Al día siguiente, el soltero canceló todas las citas que había concertado para esa mañana y regresó malhumorado a la cama provisto de cojines y café. La gata, que fue a hacerle compañía, parecía decirle algo que él no acababa de entender. Su mente era un torbellino en el que se mezclaban las imágenes de la mujer y de la novia. La mujer estaría de regreso al día siguiente, por la tarde.
Volvió de lado a la gata con delicadeza y se puso a acariciarle la barriga. Se le ocurrió que el cielo debía de ser un lugar forrado con el pelaje que cubría el vientre de los gatos.
Frankie correspondió a sus caricias restregando la cabeza contra su pecho. «Lo mejor de los gatos—reflexionó el soltero—, es que cuanto más los quieres, más te quieren ellos a ti.» Inconscientemente se puso a cantarle:
¿Por qué las mujeres
no pueden ser como los gatos?
Entonces, mientras le prodigaba mimos, cayó en la cuenta del gran peso que tenían en su atractivo su gracia y su belleza física. ¡Qué parecida era la novia a la gata y qué diferente la mujer...!
Cuando sonó el teléfono y oyó la voz de su antigua novia, el soltero pensó que era el destino quien lo llamaba. Sin duda, estaban hechos el uno para el otro. Una pasión como la que los unía no existía porque sí.
—¿Qué te parece mañana a la hora del almorzar, a eso de las once? Te tengo preparada una gran sorpresa.
Su tono de voz era dulce, meloso, como el que emplearía una araña con una mosca. Cualquier persona en sus cabales se habría puesto en guardia al oírlo.
El día siguiente era sábado, y la mujer estaría de regreso a la hora del almuerzo, pero él sólo era consciente a medias de aquella inoportuna coincidencia. Por un instante se acordó del consejo que le había dado su amigo, aunque apenas lo tomó en consideración. Según era su costumbre, se comportó como si aquella sugerencia hubiese estado dirigida a otra persona y no tuviera nada que ver con él. Claro que sí. Su novia había exagerado un poco su actuación, pero no podía negarse que conocía bien a su público.
Así pues, concertaron la cita y el soltero comenzó a sentirse como si una espesa niebla lo rodease. Ya estaba hecho. Al día siguiente almorzaría con su antigua novia, por lo que decidió que no había que darle más vueltas al asunto.