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24 de Diciembre del 2014
El tiempo pasó casi en un abrir y cerrar de ojos desde la muerte de All y todo había ocurrido a partir de ese suceso.
Benjamín se enojó tanto conmigo que no sabía nada de él, ya no quería hablarme.
Sandy continuaba en busca de trabajo, pero ahora feliz porque ella y Gabriel ya estaban saliendo.
Mi madre había salido de viaje, sentí que me quitaron un peso de encima ya que seguro vendría con una lista de preguntas sobre el por qué no seguí mi relación con Ben.
Y yo continué con Samuel, nuestra relación se había forjado de una manera tan maravillosa que ya no imaginaba mi vida sin él. Aquel día decidimos dejar todo y ser felices juntos, y tampoco había dejado de dejar mi rosa de todos los días.
Era simplemente el mejor.
—Ayudame a poner la estrella —dijo Sandy ansiosa.
Estaba feliz de decorar el árbol de Navidad aunque no era una época que fuera de mi agrado, mamá salía siempre de viaje y mi padre sólo llamaba desde San Luis. Prácticamente mi única familia era Sandy, pero ella pasaba aquella fecha con su madre.
El año pasado estuve con ellas y fue muy divertido, las dos eran muy ocurrentes y las quería demasiado.
—Vamos, ayúdame —se subió a una silla y la impulse del trasero —. Otro poco, empuja un poco más.
Traté de empujarla un poco más pero no podía llegar a la punta del árbol, era muy pequeña y se veía tan curiosa que el reír me quitaba fuerzas.
—Déjame intentarlo —le propuse.
Se bajó de un salto y fue mi turno. Me subí y agarré la estrella, estire mi cuerpo y manos lo más que pude.
Estaba tan concentrada que no me di cuenta que Samuel estába ahí hasta que abrazó mi cintura y me cargó para ponerme en el piso. De inmediato buscó mi boca y nos fundimos en un lindo beso.
Solamente un día y yo ya lo extrañaba demasiado.
Sandy chillaba y trataba de separarnos aleteando las manos.
—Super Samuel, ayúdanos a terminar de adornar el árbol.
—De acuerdo —me besó una vez más y me quitó de las manos la estrella.
Cuando él terminó mi amiga aplaudió y dio de pequeños brincos, encendió las luces del árbol y me abrazó.
—¡Quedó precioso!
Correspondí a su abrazo, cuando se separó de mí y con lo emocionada que estaba no se dio cuenta que Samuel estaba tras ella.
Levantó los brazos y lo golpeó en la cara.
—¡Sandra! —le grité y se dio la vuelta apenada.
Samuel de inmediato se llevó ambas manos al rostro, pequeñas gotas de sangre comenzaron a caer al piso como si de agua se tratara.
—Estoy bien, no se preocupen —dijo él.
—Dios, no lo estas.
Lo agarré de la mano y lo guíe al sofá. Se recostó y su rostro fue perdiendo color poco a poco
—Perdóname por favor, yo no quería pegarte —dijo Sandy al borde de las lágrimas.
—Sandy tranquila, fue un accidente.
La hemorragia no se detenía, tuve que recurrir a ponerle en la frente una toalla húmeda.
—Seguro le rompiste la nariz Sandra, no para de sangrar.
—Pero no me duele.
Lo miré preocupada y tomé su mano.
—Será mejor que te lleve al médico.
—No es necesario Kathe, estoy bien ya te lo dije.
—Si estas bien ¿por qué no dejas de sangrar?
—Ya va a pasar.
Sandy empezó a llorar sin ningún consuelo.
—Te lo juro, no quería hacerlo.
—Sandy estoy bien ya te lo dije, ya está pasando.
Y en efecto, poco a poco dejó de sangrar y respiré aliviada.
—Debes ser más cuidadosa Sandra —le dije, ella seguía en la esquina llorando.
—Ya amor, no la regañes.
Inclinó despacio la cabeza y sonrió, se quitó la toalla de la frente y la dejó a un lado. Yo también sonreí y me acosté encima de él.
—Sabes que si algo te pasa no sabría que hacer —dije, no lo estaba viendo pero estaba segura que acababa de fruncir el ceño.
—Nada va a pasarme si Sandy no está cerca.
Ella sorbió por la nariz y lo miró enojada.
—Escuché eso —dijo, puso los brazos en jarra y ambos reímos.
—Es broma mujer.
Levanté la mirada y besé su mandíbula, él se inclinó para poder besarme mejor.
—¿Estás nerviosa? —preguntó.
—Mucho.
—No lo estés, mis padres te amaran como yo.
—Voy por mi celular y nos vamos ¿seguro que estás bien?
—Seguro.
Besé su boca una vez más y corrí a mi habitación, sin querer los nervios que había estado sintiendo todo el día regresaron.
Estabamos a punto de formalizar nuestra relación, me presentaría a sus padres y mis emociones iban y venían.
Miré mi rostro una última vez por el espejo y salí.
—Listo, vámonos.
Se levantó del sillón y agarró mi mano, era increíble que el más simple tacto producía en mí tantas emociones.
—Se divierten —dijo Sandy—. Saludame a tus suegros.
—Sí, seguro.
Salimos y el aire golpeó mi rostro.
—Estoy nerviosa —abrió la puerta del copiloto y entré.
—No debes estarlo —dijo cuando estuvo a mi lado—, me haces muy feliz eso lo saben, y por eso te aman. Un poco menos que yo pero te aman.
Reí y recargue la cabeza en el asiento, lo miré curiosa y completamente enamorada.
Ese hombre que tenía a mi lado ya era mi vida, todo lo que hacía o decía me ponía feliz. Amaba sus virtudes y también era capaz de ver sus defectos y me enamoraba todavía más de él.
Ese sentimiento era maravilloso, era como si algo hubiera estado apagado dentro de mí y él con su luz diera esa chispa que provocó encender todo mi cuerpo.
Yo no sabía que era cursi, ni tampoco que era celosa y ahora lo sabía porque estaba experimentando todo a su lado y simplemente era hermoso.
Puso de nuevo aquella canción en italiano y comenzó a cantar.
—Ya dime que dice esa canción, por favor —junté mis manos rogando y haciendo puchero.
—No hagas esas caras, haces que quiera comerte a besos y estoy manejando.
—Pero yo no —me quité el cinturón y me acerqué para besar su cuello.
—Ponte el cinturón por favor.
Ordenó y me quedé sorprendida, la adrenalina me corrompió e hice lo que me pidió.
Me crucé de brazos y observé el camino por la ventana.
No supe como, ni en que momento pero todo pasó tan rápido. El chirrido del auto resonó en mis oídos, tal fue el impacto que tuve que agarrarme del tablero del auto.
Jadee cuando nos detuvimos, Samuel golpeó el volante con la palma de la mano y todo mi cuerpo temblaba de miedo.
Del otro lado el auto estába intacto, Samuel me inspeccionó con la mirada.
—¿Estás bien? —preguntó exaltado y preocupado.
—Sí, ¿tú estás bien?
—Quedate aquí, no salgas para nada.
—¿Qué vas hacer?
Se bajó furioso azotado la puerta, caminó hasta el otro conductor y lo sacó a la fuerza, toqué mi pecho, estaba casi segura que el corazón se me iba a salir.
Comenzaron a discutir, me bajé y corrí hasta llegar a ellos todavía con el temblor en mis piernas y manos. Entendía el enojo de Sam ya que el chico estaba excesivamente borracho. Lo agarró de la camisa y estuvo a punto de golpearlo pero lo detuve.
—Sam, por favor vámonos.
—Te dije que te quedarás en el auto —dijo con los dientes apretados y sin dejar de ver al chico.
—No lo haré sin ti, por favor déjalo y regresemos.
—Hazle caso a tu novia, o me la llevo a seguir con la fiesta —me miró y guiñó un ojo—. ¿Qué dices muñeca?
Samuel enloqueció y estrelló su puño en la cara del chico, de inmediato lo hizo sangrar y lo dejó caer al suelo.
—¡Samuel! —grité aterrada.
Nunca lo había visto de esa forma y no sabía cómo reaccionar, me quedé paralizada. Me tomó de la mano y me arrastró de nuevo al coche. Manejó con precaución pero con la mandíbula tensa.
—No te enojes conmigo —susurré mientras jugaba con mis dedos.
—¿Te das cuenta? ¿Qué hubiera pasado si no te hubiera dicho que te pusieras el cinturón?
—Perdóname.
—No tienes ni idea de cuantas personas mueren en el hospital por irresponsabilidades cómo el de ese chico. Y si te hubiera pasado algo...
—Pero no pasó Sam.
Quería poder saber que era lo que estaba sintiendo o pensando pero era evidentemente imposible. Seguimos nuestro camino en silencio, incluso apagó la música.
Estacionó el auto frente a una pequeña casa de ladrillos rojos, apretó los labios y me miró.
—Listo, llegamos.
Tragué y asentí.
Estaba a punto de conocer a sus padres.
Traté de darle a mis pulmones un poco de aire, quise abrir la puerta pero me detuvo agarrando mi mano.
—Perdón —susurró.
Regresé a mi posición y acaricié su mejilla.
—Me puse celoso —confesó
—¿Por qué?
—Cuando ese infeliz te miró y dijo... —puse mi dedo índice en sus labios y sonreí.
—Tranquilo.
—No soporté que te viera de esa forma.
—Sam, soy tuya.
—Ell sólo imaginarte con alguien más, si te hubiera pasado algo... amor, tú eres toda mi vida, no sé que haría si me faltaras.
—Eso no va a pasar —me acerqué a sus labios —. Te amo Samuel, eres el hombre de mi vida y no me veo con nadie más, sólo contigo.
Se quedó pasmado y me miró a los ojos. Jamás creí que podría llegar a sentir aquello que en ese momento sentía, no tenía idea que se pudiera o que existiera tal sentimiento.
Recargó su frente en la mía y cerró los ojos.
—Dimelo otra vez, por favor —susurró en mis labios.
—Te amo—repetí.
—De nuevo.
—Te amo Samuel.
—Otra vez —reí y besé sus labios.
—Te amo, te amo, te amo, te amo.
—Y yo a ti, te amo demasiado Kathe.
Nos besamos, lo que fue un beso tierno poco a poco comenzó a tornarse intenso y deseoso.
Las luces de otro auto me hicieron abrir los ojos y nos separamos un poco.
El vehículo color rojo estacionó frente a nosotros, no logré ver quién era pero Samuel sonrió y me pidió que salieramos.
Cuando lo hicimos el otro chico salió también, se abrazaron y rieron.
Me encantaba verlo feliz, eso prácticamente me hacía feliz a mí.
—Kathe, ven —me agarró de la cintura y me pegó a su cuerpo—, él es James, un gran amigo de toda la vida. James, ella es la mujer de mi vida: Katherine.
El chico era guapo, rubio de ojos verdes y con la cabeza rapada, traía en una mano flores y en la otra un oso de peluche.
Era muy alto y musculoso me sentía rara porque a su lado parecía un pequeño duende.
—Mucho gusto —estiró su mano y la estreché con la mía.
—Me da gusto ver que al fin Samuel me presenta a una novia —se acercó a mi oído y susurró—. Ya estaba pensando que era gay.
Me reí tan fuerte que Samuel me miró con el ceño fruncido.
—Mucha risa, será mejor que entremos está haciendo frío.
Caminamos y James frente a nosotros. Samuel se detuvo y me jaló.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Espera un segundo.
Asentí y miré a James que tocaba la puerta de madera. Esperó unos segundos y después miró su reloj.
Cuando la puerta se abrió una chica casi de la estatura de Sandy apareció detrás de ella, miró a James y los ojos se le llenaron de lágrimas, no esperó más y se colgó de su cuello.
Caminamos unos pasos hacia ellos yo aún sin entender que era lo que estaba pasando, se besaron unas cuantas veces mientras reían y ella no paraba de llorar.
—¡Sam! —gritó cuando se separó de James.
Samuel abrió los brazos y la recibió con un fuerte abrazo, después me miró con una enorme sonrisa y traté de hacer lo mismo.
—Tú eres Kathe —afirmó y asentí. Era muy bella, sus ojos eran color avellana y el cabello negro acomodado en un moño. Vestía con unos shorts cortos, tenis y una blusa holgada. Parecia que el frío no pasaba por su cuerpo.
Igualmente me abrazó contenta.
—Ella es mi hermana Sara. Y ella—dijo refiriéndose a mí—, es la mujer de mi vida.
—Al fin, es un gusto conocerte. Vamos adentro, mamá terminó de preparar la cena.
Me agarró de la mano y me llevó hasta adentro, el olor y el calor a hogar me recibieron.
Al entrar pude percibir de inmediato la pequeña sala, enseguida el comedor y a un lado la cocina donde una mujer con el cabello canoso estaba de espaldas.
—¡Mamá ya llegó Sam y Kathe! —gritó y corrió hasta ella.
La mujer se dio la vuelta y me sonrió. Era tan parecida a Samuel, estrechamos nuestras manos.
—Un placer conocerte Kathe, mi hijo habla maravillas de ti tanto que aquí ya te queremos como un miembro más de nuestra familia.
—Muchas gracias señora, escuchar eso me hace muy feliz.
—A mí me hace feliz ver a mi hijo tan contento contigo.
Samuel caminó hasta nosotras, besó la mejilla de su mamá y se unió a mi lado.
—¿Verdad que es preciosa?—preguntó él haciéndome sonrojar.
—Claro que sí hijo.
Bajé la mirada apenada casi queriendo meter la cabeza de bajo de la mesa. James la abrazó como si fuera su madre, parecía que no se veían desde hacía mucho tiempo.
—Me alegra tanto verte y que estés bien.
—A mi también me da tanto gusto estar aquí con ustedes.
—Pero pasen a sentarse, en un momento estará la cena. Kathe —agarró mi mano y la apretó—, bienvenida, estás en tu casa.
—De nuevo, muchas gracias señora.
—Llámame June.
Asentí con una espléndida sonrisa, nos sentamos en uno de los sillones, Sara y James frente a nosotros.
—Te dije que te amarían —susurró Samuel.
—Todavía sigo nerviosa ¿y tu papa?
—Ya no debe tardar, ya no estés nerviosa amor. Tratamos de ser lo más normales posible.
Besé la comisura de sus labios, aunque quería comérmelo a besos pero estábamos en la casa de sus padres y tenía que respetar.
—¿Y cómo te fue? —le preguntó Samuel a James.
—Pues estoy aquí —volteó hacia Sara y apretó su muslo.
—James es militar —me explicó Samuel—. Él y yo siempre fuimos juntos al colegio y terminó enamorándose de mi hermana. Mejor amigo y cuñado a la vez.
—Claro, si hubiera sido alguien más Samuel ni loco me dejaba tener novio, es un celoso de primera. Ten cuidado Kathe.
Dijo Sara, sonreí y bajé la mirada.
Demasiado tarde, aunque sus celos eran tiernos y encantadores.
—¿Quieres algo de tomar? —me dijo Samuel.
—No, gracias.
Besó mi mano y asintió. La puerta principal se abrió y un hombre de igual manera canoso y acabado entró con leña.
Samuel fue a ayudarle y la dejaron a un lado de la chimenea que había detrás de James y Sara.
—Tú debes ser Kathe —me dijo
Me levanté y le ofrecí mi mano.
—Un gusto.
—La famosa Kathe de la que mi hijo habla tanto.
Volví a sonrojarme y miré hacia abajo.
Eran unas personas tan sencillas y humildes que ya me sentía en mi hogar.
—Sientate.
—Gracias señor.
—Oh, sólo dime Johny que no estoy tan viejo.
Al sentarme de nuevo mire a Samuel con una sonrisa y asombro.
—¿Jonhy Cash y June Carter? —susurré, él carcajeó y asintió.
—Son amantes del rock y bueno, casualidad o destino no lo sé pero se enamoraron al instante. Cómo yo de ti.
—Wow que maravilla.
—Ven conmigo —me tomó de la mano y me llevó a una puerta que estaba bajo la escalera.
La abrió y la habitación estaba muy oscura.
Cuando prendió la luz sonreí pues había demasiadas fotos pegadas en las paredes pintadas de color verde.
—Esta era mi habitación, cuando me mudé decidí hacer un pequeño estudio aquí. ¿Te gusta?
Caminé para poder apreciar cada fotografía.
Eran maravillosas y de verdad tenía un gran talento.
—Es increible, me encanta.
Sentí sus pasos tras de mi y me abrazó por detrás.
—Me encantaría hacer una sesión de fotos contigo.
—¿Aquí? —me di vuelta y lo miré ceñuda.
—Sí aquí.
—De acuerdo.
Accedí emocionada, di unos pequeños brincos y aplausos.
—Desnuda.
La sonrisa se me borró y abrí completamente los ojos.
—¿Desnuda?
—Sí. Es un pequeño sueño que tengo con tu cuerpo. Pero tranquila, no voy a obligarte a hacer algo que no quieres cariño.
Pensé en la posibilidad, no perdía nada pues él ya conocía cada centímetro de mi cuerpo, a decir verdad no era mi cuerpo: ya era suyo.
—¿Y quien las verá?
—Sólo yo, aquí revelo mis fotos y si yo no quiero nadie se entera de que se tratan. En este lugar nadie entra si no lo autorizo.
Sonreí, nadie entraba, sólo yo.
Sólo yo.
Yo.
—De acuerdo.
Su sonrisa se amplió y besó mi frente.
—Voy por un par de cosas que necesito y mientras tú te preparas, no tardo.
Asentí y salió.
Me quité el abrigo, de pronto me encontré con un infernal calor y mi frente y cuello sudaban.
Quité mis botas y me bajé el pantalón.
Traté de deshacerme de toda mi ropa lo más rápido posible, cuándo entró aún tenía puestas mis bragas.
Me había parecido fácil pero me di cuenta que no lo era, tapé mis pechos y sonreí por la absurda pena que me absorbía.
Las bajé poco a poco tímida ante su penetrante mirada, se aclaró la garganta y colocó el tripie de su cámara.
Mientras yo abrazaba mi cuerpo el colocaba la iluminación, era ya todo un profesional y me hacía sentir orgullosa.
—No me mires así, no puedo concentrarme.
—Lo siento.
Dirigí la mirada hacia otra parte mientras sentía los minutos pasar lentamente.
Sacó una sábana y me la tendió.
—Para que no te sientas incómoda.
No me incomodaba, más bien el estar así, desnuda en un lugar solo y cerrado me hacia desearlo con todas mis fuerzas.
La enrolle en mi cuerpo y él regresó a lo suyo, apagó las luces y únicamente dejó alumbrando la de los reflectores y lámparas.
—¿Lista? —preguntó.
Asentí y me quité la sábana poco a poco.
—No, déjala puesta.
Caminó hacia mi y la acomodó dejando mis hombros al desnudo.
—Así está perfecta.
Regresó a su postura y tomó unas cuantas fotos.
—Ahora sin mover la sábana date la vuelta.
Hice lo que me pidió, escuché el sonido de la cámara y traté de que los flashes no me cegaran.
De pronto sentí su aliento en mi piel y solté un gemido.
Fue bajando la sábana de mi cuerpo haciendo ligeros toques en mi piel.
Dejó caer mi cabello en mi espalda y retrocedió.
Después regresó y lo hizo de lado rozando mi cuello.
Todo lo estaba haciendo magníficamente y lo hacía parecer tan fácil.
Estaba sudando y en ese momento me odiaba tanto.
Cerré los ojos y resoplé, agarró mi cabeza y la giró un poco hacia un lado, miré abajo sintiéndome como una modelo profesional.
Se volvió a acercar y quitó completamente la sábana de mi cuerpo, me agarró de la cadera y besó mi cuello, para mi asombro se retiró de inmediato.
Eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos, no me importaba nada, me sentía libre y feliz. De hecho, nunca había estado tan feliz.
Después me hizo acostarme en el piso para otras tomas,
—Eres toda una modelo —dejó en su pequeño escritorio la cámara y se unió a mi.
Sonreí y negué con la cabeza.
—No lo sabía.
—Pues ahora ya lo sabes, eres mi musa.
Guardó un poco de cabello detrás de mi oreja y sonrió.
—Eres tan hermosa —susurró.
—Hazme el amor Sam.
Sonrió sin despegar los labios.
—Llevo cuarenta minutos aguantando verte desnuda y tocándote. No perderé un segundo más.
Comenzó a besar mi cuello y sentí su exquisita lengua en mi piel.
—¿Siempre estarás a mi lado? —pregunté en un hilo de voz.
—Sí, prometo siempre estar a tu lado.
Hicimos el amor como si fuéramos un par de locos, porque dicen que quien no está loco no es feliz y yo en ese momento era inmensamente feliz.