Capítulo 9 Miranda
Mamá me da una taza de té para aliviar las náuseas, joder, está tan preocupada. Sus ojos y su rostro se ven cansados, ya no basta con ver a Antonio sino que ahora estoy haciendo que venga a cuidarme. Pero no lo necesito, entre más se aleje mejor, no quiero seguir siendo una carga. Hanna se sienta en la esquina de mi cama mientras veo hacia afuera, sentada en el sofá cama frente a la ventana.
—Miri… háblame. Llevas 3 días así, estamos preocupados.
Suspiro, solo suspirando puedo liberar un poco esto que siento, es peor que el infierno, no se lo deseo a nadie. Ni siquiera soy capaz de levantarme e ir a ver a Antonio, lo he abandonado, soy la peor hermana del mundo.
—Tomate tu té, tu mamá me preguntó qué fue lo que comiste que te hace vomitar, no supe que decirle.
Mejor, todavía no estoy lista para decirle que estoy embarazada, es mejor nunca decírselo.
Le doy un pequeño trago pero lo retiro de mi boca rápido, no me gusta el sabor y ni siquiera sé que es. Ella y sus hierbas y remedios raros.
No he dormido casi nada, el insomnio es cada vez más frecuente y supongo que me veo terrible, pero eso no importa.
Escucho la puerta, mamá se sienta al pie del sofá.
—Me acaba de hablar mi vecina, Noatch está enfermo. Le pedí que lo lleve al veterinario por mí y aceptó.
—Déjalo morir, no lo quiero —susurro.
—Es un ser vivo, merece vivir por mas odio que le tengas.
Debe morir, como el amor/odio que le tengo a Max y a mi maldita vida. Se levanta cuando tocan el timbre, Hanna la sigue y escucho voces afuera, no me importa quién es. Lentamente mi puerta se abre, escucho pasos acercarse a mí un par de segundos después.
—Miranda…
Miro hacia abajo, es él pero… ¿Qué hace aquí? Me ha dicho que estaría de viaje.
—Soy yo… Irán.
Lo sé, pero tampoco puedo verlo, tanta culpabilidad me mata y lo peor es que no me mata de verdad. Con tanta facilidad hace mis pies a un lado y se sienta en la esquina. Los toca y hace masajes con su dedo en mi empeine.
—Miranda, mírame—no hago caso, me toma de la barbilla y me obliga a verlo—. Mírame, estoy aquí, por ti.
Niego y con todo el atrevimiento del mundo lo abrazo, huele tan bien y sus brazos acunan mi cuerpo… y mi alma.
—No quiero vivir… ya no.
Me separa de él, agarra mi rostro fuertemente. Sus ojos grises son intensos, parece preocupado… como si de verdad le importara.
—No vuelvas a decir eso, jamás lo digas.
—Es la verdad, me ahogo con mi propio sufrimiento.
—Estoy aquí para ti, por ti. Ven conmigo.
—¿A dónde?
—Confía.
Me vuelve a abrazar y suspira.
—Estaba tan preocupado, todos lo están.
Acaricia mi espalda, huele tan bien, me encanta su olor y por un momento deseo quedarme aquí, en sus brazos me siento bien.
—Afuera hace un poco de frio, abrígate ¿de acuerdo? —se separa de mí y busca mis ojos—. Te espero afuera.
Asiento, se para y me deja sola… otra vez. No sé a dónde vamos a ir, y la verdad es que no tengo ganas de arreglarme. Me pongo la sudadera gris que Sergio me regaló cuando cumplí la mayoría de edad con las letras grabadas Propiedad de Christian Grey. Me pongo el gorro y meto las manos en las bolsas, busco mis tenis viejos y desgastados y salgo, ellas se sorprenden al verme salir, Irán sonríe y bajo la mirada.
—¿Lista? —pregunta.
—Sí.
Hanna tiene una gran sonrisa y mi madre lágrimas en los ojos, en estos momentos la envidio por poder llorar todo lo que yo no puedo, aunque sea por mi culpa.
Salgo del departamento, me da un poco de vértigo. El portero ha puesto un nuevo anuncio en su puerta:
Próximo martes 9 de Febrero junta para arreglar motivos de la luz eléctrica. No faltar.
Sonrío al recordar a Sebastián discutiendo siempre con los vecinos abusivos que no pagan la luz. Lux me saluda con la mano y trato de sonreír. Irán tiene razón, hace mucho frio, pronto comienzo a temblar y en el trayecto del edificio a su auto él lo nota. Se quita su abrigo y me lo pone.
—No, hace mucho frio y…
—Yo no lo necesito, tú sí.
Lo coloca en mis hombros y meto los brazos, mi sudadera es muy delgada y se siente bien su abrigo. Abre la puerta del copiloto muy caballeroso y entro. No sé que estoy haciendo, es prácticamente un desconocido y le estoy dando la libertad de llevarme a un lugar desconocido. Entra y se frota las manos, enciende la calefacción y poco a poco comienza a sentirse menos el frio aquí dentro.
—¿Qué quieres escuchar? Tengo Jazz, Pop, Electro, Dance…
—No quiero escuchar música, gracias.
—De acuerdo.
Miro por la ventana, nos comenzamos a alejar de la ciudad y no me preocupa, sería bueno que terminara ya con mi sufrimiento y me llevara a un lugar donde mis gritos no puedan ser escuchados.
Irán
Sostengo muy fuerte el volante, todo está tan silencioso que me pongo más nervioso, nervioso al pensar que no puede funcionar lo que vamos hacer. Quiero romper el silencio, quiero decirle algo, lo que sea será bueno.
—¿Se te quitó el frio?
—Sí, gracias.
No me mira, entrelaza sus manos en el vientre pero las quita de inmediato. Aquel movimiento me hace fruncir el ceño, se pone nerviosa y gira su cuerpo hacia mí.
—Ya nos alejamos mucho, quiero saber a dónde vamos.
—Según el GPS estamos casi llegando.
Y así es, detengo el auto y lo apago. Hay muchos árboles, se ve muy bonito todo, hay neblina y señalo hacia una montaña que se observa arriba.
—¿Ves esa montaña? —le pregunto y señalo con el dedo. De inmediato su mirada cambia hacia la dirección que le estoy señalando, asiente—. Vamos allá.
—¿Qué? Nos tomará horas llegar hasta ahí y no quiero hacerlo. Mierda, debiste decirme que vendríamos a esto.
—Tranquila, es una broma.
Se relaja, pero su enfado continúa. Creo que ya la cagué. Pero eso se puede corregir, sí, lo haré.
—Vamos afuera.
Le doy una pequeña palmada en la mano y salgo del coche, ella espera unos segundos y cuando sale mete las manos en el abrigo y se pone a lado mío.
—Oye… perdón.
Me toma por sorpresa y la miro con el ceño fruncido.
—¿Por qué?
—Por cómo te hablé hace un rato, entiendo que tu trabajo es ayudarme y no debería comportarme así.
—Descuida ¿vamos?
Asiente y camina por delante de mí, mientras seguimos nuestro camino pienso en lo agradecido que estoy y en la suerte que tengo de que me tenga tanta confianza después de todo. Al poco rato comienza a jadear y se detiene justo donde quería, en la punta de la colina donde la vista de los pinos y árboles se ven maravillosos.
—¿Falta mucho? Si camino un poco más me desmayaré.
—No, es justo aquí.
Observa a su alrededor confundida y no estoy seguro pero parece que una sonrisa rebelde se dibuja en sus labios.
—¿Y cuál es la sorpresa? —pregunta.
—Estamos aquí para sacar toda nuestra frustración, nuestras penas, nuestro dolor, nuestras frustraciones…
—Te refieres a mí.
—No, yo también tengo todo eso, la vida de un psicólogo no es tan fácil como la pintan, nosotros también tenemos que acudir con nuestros propios psicólogos.
—¿De verdad? —Claro, solo imagina todos los pacientes que tenemos y todos los secretos que nos cuentan, los fetiches raros, incluso los crímenes, no nos podemos quedar con eso o por lo menos yo explotaría de estrés.
—Tienes razón —cruza los brazos—. Pero dime a que hemos venido.
—De acuerdo, estamos aquí porque vamos a gritar.
Abre los ojos tanto que parece que se le saldrán de sus cuentas.
—¿Gritar?
—Sí, es necesario. ¿Quieres intentarlo?
—No —rápido se niega como lo tenía previsto—. No yo no quiero hacerlo.
—Vamos a hacer algo, primero lo intento yo y después tú, y si quieres luego los dos juntos. ¿Te parece?
No contesta, por lo menos no se niega, solo de verdad espero que esto funcione.
Doy dos pasos más que ella y suspiro, aclaro mi garganta e inflo mi pecho.
—¡Irán! —grito con todas mis fuerzas, tanto que siento un ligero dolor en el estómago por la fuerza que acabo de emplear.
De alguna manera puedo decir que sí, me siento un poco mejor.
Con el trabajo y la tesis además de las clases y el curso me he llenado de estrés, pero con este grito he sacado todo eso negativo de mi cuerpo, ojalá funcione con ella.
La miro por el rabillo del ojo, me mira asustada, sabiendo que es su turno y que no se atreve a hacerlo.
Doy media vuelta y me pongo tras ella.
—Tu turno.
—No, Irán por favor, no voy a poder.
—Inténtalo.
Da un largo suspiro, su rostro lleno de miedo me da impotencia.
Quiero borrar todo ese miedo y dolor que hay en tu vida Miranda, déjame ayudarte por favor.
De igual manera da dos pasos, quiero saber que está pensando y alentarla más.
—Vamos cariño, hazlo.
Ignoro aquella palabra, no puedo encariñarme con ella, no puedo hacerlo. Únicamente estoy obsesionado con sacarla adelante profesionalmente hablando, nada más.
Me acerco y me sostengo de sus hombros, entonces lo hace, grita tan fuerte que suena como un grito ahogado, como un grito de auxilio o de terror.
—¡Miranda! —recargo la frente en su hombro—. ¡Miranda!
Vuelve a gritar, una y otra vez hasta que solloza, me siento estúpidamente mal, con un nudo en mi garganta y con ganas de llorar. Se cubre la cara y la abrazo por detrás, al fin lo está haciendo, está llorando.
—Eso es, así se hace. Saca todo tu dolor mi alma, todo estará mejor.Mis ojos se llenan de lágrimas, en mis años como psicólogo he vivido un poco de todo, peleas entre parejas, adicciones, violencia intrafamiliar… y jamás me había sentido de esta forma. Le doy la vuelta y mi atrevimiento llega a más cuando acaricio su rostro y lo sostengo con mis dos manos.
Estoy tan cerca de ella, y así me doy cuenta de lo bella que es, aun cuando está llorando y… nunca había visto tanta belleza y lejos de eso estoy viviendo algo mágico, estoy viendo la belleza de su alma es lo más maravilloso de todo. Solloza, llora, grita y se sostiene tan fuerte de mis brazos.
—Nunca vuelvas a decir que no puedes, eres tan fuerte y escúchame muy bien lo que voy a decirte… tú puedes hacerlo todo, todo lo que te propongas vas a lograrlo.
—Por favor, no me abandones.
—No, siempre me quedaré —La junto a mi pecho mientras sigue llorando—, mañana todo será mejor.
Miranda
Mágico, solamente esa palabra para definir ese momento. Es como si todo lo que tenía atorado en el pecho saliera como si estuviera vomitando, vomitando mi dolor. No sé qué clase de terapia es esta pero es mágico. Me descontrolo un poco y estando en sus brazos en este momento siento que nada puede herirme, es como si estuviera dentro de un campo de fuerza completamente indestructible. Pero no, son solo sus brazos que me protegen.
Cuando me siento un poco mejor y las lágrimas cesan bajamos de nuevo al coche, no sé en qué momento me quedo dormida, y me sorprendo porque recuerdo que en los últimos días no he dormido nada. Este pequeño sueño me resulta tan reconfortante, tanto que no siento el trayecto, solo siento sus manos y escucho su voz cuando me pide que despierte. Abro los ojos, me acomodo en el asiento y noto que sostiene mi mano, se incomoda y me suelta.
—Lamento despertarte, te veías tan bien… es decir… dormías muy placenteramente es solo que… ya es tarde y tienes que comer algo.
—Oh, no… no tengo hambre gracias.
—¿Te das cuenta de la hora en la que salimos de tu casa y la hora que es ahora?
—No ¿Qué hora es?
—Las 3:00pm. ¿Qué se te antoja comer?
¿Qué se me antoja? Da igual, de cualquier manera terminaré vomitando. —Hace tanto que no me como una hamburguesa de pollo, como las que venden en Carl’s Jr.
—Hamburguesas serán.
Le sonrío mostrando los dientes, me mira fijamente y hace que mi sonrisa desparezca.
—Estás de mejor humor.
—Sí, eso creo. Parece que tu terapia basada en gritos funcionó un poco.
—Y no sabes cuánto me alegra.
Estaciona el auto frente a la puerta, me quito el cinturón y salgo antes que él, nunca me ha gustado que me habrán la puerta ni me gustará, acierto en su intención porque corre a abrir la puerta principal. Ocupamos una mesa, primero se siente frente a la silla en la que me voy a sentar y después se cambia a mi lado.
—¿Hamburguesa de pollo entonces?
—Sí, y papitas.
—Y papitas —repite y sonríe.
Va a pedir nuestra orden mientras yo me quedo sentada esperando, de repente veo mis pies y me doy cuenta que estoy en pijama, en un lugar donde hay mucha gente y con mi psiquiatra. Me comienzo a sentir incomoda porque algunas personas me miran.
Recuerdo las veces en las que venía aquí con mis hermanos, las tardes eran tan divertidas. Quisiera regresar a aquellos días en los que era feliz sin saberlo. Doy un largo suspiro, veo a Irán que se acerca a nosotros con un artefacto en la mano, cuando llega lo observo mejor. Tiene el número 14 encerrado en una estrella, el número de nuestro turno.
—Parece un Oscar —le digo y ríe.
—Algo así, ya estaba pensando en mi discurso.
—¿A quién le agradecerías si ganaras un Oscar?
—No lo sé, a mi mascota tal vez.
—¿Tienes una mascota?
—No, pero si acabara de ganar un premio de ese tipo significaría que sería asquerosamente millonario y seguro tendría una mascota, un cotorro tal vez.
Comienzo a reír y él conmigo, es la primera vez que lo veo así y la primera vez que noto las pequeñas arrugas que se hacen en sus ojos cuando ríe, y los rulos que se le forman en la frente. Es la primera vez que estamos teniendo una conversación normal, como personas normales.
—¡Orden numero 14! —grita el chico detrás de la barra.
—Nuestro turno.
Va por nuestras hamburguesas mientras de nuevo yo lo espero, debería ayudarlo con la charola pero mejor me quedo viendo su trasero. ¡Mierda! ¿Por qué me comporto así? Me deshago de esos pensamientos estúpidos, es mi psiquiatra y nada más.
—Creo que me parezco a Di Caprio —dice cuando regresa.
—¿Te quitaron tu Oscar?
—Estoy completamente destrozado.
Sonrío y agarro mi hamburguesa, le quito el papel y se me hace agua la boca el solo verla, le doy un mordisco porque no espero más y me quemo la boca, deberían advertir de lo calientes que están estas cosas.
—¡Está caliente! —grito y saco la lengua como si fuera un perro. Preocupado Irán le pone la pajilla a un vaso de coca cola y me lo da.
—Bebe.
Tomo un poco, luego de segundos el ardor sigue justo en la punta de mi lengua.
—Maldición… —digo en un susurro.
—Ten más cuidado.
Asiento, después de eso comemos en silencio, en algunas ocasiones lo sorprendo mirándome y sonrío.
Me da curiosidad saber sobre él porque es tan deprimente y aburrido siempre tener que estar hablando de mí y de todos mis problemas, a pesar de tener curiosidad sobre él no le hago ninguna pregunta. Cuando terminamos de comer paga la cuenta y regresamos al coche, la temperatura ha bajado mucho más y siento que voy a pudrirme de frío.
Como ha notado que estoy de mejor humor que en la mañana enciende el radio. Le sube todo el volumen cuando suena When We Were Young de Adele, empieza a mover el pie y marca el compás del sonido con sus dedos en el volante.
—Adoro a esa mujer —dice casi gritando y con una enorme sonrisa.Yo rio cuando lo veo cantar, se mueve de una manera como si no le importara nada, como si no le importara mi reacción o la de los autos que pasan a un lado de nosotros. Como si supiera que el día de mañana se va a acabar el mundo y no hay más que disfrutar y bailar y cantar.
Mientras yo disfruto viéndolo, tiene un perfil hermoso que desde este ángulo se ve más que perfecto. Miro hacia la nada cuando comienzo a entender un poco a la letra, maldigo porque recuerdo a Max y… al bebé. Mierda… ¿Qué voy hacer? No puedo continuar con este embarazo, tal vez dios no me lo perdone pero no puedo tenerlo, no puedo traerlo a un mundo tan podrido y lleno de maldad como este. Muerdo la uña de mi dedo pulgar ¿Por qué tuve que conocer a Max? Solo vino a arruinar mi vida, joder. Si no lo hubiera conocido y a cambio Irán se hubiera cruzado en mi camino antes… ¡tonterías! Lo miro de nuevo y me cuesta trabajo creer que ellos dos son tan amigos, es decir, parecen ser tan diferentes. ¿Cómo pueden llevarse tan bien?
—Escúpelo —dice y le baja a la música.
—¿Qué?
—Escúpelo… lo que quieres decirme.
Aspiro fuerte y giro mi cuerpo hacia él, subo mis pies a mi lugar y me preparo para echarle más limón a mi inmensa herida.
—De acuerdo… ¿Estabas con él? ¿Aquel día que te llamé estabas con él? ¿Fue él quien te habló?
Trago y él también, lo escucho y se pone nervioso, de alguna manera tengo que decirle que no se preocupe por mi reacción, pero solo quiero saber si era Max quien estaba allí.
—Sí —responde más para él que para mí.
—¿Hablaron de mí?
—Miranda… —advierte y lo interrumpo.
—Solo contesta a mi pregunta Irán, no va a pasar nada. No porque me digas o no lo que quiero escuchar cambiará el odio que siento por él.
Calla, se rasca la barbilla y se detiene en un semáforo, casi llegamos a casa y no quiero irme sin saber.
—En parte sí.
—No entiendo.
Se pone en la misma posición que yo para verme a los ojos, parece que se ha trasformado de nuevo en el psiquiatra serio y comprometido con su trabajo.
—Discutimos.
—¿Por qué?
Suspira.
—Él y yo siempre hemos pensado distinto, desde pequeños nos conocimos y compartíamos todo, fuimos unos idiotas en la adolescencia pero todo cambio con el tiempo, maduré y el sigue siendo el mismo idiota inmaduro de siempre, el mismo que si le dices lo que está mal en él se molesta.
—¿Qué le dijiste?
El semáforo cambia y regresa a su posición, acelera y supongo que quiere ignorar esa pregunta pero no me importa lo que quiere, insisto en que responda.
—Anda dime, de verdad no va a pasar nada.
—No deberíamos estar hablando de esto.
—Recuerda que estamos en terapia.
—Tú eres la que debes decirme las cosas no yo a ti, pero está bien. Quería salir a divertirse y olvidar sus problemas, sus palabras fueron “quiero olvidar el dolor que me dejó Miranda” se me hizo injusto y le dije que era su culpa si sufría, me dijo que soy un imbécil y que no sé nada del amor y… lo golpee. Se molestó tanto que me dijo que no quiere que sigamos siendo amigos.
Me quedo en shock, se ha peleado con él por defenderme, se pelearon por mí… genial, ahora me siento culpable por esto. Pero entonces… ¿no es feliz con su esposa? ¿entonces por qué se casó? No hago más preguntas, en lo que queda de camino a casa mi cabeza da vueltas a lo mismo, pero como sea ya está casado, y si no es feliz no es mi problema. Ya bastante sufro por sus malditas decisiones… pero más por las mías. Se estaciona frente al edificio, comienzo a quitarme su abrigo pero me detiene tocando mi hombro.
—Quédatelo.
—No…
—Anda, ya te dije que lo necesitas más tú que yo.
—De acuerdo. Dios, lo lamento tanto, no era mi intención destruir una amistad de tantos años…
—Hey, ¿Quién te ha dicho que tienes la culpa? Es él y su tonto pensar, no te preocupes por ello.
—Me preocupas tú.
—Yo estoy bien, lo conozco perfecto y ya me llamará.
Aprieto los labios, asiento y me quito el cinturón.
—Gracias por lo de hoy, de verdad me has ayudado mucho.
—No hay nada que agradecer, es mi trabajo.
Sonrío y abro la puerta, me sigo sintiendo mal por todo y me doy la vuelta.
—¿Quieres pasar?
—No, gracias. Ha sido un día muy cansado para ti, lo mejor será que descanses.
Me decepciono un poco aunque en el fondo tal vez ya esperaba esa respuesta.
—De acuerdo, gracias.
Entro corriendo al edificio, al entrar a casa mamá y papá están sentados en la barra.
—Llegué, papá ¿Qué haces aquí? ¿Quién se quedó con Antonio?
Se miran entre ambos y mi corazón casi deja de latir, no puede ser lo que estoy pensando.
—Díganme que él no…
—No hija, Antonio sigue igual.
Suelto el aire y les doy un beso a ambos.
—Necesitamos hablar contigo.
—Entonces vamos al hospital mi hermano no puede quedarse solo, allá me dicen lo que quieran.
—No hija, ven a sentarte.
No entiendo que pasa, tengo mucha incertidumbre. Me siento frente a ellos y ponen sus manos encima de las mías.
—La trabajadora social del hospital habló con nosotros —comienza mi padre—. Ella está enterada de todo lo que estamos viviendo, y también de ti. Ella dice que tenemos que continuar con nuestra vida.
Frunzo el ceño y me preparo para hablar pero mamá me interrumpe. —Nos ve cansados y desgastados y piensa que no te estamos poniendo la suficiente atención, nos aconsejó que dejemos de ir todos los días al hospital a cuidar de Antonio y sigamos con nuestras actividades que teníamos antes del accidente. Y estamos de acuerdo.
—¿Qué? ¿Piensan abandonar a su propio hijo?
—No es así hija, no sabemos cuándo va a despertar ¿no lo entiendes? Puede hacerlo en un par de días o meses, incluso hasta años.
—Esto es increíble, esa estúpida mujer no sabe nada.
—No hables así, ella está haciendo su trabajo y tiene razón.
—Si ustedes están dispuestos a abandonarlo ahora que más nos necesita no es mi problema, yo voy a seguir estando con él el tiempo que sea necesario.
—Solo queremos que sigas con tu terapia, que salgas adelante, que continúes con tus metas y tus sueños. No estamos abandonando a Antonio pero… la vida sigue. Y tenemos que seguir sin ellos por más dolor que nos cause, Miri, solo espero que lo entiendas.
Me limpio una lágrima enojada, me niego a aceptar esta estupidez.—Vamos a seguir visitándolo, las enfermeras lo cuidaran en la noche y cuando se presente alguna emergencia nos llamaran enseguida, incluso a ti. Hija, todo esto es muy costoso y de alguna manera tenemos que salir adelante, por nosotros y… por pagar los gastos del hospital.
—Eso no importa, conseguiré empleo.
—Déjanos hacer eso a nosotros, tú no tienes por qué hacerlo. Yo voy a reabrir el taller, pintaré casas, arreglaré tuberías no lo sé, pero vamos a salir adelante mi niña.
Yo no puedo seguir adelante, simplemente no puedo seguir si Antonio no está bien, si no veo que sigue vivo, que respira y que todavía hay una esperanza de que despierte, no, yo no lo voy abandonar. Entro a mi habitación y me lanzo a la cama, me pongo a llorar y a gritar mucho más que con Irán.
—¡Quiero mi vida de regreso, quiero a mis hermanos de vuelta! Ya no quiero ser una carga para mis padres ¿por qué mierda sigo en este mundo?