —dijo el productor—. Miradlo por el lado bueno: esto supondrá publicidad extra para la promoción del disco.
—¿De qué me estás hablando? Eso ha sido un intento de asesinato, Justin, no tiene nada de bueno. Podría haber más. Tenemos que averiguar quiénes eran esos tres y querían, y cómo diablos consiguieron colar ese… lo que sea… dentro del pabellón.
El productor respondió, pero Kirtash no le prestó atención. Se levantó y se dirigió a la puerta sin una sola palabra.
—¿Se puede saber adónde vas, Chris? —exigió saber su representante—. La escolta especial que hemos pedido todavía no ha llegado.
Kirtash se volvió hacia él.
—Hicimos un trato, Philip —dijo con suavidad—. Yo cumplo con mis compromisos. Y tú, a cambio…
El hombre palideció.
—Nada de entrevistas —musitó, como si se lo hubiera aprendido de memoria—. Nada de fotografías. Nada de comparecencias públicas, excepto los conciertos. Nada de preguntas. Nada de control. Libertad total.
—Así me gusta —sonrió Kirtash.
La puerta se cerró tras él.
—Pero ¿quién te has creído que eres? —casi gritó el productor—, ¡Phil! ¡Dile que…!
Pero el otro lo detuvo con un gesto.
—Déjalo marchar —murmuró—. Te aseguro que sabe lo que hace.
—Pero… ¡ahí fuera está todo lleno de gente y…!
—No lo verán si él no quiere dejarse ver, créeme. Déjalo, Justin. Si quieres a Chris Tara, tendrá que ser bajo sus propias condiciones.
El productor no dijo nada, pero sacudió la cabeza, perplejo.
Eran ya las doce de la noche cuando todo quedó despejado. La policía se retiró también, después de haber registrado el Key Arena y todo el Seattle Center sin haber encontrado a los tres maníacos que habían interrumpido el concierto de Chris Tara.
Los maníacos en cuestión no se habían movido de la puerta del pabellón, pero nadie los había visto. El hechizo de camuflaje mágico, basado en crear ilusiones, tenía muchas variantes. La percepción de un idhunita, más habituado a la magia, no podía ser engañada fácilmente, y por ello había que crear un «disfraz», la imagen de otra persona, para pasar inadvertido. Pero con los terráqueos, más incrédulos y, por tanto, más incautos, el hechizo funcionaba mucho mejor. Si era necesario, podía convencerlos de que alguien no se encontraba allí.
Jack, Victoria y Alexander esperaron junto a la entrada del Key Arena a que se marcharan todos y cerraran el pabellón. Eran ya las nueve de la mañana en Madrid, pero Victoria parecía haberse olvidado por completo de la hora, y permanecía pálida y callada, aferrada al báculo, escudriñando las sombras, Jack estaba sentado a su lado, muy pegado a ella. Los dos intuían que se avecinaba un momento importante y, de manera inconsciente, se acercaban el uno al otro todo lo que podían, como si quisieran darse ánimos mutuamente. Jack rodeó con el brazo los hombros de Victoria y ella se recostó contra él, olvidándose por un momento de sus esfuerzos por distanciarse de su amigo.
Cuando el silencio se adueñó de aquel sector del Seattle Center, Alexander miró fijamente a Victoria.
—Fallaste a propósito —le dijo—. ¿Por qué?
—Porque no me parecía correcto —respondió ella a media voz.
—¡Correcto! —repitió Alexander—. ¿No te parece correcto acabar con un asesino que ha matado a traición a muchos de los nuestros?
—Quiero acabar con él, pero no de esa manera —Victoria lo miró a los ojos, impasible—, ¿qué te pasa, Alexander? ¿No eras tú el que aborrecía las armas de fuego porque matar a distancia era de cobardes?
—Un individuo como Kirtash no se merece que lo traten con tantos miramientos.
Pues yo creo que pensando así te estás rebajando a su nivel —replicó Victoria—. Comprendo que has cambiado Y que no eres el mismo, Alexander. Pero sé que en tu interior queda algo de aquel caballero que nos hablaba de honor y justicia. Y esa parte de ti sabe muy bien por qué no he hecho lo que me pedías.
Jack escuchaba sin intervenir. A pesar de que odiaba a Kirtash, en el fondo estaba de acuerdo con Victoria.
Alexander meditó las palabras de la chica, y finalmente asintió con un enérgico cabeceo.
—Lo comprendo y lo respeto, Victoria. Pero… ¿por qué atacaste, entonces?
Victoria abrió la boca para contestar, pero fue Jack quien habló por ella.
—Para lanzar un desafío —dijo—. Para retar a Kirtash a que venga a enfrentarse con nosotros. Por eso le estamos esperando aquí.
—No era esa la idea… —empezó Alexander, pero Victoria se levantó de un salto, como si hubiera recibido algún tipo de señal.
—Atentos —dijo a sus compañeros—. Es la hora.
Echó a andar, alejándose de la entrada del Key Arena, hacia el corazón del Seattle Centre. Sus amigos la siguieron. Sobre ellos, el Space Needie, la emblemática torre de Seattle, relucía fantásticamente en mitad de la noche.
Encontraron a Kirtash aguardándolos en una explanada cubierta de hierba. Tras él, una enorme fuente lanzaba chorros de agua hacia las estrellas y la luna creciente. Recortada contra las luces de los focos, la figura del joven asesino parecía más amenazadora que nunca, pero también, apreció Victoria, más turbadora.
Jack frunció el ceño. Ahora que lo veía de cerca, el odio que sentía hacia él, y que llevaba un tiempo dormido, se reavivó de nuevo. Apreció también que Kirtash era ahora más alto de lo que él recordaba. Jack también había crecido, pero su rival seguía siendo más alto que él.
—Habéis venido a matarme —dijo Kirtash con suavidad; era una afirmación, no una pregunta.
—Podríamos haberlo hecho antes, durante el concierto —dijo Victoria, tratando de que no le temblara la voz.
—Lo sé —se limitó a responder Kirtash—. He sido descuidado. No volverá a pasar.
Observaba a Victoria con evidente interés, Jack se dio cuenta de ello. Oprimió con fuerza el pomo de Domivat, hasta casi hacerse daño, intentando dominar su rabia. No permitiría que Kirtash se llevase a Victoria, jamás.
—¿Vas a enfrentarte a nosotros? —preguntó, desafiante.
Kirtash se volvió hacia él.
—Jack —dijo con calma; aunque apreciaron en su voz una nota de odio contenido—. ¿Cómo prefieres que me enfrente a vosotros? ¿Vais a luchar de uno en uno, o los tres a la vez?
Jack abrió la boca para responder, pero Kirtash no aguardó a que lo hiciera. Desenvainó a Haiass, su espada, y su brillo blanco-azulado palpitó en la oscuridad.