Capítulo 8
El jueves por la tarde Julia empezó a revisar la lista de proveedores que habían respondido a su anuncio. Las entrevistas cara a cara para Hombre Primitivo habían sido convocadas para el sábado a primera hora. Sentaba de maravilla volver a trabajar finalmente, después de haber vuelto a llevar a Ben al médico, donde le habían dicho que se estaba recuperando. Haberle obligado a que no se apoyase en la pierna desde el domingo anterior le había hecho mucho bien.
Ahora era el momento de centrarse en lo suyo.
Le preocupaba tenerlo todo terminado a tiempo, porque se le acababa el plazo y ya se había distraído demasiado con el señor Estoy-Perfectamente-Bien. También le preocupaba Andrew Folly. Tenía la intención de sacar adelante un fantástico programa de televisión, o tal vez debería decir un fantástico programa local de televisión. Pero después de leer el currículo de Folly y ver la cantidad de programas en los que había colaborado, tan solo esperaba que entendiese el tipo de formato que KTEX TV podía producir en realidad.
Julia sacó sus notas. La única interrupción que esperaba era la de su antigua asistenta, que se suponía iba a pasarse por allí. Zelda iba a devolverle las llaves de la casa, y Julia sabía que sería una experiencia muy emotiva para ambas. Zelda siempre había sido como una madre para ella, más que una empleada. Julia sonrió ante la idea de que si Zelda se hubiese podido quedar, habría metido a Ben en cintura en un santiamén. Había momentos en los que el padre de Julia se había lamentado de no saber qué era peor, si tener allí a Zelda, o no tenerla. La mujer era una bajita y fornida sargento que siempre había llevado la casa y a sus ocupantes con una precisión militar. Aunque si había alguien capaz de hechizarla y de hacer que se quitase sus zapatos ortopédicos, ese era Ben.
Cuando levantó la vista, él estaba allí, en la puerta de la oficina, para demostrarle lo maravillosamente bien que se sentía. Estaba muy guapo y sexy, y tenía pinta de chico malo, con solo una camiseta, unos tejanos y descalzo. Con firmeza, decidió que no permitiría que ni un solo estremecimiento de deseo le recorriese la espalda al verle.
Y funcionó... casi. Pero casi era mucho mejor que nada, así que se dio algunos puntos.
—Tienes buen aspecto esta mañana —dijo Julia.
Ben se apoyó en el marco de la puerta, se cruzó de brazos y estudió a Julia detenidamente. Le había dado por resolver misterios, pero cuanto más tiempo pasaba cerca de aquella mujer, menos podía comprenderla.
Cuando jugaron a aquel juego de niños, él de verdad había querido descubrir sus secretos, ya que conocía lo suficientemente bien a la gente como para saber que Julia Boudreaux nunca daría ninguna información por voluntad propia. Quería entender qué le emocionaba, pero sus respuestas la convertían en un enigma cada vez mayor.
Al llegar a la puerta de su oficina hacía unos minutos, Julia estaba trabajando tan intensamente que ni siquiera se había dado cuenta de que él se encontraba allí. Estaba guapísima, incluso con aquellas ropas tan conservadoras. Llevaba puesto un jersey con mangas de globo, aunque en vez de los pantalones de lana de los últimos días, vestía una falda plisada de cuadros escoceses, parecida a un uniforme de escuela. Y todavía no se había acostumbrado a su corte de pelo tan corto y conservador; lo único que le faltaba era una diadema de terciopelo para completar el conjunto. Pero de alguna manera, todavía se las arreglaba para estar sexy. Tanto la ropa como el pelo eran como un barniz de buena chica sobre —él lo sabía— una chica muy mala. Jerséis y perlas que escondían un cuerpo que él sabía que era fantástico, a juego con su personalidad. El disfraz solo conseguía que aún la desease más.
Al entrar en su oficina, Julia le había mirado. Era en esos pocos segundos de sorpresa cuando asomaba la vieja Julia: el calor de sus ojos que todavía no había podido esconder y la forma en que se le entreabrían los labios. Aunque estaba interpretando su nuevo papel cada vez mejor. Cada vez le llevaba menos tiempo volver a poner una expresión remilgada, y aquello era lo que más le molestaba, porque si ella seguía intentándolo, ¿conseguiría al final hacer desaparecer a la chica mala?
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Julia ceremoniosamente.
Aquello venía de la mujer que había visto cada centímetro de su cuerpo. Sin embargo, sonrió ante la idea de que también había sido la única mujer que, sin ser una enfermera o un médico de urgencias, le había visto desnudo y no había dormido con él. Sintió cómo se le hinchaba la entrepierna ante la idea de solucionarlo.
—Se me ocurre algo en lo que podrías ayudarme —respondió recorriéndola con la mirada.
Pudo ver cómo sus pupilas se encendían casi hasta el punto de volverse púrpuras. También notó que sus pezones se alzaron como dos capullos bajo la cachemira. Su polla se le puso todavía más dura al verlo.
Ben caminó hacia ella y se sentó en el filo del escritorio. La oficina era tan imponente como la de Sterling en Prescott Media.
—Algo caliente y salvaje —añadió él.
Julia se burló de él, aunque Ben sabía que no era en serio.
—Rotundamente no —dijo después de aclararse la garganta—. Ahora que te estás recuperando deberíamos mantener las distancias. Lo digo de verdad.
—¿Por qué? Creo que a ambos nos vendría bien algo para desahogar la tensión... No nos vendría mal un buen polvo de los de siempre y sin compromisos.
—Si lo que buscas es liberar tensión, te sugiero que te apuntes a clases de yoga.
—Preferiría el sexo —contestó riéndose.
—Entonces, búscate una cita.
—Preferiría tener sexo contigo.
—No eres mi tipo.
—¿Qué clase de tipo soy?
—Tú te creces cuando eres malo y con los nervios a flor de piel. —Hey, soy tan encantador como el que más.
—Solo si te colocases al lado de Colin Farrell o de Sean Penn. Estás tan lejos de ser un tipo sensible que haces que el actor The Rock parezca un gatito. —Estás exagerando.
—¿Tú crees? Vamos a ver. ¿con qué frecuencia compras flores para una mujer?
—¿Flores?
—Sí, ya sabes, esas cosas que crecen en los jardines y que se regalan.
Ben no pudo recordar la última vez que había regalado flores a una mujer. La verdad era que no recordaba haberlas regalado nunca.
—Tal vez yo no regale flores, pero he cumplido con mi parte en lo que a joyas se refiere —dijo un poco a la defensiva.
—¿En qué ocasión?
Ben casi se ruborizó al acordarse.
—¿Un regalo de despedida? —preguntó Julia con desdén—. ¿Cómo agradecimiento por una fantástica noche de sexo salvaje?
—Hey, no estoy aquí para que hablemos de mí.
—Has empezado tú.
—Entonces ahora mismo yo lo acabo.
—Demasiado tarde. ¿Tienes alguna chaqueta deportiva o algún par de pantalones de color caqui?
—¿Qué tiene eso que ver?
—Has dicho que no eras un chico malo y yo lo estoy comprobando ¿Chaqueta deportiva? ¿Pantalones de color caqui? —le provocó. —Tengo una chaqueta deportiva. —¿Una? ¿Para las emergencias? ¿Y los pantalones? Ben la fulminó con la mirada.
—Ni siquiera voy a preguntarte si alguna vez has llevado pantalones de vestir, probablemente ni siquiera sabes qué son.
—Créeme, estoy muy al tanto de la ropa hortera —dijo mirando su falda—, o lo estaba hasta que empezaste con tu pequeño sermón.
—¿Lo ves?, tienes una mente que funciona en una sola dirección.
—¿Y cuál es?
—Sexo. Lo único que te interesa es el sexo.
—¿Y a ti no?
—No.
—Mentirosa.
—Lárgate —dijo Julia de mal humor.
En vez de eso, Ben se acercó y empujó su silla de ruedas hacia atrás, con Julia sentada en ella, y se colocó enfrente. Estirándose, la cogió por los brazos y la levantó.
—No sé en qué país «lárgate» significa «levántame de mi silla».
El borde de los labios de Ben temblaba nerviosamente mientras tiraba de ella hasta que sus cuerpos estuvieron el uno frente al otro. La suave cachemira hacía que sus pechos fuesen incluso más alucinantes que con la apretada lycra. Pezones hinchados y bien colocados que se moría de ganas de tocar y chupar. El calor le recorría la entrepierna.
Los labios de Julia se abrieron, rosados y carnosos, y Ben pudo ver un relámpago de deseo en sus ojos, y que estaba librando una batalla en su interior: la necesidad de huir, luchando mano a mano contra la necesidad de satisfacer las ganas que ambos sentían.
Deslizó sus brazos alrededor de Julia estrechándola contra sí. Ella emitió un sonido, al comienzo de sorpresa, y luego de placer. Cuando le besó el cuello, Julia se estremeció con la pasión que él sabía que ardía casi incontenible en su interior, justo por debajo de la superficie de sus tan puestos convencionalismos.
Le besó la oreja, para luego seguir hasta su sien, luego hasta la línea del nacimiento de su pelo, y vuelta a su cuello, que mordisqueó con suave gentileza. Finalmente Julia cedió y deslizó sus brazos alrededor de Ben emitiendo a la vez un gemido de placer, y sus manos resbalaron por los músculos de su espalda. Echó la cabeza hacia atrás, permitiéndole un mejor acceso a su cuello. No se molestaron en besarse más. Se examinaron la piel, cada uno buscando al otro. Ben le quitó el jersey y sintió una corriente de calor al ver que, al menos, no había recurrido a la ropa cursi también en el interior: llevaba un sujetador transparente de color violeta abrochado por delante, a través del cual podía verle los pezones. Le cogió los pechos con las manos, levantándolos, recorriendo su delicada piel con los dedos. La sensación del suave encaje entre las manos de Ben y sus pezones hizo gemir a Julia de nuevo.
—¡Sí! —susurró cuando Ben le desabrochó el sujetador. Se inclinó y la besó en los perfectos y redondos pechos, acercándose cada vez más a los pezones, pero retrasando el momento.
—¡Maldito seas! —volvió a suspirar Julia.
Ben sonrió, y solo entonces la tomó en su boca. Chupó y succionó al ritmo de sus jadeos. Primero un pecho, luego el otro. Julia le recorrió la espalda con las uñas, haciendo que Ben se arquease y se acercase todavía más.
Era como si se hubiese estado controlando hasta que ya no pudo soportarlo más, y toda la pasión que llevaba dentro salió de golpe. Ben sintió cómo la erección le presionaba contra los tejanos, y de repente Julia bajó de forma atrevida y le acarició el paquete. Esta vez la excitación salvaje arremetió contra él. Cuando ella le desabrochó los botones de los 501, él gimió de placer, y entonces Julia metió su mano dentro de los pantalones y tomó la polla entre sus dedos.
—Dios —consiguió decir Ben tragando aire.
Los tejanos se le cayeron hasta los muslos, luego más abajo, hasta que se los quitó de una patada. Ben puso su mano sobre las de Julia, haciendo que le apretase más fuerte. Respirando lentamente, le movió la mano hasta que ella encontró el ritmo. Cuando Julia le cogió los huevos, un fuerte impulso le recorrió el cuerpo, y supo que no podría aguantar mucho más. Buscando a través del dobladillo de su falda de colegiala, le metió las manos por debajo. Sintió una quemazón recorriéndole el cuerpo al darse cuenta de que su tanga estaba hecho del mismo material fino. No necesitaría más que un fuerte tirón y este desaparecería.
Su culo era redondo y elegantemente firme, y Ben presionó su erección contra ella. Julia se agarró a él como si estuviese hambrienta de sexo. Ben no pensó en las consecuencias, no pensó en su herida ni en que tal vez estaba yendo demasiado lejos otra vez. No podría haber dado marcha atrás aunque hubiese querido. En ese instante hubiese pasado con mucho gusto otra noche en el hospital si eso significaba que antes podría deslizarse profundamente y con fuerza en el interior de Julia.
La quería. No podía pensar en nada más que en poseerla. Le rasgó el jersey, y alcanzó su sexo a la vez que ella le agarraba el paquete.
En algún lejano y escondido lugar de su mente, Ben se dio cuenta de que el timbre de la puerta estaba sonando. Su cerebro registró el hecho, pero entonces ella presionó con delicadeza y una descarga le recorrió el cuerpo como una corriente eléctrica, haciendo que aquello careciese de importancia.
—No abras —ordenó Ben bruscamente.
Le pellizcó los pezones, y de repente ella tampoco pareció mucho más interesada en contestar de lo que lo estaba él. Volvió a sonar.
—Ya se irán —añadió.
O Julia no había oído el timbre, o estaba de acuerdo con él, porque dejó que los tirantes de su sujetador se deslizasen por sus brazos antes de que el encaje violeta cayese al suelo.
Una sensación de triunfo y de placer recorrió el cuerpo de Ben. Sosteniendo a Julia y haciendo que su cuerpo resucitase, consiguió que la herida y todo lo que había pasado hasta entonces se desvaneciera de su mente. Necesitaba desahogarse, aunque sabía que no lo merecía.
Cerró los ojos y la abrazó con fuerza, enterrando su cara en el cuello de Julia, gozando al sentir sus pechos presionando contra él, así como el sedoso roce de su pelo. Pero de repente Julia se puso rígida.
—¿Señorita Julia? ¿Dónde está?
Ben se soltó de un tirón en el mismo instante en que los ojos de Julia se abrieron como platos.
—¡Oh, Dios mío! ¡Me había olvidado de Zelda!
Julia comenzó a recoger todas sus cosas rápidamente. Logró ponerse el sujetador, pero no consiguió abrochárselo. Con una eficiente calma, Ben le apartó las manos y se lo abrochó en un segundo, entonces Julia le dio unas palmaditas y le ordenó:
—¡Vístete!
—Lo haré, pero tienes que salir ahí fuera y distraerla mientras lo hago.
Ben se estiró para recoger sus tejanos, pero estaban atrapados en las ruedas de la silla.
—¡Señorita Julia! —volvió a gritar la mujer—. ¡Hay alguien aquí que ha venido a verla!
Fue entonces cuando escucharon cómo dos pares de pasos se acercaban por el pasillo.
—¡Genial! —gritó Julia susurrando desesperadamente y poniéndose el jersey por la cabeza—. Tienes que esconderte.
—Yo no me escondo de nadie —sentenció Ben con firmeza mientras luchaba con los pantalones.
—¡Sí, sí que lo haces! —siseó, empujándolo para que se metiera bajo el escritorio—. Me lo debes, después de salvarte el culo cuando te tuve que arrastrar hasta el hospital. —No voy a.
—Señorita Julia, el señor Folly ha venido a verla.
—¡El nuevo director de la cadena! ¡Mi nuevo jefe! —dijo entrecortadamente—. Yo, con un jefe. —Y ladeó la cabeza. Entonces pestañeó intentando centrarse—. Me lo debes, Prescott, así que métete bajo el maldito escritorio.
—Por lo menos deja que me esconda en el armario.
—¿Acaso ves algún armario por aquí?
—¡Mierda!
Desapareció bajo el enorme escritorio de nogal labrado a mano, justo cuando Julia consiguió colocarse el jersey y correr hacia la puerta. Pero era demasiado tarde.
—Aquí estás, querida —dijo la mujer pellizcándole las mejillas con diligencia, como si todavía estuviese a cargo de la casa de los Boudreaux.
—Pareces caliente, ¿estás enferma?
—No, no. Estoy bien, de verdad.
Zelda chasqueó la lengua y añadió:
—Menos mal que he llegado, me he encontrado a este simpático joven en la puerta. Estaba a punto de marcharse. Dice que es el nuevo jefe de la cadena.
El hombre que Julia había visto en la foto del currículo apareció por la puerta.
—Julia, soy Andrew Folly.
—Andrew.
—Siéntese, siéntese —ordenó Zelda tal y como siempre había hecho—, traeré algo de beber.
—Zelda, eso no es necesario, de verdad. Pero Andrew Folly no estuvo de acuerdo.
—Es muy amable de su parte. Le agradecería una taza de té —dijo el hombre.
Zelda se dirigió al final del pasillo, sus zapatos de suela de goma crujían contra el suelo de madera. Ben estaba seguro de que se oían pasos más fuertes entrando más allá en la oficina.
—Así que este es el interior del santuario de Philippe Boudreaux. Hubo un silencio absoluto después de eso.
—Oh, le pido disculpas, Julia, no pretendía molestarla. Siento mucho su pérdida. Ben se había estado preguntando acerca del padre de Julia. Ella le había explicado que habían tenido una relación muy estrecha, pero algo no encajaba. —No me ha molestado, señor Folly. Vayamos al salón.
En vez de eso, los pesados pasos se acercaron todavía más, y sonó un crujido de piel cuando el hombre se sentó en una de las sillas del otro lado del escritorio. —No me quedaré tanto rato. Solo una o dos preguntas.
Ben pudo sentir la cólera de Julia, quien tras una larga y tensa pausa se dirigió hacia el escritorio y se sentó en la silla giratoria. Generalmente, Ben se habría cabreado al estar allí atrapado con sus tejanos todavía enganchados en las ruedas de la silla, si no hubiese tenido una increíble vista de las piernas de Julia que desaparecían bajo el oscuro escondrijo de la falda plisada. Se alegraba de que no se hubiese puesto pantalones si tenía que esconderse como un pelele bajo el escritorio, entonces, maldita sea, iba a disfrutar de ello. —Que sea rápido, señor Folly.
De repente Julia era toda formalidad, y estaba muy cabreada.
—De acuerdo. Deberíamos hablar sobre su. situación en la cadena.
—¿Y qué situación es esa?
—El tipo de programa en el que está trabajando. De veras he de insistir en que me cuente cuáles son sus planes.
El corazón de Julia latía tan fuerte dentro de su pecho que la sangre se le subió a la cabeza, haciendo que se marease, y justo después de uno de los encuentros más eróticos que había tenido con un hombre; la experiencia sin duda amplificada por su total abstinencia, aparte del beso de hacía una semana y media.
De repente Andrew se levantó y se acercó a la pared para mirar una fila de fotografías allí colgadas. Rápidamente, Julia echó su silla hacia delante, dándole a Ben con las rodillas.
—Jod.
—Chist —siseó ella.
—¿Cómo? —le preguntó Andrew, dándose la vuelta desde la línea de fotografías autografiadas del padre de Julia posando con gente famosa.
—No he dicho nada —respondió ella con una sonrisa forzada.
Como no quería estar sentada lejos del escritorio, lo que parecería muy raro, por no mencionar que corría el riesgo de que Folly viese a Ben, no tuvo más remedio que abrir las piernas.
Era completamente consciente del diminuto tanga que llevaba, y a pesar de que nunca había sido tímida, tampoco era del tipo de chica del Penthouse, que abriría las piernas para dar un espectáculo. Rezó para que estuviese muy oscuro ahí abajo, aunque si era así entonces Ben estaba jugando a la gallina ciega.
—¡Ay! —chilló Julia, juntando sus piernas de golpe al sentir el dedo de Ben trazando la costura de su ropa interior.
—¡Pfff! —fue la apagada respuesta de Ben cuando Julia le pilló la cabeza entre sus rodillas.
—¿Qué? —preguntó Andrew, frunciendo el ceño.
—Pf, pf, feas —consiguió decir Julia lanzándole una enorme y falsa sonrisa—, es solo que creo que esas fotografías son. esto. feas. Eso es todo. —Y movió la cabeza de un lado a otro—. Este no es un buen momento, de verdad, Andrew. Programaremos una cita y entonces podremos hablar.
Se quedó sin palabras y sin aliento cuando Ben pasó su dedo entre sus piernas por encima del tanga, rozando eróticamente su parte más íntima. Lanzó un entrecortado jadeo.
—¿Le pasa algo? —preguntó Andrew.
—Asma —consiguió decir Julia.
Intentó juntar las rodillas, pero Ben las tenía separadas firmemente. Lo único que podría hacer para escapar al sensual tormento sería levantarse bruscamente del escritorio. Pero entre Ben bajo el mismo y el par de tejanos enredados a sus pies, no estaba dispuesta a correr ese riesgo.
—Lo siento mucho —dijo Andrew—, y siento que este no sea un buen momento para que hablemos. Desgraciadamente esto no puede esperar. —Volvió a sentarse en la silla al otro lado del escritorio.
Julia se sintió atrapada entre dos fuertes deseos: el de estrangular al hombre que tenía sentado enfrente y el de gritar al que estaba jugando con ella bajo el escritorio, y jugando de una manera que hacía que la cabeza le diese vueltas y que sus piernas quisiesen abrirse traicionándola.
Entonces sintió cómo le desaparecía el tanga; el diáfano material se había roto de un fácil tirón. Se quedó sin aliento al darse cuenta de lo que le seguiría. Y a pesar de que sabía lo que venía a continuación, su cuerpo se sacudió al sentir el dedo de Ben contra su pubis. También sintió cómo de pronto estaba completamente empapada, y se agarró con los dedos al borde del escritorio mientras echaba la cabeza hacia atrás.
—¿Está segura de que se encuentra bien? —preguntó Andrew mirándola fijamente.
—¿Bien?
El dedo de Ben se deslizó entre sus labios y ya no pudo volver a conversar, hablar, ni pensar en nada.
Andrew debía de haberse tomado su «bien» como que estaba bien para hablar, porque comenzó a soltarle un rollo sobre números y demografías. Julia apenas escuchó las palabras «cambio», «más joven» y «a la moda», como si aquel hombre de veinticuatro años que se vestía y hablaba tan formalmente, tuviese la mínima idea sobre lo que estaba de moda.
Pero entonces el dedo de Ben se deslizó más profundamente, y ella solo pudo pensar en sus caderas, y en cómo se morían de ganas por moverse.
Intentó alargar su mano bajo el escritorio para coger alguna cosa, preferiblemente el pelo de Ben, pero este se mantenía fuera de su alcance. Julia sabía que estaba a su merced, aunque no pudiese caer de rodillas y pedirle que acabara lo que había empezado.
Él también debía de saberlo.
La acariciaba con manos expertas, sacando y metiendo profundamente su dedo pulgar y encontrando el punto exacto. Se sintió excitada y tensa al mismo tiempo que Ben le besaba el interior de su rodilla.
—Dios santo —suspiró cerrando los ojos.
—¿Qué?
—Dios, todo esto es fascinante —dijo volviendo a prestar atención de golpe. Hubiese jurado escuchar a Ben reírse entre dientes.
Andrew estaba cada vez más sombrío, pero no se daba por vencido y proseguía. Volvió a su enumeración de los hechos.
Ben comenzó a utilizar dos dedos, deslizándolos hacia dentro, cada vez más profundamente. Julia abrió las piernas y perdió definitivamente el control. Ben le besó la parte más interna de los muslos como si estuviese repartiendo puntos por haber sido una buena chica, o una mala chica. Maldita sea, maldita. Aaah, pensó cuando su dedo encontró el punto más dulce.
Él pagaría por aquello con creces, se prometió a sí misma.
Ben se movía y la acariciaba, haciendo que el cuerpo de Julia se estremeciese de placer. Tenía el vello de los brazos de punta mientras la excitación le recorría la carne.
Se obligó a mirar a Andrew mientras continuaba hablando y hablando acerca de quién sabía qué en aquel momento. Fuera la que fuese la pequeña parte de su cerebro que había seguido funcionando se rindió por completo.
Ben le mordisqueaba y besaba la piel mientras sus dedos la llevaban hacia lo más alto. Las sensaciones parecían consumirla, focalizándose entre sus piernas. Sintió el inicio de los temblores, comenzando profundos, hinchándose, jugando con ella, hasta que pensó que no podría soportarlo ni un segundo más. Y entonces, finalmente, la intensidad llegó atravesándola deprisa, como una avalancha. Con la boca abierta, se inclinó ligeramente sobre el escritorio en el momento del orgasmo; el dulce balanceo de una ola le recorrió el cuerpo. Temía haber gemido.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Andrew, dejando de hablar y levantándose.
—¿Qué?
—No sé muy bien qué le pasa. Estaba intentando hacer esto de buenas maneras, pero ya que usted claramente está jugando conmigo, soltaré la dura y fría verdad. A menos que pueda darnos algún programa de calidad, algo que sea nuevo en el mercado, no veo qué podría aportar usted a KTEX. Y a pesar de lo que diga Sterling Prescott, no tendré más remedio que despedirla.
Su mente se recuperó al mismo tiempo que su cuerpo, y entonces Julia se dio cuenta de que Ben debía de haberlo escuchado todo, ya que podía sentir cómo intentaba apartarla. Pero esta vez sí que consiguió estirarse bajo el escritorio y agarrar algo.
—No —dijo Julia entre dientes.
—¿No? —contestó Andrew con voz de asombro.
—No estaba hablando con. —Se paró y sacudió la cabeza.
—El señor Prescott dijo que tenía que quedarse, pero es mi trabajo hacer que KTEX TV vuelva a funcionar, o seré yo el despedido.
Julia tuvo que luchar para mantener a Ben bajo la mesa.
—Puedo encargarme de esto —dijo Julia acaloradamente sin que le importase ya nada. Andrew se levantó de la silla.
—¿Puede encargarse de esto? ¿Cómo? ¿Puede decirme honestamente que es capaz de aportar algo que parezca más bien producido en Nueva York que en El Paso? —Sí —respondió antes de que pudiese pensar en nada.
—Espero que pueda —respondió Andrew estudiándola detenidamente. Se detuvo en la puerta y añadió—: Hágame saber cuando tenga algo en cinta.
Y entonces se fue.
Ben se disponía a salir de debajo de la mesa, pero entonces Zelda entró con una bandeja con el té.
—¿Qué ha pasado con ese hombre tan encantador? —preguntó.
—Tenía que irse —contestó Julia.
—Oh, madre mía —dijo chasqueando la lengua, y volvió a marcharse llevándose la bandeja.
Esta vez Ben consiguió salir de debajo, estirándose y gruñendo.
—¿Estás bien? —le preguntó Julia, pensando en su herida por primera vez.
—Estoy bien —respondió con los ojos llenos de furia apenas contenida—, aunque ojalá me hubieses dejado darle una lección a ese tío.
De repente se le vino todo encima. Estaba totalmente agotada, tanto física como mentalmente. Se sentía inquieta, y la precaria posición en la que había estado en aquel nuevo mundo se volvió aún más precaria. Odiaba aquella nueva sensación de vulnerabilidad, combinada con aquel hombre fuerte que quería protegerla. Nunca había dependido de ningún hombre, y nunca lo haría.
—No necesito que me defiendas, Ben. Y desde luego, no necesitaba que jugases con mi cuerpo.
Ben la miró duramente antes de recoger sus tejanos, ponérselos y dirigirse a la puerta. Se paró en el último segundo.
—Me parece que necesitas un poco de las dos cosas.
Y entonces se marchó, alejándose de ella. Julia tuvo que retenerse para no salir corriendo detrás de él, y no para pegarle, sino para lanzarse a sus brazos y hacer que le dijese que todo iba a salir bien.
En vez de eso, se sentó y agarró con fuerza los brazos de la silla.