Capítulo 5 Miranda

Dos semanas han pasado ya desde la muerte de mis hermanos y yo no he dejado de venir al hospital ni un solo día, me encanta afeitar y peinar a Antonio mientras duerme.

Lo extraño, me hace tanta falta, mi vida ya no es la misma. La casa se siente tan vacía y triste y ni siquiera he sido capaz de recogerla un poco, todo sigue como ellos lo dejaron.

A pesar de que el alma la tengo rota sigo sin poder llorar y eso tiene preocupados a mis padres que ahora están más unidos que nunca.

Tomo su mano y le doy un poco de calor, su ex mujer y sus hijos han venido a verlo y eso me alegra un poco. No quiero que se sienta solo, quiero que sepa que aquí estamos las personas que lo amamos. La puerta se abre, mamá entra con la mirada cansada y una sonrisa forzada. Besa mi mejilla y coge una silla, se sienta a mí lado y suspira.

—Noatch te extraña, el pobre no deja de…

—No entiendo por qué lo tienes, te dije que lo regalaras.

—Él no tiene la culpa. Miranda ¿qué pasó entre Max y tú?

—No quiero hablar de eso.

—Estoy preocupada.

—Lo sé mamá, pero no tienes por qué preocuparte. No puedo estar peor.

—Son esos pensamientos tuyos los que me preocupan, no has llorado y eso es malo. Tú papá está afuera, va a quedarse con Antonio. ¿Recuerdas a Zamara, la vecina? Su hija es psiquiatra y…

—No me interesa, no voy a ver a un psiquiatra.

—Lo harás, tenemos cita en una hora.

—No iré.

—Irás porque te lo estoy ordenando, no voy a dejar que continúes así.

Levanta la voz, pocas veces la veo así. Miro a Antonio y luego a ella, no quiero irme. Me gusta estar aquí, me gusta sentirlo y saber que aunque sea dormido sigue aquí, conmigo. Beso su frente.

—En la noche regreso, no quiero irme pero mamá ya se enojó.

—Date prisa.

Suspiro y la sigo, en la sala de espera me encuentro con papá, me da un beso y se dirige a la habitación con mi hermano. Me subo al auto enojada, miro por la ventana y evito a cualquier costa contacto visual con ella.

—Ya me lo agradecerás.

—No lo creo.

—Ayer te eché las cartas…

—Dios, ¿no dejarás de hacer eso? Es molesto entiende.

—Apareció un ángel… un ángel caído. Él va a salvarte, él va a regresarte a la vida.

La miro demasiado enfadada, detesto con todas mis fuerzas que a pesar de todo siga haciendo esas estupideces. A veces quisiera tener una madre normal.

—No creo en esas estupideces y nunca voy a creer en ellas.

—Tu problema, pero yo sé lo que te digo.

Se estaciona frente a un edificio naranja y suspira.

—El futuro ya está escrito.

—Si tantos poderes tienes, si puedes ver el futuro entonces ¿por qué no viste que pasaría ese accidente? ¿Por qué no hiciste nada para impedirlo? Deja de inventar idioteces de una buena vez, me tienes harta.

Me bajo del auto y entro al maldito edificio, estoy tan cansada de todo esto. Y para rematar ciento un estúpido mareo, con todo esto me he olvidado del embarazo que me tiene aborrecida, no quiero tener un hijo y mucho menos de Maximiliano. Me dirijo a la recepción, la chica rubia me sonríe.

—Hola ¿tienes alguna cita?

—Sí, supongo.

Mamá llega tras de mí y me agarra de los hombros. Vemos a Zamara y nos saluda muy amable y atenta.

—Qué alegría tenerlas aquí, me encanta que hayas tomado mi concejo. Verán, como mi hija y yo tenemos contacto con ustedes y las apreciamos no podemos darles terapia. Pero ha llegado un buen colega que estoy seguro te ayudará mucho. Vayan al que será su consultorio, es en el piso de arriba segunda puerta. Ya le hablé de ti y está muy interesado en tu caso.

—De acuerdo, muchas gracias Zamara.

Me adelanto de nuevo en el camino, me siento como una pequeña niña que la están obligando a venir al dentista.

Cuando llegamos al segundo piso la rubia y torpe secretaria me sonríe.

—Me llamo Miranda, y creo que tengo cita.

—Claro, tienes que llenar este formulario.

Pone en su escritorio una hoja y pluma con la tinta corrida, rodeo los ojos y comienzo a responder las estúpidas preguntas.

Cuál es mi nombre, escolaridad, tipo de sangre, en donde vivo, número telefónico y… motivo de consulta.

El motivo es que mis padres me obligan porque creen que estoy loca.

Le entrego la hoja y le sonrío hipócritamente, no me cae bien.

—El doctor se va a demorar un poco, puedes pasar.

Abrazo mi cuerpo y entro lentamente, como si fuera una especie de castillo de terror, siento a mi madre tras de mí. Hay dos cajas en el escritorio, parece que apenas se está mudando a esta oficina. En la pared hay algunos cuadros, pinturas sin forma y títulos universitarios.

—Disculpen la tardanza, me da gusto que hayan entrado. Me quedo de pie y la respiración se me acelera al escuchar su voz.

Esa voz, no puede ser lo que estoy pensando, no puede ser él.

Mi mamá se da la vuelta y yo permanezco igual.

—Doctor, gracias por recibirnos.

—Es un placer, tomen asiento por favor.

Rodea el escritorio y antes de sentarse me mira, parece que ha visto a un fantasma. Y yo no puedo creer mi maldita mala suerte.

—Puedes sentarte. Mi nombre es Irán Da Silva, mi colega me platicó sobre su caso.

Dice en dirección a mí, no deja de verme sorprendido.

—Yo no quiero estar aquí.

Digo y me pongo de pie, siento que me ahogo y tengo miedo.

—No…, no lo hagas.

Miro sus ojos grises, los mismos que miré ese día, los mismos que me pedían a gritos que no entrara a presenciar la boda de Max.

—Señora, me gustaría un minuto a solas con su hija.

—Claro que sí doctor.

Camina hacia la salida mientras gesticula un "Compórtate", en el momento en el que se cierra la puerta me alejo lo más que puedo, podría gritar y armar un escándalo pero eso provocaría tener que darle explicaciones a mi alocada madre, y no puedo hacer eso.

—Miranda, tranquila —da dos pasos hacia mí pero retrocedo. Lo hago hasta que me topo con pared.

—No te me acerques o gritaré.

—¿Qué te pasa?

—¿Él te mandó? ¿Te dijo que vinieras a vigilarme?

—Si te refieres a Max, no, él no tiene nada que ver con mi trabajo.

—No te creo.

Camino hacia la puerta, casi corriendo. Pero se muestra ágil y rápido, me toma de la cintura y me lleva hasta la pared, levanta mis manos y sujeta fuerte mis puños.

—Déjame ayudarte.

—Ni loca.

—Este es mi trabajo, y si tienes miedo de que le diga a Max que estás aquí no lo haré, no quiero ni puedo hacerlo, soy un profesional y mi ética me lo impide. Puedes estar tranquila.

—Para ser un profesional estas muy cerca de mi ¿no lo crees?

Trago saliva, su cuerpo está demasiado pegado al mío y me incómoda. Poco a poco va aflojando sus manos hasta dejarme libre.

—Lo lamento.

—No necesito tu ayuda ni de nadie, estoy perfectamente bien.

—No lo pareces.

—Tengo el alma destrozada, eso no se puede disimular y tampoco curar.

Suspira una y otra vez hasta que regresa a su lugar, entrelaza sus dedos y los coloca en la barbilla.

—No te puedo obligar a nada, pero necesito que sepas que estoy completamente comprometido con mi trabajo y que lo que platico aquí, contigo o con otros pacientes no lo puedo decir fuera del consultorio, ni platicarlo con nadie.

Irán

Entiendo muy bien cuál es su miedo y espero que con esto que acabo de decirle se convenza de que no tengo malas intenciones. Pasa la lengua por sus labios y me mira, le sonrío pero es completamente fría, le ha afectado tanto lo que pasó con Max porque la veo diferente a aquella tarde.

No es para menos, aquel día parecía tan frágil y rota, no niego que en aquella ocasión tuve la necesidad tremenda de protegerla, pero ahora, viéndola de este modo tan retadora y rebelde. Ha cambiado, lo siento.

—Eso lo sé, pero yo no confío en personas como tú.

—¿Cómo yo?

—Eres igual a Max, lo sé por eso son tan bueno amigos ¿no es así?

—Es como mi hermano, pero estoy trabajando y no estoy aquí para hablar de mí, ni de él, sino de ti.

—Qué casualidad que hablar de mi abarca todos esos temas. Escucha, estoy aquí por mi madre, pero no esperes que vuelva a venir, no quiero tratos contigo ni con ningún otro psiquiatra.

—De acuerdo, está bien.

Conozco el primer síntoma de que alguien necesita ayuda: Negarse a aceptarlo. No puedo hacer mucho así que le doy por su lado, de verdad me interesa tratar con ella, solo es cuestión de hacerla venir. Ya encontraré el modo.

Sonrío cuando me reta con la mirada, es tan divertida esta situación, cree que soy su enemigo cuando eso es imposible. Su relación con Max es ajena a mí y a todo esto y no quiero meterme en ello, por eso decido no comentarle nada a él hasta que haya acabado con sus terapias.

—¿De qué te ríes?

—Estoy loco, no debería preocuparte.

—No me preocupa, lo que es irónico es que me traigan aquí porque creen que estoy loca y me tratará otro loco.

—Si estás aquí es porque necesitas ayuda, no porque estés loca. En fin, ¿qué días podrás venir? Estoy libre toda la semana y…

—Nunca, no volverás a verme por aquí, ahora, si me permites, debo irme.

—Te veo el próximo miércoles.

—¿No escuchaste? No me interesa.

—Nos vemos hasta entonces.

Rodea los ojos y se levanta, abre la puerta y se encuentra con su madre escuchando por la puerta.

—¡Mamá!

—Estaba por entrar, me preocupé.

Miranda se va y le sonrío a su madre, le pido que entre y toma asiento.

—Su hija necesita mucha ayuda, la he citado la próxima semana pero se niega a volver a venir. Me gustaría que la convenciera, es importante tratarla.

—Lo sé, con la perdida de sus hermanos se ha vuelto tan fría y distante.

—¿Perdida? —pregunto.

—Hace unas semanas mis hijos tuvieron un accidente, lamentablemente dos de mis hijos perdieron la vida y el mayor está en coma, esto tiene a mi hija tan afectada.

Repaso una vez más la entrevista clínica escrita que realizó antes de entrar, no habla nada de ello.

—Entiendo, no se preocupe que yo voy a ayudarla.

—Muchas gracias, y descuide que en una semana nos estaremos viendo.

—Eso espero.

Cuando se retira me quedo pensando en ella y el dolor que está sintiendo, lo que vio y lo que ha vivido con sus hermanos debe tenerla perturbada. Ahora entiendo tan radical cambio, necesito volver a verla, necesito ayudarla y que se deje ayudar.

Trabajo difícil… pero no imposible.