4
12 de Noviembre del 2014
Me moví en la cama, sentí los labios de Samuel en mi espalda y sonreí.
—Que rico.
—Buenos días.
Besó mi hombro y me di la vuelta, tenía el cabello alborotado y se veía más guapo que nunca.
—Creí que había sido un sueño hasta que desperté y te vi a mi lado.
—Todo es real —susurré y acaricié su rostro.
—De verdad lo eres.
—Sí.
Besó mi cuello y dejó sus labios en él.
—¿Sabes? Cuando te vi lo primero que dije fue: ella es para mí.
—¿Entonces mentiste cuando me dijiste que no me estabas espiando?
—Fue una pequeña mentira.
Reí, puse la mano detrás de la nuca y él se incorporó a mi lado.
—Nunca había tenido una manera de despertar tan hermosa.
Suspiré y me acerqué para besarlo, tocó mi espalda y fue bajando la mano hasta que mi corazón comenzó a acelerarse.
—¡Kathe, te buscan! —reímos sin dejar de besarnos al oír a Sandy.
—No tengo ni idea de quién será, no me importa.
—¿Está enferma? ¿Por qué tarda tanto? —escuché la voz de mi madre.
Me levanté rápido y busqué el albornoz, acomodé un poco mi cabello y me miré al espejo.
—Es mi madre, había quedado de ir a comer a su casa ayer y lo olvidé.
—¿Quieres que hable con ella? Puedo explicarle.
—No, es una mujer un poco especial.
Me acerqué a besarlo y me preparé para la batalla que estaba a punto de liderar. Abrí el pomo de la puerta y al salir la encontré mirando con desprecio nuestras cosas.
—Hola madre —dio un pequeño salto sorprendida y me miró con una sonrisa, no tan sincera.
—Querida, estaba muy preocupada por ti. Creí que estabas enferma.
—No, perdón pero... me encerré en el estudio y se me fue el día.
—¿Y por qué no avisaste? Benjamín estaba impaciente por verte, ha regresado más guapo que nunca.
Luché por no poner los ojos en blanco, ella siempre había querido que entre Benjamín y yo hubiera algo, era como su sueño frustrado.
—Que bien.
Se sentó en uno de los sillones y cruzó la pierna.
—Esa amiga tuya, nunca me caerá bien. Es tan... simple.
—Es mi mejor amiga mamá. ¿Cuándo lo vas a aceptar?
—No lo sé cariño, creo que jamás me acostumbraré. Por cierto ¿de quién es el coche que está afuera? Nunca había visto un cacharro tan feo.
Me sentí ofendida por aquel comentario, el coche de Samuel no era feo. Estaba un poco viejo pero era muy bonito.
¿Qué hago? Me pregunté.
No podía decirle que Samuel estaba conmigo, caería en mi propia mentira.
—Es del plomero, la llave del baño de mi cuarto se descompuso.
Rogué en silencio para que él no hubiera escuchado eso.
—Eso te pasa por comprar cosas baratas, y por Benjamín no te preocupes. Quedó de pasar por ti hoy en la tarde —se acercó a mi oído y susurró—: ponte guapa.
Guiñó un ojo y se dio la vuelta.
—Llámame más seguido, demuéstrame que me quieres aunque sea un poco.
La seguí hasta la puerta, suspiré al ver su auto deportivo adelante del coche de Samuel.
Odiaba cuando se comportaba de esa forma, suerte que yo era como mi padre.
Se despidió con la mano y le sonreí.
Suspiré exaltada, me di la vuelta y me encontré a Samuel detrás de mí completamente vestido y serio.
—Te levantaste, debiste esperarme en la cama.
—No te preocupes, el plomero ya terminó con su trabajo.
Sonreí al creer que era una broma pero no fue así, seguía serio y sentí un pequeño dolor en el pecho.
—¿Pasa algo?
—No, me tengo que ir.
Besó mi frente y caminó hacia su coche, me sentí tan estúpida y sin saber qué hacer. No quería que se fuera.
—Sam, por favor no te vayas. Lo que le dije a mi madre fue porque...—caminé tras él pero no se detenía—, ella es...
—Muy especial, lo dijiste.
—No te enojes, por favor.
Abrió la puerta y se detuvo, me miró y negó con la cabeza.
—Creí que las cosas habían cambiado con lo que pasó entre nosotros.
—Y así fue, pero para poder formalizar necesitamos conocernos más. Fue por eso que no le dije a mi madre nada de ti.
—Te dio pena decir quién soy yo.
—No digas eso.
—Yo no soy de los que dicen las cosas sólo por sexo.
Su comentario me dolió, rasqué mi cuero cabelludo mientras él esperaba a que dijera algo, y como las palabras no fluyeron se subió y se fue.
—¡Me dieron el trabajo! —gritó Sandy y corrió descalza hasta llegar a mí. Me abrazó e hizo un baile raro con los brazos y puños cerrados. Frunció el entrecejo al ver mi estado de ánimo.
—¿Qué pasa? ¿No te da gusto?
—Claro que sí, después de tanto tiempo. Es un gran logro amiga.
—¿Y Samuel?
—Él... se enojó conmigo.
—¿Por qué? Pensé que habían pasado una muy buena noche —levantó las cejas y puse los ojos en blanco, odiaba demasiado que hiciera eso.
—Y así fue, pero escuchó cuando le dije a mi madre que el auto que estaba afuera era del plomero.
—Yo también escuché, y a mí también me dolió.
—Eso no me hace sentir mejor Sandy.
—Perdón amiga, pero es la verdad. El chico desde que te conoció no ha sido más que un hombre caballeroso y lindo contigo y tú lo comparas con un plomero.
—Sabes como es mi mamá, si le decía que él estaba allí dentro no hubiera descansado hasta interrogarlo y hacerle pasar un mal rato. Quería evitar eso y mira lo que pasó.
Empezó a dar de brincos y quejarse y por un momento la miré divertida.
—¿Qué te pasa?
—Me estoy quemando los pies, vamos adentro.
Corrió dentro con los brazos arriba, la seguí y cerré la puerta.
—¿Que vas a hacer? —se sentó en uno de los taburetes de la barra y me uní a ella.
—Eso mismo me pregunto yo, ni siquiera sé su número de teléfono ni en dónde vive.
—¿Y ya te acostaste con él? Amiga, soy tu fan.
—Déjame en paz —hice puchero y me levanté.
Esa era una buena pregunta ¿qué iba a hacer? La noche anterior había sido maravillosa, sólo en sus brazos había encontrado lo que sin saber había estado buscado.
Me sentí feliz y en ese momento que sabía que estaba enfadado sentía un hueco en el estómago insoportable, como si no pudiera llenarlo con nada.
Lo que habíamos vivido había sido muy lindo, pero lo mejor sería dejar las cosas así.
El resto de la tarde me la pasé en el estudio hasta que dieron las seis . Sonó el timbre y corrí a abrir, no podía negar que una chispa se avivaba dentro de mí al pensar que sería Samuel, pero fue una grande decepción.
—Benjamín —susurré y mi sonrisa desapareció.
—Me quedé esperándote anoche.
—Lo sé, te pido disculpas pero...
—No te preocupes, Fedra me dijo tus motivos.
Me entregó el ramo de rosas rosas que traía en la mano. Sonreí agradecida y las miré, me recordaban a Samuel y sus locas notas.
—Vengo porque Tate Graham está exponiendo sus obras aquí en Londres, estará poco tiempo y sé que no te lo querrás perder.
Lo sabía y no tenía nada de ganas de salir, aunque ella era mi artista favorita, de igual manera sabía que si me quedaba en casa e iba a la cama temprano recordaría la maravillosa noche que había pasado con él, y no quería.
Tenía que continuar con mi vida.
—Voy a cambiarme y nos vamos.
Entré a mi cuarto y apreté los ojos, cuando los abrí lo vi allí: acostado en mi cama con el torso desnudo y esa sonrisa que me mataba.
—Vete de mi vida Samuel.
* * *
La música clásica nos acompañó en el camino, Benjamín manejó y en ocasiones me miraba.
—Sigues igual de hermosa, en cuanto supe que los cuadros de Tate estarían aquí de inmediato pensé en ti.
—Me alegra saber que aún recuerdas mis gustos.
—Claro que sí, siempre que salíamos estabas rayando las servilletas.
De pronto Frank Sinatra adornó el espacio con su hermosa voz, él soltó una pequeña carcajada y yo sabía el motivo.
—¿Te acuerdas? —dijo y no pude evitar reír.
—Claro que sí, bailabas terrible.
—Lo sé, pero creo que he mejorado mis técnicas de baile.
Chasqueó los dedos y los movió de un lado al otro.
Estacionó y en un suspiro volteó a verme.
—Aún no puedo olvidar aquella noche.
Abrí completamente los ojos y sonreí nerviosa.
—Yo tampoco lo olvidaré, la primera vez no se olvida.
—Fue una maravillosa primera vez, hubiera querido quedarme e intentarlo. Pero nunca es tarde ¿no?
Teníamos 15 años, él fue mi primera vez y juraba que yo la suya. Estábamos borrachos y no lo pudimos evitar, días después sus padres lo llevaron a estudiar a Alemania y no supe nada de él hasta ahora.
Ahora que las cosas habían cambiado tanto, pero Ben seguía igual. Cabello oscuro y ondulado, siempre elegante y los hoyuelos en sus mejillas se seguían formando cuando sonreía.
—Vamos.
Salí del coche casi corriendo, lo tomé de la mano con el único fin de que lo qué yo sentía con Samuel apareciera en ese momento.
Caminamos al museo tomados de la mano y yo seguía esperando a sentir algo, pero simplemente no sucedió.
Adentro todo era elegante, mujeres con vestidos largos y joyas por todos lados y los hombres con trajes finos y relojes caros.
Agarré una copa de champagne de una bandeja que traía uno de los meseros y le di un gran trago.
Tenía que comportarme y lo sabía pero no podía. Era imposible, tenía el impulso de beber por la tristeza que sentía en mi corazón.
Sentía como si una parte de mi me faltara, Ben se encontró con algunos empresarios y se quedó hablando de negocios.
Minutos después se incorporó a mi lado, agarré otra copa y me aseguré de no dejar ni una sola gota en ella.
—No deberías tomar así, te hará daño —susurró en mi oído.
Me encogí de hombros y lo tomé del brazo. Caminamos, admiré todas y cada una de las obras de Tate.
Los ojos me brillaron cuando vi uno de tantos cuadros que era mi favorito: Adonis T.A 2.0
Mostraba la perfección del hombre desnudo y suspiré al ver lo parecido que tenía con Samuel.
—¿Te gusta? —preguntó Benjamín.
—Me encanta, es simplemente maravilloso.
—Ahora vengo.
Asentí y lo vi perderse entre la gente.
Adonis, eso era Samuel para mí.
La leyenda decía que Tate se había inspirado en su pareja.
Tal vez yo debería hacer mi réplica de ese cuadro con mi Adonis: mi Samuel.
—Listo, ya es tuyo — lo miré sorprendida y un poco mareada.
—¿Qué?
—El cuadro, es tuyo. Y no nada más ese, todos los que están aquí ahora son de tu propiedad.
—No, no puedo aceptarlo es... una locura.
—Pues si no los quieres haber que haces con ellos porque te reitero, ya son tuyos.
Sin saber que decir miré a mi alrededor, las obras de mi artista favorita ¿mías? No podía creerlo.
—Gracias, es maravilloso. Creo que tendré que comprar una casa más grande porque no sé dónde los pondré.
—Yo puedo ayudarte...
—Ni lo pienses, ya bastante hiciste.
Besó mi mejilla y agarró mi mano, me dio la vuelta y me sonrojé.
Cuando salimos de la exposición fuimos a cenar a un restaurante muy lujoso, Ben era muy espléndido y eso me gustaba. Sin embargo había algo que me impedía sentirme realmente bien.
—Fue maravilloso, gracias por aceptar mi invitación —me agarró del cuello y se acercó lentamente.
Cerró los ojos y no hice nada, cuando sus labios llegaron a los míos correspondí, no sabía qué hacer con aquel hombre que besaba mi boca.
Besó mi cuello y comencé a sentirme incómoda, me aclaré la garganta y lo agarré de los hombros para alejarlo un poco.
—Ben, no quiero ir tan rápido.
—Kathe, la primera vez me tuve que ir pero ahora no será así. Ahora me quedaré para estar contigo, en todos estos años no pude dejar de pensar en ti. Eres sin duda la mujer de mi vida.
—Eres un hombre muy importante de mi pasado...
—Y quiero ser el hombre más importante de tu presente, y de tu futuro.
Miré sus ojos grises, nunca me había sentido tan confusa.
—Estoy cansada.
—¿Nos podemos ver mañana?
—¿Mañana? No lo sé, tengo mucho trabajo.
Se llevó una mano al bolsillo del saco y me entregó una pequeña tarjeta.
—Aquí está mi número, llámame cuando quieras. Estaré disponible para ti siempre.
Asentí, besé su mejilla y salí.
Definitivamente ya no era la misma, entré a mi habitación y me dejé caer en la cama. Hundí la nariz en la almohada y chillé, aún tenía el olor de Samuel impregnada en ella.
—Déjame en paz Samuel.
(...)
A la mañana siguiente desperté abrazando mi almohada y con un ligero dolor en el cuello.
Todavía traía los zapatos de tacón puestos y el vestido de anoche.
Ni siquiera recordaba en que momento me había quedado dormida.
Froté mi cara y entré a la ducha.
Traté de poner en orden mis pensamientos, antes de Samuel era una chica segura, sin problemas sentimentales y seguramente hubiera aceptado a Benjamín.
Tal vez y lo que Samuel dijo era cierto, tal vez era el hombre de mi vida y me negaba a aceptarlo.
Sólo esperaba que no fuera tarde.
No quería perderlo sin siquiera haberlo tenido del todo.
Al salir me puse unos jeans ajustados, una blusa sin tirantes y tenis.
Acomodé mi cabello en una coleta y salí de mi habitación.
—Amiga, ya me voy. Deséame suerte en mi primer día de trabajo.
—¿Así te vas a ir? —la miré confusa.
Traía puestos unos jeans, botas y tan sólo un top rojo. Se encogió de hombros e hizo puchero.
—Este es mi uniforme, está raro.
Me dio un beso en la mejilla y agarró las llaves de mi coche.
—¡Hey, no! Voy a salir —se detuvo y dio media vuelta.
—¿A dónde?
—Al hospital a buscar a Samuel, si quieres te dejo en tu trabajo.
Asintió y salimos juntas, me sentía muy nerviosa y no tenía idea de qué era lo que le iba decir.
¿Y si seguía enojado?
Cuando llegué al hospital no sabía ni a donde dirigirme así que me detuve en recepción.
—Hola —saludé a la chica rubia que estaba detrás del cubículo.
—Hola ¿puedo ayudarla en algo?
—Sí, estoy buscando a Samuel Smith.
—Oh, todavía no llega. Siempre pasa por aquí y me saluda con una gran sonrisa.
Claro ese era mi Sam, sonreí al recordarlo.
—¿Disculpa, escuché que buscas a Samuel? —me di la vuelta.
La chica pelirroja me miró de arriba a abajo.
—Sí —me limité a decir.
—Todavía no llega, no sé qué le pasó el día de hoy. Mi novio siempre llega temprano.
—¿Tu novio? —mi voz apenas fue audible.
—Sí, pasamos tanto tiempo juntos que fue difícil no enamorarnos.
Las lágrimas quemaron mis ojos de inmediato y salí corriendo de ahí. Al levantar la vista lo vi caminar hacia mí y no supe si lo que sentía era rencor, lástima u odio por haberme mentido de aquella manera.
—Kathe ¿qué haces aquí? —preguntó y agarró mi brazo.
Retrocedí dos pasos y lo amenacé con no tocarme.
—¿Qué te pasa?
—Dijiste que no eras de los que dicen las cosas sólo para follar.
Frunció el ceño.
—Y así es.
—Y me acabo de encontrar con tu novia.
Me miró confuso y lo único que quería era golpearlo, las lágrimas resbalaron por mis mejillas.
Las limpió con su pulgar mientras yo sollozaba como una estúpida.
—No llores te lo suplico, no me gusta verte llorar.
—Me mentiste.
—No lo hice, no sé quién te dijo esa estupidez. Te lo juro mi niña.
—Ya no lo niegues, la misma chica con la que te fuiste en aquella ocasión me lo dijo, y dijiste que no eran más que amigos.
—¿Joselin? Por Dios, no es verdad.
Le di un golpe en su pecho y lo hice retroceder.
—Te lo pido créeme, no es nada mío.
—¡Ya no quiero escucharte! Creí que eras sincero.
—Y lo fui, maldita sea estoy enamorado de ti hasta los huesos. Tú eres la única que no se da cuenta.
—No quiero volver a verte, no vuelvas a dejar rosas en mi puerta ni notas, no aparezcas por mi casa. Quiero que desaparezcas de mi vida.
Dije con los dientes apretados.
Sus ojos se cristalizaron, una lágrima resbaló por su mejilla pero yo ya no podía creerle, estaba muy decepcionada.
—Me estás rompiendo el corazón —susurró.
Caminé a su lado y nuestros hombros chocaron.
Corrí a mi coche y me eché a llorar.