XIII

Un pícaro es Amor; quien confía en él se engaña.

Fingiendo vino a verme: «Ten fe en mí todavía,

seré honesto contigo; pues tu vida y poesía

a honrarme has dedicado, te estoy agradecido.

Incluso te he seguido hasta la urbe de Roma

para poder en tierras extrañas complacerte.

Lamentan los viajeros las malas atenciones;

bien son los favoritos de Amor agasajados.

Contemplas asombrado antiquísimas ruinas,

recorres con sentido este espacio sagrado.

Admiras más los restos valiosos de las obras

de grandes escultores a cuyo taller yo iba.

Yo en persona formé sus figuras. Perdona,

no presumo. Tú mismo admites que es verdad.

Ahora que me descuidas, ¿dónde están las hermosas

formas, el resplandor y color de tus obras?

¿Crearás de nuevo, amigo? La escuela de los griegos

sigue abierta, los años no han cerrado sus puertas.

Yo, maestro siempre joven, a los jóvenes amo.

¡No te quiero pedante ni añejo! ¡Ánimo! ¡Entiéndeme!

Lo antiguo era moderno en vida de esos dichosos.

Vive feliz y en ti vivirá el tiempo antiguo.

¿De dónde extraes materia de canto? Yo la otorgo.

Sólo el amor te enseña el estilo elevado».

Esto dijo el sofista. ¿Y quién le contradice?

Por desgracia obedezco cuando manda el monarca.

Y cumple su palabra el traidor; canto inspira,

¡ay!, y me roba el tiempo, la fuerza y la razón.

La pareja amorosa intercambia miradas,

y caricias y besos, dulces frases y sílabas.

Los murmullos son charla; el balbuceo, discurso:

un himno así resuena sin prosódica forma.

¡Te creía, oh Aurora, amiga de las musas!

¿También te ha seducido Amor, el licencioso?

Me apareces ahora cual si fueras su amiga,

en su altar me despiertas para el día festivo.

Mil rizos hallo sobre mi pecho; la cabeza

descansa sobre el brazo que al cuello se acomoda.

¡Qué despertar dichoso! Conservad, horas quietas,

la estatua del deleite que anoche me arrulló.

Dormitando se mueve, se estira por el lecho,

se gira; sin embargo, la mano en la mía deja.

Nos unen el amor cordial y el fiel anhelo,

sólo el deseo se guarda el derecho a variar.

Al apretar su mano, veo los ojos divinos

abrirse otra vez. ¡No! Dejad que me cultive.

¡Cerraos! Me confundís, me embriagáis, me robáis

temprano el placer quieto de la contemplación.

¡Estas formas grandiosas! ¡Estos miembros tan nobles!

Bella dormía Ariadna. ¿Por qué, Teseo, huiste?

¡A estos labios, un único beso! ¡Vete, Teseo!

¡Mira los ojos! ¡Se abren!… Te retendrá in aetérnum.