Capítulo 8 Irán
Llego a mi casa en Nueva York el Lunes por la tarde, desde ese momento que estoy en mi terreno no he dejado de pensar en Miranda, me tiene en una zona desconocida. Me siento capaz de ayudarla pero no encuentro el modo indicado, a veces siento que si me acerco demasiado a ella por querer ayudarla voy a terminar arrepintiéndome.
Termino de desayunar y de nuevo escucho las grabaciones de aquella sesión con ella.Me siento…acorralada, frustrada, enojada, triste, con mucho miedo,sin entender por qué habiendo tantas personas en el puto mundo fueron ellos, en ese lugar,en ese mismo instante. Quiero gritar,quiero llorar pero no puedo, es como si todo se quedara atorado en mi garganta y me impidiera respirar. No quiero seguir así, esto no es vida para mí.
Pauso la grabación. Lo primero que tengo que hacer es hacerle ver que no soy su enemigo cosa que parece al ser el mejor amigo de Max. ¿Cómo hacérsela entender? Suena el timbre y me levanto a abrir rogando que no sea Ingrid, suelto el aire contenido cuando América se lanza a mis brazos, la abrazo fuertemente pues ya extrañaba a mi pequeña hermana.
—¿Cuándo llegaste? —pregunta y entra.
—El lunes.
—Genial, y no has sido para mandarle un mensaje a tu querida hermana que te ama con todo su corazón.
—Lo lamento, estoy loco con la tesis y mi trabajo en Madrid.
—Trabajo, trabajo siempre trabajo. Hermano, te veo más viejo deberías darte un descanso, uno pequeño.
—Por más que quiera no tengo tiempo.
—Pues has un espacio en tu agenda y me llamas, yo también necesito salir un poco. ¿Ingrid cómo está?
Rodeo los ojos, no, no quiero hablar de ella.
—Insoportable, no sabe que estoy aquí si fuera así ya estuviera instalada.
—¿Y el bebé? Mamá se la pasa comprando ropa para su nieto, está vuelta loca.
—Mi delirio no durará mucho, pasado mañana tenemos cita en el medico.
Sonríe y suspira, está muy emocionada, se nota en su mirada y su gran sonrisa.
—¿Y cuándo regresas a Madrid?
—El domingo, tengo muchas cosas que hacer allá.
Asiente, entro a la cocina y le sirvo un poco de zumo de naranja mientras ella abre la puerta cuando suena el timbre.
—¿En dónde está el futuro padre?
Río y voy a abrazar a Diego, el verlo siempre me trae buenos recuerdos y buenísimos momentos.
—Amigo, te veo más viejo.
—Es la segunda vez que escucho eso y no me está gustando.
—Entonces tendremos que salir, tenemos una misión,
—¿De qué se trata?
—Max, está muy deprimido y nosotros dos somos los elegidos para sacarlo de ese infierno por un par de horas.
—Pues si está en ese infierno es porque él así lo quiso.
—Vamos, salgamos esta noche.
—No sé si pueda.
—De acuerdo, cavernícolas me voy porque en unos segundos harán planes de salir con mujeres operadas y no quiero escuchar eso.
América se despide de nosotros y se retira. Luego Diego sigue insistiendo en salir, no tengo ganas de hacerlo pero como es costumbre termino aceptando, este hombre y su poder de convencimiento.
Arruina mis planes de pasar todo el día en pijama, otra vez. Cuando se va sigo trabajando, la verdad es que sí necesito olvidarme un poco de este estrés, así que si voy a perderme entonces necesito adelantar un poco mi trabajo. Y lo hago lo más que puedo hasta que dan las 8:00pm, me doy un baño y al salir veo en la mesita de noche mi teléfono vibrar. Miro la pantalla y es un número que no conozco, contesto porque nunca me ha gustado ignorar esas llamadas, podría ser algo importante.
—¿Sí?
—Irán… soy yo, Miranda.
Me siento en la esquina de la cama para digerir esta gran sorpresa, jamás creí que fuera ella.
—Miranda, ¿en qué te puedo ayudar? —vacilo y tartamudeo un poco.
—Yo… lamento si te molesté es solo que… estoy sola en casa y siento que la estructura se me viene encima, todos los recuerdos me abruman y no puedo respirar, me siento muy mal ayúdame por favor.
—De acuerdo, tranquila. Sal de ahí, ve a caminar, ve con tus padres has lo que quieras pero toma un poco de aire fresco te hará bien. Y sobre todo recuerda que no estás sola, que hay mucha gente que estamos ahí para apoyarte, solo es cuestión de que nos dejes. Guarda silencio, no sé si es lo que quería escuchar y me da miedo, siento que el alma se me desprende al escucharla tan deprimida.
—No sé si pueda con esto.
—Sí puedes, no hagas ninguna locura por favor.
—Tengo mucho dolor en el pecho.
—Estoy viendo la mejor manera de sacar todo ese dolor de tu alma, Miranda escúchame: eres importante.
—¿Para quién?
—Para mí —susurró, me desconozco y algo brota de mi estómago—, para tus padres, para tu hermano, para tu amiga, para muchas personas.
De nuevo silencio, no, la estoy cagando.
—¿Sigues ahí?
—Sí. Gracias por...
—¡Psiquiatra, estoy aquí!
Tapo la bocina en cuanto Max entra y grita, no sé si ha reconocido su voz, espero que no.
Le hago una seña para que se largue, se disculpa y sale. Cuando me pongo el teléfono en la oreja ella ya ha colgado.
—Maldición.
Si lo reconoció entonces va a empeorar, dios, no.
Busco tembloroso en mi lista de contactos el número de su madre, Max vuelve a entrar pero ignoro su maldita presencia.
El tiempo en el que ella contesta se me hace eterno.
—Señora, soy Irán, el psiquiatra de su hija.
—Oh, doctor ¿pasa algo?.
—Su hija me llamó y está muy deprimida, temo que quiera cometer una locura, está en su casa…
—Voy enseguida.
Cuelga y lanzo el teléfono a la cama.
—¿Problemas? —pregunta Max. Lo miro por el rabillo del ojo, quisiera no verlo en este momento.
—No lo entenderías —entonces vacilo con la idea de decirle lo que está pasando.
—Tienes razón —y con eso lo olvido, a final de cuentas si Miranda está sufriendo en parte es por su culpa—. Vámonos, vístete.
—Si te sales de mí habitación podré hacerlo, y una cosa más: la próxima vez que llegues sin avisar procura no hacer lo que hiciste hace un rato.
Mi tono es firme y casi nunca le hablo así, salvo cuando me saca de quicio, abre completamente los ojos y asiente.
—No sabía que estabas de mal humor.
—No lo estaba, tú me pones de mal humor.
Sale de la habitación, me visto rápido y salgo a la sala. Se está tomando una copa de vino mirando hacia la nada.
—No voy a ir, estoy esperando una llamada muy importante.
Voltea y me mira enojado.
—No me chingues ahora con eso, quedamos que saldríamos lo tres como en los viejos tiempos.
—¿Los viejos tiempos? No digas tonterías, aquellos momentos se fueron y ya no volverán, somos otros, aunque sabes, tú sigues siendo el mismo cabeza hueca de siempre.
Se levanta del sofá y me reta con la mirada.
—¿Se puede saber qué diablos te ocurre? Ibamos a salir para olvidarme de mis problemas, estoy deprimido necesito olvidar todo este dolor que me dejó Miranda.
—¡Para con eso, no eres el único que tiene problemas! ¿El dolor que te dejó Miranda? ¡Fuiste tú quien le hizo daño, no seas hipócrita y vengas a hacerte la victima!
Esto se está saliendo de control, me empuja y retrocedo dos pasos, bajo la mirada y aprieto los dientes.
—Y tú no vengas a hacerte el dictador cuando fuiste tú el que me dio el sabio concejo de casarme porque Miranda lo iba a entender.
—¿Yo que iba a saber que ella llegaría?
—¿Lo ves? Eres un imbécil, no sabes ni dar concejos y por eso estas estresado y de mal genio, ni siquiera en tu estúpido trabajo eres bueno.
La sangre me hierve, desconozco al hombre que tengo en frente y probablemente él me desconoce a mí, toda la furia corre por mi cuerpo y le doy un golpe en la boca. Cae al suelo y me mira como nunca lo había hecho, lleno de rabia, de furia y coraje. Cuando se levanta se ríe y limpia la sangre que corre de su labio.
—Siempre vas a ser un perdedor, te llenas la boca juzgándome pero tú no sabes ni sabrás nunca lo que es el amor, porque estás vacío, porque tienes tan dura el alma, me das lastima. Sus palabras me hieren porque tiene razón, pero me preparo para dar el golpe final.
—¿Y tú? Sabes lo que es el amor, lo viviste y por imbécil lo perdiste. El único que da lástima, eres tú.
Su pecho sube y baja, tiene mucho coraje, aspira fuerte. Sí, mis palabras le han dolido.
—No te quiero volver a ver, olvídate de nuestra amistad.
—Si así lo quieres, así será. Ahora vete, tengo que arreglar el desastre que armaste.
Vuelve a reír y se aleja sin dejar de verme. Cuando se marcha paso las manos por mi rostro, nunca imaginé que algo así podría pasar entre él y yo.
Siempre he dicho que hay que hablar con la cabeza fría pero esta vez la situación me ha ganado, aunque no me arrepiento de haberle dicho sus verdades, es mi amigo pero no puede seguir así. Voy a la habitación y agarro mi teléfono, tengo tres llamadas perdidas de la madre de Miranda.
Por favor, que haya llegado a tiempo.
—Doctor… espero no molestarlo.
—No, claro que no. Dígame ¿Cómo está?
—Muy deprimida, nunca había visto así a mi hija. Está sentada viendo hacia afuera, no quiere hablar, solo suspira.
—Estoy de viaje… ahora mismo compro mi boleto de regreso, en cuanto llegue voy a verla.
—Gracias doctor, me parte el alma verla así. Comienza a sollozar y me siento mucho peor por estar tan lejos.
* * *
Juego con mis dedos muy nervioso mientras mi asesor de tesis; el profesor Michael revisa mi trabajo con el ceño fruncido. Sonríe y me mira.
—No estés nervioso, vas muy bien.
—Ahora puedo dejar de estarlo
—Solo hay pequeñas cosas que hay que corregir, ya te lo mandaré por correo.
—Muchas gracias profesor —dudo en decirle pero al final me atrevo—. Aprovechando que estamos aquí, saliendo de aquí tengo que viajar a Madrid, tengo una paciente que ha sufrido pérdidas y necesito su ayuda.
—Te escucho.
Suspiro, agradezco que me escuche, al final siempre es bueno que, aunque sea psicólogo alguien me escuche. Él me escucha atento, trato de darle detalle a detalle.
—Me he obsesionado tanto con el hecho de ayudarla pero… no sé por dónde llegar. Ha perdido el gusto por la vida definitivamente, ayer tuvo una crisis y yo estando aquí sin poder ayudarla sentí que moría.
—Entiendo, creo que lo mejor que puedes hacer en este caso es dejar las palabras, no le digas cosas que ella ya sabe o que cualquiera puede decirle como “Todo estará bien” o “Tienes mucho por vivir” Hazle ver con sus propios ojos lo bueno que es el mundo.
—¿Y cómo lo hago?
Levanta los hombros y ríe.
—Supongo que ese ya es tu trabajo.
—Tiene razón —me levanto y estrechamos las manos—. Muchas gracias por su ayuda, emplearé sus consejos.
—Mucho éxito.
Salgo de su oficina y sonrío, ya se me ocurrirá algo por lo pronto, creo que sé que es lo que voy hacer.