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28 de Febrero del 2015
El día llegó, me encontraba feliz pues al fin iba a cumplir mi sueño: ser la esposa de Samuel.
Mi vientre se comenzaba a abultar así que no tuve muchos problemas con el vestido que ya había comprado antes de que todo pasara.
—Pues estás lista y guapísima.
Dijo Sandy sin dejar de llorar, no quería arruinar mi maquillaje porque quería conservarme guapa para él pero con una amiga como la mía era inevitable.
—No lo puedo creer, ya serás toda una señora y me dejarás vivir sola.
—Vives sola desde hace semanas Sandy, y te la pasas en mi casa.
—Bueno, no sé si en algún momento necesitas de mi ayuda.
La verdad era que agradecía su compañía, sin ella me hubiera derrumbado en tan solo días y sé que también Samuel le agradecía aquellas tardes en las que nos hacía reír.
—¿Está lista la novia?
Mi padre asomó la cabeza por la puerta y corrí a abrazarlo.
—Estoy tan feliz de que des este gran paso.
—Gracias papi.
—Escúchame algo, olvídate de todo y hazlo feliz y sé feliz el tiempo que tengan que estar juntos.
—Siento que en cualquier momento voy a desplomarme.
—No, no digas eso. Y si es que pasa aquí estaré para desplomarme contigo y levantarnos juntos.
—Te amo mucho.
—Y yo a ti princesa.
Me limpió mis lágrimas y salimos, el jardín estaba repleto de pétalos color blanco, del mismo color de la vestimenta de nuestros invitados, incluso de Sam.
Contratamos violinistas y su música era preciosa.
Levanté la mirada y mi padre agarró mi mano, me sostuve de su brazo y me llevó hacia el altar donde ya estaba mi Samuel.
Un paso a la vez, estaba nerviosa y temía tropezar, afortunadamente no lo hice.
Llegué hasta él, se veía tan guapo y sus hoyuelos en sus mejillas estaban presentes.
Papá le sonrió y le entregó mi mano, se llevó mis nudillos a su labios con su hermosa sonrisa que quería tener en mi memoria por siempre.
El juez comenzó a hablar pero en verdad yo no tenía idea de lo que estaba diciendo, era nuestro día pero yo no era siquiera capaz de pensar en otra cosa que en el día final, y no quería pensar en lo que estaba pasando por la mente de él, porque su sonrisa no se había borrado en ningún momento y era eso lo que de alguna forma me daba fortaleza para continuar.
Desde donde estaba podían escucharse los sollozos de Sandy.
Apreté muy fuerte su mano y volvió la vista hacia mí.
—¿Estas bien? —preguntó.
—Mejor que nunca.
Susurró en mi oído que era el mejor día de su vida, también era el mío.
El tiempo se detenía y todo desaparecía menos nosotros.
Llegó el momento de decir nuestros votos, bueno, los había preparado incluso antes de saber de su enfermedad.
Fue primero su turno y mi corazón latía rápidamente como ya era costumbre cuando estaba con él.
—Katherine Lowrence, gracias por ser todo para mí y estar aquí. Gracias por ser mi hogar, por acompañarme y aceptarme tal cual soy, yo prometo que siempre, pase lo que pase siempre estaré contigo, en las buenas y malas, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe, porque solo ella podrá separarme de ti.
Odiaba demasiado aquella frase, y más en esos momentos. Puso el anillo en mi dedo y luego lo besó.
Me aclaré la garganta para continuar.
—Samuel Smith, gracias por llegar a mi vida y llenarla de color, por acompañarme y dejar que yo te acompañe, porque en ti encontré lo que sin saber buscaba, prometo estar a tu lado siempre, pase lo que pase. En las buenas y malas y ni la muerte podrá separamos, porque incluso después de ella seguiré amándote como el primer día.
Procedí a ponerle el anillo y deposité un pequeño beso en él.
—Bien, ¿hay alguien que se oponga a esta unión?
Apreté los ojos unos segundos, después todo fue aplausos y risas.
—Siendo así: los declaro marido y mujer.
Giré sobre mis pies y lo agarré de los hombros, quería llorar. Tenía muchos sentimientos encontrados en ese momento pero no quería hacerlo, se veía tan feliz que seguro arruinaría ese momento con mi estúpido llanto.
Besó mis labios, nuestro primer beso como esposos.
—Te amo Kathe, gracias por cumplir mi sueño.
—Nuestro sueño, no lo olvides. Ahora somos uno solo.
—Siempre lo fuimos.
Volteamos tomados de la mano hacia nuestros invitados, las hermanas de Sam lloraban y aplaudían al igual que sus padres y amigos del hospital.
Después de abrazar a todos nos tomamos miles de fotos y reímos sin parar, nuestro día estaba siendo el mejor de todos.
Después entramos al auto, James era en esa ocasión nuestro chofer.
Samuel recargó la cabeza en el asiento y cerró los ojos.
—¿Estas bien? Vamos a casa para que descanses.
—No, no quiero arruinarlo.
—No pasa nada amor.
—Quiero que tengas una fiesta y bailemos juntos, puedo hacerlo.
Comenzó a agitarse y asentí.
—De acuerdo, pero escucha; si no puedes más solo dilo y no te preocupes por mí.
—Sí.
Me acosté en su pecho, era un privilegio sentir como subía y bajaba su pecho en su turbia y a veces pausada respiración.
Cerró los ojos y se quedó dormido unos instantes hasta que llegamos al lugar donde sería la fiesta.
Yo no quería una fiesta, lo único que quería era estar con mi esposo en nuestra pequeña casa.
Despertó sin que se lo pidiera, como si hubiera intuido que estaba a punto de pedirle a James que nos llevara a casa.
—Llegamos esposo.
Sonrió y sin mi ayuda se bajó del auto, todavía podía andar aunque en ocasiones y sin que me lo dijera notaba que le costaba trabajo respirar.
A pesar del cansancio que era notorio en su semblante no dejaba de sonreír, de verdad estaba feliz al igual que yo.
El maestro de ceremonias nos pidió pasar al centro de la pista y así lo hicimos, bailamos al ritmo de Because you love me de Celine Dion.
Me colgué de su cuello y él me tomó de la cintura.
Me aferré a él y al impulso de no llorar, y también al momento mágico que estábamos viviendo.
Acercó sus labios a mi oído y empezó a cantar.
—Oh dios, por favor no cantes.
—No sabía que lo hacía tan mal.
La verdad era que la letra era maravillosa, y si seguía cantando seguro lloraría.
Siguió deleitando mi oído con su linda voz, se unieron a nosotros June y Jonhy, también mis padres.
Samuel me dio la vuelta y choqué con el cuerpo de papá. Lo abracé fuertemente y recargué mi mejilla en su hombro.
—¿Cómo estás? —preguntó.
—Feliz, creo que nunca me había sentido tan feliz.
—Me alegro mucho mi niña, te mereces toda la felicidad del mundo.
No sabía si de verdad la merecía pero por el momento necesitaba serlo.
Me puse un poco tensa cuando le toco a mi madre bailar con Samuel, él como ya era costumbre no le guardó ningún rencor por los comentarios que había hecho en año nuevo, eso ya no importaba.
Bailaron tranquilos al ritmo de la música y platicaban, no tenía idea de que era lo que estaban diciéndose pero en ocasiones sonreían.
Comimos y pasamos el día maravilloso rodeados de nuestros seres queridos, un día hermoso e inolvidable.
Al término de la fiesta salimos al jardín, prendieron los globos de cantoya, todos nuestros invitados y también nosotros.
Nuestro globo era especial al de los demás ya que tenía forma de corazón.
Cuando James lo prendió Sam y yo nos miramos a los ojos.
—Pide un deseo.
Asentí y reí, mi único deseo era poder hacerlo feliz y tener toda la fuerza necesaria para poder llegar al final del camino con él.
Él cerró los ojos y cuando los abrió sonrió y asintió, lo soltamos y subió lentamente al cielo.
Nos abrazamos mientras veíamos el cielo iluminado, un momento especial y romántico, bueno, cada momento con Samuel era especial y mucho más que romántico.
Al culminar la fiesta fuimos a nuestra casa, nuestro pequeño hogar.
Había comprado él la casa a pesar de que insistí en vivir en su departamento no quiso, él quería que tuviera una casa grande y ya pensaba en futuro para nuestro bebé.
Subimos a la recamara, hicimos el amor como nunca lo habíamos hecho, lento, sin ninguna prisa y olvidándonos de todos afuera.
Nuestra primera vez como marido y mujer.