Capítulo 1 Miranda
La voz de Antonio me hace voltear.
—Miranda, te lanzaré la pelota.
—¡Sí! —grito emocionada.
La lanza lo más fuerte que puede y el aire la lleva hacia el mar, corro hacia allí pero me detiene y me levanta en sus brazos, río cuando hace sonidos raros pegando sus labios en mi estómago, cuando me pone de pie me mira serio.
—Nunca debes cruzar ese límite, si lo haces morirás.
—¿Qué es morir? —pregunto.
Suspira y se sienta en la arena, lo imito y le pongo atención.
—Cuando alguien muere se va a otra vida.
—¿Otra vida? ¿Como?
—Mira ¿recuerdas a patricio, el pato?
—Sí, se quedó dormidito y ya no despertó.
—Eso fue porque se tuvo que ir, hacia su otra vida. Todos en determinado momento tenemos que irnos, pero cuando sea el momento indicado.
—¿Y a donde se van?
—No se sabe, pero hasta que eso pase tienes que vivir al máximo Miri, y nunca pasar este límite.
Dice serio y señala la línea que divide la arena y el mar.
Abro los ojos, estoy mareada y con muchas ganas de vomitar. Mi respiración está entrecortada y no distingo bien en donde estoy. Me duele demasiado la cabeza y mi cuerpo, comienzo a llorar porque no puedo mantener los ojos abiertos. Estoy realmente asustada.
—¿Lady, are you okay?
—No sé qué dice, ni en donde estoy —susurro y sollozo.
—Oh, me alegra que hables español. Estás en el hospital, tuviste un accidente, fuiste arrollada por un camión. ¿Cómo te sientes?
—Me duele todo mi cuerpo.
Trato de abrir los ojos, estoy rodeada entre cortinas color azul marino y el chico de ojos cafés me mira y sonríe. Los vuelvo a cerrar porque la luz me lástima.
—Es normal, afortunadamente el conductor fue detenido.
—¿Detenido?
—Sí, no despertabas y no sabíamos quien eras ni de dónde vienes, por tu acento ahora sé que eres de España ¿cierto?
—En mi cartera traigo identificaciones.
—No traías nada contigo, solo estábamos esperando que despertarás.
Mierda, seguro por salir rápido la olivé en el taxi.
El taxi.
La boda.
Max. —Necesito hacer una llamada, necesito llamarle a mí familia.
—Claro, tranquila. Ya tendrás tiempo, por ahora solo descansa.
—No, no entiendes, necesito llamar a mis hermanos y decirles que estoy bien ¿cuánto tiempo ha pasado? —pregunto temerosa.
—Calma, solo un par de días.
—¿Cuantos?
—Dos.
Suspiro, me duele mi pecho y pienso que el me atropelló era un camión de basura.
—¿Y el bebé? —pregunto en un hilo de voz, temerosa, sudorosa.
Hay un silencio perturbador que me aturde, él suspira y luego sonríe. Me ahogo con el nudo de mí garganta y lloro todavía más porque recuerdo las falsas palabras de Max y todo su engaño.
—Quiero tener muchos bebés contigo.
—¿Cuantos?
—Mmm… doce.
—¿Doce? No creo que sea tan fácil tenerlos.
—Con amor todo se puede además, dicen que los hombres también experimentan síntomas de embarazo así que no estarás sola en ese aspecto, ni tampoco en lo demás porque estaré para cumplir tus antojos, tus locuras, tus fantasías y todo lo que se te atraviese en esta loca cabeza.
—Joder te amo tanto, daría mi vida por ti sin pensarlo.
—Yo tampoco lo pensaría amor.
¿Cómo pudo mentirme así?
—Afortunadamente no pasó a mayores, tienes algunas heridas internas pero el bebé está bien. Eso sí, tendrás que guardar reposo absoluto, tu embarazo es de alto riesgo.
—¿Alto riesgo? ¿Cómo? —Estás muy débil, debes descansar si quieres que tu bebé se logre.
Ese es el punto ¿quiero? No lo sé, no quiero tener nada que tenga que ver con Max, nunca más.
—Quiero llamar a mí familia, por favor.
Aprieta los labios y asiente, me pide el número y dice que personalmente se encargará de decirles lo que está pasando pero me niego, no quiero que se preocupen por nada.
—No, por favor déjame hacerlo a mí.
—De acuerdo, pero necesito tus datos.
—Sí.
Miro hacia el techo mientras me pregunta mi nombre, edad y de más tonterías.
Sí, soy yo, Miranda Martínez. La estúpida niña que se enamoró de alguien mayor que ella y le vieron la cara por imbécil, sí, soy yo, la que embarazaron y ahora no sabe qué hacer con su vida. Sí, soy yo, la idiota con el corazón destrozado.
—Tienes que calmarte o te pondré un sedante.
—No, quiero estar cuerda por favor.
—Entonces tranquila, voy a tratar de comunicarme con tu familia.
Abre la cortina y se retira, me siento como la primera vez que asistí al gimnasio. No me pude levantar en tres días, supongo que ahora serán más de tres días.
Mi cuerpo está pesado, levanto mis manos que están llenan de raspones. Pero sigo en Nueva York, me da asco este lugar. Quiero salir corriendo.
Inconscientemente acaricio mi vientre, aprieto los ojos mientras dejo que las lágrimas sigan saliendo.
—¿Cómo es posible?
Nunca había extrañado tanto mi casa, a mis hermanos, a mi madre y padre. Seguro están preocupados, salí de casa a escondidas, Antonio seguro ya se volvió loco.
Cierro los ojos lo que para mí son segundos, cuando los abro el enfermero está al pie de mí cama sonriendo.
—Dormilona, despierta.
—Quiero llamar a casa, te lo suplico.
Digo adormilada.
—Conseguí el teléfono, llamaré a tu casa.
—¡No, yo lo hago!
Aprieta los labios, mira el teléfono y me lo da.
Con las manos temblando cojo el teléfono y llamo a casa, no sé la diferencia de horarios pero ruego para que estén en casa, el chico me mira con las cejas levantadas.
—No contestan.
—Intenta otro número.
Lo hago, llamo al celular de mis hermanos y a casa de mamá pero nadie contesta, eso me preocupo y comienzo a penar mal.
Decido por último llamar al celular de papá, cruzo los dedos y al tercer tono contesta.
—Diga.
—Papá, soy Miri…
—¿Dónde diablos estás? ¿Tienes idea lo preocupados que estamos aquí?
—Ya sé, perdón, yo… —Quiero que estés aquí ya, ocurrió una tragedia.
Me quedo en silencio, mi corazón se acelera.
—¿Qué pasó? —no reconozco mi voz.
—Los muchachos… tuvieron un accidente, estamos en el hospital.
Al oír eso el teléfono cae de mí mano, me tapo la boca y vuelvo a llorar, no pueden estar mal, son mis hermanos, son todo lo que tengo.
—Tranquila, no te agobies —me dice el enfermero.
—No puedo, mis hermanos tuvieron un accidente.
—Oh, lo siento. En lo que pueda ayudarte.
Levanto la cabeza y lo miro a los ojos. —Puedes hacer algo, necesito salir de aquí.