Capítulo 11 Maximiliano
Espero sentado en la sala de espera del hospital mientras Ariana recibe su quimioterapia, la primera de tantas. Me ha costado tanto trabajo poder convencerla pero aquí estamos. Mientras reviso en mi celular las tontas redes sociales, no hay nada bueno. Cierro las aplicaciones y me pongo de pie nuevamente, se me ha dormido el trasero de tanto estar sentado.
—Mira nada más quien está aquí, el galán de galanes Maximiliano Ferreira.
Rio al escuchar la voz de mi ex amante Lizzy, me doy la vuelta y al mirarla mi mandíbula cae al suelo. Está demasiado bien luego de años de no verla, los años le han sentado bastante bien.
—Lizzy, que bien te ves.
—No cambias Max. Dime ¿Qué haces aquí?
—Vine a… nada importante.
—Por nada importante no se viene al hospital.
—¿Y tú? —desvío el tema, no quiero hablar de Ariana.
—Vine a recoger los análisis de mi madre.
—Ya veo, ¿tomamos un café o salimos un día?
Ríe y se me acerca, la agarro de la cintura y beso sus labios.
Oh sí, soy un casanova y eso no va a cambiar, mientras no olvide a Miranda seguiré como antes de ella, no me importa ni Ariana ni mi maldito matrimonio que es una estúpida farsa.
Mientras disfruto de su boca y toco su espectacular trasero el frio corre por mi espalda y me eriza el bello cuando escucho una carcajada cerca de nosotros, pero no es cualquier risa, es… me separo de Lizzy y doy media vuelta. El maldito hijo del gobernador está aquí con su estúpida esposa que me metió en problemas, ella baja la mirada.
—Que gusto verlo señor Ferreira.
—Lástima que no puedo decir lo mismo.
—Supe que se casó, felicidades. Me alegra que su mujer haya salido bien salvada de ese accidente.
Poco me falta para lanzarme sobre él y romperle la cara, pero no soy estúpido, sus gorilas están tras él y uno de ellos con una estúpida sonrisa me enseña la pistola que tiene dentro de su saco.
—Ella es muy fuerte, no debió subestimarla.
—No, yo no la subestimé, de entrada se veía una niña tan fuerte.
Me hierve la sangre que se refiera a Miranda y lo que le hizo, tenso la mandíbula y escucho como mis dientes rechinan.
—¿Y a mí, me subestima?
—¿Debería hacerlo? —da una media sonrisa y se acerca a mí, roza su nariz con la mía y su esposa se pone frente a nosotros.
—Por favor vámonos, no armes un escándalo.
—Max… ¿Qué pasa? —susurra Lizzy tras de mí, ese infeliz la mira de arriba hacia abajo y se ríe.
—Como dije: tienes muy buen gusto. Con permiso señor Ferreira que tenga buen día.
—Y como yo lo dije: eso no se va a quedar así.
Vuelve a sonreír y pasa a mi lado empujándome del hombro. Aprieto mis puños y me trago todo mi coraje.
—Tranquilo Max.
—No puedo.
—¿Qué te hizo?
—Es una larga historia… ¿puedo verte hoy en la noche? Necesito distraerme.
Me agarra del cuello y sonríe.
—Cuando te perdí no supe que hacer, ahora que estás de nuevo en mi vida no te volveré a perder. Tienes mi dirección, sigue siendo la misma. Te espero a las nueve, cariño, no faltes.
Besa la comisura de mis labios y da media vuelta pero la regreso a mí tomándola de la cintura para volver a besarla.Miranda
Abro la puerta del café de Becca y los recuerdos llegan de nuevo, trato de hacer que no me afecten pero es imposible. Miro los asientos en los que se sentaron Irán y Max aquella mañana y conforme voy caminando viene a mi memoria el día que discutí con su madre y vino aquí por mí, maldita sea…
—¡Amiga! —grita Hanna.
Le sonrío y salta la barra para abrazarme.
—Me da gusto verte, hoy salgo temprano de aquí y pensaba ir a tu casa.
—Bueno pues me adelante.
—¿Cómo estás? Perdón… yo y mis preguntas tontas.
—No te preocupes, estoy un poco mejor.
—¿Y Antonio?
—Vengo del hospital, sigue igual.
—Amiga, lo siento muchísimo pero no pierdas la fe.
—Demasiado tarde, cada día que pasa y continua dormido sin ninguna señal de vida pierdo más la fe.
Toma mis manos y me lleva a sentar, entra a la cocina. Cuando regresa conmigo pone una taza de té frente a mí alegando que tomar café me hará daño por el bebé.
El bebé…
—Tienes que estar bien por tu bebé.
Rodeo los ojos y dejo la taza en la mesa, me pongo de pie y estiro los brazos. Mejor me voy antes de que comience a hablar de mi embarazo.
—Me tengo que ir, tengo una cita.
Salta del asiento emocionada.
—¿Con quién?
—Cálmate que no es lo que estás pensando, es con mi psiquiatra.
Parece como un globo cuando se está desinflando, se encoje de hombros y borra su sonrisa.
—Date prisa, con un psiquiatra así en vez de componerme me volvería más loca.
—Oye, yo no estoy loca, recuerda que estoy obligada a ir.
Vuelve a sonreír y con su puño me pega ligeramente en el hombro.
—Te gusta.
Ni siquiera lo pregunta, lo está afirmando y me sonrojo, maldición. Se pone a brincar y me vuelvo a sentar.
—De acuerdo, no me gusta pero… el lunes después de nuestra sesión, no lo sé, lo sentí diferente, por primera vez dejé de verlo como mi psiquiatra, estuvimos tan cerca que… no lo sé.
—Espera ¿de qué me estoy perdiendo? A que te refieres cuando dices muy cerca.
—Tocó mi mejilla, me acarició el rostro y susurró palabras bonitas. —Caramba, pero si dejaste de verlo como tu psiquiatra entonces… ¿Cómo lo viste en ese entonces?
—No te alarmes, no fue nada relevante, simplemente me sentí unida a él, de una manera distinta. Por primera vez pude notar lo intenso de sus ojos, la forma que tiene su barba de tres días.
—No puede ser, Miri te estas enamorando —susurra como si fuera un pecado.
—Eso es imposible, nunca más me volveré a enamorar eso lo tengo muy claro. Solo creo que ahora lo veo como un amigo. En fin, me voy te veo luego ¿vale?
Entre cierra los ojos y asiente, de camino al consultorio de Irán no dejo de pensar en él y en ese último momento el lunes, tal vez estoy exagerando con todo esto y le estoy tomando la importancia que no tiene.
En mi vientre siento adrenalina y las manos me sudan, seguro es porque cada sesión con Irán es diferente y me hace sentir cada vez mejor que tengo la incertidumbre de saber que tiene planeado para el día de hoy. Al llegar al segundo piso me detengo frente a la secretaria, se acomoda los lentes y me sonríe.
—Tengo cita con el doctor Da Silva.
—El doctor está en consulta, toma asiento y en cuanto termine podrás pasar. —Está bien, gracias.
Irán
Cuando la señora entra nuevamente se ve más enojada que cuando le pedí que saliera, su hijo vuelve a ponerse serio y ya no es el niño alegre con el que jugué hace un rato a los muñecos de acción.
—Muy bien señora, el problema por el cual su hijo no habla a sus cuatro años es usted.
—¿De qué diablos habla? —El niño me ha dicho como se llama y hemos platicado muy tranquilos, usted entra y él vuelve a ser el mismo. ¿De qué forma maltrata a su hijo?
—De ninguna forma.
—No solo me refiero a maltrato físico, ¿pasa tiempo con él?
Baja la mirada y cambia su tono de voz conmigo.
—Bueno… ya llego muy noche de trabajar.
—Ese es el problema, su hijo no habla con usted porque no le tiene confianza y no le brinda la confianza que necesita para comunicarse con el mundo.
—¿Y qué puedo hacer?
—Juegue con él, no lo trate con gritos ni violencia, mímelo pero solo lo suficiente para que le tenga confianza, es su madre y no es normal que estando usted el niño cambie.
Asiente y mira a su hijo, lo toma de la mano pero él se pone tenso, aquí hay algo más.
—De acuerdo, gracias doctor.
—Inténtelo y los veo en dos semanas.
Los acompaño a la puerta y veo a Miranda, ella voltea hacia mí y me sonríe.
Me pongo en cuclillas frente al pequeño Julián y le sonrío nervioso porque sé que ella me está viendo.
—¿Quieres que volvamos a jugar tú y yo? —le pregunto, asiente y me regala una pequeñita sonrisa.
Le doy un golpe ligero en la espalda y regreso a mi postura.
—Gracias de nuevo.
—Nos vemos.
Mientras ellos se van alejando vuelvo a ver a Miranda, algo dentro de mí es raro y me pongo nervioso. Entro de nuevo al consultorio y cierro la puerta, me recargo en ella y saco el aire que se acumula en mi pecho, cierro los ojos y me pregunto varias veces que es lo que estoy haciendo. Vuelvo a sacar el aire y abro la puerta, le sonrío sin separar los labios.
—Pasa.
Asiente y se aproxima hacia mí, como niño pequeño prácticamente corro hacia mi lugar, sé que mi trabajo es analizarla desde que entra hasta que sale pero… puta mierda, me pone nervioso.
—Hoy vamos a hacerlo en el diván… —soy un maldito cerdo por pensar mal, pero es inevitable no imaginarme encima de ella en ese estúpido y vacío diván. Me aclaro la garganta —. Es decir, hoy tomarás terapia recostada en el diván.
—De acuerdo.
Se levanta de la silla y va directo hacia donde está diván, se recuesta y entrelaza sus dedos en el pecho.
—¿Cómo estás?
—Mejor, la relación con mi padres ha mejorado, incluso he pensado en muchas ocasiones que se están llevando demasiado bien.
—Platícame.
—Mamá le prepara la comida, le sirve la cena, le prepara la ropa como si fueran…
—¿Pareja?
—Sí —susurra.
—¿Y si así fuera como lo tomarías?
—No lo sé, han estado tanto tiempo separados que… ya no los visualizo como pareja, sería muy raro.
—¿Pero lo aceptarías si fuera el caso?
—Tal vez, no lo sé, me tiene confundida esa situación y, a pesar de que hablamos mucho en estos días no me atrevo a preguntarle a mamá, son sus cosas y ellos saben lo que pasa. Creo que, si es lo que imagino ellos tendrán que decírmelo. Sonrío, cuanto ha crecido, que orgulloso estoy.
Mierda…
Concéntrate Irán
—Hay algo en lo que avancé —escucho—. Le conté a mi madre lo que pasó entre… Max y yo.
—¿Y qué pasó?
—Me dio todo su apoyo y su comprensión.
—Pero ¿y tú? ¿te sentiste mejor?
—Mmm un poco, no se lo había contado a nadie más que a Hanna y me sentí bien al hablarlo con mamá.
—¿Y en cuanto a él?
Regresa su rigidez, su rostro se vuelve como una roca.
—Sigo sintiendo lo mismo, lo odio.
La hago pensar, duda un poco y luego regresa a su plan anterior.
—No, es odio, me destrozó la vida y jamás se lo voy a perdonar.
—Vamos a hacer algo, siéntate.
Me mira con el ceño fruncido, parpadea un par de veces más rápido y hace lo que le he pedido, mientras yo salgo con mi secretaria.—Las cosas se van a poner un poco duras acá dentro, avisa en los otros consultorios y si se llega a salir de control por orden con los pacientes que lleguen.
—Sí doctor.
—Y por favor… deséame suerte. Ríe y
asiente.
—No la necesita pero… suerte.
—Gracias.
Suspiro y regreso dentro, Miranda está mirando hacia sus pies hasta que arrastro la silla frente a ella.—Mira esta silla —sus ojos van hacia mi y a la silla en varias ocasiones.
—No entiendo.
—Hazlo, visualiza la silla vacía muy bien. Cuando estés lista me avisas. Se toma su tiempo, seguro se está preguntando para qué o si estoy drogado o algo así. —Creo que ya.
—Bien, ahora cierra tus ojos —lo hace sin esperar—. Borra de tu mente todo, absolutamente todo, que en ella únicamente esté esta silla vacía. Avísame cuando estés lista. Mientras tiene los ojos cerrados miro sus labios rosas, son tan lindos… no, no, no, no puedo salirme de mi escucha flotante
—Listo… eso creo.
—Necesito que en esa silla vacía que hay en tu mente y aquí frente a ti, visualices a esa persona que te hirió, en esa silla está sentado ese hombre que te hizo sufrir.
Su respiración se comienza a acelerar y se pone muy tensa.
—No puedo.
—Inténtalo.
Pongo mi mano en su hombro para que se calme un poco, pero no lo hace. El simple hecho de nombrárselo la pone mal. Abre los ojos y niega con la cabeza.—No puedo, solo recuerdo los momentos que vivimos pero… nada más.
—De acuerdo, vamos a intentarlo de otro modo.
Regreso la silla a su lugar y la tomo de las manos, la obligo a ponerse de pie frente a mí. Cambio mi mirada, frunzo el ceño y me concentro, nunca había utilizado esta técnica y… puta madre, malditos nervios.
—Hola Miranda, me da gusto verte después de todo este tiempo.
Frunce más el ceño, todavía no entiende a que va todo esto.
—¿Ya te olvidaste de mí?
—Irán ¿qué te pasa?
—Yo no soy Irán… soy Max.
Ríe nerviosa y baja la mirada.
—No juegues con eso, Irán, no es gracioso.
—No estoy jugando, ¿no me reconoces? Soy yo, Maximiliano Ferreira, el casanova idiota con un fetiche raro con las piernas de mujeres guapas, el mujeriego mentiroso que te engañó y se casó con otra. ¿Ya lo olvidaste? Es incapaz de verme a los ojos, los aprieta y continua con la mirada abajo. Su respiración se vuelve a acelerar y sus manos empiezan a temblar.
—No me hagas esto —susurra.
—Necesito que me mires a los ojos, quiero que me digas que es lo que sientes por mi ¿todavía me amas? —no quiero ser duro, incluso trato de ser sutil pero en esta situación no se puede ser así del todo.
Aprieta los puños como si estuviera completamente furiosa.
—Quiero que me digas que estabas haciendo en mi boda, a eso vine. ¿Aún me amas?
—¡No, te odio, te aborrezco con todas mis fuerzas! —grita, levanta la vista y su rostro ya está mojado por sus lágrimas, está funcionando.
—¿Por qué!
—Imbécil, me engañaste. Dijiste que me amabas y huiste como una rata para casarte con otra, no te importé yo ni lo que sentía por ti, te ama.
Recuérdalo Irán, escucha flotante, escucha flotante. Golpea mi pecho con sus puños mientras sigue gritando.
—Nunca más volveré a amar, por tu culpa ahora soy infeliz, te odio, te odio Maximiliano Ferreira. Eres lo peor que me ha pasado.
Incluso golpea mi cara, lo hace con tantas fuerzas pero… estoy sintiendo su dolor, tanto que no siento el dolor de las bofetadas que me da.
—Me dejaste sola… y embarazada dime que putas
hago ahora.
Dejo caer los brazos a mis costados… embarazada.
Esto está peor de lo que pensaba, no le comento nada y decido salirme de mi absurdo papel de Max, me destroza verla así, solloza y se cubre el rostro. La abrazo con todas mi fuerzas, ella sigue golpeándome, ahora la espalda, pero sigue sin importante.
Poco a poco deja hacerlo y se desvanece en mis brazos.
—Miranda… —le hablo, golpeo sus mejillas suavemente. Se ha desmayado, fui muy duro, no debí hacerlo. ¿Qué estoy diciendo? Esto era necesario, tengo que seguir viéndola como paciente, es solo mi paciente.
La recuesto de nuevo en el diván y le hablo a Gloria, ella entra rápido y se cubre la boca al ver inconsciente a Miranda.
—Trae un vaso de agua, rápido.
—Sí doctor. Mientras ella regresa yo sigo tratando de que despierte, acaricio su rostro, es tan bella. Paso mi dedo por su labio.
Está embarazada, y es un hijo de Max.
No me corresponde decírselo, es solo ella la que puede decidir si él se estera de que será padre o no.
Suspiro y sigo tocando su linda cara.
Embarazada… ahora entiendo mucho más su enfado hacia Max.
—Aquí está el agua.
—Gracias Gloria.
—Estás en mi consultorio, te
desmayaste.
Abre bien los ojos y vuelve a llorar, me abraza fuertemente y me
sobresalto. —No me dejes sola por favor.
—Tranquila.
Le pido que salga y ella asiente, Miranda sigue muy mal y no me suelta y, a mí me gusta que estemos así. Acaricio su espalda una y otra vez mientras no me saco de la cabeza que esté esperando un bebé.
Un bebé de Max. Sacudo de mi cabeza todo eso, lo importante ahora es que ella se tranquilice.
—Irán, no me dejes.
—No, claro que no. No lo haré ni estando loco, en situaciones como esta lo menos recomendable es dejarla sola, no quiero pensar en lo que podría hacer estando sola.
Le pido a Gloria que cancele todas mis citas y las acomode la siguiente semana.
* * *
Abro la puerta de mi departamento, me da pena con ella por el desastre que hay aquí pero parece no fijarse, permanece parada con los brazos en jarra viendo hacia el suelo. Sirvo un vaso de agua para ella y lo toma con vergüenza, me da las gracias en un susurro y le toma.
Le quito su chamarra y la dejo en el sofá. Tomo su mano y la llevo a mi habitación, la siento en la esquina y me uno a ella sin soltarla.
—Descansa, duerme un poco.
—Debo decirle a mis papas que estoy
aquí.
—Yo me encargo de eso, tú no te preocupes. Levanto las cobijas y la
ayudo a recostarse, apago la luz cuando salgo pero dejo la puerta
abierta.
Me quito la camisa y agarro una brocha para pintar las paredes, el color azul me gusta.
Parece que Miranda se ha quedado muy dormida porque no escucho ningún ruido que provenga de la habitación, para asegurarme voy a verla. Enciendo la luz y sí, esta completamente dormida. Acaricio su rostro y sonrío.
—Todo saldrá bien, a final de cuentas todo vuelve a comenzar. Alguien llama a la puerta y voy a abrir, Lorena entra sonriente y un poco nerviosa.
—Lorena, no te esperaba. Mira mi torso y se muerde el labio.
—Lo sé, pero te necesito.
—Hoy no, estoy ocupado. Sus ojos van hacia todo el lugar, se detienen en el pequeño sofá en donde está la chamarra de Miranda y asiente.
—Entiendo, estás con alguien más.
—No pienses mal.
—Yo no pienso mal, mejor me voy. Se da la vuelta a punto de irse pero se detiene.
—¿Puedo saber con quién estás? Simple curiosidad
—Estoy… con Miranda. Parece como si le acabara de dar una pésima noticia porque su rostro cambia, su sonrisa desaparece y pierde el color en su cara.
—¿Miranda?
—Sí, mi paciente…
—No puedes hacer eso, Irán es tu paciente… va contra tu ética ¿Dónde quedó tu escucha flotante?
—Sigue ahí, te dije que no pienses mal, tuvo una crisis y la estoy ayudando eso es todo.
—¿Teniéndola en tu casa? Eso se queda en el consultorio afuera ya es su problema…
—Sabes que lo importante es la estabilidad de un paciente y estar ahí para cuando nos necesiten… y Miranda me necesita en estos momentos. Suspira y asiente, no entiendo qué carajo le ha pasado que se ha soltado a decir tonterías.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?<
—Sabes de lo que hablo, ¿la necesitas?
—Esto es estúpido. Reflexiona, baja la cabeza y se da la vuelta, se va y solo escucho sus zapatos cada vez más lejos.
Es precisamente lo que me temía que pasara, que confundiera las cosas, rodeo los ojos y cierro la puerta. Me rasco la nuca muy confundido, sé que tiene razón y también, aunque no lo quiera aceptar mi afecto hacia Miranda ha crecido de una manera que ni yo puedo explicarlo.
Para despejar mi cabeza me pongo de nuevo a pintar las paredes pero es imposible concentrarse después de lo que acaba de pasar.Miranda
Abro los ojos, me confundo porque no sé en donde estoy y de mis ojos brotan lágrimas, sorbo por la nariz y me pongo de pie. Me mareo y tengo que sentarme en la esquina de la cama, entonces recuerdo lo que pasó y todo vuelve a mí como una fuerte bofetada. En mi corazón existe mucho odio y rencor pero parece que la terapia de Irán hizo que mis sentimientos por Max regresaran, ahora me siento más triste que nunca y… lo extraño. Quisiera que estuviera aquí, decirle que estamos esperando un hijo y formar una familia como lo planeamos un día, pero todo se derrumba… está casado.
La puerta está abierta y afuera hay luz, camino hacia allá. Irán está concentrado pintando la pared de la sala, no trae camisa y silva una canción.
Me acerco más a él y se sobresalta, me sonríe y
se quita los audífonos.
—Miranda… creí que dormirías toda la noche.
Aprieta los labios y suspira, me toma de las manos y me quedo mirándolas juntas.
—¿Qué quieres cenar?
—No tengo hambre. Lo que tengo son muchas nauseas, mucho más por el olor a pintura.
—Tienes que comer, más ahora que debes hacerlo por dos. Mierda, olvidé que se lo dije en la terapia. Se retracta de sus palabras y sacude la cabeza como si supiera que acaba de decir algo malo.
—Me voy a vestir y vamos.
Entra casi corriendo a su cuarto, me quedo parada mientras regresa. Cojo mi chamarra del sillón y me la pongo, me abre la puerta y caminamos por el pasillo hombro con hombro.
Cuando estamos en la calle me armo de valor y a pesar de que está muy serio conmigo hablo.
—¿Puedo pedirte algo?
—Lo que quieras.
—No le digas nada a Max de mi embarazo, te lo suplico. Él no se
debe enterar.
—Tú eres la única que puede hablar de eso con
él o con quien sea, y yo no soy nadie para dar una noticia que no
me corresponde así que no te preocupes.
Más tranquila me relajo y abrazo mi cuerpo. Nos detenemos en un
restaurante de comida china, no se me antoja para nada pero a él le
brillan los ojos al pasar por ahí que no me perdonaría el decirle
que no. El lugar es atendido por japoneses muy simpáticos, tomamos
asiento mientras nos atienden y pedimos nuestra comida.
—¿Cómo te sientes después de todo? —me
pregunta, levanto la vista y trato de sonreír. —Mejor.
—¿Si lo vieras en este momento?
—Lo sigues amando.
—No sé, es raro, más bien siento que lo necesito por el bebé pero
eso se terminará. —¿Por qué?
Solo se pone rígido y más serio que cuando salimos, supongo que el haberle dicho de mi embarazo cambió las cosas, esto no se siente bien, estamos sentado frente a frente pero lo siento a kilómetros de distancia.
—¿Te pasa algo? Estás muy serio
conmigo.
—No, me siento cansado.
—Entiendo, perdón por quitarte tu tiempo de verdad no…
—Yo no dije eso… —agarra mi mano y pasa su pulgar por mi palma.