Capítulo 10
El timbre de la puerta sonó a lo lejos y un estremecimiento de emoción, tal vez incluso de miedo, le recorrió el cuerpo al oírlo. El primer día de verdad en la creación de su programa estaba a punto de comenzar.
Se quedó sentada en su silla con los ojos cerrados durante medio segundo, y rezó en silencio: «Por favor, ayúdame a hacer este trabajo».
—¡Julia!
Le llevó un segundo reconocer la voz de Todd, quien llegó corriendo a la cocina. —¡Deberías ver la cola que hay ahí fuera! Esos tíos están por todas partes. —¿Qué?
Un hombre robusto, pelirrojo y con pecas siguió a Todd hasta dentro. —¡Hola, Julia!
—¡Eh, Rob! Gracias por ayudarme con esto.
Robert Krynowski era uno de los operadores de cámara de KTEX, y Julia sabía que no le importaría trabajar en un momento de crisis con tal de sacar el proyecto adelante.
Salió disparada hacia una de las ventanas delanteras. Toda la calle de Meadowlark Drive estaba llena de coches, y un heterogéneo grupo de hombres había formado ya una fila delante de su puerta.
«Está bien, está bien, ¡piensa, Jules!», se dijo.
Ben apareció por la puerta, y no se lo veía demasiado feliz.
—¿Quién cojones son esos tíos que están haciendo cola ahí fuera? —Y mirando a Rob —: ¿Y quién eres tú?
Julia hizo las presentaciones, los hombres se dieron la mano y Ben se dirigió hacia la cocina.
—¡Espera! —le pidió Julia dando un salto hacia él. Tan pronto como lo cogió del brazo, forzó una sonrisa que esperaba escondiese sus nervios—. Necesito tu ayuda. Ben entrecerró los ojos con suspicacia.
—Por favor —suplicó Julia batiendo las pestañas. —Un aleteo de pestañas no te llevará a ninguna parte conmigo.
—Vale, ¿qué tal un me lo debes?
Ben le sonrió, en tanto que aquel frustrante y sexy mechón de pelo negro le caía por la frente.
—Ya usaste esa excusa para conseguir que me metiese bajo tu escritorio, ¿te acuerdas?
La sangre se le subió a las mejillas; dudaba que alguna vez se olvidase de ello. Lo miró fijamente sintiendo cómo el calor se deslizaba por su cuerpo. Habían pasado dos semanas desde su llegada, al día siguiente haría una semana de su viaje al hospital, y aunque Ben todavía caminaba con una ligera cojera, era fácil olvidarse de que le habían herido.
—Lo siento, no debería habértelo pedido. Es solo que... ¿quién va a enviarme a esos hombres de uno en uno? Nunca habría soñado que tendría tal cantidad de candidatos.
La sonrisa de Ben desapareció de su cara. Se quedó estudiándola un momento y tras un segundo movió la cabeza y dijo:
—Está bien, dime qué quieres que haga, pero después de esto serás tú la que esté en deuda conmigo. —Levantó la ceja de la cicatriz de forma amenazadora.
Julia montó el tenderete en la oficina de su padre. Había reunido un montón de currículos. Rob se iría moviendo por la habitación grabando todo lo que ocurriera en ella y Todd le ayudaría grabando imágenes con su recién estrenada cámara de vídeo siempre que tuviese una ocasión.
Ben mantendría el orden entre los que debían de ser, por lo menos, setenta y cinco hombres esperando en el salón y en el comedor. Un rápido vistazo a la fila dejaba ver a toda clase de hombres vestidos de cuero, hombres con cara de cuero e incluso un par llevando látigos de cuero. Julia tachó a estos últimos de la lista después de decidir que cualquier hombre que llevase un látigo estaba al margen de toda posible ayuda.
Ben se presentó en la oficina a las nueve en punto.
—¿Estás lista?
Su cara debía reflejar cómo se sentía —muerta de miedo—, porque Ben se rio sacudiendo la cabeza. Nada de palabras alentadoras, nada de «tú puedes hacerlo». Se volvió al salón y llamó al primero.
—Jones, Bo.
Rob se colocó para captar al primer tío entrando en la oficina, pero tuvo que echarse a un lado rápidamente debido a la altura del tipo.
—Señor Jones —dijo Julia levantándose y extendiendo la mano. El tipo casi le rompió los dedos al estrechársela.
—Está bien —dijo estirando, ya que este no le soltaba la mano, y le estaba dando un buen repaso de arriba abajo.
—Remilgada pero está buena —sentenció.
—Oye, colega, cierra la boca y siéntate.
Eso lo dijo Ben, quien permanecía en la puerta como el guardia de una prisión. Si no se hubiese sentido tan aliviada por que él estuviese allí, se le habrían puesto los pelos de punta ante su orden. Como si ella le perteneciese. Otro traicionero escalofrío le recorrió la espalda.
—Así pues, señor Jones, cuénteme algo acerca de usted.
Se repantingó en la silla y apoyó el tobillo en su rodilla, lo que hizo que sus ya estrechos pantalones se ajustasen tanto en su entrepierna que Julia pudo distinguir el perfil de sus huevos.
¡Puaf!
—El anuncio decía que buscabais chicos malos, y yo soy malo hasta los huesos, labios de azúcar.
¿Labios de azúcar?
El tío se echó hacia delante, apoyó los codos sobre las rodillas y la miró de una forma obscena y penetrante.
—No hace falta que te molestes con los otros idiotas de ahí fuera, yo soy tu hombre.
No, no lo era, pensó Julia inmediatamente. Ni siquiera aunque ella tuviese que hacer de hombre para el programa.
—Bien, gracias. Lo tendré en cuenta. —Se levantó—. ¡El próximo!
Bo Jones se quejó, pero gracias a Dios se fue sin montar ninguna escena. De hecho, cuando se marchaba, le vio brevemente la cara y parecía decepcionado; se preguntó si toda esa representación no habría sido nada más que un espectáculo. Tal vez no era un chico malo en absoluto, sino un actor representando un papel. Pero ella no quería un actor, necesitaba a un chico malo, malo de verdad.
Richard Paxton entró a continuación, y ciertamente parecía robusto y arcaico, pero lo echó en unos segundos.
—Eso ha sido rápido —dijo Ben asomando la cabeza por la puerta.
—No es lo que estoy buscando.
—¿Puedes decirlo tan rápidamente?
—Si quieres saberlo, necesito a un tío guapo.
—¡Y tú eres la que dice que los hombres somos malos! Lo juro, las mujeres sois mucho peores —dijo sacudiendo la cabeza.
—¡El próximo! —llamó.
Para el mediodía ya habían entrevistado a una buena parte de los hombres, y pararon para almorzar tan solo porque tenía a un paciente en recuperación y a un adolescente en los que pensar; pero incluso así, solo descansaron durante veinte minutos. Y fue durante esos veinte minutos cuando Julia conoció a Sonja. La mujer era preciosa: alta, rubia, ojos azules, de tipo nórdico. Sus labios brillaban debido al brillo de labios color rosa y sus uñas estaban pintadas a juego. Sus ropas eran cortas, ajustadas y caras, justo el tipo de atuendo que Julia solía llevar. Sintió una punzada de envidiosa nostalgia, pero se la quitó de encima rápidamente.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Julia cuando la mujer entró en la oficina.
Después de una rápida introducción, la mujer le explicó que había oído hablar del programa que estaba preparando.
—Me gustaría ofrecer mis servicios, soy peluquera —dijo Sonja—. Lo haré a cambio de publicidad, estoy intentando hacer crecer mi negocio y esta parece la forma perfecta de conseguirlo.
Hablaron durante unos minutos, y Julia se quedó sorprendida de lo mucho que le gustaba esa mujer. Para cuando tuvo que volver al trabajo, había cerrado un trato con Sonja.
Ya había llegado a un acuerdo con Fashion Place para la cuestión de la ropa y ahora también tenía peluquera, ¡otra pieza que encajaba! Solo necesitaba encontrar al tipo.
Sonja dejó su número de teléfono para que Julia la llamase una vez que estuviesen a punto de empezar a grabar. Entonces Julia volvió al trabajo.
—¿Quién era esa? —preguntó Ben entrando en la oficina.
—Mi nueva peluquera —declaró con orgullo.
—¿Vas a cortarte el pelo otra vez?
—No —dijo riendo—, mi peluquera para el programa. Y ahora, por favor, envíame al siguiente aspirante.
Les llevó unas cuantas horas más entrevistar a casi la mitad de los candidatos, pero a las cinco y cuarto decidieron dejar el resto para el día siguiente. Rob estiró la región lumbar, y Todd se dejó caer en la silla de los entrevistados. Incluso Ben parecía agotado, y Julia estaba demasiado cansada como para pensar.
—Muchas gracias a todos por vuestro duro trabajo, no habría podido hacerlo sin vosotros —agradeció Julia.
—Tengo algunas cosas buenas de verdad en mi cámara, y sé que Rob tiene toneladas de material fantástico. ¿Cuándo podremos editar? —preguntó Todd sonriendo.
—Esperaremos hasta el final, entonces podremos sentarnos en los estudios de la cadena para que experimentes la edición profesional.
Levantándose, lleno de energía otra vez, Todd sonrió.
—¡Guay! Será mejor que me vaya a casa, volveré mañana por la mañana para las últimas entrevistas.
Se dirigió a la puerta con Rob pisándole los talones.
—Traerás a Trisha mañana, ¿no? —le gritó Ben.
—Oh, vale, supongo. Pero sacarla de la cama a cualquier hora antes del mediodía un fin de semana es superimposible.
—Quiere aprender a conducir, se levantará —predijo Ben.
Ben todavía parecía cansado a la mañana siguiente, o al menos eso es lo que le pareció a Julia por las ojeras que tenía. Le había oído levantarse a todas horas la noche anterior, trabajar en el ordenador y dar vueltas por la habitación. Era como si no quisiese acostarse. Cada vez más, tenía la sensación de que algo no andaba bien bajo sus sensuales sonrisas, pero ¿qué? No había ninguna duda de que estaba afectado por la muerte de su amigo, y de que estaba preocupado por los hijos del tal Henry, pero algo en los ojos de Ben le decía que había algo más.
Cuando sonó el timbre de la puerta y llegó Todd seguido de Trisha —tal y como Ben había predicho—, Julia le dijo a Ben:
—Todavía tengo cuarenta y cinco minutos hasta que comience con la última ronda de entrevistas para el programa, si quieres yo puedo enseñarle, si a ti no te apetece.
Además de las noches en vela, el día anterior le había pasado factura, y Julia se sentía fatal por haber pensado solo en sí misma.
—Estoy bien. Le enseñaré lo básico y la semana que viene conduciremos por la carretera.
—De verdad que puedo hacerlo.
—Tú ya tienes suficientes cosas que hacer. Será pan comido enseñar a Trish cómo funciona todo, y luego ir arriba y abajo por tu camino de entrada, que ya he cortado.
—¿Cómo lo has hecho?
—Con las sillas del jardín.
—¡No deberías haberlas levantado!
—No soy ningún inválido, Julia —dijo con voz amenazadora e impaciencia despiadada.
Tomó un último sorbo de café, dejó la taza en el fregadero y se dirigió hacia fuera.
Como tenían tiempo antes de que empezaran las entrevistas, Todd y Julia se encontraron a sí mismos mirando a Ben y a Trisha por la ventana. El pseudotío y la adolescente estaban sentados en el coche de Rita Holquin, que tenía una larga rayada en un lado. Julia podía ver a Ben explicando cómo cambiar las marchas y para qué servían los pedales. Trisha debía de haberse puesto impaciente y haber tratado de meterle prisa, ya que Julia también pudo ver cómo Ben se ponía severo. La chica paró y siguieron más explicaciones; y pareció que había transcurrido una eternidad, hasta que finalmente Ben le dio las llaves de mala gana y casi a la fuerza.
—Creo que debería grabar esto —dijo Todd—. Vamos a ver qué destroza esta vez.
Todd salió por la puerta trasera al ancho tramo de carretera donde generalmente se daba la vuelta y Julia le siguió. Todd comenzó a grabar justo cuando el coche daba sacudidas hacia delante. Frenos, acelerador, luego todo paró por completo. Todd se estaba divirtiendo y Ben comenzaba a frustrarse. Entonces, de repente, el vehículo comenzó a retroceder y Julia sintió cómo el corazón se le subía a la garganta al darse cuenta de hacia dónde se dirigía.
—¡Para! —se le escapó.
Pero ya era demasiado tarde. El coche dio marcha atrás en el jardín, pasando por encima de una planta que había sido el único regalo que ella siempre había atesorado: un rosal que le había regalado su padre.
Se dio cuenta vagamente de que Todd había girado la cámara de vídeo hacia ella, y sintió cómo le flaqueaban las rodillas y se mareaba, como si una presa estuviese a punto de romperse en su interior.
—Hey, ¿Julia? —preguntó Todd—. ¿Estás bien?
Parpadeó y trató de concentrarse en él.
—¿Quién, yo? Claro, estoy genial —intentó reírse.
Trisha se había bajado del coche y esperaba en el camino mientras Ben lo enderezaba. Cuando lo hizo, todo pareció volver a la normalidad excepto el rosal, que estaba hecho pedazos a su lado, con las raíces arrancadas (algunas todavía agarradas al suelo). Ben salió del coche y la miró.
—Lo siento mucho.
—Lo lamento muchísimo, Julia —añadió Trisha al borde de las lágrimas.
Julia vio la sincera y desesperada tristeza de la chica que ya había perdido tanto e intentaba que no se le notase, y encontró una sonrisa para ella.
—Solo es un rosal, no te preocupes. Ahora vuelve al caballo, o al coche, y demuéstrate a ti misma que puedes hacerlo, que puedes conducir.
—¿De verdad? ¿No estás enfadada?
Julia era consciente de la manera tan extraña con la que Todd la estaba mirando. —No estoy enfadada en absoluto, pero si no vuelvo dentro y empiezo las entrevistas, seré yo la que tenga a una pandilla de hombres enfadados en mi casa.
—Acabo con Trisha y luego iré a echarte una mano —dijo Ben.
—No es necesario, lo tengo todo controlado. Puedo hacer esta ronda sola. Todd, es hora de empezar.