La inauguración de su exposición atrajo a unas cien personas, ninguna de las cuales tenía, por desgracia, gran interés en comprar. Se trataba de unos pocos amigos, unos cuantos conocidos, algunas víctimas del aburrimiento y docenas de visitantes accidentales que escapaban de la noche de enero más fría que Filadelfia había conocido en décadas. Cuando la temperatura cayó hasta los tres grados bajo cero, la galería se convirtió en el sitio más caldeado en varias manzanas a la redonda.
El soltero recorría la sala vestido con vaqueros, un jersey negro de cuello alto y un fular de seda blanco. No parecía sentirse especialmente a gusto, ya que el poco dinero en metálico que tenía y buena parte de su aún más exiguo margen de crédito lo había invertido en los folletos, los marcos, las invitaciones y el cartel que anunciaba la muestra.
Su obra se semejaba a él; estaba formada por capas contradictorias e ingeniosas imágenes gráficas que a duras penas disimulaban una sensibilidad irónica. Una voluptuosa mujer desnuda sentada entre antorchas de propano encendidas miraba al espectador con total naturalidad. Una docena de máscaras de Halloween de color naranja volaban sobre una playa negra rodeada de cascadas. Eran la clase de obras que, por naturaleza, estaban destinadas a malinterpretarse, lo cual efectivamente ocurría, a pesar de que el único que se asombraba era el artista.
El soltero se había mudado a Filadelfia hacía unos nueve meses, durante una primavera que parecía cargada de promesas. Aquella exposición, la pieza clave de su estrategia de promoción, había sido un fracaso desde el principio. En ningún escaparate de la ciudad le habían dejado un espacio donde colgar el carísimo cartel que mostraba el desnudo integral de una mujer que sostenía con aire distraído una ventana de guillotina que a su vez servía de marco a un gigantesco brazo de muñeca. El soltero estaba sorprendido y hasta un poco dolido por aquel rechazo.
La propaganda enviada a las galerías de arte y a las agencias de publicidad había recibido una cordial acogida, e incluso había habido algunos momentos alentadores. Aun así, la mayoría de quienes llenaban la galería habían entrado atraídas simplemente por el calor y las bebidas. Los elogios no se traducían en ventas y la gente iba marchándose. Su novia, impaciente por las atenciones que les prodigaba a todos menos a ella, se fue con otro.