XIX

Nos cuesta mantener el buen nombre, pues Fama,

lo sé, con mi señor, Amor, está enfrentada.

¿Sabéis cómo empezaron ambos a detestarse?

Son historias antiguas, que yo cuento encantado.

Es diosa poderosa, mas nadie la aguantaba

en sociedad, pues gusta de llevar la palabra.

Por eso, con su voz de hierro, en los convites

divinos era odiada por grandes y pequeños.

Y un día se jactó de haber esclavizado

del todo al portentoso descendiente de Júpiter.

«Oh padre de los dioses, te llevaré a mi Hércules

renacido algún día», exclamó ella triunfante.

«Hércules no es el mismo que en su día te dio Alcmena;

lo convierte su culto a mí en dios en la tierra.

Cuando hacia el Olimpo alza la vista, crees que mira

tus poderosos pies. ¡Pues no! Porque el dignísimo

me busca a mí en el éter; sólo para ganarme

recorre el poderoso sendas nunca pisadas.

También voy a su encuentro en sus muchas andanzas,

celebro su nombre antes de que empiece su proeza.

Con él cásame un día; vencedor de amazonas,

será también el mío; feliz lo llamo esposo.»

Callaron todos para no irritar a la engreída

que, enfadada, tiende a las ideas malévolas.

No reparó en Amor. Él se apartó; al héroe

sometió a la más bella sin precisar mucho arte.

Disfrazó a su pareja; puso a ella piel de león

en los hombros; le dio con esfuerzo una maza.

En los pelos erguidos del héroe esparció flores,

puso rueca en su mano, que acogió bien la broma.

Pronto completó el cómico conjunto. A dar la nueva

fue corriendo al Olimpo: «¡Maravilla ha ocurrido!

¡Nunca el cielo y la tierra, ni el sol infatigable,

han visto en su eterna órbita semejante milagro!».

Todos se apresuraron; creían al licencioso,

pues había hablado en serio; también Fama acudió.

¿Quién se alegró de ver tan humillado al hombre?

Juno, que concedió a Amor un gesto amable.

Fama se avergonzaba, desesperada, al lado.

Al principio reía: «¡Son máscaras, oh dioses!

¡Conozco bien a mi héroe! ¡Nos gastan una broma

los actores!». Mas pronto vio con dolor que era él.

Vulcano se enfadó mucho menos al ver

a su mujer con el recio amigo atrapada

por la red que cogió, oportuna y sensata,

a los entrelazados, al placer entregados.

¡Los más jóvenes, cómo se alegraron! Mercurio

y Baco confesaron: era una bella idea

descansar sobre el pecho de esa mujer radiante:

«¡No la sueltes, Vulcano, queremos verla más!».

El viejo, el muy cornudo, la sujetó más fuerte…

Mas Fama, furibunda, huyó con rapidez.

Entre ellos la discordia desde entonces no cesa.

Tan pronto ella elige héroes, el mozo los persigue.

A quien más la venera, mejor trampa él le tiende.

Ataca al más honrado con más peligro que a otros.

Al que pretende huir lo hace ir de mal en peor.

Ofrece chicas; quien las rechaza tontamente

debe aguantar primero sus dardos furibundos;

hace al hombre desear a hombres y hasta animales.

Debe sufrir quien de él se avergüenza; al hipócrita,

placer amargo esparce entre maldad y apuro.

Pero también la diosa espiando lo persigue;

lo ve una vez contigo, te es hostil enseguida,

te aterra con miradas graves, despreciativas;

desprestigia, severa, la casa que él visita.

Así me va también; ya estoy sufriendo un poco;

investiga la diosa celosa mi secreto.

Es ley vieja: yo callo y adoro; como yo,

pagaron los helenos la discordia de reyes.