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28 de Octubre del 2014
Me bajé del taxi frente al parque Hyde Park el 28 de Octubre del 2014 a las 6:30pm.
Bajé y caminé un poco hasta encontrar una banca vacía, saqué mi cuaderno y lo miré en blanco una vez más.
Aún faltaban semanas para la exposición y todavía no tenía ninguna idea en concreto. Me faltaba inspiración y no la encontraba por ningún lado.
Levanté la mirada y sonreí al ver a los pequeños niños jugar.
De pronto mis ojos me condujeron a los de un chico detrás de un árbol con una cámara fotográfica.
Sonreí y acomodé mi cabello de lado. Crucé la pierna y traté de aparentar que me era indiferente.
Lo cierto era que me llamaba mucho la atención y no sabía si acercarme a él o correr.
Al final elegí la primer opción, me levanté y caminé discreta hasta llegar a él.
—Hola —dije con una sonrisa y se encogió de hombros. Salió de su escondite y sonrió, se acomodó un poco el cabello que caía en su frente.
—No te asustes, no te estaba espiando.
—Yo no estoy asustada—se relajó y me mostró su linda sonrisa, el aire sopló y alborotó su cabello rubio.
Sus ojos azules tenían un brillo especial que me hacía sonreír como tonta.
De su cuello colgaba su cámara y sin aviso alguno me tomó una foto, me sonrojé por tal acto ya que no lo veía venir.
—¿Por qué fue eso? —susurré.
—Simplemente porque eres muy bella, me encanta tomarle fotos a cosas bellas.
Me sonrojé todavía más.
¿Podía ser más adorable?
Bajé la mirada y tomó otra foto.
Dios, si seguía haciendo eso mi cabeza iba a explotar.
—Soy Samuel —me ofreció su mano amablemente, estreché la mía en la de él y me dio un ligero apretón.
—Katherine —susurré.
—Es un placer concerté al fin, Katherine.
—¿Al fin?
Arqueó una ceja divertido, puse los ojos en blanco y di media vuelta pero en un abrir y cerrar de ojos ya estaba frente a mí.
—Cásate conmigo.
Lo miré primero nerviosa y después comencé a reír.
—¿Qué fue eso? —pregunté sin dejar de reír.
Aprovechó para tomarme más fotos y se me fueron las ganas de seguir riendo.
—Te acabo de pedir que te cases conmigo.
—Déjate de bromas, me tengo que ir —me impidió el paso e hizo una foto más.
—No es ninguna broma.
—Ni siquiera te conozco.
—Podemos conocernos si tú quieres. Tendremos toda una vida para eso.
—¿Toda una vida? ¿Tú y yo? Estás loco.
—Nunca había estado tan cuerdo en mi vida como hoy, dame una oportunidad y te aseguro que no te arrepentirás.
¿Oportunidad?
No negaba que era muy guapo, de hecho era el chico más guapo que había visto, además de encantador y simpático.
Pero estaba loco si pensaba que me fijaría en el primer chico que se me atravesara en el camino.
—¿Y cómo sé que no eres un loco sádico que sale a buscar chicas morenas como yo, las seduce y luego les enseña un cuarto del dolor?
Dio una fuerte carcajada acaparando la atención de varios en el parque.
—Ves muchas telenovelas.
—No, leo muchas novelas. Pero eso no tiene nada que ver.
—Eres justo como imaginé —suspiró—. ¿Me aceptas un café? Así te darás cuenta que no tengo ninguna mala intención contigo.
—Así se empieza.
—Es en serio.
Mientras yo pensaba él estaba esperando mi respuesta ansioso, y se veía muy gracioso.
—De acuerdo, vamos.
Volvió a sonreír y yo sentía que me derretía cuando lo hacía.
Mierda, acababa de decir que no tenía ningún interés y ya había aceptado salir con él.
Que patética.
—Conozco uno cerca de aquí.
Asentí y caminé delante de él lo que pensé que era un error porque seguro me estaría viendo el trasero, miré por el rabillo del ojo y no lo estaba haciendo.
Miraba al frente sonriendo, no es que yo tuviera un culo deseable, pero estaba lindo.
Llegó a mi lado y caminamos en silencio hombro con hombro ¿por qué no dejaba de sonreír?
Quería saber qué era lo que estaba pensando —o lo que tenía pensado hacer conmigo— sería mejor preguntarle y así salir de dudas.
¿Pero qué le iba a preguntar? Ni siquiera sabía porque estaba caminando con él mientras seguía tomándome molestas fotografías.
—¿Puedes dejar de hacer eso?
—No puedo, ya te dije que eres hermosa.
Rodeé los ojos y seguí mi camino mirando hacia mis botas.
—Es aquí —dijo y levanté la mirada.
Mierda, la cafetería de Theo.
Theo era esposo de Julia, íntima amiga de mi madre y para colmo ella era muy comunicativa, por no decir otra cosa.
Samuel me abrió la puerta, al entrar mi mirada encontró a Julia detrás de la barra.
Me saludó con la mano y caminó hasta mí, parecía estar emocionada de verme.
—Kathe, ¿cómo estás? Es una maravilla verte por aquí.
—Hola, bien Julia, gracias.
Miró a Samuel de pies a cabeza y le sonrió sin ganas, arrugué la frente y fui hacia una mesa vacía.
Él se sentó a mi lado y apretó mi mano, como era de esperarse Julia vio con los ojos como platos aquella acción.
—¿Cómo está tu mamá? Siglos sin verla.
—Bien —puse mi atención en Samuel a ver si así adivinaba que me molestaba su presencia —. ¿Qué vas a pedir?
—Café negro, por favor.
—Yo un capuchino doble.
Julia salió disparada hacia la cocina y agradecí en silencio.
—¿Y qué haces en tus tiempos libres?
—Pintar.
—Interesante ¿en qué pintas?
—En óleo.
—Qué maravilla.
—¿Y tú?
—Soy fotógrafo del hospital central, tomo fotos para campañas, conferencias y todo eso.
—¿Y qué harás con mis fotos?
—Buena pregunta, no te preocupes que no haré nada malo.
—Entonces no tendrás ningún problema en eliminarlas.
—Sí, porque si las borro ¿qué voy hacer cuando no te vea?
Algo en mi estómago se desprendió y sin querer sonreí.
Julia llegó con nuestros cafés y se fue enseguida.
—¿Y tu familia? —preguntó.
—Mis padres se divorciaron cuando yo era pequeña, mi madre es soltera y mi padre sale con una mujer mucho menor que él. Tengo únicamente una media hermana: Kenia, ella tiene 15 años.
—¿Y tienes novio? —su pregunta me tomó por sorpresa y estaba un poco inquieto.
—Sí —mentí.
Apretó los labios y asintió, adoptó una postura rígida en su lugar y guardó silencio.
«Fue una mala idea mentirle» pensé.
El hombre dulce, tierno y sonriente que me encontré en el parque al parecer se había ido y ni cuenta me había dado. Contestaba seco y cortante cuando decidí romper el hielo y así fue hasta que nos tomamos el café.
Al final le pedí que me dejará pagar pero se negó, él pagó y salimos.
Las calles de Londres estaban completamente mojadas, la lluvia estaba un poco fuerte así que me quedé parada fuera mientras frotaba mis brazos.
Pude notar que se quitaba la gabardina, me negué cuando me la ofreció.
—Te estás muriendo de frío, acéptala por favor.
—No, te vas a resfriar.
—Yo no importo.
—No digas eso.
La colocó en mis hombros, no tuve otra opción que aceptarla, metí los brazos y rápido sentí el calor de su cuerpo en el mío.
Tapé mi cuaderno para protegerlo de la lluvia.
—Si te incomodaron mis comentarios te pido una disculpa.
—No, claro que no.
No supe que decir, su sonrisa desapareció.
—Escucha...
—No digas nada Kathe, entiendo.
Nunca en mi vida había sentido tan bonito que alguien me dijera así.
Miró hacia la calle ido, como si estuviera triste y pensativo.
—Te mentí —solté de golpe.
Volteó a verme con los ojos bien abiertos.
—¿Qué? —susurró.
—No sé por que, pero te mentí. No tengo novio.
Y ahí regresó su sonrisa.
—Escucha, espera aquí. Dejé mi auto en el parque, voy por él y te llevo a tu casa.
—Yo voy contigo, o por lo menos déjame darte tu gabardina.
—No.
—Te mojarás.
—Ya te dije que no importa.
Acarició mi mejilla con el dedo pulgar, cerré los ojos al darme cuenta que disfrutaba de su toque.
Era como si magia pura inundara mi cuerpo, pero esa magia desapareció cuando sentí cómo si me hubieran lanzado un balde de agua helada.
Al abrir los ojos me eché a reír al verlo empapado al igual que yo, un autobús escolar había pasado a toda velocidad mojándonos por completo.
Reímos, y creo que no había reído así en años, y creo que tampoco había visto algo tan bello como la sonrisa de Samuel.
Muchas cosas poco experimentadas en un sólo día.
Lo tomé de la mano y corrí con él dejando que me guiará hasta donde estaba su coche. Cuando lo encontró entramos de inmediato pues el granizo que empezaba a caer dolía como rocas gigantes.
Encendió la calefacción al verme temblar, me sentí mal al ver que su cámara estaba completamente mojada.
—Lo siento.
—No te preocupes, seguro tiene arreglo.
—¿Crees?
—Eso espero, si no la tiene me daré un disparo. Me costó trabajo tomarte todas esas fotos.
—¿De qué hablas?
La lanzó al asiento de atrás y se acomodó para verme mejor.
—Hace unas semanas vine a este parque a tomar algunas fotografías sobre la campaña ambientalista, no tenía planeado que pasara pero... te vi sentada muy concentrada con el ceño fruncido dibujando en tu cuaderno, recuerdo muy bien lo que llevabas puesto —tomó mi mano y la llevó a su pecho—. Me enamoré de ti.
—No me conoces —dije con una risa nerviosa.
—Exactamente, no te conozco pero con tan sólo verte supe que eres una niña maravillosa y desde ese día sólo vengo aquí para verte. Nunca pensé que te darías cuenta de mi presencia, y tan sólo con una sonrisa supe que eres el amor de mi vida.
En ese momento entendí por qué tanta seriedad al haber creído que de verdad tenía novio.
¿Cómo llegué hasta eso? Me pregunté.
—No digas nada por ahora ¿de acuerdo? Sólo quería que supieras que tienes un admirador en mí.
—De acuerdo.
Acarició mi labio y se alejó para encender el auto.
Le indiqué por donde llevarme y
cuando llegamos suspiró y volvió a tomar mi mano.
—Llévate mi gabardina, así tendré pretexto para volver a verte.
—De acuerdo, gracias Samuel.
Dudé un poco pero al final me decidí, me incliné y le di un beso en la mejilla.
Salí corriendo del coche y entré a casa, antes de cerrar la puerta me despedí de él con la mano.
Entré a mi habitación, me quité la ropa mojada y la cambié por mi calentita pijama de algodón.
Cogí pinceles, pinturas y mi caballete y empecé a pintar comenzando por unos ojos grandes y llenos de vida.