9
Planes de rescate
Alsan despertó en una gran cámara iluminada por antorchas de fuego azul. Quiso moverse, pero no pudo: estaba encadenado de pies y manos a una especie de plataforma vertical. Se debatió, furioso, pero solo consiguió que los eslabones de hierro se le clavasen más en la piel.
Oyó un gruñido y miró a su alrededor. Cerca de él había una gran jaula con un lobo en su interior, un lobo gris que le enseñaba los dientes.
—Veo que ya os habéis hecho amigos —dijo la voz de Elrion en la oscuridad.
Alsan volvió la cabeza. El mago acababa de materializarse en la estancia, cerca de él.
—¿Qué es lo que pretendes?
Elrion se acercó a él, sonriendo.
—Algún día me agradecerás que te haya escogido para este pequeño experimento, príncipe —dijo—. Porque voy a convertirte en uno de los hombres más poderosos de ambos mundos.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué harías eso por mí?
—Por varios motivos —Elrion caminaba arriba y abajo junto a Alsan, pensativo—. En primer lugar, porque si el conjuro sale mal no se habrá perdido gran cosa, ya que ibas a morir de todas formas. Pero si el conjuro sale bien… en fin, sería muy desmoralizador para todos los otros renegados ver que su príncipe Alsan, el adalid de esa patética Resistencia formada por un mago y dos mocosos, se une incondicionalmente a nuestras filas.
Alsan apretó los puños.
—Jamás.
—¿Elrion?
La voz sonó suave y tranquila, pero había algo amenazador en el modo en que pronunció el nombre del mago, y este se estremeció.
—¿Qué pasa ahora? —dijo sin embargo, tratando de aparentar una seguridad que no sentía.
Kirtash emergió de entre las sombras. No respondió a la pregunta de Elrion, pero ladeó la cabeza y lo miró, y el mago supo que estaba esperando una explicación.
—Se trata de un pequeño experimento de nigromancia… nada importante.
Kirtash enarcó una ceja.
—De modo que utilizas como cobaya a mi prisionero más valioso… ¿y eso no es importante?
No había perdido la calma, pero Elrion sabía que el muchacho estaba enfadado, y lo que eso significaba.
—Esta vez saldrá bien, Kirtash —se defendió—. Ya sé qué falló la última vez. Solo tengo que…
No terminó la frase. Rápido como el pensamiento, Kirtash avanzó hacia él, con los ojos relampagueantes. Intimidado, Elrion retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared. Kirtash se detuvo a escasos centímetros de él y lo miró fijamente. El mago quiso apartar la mirada, pero no fue capaz.
—Sé lo que pretendes —advirtió Kirtash—. He visto a los otros. Y me da la sensación de que no comprendes las consecuencias de lo que estás haciendo.
—Pero esta vez… saldrá bien —se atrevió a repetir Elrion; la voz le salió mucho más débil y temblorosa de lo que había pretendido pero, por alguna razón, Kirtash cambió de actitud y se separó de él.
—No —dijo, dándole la espalda; Elrion jadeó, sorprendido de seguir con vida—. Nunca sale bien —añadió Kirtash a media voz.
Alsan, había seguido la escena con interés, se sorprendió de percibir en su voz un cierto tono de… ¿tristeza?
—Haz lo que quieras con él —concluyó Kirtash con cierto cansancio—. Pero, si muere o escapa por tu culpa… responderás con tu vida.
Elrion no fue capaz de replicar. Kirtash se acercó a Alsan y lo miró largamente a los ojos. El príncipe sintió los tentáculos de la conciencia de su enemigo explorando su mente y trató de resistirse, de dejar la mente en blanco… pero él no era telépata, y no pudo evitar que Kirtash leyese sus más secretos pensamientos como en un libro abierto. Cuando el muchacho se separó de él, rompiendo el contacto visual, Alsan dejó caer la cabeza a un lado, aturdido. Kirtash le dio la espalda y se alejó de él sin una palabra; pero, antes de salir de la estancia, se volvió hacia donde estaba Alsan, maniatado junto a la jaula del lobo, y le dirigió una larga mirada pensativa.
—No me gustaría estar en tu pellejo —comentó solamente.
No había burla en su voz, y eso preocupó más a Alsan que cualquier amenaza que pudiera haber recibido.
—Bien, escuchad —dijo Shail—. Tienen a Alsan en una antigua fortaleza medieval, en el corazón de Alemania…
—¿Cómo sabes eso?
—Me lo ha dicho el Alma. No ha sido difícil, pero no me extraña: lo que quieren es que los encontremos, precisamente. Pero, por lo visto, el castillo está muy vigilado. Aun en el caso de que lográsemos entrar, no creo que podamos salir.
—¿Cómo que está vigilado? —preguntó Jack—, ¿por quién? Solo están Kirtash y Elrion…
—No, hay mucho más que eso… —suspiró Shail—. Os lo enseñaré. Por favor… —pidió, dirigiéndose al invisible corazón de Limbhad.
Sobre la mesa de la biblioteca apareció la enorme esfera multicolor, rotando sobre sí misma. Jack y Victoria se acercaron para ver qué quería mostrarles el Alma en aquella ocasión…
… Y de pronto un ser horrible apareció nítidamente en la esfera. Jack y Victoria gritaron y retrocedieron, sin poder apartar la vista de él.
Era humanoide, pero tenía la piel cubierta de escamas y agitaba tras él una larga cola, y su cabeza era triangular, de serpiente, con ojillos malévolos, redondos como botones y una lengua bífida que sobresalía por entre cuatro colmillos afilados.
Súbitamente, la criatura desapareció.
Jack parpadeó, perplejo. El corazón todavía le palpitaba con fuerza. Sentía las uñas de Victoria oprimiéndole el brazo, porque ella se había pegado a él, atemorizada.
—¿Qué… demonios…? —jadeó el chico.
—Szish —murmuró Victoria.
Se había soltado del brazo de Jack y miraba a Shail con los ojos muy abiertos. El chico no conocía la palabra que había empleado ella, pero le evocaba algo espantoso, algo que de ninguna manera deseaba conocer.
—Szish —asintió el mago—. Docenas de ellos. No sé cómo habrá hecho Kirtash para pasarlos a través de la Puerta, pero ellos están vigilando la fortaleza, y no serán fáciles de burlar.
Jack se lo quedó mirando.
—¿Quieres decir que esa… cosa… era un…?
—Un szish. Las tropas de tierra de Ashran. Cuentan las leyendas que los sheks, las serpientes aladas, nacieron de la unión del dios oscuro con Shaksiss, la serpiente del corazón del mundo. Pero del origen de los szish, nadie ha dicho ni una palabra. Sería horrible pensar que cruzó humanos con serpientes, o que tenía tanto poder como para crear su propia raza.
—Detesto a las serpientes —murmuró Jack, estremeciéndose.
—¿Pero cómo ha conseguido traer a esas criaturas a nuestro mundo? —preguntó Victoria—. Un castillo como ese debe de ser un monumento importante de la región. No puede ser que nadie se haya dado cuenta.
—Algunas personas solo ven lo que quieren ver —murmuró Shail—. Por eso el camuflaje mágico funciona tan bien. De todas formas, sabes que Kirtash es muy discreto. No habría montado esa pequeña base allí si no estuviera completamente seguro de que nadie lo iba a molestar.
—¿Y cómo vamos a entrar, entonces?
—Los szish no son tan temibles como los sheks, pero sí son inteligentes, muy inteligentes, y hábiles guerreros. Y eso me da una idea.
Se acercó a Jack y Victoria y los miró fijamente.
—Uno de nosotros se hará pasar por un szish, mediante un camuflaje mágico, y entrará en la fortaleza. Los otros dos fingirán que van a entrar por otro lado, y así distraerán a las demás serpientes. Creo que yo…
—No —atajó Jack—. No creo que sea una buena idea.
Shail lo miró.
—Lo sé. Pero…
—Quiero decir que, si se trata de entretener a las serpientes, nada mejor que un buen número de magia. Por eso creo que tú y Victoria debéis ocuparos de esa parte. Yo me encargaré de entrar ahí, disfrazado o lo que sea, y de rescatar a Alsan.
Hubo un silencio. Finalmente, Shail dijo:
—No, Jack. No puedo permitirlo. Es muy peligroso.
—Pero, Shail —intervino Victoria—. Kirtash estará allí. Si tú o yo entramos en ese castillo, él nos descubrirá enseguida. Detecta la magia, ¿recuerdas? Jack es el único de los tres que no es mago… o semimago —añadió a media voz.
Shail abrió la boca para replicar, pero no dijo nada. Miró a los chicos, algo confuso.
—Maldita sea, tienes razón. Pero no puedo disfrazarte de serpiente y dejarte entrar ahí, sin más…
—No —concedió Jack—. Creo que ha llegado la hora de permitirme usar una espada legendaria.
—¿Qué es lo que esperas conseguir con todo esto? —quiso saber Alsan.
Elrion había estado consultando un enorme volumen escrito en idhunaico arcano, pero se volvió hacia él y sonrió.
—¿Quieres que te lo explique? —se ofreció.
Se levantó y avanzó hasta situarse junto a la jaula del lobo.
—¿Ves a esta criatura? —dijo—. Bien; pues, al igual que todas las demás criaturas, tiene un espíritu, un espíritu que la mantiene viva y la hace ser quien es. Las grandes artes de la nigromancia han permitido logros como… poder cambiar un espíritu de cuerpo, por ejemplo.
Alsan no dijo nada. Se limitó a mirar al hechicero, con gesto orgulloso y desafiante.
—Por supuesto, tu alma humana no desaparecería sin más —siguió explicando Elrion—, pero quedaría sometida al espíritu del animal… lo cual tiene sus ventajas. Adquirirías la fuerza del lobo, su extraordinaria percepción, su fiereza, su coraje y su instinto salvaje… y todo ello quedaría a nuestro servicio.
—No —se rebeló Alsan—. No pienso permitir…
—¿Y cómo vas a impedírmelo? —sonrió Elrion.
Jack entró con decisión en la armería. Paseó su mirada Por la colección de espadas, dagas, mazas, escudos y armaduras que se guardaban allí. Desde su primera visita había regresado un par de veces más, con Alsan, y este le había contado la historia y propiedades de algunas de aquellas armas.
Se volvió hacia Shail para comentarle algo y descubrió una expresión apenada en su rostro.
—¿Qué? —preguntó en voz baja.
—Solo estaba pensando —respondió el mago, sacudiendo la cabeza— que a Alsan le habría gustado estar aquí.
Jack abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras.
—Le hacía ilusión entregarte la espada él mismo —prosiguió Shail—. Incluso me dijo que ya sabía cuál iba a regalarte.
Jack inspiró hondo. En muchas ocasiones había fantaseado con la espada que elegiría cuando Alsan juzgara que estaba preparado, y había elegido mentalmente unas y descartado otras.
Pero en aquel momento en concreto ya sabía cuál iba a escoger. Sospechaba que no era aquella la que Alsan había reservado para él, pero no tenía otra salida.
Avanzó con decisión hasta el lugar donde la había visto por primera vez, y donde sabía que continuaba todavía. Se detuvo ante la estatua del dios del fuego y contempló, sobrecogido, la magnífica espada que Alsan había llamado Domivat.
—Esa, no —dijo enseguida Shail.
Jack no dijo nada. Sabía por qué lo decía. Recordó que Alsan le había contado que aquella espada había sido forjada con fuego de dragón y que nadie podía tocarla sin abrasarse.
Pero Alsan también había dicho que, aparte de Sumlaris, aquella era la única espada de Limbhad que podía enfrentarse a Haiass, la espada de Kirtash.
Apretó los puños al recordar la facilidad con que él lo había desarmado en su último encuentro. Cuando Haiass y su propia espada, un arma corriente, se habían encontrado, algo parecido a una descarga eléctrica había recorrido su acero hasta llegar a su brazo. Había sido una sensación extraña, como si estuviese sosteniendo un témpano de hielo. Y entonces había comprendido que ni el mejor espadachín del mundo podía enfrentarse a Kirtash en igualdad de condiciones, no mientras él siguiese blandiendo a Haiass.
Y Sumlaris la Imbatible se había perdido con Alsan. Por tanto, lo único que podía hacer Jack era aprender a usar aquella espada de fuego, costara lo que costase.
—¿Me has oído? —insistió Shail—. Te quemarías si la tocaras.
—Lo sé —dijo Jack con suavidad—. Alsan me lo dijo. Pero también me dijo que podías congelar la empuñadura para que yo pudiese blandirla.
—¿Eso te dijo? —murmuró Shail, incómodo; echó una mirada insegura a Domivat, que relucía misteriosamente, como iluminada por el resplandor de una hoguera—. Bueno, podría intentarlo, pero no estoy seguro de que… ¿Jack?
Jack no lo estaba escuchando. Le estaba pasando algo extraño. Tenía la sensación de que Domivat lo llamaba, y no podía apartar los ojos de la espada. Un ramalazo de nostalgia lo invadió, como si acabara de reencontrarse con algo perdido y largamente anhelado. Y supo, de pronto, que Domivat había estado esperándolo todo aquel tiempo. Y que podía empuñarla sin peligro.
Otro en su lugar se lo habría pensado dos veces, pero Jack era impetuoso y solía seguir sus primeros impulsos. Antes de que Alsan sospechara siquiera lo que pretendía nacer, él ya había alargado la mano hacia la empuñadura de la espada.
—¡¡Jack, NO!! —gritó Shail, alarmado.
Demasiado tarde. Los dedos de Jack se cerraron en torno al pomo de Domivat, la Espada Ardiente, forjada con fuego de los mismos dragones. La aferró con decisión, sabiendo de alguna manera que era una posesión suya, que había estado aguardando desde tiempo inmemorial a que él llegara para empuñarla.
Sintió que una oleada de calor ascendía desde su mano a través de su brazo e inundaba todo su ser, despertando en su interior algo que había permanecido dormido durante mucho tiempo. Se sintió más vivo y completo que nunca; aferró la espada con las dos manos y cerró los ojos para disfrutar de aquella sensación.
Cuando los abrió, Shail estaba ante él, mirándolo boquiabierto.
—Me gusta esta espada —comentó Jack, sonriendo.
—Es… imposible —balbuceó Shail.
—Imposible o no, ahora estoy seguro de que no volveré a hacer el ridículo ante Kirtash —afirmó Jack—. Pero primero tengo que probarla, entrenar con ella…
Calló, recordando que Alsan ya no estaba allí para enseñarle, y se le encogió el corazón.
Pero también se acordó de otra cosa.
—Oye, Shail —dijo—. Cuando yo no estaba… ¿contra quién combatía Alsan para practicar esgrima?
Shail seguía mirándolo asombrado, pero la pregunta de Jack pareció devolverlo a la realidad.
—Bien, sí, este… —sacudió la cabeza, confuso—. Demonios; debería estar contento de que haya por fin una pregunta a la que sé responder. Bueno, ya resolveremos este pequeño misterio más tarde. Sígueme, quiero enseñarte algo.
Se dio la vuelta y echó a andar a través de la sala, Jack lo siguió, intrigado. Todavía sostenía a Domivat entre las manos, y cuando el filo de la espada rozó accidentalmente un anaquel de madera, este estalló en llamas.
—¡Ten más cuidado! —lo riñó Shail; tuvo que ejecutar un sencillo hechizo de agua para apagar el incendio, y lanzó a Jack una mirada preocupada—. Francamente, sigo sin creer que sea una buena idea.
Jack se encogió de hombros.
—No tenemos otra salida —le recordó.
—Está bien —suspiró Shail—. Mira, esto es lo que quería enseñarte.
Se había detenido ante una vieja armadura negra que empuñaba una larga y poderosa espada. Jack la miró, pero no le pareció gran cosa.
—Solo es una armadura.
—Error —sonrió Shail, y trazó un signo mágico sobre ella.
De inmediato, la armadura alzó (a espada y volvió la cabeza hacia Shail, como esperando instrucciones. Jack retrocedió de un salto.
—¡Eh! ¿Cómo haces que esa cosa se mueva?
—Es un autómata —explicó Shail—. No se trata de una armadura vacía, sino que tiene en su interior una serie de mecanismos que la hacen moverse y luchar como un auténtico caballero de Nurgon. Una maravillosa obra de ingeniería y alquimia. Yo solo le proporciono la energía que necesita para funcionar. Jack ya estaba atando cabos.
—¿Quieres decir que Alsan entrenaba luchando contra esta cosa?
—Pruébalo tú mismo —invitó Shail.
—¿Qué tengo que hacer? —inquirió Jack, mirando al autómata con desconfianza.
—¿No lo adivinas?
—Este… creo que sí —blandió a Domivat, miró fijamente al caballero mecánico, inspiró hondo y dijo—: En guardia.
—¡Jack, aquí no! —exclamó Shail, alarmado—. ¡Tienes una sala de entrenamiento, esto está lleno de…!
Demasiado tarde. El autómata alzó la espada y arremetió contra Jack. El muchacho conocía aquel movimiento, y también la defensa que tenía que emplear. Movió su propia espada para detener el golpe del autómata, y cuando las dos armas chocaron, Jack percibió que de la suya emanaba un imparable chorro de energía.
Fue visto y no visto. El autómata y su espada estallaron en mil pedazos.
Jack, sorprendido, se cubrió el rostro con los brazos para evitar que lo alcanzasen los restos del caballero mecánico. Cuando se atrevió a mirar de nuevo, vio a Shail, completamente pálido, contemplado los trozos del autómata que habían caído a sus pies.
—Lo siento —dijo Jack, compungido—. No sabía que iba a pasar esto.
Shail movió la cabeza, preocupado.
—Me parece que no se trata de que debas aprender a manejarla —dijo—, sino de que tienes que saber controlar su poder.
—¿Cómo puedo hacer eso?
—Alsan te lo habría explicado mejor que yo. Es una cuestión de autodominio. La espada responde a tu voluntad y, si te dejas llevar por la furia o no controlas tu cuerpo y tu mente en todo momento, se desatará toda su fuerza.
—Pero eso no es tan malo, ¿verdad? —respondió Jack, imaginando por un momento que Kirtash saltaba en pedazos, igual que le había sucedido al autómata.
—Sí que lo es. No entiendo de esgrima, pero sí sé algo sobre la magia: siempre debes utilizarla en su justa medida; nunca desates todo tu poder, porque después no podrás controlarlo. Además, tu enemigo puede aprovechar tu fuerza en su favor.
Jack se sintió muy abatido de pronto. Siempre había admirado a Alsan por su autocontrol y su dominio de sí mismo, pero tenía que admitir que, si alguien superaba a su amigo en nervios de acero, ese era, desde luego, Kirtash.
Pero Domivat seguía en sus manos, y Jack la sentía casi como una prolongación de su cuerpo. Y supo que lograría dominarla, porque, de alguna manera, era ya una parte de sí mismo.
—De acuerdo —dijo, y dio media vuelta para salir de la sala.
—Espera, ¿a dónde vas?
—A aprender a controlar esta espada.
Shail lo siguió hasta la sala de entrenamiento. Jack se había colocado en el centro, con la espada sujeta en alto con las dos manos, y respiraba profundamente, con el ceño fruncido en señal de concentración. Shail se alejó un poco, con prudencia. Entonces, Jack descargó su arma contra un enemigo invisible, ejecutando un movimiento que Alsan le había enseñado. Domivat llameó en el aire e iluminó la sala con un resplandor rojizo. Jack apretó los dientes y realizó una finta, blandiendo la espada en un ataque lateral. En esta ocasión, el acero pareció desprender menos calor.
—Ya comprendo —dijo Jack; alzó la mirada hacia Shail—. Creo que tardaré un poco.
—Tómate tu tiempo —replicó el mago, aún perplejo—. Voy a ver a Victoria, tengo algo que hablar con ella.
Jack asintió, concentrado todavía en su espada. Realizó varios movimientos más, fintas, ataques y defensas, y se concentró en mantener sometido todo el fuego de Domivat. Había comprendido que la espada solo descargaría un poder proporcional a la fuerza que quisiera imprimirle a su golpe, y recordó lo ágil que era Kirtash y lo fácilmente que había esquivado los ataques de Alsan la noche en que este le había salvado la vida. Jack podía descargar todo su odio en un golpe letal pero, si Kirtash lograba evitarlo, Jack habría malgastado su fuerza en vano, y probablemente entonces ya sería demasiado tarde para rectificar.
«Control», pensó, y recordó todo lo que Alsan le había enseñado. Ejecutó un último movimiento, más complejo; sometió el poder de la espada en todas las fintas y dejó escapar una parte en el golpe final, que descargó contra el armario donde guardaban las espadas de entrenamiento. El mueble estalló en llamas, pero nada más resultó dañado. Jack asintió, satisfecho.
—Ya voy, Alsan —murmuró—. Aguanta.
Alsan gritó de nuevo, en plena agonía. Su cuerpo llevaba un buen rato sufriendo horribles mutaciones. El joven había sentido cómo le crecía pelo por todo el cuerpo, cómo se le alargaba la cara hasta convertirse en un hocico, cómo sus dientes se volvían afilados colmillos, sus manos garras y su voz un gruñido. Los cambios iban y venían, y el vello crecía y desaparecía, y su rostro, contraído en una mueca de dolor, mostraba rasgos humanos o lobunos.
Shail encontró a Victoria en la explanada que se extendía entre la casa y el bosquecillo. Estaba de espaldas a él, y el mago se preguntó qué andaría haciendo. Apenas avanzó unos pasos cuando se dio cuenta, con horror, de lo que sostenía en las manos.
—¡Vic, no lo hagas! —gritó, echando a correr hacia ella.
Pero ella no lo oyó. Volteó el Báculo de Ayshel, y Shail vio cómo el objeto se encendía como un lucero en mitad de la noche. Un reluciente haz de luz salió disparado de la bola de cristal que remataba el báculo y fue a estrellarse contra los árboles más próximos, que estallaron en llamas.
Shail se detuvo un momento, perplejo. Victoria se volvió hacia él, con expresión culpable.
—¡No sabía que podía hacer esto! —se excusó; Shail recordó la manera en que, momentos antes, Jack se había disculpado por destrozar el autómata, y pensó que los dos chicos tenían en común muchas más cosas de las que parecían creer—. ¡La última vez no generaba tanto poder!
—La última vez estabas en pleno desierto, Vic —le recordó él, llegando junto a ella—. Este lugar, en cambio, respira vida por los cuatro costados. La energía que puede llegar a canalizar el báculo no es la misma. De todas formas, ¿qué pretendías hacer exactamente?
—Aprender a usarlo.
—¿Ahora?
—Claro; me lo voy a llevar a Alemania.
—¿Qué? —saltó Shail—. ¡Ni se te ocurra! ¡Es lo que quiere Kirtash!
Victoria alzó la cabeza y lo miró con decisión.
—Lo sé; pero, si no lo hago, no seré más que una carga en el grupo. Y no vas a dejarme atrás, Shail. Esta vez no.
Shail desvió la mirada. Lo cierto era que, aunque había contado con ella mientras elaboraba su plan de rescate, había cambiado de idea y había decidido pedirle que se quedara en Limbhad.
—Vic, es muy peligroso. Va a ser mejor que nos esperes aquí y, entretanto, intentes ver si el báculo puede darte alguna pista sobre Lunnaris.
Fue para Victoria como si acabase de recibir una bofetada.
—Entiendo —murmuró, herida, y le dio la espalda para volver a la casa.
Tal vez fue su tono de voz, o tal vez fue su expresión, o la situación en general; pero en aquel mismo momento, Shail comprendió muchas cosas acerca de Victoria. Y se dio cuenta por primera vez de lo sola que estaba.
—Espera —la llamó, reteniéndola del brazo—. No lo entiendes. Es más que todo eso.
—Sí, ya lo sé —dijo ella, aburrida—, Kirtash quiere el báculo y debemos impedir a toda costa que…
—No —cortó Shail; la miró, muy serio—. Kirtash no solo quiere el báculo; también te quiere a ti. Y por nada del mundo voy a dejar que se te lleve. ¿Comprendes?
Victoria lo miró, sin creer lo que acababa de escuchar. Shail la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza.
—¿Recuerdas lo que te dije cuando te traje a Limbhad la primera vez?
—Sí —respondió ella en voz baja—. Dijiste que cuidarías de mí.
—Siempre —prometió Shail—. Por eso no quiero ponerte en peligro. ¿Me entiendes? Se me puso la piel de gallina cuando Kirtash dijo que quería cambiarte por Alsan, y tú le dijiste que sí. No quiero volver a pasar por eso otra vez. No me lo perdonaría.
Victoria tardó un poco en responder. Pero, cuando lo hizo, no dijo lo que Shail estaba esperando escuchar. Se separó de él y lo miró a los ojos, y Shail pensó que parecía mayor de lo que era.
—Lo entiendo —dijo—, pero no, esta vez no voy a quedarme en casa. Cada vez que Alsan y tú os ibais, yo tenía miedo de que no volvierais más. Puede que ya hayamos perdido a Alsan. No quiero perderos a Jack y a ti también. Y por una vez tengo la oportunidad de hacer algo, de luchar por lo que creo y por las personas que me importan. Sé que es arriesgado sacar el báculo de aquí, pero es un arma poderosa y creo que deberíamos aprovecharla. Vamos a necesitar toda la ayuda posible si queremos rescatar a Alsan con vida.
Shail quedó un momento callado, pensando. Luego asintió.
—De acuerdo. Voy a ver cómo le va a Jack con su nueva espada. No tardaremos en irnos —se dio la vuelta para marcharse.
—Shail.
—¿Qué?
—Lo he intentado —dijo Victoria en voz baja.
El mago no respondió. Solo la miró y esperó a que siguiera hablando.
—He buscado a Lunnaris a través del báculo —prosiguió ella—. Pero su magia no hace nada por intentar encontrarla. Es como si ella… no estuviera aquí. Shail asintió gravemente.
—Lo siento —añadió Victoria, bajando la cabeza—. No soy muy buena con estas cosas. Shail la cogió por los hombros.
—Escúchame, Vic —le dijo—. Tú haces lo que puedes, y punto. No seas tan dura contigo misma. Yo estoy muy orgulloso de ti.
Victoria lo miró. Shail sonrió.
—Y los encontraremos, ya verás. Y rescataremos a Alsan. Cuenta con ello.
—¿Sabes una cosa? —dijo entonces ella, en voz baja—. En mi casa ya es más de medianoche, según mi reloj. ¿Y sabes qué día es hoy? Shail negó con la cabeza.
—No, Vic, confieso que no lo sé. Aquí en Limbhad es difícil llevar la cuenta de los días. Victoria sonrió.
—Hoy es mi cumpleaños —dijo suavemente—. Hoy cumplo trece años.
Shail la miró y sintió una cálida emoción por dentro.
—Mi pequeña Vic —le dijo, acariciándole el pelo—. Ya eres toda una mujer. Siento haber olvidado tu cumpleaños, pero te prometo que cuando pase todo esto lo celebraremos como te mereces. ¿De acuerdo?
—No hace falta que me trates como si fuera una niña pequeña. Comprendo perfectamente que eso no es nada importante comparado con lo que tenemos que hacer ahora. Pero… quería decírselo a alguien.
Sonrió de nuevo, incómoda y algo avergonzada. Shail la contempló durante unos instantes y después se quitó uno de los muchos amuletos que llevaba colgados al cuello.
—Mira esto —le dijo—. ¿Sabes qué es?
Victoria miró. Se trataba de una fina cadena de un metal parecido a la plata, pero que mostraba bajo las estrellas un suave brillo blanquecino. De ella pendía un cristal con forma de lágrima que relucía misteriosamente.
—Es precioso —murmuró ella, fascinada.
—Los llaman Lágrimas de Unicornio. Estos amuletos están hechos de un cristal especial, muy puro, y solo se fabrican en un pequeño pueblo perdido entre las nieves, al norte de Raheld, la ciudad de los artesanos. Son muy populares entre los magos porque se dice que desarrollan la magia, la imaginación y la intuición. Este, en concreto, fue el regalo que me hizo uno de mis hermanos mayores cuando ingresé en la Orden Mágica.
»Y ahora quiero que lo tengas tú.
Victoria lo miró, muda de asombro.
—¿Qué? —pudo decir al final—. Pero, Shail, ¡no puedo aceptarlo!
—Por favor, hazlo. Es mí regalo de cumpleaños. Para la chica del báculo, la de los bonitos ojos, que no quiero ver llorar nunca más.
Victoria alzó la mano para rozar el amuleto, pero le temblaban los dedos, y, sin poder contenerse por más tiempo, echó los brazos al cuello de Shail y lo abrazó con todas sus fuerzas. El joven mago sonrió, y le devolvió el abrazo.
—Feliz cumpleaños, Vic —dijo—, estoy seguro de que harás grandes cosas. Pero aún eres una flor que apenas ha empezado a abrirse. Cuando estés preparada para mostrar todo lo que vales, asombrarás al mundo, estoy convencido de ello. Y espero estar allí para verlo.
—¡Gracias, gracias, gracias! —susurró ella, emocionada—. Es el mejor regalo de cumpleaños de toda mi vida. Y te prometo que no te decepcionaré.
Los dos se separaron, y Shail puso la cadena de la Lágrima de Unicornio en torno al cuello de Victoria. Ella lo contempló una vez más, sonriendo, y sintiéndose mucho más aliviada y segura de sí misma.
—Voy a ver cómo le va a Jack con su nueva espada —dijo Shail—. No tardaremos en irnos.
Victoria asintió, aún sonriente, pero el mago intentó que no se le notara lo preocupado que estaba. «Me gustaría saber si hago bien embarcando a estos dos chicos en una guerra que tal vez no sea la suya», pensó. Volvió a mirar a Victoria y recordó cómo el báculo había acudido a sus manos, y cómo Jack había empuñado a Domivat como si no hubiera nacido para otra cosa, y una inquietante idea cruzó por su mente. Se preguntó si debía comentarlo con ellos. «Ojalá Alsan estuviera aquí», deseó en silencio. «Él sabría qué hacer».
Alsan aulló. Su cuerpo se convulsionó de nuevo, mientras él movía la cabeza a un lado y a otro, tratando de volver a su apariencia humana.
Casi lo logró.
A su lado, Elrion murmuraba, desconcertado:
—No lo entiendo. No lo entiendo.
Se habían reunido los tres en la biblioteca. Jack portaba a Domivat en el cinto, y Victoria sostenía el Báculo de Ayshel. Los dos estaban asustados, pero se esforzaban por parecer resueltos. Shail los miró con cariño y se preguntó, por enésima vez, si estaba haciendo lo correcto. Suspiró. Debía decírselo antes de embarcarse en aquella fisión suicida. Tenían derecho a saberlo.
—Escuchad —les dijo con seriedad—. Hay algo que debéis saber. Algo acerca de esa espada… y ese báculo.
—¿Qué? —preguntó Jack.
—Las hemos llamado «armas legendarias», y no sin una buena razón. Fueron forjadas para ser empuñadas por héroes verdaderos. Solo aquellos destinados a hacer grandes cosas tienen derecho a llevarlas.
Jack y Victoria cruzaron una mirada, indecisos.
—Aún sois muy jóvenes —prosiguió Shail—, y vuestro vínculo con Idhún no está del todo claro. Por eso no debería permitir que vinierais conmigo.
»Pero conozco la historia y las leyendas. Y me han enseñado que, en los momentos importantes, siempre aparece alguien que está destinado a ser un héroe. Tal vez no lo esperaba, tal vez jamás soñó que caería sobre sus hombros semejante responsabilidad, tal vez simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Pero estas cosas pasan. Le ocurrió a Ayshel, y, de alguna manera, también a mí, cuando me encontré con Lunnaris por pura casualidad. Tal vez Alsan fuera educado para ser un héroe. Yo no y, por tanto, no estoy seguro de estar haciendo lo correcto. Por eso quiero que sepáis por qué he decidido que debéis venir conmigo.
—¿Por qué? —preguntó Victoria.
El mago la miró fijamente. Después miró a Jack con la misma intensidad.
—Hace un rato os dije que Alsan y yo debíamos salvar al dragón y al unicornio por segunda vez. Tal vez no sea así. Tal vez nuestro momento ya ha pasado, tal vez cumplimos ya con nuestra misión cuando los llevamos a ambos a la Torre de Kazlunn. Tal vez caigamos los dos en esta empresa, porque tal vez seáis vosotros el futuro de la Resistencia. Las armas legendarias saben reconocer a los verdaderos héroes. Quizá vosotros dos estéis destinados a encontrar al dragón y el unicornio y a luchar por la salvación de Idhún en la última batalla. Sé que es mucha responsabilidad, y solo deseo poder estar a vuestro lado si eso llegara a ocurrir. Pero, en caso contrario…
Shail no pudo seguir hablando. Jack y Victoria parecían asustados. «No me sorprende», pensó el mago. «Pero debían saberlo. Ojalá esté equivocado, pero estas cosas no ocurren por casualidad».
—Tal vez —dijo entonces Jack, tras un momento de silencio—, pero no pienso luchar solo. Si he de hacerlo, Alsan y tú estaréis a mi lado.
Habló con seguridad y decisión, y Shail aplaudió interiormente su coraje. «Bravo, Jack», pensó. «Y bravo, Alsan. Has convertido a un chiquillo asustado en un futuro héroe de Idhún».
Se preguntó hasta qué punto era bueno aquello. Se preguntó, incluso, si no habría sido mejor para Jack que Kirtash lo hubiera matado aquella noche. Si tenía razón, y era aquel el destino de Jack, había caído sobre sus hombros una enorme responsabilidad que cambiaría su vida para siempre.
Su vida… y la de Victoria.
Evitó seguir pensando en ello.
—Vámonos, pues. Alma —pidió al espíritu de Limbhad—, por favor, llévanos cerca del castillo donde se encuentra Kirtash.
Momentos antes de que el Alma los envolviera en su seno, Victoria buscó la mano de Shail, pero fue la de Jack la que encontró. El chico se la estrechó con fuerza, para infundirle ánimos.
Y los tres partieron a una misión que, como sabían muy bien, podía ser la última.