Ya se había convertido en el dueño de la gata con todas las de la ley. Advirtió que la gente solía atribuir a los dueños de gatos los tópicos más estúpidos relacionados con estos animales. Las cosas sucedían más o menos así: alguien se enteraba de que tenía un gato y comentaba con tono despectivo: «Los gatos son demasiado distantes.» En ocasiones, un tipo que había leído un libro de psicología de principio a fin señalaba: «Debes de ser una persona muy reservada.»

En su estreno como dueño de un gato, replicaba, discutía e incluso se ponía a relatar anécdotas sobre su gatita. Por fortuna, se contuvo antes de convertirse en un pelmazo consumado. Para cuando hizo los votos definitivos como dueño, se había resignado a sonreír y callar cada vez que surgía el tema. Entonces comprobó, sorprendido, que en cuanto dejó de defender a la gata sus amigos le tomaron el relevo. Sabía que de aquello también se podía extraer una lección, pero una vez más, le faltó la energía para desentrañarla.