Capítulo 10 Irán
Cuando llego a mi edificio el portero Jouna me detiene.
—Doctor, su esposa estuvo aquí, que pocos modales tiene.
—Yo no tengo esposa —digo con el ceño fruncido. —Pues aquí estuvo una mujer embarazada exigiendo que la dejara pasar porque es esposa del psicólogo y aquí el único loquero es usted.
—Ingrid —susurro entre dientes.
—Buenas noches —dice un hombre al pasar a lado de nosotros, asiento en modo de saludo y camino hasta mi apartamento. No puede ser posible, ella no puede estar aquí.
Saco la llave de mi bolsillo, el hombre que nos saludó abajo resulta ser el que habita el departamento de lado. Se da la vuelta y me saluda.
—Vecino —dice sonriendo—. Soy el comandante Lucas Davila
—Mucho gusto, Irán.
—Con que tú eres el esposo de la escandalosa, tuve que salir a tomar aire porque ya no aguantaba sus gritos y berrinches.
—Lo lamento tanto, no era mi intención molestar.
—Descuida, ¿quieres pasar a tomar una copa?
—No gracias, no bebo… mucho.
—Está bien, cualquier cosa que necesites aquí estoy.
—Gracias.
Abro la puerta, en efecto: Ingrid está aquí. Está sentada en el sillón con los pies descalzos sobre la una de las cajas que todavía no desempaco. Al verme se levanta y camina hacia mí.
—Bebé, que bueno que has llegado. El portero me trató muy mal y no me dejaba pasar.
—Sí, ya supe que le gritaste.
—Tenía que hacerlo o no me iba a dar mi lugar.
Me agarra del cuello, su barriga ha crecido y me emociono al verla.
—Está enorme. —Es por eso que estoy aquí, te tengo una sorpresa. Son dos.
Al principio mi cerebro no capta lo que acaba de decirme, pero después…
—¿Dos?
—¡Dos bebés, esperamos gemelos!
—Madre mía.
Sonrío nervioso, ¿dos bebés? Me había hecho a la idea de que en pocos meses seré padre pero… ¿de gemelos?
—Esto es increíble…
—El medico dijo que podía pasar, no sabes lo feliz que estoy. Ahora tengo tres motivos para seguir viviendo.
Le quito las manos de mi cuello y retrocedo, y aquí vamos a lo que no quería que pasara.
—¿En serio no fui claro contigo?
—Lo fuiste pero… bebé vamos a tener dos hijos, tenemos que estar juntos. Te necesito, yo no quiero que vivamos separados y después me pregunten por que su padre no está con nosotros.
—Siempre voy a ver por mis hijos, pero no me pidas más. Ingrid por dios, entiéndelo.
—En el pasado nos amamos demasiado, puede volver a ocurrir.
—En el pasado, estamos a millones de años luz del pasado en el que estuvimos juntos, no quiero lastimarte pero no puedo estar contigo porque no te amo. Te tengo un inmenso cariño y nada más.
—¡Pues ni creas que voy a dejarte para que salgas con otra perra! ¿Quién es? ¿Vive aquí? Dime quien es la zorra por la que no quieres estar conmigo, con la madre de tus hijos.
—¡Basta ya, estoy harto de que no entiendas las malditas cosas! ¿Para esto viniste? Te hubieras ahorrado el viaje.
Doy media vuelta y cojo las llaves.
—¿A dónde vas? —corre tras de mí.
—A un maldito lugar en donde no pueda escuchar tus estúpidos reclamos.
—No te vayas, yo vine aquí para estar contigo, me siento muy sola y te necesito.
Suspiro y salgo, no quiero escucharla por lo menos en lo que resta de la maldita noche. En el pasillo pienso en salir, pero luego veo la puerta del vecino y sin dudar toco el timbre. Abre y sonríe.
—Siempre sí quiero una copa, o más.
—Y el loquero no toma —bromea—. Pasa.
Su apartamento es casi igual al mío, solo que este si está bien cuidado, y recogido.
—Estuve a punto de volver a salir, ni voy a preguntar si tienes problemas con tu mujer, ya me quedó muy claro.
Me entrega un vaso de vidrio con whisky, le doy un trago fuerte.
—En primera no es mi mujer, me agarró en un momento de debilidad y…
—La embarazaste, claro un momento de debilidad.
—Me propuso tener un hijo por medio de inseminación y acepté con la condición de no tener ninguna relación entre nosotros.
—Y ahora quiere que se casen, perdón pero ese solo fue un truco para amarrarte. Creí que tratabas con locos y el loco eres tú.
—Seré papá de gemelos.
—Wow pues felicidades, hay que celebrar.
—Debería sentirme feliz y me siento acorralado y asfixiado, creo que fue una mala decisión.
—Un hijo siempre es una bendición, sea en el momento en el que llegue siempre traerá alegría.
Tomo un poco más, lo caliente llega a mi estómago y todos mis músculos se relajan.
—¿Tienes hijos? —pregunto.
—Tuve una hija, ella murió hace un año. Le diagnosticaron cáncer en la sangre y ya no pudieron hacer nada, tenía tan solo cinco años, mi esposa entró en depresión, yo tuve que continuar con mi trabajo y nuestra relación se desgastó, no pudimos rescatarla y nos divorciamos.
—Lo lamento.
—Gracias.
Me cuenta sobre como era su vida antes de que su hija muriera, los ojos le brillan cuando habla de cómo era y eso me hace pensar en que estoy siendo muy injusto con Ingrid. Tal vez debería ponerme más en su lugar, no lo sé.
—¿Y tú? ¿Sales con alguien? —pregunta. Se levanta para llenar mi vaso de whisky.
—No, aunque… olvídalo.
—No me digas que estás enamorado y no te corresponden.
—Nada de eso, solo que hay una mujer, estoy obsesionado con ella pero no me malentiendas, es sobre su situación. Es mi paciente.
—Oh.
—Es prácticamente una niña, ha sufrido demasiado y… me da mucha lastima.
—Pues te deseo que se solucionen tus problemas.
Doy una ligera sonrisa, yo también lo deseo. Brindamos un poco y luego decido regresar a casa, he simpatizado con mi vecino, eso es muy bueno.
Al entrar al departamento Ingrid sigue prácticamente en la misma posición que hace un par de horas antes, solo que ahora sostiene una taza de café.
—Deberías estar durmiendo.
—Y tú deberías estar haciéndome el amor.
Como sea he comprendido que los dos no la estamos pasando nada bien, y para comenzar a hacer tregua necesito calmarme. Lanzo las llaves a la barra y me siento en el suelo frente a ella. Tomo su mano y suspiro, me es tan difícil esta situación, pero vamos ¿Cómo fui tan estúpido al creer que sería fácil?
—Estuviste bebiendo —afirma. Se nota que ha estado llorando.—Solo quiero que comprendas que esto —rodeo el lugar—, la tesis, el curso y el trabajo aquí son importantes para mí, quiero ser alguien, quiero ser ese padre del que sus hijos estén orgullosos. Lamento tanto no poder estar contigo pero no me es posible, eso no significa que no quiera estarlo. Compréndelo por favor, es lo único que te pido, quiero llevar la fiesta en paz.
—Yo también, y claro que te entiendo es solo que ahora, todo me ocurre mil veces y…
Rompe a llorar, paso las manos por mi rostro.
Dios, dame paciencia te lo pido.
—Perdóname.
—No, perdóname tú a mí. No me he comportado como debería.
Sorbe por la nariz y trata de sonreír.
—Perdonado. Yo también quiero llevar la fiesta en paz, por nuestro bien y el de nuestros hijos.
—Perfecto. ¿Vamos a la cama? Estoy agotado.
—¡Sí!
Se levanta emocionada y camina rápido hacia la habitación como si fuera una niña en navidad, la sigo minutos más tarde luego de repasar en mi mente todo esto.
Abro uno de los cajones del armario y saco mi pantalón de pijama y unas cobijas para no pasar frio en la noche.
Me mira con el ceño fruncido cuando salgo, niega con la cabeza y ríe.
—¿A dónde vas? —pregunta y se levanta.
—Al sillón.
—Pero… ¿por qué? No voy a comerte Irán.
—Eso es obvio, pero no creo que sea lo mejor, ninguno de los dos estará cómodo.
—Yo lo estaré, quédate conmigo esta noche.
—No Ingrid, por favor no insistas. Buenas noches.
Creo que salgo de la habitación justo antes de que comience a gritarme, eso de la tregua solo le dura un par de minutos.
Como mi departamento sigue siendo un desastre junto dos sillones e improviso una cama, me acuesto y me tapo con las cobijas mientras miro hacia el techo y pienso, y pienso y pienso.
Debería aumentar las sesiones de terapia con Miranda, necesito mejorar mi programa con ella, creo que vamos por buen camino y si seguimos así en pocas semanas todo será mejor. Sonrío automáticamente al recordar su sonrisa, y sus ojos marrones se almacenan en mi mente.
Se nota perfectamente que era una persona alegre, tengo que recuperar a esa niña, como sea.* * *
Desayuno con Ingrid y por ahora todo va tranquilamente, no ha pronunciado ninguna palabra y no sabe lo bien que me hace eso. Miro el reloj y trato de apurarme, tengo que estar a las nueve en la universidad y son ocho con quince, espero llegar. Me levanto y cojo mi plato y vaso, los dejo en el fregadero y le beso la frente a ella.
—Regreso más tarde, no me esperes para comer ¿vale?
—Pedí mi boleto de regreso, sale hoy a las dos.
Me detengo frente a la puerta, doy media vuelta y asiento.
—No quiero que estés incomodo por mi culpa.
—Descuida, puedes venir cuando quieras siempre y cuando no agredas al portero ni molestes a mis vecinos.
—No volverá a pasar.
—Bien, llámame cuando llegues a casa.
Asiente y ahora sí salgo de casa, me espera un día muy largo y
cansado.
De pronto se me ocurre algo maravilloso para seguir ayudando a Miranda, sonrío travieso. Suena mi teléfono y me obligo a interrumpir mi pequeño concierto dentro del auto.
—Diga.
—Doctor soy yo, Frida, la mamá de Miranda.
—Señora, qué gusto ¿ocurre algo con Miranda?
—Un poco, le llamo para ver si puede recibirla hoy en su consultorio, ayer le dimos una noticia y no la tomó muy bien, creo que solo usted puede hacer que entienda. Rasco mi nuca, maldición, no tengo tiempo hoy.
—Entiendo, hoy estoy un poco ocupado pero ¿le parece si las visito en la noche?
—Claro, no se preocupe, aquí lo esperamos.
—Gracias por comprender, hasta la noche.
Cuelgo y suspiro, necesito apurarme a hacer todo lo que tengo que hacer, entre más pronto la vea mucho mejor.
Miranda
—Te dije que no lo llamaras, no lo necesito, no por ahora. Estoy consciente de mis decisiones y tienes que respetarlas.
—Ya lo sé, solo quiero que hables con él lo que no haces conmigo.
Su tono de voz me dice que está un poco celosa, o bastante. No es para menos, aunque quiero no puedo derribar esta barrera que hay entre mis padres y yo, es un muro inquebrantable. Tal vez porque se concentraron más es sus vidas como solteros que se olvidaron de nosotros.
Me encierro en mi habitación y tomo un baño, me quedo en la tina por horas hasta que la piel de los dedos se me arruga como pasitas. Poco a poco la espuma se va terminando y entonces es cuando comienzo a ver mi vientre más abultado, lo odio, comienza a notarse el embarazo y ya no tengo ropa holgada, necesito encontrar otro método para disfrazar mi embarazo antes de que se note más, o mejor aún, debería de una vez por todas deshacerme de él.
¿Pero cómo? Yo no puedo ser tan cruel, es una parte de mí…¡No, debo estar firme en mis decisiones! Es algo que ya decidí y no hay vuelta atrás, salgo de la tina de baño y rodeo mi cuerpo con una toalla, pongo una más en mi cabello que ya está un poco más largo, todo cambia, todo sigue su curso y mi alma sigue completamente igual, fría, oscura y sin vida.
Al ponerme los jeans el botón no me cierra, no sé cuantos kilos he subido y no quiero saberlo nunca. Salgo a la cocina y aprovecho que mi madre no está en la sala de estar para sacar debajo del fregadero un botiquín de emergencia, no me gusta pero por ahora no hay mucho que pueda hacer, saco un par de vendas y regreso a mi habitación. Me pongo frente al espejo para poder colocar bien las vendas en mi abdomen, las aprieto lo más que puedo hasta que me roba un poco el aliento. Luego me pongo mi blusa y suspiro, creo que las puse demasiado apretadas. Mamá entra y doy un salto de susto.
—Mamá ¿Por qué no tocas?
—¿Qué estabas haciendo?
—Me estaba vistiendo ¿Qué se te ofrece?
—Tu papá está aquí, quiere verte.
—Voy en un segundo.
Asiente y me mira como si estuviera resentida conmigo.
—Y por favor deja de comportarte como una adolecente de 15 años.
Sale y azota la puerta, bufo y cepillo mi cabello, cuando termino abro mi portátil y me dedico a buscar algunos lugares en donde realicen abortos y no sea tan caro, detesto tener que utilizar el dinero de Max… pero tendré que hacerlo. Hay una clínica que está aproximadamente a dos horas de mi casa, el precio es de 880 euros.
¡Madre mía, es muchísimo dinero!
—¡Miranda! —grita mi madre.
Cierro el portátil y salgo a la sala, papá me sonríe y me da un abrazo y beso en la frente.
—Mi niña ¿Cómo estás?
—Estoy.
Aprieta los labios y asiente, noto que mamá está muy cariñosa con él tanto que le prepara algo de cenar, yo me siento en el sofá y enciendo el televisor, cambio y cambio de canal hasta que encuentro un programa de entrega de premios musicales que le gustan a mi madre.
—¡Déjale ahí, va a cantar mi Taylor Swift! —grita desde la barra.
Rodeo los ojos y me cruzo de brazos, luego me vuelve a gritar que le suba el volumen porque desde donde está no se escucha. Insisto, desearía tener una madre normal.
En la alfombra roja desfilan grandes artistas, entre ellas Adele, sonrío al recordar el momento con Irán cuando cantaba sin miedo sus canciones, quisiera ser como él, tan seguro de sí mismo. Se sienta a mi lado mientras mueve sus manos de un lado a otro cantando Out of the Woods.
—Y la que se comporta como una adolecente soy yo. Se queda callada, papá me reprime y ella le dice que está bien, aunque me sigue asesinando con la mirada.
—Basta ya Miranda, no sé en qué momento me perdiste el respeto pero eso se acabó, me respetas o ya verás —grita, me quita el control y el timbre suena—, y ve a abrir la puerta, ya.
Nunca me había gritado, nunca me había visto así y mucho menos me había tratado de esta forma, me levanto del sofá y abro la puerta. Irán está aquí, me sonríe pero yo no le puedo corresponder de la misma forma, estoy enojada con todo el mundo.
—Hola.
—Pasa.
Doy media vuelta y me dirijo hacia mi habitación, mis padres lo saludan y me detengo un poco.
—¿Te importa si estamos en mi habitación? Mi madre está viendo una entrega de premios muy importante para ella y no quiero molestarla.
Digo sarcásticamente, Irán los mira a ambos y asiente.
—Claro.
Me sigue y en cuanto cierro la puerta doy un grito, genial, eso lo aprendí de él.
—¿Qué te ocurre? —se sienta en el sofá cama y me uno a él.
—Estoy enfadada, la trabajadora social del hospital en donde está Antonio les metió a mis padres la maravillosa idea de abandonarlo, quieren que lo deje solo y eso no lo voy a hacer.
—¿En qué sentido?Luego de un largo suspiro continúo. —Les dijo que tenemos que hacer nuestra vida normal porque no sabemos cuándo es que va a despertar ¿puedes creer esa tontería? Nos está pidiendo que lo abandonemos en ese hospital y ellos inhumanamente están de acuerdo.
—No creo que sea inhumano, yo creo que tienen razón. —¿Tú también? ¡Increíble!
—Dime que es lo que te molesta en realidad.
—Que no me entiendan, nunca lo hacen.
—¿Ya has hablado con ellos? Pero realmente hablado, sin gritos ni sarcasmo.
Me quedo pensando, creo que no. Guardo silencio y pone una mano en mi rodilla, doy un ligero brinco y la retira nervioso.
—No te voy a decir lo que tú ya sabes, la comunicación es la base de cualquier relación: familiar, de amistad, amorosa… espera un momento.
Se pone de pie y sale unos segundos, cuando regresa lo hace con mis padres. Ambos se sientan en la cama con la mirada hacia abajo. Irán vuelve a su lugar a mi lado, pero esta vez se asegura de guardar completa distancia, más de la que ya había.
—El día de hoy haremos una terapia familiar.
—Solo si mamá no se enoja por interrumpir su valioso…
—Te dije que bajaras ese tono conmigo Miranda, una más y no lo soportaré.
—De acuerdo —interrumpe Irán—. Quiero que me digan como era su relación familiar antes, durante y después de su divorcio.
Trago saliva y miro hacia otro lado, no quiero verlos, estoy demasiado enfadada con ellos. Comienza papá a hablar.
—Antes de divorcio todo era bueno, es decir, pasábamos ratos en familia, mis hijos vivían en casa, luego Antonio se mudó y se casó, todo era increíble.
—¿Y después?
—Después vinieron las peleas, los gritos, Ricardo y Sebastián se salían de casa y a mí me dejaban sola escuchando todo eso —digo con un nudo en la garganta.
Fueron tiempos difíciles que en ningún momento me gustaría volver a vivir. —No éramos conscientes del daño que les estábamos haciendo a nuestros hijos, sobre todo a Miranda que era la más pequeña, pero el divorcio fue inevitable, ya no nos entendíamos y era mejor eso a estar peleando por tonterías.
Irán asiente y analiza nuestras miradas, lo sé porque la siento en mí a pesar de que no los estoy viendo. Como una película se incrusta en mi memoria esos momentos, nada volvió a ser igual por más que se esforzaban.
—¿Han tenido parejas después del divorcio?
—Yo no —responde mamá.
—Lo intenté unos meses, pero no funcionó.
—Bien, veo en ustedes un problema de comunicación. Miranda quiere decir muchas cosas pero no lo hace, explícales por qué.
Me remuevo incomoda en el sofá.
—Genial —susurro—. Porque siento que no van a comprenderme.
Por fin volteo la cara, mamá ha comenzado a derramar algunas lágrimas y papá quiere hacerlo, pero no lo permite.
—No digas eso hija, en nosotros siempre vas a tener todo el apoyo que necesites, no digas que no te entenderemos, somos tus padres.
—¿Entonces por qué no permiten que siga yendo al hospital? No entienden que quiero estar a su lado.
—Es que nadie te lo impidió, simplemente queremos que continúes con tu vida, y que no te desveles ni pierdas tus días, eres muy joven y tienes mucho por delante, eso déjalo para personas mayores como nosotros. Empiezo a llorar, ya no es impedimento para mi hacerlo, me duele y odio tener que aceptarlo pero tienen razón, lo único que necesito son fuerzas para continuar con todo esto.
—Habla con nosotros Miranda, dinos que sientes, solo así vamos a poder comprenderte como tú lo quieres, sin gritos ni sarcasmo.
—Sé que no he sido la mejor hija y que últimamente estoy insoportable, pero lo único que quiero es que me apoyen, no de presencia sino de corazón.
—Eso es lo primordial, díganse lo mucho que se quieren, lo que les pasó no es más que una señal y un aviso para que no dejen pasar el tiempo, para que estén unidos y no pierdan el tiempo en tonterías, dios se llevó a dos de sus hijos, pero Antonio y Miranda están aquí, apóyense y hablen, mientras haya comunicación entre ustedes todo será mucho más fácil de sobrellevar. Encuentro muchísima verdad en sus palabras, como siempre, él me hace entrar en razón, lo odio por eso.
Me levanto y me lanzo a los brazos de mis padres, les digo al oído que los amo, no quiero perder más el tiempo como dice Irán.
—Prometo ya no comportarme como adolecente.
—No, mamá nunca cambies, te amo tal cual eres.
Me siento en sus piernas y me cuelgo de su cuello como cuando era pequeña, dios, había olvidado lo bien que se sentía, creo que no hay mejor momento que mamá me trate como pequeña aun cuando ya no lo soy.
A Irán le brillan los ojos, podría jurar que quería llorar… no, que tontería. Se aclara su garganta y sonríe mostrando los dientes, adoro esos malditos rulos en su frente… ¿Qué? ¡No! Los odio. Sí, los odio.
—¿Hay algo más que tengan que decirse? ¿Miranda?
—No, de ahora en adelante seré una mejor hija, lo prometo.
—Ya eres la mejor mi amor.
—Qué bueno, me hace mucho bien verlos así. Había pensado que llevamos un buen proceso y no me gustaría que se perdiera, ¿te gustaría que aumentáramos las sesiones a dos por semana?
—Doctor no queremos abusar —dice papá.
—No, estoy muy involucrado en esta situación y lo único que quiero es que todo se solucione.
—Para mí está perfecto, creo que eres muy bueno.
Ríe un poco y se pone de pie, luego todos lo hacemos y caminamos hacia la sala.
—Entonces nos vemos el próximo viernes, y después el lunes.
—Sí, te acompaño a la puerta.
Se despide de papá y mamá y lo acompaño, nos quedamos en el pasillo y sonrío.
—Es la primera vez que te veo realmente bien.
—Me siento mejor, necesitaba tanto un abrazo y un beso de mis papás.
—Lo sé, eso nunca deja de necesitarse. Estoy orgulloso, estás superando esto más rápido de lo que pensé.
—Eso es gracias a tu ayuda, sin ella yo no hubiera podido.
Da un paso más y lo veo demasiado cerca, acaricia mi mejilla con su dedo pulgar y cierro los ojos.
—Claro que hubieras podido, eres muy fuerte, más de lo que imaginé —susurra y su aliento me golpea el rostro, es… delicioso.
—No lo soy.
Abro los ojos, el tenerlo tan cerca ahora hace que mi temperatura se eleve sin saber por qué, mira mi rostro y luego mis labios, yo veo los suyos y me doy cuenta del error que estoy cometiendo, trago saliva y conduzco mis labios hasta su mejilla, le doy un beso y dejo mi boca ahí unos segundos más. Mierda, no entiendo mi maldito comportamiento… pero huele tan rico, es como embriagador su aroma, nunca habíamos estado así de cerca.
Da un paso atrás y se aclara la garganta.
—Te veo el viernes.
—¿No quieres quedarte a cenar? —digo esperanzada en que diga que sí.
—No, gracias.
Me dedica una sonrisa que no alcanza a llegar ni a los ojos y gira sobre sus pies, camina sin mirar atrás y yo me quedo como idiota viéndolo hasta que desaparece por el pasillo.
—Oh por Dios ¿Qué mierda acabo de hacer?
No, no Miranda, no puedes cometer el mismo error dos veces.
No, no y no.
Entro y suspiro todavía afectada por su maldito aroma.
—Ven a cenar mi vida.
—No gracias Mamá, no tengo hambre.
Me siento en el sofá, la entrega de premios continúa, ahora está cantando Kendrik Lamar pero es lo único que sé porque no pongo atención a su presentación, solo puedo pensar en el momento que acabo de vivir, me sentí tan rara, todavía lo estoy.
—Tu padre se metió a bañar ¿hay algo más que me quieras decir?
Ni siquiera sentí cuando mi madre se sentó a mi lado, me niego rápido.
—No.
—¿Segura?
Mueve sus ojos como si supiera que estoy ocultando algo, y que ese algo es un embarazo.
—Segura ¿Por qué preguntas?
—Simple curiosidad.
Sonríe y ve hacia el televisor.
—¿Y qué pasó con tu Ángel? —¿Qué?
—Con el doctor, te tardaste más de la cuenta cuando solo lo ibas a despedir.
—Le estaba agradeciendo, y no es mi Ángel.
—Lo es, él es el Ángel caído que aparecía en las cartas, es él.
Lo dice tan emocionada y sin verme, sonrío por dentro, tal vez mi alocada madre tiene razón, desde que él apareció en mi vida todo se ha calmado y mejorado un poco después de todo.
—Creo que tienes razón.—¡Claro que la tengo, lo supe desde la primera vez que lo vi! Te lo he dicho tantas veces, las cartas no mienten y desde su aparición solo veo cosas buenas —se voltea hacia mí—, aunque veo a otra persona, un ser indefenso que todavía no logro descifrar que es, pero trae mucha luz, luz a tu vida. ¿Segura que no quieres decirme nada? Mierda, seguro se refiere a mi embarazo, seguramente ya lo sabe… joder, nunca imaginé que podría llegar a creer en sus locuras.
—¿A qué te refieres? Dímelo claro.
Suspira y apaga el televisor, me da tanto miedo lo que está a punto de decirme.
—Es sobre Max, pero tranquila que no voy a presionarte, me lo dirás cuando estés lista.
Bajo la mirada, en definitiva no quiero hablar de él pero… tengo la necesidad de hacerlo, con ella.
—Me engañó, se burló de mí de la manera más cruel que se puede.
Digo esto casi en un susurro, incapaz de verla bajo la mirada.
—¿Cómo fue?
—En los días que me desparecí de aquí, me enteré que estaba comprometido, siempre lo estuvo.
—¿Y en donde estuviste?
—En Nueva York —me preparo para el regaño.
—¿Nueva York? ¿Y qué pasó?
—Solo quería comprobar lo que ya sabía, se estaba casando, y no le importó verme ahí frente a él, lo hizo sin tener compasión de mí, me destruyó por completo.
—Dios, lo que debes estar sufriendo.
—Ya no, mamá todo el amor que yo le tenia se convirtió en odio, lo detesto con toda mi alma, si algún día vuelvo a verlo te juro que le romperé la cara.
—Amor, no es bueno que almacenes en tu corazón rencor, debes dejar ir todos esos malos sentimientos que solo te hacen mal.
—No puedo, deseo tanto que le vaya mal y que toda su vida se vuelva una maldita pesadilla justo como convirtió a la mía.
Toma mis manos y limpia mis lágrimas, ella también ha comenzado a llorar.
—¿En dónde quedó mi pequeña niña risueña, alegre y con sueños por cumplir?
—Maximiliano Ferreira se encargó de acabar con esa Miranda, está muerta igual que mis hermanos, ahora solo es mi cuerpo sin vida lo que vaga. Me robó mi vida, mi alma y mi futuro, quisiera que se muriera en este mismo instante.
—Hey, no puedes desear esas cosas, solo dios puede juzgarlo y solo él puede decidir cuándo es su momento para llevárselo. No desees mal mi niña, tarde o temprano la vida misma será la que le dé su lección.
—Mientras yo muero día con día, eso no es justo.
Me abraza y me recuesto en su pecho mientras acaricia mi cabello.
—No, no es justo pero muchas cosas en esta vida no lo son, tarde o temprano se dará cuenta que dejó ir a una gran mujer.
—Yo lo vi mamá, estuve ahí presenciando su maldita boda, vi el momento en el que lo perdí.
—Tú no lo perdiste, él te perdió a ti. Demuéstrale al mundo que no estas derrotada, que todavía queda una Miranda que es ahora más fuerte que antes.
—Pero no lo soy.
—Sí lo eres, convéncete de eso.
Mientras me aferro fuerte a ella pienso si debo decirle que aparte de todo lo que me ha hecho me ha dejado embarazada, son tantas cosas que… no, no puedo decírselo aún, si se lo digo me obligará a tenerlo y no quiero.