A la mañana siguiente, el soltero le llevó a la mujer el café a la cama. La gata lo siguió hasta la cocina y después de vuelta a la habitación. Allí se apostó en el alféizar de la ventana a observar la calle mientras ellos disfrutaban del desayuno y asumían el hecho ineludible de que debían levantarse.

—Voy a comenzar el día dándote una lección sobre gatos—anunció el soltero—. ¿Estás lista?

—A condición de que no me exijas nada difícil, como estar totalmente despierta o lamerme la piel.

—No, ni mucho menos. Voy a enseñarte cómo atraer a un gato con un cebo.

—No creo que los gatos se dejen.

—Sí se dejan, y si me prometes que sólo utilizarás con buenos fines los poderes que voy a transmitirte, podemos empezar la clase.

—Prometido.

Tras dejar la taza de café sobre la mesita, el soltero empezó a emitir una serie de chirridos que habrían impulsado a cualquiera a correr en busca de aceite lubricante. La gata volvió la cabeza hacia ellos sin mover ni un músculo más de los necesarios.

La mujer dio comienzo a una narración, adoptando un tono de voz que imitaba a partes iguales el de los documentales sobre la naturaleza y el de la serie Dimensión desconocida.

—Su presa responde a la llamada con la economía de movimientos típica de su especie.

El soltero metió una mano por debajo de las sábanas y comenzó a mover los dedos.

Frankie... Frankie... Frankie...

—Una vez ha despertado su curiosidad, el cazador de gatos pasa a la segunda fase de su plan—prosiguió la mujer.

La gata giró sobre sus patas traseras y saltó del estrecho alféizar al mueble que había debajo. Con dos ligeros brincos aterrizó con las cuatro patas justamente en el rincón de la cama más alejado del soltero.

—Una vez la curiosidad vence a la prudencia, el gato se acerca lentamente a la trampa.

El soltero llamó nuevamente a Frankie al tiempo que agitaba las sábanas, ahora con un movimiento más lento y sensual. La gata saltó por encima de las piernas de la mujer y se detuvo a una distancia prudencial de la mano del soltero.

—El astuto cazador aprovecha la oportunidad y salta sobre el incauto...

—Oh, no, eso sería contraproducente—protestó el soltero—. Hace algo mucho más inteligente. Observa y aprende.

Mientras la gata daba un vacilante paso hacia delante, él se volvió de espaldas. Acostado de lado, trazó un círculo con la mano sobre su cadera y se detuvo en seco.

—¿Acaso el inteligente cazador no presta atención a la presa?—preguntó la mujer.

—No, no, tonta, lo que hago es darle a entender que no necesito que venga, que no estoy desesperado ni nada por estilo, que aquí es donde están el amor y las caricias.

Apenas hubo concluido la explicación, la gata se subió a su cadera y se puso a reclamar su atención con ronroneos y restregándose contra él.

—Y ésta, querida, es la manera correcta de hacer que un gato muerda el cebo—anunció el soltero.

—¡Increíble!—exclamó la mujer—. Realmente increíble. ¿Cuánto tardaste en enseñárselo?

—Yo no le he enseñado nada.

—¿No?

—No, fue ella quien me enseñó a mí.