La gatita había crecido. Estaba igual de grande que la mayoría de los gatos al separarse de sus madres y presentaba todos los atributos de su especie. Hasta su cara era, inconfundiblemente, de gatita: grandes orejas, deslumbrantes ojos dorados y grandes bigotes.
Esa noche la gata se acurrucó en su regazo mientras él leía y volvió a emitir aquel maravilloso sonido. El soltero, haciendo gala de una ingenuidad considerable, lo interpretó como un regalo personal. No había nadie que le recordase que aquello era un simple ronroneo y que todos los gatos lo hacían.
Hacia las nueve de la noche sonó el teléfono. Era una agradable voz de mujer, al parecer de mediana edad.
He visto su anuncio en el Girard Home News y quería saber si aún se puede adoptar la gatita.
El soltero dio un respingo, perplejo, y notó que un escalofrío recorría su cuerpo. Por un segundo sintió auténtica rabia contra aquella inofensiva alma caritativa que aguardaba al otro lado de la línea. ¿Iba a permitir que se llevara sin más a su gatita? Porque se trataba de su gatita, eso estaba claro, y él era su dueño.
No, gracias. Ya ha encontrado un hogar respondió, conteniéndose a tiempo.
Al cabo de unos días, un amigo que estaba al corriente del asunto de la gatita le preguntó si de veras iba a quedársela.
—Sí—contestó, pensando en su antigua novia y en la que la había precedido—. Quiero comprobar si puedo mantener una relación estable sin acabar fastidiándola.
De algún modo, aquella gatita conseguía conmoverlo.
El entusiasmo por su trabajo volvió de forma gradual. Recibió un par de buenas críticas; luego, un cheque y más tarde dos. Su novia también volvió, y aunque no se mostró demasiado impresionada con la gatita, consiguió que él se sintiese nuevamente conmovido.
La mujer señaló que era una gatita muy vulgar y les contó a sus amigos que su novio había «recogido un gato callejero». Se burlaba de él cada vez que abandonaba la cama temprano para ir a su casa a dar de comer a su mascota. Él intentaba compartir con su novia aquel motivo de alegría, convencerla de que disfrutara con él de aquella preciosidad, pero la idea que tenía ella de sentirse alegre no era oírlo llamar «preciosidad» a otra criatura, e incluso le dijo que le parecía curioso que hubiera «encontrado otra hembra» justo un día después de su última ruptura.