Unos días más tarde la mujer volvió de la tienda de comestibles con una pequeña bolsa llena de provisiones y un gran rollo blanco bajo el brazo, que una vez desenrollado, resultó estar formado por los carteles que habían servido para anunciar las ofertas de la semana.
En uno de ellos figuraba un cuatro estilo art déco en compañía de un nueve que parecía pintado por Rubens; también había dos rollizos cincos y mucho más.
A los dos les gustó el yin y el yang del cartel que anunciaba plátanos a sesenta y nueve centavos el medio kilo, de modo que lo pegaron en la pared encima de la chimenea. Los demás fueron a parar, arrugados, a la misma chimenea, donde él arrojaba el correo comercial.
Se acomodaron en el sofá para dar cuenta del tentempié que él había preparado con lo que ella había traído de la tienda de comestibles, y disfrutaron de su nueva obra de arte al calor de las llamas que producían las ofertas de la semana.
Mientras tanto, hablaron tranquilamente de lo que podrían hacer con los miles de dólares que se habían ahorrado al no comprar una obra original en la galería de arte.