A eso de la medianoche decidió ir al bar que frecuentaba para distraerse por un rato y charlar un poco con alguien. De haberse hallado en condiciones de sincerarse consigo mismo, habría reconocido que esperaba encontrar allí a la mujer o que alguna otra apareciera para que lo ayudase a no pensar en qué hacer.
La mujer no estaba; se había marchado, y él notaba la presencia de su ausencia. Se tomó una copa y regresó a casa. Tampoco la encontró allí, pese a las estúpidas esperanzas que se había hecho al respecto. Todo el tiempo que tardó en dormirse estuvo lamentando no poder llamarla. No tenía nada en concreto que decirle ni una decisión que comunicarle, sólo quería oír su voz, romper el hechizo de su ausencia.