7
La Portadora del Báculo
El sol abrasador del desierto caía a plomo sobre las dunas, arrancando de ellas reflejos cegadores y provocando una extraña ondulación en el aire. Ni el más leve soplo de brisa alentaba aquella inmensa caldera. Jack se detuvo un momento, algo mareado. El Alma los había llevado hasta allí al instante, y su cuerpo había acusado el contraste entre la suave noche de Limbhad y la atmósfera ardiente y agobiante del desierto. Además, llevaba una espada prendida en el cinto, y eso le hacía sentirse extraño. Se volvió hacia Victoria, que lo seguía a duras penas.
—¿Estás bien?
Ella asintió, pero no tenía buen aspecto, Jack le tendió la mano y ella la aceptó, agradecida.
Alsan y Shail iban en cabeza. Se suponía que era Shail quien sabía adónde se dirigían, pero no podía seguir el ritmo de su tenaz y resistente compañero. Jack quiso preguntar si faltaba mucho para llegar, pero tenía la boca seca.
Por lo visto, o bien el Alma no los había llevado exactamente al lugar calculado por Shail, o este se había equivocado en un par de kilómetros.
De pronto, Alsan se detuvo. Todos vieron enseguida lo que había llamado su atención: unas palmeras solitarias al pie de una montaña que daba algo de sombra. Entre las rocas se distinguía lo que parecía una cueva.
—Por fin —suspiró Victoria.
Shail cruzó una mirada con sus compañeros. El Báculo de Ayshel había sido llevado a aquel lugar hacía siglos, pero el mago había asegurado que continuaba allí. De lo contrario, Kirtash no lo estaría buscando.
Momentos después descansaban a la sombra de la montaña, frente a la cueva, que era sin lugar a dudas una vivienda, a juzgar por la cortina de rafia que cubría la entrada y los dos recipientes de barro depositados junto a ella. No habían entrado, sin embargo. Alsan había decidido que era mejor esperar allí. Quienquiera que viviese en la cueva detectaría enseguida su presencia.
Así fue. Apenas habían bebido unos sorbos de agua de las cantimploras cuando una extraña mano envuelta en trapos corrió la cortina lo justo para dejar ver un gran ojo, redondo, rojizo y brillante. Jack y Victoria retrocedieron, pero Alsan y Shail cruzaron una mirada y sonrieron.
—¡Que los dioses te protejan! —saludó Alsan en idhunaico—. Mi nombre es Alsan, hijo del rey Brun, y soy el heredero del trono de Vanissar.
—Heoídohablardeeselugar —asintió la criatura en el mismo idioma; hablaba tan deprisa que no separaba unas palabras de otras, y los chicos tuvieron problemas para entenderlo—, pasadyhablaremos.
Alsan entró tras el ser sin dudar, y los demás lo siguieron.
Una vez en el interior de la cueva, Jack miró fijamente a su anfitrión, pero no vio gran cosa de él. Su figura era menuda y estaba cubierta de trapos de los pies a la cabeza; las andrajosas telas que tapaban su rostro solo permitían ver dos ojos redondos y brillantes como brasas.
—Es un yan —susurró Shail a los más jóvenes.
Victoria asintió, pero Jack tuvo que hacer un esfuerzo para recordar lo que había leído sobre aquellas criaturas en la biblioteca de Limbhad.
Por lo que sabía, en Idhún había más razas inteligentes aparte de los humanos, los dragones, los unicornios y los sheks. Las leyendas decían que al principio de los tiempos aquel mundo había sido habitado por los seis pueblos creados por los dioses primigenios: en primer lugar, los humanos, que poblaron las mesetas y las colinas; en segundo lugar, los feéricos: hadas, ninfas, duendes, gnomos, trasgos y semejantes, que habitaron en los bosques; en tercer lugar, los gigantes, señores de las altas cordilleras; después, los varu, criaturas anfibias, moradores de las profundidades marinas; seguidamente, los celestes, gente amable que se estableció en las grandes llanuras y los suaves valles; y, por último, los yan, habitantes del desierto.
Por último, decían los libros. Porque «yan», en idhunaico antiguo, significa justamente «los últimos». Contaban las leyendas que, cuando idhún era joven, Aidun, dios del fuego, abrasó involuntariamente las tierras del sur cuando descendió al mundo. Como castigo, los demás dioses condenaron a sus hijos a habitar en aquel desierto que él había creado. Por eso se les llamaba los «yan», los últimos, porque, de las seis razas, era la que menos contaba, tanto para los dioses como para los mortales.
—Bienvenidosamihogar —dijo el yan—. Tomadasientoporfavor.
Jack miró a su alrededor con curiosidad. La vivienda del yan no era muy grande, y tampoco había muchas cosas en ella. Algunos cacharros de barro, un camastro en un rincón y una puerta desvencijada que conducía, casi con toda probabilidad, a un armario. Un agujero en la pared, por encima de la puerta, permitía la entrada de algo más de luz.
—No te dejes engañar —le susurró Shail al oído—. Es un yan; tendrá la cueva llena de escondrijos secretos.
Jack se dijo que, en tal caso, los escondrijos estaban muy bien escondidos.
Se sentaron todos en el suelo, sobre las esteras que había dispuesto el yan.
—Atiteconozcopríncipe —dijo el yan—. ¿Quiénessonellos?
—Shail, el mago —respondió Alsan, señalando a su amigo—, Jack y Victoria —añadió, haciendo un gesto hacia ellos.
—YomellamoKopt —dijo el yan solamente.
—Somos la Resistencia —declaró Alsan—. Hemos venido desde Idhún para detener a Kirtash, enviado de Ashran y de los sheks, y traer la paz y la salvación a nuestro mundo.
—Sheks —repitió la criatura—, ¿hanvueltoainvadirIdhún?
—¿Cómo? —dijo Shail sorprendido—. ¿No lo sabías?
—Hacesiglosquemiestirpehabitaenestemundo —dijo Kopt—. MisantepasadoshuyerondeIdhúndurantelaTerceraEra. Algunosvolvieronperootrossequedaron.
—¿Una colonia yan en la Tierra? —Shail no podía contener su excitación—. ¿Estáis aquí desde los tiempos del Primer Exilio? ¿Cómo habéis logrado ocultaros de los humanos durante tantos siglos?
—Loshumanosquehabitanestastierrasnoscreyerondemonios —explicó el yan—. Semantuvieronalejados. Peroahorasoloquedoyo. Ymitiemposeacaba.
—¿Pero por qué se quedaron? —preguntó Victoria—. ¿Por qué no regresaron a Idhún?
—Teníamosunamisiónquecumplir.
—Entiendo de misiones —asintió Alsan—. Y creo saber cuál era la vuestra.
—Vigilar el Báculo de Ayshel —dijo Shail en voz baja—. Pero el Libro de la Tercera Era ha sido encontrado. Kirtash está buscando el báculo, y si lo encuentra…
—Hacetiempoquesientoalgoenelaire —dijo Kopt—. Algomalignoquemeestábuscando.
—¿Por qué no has recurrido a un camuflaje mágico? —preguntó Shail—. ¿Por qué no te ocultas tras un disfraz humano?
—Porqueyonosoymago. Misantepasadoslofueronperoestánmuertos. Yenestemundonohabíaunicorniosqueconsagrarananuevoshechiceros.
Shail asintió, pero no dijo nada.
—Sin embargo —añadió el yan—, síentiendoelidiomadelvientodeldesierto. Ynometraebuenasnoticias.
—Nosotros tenemos buenas noticias —dijo Shail—. Por una vez, hemos llegado antes que Kirtash. Con el báculo que guardas encontraremos a Lunnaris.
Jack frunció el ceño. Otra vez Lunnaris.
—Ella está perdida en este mundo, igual que lo estuvieron tus antepasados —prosiguió Shail; Jack observó que Alsan le había dejado tomar la palabra, quizá porque sabía que nadie hablaría de aquello con tanta pasión como el joven mago—. Y ella y su compañero son la última esperanza para Idhún. Si Kirtash los encuentra…
No terminó la frase, pero el yan asintió rápidamente.
—Creosaberdequésetrata.
—Entréganos el báculo —dijo Alsan.
—Por favor —añadió Shail.
—¿Porquédeberíacreeros?
Alsan fue a replicar, indignado, pero Shail le detuvo.
—Compréndelo —le dijo a su amigo—. Su clan ha estado guardando el báculo desde hace varias generaciones. No se lo entregará al primer extraño que llegue.
Alsan asintió.
—Comprendo. Permítenos verlo, entonces.
—Por supuesto. Detodasformasentodosestossiglosnadiehaconseguidotocaresebáculo.
—¿Qué? —exclamó Shail—. ¿Quieres decir que está protegido por un hechizo?
—Venidaverlovosotrosmismos.
El yan se levantó de un salto. Se había movido muy rápido, y Jack parpadeó, sorprendido: ya los estaba esperando en la puerta.
Volvieron a exponerse al sol del desierto, y Jack echó de menos la fresca cueva de Kopt. Por fortuna, no había que ir muy lejos. El yan los guiaba hasta una montaña cercana, en cuya base se abría la boca de una gran caverna.
Jack cambió el peso de una pierna a otra, incómodo. Por alguna razón, sintió que no le apetecía nada saber qué era lo que se ocultaba en el interior de la cueva.
Kopt ya los aguardaba en la entrada. Alsan echó de nuevo a andar sin previo aviso, y los demás lo siguieron.
Entraron en la cueva y recorrieron un amplio túnel; al fondo, la galería se abría para dar paso a una caverna iluminada por un claro resplandor, y Jack supo que era allí a donde se dirigían. Alsan seguía al yan, firme, sereno y orgulloso, y el chico admiró una vez más su fuerza interior y su seguridad en sí mismo y en sus ideales. Y recordaría durante mucho tiempo la figura de su amigo, bañada por la luz que emergía de la caverna, porque fue la última imagen que tuvo del Alsan que había conocido.
—Espera —dijo Victoria, reteniendo a Jack del brazo.
El chico se volvió hacia ella y advirtió un rastro de temor en sus ojos oscuros. Shail también la miró, interrogante.
—Hay algo malo ahí dentro —dijo ella—. El yan nos ha engañado.
—¿Pero qué…?
Jack miró a su alrededor y no vio a Kopt por ninguna parte. Avanzó unos pasos hacia la cueva y algo parecido a una garra gélida le oprimió el corazón. Y en ese mismo momento supo, de alguna manera, que Victoria estaba diciendo la verdad. Pero entonces descubrió, con horror, que Alsan ya había entrado en la enorme caverna. Y supo con total certeza qué era lo que iba a encontrar en su interior.
—¡Alsan! —gritó—. ¡¡ALSAN!!
—… Alsan… Alsan… Alsan… —repitió el eco.
Jack se dispuso a correr hacia él, pero la mano de Shail lo detuvo.
—¿Se puede saber qué os pasa a vosotros dos?
—No sé si ese báculo está o no en esa caverna —dijo Jack, respirando agriadamente—. Pero, en cualquier caso, Kirtash ha llegado primero, y sigue allí dentro.
Victoria ahogó un grito. Shail los miró a los dos, desconcertado.
—Pero ¿cómo…?
Jack podía haberle explicado lo de la sensación de frío, el repentino sentimiento de odio y aversión que lo había invadido al acercarse a la caverna, pero no había tiempo.
—¡Maldita sea, Shail, confía en mí! ¡Hay que sacarlo de ahí como sea!
Shail lo miró un momento, con el ceño fruncido; entonces se giró bruscamente y echó a correr por el túnel. Jack y Victoria lo siguieron.
La galería se abrió, dejando paso a la caverna por la que había desaparecido Alsan. Era una enorme abertura en el interior de la montaña, iluminada, sin embargo, por la luz natural que se filtraba por un enorme boquete del techo. Al fondo había un montón de rocas y, clavado en ellas como una lanza, estaba el Báculo de Ayshel, emitiendo un suave resplandor sobrenatural.
Pero ninguno de los tres se fijó en el extraordinario objeto.
Porque vieron ante el báculo el cuerpo inerte de Alsan, tendido sobre la arena, y junto a él una inconfundible figura que vestía totalmente de negro incluso en pleno desierto, y que se movía con agilidad felina.
Kirtash sacudió la cabeza para apartarse el pelo de la frente y fijó en ellos la mirada de sus fríos ojos azules.
En ellos, no. En Jack.
El muchacho respiraba entrecortadamente. El sofocante calor que lo agobiaba incluso allí dentro le nublaba los sentidos y le impedía apreciar desde allí si Alsan seguía vivo o no. Le pareció que lo veía moverse, y se aferró a aquella esperanza. Pero seguía sintiendo la mirada de Kirtash clavada en él, y no pudo seguir eludiéndola.
Estaban a unos veinte metros del joven asesino, demasiado lejos como para que él pudiese llegar a dañarles… todavía. Sin embargo, ni Jack ni sus amigos se atrevieron a moverse un solo paso. Kirtash tampoco hizo ademán de avanzar hacia ellos.
Tras él apareció otra figura, la de Elrion, el mago que solía acompañarlo. Este parecía impaciente por actuar, pero Kirtash se mantenía sereno e imperturbable.
Victoria inspiró profundamente al volver a ver a Kirtash por primera vez desde su encuentro en el metro. De nuevo, aquellos sentimientos de atracción y repulsión se adueñaban de su corazón, y se sentía muy confusa.
Kirtash pareció darse cuenta de la presencia de Victoria, porque volvió su mirada hacia ella. La chica se estremeció de pies a cabeza y quiso apartar la vista, pero no fue capaz. Sabía que a aquella distancia él no podía alcanzar su mente; sin embargo, se sintió indefensa de pronto, como si Kirtash la desnudara interiormente para conocer todos los secretos de su alma. Quiso huir, quiso gritar; pero también se dio cuenta, sorprendida, de que una parte de ella deseaba… acercarse más a él.
El joven entornó los ojos. Jack habría jurado que apreciaba algún tipo de emoción en su rostro. ¿Curiosidad, quizá? ¿Interés? Sí, tal vez, pero no por él.
Por Victoria.
Jack percibió que Shail respiraba hondo, y casi entrevió que comenzaba a concentrarse. Sabía que el joven mago podía hacerlos regresar a su escondite en Limbhad en cualquier momento. Pero… ¿abandonarían a Alsan?
«No, Shail», pensó con desesperación. «No lo hagas».
Shail dudaba. Kirtash estaba retándoles a que se atreviesen a enfrentarse a él para rescatar a su amigo. El mago no sabía qué hacer. Si intentaba salvar a Alsan, podían acabar todos muertos. Pero no se sentía capaz de abandonarlo. En cuanto a Victoria…
Victoria seguía con la mirada clavada en Kirtash. Y, desde el fondo de la caverna, también él la miraba a ella.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Jack, sin poder soportarlo más.
Kirtash apartó por fin los ojos de Victoria. Ella suspiró débilmente y se apoyó en Shail, como si de pronto le hubiesen fallado las fuerzas. Jack sintió que los ojos azules de su enemigo se clavaban en los suyos, y algo en su interior estalló como un volcán.
—¿Qué pretendes? —repitió.
Kirtash se inclinó junto al cuerpo caído de Alsan y posó suavemente la mano derecha sobre su cabeza. En ningún momento dejó de mirar a Jack. «Me está desafiando», pensó el chico, con rabia.
No pudo contenerse.
—¡Aparta las manos de él! —gritó—. ¡Apártalas o…!
Algo lo retuvo. Se dio cuenta entonces de que casi había echado a correr hacia Kirtash, y de que Shail lo había agarrado por la camisa al pasar por su lado.
—Te está provocando —susurró el mago—. No caigas en su trampa.
Pero Kirtash sacó a Haiass, que llevaba a su espalda en una vaina, y avanzó unos pasos. El filo de la espada relució un momento, herido por un rayo de sol que se filtraba por el techo de la caverna. Jack inspiró profundamente.
—Jack, no —murmuró Shail.
El chico comprendió entonces por qué Kirtash no había matado a Alsan aún.
Era un cebo.
Kirtash colocó suavemente, casi con mimo, el filo de su espada sobre el cuello del inerte Alsan. Jack sabía que Shail tenía razón y que solo lo estaba provocando, pero la idea de que Alsan fuera a morir le resultaba tan insoportable que no pudo quedarse quieto. Con un grito de rabia y los ojos llenos de lágrimas, desenvainó su propia espada y corrió hacia Kirtash. Victoria gritó su nombre y Shail alargó la mano para retenerlo, pero no lo logró.
Todo fue muy rápido. Kirtash pareció recibir con satisfacción la embestida de Jack, pero con un solo movimiento de su espada arrojó lejos el arma del muchacho, que quedó indefenso frente a él.
—¡No! —chilló Victoria—. ¡¡JACK!!
Quiso correr hacia él, pero Shail la detuvo. Victoria se debatió entre sus brazos, desesperada, gritando el nombre de su amigo, luchando por acudir junto a él. Pero Shail no la dejó marchar.
Temblando de rabia, odio y miedo, Jack se quedó parado ante Kirtash, sintiéndose humillado. La punta de Haiass estaba apoyada en su pecho.
Había vuelto a hacerlo. Se había dejado arrastrar por sus emociones, había perdido la cabeza y ahora iba a morir. Y lo peor de todo era que no había conseguido nada con ello, no había logrado ayudar a Alsan. «Perdóname», pensó. «He vuelto a fallarte. Pero, si he de morir, no bajaré la mirada».
Levantó la cabeza y clavó los ojos en Kirtash, desafiante. Pero este parecía… ¿decepcionado?
Si lo estaba, desde luego no dijo nada al respecto. Sin una sola palabra, Kirtash hizo un elegante movimiento con la espada. Rápido, certero y letal. Jack aguardó que el frío acero de Haiass se hundiera en su pecho.
Y entonces…
… Entonces algo detuvo la espada de Kirtash, algo claro y resplandeciente, como un escudo de luz, que rodeó a Jack y apartó de él el acero que iba a matarle. Sorprendido, Kirtash retrocedió unos pasos, y Jack se volvió hacia todos lados, sin comprender qué estaba pasando.
Y descubrió que aquella luz no emanaba de su cuerpo, sino que lo envolvía como un manto protector. Y procedía del Báculo de Ayshel…
… que ya no estaba en su lugar, clavado entre las rocas, sino en manos de una sorprendida Victoria, que no sabía muy bien cómo sujetarlo. Cómo había llegado hasta allí era algo que ni siquiera Kirtash parecía entender.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo Shail, desconcertado, apartándose de Victoria.
Kirtash reaccionó. Blandió de nuevo su espada, pero se dio cuenta de que la luz del báculo aún envolvía el cuerpo de Jack. Victoria pareció comprender que el objeto había respondido a sus deseos de salvar la vida de su amigo, y reaccionó por fin, sujetándolo con más fuerza y avanzando unos pasos. Las piernas le temblaban, pero se esforzó por mostrar una determinación que, en el fondo, estaba lejos de sentir.
Jack comprendió que tenía una oportunidad de salvar su vida. Lentamente, se acercó a Victoria y al báculo protector que portaba. Cuando los dos estuvieron juntos, Jack se sintió lo bastante seguro como para lanzar una mirada desafiante a Kirtash.
—Tenemos el báculo —dijo.
El joven esbozó una media sonrisa.
—Y yo tengo a vuestro príncipe —dijo; su voz era suave y sugerente, apreció Victoria, pero fría y sin emoción.
Jack se dio cuenta, con horror, de que el filo de Haiass reposaba otra vez sobre el cuello de Alsan.
—¿Me entregarías ese báculo a cambio de su vida? —preguntó Kirtash.
—No puedes usarlo —dijo Jack, comprendiéndolo de pronto—. Por eso estabas aquí. No conseguiste sacarlo de las rocas, ¿verdad? Pero el báculo ha acudido a la llamada de Victoria. Le pertenece a ella ahora.
—Eso tiene fácil arreglo. Te propongo un cambio: la chica y el báculo a cambio de la vida de Alsan.
Jack apretó los dientes y se colocó ante Victoria para protegerla, con su cuerpo y con su vida, si era necesario. No soportaba la idea de que Kirtash pudiera ponerle las manos encima.
—Ni hablar.
La espada se hundió un poco más en la carne de Alsan. Un fino hilo de sangre recorrió su cuello, Jack tragó saliva.
Percibió que Shail se acercaba a ellos por detrás, y se sintió algo consolado por su presencia. Pero también Kirtash lo había detectado.
—No des un paso más, mago —advirtió—, o tu amigo morirá.
—Y si te entregamos el báculo, Victoria morirá —dijo Jack—. ¿Qué diferencia hay?
—La diferencia consiste en que a ella la necesito viva —explicó Kirtash amablemente— para utilizar el báculo. Así que decide, Jack. No tengo todo el día… y Alsan tampoco.
Por alguna razón, Jack no se sorprendió de que conociera sus nombres. Cerró los puños con tanta fuerza que se hizo daño.
—Basta —dijo entonces Victoria—, no le hagas daño: voy contigo.
—¿Qué? —soltó Jack—. No, Victoria. No lo permitiré.
Pero eso significaba que Alsan moriría. Jack se sintió comido por la angustia. Quería salvar a su amigo, pero tampoco iba a dejar que Kirtash se llevase a Victoria. Sabía que no soportaría verla marchar y, además, lo ahogaba la rabia solo de pensarlo. Una vez se había jurado a sí mismo que haría cuanto pudiera por protegerla, y no pensaba dejarla en la estacada a las primeras de cambio.
Sin embargo, ella se separó suavemente de él y miró a Kirtash. Y, a pesar del miedo que sentía, su voz sonó serena y segura cuando dijo:
—Tienes que jurar por lo que sea más sagrado para ti que no harás daño a mis amigos. A ninguno de ellos. Si cumples esa condición, iré contigo… sin oponer resistencia.
—No, Victoria… —empezó Jack, pero no pudo continuar, porque los acontecimientos se precipitaron.
La atención de Kirtash se desvió hacia ella solo unas centésimas de segundo, y algo pareció estremecer el ambiente cuando las miradas de ambos se cruzaron. Pero Shail ya había dado un paso al frente y colocado las manos sobre los hombros de Jack y Victoria. Entonces, súbitamente, Jack comprendió qué era lo que iba a hacer el mago. Se volvió hacia él, furioso.
—¡No, Shail! ¡¡¡NO!!!
Demasiado tarde. Shail había cogido también a Victoria del brazo y de pronto todo daba vueltas…
—Los has dejado escapar —dijo Elrion—. Con el báculo.
Kirtash no se movió. Se había quedado mirando el lugar donde momentos antes se habían encontrado los tres amigos.
—Deberías haber dejado que interviniera —añadió el mago.
Kirtash se volvió hacia él. No había rabia ni frustración en su rostro. Al contrario; sonreía, Elrion lo miró, indeciso. A la hora de entender las cosas, Kirtash siempre iba muy por delante de él. Muy por delante de cualquiera, en realidad.
—¿Por qué estás tan contento? Se nos han escapado.
—Sí, pero me han revelado muchas cosas. Más de lo que ellos creen.
—Pero… pero hemos perdido el báculo.
——El báculo regresará a nosotros —le aseguró Kirtash con suavidad—. Recuerda que tenemos algo que ellos quieren.
Elrion bajó la mirada hacia el cuerpo inconsciente de Alsan.
—¿De veras necesitabas a esa niña? —preguntó, indeciso.
—Sí —respondió Kirtash solamente.
«No te imaginas hasta qué punto», añadió en silencio.