Capítulo 12
Julia tenía tres grandes defectos, o eso era lo que le gustaba decir a su padre: era demasiado curiosa, excesivamente rebelde y se aburría con facilidad. Haber crecido con su padre después de que su madre muriese no había hecho más que avivar las llamas de su personalidad. Pero aunque ella y su padre habían tenido discrepancias cada vez que él estaba en casa, Julia siempre había sabido que la quería y que se preocupaba por ella. Y aunque estaba fuera la mayoría del tiempo, nunca, ni siquiera una vez, se había olvidado de su cumpleaños. No importaba en qué lugar del mundo se encontrase, siempre se acordaba de enviarle flores —rosas rojas—, y a pesar de que no eran sus favoritas, era la intención lo que contaba.
Con su cumpleaños a la vuelta de la esquina, Julia era demasiado consciente de que aquel sería el primero en el que no recibiría las rosas. Se le hizo un nudo en la garganta. No eran las rosas lo que le importaba, tan solo deseaba volver a ver a su padre otra vez, aunque solo fuese durante medio segundo, lo suficiente como para poder decirle que lo quería. Siempre había dado por sentado que él lo sabía, del mismo modo que ella siempre había sabido que él la quería. Aunque últimamente se preguntaba por qué si la había querido tanto, había sido tan descuidado con su vida. Y por qué la había dejado con tantas deudas.
No le importaba el dinero, de la misma forma que no le importaban las rosas. Lo que sí que le afectaba era el hecho de que su padre no parecía haberla querido tanto como ella había creído. ¡Pero eso era ridículo! Por supuesto que le había importado, y esas rosas habían sido la prueba de que pensaba en ella y de que quería que supiese que él la quería. Y seguramente él también había sabido lo mucho que ella lo quería.
Sabía que Ben se preguntaba por qué estaba tan decidida a cambiar. ¿Por qué ahora? La muerte de su padre no parecía ser una respuesta suficiente, y por supuesto no era tan simple. Había sido salvaje y obstinada durante toda su vida, pero después de la muerte de su padre había sentido la necesidad de... ser mejor.
Hizo rodar la rosa de cristal en la palma de su mano. Era preciosa, pequeñita y delicada, e inesperada, viniendo de Ben.
Acabó de recoger la cocina, apagó la luz y se dirigió hacia el otro lado de la casa. La luz de la habitación de Ben estaba encendida. Se obligó a seguir caminando, pero, sin poder evitarlo, llamó a la puerta.
—Entra.
Tímidamente asomó la cabeza. Ben estaba sentado junto al escritorio con el portátil encendido. Al verla se reclinó en la silla sonriendo. —¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó. Julia se encogió de hombros y entró. —Me encanta la rosa. —Me alegro.
—Ha sido muy amable de tu parte.
—Era lo mínimo que podía hacer. Ojalá hubiese podido salvar el maldito rosal.
Julia reprimió una mueca al recordar la planta que se estaba secando y muriendo. A pesar de su herida y de las protestas de Julia, Ben había intentado volver a plantarla, pero el pobre rosal se estaba marchitando como si no supiese cómo sobrevivir después de que lo hubiesen arrancado del hermoso y cómodo lugar donde había estado plantado. A pesar de ello, Julia se encogió de hombros quitándole importancia. —Solo es una planta.
Ben inclinó la cabeza estudiándola con atención. Julia sabía que él era demasiado listo y que tal vez comenzase a hacer preguntas acerca del rosal, que ella no tenía ningunas ganas de contestar.
—¿En qué «no» estás trabajando en estos momentos? —preguntó con una sonrisa burlona.
Le llevó un segundo, pero finalmente Ben parpadeó y volvió a mirar a la pantalla. —Tan solo en lo mismo, lo mismo. —dijo—, lo mismo de siempre. —Por lo menos eres consecuente.
Como era habitual, Ben tenía un aspecto fantástico en tejanos y camiseta, a pesar del frío de noviembre. Tenía un millón de veces mejor aspecto que hacía una semana, aunque todavía no parecía estar al cien por cien.
Se levantó a recoger sus botas y volvió a sentarse en la silla para ponérselas. Julia vio cómo reprimía una mueca de dolor. Cuando volvió a levantarse y se puso la chaqueta de piel, ella lo miró confundida.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Tengo algunos asuntos de los que encargarme.
—¿Asuntos? —Apoyó las manos en las caderas—. ¿Vas a salir?
—Sí.
—¿Viene alguien a recogerte?
—No.
Julia negó con la cabeza, como intentando reorganizar su capacidad de comprensión.
—¿Vas a conducir?
—Sí.
—¿Le has preguntado al médico si puedes hacerlo?
—No.
Dio un grito y lo taladró con la mirada.
—Sí, no, sí, no. ¿Puedes decir alguna otra cosa?
—No.
Casi se le tiró encima.
—El doctor dijo que tenías que esperar hasta la semana que viene para conducir, así que tienes que esperar hasta la semana que viene.
Ben continuó buscando sus llaves y su cartera.
—Lo siento, bizcochito, no es posible.
—Lo que significa que vas a salir y conducir sin permiso de tu médico.
Ben se detuvo en medio de la habitación y se metió la cartera en un bolsillo trasero.
—Buen trabajo Miss Marple, ahora salgamos y tomemos una taza de té.
—Muy divertido.
—Mi misión es complacer.
Para entonces, ella se había acercado al ordenador, más que nada para quitarse de en medio, pero se quedó boquiabierta al ver lo que había en la pantalla.
—¿Una página web de contactos? ¿Estás navegando por una página de contactos?
Eso hizo reaccionar a Ben, aunque no de buenas maneras. Toda esa oscura irritabilidad volvió a la superficie de sus ojos como un tsunami dirigiéndose hacia la orilla. Pero su enfado desapareció tan rápido como había llegado.
—Sí, páginas web de contactos.
—¿Por qué recurrir a páginas de contactos? ¿Por qué no sales con alguna de tu larga lista de admiradoras? —dijo entrecerrando los ojos.
—Ya te lo dije, ninguna de ellas es para mí.
—¿Y una extraña de una página de contactos lo es?
—Nunca se sabe. —Le guiñó un ojo—. La esperanza es lo último que se pierde.
Odiaba la tonta ira que sentía, ira por haberse conmovido con la cena que habían compartido y por pensar que era más amable y profundo de lo que ella había creído. Pero no, se recordó, no era profundo. Era un hombre al que le habían disparado al salir de un bar y que en aquel momento se dirigía a una especie de encuentro romántico de medianoche con una mujer que había conocido en internet. ¡Si hacía tan solo media hora que le había regalado la rosa!
Ben se estiró desde detrás de ella, apagó el ordenador y se marchó.
—Está bien, conduce, sal con mujeres, encuentra a alguna desconocida en la red, pero no me vengas llorando cuando tengas que volver a urgencias o. o. estés muerto.
Ben ladeó la cabeza y volvió hacia donde estaba ella, parándose tan cerca que las puntas de sus botas casi tocaban las de sus zapatillas de deporte. Sintió su pulso acelerado y una ola de calor concentrándose en lugares en los que ella prefería no pensar.
—¿Quién iba a decir que Julia Boudreaux estaría celosa alguna vez? Y por mí —añadió Ben con palabras sensuales y sonido acariciador.
—Estás soñando, Prescott. No estoy celosa, estoy asqueada.
Las palabras casi no habían salido de su boca cuando Ben se inclinó aún más hacia ella. Pensaba que iba a besarla para probarle que estaba equivocada, y su corazón casi se le salió del pecho. Tuvo que cerrar las manos a los lados para evitar tirársele encima. Él le mordisqueó la delicada piel del cuello y Julia sintió aquel extraordinario hormigueo recorriéndole todo el cuerpo; y sintió cómo sus rodillas comenzaban a flaquear cuando Ben llegó a la sien, y bajó.
Pero cuando esquivó su boca y se dirigió hacia su cuello, Julia le dio un empujón dando un respingo de sorpresa.
—¿Por qué nunca me besas en los labios?
Eso realmente le sobresaltó, y sonriendo le dijo:
—¿Ves como quieres que te bese?
—No, no quiero —dijo, con un letrero en su frente en el que ponía «mentirosa»—. Es solo que me parece muy extraño que me beses por todas partes, que hicieses lo que hiciste bajo el escritorio, pero que nunca me beses en los labios.
—¿Y? No soy de los que besan en los labios, denúnciame.
—Creo que tienes miedo a intimar con una persona.
Ben levantó una ceja, la de la cicatriz.
—¿Necesito recordarte lo que pasó bajo el escritorio?
—Eso no fue intimidad. ¡Fue divertido, genial, uau!, pero no verdadera intimidad. Se podría decir que besar en los labios es algo más íntimo que tener sexo.
—Creo que has estado leyendo demasiados libros de autoayuda.
—Nunca he leído ninguno. Lo único que pasa es que soy una gran entendida en hombres. Tienes miedo de dejar que la gente se te acerque demasiado.
—Estás loca. No le tengo miedo a la intimidad, y no tengo miedo a la proximidad.
¿Quién era ahora el mentiroso?, se preguntó Julia dando un bufido. Pero obviamente Ben no era un hombre al que se pudiese presionar para hacer nada, ni siquiera para dar un beso en los labios. Él retrocedió para irse, pero no sin antes darle unos golpecitos en la nariz, como si ella fuese un perrito faldero.
Ben se sintió agarrotado cuando se subió al Range Rover, pero nada que no pudiese soportar. Dio la vuelta en el amplio camino de entrada de Julia y se dirigió hacia el centro de la ciudad.
Después de poner toda una colección de avisos en varias páginas web de contactos, lo único que podía hacer ahora era esperar. Pero él no era bueno esperando, así que decidió que aquel era un buen momento para hacer una visita inesperada a Spazel Petralis, o Spaz, como lo llamaban en la calle.
Era consciente de que no debía conducir todavía, pero no podía pedir al pegajoso soplón que hiciese una visita de cortesía a la casa de Julia, y no podía pedir a esta que viajase hasta el sur con él.
Se dirigió hacia la Pax's Cantina en la avenida Santo Domingo, donde sabía que encontraría a Spaz. Por supuesto, la primera persona a la que vio nada más entrar fue a un delgado y larguirucho hombre con grandes gafas que hacía un gran esfuerzo para hacerse pasar por un tío duro y frío.
—Eh, Spaz.
Los ojos del tipo se abrieron como platos en cuanto vio a Ben, y se escabulló del grupo de mujeres a las que estaba soltándoles, sin lugar a dudas, una sarta de mentiras.
—Vaya, pero si es Benny el Slash —dijo Spaz fanfarroneando—. ¿Cómo va todo, tío? Cuánto tiempo sin verte.
Ben se sobresaltó al encontrarse otra vez en aquel mugriento submundo, algo que no debería haber pasado ya que aquel era su mundo, el que había cultivado, en el que se movía con facilidad para retirar drogas de la calle. Nunca lo había pensado antes, pero aquella noche se sentía como si estuviese poniéndose un zapato que ya no se ajustaba a su pie. Se dijo que aquel mundo ahora le parecía diferente a causa de Henry, pero en su interior Ben sabía que se estaba mintiendo a sí mismo. No le gustaba porque había pasado seis semanas fuera de él — había hecho de guardaespaldas y ahora vivía con Julia—. Odió pensar que la nueva vida que estaba llevando tuviese algún encanto.
¡Vaya mierda!
—He estado ocupado —dijo Ben fríamente.
—Sí, ya me han contado lo de tu baile con el extremo equivocado de una pistola. He rezado mis oraciones pidiendo por tu entera recuperación, tío. Me alegra ver que funcionaron.
—Gracias —dijo Ben con sarcasmo.
—¿Qué te trae a mi parte de la ciudad, Slash? —Spaz se sentó en el borde de un taburete de vinilo, cruzó las piernas y apoyó el brazo en la barra.
—¿Has oído hablar de alguien llamado el León?
—¿El León? ¿Qué tipo de nombre es ese? —dijo Spaz confundido.
—Sí, se me olvidaba que Spaz es mucho mejor que el León.
—Oye, no me insultes, tío.
—Déjate de gilipolleces. ¿Has oído el nombre?
—No me suena.
Ben examinó al estafador, que parecía decir la verdad.
—Entonces dime qué has oído sobre el asesinato de Henry Baja.
Henry siempre había soñado con ir a Baja California, y había utilizado el nombre de la ciudad como mote en la calle. El hecho de que su compañero nunca llegase a verla hacía que la frustración de Ben fuese aún mayor.
—Henry, Henry. —Spaz dio un dramático suspiro y extendió sus manos encogiéndose de hombros exageradamente—. No he oído nada al respecto.
Ben lo levantó por las solapas de su traje demasiado brillante y lo acorraló contra la pared.
—Sé que has oído algo y quiero saber qué es.
—Mira, Slash, te lo estoy diciendo, lo único que he oído es que era un idiota.
Una furia caliente y profunda le recorrió el cuerpo, y antes de que se diese cuenta tenía a Spaz inmovilizado contra la pared.
—¡Cuidado con el traje, tío! Me estás rasgando las solapas.
Ben volvió a golpearlo contra la pared, y la muchedumbre del bar comenzó a hacerles un hueco.
—Es de un material barato. Y ahora dime lo que sabes o te romperé algo más que el traje.
Los ojos de Spaz miraron alrededor. —Fuera, hablemos fuera.
Ben comenzó a discutir pero al final lo soltó, y tan pronto como sus pies volvieron a pisar el suelo, el criminal salió corriendo hacia la puerta trasera. Ben sintió algo así como un déjà vu una vez que estuvieron en el callejón, pero no tenía miedo. Sintió la misma loca necesidad de dejarse llevar, y Spaz debió de intuirlo porque comenzó a soltar todo lo que sabía tan rápido como pudo.
—De verdad que no sé nada, tío. Pero quienquiera que fuese quien mató a Henry no estaba siguiendo las reglas.
—No hay reglas.
—Claro que las hay, y tú lo sabes. El asesinato fue demasiado cruel. Todo el mundo lo dice. Demasiado sucio, y ha puesto a todos nerviosos. Aunque ya te digo, la culpa también fue de Henry por ser un descuidado y un idiota.
Un presentimiento le recorrió la espalda.
—¿Por qué fue un idiota?
—Porque estaba cortando el vuelo a Morales. Por lo que he escuchado, Henry iba diciendo por ahí que era el dueño del barrio. Estaba metiéndose en el territorio de Morales. Todo el mundo sabe que Morales es el dueño de esta ciudad, especialmente del barrio, y Henry lo sabía pero no le importó.
Ben procesó la información. No podía imaginarse a Morales arriesgándolo todo para acabar con alguien que consideraba un traficante de poca monta. Pero si en algún momento llegó a pensar que aquel traficante se estaba convirtiendo en un serio adversario, la historia era completamente diferente. Ben se dirigió a la calle principal.
—Yo de ti iría con cuidado, amigo —gritó Spaz.
—Ya, esa es la cuestión —dijo Ben retrocediendo y sonriéndole—, que tú no eres yo. —Y metiéndole un billete de cincuenta en el bolsillo de la camisa continuó—: Y desde luego, tú no eres mi amigo.
Ben salió del callejón con los nervios hormigueándole debido a la adrenalina. Sabía qué tenía que hacer a continuación: convencer a Taggart de que necesitaba contactar con Morales; entrar en la guarida del traficante y ver qué podía descubrir.
De: j.taggart@eppd.gov
Para: Ben Prescott ‹sc123@fastmail.com›
Asunto: Morales
Ben, el jefe está de acuerdo con tu plan para entrar en la casa de Morales. Pero solo como paso preliminar para tantear el terreno y para ver si el tío dice algo sobre el homicidio de Henry. Llámame cuando tengas tiempo para que te cuente los detalles.
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