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5 de Noviembre del 2014
A Sandy le dolía la cabeza, Samuel le ayudó a bajar del auto y yo me aseguré de cerrarlo correctamente.
Desde un día antes no se había despegado de mi luego de haber aclarado las cosas, era un chico divertido y me hacía bien estar a su lado.
—Muchas gracias por traernos Sam —dijo ella sonriente.
—No hay porque dar las gracias, lo hice con gusto.
—Bueno, iré a mi recámara a descansar. Los dejo solos.
Rodeé los ojos cuando me vio con picardía, entró a su cuarto y por primera vez me sentí nerviosa de estar a solas con él.
—¿Quieres algo de tomar? —fui a la cocina para distraerme un poco pero no sirvió de nada, me siguió y se detuvo en mi espalda.
—¿Sabes que quiero?
—No.
Giré sobre mis pies para verlo, se acercó y tragué saliva, ¿por qué estoy tan nerviosa? Miré mis pies y cuando llegó a mí con sus dedos levantó mi barbilla.
—Un abrazo tuyo.
—¿Solo un abrazo?
Asintió y me sentí sorprendida, pensé que me pediría todo menos un abrazo y no, yo no era una pervertida.
Me lancé sobre él, aspiré su delicioso aroma a lavanda. Enterró su nariz en mi cuello, sentí su respiración y de alguna manera me sentí especial. Con sus manos frotó mi espalda y las dejó en mi cadera.
—Me traes loco —susurró.
—Pero no me conoces.
—Te conozco, te vi durante tantos años en mis sueños y me cuesta trabajo creer que seas real.
Se separó un poco de mí pero estaba tan cerca a la vez, lo suficiente para sentir su respiración. —Dices cosas tan lindas.
—Lo único lindo que sale de mi boca es cuando digo tu nombre.
Recargó su frente en la mía y tocó mis labios, en ese momento quería besarlo, me lo pedía el cuerpo y todo mi ser.
—Kathe ¿tienes mis pastillas para el dolor? La cabeza me está est...
Me separé de él casi jadeando, Samuel sonrió y negó con la cabeza.
—Perdón, juro que no fue mi intención interrumpir. Pero no se preocupen por mí, sigan en lo suyo.
—No te preocupes Sandy, estaba a punto de irme. Tengo que regresar al hospital.
Dijo sin dejar de verme, besó mi mejilla y dejo sus labios en mi piel un par de segundos.
—Gracias por todo —dije en voz baja.
—Nací para ti.
Giró sobre sus pies, se despidió de Sandy y mientras le pedía que se cuidara.
Cuando salió suspiré, me tapé los oídos y me preparé para el interrogatorio.
—¡Ibas a besarlo! —chilló.
—Claro que no, eres tan exagerada.
—Ay sí, nací para ti —lo imitó—. Acepta que te gusta, es muy guapo.
—Lo es, pero somos amigos.
—Amigos que besan sus bocas y se agarran sus partes.
—¡Cállate! Por Dios, lo acabo de conocer. ¿Cómo dices eso?
—Mis ojos no me mienten, además todos los días te pide que te cases con él, y no sé si lo hace de broma pero es tan tierno.
—Claro que lo hace de broma y sí, es tierno. Pero ya te dije que no somos más que amigos.
—Pues eres muy tonta, claro que está en el reglamento de mejores amigas nunca poner los ojos en los pretendientes de tu mejor amiga, pero si yo fuera una mala amiga me lo ligaría, y si fuera tú me casaría con él ya.
—Tú, yo no. Y ya déjame sola, ¿acaso no te dolía la cabeza?
—¡Ay sí, me duele mucho!
Cerró la puerta y me dejé caer en la cama, resopleé y miré el techo.
—¿Qué fue eso? —susurré.
Escuché el teléfono sonar, salí a la sala de estar a contestar.
—¿Si?
—Si no te llamo yo te olvidas de tu madre —apreté los dientes y me senté en el sillón.
—Claro que no mamá. Estaba a punto de llamarte.
Mentí descaradamente.
—Como sea, acabo de encontrarme a Julia—puse los ojos en blanco y también me preparé para su interrogatorio—. ¿Por qué no me dijiste que estas saliendo con alguien?
—No estoy saliendo con nadie madre, es sólo un amigo.
—Me alegra saberlo, me dijo que era un chico de muy mal gusto.
—¿Sólo llamaste para eso? Perdón, pero estoy muy ocupada.
—Claro que no cariño, el sábado te espero en casa. Ben y sus padres vendrán a cenar.
—¿Benjamín? ¿Está en la ciudad? —no pude evitar que en mi voz sonara un poco de ilusión.
—Sí, él. Así que aquí te espero a las seis de la tarde.
—No lo sé, trataré de ir. Ya te dije que tengo mucho trabajo.
—No te hará mal distraerte un poco —froté mi frente exaltada.
—De acuerdo, ahí estaré.
Colgué porque lo que menos quería era escuchar a mi madre platicar sobre las nuevas cirugías que estaba por hacerse. Esa tarde me encerré en mi estudio y no salí hasta que Louis llegó con la cena.
El sábado llegó y con él el mismo entusiasmo de todos los días al recibir la rosa y nota de Samuel. Me puse el albornoz y corrí afuera, sentí un pinchazo en el corazón cuando vi que no había nada, busqué en el suelo, incluso también en la calle. Pensé que tal vez se le había hecho tarde o lo había olvidado, o quizás se había dado por vencido.
No me gustaba pensar en esa última opción, a lo mejor sí me había hecho mucho del rogar.
—¿Nada de tu admirador no tan secreto? —dijo Sandy detrás de mí.
—Ya te dije que no es un admirador, es sólo un amigo.
Entré y me encerré en mi cuarto, ella me siguió un poco consternada por mi reacción.
—No te enojes Kathe.
—¡Ya estoy harta de que te la pases insinuando cosas, si quisiera ya estuviera con él y no es así!
—No tienes por qué gritarme, yo sólo estaba jugando.
—Pues odio tus malditos juegos.
Pasé su lado y fui hacia mi estudio.
Ahí estuve por horas mirando mi trabajo, sólo había unos ojos azules grandes y brillosos; esos que me miraban con tanta ternura.
Lo único que quería era hacer las cosas de manera correcta, seguro había conocido a alguien mejor y ya era dueña de sus rosas por la mañana.
—¿Qué estás haciendo conmigo Samuel? —susurré
—Es lo mismo que yo me pregunto —di media vuelta al escuchar su voz. Cubrí el cuadro con una manta y limpié el sudor de mi frente.—Hoy quise traerte yo personalmente no una rosa, un ramo completo.
La piel se me erizó, se veía tan guapo vistiendo un pantalón negro, camisa blanca y suéter rojo de rombos.
Me entregó el gran ramo de rosas, sentí alivio en mi alma y sonreí mostrando los dientes.
—Gracias.
—Sandy me dijo que amaneciste de mal humor.
—Ella siempre exagera.
Negó y miró al rededor, observó mis cuadros con admiración, sonriendo e inspeccionando cada una.
—Todas son preciosas, tienes un gran talento.
—Gracias.
Quiso quitar la sábana del cuadro que estaba preparando pero no se lo permití y le agarré la mano.
—Todavía no está listo.
Lo arrastré hasta la sala, puse en un jarrón con agua las flores y me senté a su lado.
—Quiero que me acompañes a un lugar.
—¿A dónde? ¿No trabajas hoy? —empezó a jugar curioso con mis dedos.
—Sí, es una fiesta.
—¿Fiesta, ahora?
—Fiesta ahora —afirmó.
—De acuerdo, necesito arreglarme.
—Hasta en pijama eres hermosa.
Mordí mi labio y solté una pequeña risa, corrí al baño sin esperar más.
Me encontré en un dilema al no saber que ponerme, saqué todos los vestidos que tenía pero ninguno me convencía. Incluso me probé cada uno, al final me decidí por uno color azul metálico y después el dilema fueron los zapatos.
Ondulé mi cabello y aplique brillo en mis labios, agarré mi cartera y me detuve antes de abrir la puerta, regresé y me puse más perfume.
—Estoy lista, vámonos.
Levantó la mirada y me vio boquiabierto, se puso de pie y agarró mi mano.
—Dios, te ves preciosa.
Levanté mis hombros con una sonrisa coqueta.
Abrió la puerta del copiloto y me sentí alagada, arrancó mientras Sandy se despedía de nosotros con la mano.
—¡Se divierten! —gritó.
Miré por la ventana nerviosa, agarró mi mano y las mariposas empezaron a revolotear. Suspiró y yo hice lo mismo, reí y recargué mi cabeza en el asiento.
Observé su perfecto perfil y su rostro, siempre relajado y contento.
Después vi su cámara en el asiento de atrás y la agarré, era tan antigua que me costó trabajo entender cómo se usaba. Hice un par de fotos de él mientras maneja, no dejaba de sonreír y suspirar.
—Llegamos.
Fruncí el entrecejo, entró al estacionamiento del hospital. Apagó el motor y se volteó para verme. Por primera vez se puso serio y confieso que eso me desconcertó un poco.
—¿Aquí es la fiesta? —pregunté y asintió.
Besó mi mano tantas veces como si fuera una diosa o algo similar. Agarró la cámara y se la colgó en el cuello.
—¿Vamos? —preguntó.
—Sí.
De igual manera abrió la puerta de mi lado y me ayudo a salir. Caminé a su lado, me sentí como una adolescente cuando entrelazó sus dedos con los míos, lo observé y le di un ligero apretón.
Lo que se me había ocurrido al llegar fue que tal vez era una fiesta con compañeros de su trabajo, caminamos a la parte trasera del hospital y el corazón se me encogió cuando llegamos.
En el gran jardín habían varios niños y niñas, una mesa con muchos regalos y un pastel rosa gigante. Arriba un letrero del mismo color con letras grandes que decía "Felicidades All"
Al darse cuenta de nuestra presencia todos los niños corrieron hasta Samuel y lo abrazaron con mucho cariño, retrocedí dos pasos mientras admiraba la escena.
—¡Sam, que bueno que estas aquí! —una pequeña niña morena caminó de la mano de una mujer vestida de enfermera, traía un vestido morado y los ojos se me inundaron de lágrimas al ver que carecía de cabello y cejas, estaba pálida y bajo sus ojos unas manchas moradas yacían ahí.
—Claro que no me iba a perder este día tan especial —volteó a verme y de inmediato limpié mis lágrimas, tomó mi mano y caminamos hasta ella—, quiero que conozcas a una persona muy especial.
—¿Tú eres Kathe? —preguntó.
Me puse en cuclillas frente a ella y le sonreí
—Sí, yo soy Kathe.
—Me llamo Allison, Sam habla mucho de ti, hice una apuesta con él y perdí.
—¿De qué trató?
—Me dijo que había conocido una mujer preciosa, cada que venía suspiraba y hablaba de ti. Le dije que no era capaz de hablarte e invitarte a mi fiesta.
Lo miré y se sonrojó, me pareció gracioso verlo de aquella forma. Me acerqué a All y le susurré al oído:
—Él perdió la apuesta, yo fui quien le habló.
—¡Perdiste, perdiste! —chilló y rió.
—De acuerdo lo admito, perdí. Pero la traje a tu fiesta.
—Y es muy bonita, gracias por venir Kathe y por no asustarte.
—¿Asustarme?
Ella bajó la mirada y jugó con su vestido.
—Muchas personas cuando me ven sin cabello y delgada se espantan y empiezan a susurrar cosas, aunque no lo escucho yo sé que hablan de mí.
Sentí que no podía más, tenía ganas de salir corriendo de ese lugar, el nudo que sentí en mi garganta hizo que me doliera la cabeza. Sin embargo me aclaré la garganta y traté de sonreír.
—No tengo porque asustarme, eres una niña preciosa. La niña más linda que he conocido, no dejes que nadie te diga lo contrario.
—Sam me dice lo mismo siempre ¿te quedas a mi fiesta?
—Claro que sí.
Me levanté y agarré su mano, caminamos mientras me platicaba sobre su vestido de princesa sin dejar de sonreír y sonar entusiasmada.
El tacón de mis zapatos se enterraba en el pasto así que me los quité y los dejé recargados en un árbol.
Hicimos dos equipos para jugar fútbol, ella era el árbitro ya que no podía exaltarse mucho. Samuel y yo fuimos del mismo equipo, dejamos que los niños nos ganaran sin que se dieran cuenta, también jugamos a las escondidas y cuando llegó la hora de la piñata gritamos y reímos.
—Gracias por venir, de verdad eres maravillosa —dijo Samuel.
Me abrazó por detrás y recargó la barbilla en mi hombro.
—Gracias a ti por traerme, es una niña ejemplar —. Suspiró y sonrió melancólico,
—Está en su etapa terminal, decidieron retirar las quimioterapias porque eran mucho para ella y ya no tenía caso hacerla sufrir más.
—¿Va a morir?
Asintió me di la vuelta, lo abracé y me puse a llorar en su hombro al pensar que aquellos eran sus últimos momentos.
—No llores, bonita no me gusta que estés así.
—¿Por qué la vida tiene que ser así?
—No lo sé —acarició mi espalda mientras yo sollozaba. Limpió con el pulgar mis lágrimas y acarició mi labio tembloroso.
—Por eso no hay que perder tiempo en tonterías, la vida es muy corta. Fue por eso que en cuanto te vi supe que tú eres la indicada, y no descansaré hasta lograr que te enamores de mí.
—Tal vez no esperarás mucho.
—¡Es hora del pastel! —me separé de él y agarré su cámara.
Tomé fotos de Allison cuando le cantamos la canción de feliz cumpleaños, de su sonrisa antes de soplarle a las velitas y cuando le dio la mordida al pastel.
Se veía tan feliz, no sabía si estaba enterada pero estaba disfrutando de su fiesta, tal vez su última fiesta.
Algo de lo que me di cuenta y llamó mucho mi atención fue no ver a sus padres, claro que no los conocía pero adultos sólo estábamos nosotros dos y la enfermera.
Confieso que me hubiera encantado conocerla antes, así hubiéramos convivido mucho más. Peroel hubiera no existe y Samuel tenía razón, la vida es tan corta y muchas veces nos preocupamos por cosas sin importancia y descuidamos lo que más amamos.
Cuando estaba por oscurecerse se llevaron la pequeña, le prometí que la visitaría más seguido.
Ayudé a recoger un poco, cuando todo pasó nos despedimos y regresamos al coche.
—Esto es muy importante para mí, eres tan increíble. Por favor, cásate conmigo —susurró Samuel.
—Empiezo a creer que hablas en serio.
—Hablo en serio.
—Pero no sé nada de ti.
Suspiró y se acomodó en su lugar para verme mejor.
—Me llamo Samuel Smith, tengo 28 años, trabajo en un hospital como fotógrafo. Mi color favorito es el de tus ojos, tengo cinco hermanas, yo soy el mayor y nunca, nunca he dado un beso.
Le di un golpe en el hombro y empecé a reír.
—No seas mentiroso.
—No son mentiras, esa es la verdad.
—¿A tus 28 años nunca has besado a alguien? Suena ilógico.
—He besado varias bocas, pero para mí no cuentan ¿sabes por qué? Porque nunca he sentido esa descarga de adrenalina de la que todos hablan, nunca he tenido un beso mágico que me erize la piel, que sienta que el corazón se me quiere salir del pecho.
Suspiró nuevamente, giró la llave y encendió el motor, el auto empezó a andar y puso música.
Una canción en italiano, empezó a cantar porque de verdad estaba feliz y me contagiaba.
—Esa canción es maravillosa, es perfecta para ti.
—No le entiendo ¿qué dice?
Siguió cantando ignorando mi pregunta, me dio un apretón en la mano y las mariposas volvieron a volar.
¿Qué me está pasando? Me preguntaba a cada rato, cuando lo miraba, cuando sonreía, cuando hablaba, todo lo que hacía me provocaba una sonrisa de largas horas.
Al llegar a mi casa nos quedamos en silencio mirándonos el uno al otro.
—Me la pasé muy bien, gracias por invitarme.
—Yo también me la pase de maravilla, verte sonreír es como ver el cielo cuando está azul y las nubes se pueden apreciar con claridad. Eres hermosa.
—Dices tantas cosas bonitas que a veces no sé qué decirte.
—No digas nada, sólo no me alejes de tu vida.
—Aunque quisiera, sé que no podría.
Se quitó el cinturón de seguridad, se acercó a mí y acarició mi cara.
El tenerlo tan cerca provocaba en mí cosas que nunca había sentido, era algo realmente inexplicable, raro y al mismo tiempo tan maravilloso.
Como la adrenalina que se sentía al estar en la cima de la montaña rusa.
—Sam —dije en un hilo de voz.
—Dime —susurra.
—¿Puedo ser tu primer beso?
—Yo tenía que habértelo preguntado.
Me reí y eché la cabeza hacia atrás, regresé a mi postura, miró mis ojos y luego mis labios.
—No quiero ir tan rápido, promete que este momento va a ser eterno —dijo con voz deseosa.
—No, nosotros lo vamos a hacer eterno.
Me acerqué y toqué sus labios, nos quedamos un par de segundos así hasta que decidí probar de sus suaves labios. Me sentí en un gran éxtasis al sentir su lengua dentro de mí boca.
Esa maravillosa sensación se hizo más grande, desabroché el cinturón de seguridad para poder tener mayor libertad. Cuando se separó de mí sonrió, pero su mirada me hacía pensar que no podía creer que estuviera pasando, yo tampoco lo creía.
—Ese fue un gran primer beso, el mejor de mi vida.
—No quiero que sólo sea uno Sam: cásate conmigo.
Se quedó perplejo, era increíble que de mi boca salieran esas palabras pero así fue.
Me sentía completamente irreconocible.
—También tenía que haber dicho yo eso.
—Lo dijiste muchas veces.
Besó de nuevo mi boca, esta vez más rápido y con más rudeza. Me sentía en las nubes, en realidad no sabía cómo se sentía pero estaba segura que era así.
—¿Quieres pasar? —acaricié su cara y recorrí con mi boca cada facción de su bello rostro.
—No quiero incomodar a Sandy.
—No está, salió con el chico que nos llevó al hospital.
—De acuerdo, vamos adentro.
Salió primero y rodeó el auto, me abrió la puerta y caminamos de la mano hasta adentro.
—¿Quieres tomar algo?
—No, gracias.
Se sentó en uno de los sillones y me uní a él.
—¿Estas segura?
—¿De qué?
—Casarte conmigo, porque si es así de una vez te digo que no te librarás de mí tan fácil y que esto es para siempre.
—Nunca me había sentido así Samuel.
—¿Cómo te sientes?
—Feliz, pero no puedo evitar al mismo tiempo sentir miedo.
—No tienes por qué tener miedo, estaré contigo siempre.
—¿Lo prometes?
—¿Qué te parece si mejor lo cumplo?
Una vez más nuestras bocas se juntaron, mi corazón latía rápidamente y no me podía controlar.
Besarlo fue como la primera vez que pruebas un cigarrillo. Al principio sólo lo haces para saber que se siente pero terminas haciéndolo vicio.
Él ya era mi vicio.
Desabrochó cada botón de mi abrigo y me besó el cuello. Caminamos sin dejar de besarnos hasta mi habitación, cuando me quitó el vestido admiró mi cuerpo con benevolencia.
—Eres tan hermosa Kathe.
Terminamos desnudos enredados en las sabanas, nuestros cuerpos juntos y llenos de sudor se hicieron uno solo, al igual que nuestros corazones.