Capítulo 9
—¿Estás segura de que quieres que todos esos tíos extraños vayan a tu casa?
Kate Bloom se encontraba sentada en la cocina de Julia con una taza de té enfrente. Una cascada de suaves rizos le enmarcaba la cara, y se había quedado con la boca abierta después de que Julia le contase los planes para su programa.
Julia rio apretándole la mano.
—Puedo arreglármelas con unos cuantos tíos raros.
—Eso es verdad. Si alguien puede, esa eres tú.
Permanecieron sentadas en silencio compartiendo un momento de complicidad, cada una bebiendo su té. Julia miró a su querida amiga. Había algo distinto en ella, aunque aún llevase ropas conservadoras y su pelo fuese el mismo de siempre.
—El amor te sienta bien —dijo Julia, dándose cuenta de que esa era la diferencia.
—Sí, ¿quién lo iba a decir? —contestó Kate con una sonrisa soñadora.
Julia se rio y entonces, poniéndose seria, le preguntó:
—¿Doy por hecho que todo es todavía maravilloso con Jesse?
Con el codo en la mesa y su barbilla apoyada en la palma de la mano, Kate suspiró suavemente.
—Sí, todavía es genial.
Miró alrededor, se inclinó acercándose a Julia y bajando la voz hasta ser un débil susurro dijo:
—La otra noche Jesse sacó todos aquellos estúpidos juguetes sexuales que me enviaste para el programa de productos para el sexo que me obligaste a hacer. Genial, una conversación sobre sexo. Julia contuvo una mueca de dolor.
—¡Oh, uau! —exclamó tratando de sonar entusiasmada.
—«¡Oh, uau!» es correcto. ¿Quién habría dicho que el sexo podía ser tan divertido? Kate se rio y Julia trató de hacer lo mismo, pero había sido una de sus mejores amigas durante demasiado tiempo como para esconderle algo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Kate.
—Nada.
—¿Jules? Suéltalo.
Julia dejó su taza y sonrió.
—Estoy encantada de que a ti y a Jesse os vaya tan bien, pero ahora mismo, trabajando tan duro para cambiar, el solo hecho de mencionar el sexo es como hablarle sobre un grasiento trozo de pastel de chocolate con nata a una mujer que estuviese a dieta.
—¡Oh, lo había olvidado! —dijo Kate acercándose y con los ojos brillantes—. ¿Y cómo lo llevas cuando tienes a ese pedazo de hombre viviendo contigo bajo el mismo techo?
—¡Eh! —se quejó Julia, aunque ella también estaba sonriendo—. ¿No deberías disculparte por mencionar el sexo delante de mí?
—Lo siento. Vaya. Y, ahora cuéntame, ¿cómo va todo?
—Genial. Bien. No está pasando nada —dijo Julia poniendo los ojos en blanco.
Kate levantó una ceja de forma interrogativa.
—Vale, tal vez tenga un pequeño contratiempo en lo que a buenos propósitos se refiere.
—Echó un vistazo a la puerta de la cocina que estaba cerrada y entonces fue ella la que se acercó—. Tiene que ver conmigo y con ese hombre de cromañón. —Un estremecimiento involuntario le recorrió el cuerpo—. Y con el orgasmo más increíble de toda mi vida. —¿Qué? —preguntó Kate atragantándose con el té.
—No bromeo, el tío es un genio del sexo, y los genios deberían quedarse en sus botellas. ¡Y atención a esto!: todo ocurrió con Andrew Folly sentado al otro lado del escritorio.
Kate se puso roja, tosió y se atragantó; parecía como si fuese a tener algún tipo de ataque allí mismo.
—¿Tuviste sexo mientras Andrew Folly estaba mirando? No estoy segura de quién me preocupa más si tú o él. Dime que no lo he entendido bien.
—Has entendido perfectamente. Tuve un orgasmo justo enfrente de él, aunque él no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Piensa que soy un caso grave de asma.
—¿Cómo se puede tener un orgasmo frente a alguien y que no sé de cuenta?
Kate no era tan desinhibida como su amiga Chloe, y aunque hacía un momento había dicho cosas fantásticas acerca de los juguetes sexuales, siempre había sido muy reservada sobre cuestiones de alcoba.
—Estoy hablando de mí sentada en la silla, Ben bajo el escritorio de mi padre y Folly sentado al otro lado. Deberían pegarle un tiro a Ben. —Entonces sonrió.
—¡Te gustó! —exclamó Kate abriendo los ojos.
—Pues denúnciame. —Y frunciendo los labios continuó—: Pero no volverá a pasar nunca más.
—Es a ti a quien deberían disparar. Folly va a por ti, Jules, tiene tantas ganas de que te vayas de KTEX que toda la oficina lo nota. —¿Por qué? No lo pillo.
—Yo tampoco. —Kate encogió los ojos mirando con sospecha—. ¿Saliste alguna vez con él?
—¿Con Folly? —preguntó Julia. —Sí, con Folly.
—¡De ninguna manera! ¡No le había visto en mi vida!
—Eso es lo que yo creía, pero los únicos hombres que he visto que te tuviesen tanta manía son aquellos con los que habías salido y luego dejado, así que pensé que este había sido el caso. Si no se trata de eso, entonces tiene que ver con lo que él cree que eres.
—¿La hija del anterior dueño de la cadena?
Kate hizo una mueca.
—No, es más bien como si te hubiese cogido manía en el preciso instante en que vio tu oficina. No le gustan los peluches. Julia parpadeó.
—Yo no soy un peluche. —Pero sabía que eso era lo que la gente pensaba, y también sabía que en parte eso era lo que la había llevado al lugar en el que se encontraba, determinada a cambiar. Estaba decidida a demostrar a todo el mundo que ella era algo más que una muñequita de peluche.
—Hablando de no ser de peluche, ¿de qué va lo del moño?
Julia se quitó las horquillas y se soltó el pelo.
—¡No puedo creerme que te hayas cortado el pelo!
—Yo tampoco.
—No pareces del tipo de las de pelo corto.
—De eso se trata, de no parecerme a mí misma.
—Julia, me preocupas tú y esos extremos a los que estás llegando.
—No te preocupes por mí. ¿No os habéis pasado la vida quejándoos tú y Chloe de mí, de mi montón de hombres y de mi ropa extravagante? ¿Acaso no acabas de decirme que Folly la ha tomado conmigo porque piensa que soy una muñequita de peluche? Bueno, pues he terminado con ambos, con los hombres salvajes y con la ropa provocativa. Tan pronto como encuentre a un tío encantador y sensible, volveré a salir con hombres otra vez. Y mientras estoy en ello, voy a dejar a Folly con la boca abierta cuando vea el programa que estoy preparando.
Cuando se acabaron el té se abrazaron, y Kate se marchó corriendo. Julia volvió a su oficina y pensó acerca de su programa, de Folly, de Ben Prescott, y cierto orgasmo que había tenido bajo el escritorio. Era comprensible que hubiese vacilado, razonó, los dos vivían bajo el mismo techo y se atraían mutuamente, aunque en realidad no se gustasen. Y Ben Prescott era de ese tipo de hombres que necesitaba de una mujer...
¡Una mujer! Una de la larga lista de las que llamaban a todas horas. Entonces él estaría ocupado y no haciendo que su vida fuese un. desafío constante.
Tamborileó con su pluma en la hoja de papel secante de la mesa mientras consideraba la cuestión. ¿Por qué no salía con nadie o por qué no se divertía bajo el escritorio de otra? Solo existía una persona que pudiese responder a esa pregunta. Julia cogió el teléfono y marcó. Escuchó el vago sonido de un teléfono móvil sonando al otro lado de la casa.
—Slash —contestó Ben.
—¿Es así cómo respondes al teléfono?
Le escuchó maldecir.
—Nunca debería haberte dado este número —se lamentó.
—Y no lo hiciste. Tengo identificador de llamadas, me llamaste tú, ¿recuerdas? En los tiempos en que eras un paciente insoportable.
—No era tan malo, y no es justo que tu teléfono salga como número oculto.
—¡Es genial!, deberías probarlo si no quieres que la gente tenga tu número.
—Sí que quiero que la gente tenga mi número, solo que tú no.
—¿Por qué estás de tan mal humor?
—No lo estoy —contestó.
—Claro que lo estás, y creo que sé por qué.
—Esto promete.
—Necesitas salir con alguien.
—¿Qué?
Julia se reclinó en la silla, puso los pies sobre la mesa y cruzó los tobillos. —Tienes a un montón de mujeres llamándote todo el tiempo, pero no ves a ninguna de ellas, y creo que deberías hacerlo.
Su profunda y sensual risa le llegó a través de las ondas telefónicas.
—Parece que ese orgasmo te ha puesto nerviosa.
Bajó los pies al suelo y apoyó los codos en la mesa.
—No estoy nerviosa.
—Claro, claro. ¿Cuál era la pregunta?
—Salir con mujeres, ¿por qué no lo haces?
—No me interesa nadie en estos momentos.
—Tienes una buena docena entre las que elegir, seguro que alguna de ellas es interesante.
—No. ¿Algo más?
—Bien, eh.
—Si es así tengo que dejarte, estoy ocupado. Pero si conoces a alguien que tal vez pueda estar interesada en un poco de diversión en la oficina. —se burló—, házmelo saber.
Un delicioso y decadente escalofrío le recorrió el cuerpo ante la idea, y entonces Ben colgó.
A las cuatro menos veinte de esa misma tarde sonó el timbre de la puerta. Julia se levantó de la mesa, pero para cuando llegó a la puerta Ben ya estaba allí.
—¡Hey! —dijo a dos adolescentes que se encontraban en el patio—. ¡Me alegro de veros!
Julia se sorprendió ante el entusiasmo que mostraba Ben ya que él no parecía alguien que se deshiciese en efusiones, y además estas parecían un poco forzadas. Mmm, Ben tratando de ser cariñoso. Julia se preguntó de qué iría todo aquello.
—Entrad —les dijo Ben.
Al darse la vuelta vio a Julia.
—Julia, estos son Todd y Trisha. Son prácticamente mis sobrinos. Los jóvenes parecían casi idénticos, de pelo y ojos castaños. La miraron y luego bajaron la vista.
—Hola —murmuraron.
—Hola, Todd y Trisha.
—Vamos a la cocina —propuso Ben.
Un poco antes le había preguntado si le importaría que utilizase la cocina cuando llegasen los chicos.
—Encantada de conoceros —dijo Julia, y se volvió a su oficina, donde hizo unas cuantas llamadas y envió algunos correos electrónicos, hasta que la curiosidad pudo con ella, y regresó a la cocina. Ben, quien todavía no podía conducir, había encargado provisiones y había hecho que se las entregasen en casa. Julia se quedó de piedra: la encimera estaba llena con toda clase de helados, toppings y con todo tipo de frutos secos.
El timbre del microondas sonó.
—Esto va ser genial —dijo Ben entusiasmado, agitando una mano enfundada en un guante para el horno.
Sacó lo que solo podía ser caramelo caliente, y la boca de Julia salivó al olerlo. —¡Eh! ¿Te apetece un helado con un montón de todo?
—Bueno, no debería. No como helados.
—Preocúpate por ese pedazo de. —se paró en seco y miró a los chicos—, preocúpate por esa figurita de niña en otro momento.
—Como si no supiésemos lo que ibas a decir, tío Ben —dijo Trisha poniendo los ojos en blanco.
Todd se echó a reír y metió una mano en el bote de helado. Julia cedió y arrastró un taburete hasta la isla del centro de la cocina que le gustaba tanto. Cada uno se preparó su propio helado. Julia se decantó por una bola de helado de vainilla, caramelo líquido caliente y nueces, y otra bola de chocolate con trocitos de toffee. Puso un montón de nata sobre todo el helado y una guinda justo en el medio. Cuando hubo acabado y miró a los otros, Ben, Trisha y Todd la observaban fijamente.
—¿Qué pasa?
Los tres rompieron a reír y comenzaron a comer sus propias creaciones: y aunque ninguno tenía la calidad fotográfica del suyo, Julia sabía por las expresiones de sus caras que estaban buenísimos.
—Así que dime, tío Ben —dijo Julia, forzándose a sí misma a no soltar un suspiro de placer después de dar el primer bocado—, ¿cuál es tu parentesco con estos fabulosos profesionales del helado?
Todd se rio, aunque Trisha volvió a poner los ojos en blanco. Inmediatamente Julia dio por sentado que Todd era un pillo y que Trisha tenía «quiero ser una chica guay» escrito en la cara.
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—Nuestro padre era un buen amigo de Ben, así que en realidad no es nuestro tío —dijo Trisha con desdén—. Y la única razón por la que nos tiene aquí es porque se siente obligado. —¡Trish! —gritó Todd.
—Trisha —dijo Ben con un tono de voz cariñoso y enérgico—, eso no es verdad. Las lágrimas brotaron de los ojos de la chica, y Julia se sintió fatal por haberse entrometido.
—Lo siento, Trisha —dijo.
—Yo también —contestó ella amargamente—. Mi madre lo ha obligado a vernos, ya lo sé.
—¡Trisha! —gritó Ben como si fuese un comandante del ejército—. ¡Eso no es verdad!
Ya no quedaba nada del hombre que había intentado mostrarse cariñoso. Se volvió una especie de Terminator que habría asustado hasta a un boina verde.
—Escuchadme vosotros dos, vuestra madre vino hasta aquí y me pidió que hablase con vosotros, no voy a negarlo. Pero me parece que necesitáis que alguien os diga un par de cosas.
Tal vez hubiese empezado con buen pie al servir helado, pero se estaba convirtiendo demasiado rápidamente en un severo adulto. Trisha tenía un aspecto testarudo en la cara, y Todd parecía muy incómodo.
—Ben —dijo Julia amablemente.
—¡Ahora no! —contestó con severidad.
Julia tuvo que esforzarse para no responderle, pero al final consiguió aguantarse, y entonces se sintió tontamente satisfecha de no haber cedido a la que hubiera sido la estúpida reacción de la vieja Julia. Más progresos, se felicitó mentalmente.
—Pero aunque vuestra madre hablase conmigo o no, una vez que hubiese sabido lo que habéis hecho, habría llamado igual a vuestra puerta.
Ahora sí que Todd parecía incómodo, y aunque Trisha todavía tenía un aspecto agresivo, también parecía como si empezase a tener un poco de miedo. Julia se preguntó qué narices habrían hecho.
—Me duele en el alma que vuestro padre haya muerto, pero estáis faltando a su memoria al hacer idioteces.
Julia cayó en la cuenta de que su madre debía de ser Rita, y de que su padre era el difunto Henry. Su corazón se puso de su lado, y abrió la boca para protestar por el exigente acercamiento de Ben, pero él no le dio la oportunidad de hacerlo.
—No podéis ir por ahí robando coches o dinero y no acabar en un reformatorio o algo
peor.
¿Robando coches y dinero? Julia no podía creerlo. Tal vez Trisha no pareciese un angelito pero tampoco parecía una ladrona, ni Todd.
—No sabes nada, Ben, no robé el coche, solo lo tomé prestado —dijo Trisha alzando la barbilla.
—No se cogen coches prestados cuando no se tiene el permiso para conducirlos. ¿Se te ha ocurrido pensar en lo que podría haber pasado? —¡No pasó nada!
—¡Y una mierda que no! Estrellaste el coche. —Y volviéndose hacia Todd—: ¡Y tú! ¿En qué estabas pensando al robarle dinero a tu madre del bolso?
Todd apoyó los codos sobre la encimera, encorvándose sobre el helado derretido. —Veo que no respondes, ¿eh? Vale, hasta ahí habíamos llegado.
—Ben.
—Julia, tengo un asunto entre manos.
—Sí, ya lo veo. A pesar de todo, ¿puedo hablar contigo un momento? Es una emergencia.
—Como te acabo de decir.
—Ben, como he dicho, es una emergencia.
Miró a ella y a los chicos, se levantó refunfuñando y la siguió hasta fuera de la cocina. Si los hermanos eran lo suficientemente listos, se irían corriendo ahora que tenían oportunidad.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—¿Por qué te comportas como un auténtico gilipollas? Esos dos chicos acaban de perder a su padre, creo que podrías llevar el tema de la disciplina de forma un poco más agradable.
—Se están metiendo en problemas —dijo impaciente.
—Pero el hecho de que tú te comportes como un idiota no va a ayudarles.
La miró frunciendo el ceño, pero la dejó hablar.
—Me doy cuenta de que lo que quieres es ayudar —añadió—, de verdad que sí, es solo que tu manera de comportarte no ayuda en absoluto. —¿Cómo es que eres una experta en el tema?
—No lo soy. Simplemente tengo un mínimo de sentido común y he aprendido que ser demasiado de algo (demasiado agradable, demasiado malo...) no conduce a nadie a ningún sitio. En cuanto ellos han entrado por esa puerta, tú te has mostrado demasiado agradable, y de repente, dándole la vuelta a la tortilla, te has pasado volando a la zona desagradable.
—¿Zona desagradable?
—Necesitas tomarte tu tiempo y tener una discusión racional con ellos. Muéstrales que te importan y que estás preocupado.
—Son niños, Julia, y los niños no necesitan toda esa basura psicológica.
—Ya, y en vez de eso les ofreces a un psicópata.
Ambos se quedaron congelados mirándose mutuamente, y entonces sonrieron, antes de que Ben rápidamente volviese a fruncir el ceño.
—Esto no es ninguna broma.
—Ya sé que no. Yo soy la que te ha traído aquí fuera, pero si no te espabilas no conseguirás ayudar a esos chicos.
—¿Qué propones que haga entonces? —gruñó.
—Sé simpático pero firme. Pregúntales por qué hicieron lo que hicieron. Pregúntales cómo se sienten.
—¡Ese rollo de los sentimientos, no! —¿Quieres ayudarles o no?
Refunfuñó, frunció el ceño, volvió a refunfuñar un poco más, y luego regresó a la cocina, seguido de Julia.
—Está bien, vamos a hablar —les anunció.
Julia le acribilló con la mirada, y Ben puso los ojos en blanco en una más que decente imitación de Trisha.
—Lo siento —dijo—, soy un novato en esto, necesito un poco de ayuda.
Esta vez fue Trisha la que puso los ojos en blanco, y cuando Ben comenzó a decir algo acerca de ello, Julia se pasó un dedo por la garganta haciéndole una señal para que se callase. Tragándose un cansado suspiro, Ben perseveró.
—Ya sé que estáis pasando por momentos difíciles, y lo único que quiero es estar ahí para ayudaros; debéis de estar dolidos y confundidos.
De hecho, dijo las palabras con delicadeza, y Julia se quedó sorprendida de cómo sonaba aquel enorme hombre oso, como si de verdad le importasen. Trisha debía de haber pensado lo mismo, porque su expresión agresiva empezó a suavizarse.
—Todd, dime qué pasó con el dinero —preguntó Ben.
Todd pareció resistirse en un principio, y entonces dijo:
—En realidad no estaba robándolo, lo juro. Iba a devolvérselo a mi madre, pero se puso como una histérica cuando no lo encontró, y luego ya no atendía a razones. —¿Así que lo que estás diciendo es que está equivocada?
—Mamá entró corriendo en la habitación de Todd y ahí estaba él, con el dinero en la mano. No, no está equivocada —dijo Trisha resoplando.
—¡Oye! —gritó Todd—. No eres la más indicada para hablar. Tal vez yo haya querido pedir prestado dinero, pero tenía una buena razón. Y si hubiese tenido la oportunidad, le habría devuelto hasta el último céntimo. Además, antes de que papá muriese me prometió que podría solicitar una plaza en el taller de vídeo del instituto este verano. Hice cuanto pude en el colegio, y papá y mi profesor me dijeron que era muy bueno, pero tienes que presentar un currículo de tus vídeos con tu solicitud, y no tengo cámara. ¡Papá me prometió que me compraría una! —el chico parecía que fuese a asfixiarse, su cara estaba roja—, pero cuando dije a mamá que necesitaba el dinero, no me escuchó. Ya no escucha a nadie. ¡Simplemente se comporta como una loca y como si fuese la única que le echa de menos! ¡Yo también le echo de menos!
Al escuchar aquellas palabras, Trisha se puso roja, a punto de llorar.
Ben se quedó mirando a los dos chicos espantado. No dejaba de mirar de un lado a otro, pasando de los chicos a Julia, y entonces le dijo en silencio: ¡Mira lo que has conseguido!
Julia suspiró y le hizo un gesto para que volviese con ellos. Obviamente no tenía ningunas ganas, pero Julia se quedó impresionada cuando Ben comenzó a pasearse por la cocina.
—¡Eh! —dijo poniendo una enorme mano en el hombro de cada uno de los chicos. Y eso fue cuanto hizo falta para que Trisha y Todd le abrazaran. Un poco torpe al principio, y más fácilmente después de unos momentos, Ben abrazó a los dos adolescentes. Julia sintió un nudo en la garganta al recordar a su padre, pero no estaba perdida.
¿O lo estaba? Frunció el ceño y se quitó la idea de la cabeza. Ella no estaba perdida, simplemente estaba buscando un nuevo camino.
—Así que tu padre dijo que podías inscribirte en un taller de vídeo —dijo Ben—, y tu madre ha dicho que no.
—No ha dicho que no, simplemente me ignora.
—Prácticamente lo ignora todo —explicó Trisha—, y no es que no lo entienda, está disgustada como una loca, se pasa todo el día llorando, y tiene tanto de que encargarse ahora que papá no está. —Los ojos de la adolescente se llenaron de lágrimas.
—¿Así que le cogiste el coche para llamar su atención? —probó Ben—. ¿Estabas conduciendo por la noche a gran velocidad en el aparcamiento del instituto Coronado, y te estrellaste contra el muro con tus amigas, porque querías llamar la atención de tu madre?
La cara se Trisha se puso todavía más roja.
—Voy a cumplir dieciséis dentro de tres meses y ni siquiera tengo mi permiso de principiante.
—Exactamente, así que no deberías haber conducido.
—Pero si no aprendo a conducir, no podré sacarme el permiso para mi cumpleaños, y todo el mundo se saca el permiso para su cumpleaños, a menos que seas un empollón o un imbécil. Incluso Todd se sacó el permiso para su cumpleaños.
—¡Oye, yo no soy ni un empollón ni un imbécil!
—Lo que, tú digas —dijo Trisha dando un bufido—, pero puedes conducir, incluso conduces el coche de papá.
—Alguien tiene que llevarnos al instituto.
—Nadie va a hablar de empollones o imbéciles aquí —sentenció Ben.
—Bien.
—Lo que tú digas.
—Simplemente no lo entiendo. Estabas conduciendo cuando no tienes permiso y ni siquiera has recibido clases de conducir. —¡Exactamente!
Julia podía ver que Ben estaba tan confuso como ella misma.
—Ahora que mi padre ha muerto —añadió Trisha quebrándosele la voz—, ¿quién va a enseñarme? Tengo que encontrar una manera de practicar, y Cecé tiene permiso de conducir, ha ido a la autoescuela, y pensamos que podría enseñarme. Tal como está mamá, estaba segura de que estaríamos de vuelta antes de que se levantase y se diese cuenta de que nos habíamos ido. —Ahora Trisha estaba llorando—. Papá me prometió que podría ir a la autoescuela este semestre. Pero después de que. de que. muriese, mamá dijo que no. Es como si quisiese que nos quedásemos sentados siendo tan desgraciados e infelices como lo es ella. ¡Me siento miserable! ¡Soy infeliz! Odio que papá haya muerto.
Todd había perdido su batalla finalmente, y también lloraba.
—¡Pero el hecho de que yo no conduzca, o que Todd no pueda asistir a clases de vídeo, no hará que papá vuelva!
Julia vio cómo Ben luchaba por controlar la emoción. Podía sentirlo, podía sentir la tristeza que aquellos chicos estaban sintiendo, y ella no quería sentir su tristeza, quería largarse de allí antes de comenzar a llorar, pero no pudo moverse. No pudo marcharse, y se le hinchó el corazón cuando Ben, a su brusca manera, miró a cada uno de los chicos y les dijo:
—No puedo devolveros a vuestro padre, pero puedo comprarte una cámara de vídeo y puedo enseñarte a conducir.
Las caras de los chicos se iluminaron por la sorpresa.
—¿De verdad? —preguntaron secándose los ojos con las manos. Y entonces añadieron al unísono—: ¿Qué pasa con mamá?
—Hablaré con ella, pero hay una condición añadida.
—¿Qué? —susurraron con expresiones dubitativas.
—Se acabó el meterse en problemas. En el mismo instante en que alguno de los dos haga algo que no deba, cancelo el trato.
—¿Eso es todo? —preguntaron.
—Eso es todo.
—¡Increíble! —dijo Trisha animándose.
—¡Esto es genial! —dijo Todd entusiasmado—. Una vez que tenga la cámara, lo único que tengo que hacer es montar un currículo en vídeo. Julia estudió al chico y le preguntó: —¿Qué tienes planeado montar?
—No lo sé todavía. Todo el mundo filma una especie de corto, muy malos. Cuando papá y yo lo hablamos el verano pasado, me dijo que debería hacer algo distinto.
—¿De verdad? —dijo Julia, con el cerebro a doscientas revoluciones por minuto. — Tengo una idea que tal vez te guste.
Todd, Trisha y Ben se quedaron mirándola con curiosidad.
—¿Qué idea? —preguntó Todd.
—¿Qué te parecería ayudarme con mi nuevo reality show?
—¿Qué? —dijo Ben.
—¿Un reality show? —preguntó Trisha poniendo unos ojos como platos.
—¡Qué guay! —dijo Todd.
—En realidad, me serías de gran ayuda. Utilizaré un operador de cámara de la cadena para hacer el trabajo principal, pero ahora mismo KTEX no tiene a mucha gente, y estaba intentando descubrir cómo podría llevar la cámara, dirigir las distintas partes y proporcionar el apoyo suplementario que el operador necesita. Todd, tú podrías estar en el plató para ayudar, además puedes utilizar la cámara que te compre Ben para grabar lo que esté pasando.
Algo así como documentando el proceso. Creo que eso no solo mostraría que tienes experiencia, sino que te daría algo muy original que presentar.
—Eso suena genial, pero Todd tiene que ir al colegio —interrumpió Ben. Se volvió hacia los chicos y les preguntó:
—¿Podéis esperarme en el salón?
—Va, tío —se lamentó Todd—, puedo hacerlo, quiero hacerlo. ¡Sería perfecto para conseguir entrar en el taller!
—Vamos, Todd —dijo Trisha cogiéndole del brazo—, déjales que lo hablen. —Miró a Julia y sonrió—. Creo que acabarás haciéndolo.
Ben no miró a Julia hasta que la puerta de la cocina se cerró, y entonces se volvió con cara amenazadora.
—Trisha cree que me tienes comiendo de tu mano. —Estaba enfadado.
—Ambos sabemos que está equivocada, muy equivocada —contestó Julia tragándose una sonrisa.
—De cualquier manera, Todd no puede faltar al instituto para trabajar en tu programa. Además pensé que habías renunciado a la idea de hacer un reality show.
—Primero: empiezo mañana y es sábado, y las vacaciones de Acción de Gracias comienzan el viernes al mediodía; podemos hacer un montón de trabajo durante las vacaciones. Y segundo, yo no he renunciado a ningún reality show.
Ben levantó las manos rindiéndose.
—Si lo tienes todo calculado. pero ¿por qué iba a querer un adolescente trabajar durante las vacaciones?
—¿Para no pensar en su padre? ¿Para conseguir un currículo en vídeo distinto al de los demás?
Ben le dio la razón de mala gana.
—¿Y qué clase de programa se te ha ocurrido ahora?
—Nunca lo he cambiado; pienso hacer Hombre Primitivo.
—Te dije que no.
Julia lo miró un momento y luego soltó una carcajada. —Me alegra que por fin admitas que eres un cavernícola. —¡Vas a ver lo que es ser primitivo!
Ben fue a por ella, pero lo único que Julia podía hacer era reírse. Se reía tan fuerte que los chicos llegaron corriendo, parando a Ben por el camino. Y era incluso más divertido aún ver a aquel salvaje ponerse a sí mismo a prueba con dos impresionables adolescentes en la habitación.
—¿Significa esto que puedo hacer el programa? —preguntó Todd emocionado. Julia miró al hombre en cuestión.
—Voy a hacer Hombre Primitivo sin ti. Empiezo a entrevistar a chicos malos mañana, aquí mismo.
—¿Aquí? —preguntó Ben.
—Empezamos a las nueve de la mañana. —Se volvió hacia Todd—. ¿Puedes estar aquí a las nueve? —¡Claro!
—Esto va a ser genial, parte MTV, parte NBC. Seremos atrevidos y profesionales al mismo tiempo. Voy a crear un gran éxito, y tú vas a ayudarme, Todd. Lo tendremos listo para salir al aire la primera semana de diciembre.
Todd aplaudió. Trisha parecía feliz por su hermano, pero un poco pensativa, y Ben debió de darse cuenta porque le dijo:
—Trisha, ¿por qué no te vienes con Todd? Hablaré con tu madre esta noche y si está de acuerdo, podemos empezar con las clases de conducir mientras estos dos hacen el programa —miró a Julia—, su loco programa.
—No crees que pueda hacerlo, ¿verdad? —le preguntó Julia.
—¿Hacer qué? —se interesó Trisha.
—Volver a un chico malo en un hombre sensible.
Ben dio un bufido.
—Quiere convertir a tíos en enclenques. Todd, si yo fuese tú, tendría cuidado con ella, y no importa lo que hagas, no sigas ninguno de sus consejos. Simplemente ayuda a grabar, consigue lo que necesites para tu currículo, y mantén tus oídos y tu mente cerrados.
De: Ben Prescott ‹sc123@fastmail.com› Para: Rita Holquin ‹rita@yahgoo.com› Asunto: Chicos.
Querida Rita:
Tuve una buena charla con Trisha y Todd. Llámame cuando llegues a casa del trabajo para hablar sobre ello.
Ben
De: Rita Holquin ‹rita@yahgoo.com› Para: Ben Prescott ‹sc123@fastmail.com› Asunto: re: Chicos
Querido Ben:
Gracias por hablar con ellos. Me llamaron a la oficina y no les había notado tan contentos desde hacía tiempo. Gracias. Trish dice que vas a enseñarle a conducir, y Todd me contó lo del trabajo de vídeo. Sé que harás lo que te parezca adecuado para los chicos, así que no estoy preocupada. Tienes mi permiso para enseñarles lo que creas necesario. Afectuosamente, Rita
De: Ben Prescott ‹sc123@fastmail.com› Para: Rita Holquin ‹rita@yahgoo.com› Asunto: re: re: Chicos
Rita, Trish y Todd te necesitan en sus vidas, no les des la espalda. Necesitan a su madre.
Ben