Capítulo 7 Miranda
Termino de guardar todas las bolsas del súper y me subo al auto, Hanna sigue asustada, rie y se le salen las lágrimas en ocasiones. No deja de hablar de Irán y de su culo.
Rodeo los ojos y miro hacia la ventana.
—De verdad que yo no tendría ningún problema si él fuera mi psiquiatra, está tan guapo. No deberías oponerte, además necesitas la ayuda. He escuchado que es mejor sacar todo lo que traes dentro que guardarlo. La miro un momento, enojada, ¿con ella? ¿conmigo? No sé.
—No lo necesito.
—Lo necesitas.
—Detesto mi vida y todo lo que lo rodea. No quiero ser madre, no quiero nada que tenga que ver con Maximiliano y no quiero un estúpido psiquiatra. Quiero a mis hermanos de regreso, extraño la persona que solía ser. Guarda silencio y regresa la mirada hacia el frente.
—Lo lamento, sé que la estás pasando muy mal, perdóname por las tonterías que digo.
Genial, ahora me siento mal y le pido una disculpa, solo sonríe y ya no dice nada. Subo los pies al asiento y abrazo mis rodillas.
Al llegar a casa me dan arcadas y vomito lo poco que tenía en el estómago, el auto de Hanna huele mucho a gasolina.
—Voy a prepararte un té.
Asiento y me siento con la espalda recargada en la pared. Detesto todo esto, estar embarazada no es como lo imaginé, la verdad es que nunca imaginé como sería estarlo. Pero no me está gustando, tengo que resolver esto en cuanto antes, no quiero defraudar a mis padres. Me levanto del suelo y voy hacia la cocina, Hanna me da la taza de té caliente y me voy a la cama, antes le presto una pijama.
Me cambio y minutos después abre la puerta, me sonríe y va directo hacia el lado de la ventana de mi cama. Se mete bajo las cobijas y apaga la luz.
—Buenas noches Miri.
Me quedo así mirándola por varios segundos hasta que me meto a la cama a su lado.
A la mañana siguiente preparo el desayuno que no tardo ni media hora en vomitar.
—Deberías ver a un médico y asegurarte que tu embarazo va bien.
—No, no quiero saberlo. Quiero que todo termine ya.
—Pasará.
Masajea mi espalda mientras vuelvo a vomitar, aprecio tanto su compañía. Seguramente ya me hubiera suicidado de no haber estado a mi lado.
—¿Miranda?
Al escuchar la voz de mi madre jalo la panca del excusado y vamos las dos fuera.
Le sonrío y le doy un abrazo, saluda a Hanna un poco sorprendida.
—Hanna me hizo compañía. —Oh, gracias nena, agradezco que te preocupes por mi hija.
—Pues ella es la única amiga que tengo.
Se encoje de hombros y mamá sonríe.
—¿Cómo pasó la noche Antonio? —pregunto.
—Bien, todo sigue igual.
—Bueno, me doy un baño y voy al hospital.
—Hija, no. Tu papá y yo hablamos y decidimos que no queremos que regreses más al hospital. Por tu bien y por tu salud mental, es lo mejor.
—¿Qué? No puedes pedirme esto, no voy a abandonar a mi hermano.
—No lo vas a abandonar, simplemente queremos que sigas con tu vida normal y que regreses a la universidad, que consigas otro empleo, que sigas tu relación con Max…
—Basta mamá, ustedes no pueden decidir sobre qué hago o no.
—Solo quiero que seas la misma de antes —solloza y sus lágrimas no tardan en salir—. Ya perdí a dos de mis hijos, no quiero perderte a ti también.
—No vas a perderme, no estoy bien y lo acepto, pero no voy a estar mejor si me alejan de mi hermano. Voy a darme un baño e iré a ver a Antonio, como todos los días, lo amo y no lo voy a abandonar.
Doy media vuelta y regreso al baño, estoy muy enojada. Ella no puede pedirme que deje de ir al hospital. Por dios, que poco sensible es, Antonio es ahora todo lo que tengo y nadie va a impedir que estemos juntos.
Abro el grifo del agua fría y dejo que moje mi cuerpo, paso las manos por mi cabello y lo jalo. Quiero gritar, quiero sacar todo este dolor que me ahoga pero maldita sea, no puedo.
Como era de esperarse para ellos no me despegué de Antonio durante toda la semana, Hanna se ha quedado en casa y estoy pensando seriamente en pedirle que se mude. Me hace tanto bien su compañía en estos momentos, sus ocurrencias y tonterías me hacen sentir mucho mejor.
Los mareos, náuseas y vómitos continúan, y con mucha más frecuencia. Le he perdido sabor a algunos alimentos, no soporto los olores ni el sabor de la pasta dental, joder esto es imposible. Y pensar que solo ha pasado una semana.
Después de visitar las tumbas de mis hermanos y de Sergio espero a mi madre fuera del consultorio de Irán, miro el reloj mientras ella lee una revista. Veo en la portada una nota de tres páginas dedicadas al cumpleaños número 22 de Harry Styles, sonrío al ver sus ojos y sonrisa, si tuviera un hombre como él las cosas serían más fáciles. Siento algo en mi estómago, algo como adrenalina, no sé si es por la consulta, por el embarazo o por Harry, quisiera que fuera por esa última opción.
—Mira, aquí dice que le dedicó un Tweet a Taylor Swift —dice mamá emocionada—. ¿Crees que todavía sienta algo por ella?
—Pienso que fue solo un Tweet, nada más.
—Pues yo creo que sí, todavía la ama.
—No alucines, ella ama a su novio.
—Eso nos hace creer, para dedicarle todo un álbum creo que ese amor fue más grande de lo que parece.
—Taylor le escribe canciones hasta a las nubes, deja de emocionarte.
Mamá sigue hablando sobre su fanatismo hacia Taylor Swift, me alegra ver que está alejando su mente y pensamientos de todo lo malo que nos ha pasado.
—Martínez Miranda —dice la recepcionista.
Me pongo de pie y me acerco a ella.
—El doctor la está esperando, puede pasar.
—Gracias.
Volteo hacia mamá y me guiña el ojo, sonrío y abro lentamente la puerta. Irán está sentado tecleando en su computador, trae puestos unos lentes y el ceño fruncido.
—Pasa —dice sin mirarme.
Hago lo que me pide y sigue tecleando, me da curiosidad saber que está haciendo, tomo asiento y meto mis manos entre los muslos.
—Me alegra verte, tendremos algunas sesiones frente a frente y otras en el diván ¿te parece? —no respondo—. Bueno, cuéntame como estas.
Deja de escribir y se quita los lentes, me observa y pasa la lengua por sus labios. Fijo la vista en ellos y trago. No le digo nada, evito su mirada y miro hacia una planta que hay en la esquina.
—¿No vas a decir nada? —levanta las cejas y no deja de sonreír.
Suspiro, estoy cansada y no quiero estar aquí, siento que no puedo respirar en este sitio. Mucho menos si me mira de esta forma.
Asiente y vuelve a su portátil, escribe y escribe y escribe y me da curiosidad saber qué es lo que hace, luego de minutos donde las teclas de su laptop son el único sonido levanto la cabeza para ver qué es lo que hace pero no puedo ver nada.
—¿Así va a ser esto? ¿Te pagan por venir a sentarte y no decir nada? Joder, yo quiero un trabajo igual.Da una media sonrisa pero sigue sin verme, mierda, no entiendo por qué estoy tan nerviosa. Suspiro y me desespero más, esta hora va a pasar lentamente, como cuando me llevaban a detención en secundaria.
—Tú no quieres hablar, solo estoy tratando que te sientas a gusto en este lugar.
—Pierdes tu tiempo.
Me cruzo de brazos y de nuevo lo evito, me detesto por comportarme de esta forma, sobre todo con personas que no se lo merecen. Parece que en verdad me quiere ayudar, tal vez lo estoy juzgando mal tan solo por ser amigo de Max.
—¿Qué escribes?
Se detiene, como si aquello le cayera por sorpresa, no se lo esperaba.
—Mi tesis.
—Se nota que estas muy ocupado en ello.
—Así es, trabajo la mayoría de tiempo en esto. Estoy por recibir mi título de psiquiatra
—¿No lo eres ya? —digo sorprendida. ¿Entonces qué diablos hago aquí con él?
—Estudié psicología y me especialicé en clínica, es por eso que estás aquí. Ahora quiero mi título como psiquiatra.
Bueno, eso explica todo.
—Entonces te has dedicado toda tu vida a estudiar.
—Así es. ¿Y tú a que te quieres dedicar?
Rio y bajo la mirada, creo que se ha dado cuenta de que quiero intercambiar un poco los papeles, al menos lo intenté. No quiero hablar de mí y mis viejos sueños, eso me deprime muchísimo.
—Es justo que ahora me lo cuentes.
—Está bien. Quería ser chef, tener mi propio restaurante y expandirlo por todo el mundo, ser reconocida por todos.
—¿Querías, ya no?
—Ahora es imposible —.Pone una mano en su barbilla y me observa penetrante, misterioso y al mismo tiempo hostil. Suspiro, cierra su portátil y ahora si soy protagonista de toda su atención—. Mi hermano está en coma, él es lo único que me queda en la vida y… quiero estar ahí cuando despierte, quiero dedicarme en cuerpo y alma a que esté bien y se recupere completamente. Y se lo cuento así de fácil como es decir tacos, asiente y sigue sin decir nada, no sé si seguir hablando o levantarme e irme.
—Todo fue tan repentino, en un abrir y cerrar de ojos ya había perdido todo.
—Dime tus emociones.
Y así, sin darme cuenta y por más que no quiera ya le estoy contando mis problemas, tal vez porque sabe hacer muy bien su trabajo y supo atraerme para que le hablara, o porque de verdad me ha inspirado confianza.
Suspiro fuertemente y me cubro la cara.—Me siento… acorralada, frustrada, enojada, triste, con mucho miedo, sin entender por qué habiendo tantas personas en el puto mundo fueron ellos, en ese lugar, en ese mismo instante. Quiero gritar, quiero llorar pero no puedo, es como si todo se quedara atorado en mi garganta y me impidiera respirar. No quiero seguir así, esto no es vida para mí. Me cubro el rostro y por primera vez creo que las lágrimas brotaran pero no, falsa alarma.
—Nunca me había sentido tan sola como ahora, siento que si les cuento a mis padres lo que me pasa no me entenderán.
—Es muy importante que vivas cada etapa del duelo y que lo vivas como tú quieras, solo tienes que sacar ese dolor que te provocó la pérdida de tus hermanos.
—Pero no puedo.
—Yo te voy a ayudar, esta solo fue una pequeña plática. La próxima semana comenzaremos de lleno con la terapia. Solo te pido que me tengas confianza, que te olvides de la primera vez que me viste y de lo que represento para ti. Soy tu psiquiatra ¿de acuerdo? Asiento, al parecer no es tan malo después de todo. De su escritorio abre una pequeña caja y me da una tarjeta.
—Aquí está mi número y donde puedes encontrarme, si necesitas algo, lo que sea solo llámame. No importa el horario ni el día ¿De acuerdo?
—Gracias.
Me he sentido un poco mejor, pero no del todo, tal vez sí deba confiar en él. O no.